DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 5, 1.6—6, 5a. 10-12.19-7,1

Devolución del arca de Dios

Mientras tanto, los filisteos capturaron el arca de Dios y la llevaron desde Piedrayuda a Asdod. La mano del Señor descargó sobre los asdodeos, aterrorizándolos, e hirió con diviesos a la gente de Asdod y su término. Al ver lo que sucedía, los asdodeos dijeron:

—No debe quedarse entre nosotros el arca del Dios de Israel, porque su mano es dura con nosotros y con nuestro dios Dagón.

Entonces mandaron convocar en Asdod a los príncipes filisteos y les consultaron:

—¿Qué hacemos con el arca del Dios de Israel? Respondieron:

—Que se traslade a Gat.

Llevaron a Gat el arca del Dios de Israel; pero nada más llegar, descargó el Señor la mano sobre el pueblo, causando un pánico terrible, porque hirió con diviesos a toda la población, a chicos y grandes.

Entonces trasladaron el arca de Dios a Ecrón; pero cuando llegó allí, protestaron los ecronitas:

—¡Nos han traído el arca de Dios para que nos mate a nosotros y a nuestras familias!

Entonces mandaron convocar a los príncipes filisteos, y les dijeron:

—Devolved a su sitio el arca del Dios de Israel; si no, nos va a matar a nosotros con nuestras familias.

Todo el pueblo tenía un pánico mortal, porque la mano de Dios había descargado allí con toda fuerza. A los que no morían, les salían diviesos. Y el clamor del pueblo subía hasta el cielo.

El arca del Señor estuvo en el país filisteo siete meses. Los filisteos llamaron a los sacerdotes y adivinos y les consultaron:

—¿Qué hacemos con el arca del Señor? Indicadnos cómo la podemos mandar a su sitio.

Respondieron:

—Si queréis devolver el arca del Dios de Israel, no la mandéis vacía, sino pagando una indemnización. Entonces, si os curáis, sabremos por qué su mano no nos dejaba en paz.

Les preguntaron:

—¿Qué indemnización tenemos que pagarles? Respondieron:

—Cinco diviesos de oro y cinco ratas de oro, uno por cada príncipe filisteo, porque la misma plaga la habéis sufrido vosotros y ellos. Haced unas imágenes de los diviesos y de las ratas que han asolado el país, y así reconoceréis la gloria del Dios de Israel.

Así lo hicieron. Cogieron dos vacas que estaban criando y las uncieron al carro, dejando los terneros encerrados en el establo; colocaron en el carro el arca del Señor y la cesta con las ratas de oro y las imágenes de los diviesos. Las vacas tiraron derechas hacia el camino de Casalsol; caminaban mugiendo, siempre por el mismo camino, sin desviarse a derecha o a izquierda. Los príncipes filisteos fueron detrás, hasta el término de Casalsol.

Los hijos de Jeconías, aunque vieron el arca, no hicieron fiesta con los demás, y el Señor castigó a setenta hombres. El pueblo hizo duelo, porque el Señor los había herido con gran castigo, y los de Casalsol decían:

—¿Quién podrá resistir al Señor, a ese Dios santo? ¿Adónde podemos enviar el arca para deshacernos de ella?

Y mandaron este recado a Villasotos:

—Los filisteos han devuelto el arca del Señor. Bajad a recogerla.

Los de Villasotos fueron, recogieron el arca y la llevaron a Loma, a casa de Aminadab, y consagraron a su hijo Eleazar para que guardase el arca.


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (32-33: CSEL 3, 290-292)

Buena es la oración con el ayuno y la limosna

Los que oran no han de presentarse ante Dios con meras preces infructuosas y estériles. La petición es ineficaz cuando se acude a Dios con una oración estéril. Pues, si al árbol que no da fruto se le tala y se le echa al fuego, de igual modo las palabras sin fruto no pueden granjearse el favor de Dios, por ser infecundas en obras. Por eso la divina Escritura nos instruye diciendo: Buena es la oración con el ayuno y la limosna. Porque el que el día del juicio otorgará el premio por las obras y las limosnas, también hoy escucha benignamente al que se acerca a la oración acompañado de obras. Por eso precisamente mereció ser escuchada la oración del capitán Cornelio: daba muchas limosnas al pueblo y oraba regularmente.

Suben inmediatamente a Dios las oraciones que van recomendadas por los méritos de nuestras obras. Así el ángel Rafael se presentó a Tobías, siempre atento a la oración y a las buenas obras, diciendo: Es un honor revelar y proclamar las obras de Dios. Cuando orabais tú y Sara yo presentaba vuestras oraciones en el acatamiento de Dios.

Dios promete estar presente y dice que escuchará y protegerá a los que desatan de su corazón los nudos de injusticia y, secundando sus mandatos, ejercitan la limosna con los servidores de Dios; y así, mientras escuchan lo que Dios manda hacer, ellos mismos se hacen dignos de ser escuchados por Dios. El bienaventurado apóstol Pablo, socorrido por los hermanos en una necesidad extrema, califica de sacrificios a Dios las obras buenas. Estoy plenamente pagado —dice— al recibir lo que me mandáis con Epafrodito: es un incienso perfumado, un sacrificio aceptable que agrada a Dios. En efecto, cuando uno se apiada del pobre presta a interés a Dios, y cuando da a los más humildes es a Dios a quien da: es como si le ofreciera a Dios sacrificios espirituales de suave olor.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 7, 15—8, 22

Israel pide un rey

Samuel fue juez de Israel hasta su muerte. Todos los años visitaba Betel, Guilgal y Atalaya, y allí gobernaba Israel. Luego volvía a Ramá, donde tenía su casa y solía ejercer sus funciones. Allí levantó un altar al Señor.

Cuando Samuel llegó a viejo, nombró a sus hijos jueces de Israel. El hijo mayor se llamaba Joel y el segundo Abías; ejercían el cargo en Berseba. Pero no se comportaban como su padre; atentos sólo al provecho propio, aceptaban sobornos y juzgaban contra justicia. Entonces los ancianos de Israel se reunieron y fueron a entrevistarse con Samuel en Ramá. Le dijeron:

——Mira, tú eres ya viejo y tus hijos no se comportan como tú. Nómbranos un rey que nos gobierne, como se hace en todas las naciones.

A Samuel le disgustó que le pidieran ser gobernados por un rey, y se puso a orar al Señor. El Señor le respondió:

Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, sino a mí; no me quieren por rey. Como me trataron desde el día en que los saqué de Egipto, abandonándome para servir a otros dioses, así te tratan a ti. Hazles caso; pero adviérteles bien claro, explícales los derechos del rey.

Samuel comunicó la palabra del Señor a la gente que le pedía un rey:

Estos son los derechos del rey que os regirá: a vuestros hijos los llevará para enrolarlos en sus destacamentos de carros y caballería, y para que vayan delante de su carroza; los empleará como jefes y oficiales de su ejército, como aradores de sus campos, y segadores de su cosecha, como fabricantes de armamento y de pertrechos para sus carros. A vuestras hijas se las llevará como perfumistas y reposteras. Vuestros campos, viñas y los mejores olivares, os los quitará para dárselos a sus ministros. De vuestro grano y vuestras viñas os exigirá diezmos, para dárselos a sus funcionarios y ministros. A vuestros criados y criadas, y a vuestros mejores burros y bueyes se los llevará para usarlos en su hacienda. De vuestros rebaños os exigirá diezmos. ¡Y vosotros mismos seréis sus esclavos! Entonces gritaréis contra el rey que os elegisteis, pero Dios no os responderá.

El pueblo no quiso hacer caso a Samuel, e insistió:

No importa. ¡Queremos un rey! Así seremos nosotros como los demás pueblos. Que nuestro rey nos gobierne y salga al frente de nosotros a luchar en nuestra guerra.

Samuel oyó lo que pedía el pueblo y se lo comunicó al Señor.

El Señor le respondió:

Hazles caso y nómbrales un rey.

Entonces Samuel dijo a los israelitas:

¡Cada uno a su pueblo!


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (34-35: CSEL 3, 292-293)

Los cristianos han de adorar a Dios
frecuentemente y siempre

Por lo que se refiere a la frecuencia de la oración, vemos cómo los tres jóvenes, fuertes en la fe y vencedores en el cautiverio, observaban, junto con Daniel, las horas de tercia, sexta y nona, prefigurando el misterio de la Trinidad, que habría de revelarse en los últimos tiempos.

Los antiguos adoradores de Dios, habiendo ya de antiguo determinado tales espacios espirituales de oración, se dedicaban a ella según modalidades precisas y en tiempos fijados. El curso del tiempo puso de manifiesto que, en esta manera de orar los justos de épocas anteriores, se escondía un misterio. Pues a la hora de tercia descendió sobre los discípulos el Espíritu Santo, dando así cumplimiento a la gracia prometida por el Señor. Asimismo, Pedro, subiendo a la azotea a la hora de sexta, fue instruído mediante una señal y por medio de la voz de Dios que lo interpelaba, sobre el deber de admitir a todos a la gracia de la salvación, puesto que anteriormente dudaba de conferir el bautismo a los paganos. Y el Señor, or, crucificado a la hora sexta, a la nona lavó con su sangre nuestros pecados, reportando entonces con su pasión una victoria, que le permitió redimirnos y darnos la vida.

En la actualidad, carísimos hermanos, y al margen de las horas antiguamente observadas, han aumentado los espacios de oración al ritmo de los sacramentos. De hecho, hemos de orar también por la mañana, para celebrar con la oración matutina la resurrección del Señor. Y es necesario orar además a la puesta del sol y al caer el día. En efecto, como Cristo es el verdadero sol y el verdadero día, cuando a la puesta del sol y al caer del día natural oramos pidiendo que salga sobre nosotros nuevamente la luz, en realidad imploramos la venida de Cristo portador de la gracia de la eterna luz. En los salmos, el Espíritu Santo llama a Cristo «día». Ahora bien, si en las Escrituras santas Cristo es el sol verdadero, no queda hora alguna en que los cristianos no deban adorar a Dios frecuentemente y siempre, de modo que los que estamos en Cristo, esto es, en el sol y en el día verdaderos, debemos perseverar todo el día en la oración. Y cuando según la alternativa rotación de los astros, la noche sucede al día, ningún daño puede sobrevenir a los orantes de las tinieblas nocturnas, porque para los hijos de la luz, las noches se convierten en días. ¿Cuándo, en efecto, está sin luz quien lleva la luz en el corazón? O ¿cuándo no hay sol y día para quien Cristo es sol y día?



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 9, 1-6.14—10, 1

Elección y unción de Saúl

Había un hombre de Loma de Benjamín, llamado Quis, hijo de Abiel, de Seror, de Becorá, de Afiaj, benjaminita, de buena posición. Tenía un hijo que se llamaba Saúl, un mozo bien plantado; era el israelita más alto: sobresalía por encima de todos, de los hombros arriba. A su padre, Quis, se le habían extraviado unas burras, y dijo a su hijo Saúl:

—Llévate a uno de los criados y vete a buscar las burras.

Cruzaron la serranía de Efraín y atravesaron la comarca de Salisá, pero no las encontraron. Atravesaron la comarca de Salalín, y nada. Atravesaron la comarca de Benjamín, y tampoco.

Cuando llegaron a la comarca de Suf, Saúl dijo al criado que iba con él:

Vamos a volvernos, no sea que mi padre prescinda de las burras y empiece a preocuparse por nosotros. Pero el criado repuso:

Precisamente en ese pueblo hay un hombre de Dios de gran fama; lo que él dice sucede sin falta. Vamos allá. A lo mejor nos orienta sobre lo que andamos buscando.

Subieron al pueblo. Y justamente cuando entraban en el pueblo, se encontró con ellos Samuel según salía para subir al altozano.

El día antes de llegar Saúl, el Señor había revelado a Samuel:

Mañana te enviaré un hombre de la región de Benjamín, para que lo unjas como jefe de mi pueblo, Israel, y libre a mi pueblo de la dominación filistea; porque he visto la aflicción de mi pueblo, sus gritos han llegado hasta mí.

Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le avisó:

—Ese es el hombre de quien te hablé; ése regirá a mi pueblo.

Saúl se acercó a Samuel en medio de la entrada y le dijo:

Haz el favor de decirme dónde está la casa del vidente. Samuel respondió:

Yo soy el vidente. Sube delante de mí al altozano; hoy coméis conmigo y mañana te dejaré marchar y te diré todo lo que piensas. Por las burras que se te perdieron hace tres días no te preocupes, que ya aparecieron. Además, ¿por quién suspira todo Israel? Por ti y por la familia de tu padre.

Saúl respondió:

¡Si yo soy de Benjamín, la menor de las tribus de Israel! Y de todas las familias de Benjamín, mi familia es la menos importante. ¿Por qué me dices eso?

Entonces Samuel tomó a Saúl y a su criado, los metió en el comedor y los puso en la presidencia de los convidados, unas treinta personas. Luego dijo al cocinero:

Trae la ración que te encargué, la que te dije que apartases.

El cocinero sacó el pernil y la cola, y se lo sirvió a Saúl. Samuel dijo:

—Ahí tienes lo que te reservaron; come, que te lo han guardado para esta ocasión, para que lo comas con los convidados.

Así pues, Saúl comió aquel día con Samuel. Después bajaron del altozano hasta el pueblo, prepararon la cama a Saúl en la azotea y se acostó.

Al despuntar el sol, Samuel fue a la azotea a llamarlo:

Levántate, que te despida.

Saúl se levantó, y los dos, él y Samuel, salieron de casa. Cuando habían bajado hasta las afueras, Samuel le dijo:

Dile a tu criado que vaya delante; tú párate un momento y te comunicaré la palabra de Dios.

Tomó la aceitera, derramó aceite sobre la cabeza de Saúl y lo besó, diciendo:

¡El Señor te unge como jefe de su heredad! Tú regirás al pueblo del Señor y le librarás de la mano de los enemigos que lo rodean.


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado 'sobre el Padrenuestro (36: 3, 293-294)

Los que estamos siempre en Cristo, no cesemos de orar
ni siquiera de noche

Los que estamos en Cristo, esto es, los que estamos siempre en la luz, no cesemos de orar ni siquiera de noche. Así, Ana, la viuda, rogando siempre y vigilando sin interrupción, perseveraba en hacerse grata a Dios, como está escrito en el evangelio: No se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Recapaciten tanto los paganos que todavía no han sido iluminados, como los judíos que, abandonados por la luz, quedaron en las tinieblas: nosotros, hermanos muy amados, que estamos siempre en la luz del Señor, que tenemos presente y mantenemos lo que hemos comenzado a ser por la gracia recibida, computemos la noche por día.

Abriguemos la esperanza de andar siempre en la luz, sin dejarnos obstaculizar por las tinieblas de que hemos salido: no sufran detrimento alguno las oraciones de la noche, ni la pereza o la indolencia sean causa de una pérdida de tiempo en la oración. Recreados y renacidos espiritualmente por la divina condescendencia, imitemos lo que hemos de ser en el futuro: destinados a habitar en un reino que desconoce la noche, y en el que todo es día, vigilemos durante la noche como si estuviéramos en pleno día; destinados a orar y dar gracias a Dios, no cejemos tampoco aquí de orar y dar gracias.



MIÉRCOLES

PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 11, 1-15

Saúl, vencedor, es aclamado rey por el pueblo

El amonita Serpiente hizo una incursión y acampó ante Yabés de Galaad. Los de Yabés le pidieron:

—Haz un pacto con nosotros y seremos tus vasallos. Pero Serpiente les dijo:

—Pactaré con vosotros a condición de sacaros el ojo derecho. Así afrentaré a todo Israel.

Los concejales de Yabés le pidieron:

—Danos siete días para que podamos mandar emisarios por todo el territorio de Israel. Si no hay quien nos salve, nos rendimos.

Los mensajeros llegaron a Loma de Saúl, comunicaron la noticia al pueblo, y todos se echaron a llorar a gritos. Pero, mira por dónde, llegaba Saúl del campo tras los bueyes y preguntó:

—¿Qué le pasa a la gente, que está llorando?

Le contaron la noticia que habían traído los de Yabés, y al oírlo Saúl, lo invadió el Espíritu de Dios; enfurecido, cogió la pareja de bueyes, los descuartizó y los repartió por todo Israel, aprovechando a los emisarios, con este pregón: «Así acabará el ganado del que no vaya a la guerra con Saúl y Samuel».

El temor del Señor cayó sobre la gente, fueron a la guerra como un solo hombre. Saúl les pasó revista en Centella: los de Israel eran trescientos mil y treinta mil los de Judá. Y dijo a los emisarios que habían venido:

—Decid a los de Yabés de Galaad: «Mañana, cuando caliente el sol, os llegará la salvación».

Los emisarios marcharon a comunicárselo a los de Yabés, que se llenaron de alegría, y dijeron a Serpiente:

—Mañana nos rendiremos y haréis de nosotros lo que mejor os parezca.

Al día siguiente Saúl distribuyó la tropa en tres cuerpos; irrumpieron en el campamento enemigo al relevo de la madrugada y estuvieron matando amonitas hasta que calentó el sol, los enemigos que quedaron vivos se dispersaron, de forma que no iban dos juntos. Entonces el pueblo dijo a Samuel:

—¡A ver, los que decían que Saúl no reinaría! ¡Entregadlos, que los matamos!

Pero Saúl dijo:

-Hoy no ha de morir nadie, porque hoy el Señor ha salvado a Israel.

Y Samuel dijo a todos:

—Hala, vamos a Guilgal a inaugurar allí la monarquía.

Todos fueron a Guilgal y coronaron allí a Saúl ante el Señor, ofrecieron al Señor sacrificios de comunión y celebraron allí una gran fiesta Saúl y los israelitas.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 149 (6: CCL 40, 2182-2183)

Cristo es Rey, Cristo es Sacerdote: alegrémonos en él

Que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey. El Hijo de Dios que nos creó, se hizo uno de nosotros; y nuestro Rey nos gobierna, porque nos ha hecho nuestro Creador. El que nos hizo es el mismo que nos gobierna; de aquí que se nos llame cristianos, porque él es Cristo.

Cristo se llama así por el crisma, esto es, por la unción. Antiguamente se ungía a los reyes y a los sacerdotes: él fue ungido Rey y Sacerdote. Como Rey, luchó por nosotros; como Sacerdote, se ofreció por nosotros. Cuando luchó por nosotros se le tuvo por vencido, pero realmente venció. Pues fue crucificado, pero desde la cruz, en que fue clavado, dio muerte al diablo: por eso es nuestro, Rey.

Y ¿de dónde le viene el sacerdocio? De haberse inmolado por nosotros. Facilita al sacerdote lo que ha de ofrecer. ¿Qué hubiera encontrado el hombre para presentar como víctima pura? ¿Qué víctima? ¿Qué de puro puede presentar un pecador? ¡Oh inicuo! ¡Oh impío! Inmundo es cuanto aportes, y, no obstante, ha de ofrecerse por ti algo puro. Busca en torno a ti lo que has de ofrecer: no lo encontrarás. Busca entre tus bienes algo que ofrecer; no se complace en carneros, machos cabríos o toros. De él es todo esto, aunque tú no se lo ofrezcas. Ofrécele, pues, un sacrificio puro. Pero el caso es que eres pecador, eres impío, tienes la conciencia manchada. Podrías quizá ofrecerle algo puro, una vez purificado; mas para ser purificado, necesitas que algo se ofrezca por ti.

Y ¿qué es lo que vas a ofrecer por ti, a fin de quedar limpio? Si estás limpio, podrías ofrecer lo que es puro. Ofrézcase, pues, a sí mismo el sacerdote puro y purifique. Esto es lo que hizo Cristo. Nada limpio halló en los hombres que ofrecer por los hombres; se ofreció a sí mismo como víctima pura. ¡Feliz víctima, verdadera víctima, hostia inmaculada! Así pues, no ofreció lo que nosotros le dimos, sino que ofreció más bien lo que de nosotros asumió, y lo ofreció puro. En efecto, de nosotros tomó la carne, y fue la carne la que ofreció. Y ¿de dónde la tomó? Del seno de la Virgen María, para ofrecerla pura por los impuros. El es Rey, él es Sacerdote: alegrémonos en él.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

,Del libro primero de Samuel 12, 1-25

Samuel amonesta al pueblo

Samuel dijo a los israelitas:

—Ya veis que os he hecho caso en todo lo que me pedisteis, y os he dado un rey. Pues bien, ¡aquí tenéis al rey! Yo estoy ya viejo y canoso, mientras a mis hijos los tenéis entre vosotros. Yo he actuado a la vista de todos desde mi juventud hasta ahora. Aquí me tenéis, respondedme ante el Señor y su ungido: ¿A quién le quité un buey? ¿A quién le quité un burro? ¿A quién he hecho injusticia? ¿A quién he vejado? ¿De quién he aceptado un soborno para hacer la vista gorda? Decidlo y os lo devolveré.

Respondieron:

—No nos has hecho injusticia, ni nos has vejado, ni has aceptado soborno de nadie.

Samuel añadió:

—Yo tomo hoy por testigo frente a vosotros al Señor y a su ungido: no me habéis sorprendido con nada en la mano.

Respondieron:

—Sean testigos.

Samuel dijo al pueblo:

—Es testigo el Señor, que envió a Moisés y a Aarón e hizo subir de Egipto a vuestros padres. Poneos en pie, que voy a juzgaros en presencia del Señor, repasando todos los beneficios que el Señor os hizo a vosotros y a vuestros padres: Cuando Jacob fue con sus hijos a Egipto, y los egipcios los oprimieron, vuestros padres gritaron al Señor, y el Señor envió a Moisés y a Aarón para que sacaran de Egipto a vuestros padres y los establecieran en este lugar. Pero olvidaron al Señor, su Dios, y él los vendió a Sísara, general del ejército de Yabín, rey de Jasor, y a los filisteos y al rey de Moab, y tuvieron que luchar contra ellos. Entonces gritaron al Señor: «Hemos pecado, porque hemos abandonado al Señor, para servir a Baal y Astarté; líbranos del poder de nuestros enemigos y te serviremos». El Señor envió a Yerubaal, a Barac, a Jefté y a Sansón, y os libró del poder de vuestros vecinos, y pudisteis vivir tranquilos. Pero cuando visteis que os atacaba el rey amonita Serpiente, me pedisteis que os nombrara un rey, siendo así que el Señor es vuestro rey. Pues bien, ahí tenéis al rey que pedisteis y que habéis elegido, ya veis que el Señor os ha dado un rey. Si respetáis al Señor y le servís, si le obedecéis y no os rebeláis contra sus mandatos, vosotros y el rey que reine sobre vosotros viviréis siendo fieles al Señor, vuestro Dios. Pero si no obedecéis al Señor y os rebeláis contra él, el Señor descargará la mano sobre vosotros y sobre vuestro rey, hasta destruiros. Ahora preparaos a asistir al prodigio que el Señor va a realizar ante vuestros ojos. Estamos en la siega del trigo, ¿no es cierto? Pues voy a invocar al Señor para que envíe una tronada y un aguacero; así reconoceréis la grave maldad que cometisteis ante el Señor pidiéndoos un rey.

Samuel invocó al Señor, y el Señor envió aquel día una tronada y un aguacero. Todo el pueblo, lleno de miedo ante el Señor y ante Samuel, dijo a Samuel:

—Reza al Señor, tu Dios, para que tus siervos no mueran, porque a todos nuestros pecados hemos añadido la maldad de pedirnos un rey.

Samuel contestó:

—No temáis. Ya que habéis cometido esa maldad, al menos en adelante no os apartéis del Señor; servid al Señor de todo corazón, no sigáis a los ídolos, que ni auxilian ni liberan, porque son puro vacío. Por el honor de su gran Nombre, el Señor no rechazará a su pueblo, porque el Señor se ha dignado hacer de vosotros su pueblo. Por mi parte, líbreme Dios de pecar contra el Señor dejando de rezar por vosotros. Yo os enseñaré el camino recto y bueno, puesto que habéis visto los grandes beneficios que el Señor os ha hecho, respetad al Señor y servidlo sinceramente y de todo corazón. Pero si obráis mal, pereceréis, vosotros y vuestro rey.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Regla pastoral (Parte 1, cap 3: PL '177,16-17)

La carga del gobierno

Brevemente hemos dicho todo esto, para poner de manifiesto cuán pesada sea la carga del gobierno y con el propósito de que quien no sea capaz de estos sagrados oficios no se atreva a profanarlos, ni, por el prurito de sobresalir, emprenda el camino de la perdición. Por eso, piadosamente lo prohíbe Santiago, diciendo: Hermanos míos, sois demasiados los que pretendéis ser maestros. Por eso, el mismo Mediador entre Dios y los hombres, que, superando en ciencia y prudencia a los mismos espíritus celestiales, reina en los cielos desde antes de los siglos, rehusó aceptar el reino de la tierra. Pues está escrito: Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo Rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo.

Y ¿quién hubiera podido gobernar más acertadamente a los hombres que aquel que iba a regir a sus mismas criaturas? Pero como se había encarnado no sólo para redimirnos con su pasión, sino para enseñarnos con su conducta, proponiéndose a sí mismo como modelo a sus seguidores, no consintió que le hicieran rey, él que, en cambio, se dirigió espontáneamente al patíbulo de la cruz; rehuyó la dignidad que se le brindaba y apeteció la ignominiosa pena de muerte. Y esto precisamente para que sus miembros aprendieran a rehuir los favores del mundo y a no temer sus amenazas; a amar, en aras de la verdad, las cosas adversas y a declinar, temerosos, las prósperas, porque éstas mancillan con frecuencia el corazón con la hinchazón de la soberbia, mientras que aquéllas lo purifican mediante el dolor. En la prosperidad el ánimo se exalta, mientras que en la adversidad, aun cuando en ocasiones se exaltare, acaba humillándose. En la prosperidad el hombre se olvida de sí mismo, mientras que en la adversidad, aun en contra de su voluntad, es obligado a pensar en sí mismo. En la prosperidad, muchas veces, se echa a perder el bien previamente realizado, mientras que en la adversidad se expían incluso las culpas mucho tiempo antes cometidas.

Pues ocurre con frecuencia que, en la escuela del dolor, el corazón acaba aceptando la disciplina, mientras que si es sublimado al culmen del mando, se acostumbra rápidamente a los honores y termina víctima del orgullo. Es lo que le sucedió a Saúl, que, considerándose en un primer momento indigno, se había escondido; en cuanto empuñó las riendas del gobierno, se hinchó de soberbia; y deseoso de ser honrado ante el pueblo, al rechazar la corrección pública, apartó de sí al mismo que le había ungido rey. Lo mismo le ocurrió a David, quien, habiendo sido grato —a juicio del autor— en casi todos sus actos, en cuanto le faltó el peso de la tribulación, salió a la superficie el tumor de la naturaleza corrompida. Pues en un principio se opuso a la muerte de su perseguidor caído en sus manos, pero más tarde consintió en la muerte de un soldado adicto, aun con perjuicio del ejército que luchaba denodadamente. Y si los castigos no lo hubieran reconducido al perdón, ciertamente la culpa lo habría conducido muy lejos del número de los elegidos.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 15, 1-23

El Señor rechaza a Saúl a causa de su pecado

Samuel dijo a Saúl:

—El Señor me envió para ungirte rey de su pueblo Israel. Por tanto, escucha las palabras del Señor. Así dice el Señor de los ejércitos: «Voy a tomar cuentas a Amalec de lo que hizo contra Israel, atacándolo cuando subía de Egipto. Ahora ve y atácalo; entrega al exterminio todos sus haberes, y a él no lo perdones; mata a hombres y mujeres, niños de pecho y chiquillos, toros y ovejas, camellos y burros».

Saúl convocó al ejército y le pasó revista en Telán: doscientos mil de infantería y diez mil de caballería. Marchó a las ciudades amalecitas y puso emboscadas en la vaguada. A los quenitas les envió este mensaje:

—Vosotros salid del territorio amalecita y bajad. Os portasteis muy bien con los israelitas cuando subían de Egipto y yo no quiero mezclaros con Amalec.

Los quenitas se apartaron de los amalecitas. Saúl derrotó a los amalecitas desde Telán, según se va a La Muralla, en la frontera de Egipto. Capturó vivo a Agag, rey de Amalec, pero a su ejército lo pasó a cuchillo. Saúl y su ejército perdonaron la vida a Agag, a las mejores ovejas y vacas, al ganado bien cebado, a los corderos y a todo lo que valía la pena, sin querer exterminarlo; en cambio, exterminaron lo que no valía nada.

 El Señor dirigió la palabra a Samuel:

—Me pesa haber hecho rey a Saúl, porque ha apostatado de mí y no cumple mis órdenes.

Samuel se entristeció y se pasó la noche gritando al Señor. Por la mañana madrugó y fue a encontrar a Saúl; pero le dijeron que se había ido a La Vega, donde había erigido una estela, y después, dando un rodeo, había baja-do a Guilgal. Samuel se presentó a Saúl, y éste le dijo:

—El Señor te bendiga. He cumplido el encargo del Señor.

Samuel le preguntó:

—¿Y qué son esos balidos que oigo y esos mugidos que siento?

Saúl contestó:

—Los han traído de Amalec. La tropa ha dejado con vida a las mejores ovejas y vacas, para ofrecérselas en sacrificio al Señor. El resto lo hemos exterminado.

Samuel replicó:

—Pues déjame que te cuente lo que el Señor me ha dicho esta noche.

Contestó Saúl:

—Dímelo.

Samuel dijo:

—Aunque te creías pequeño, eres la cabeza de las tribus de Israel, porque el Señor te ha nombrado rey de Israel. El Señor te envió a esta campaña con orden de exterminar a esos pecadores amalecitas, combatiendo hasta acabar con ellos. ¿Por qué no has obedecido al Señor? ¿Por qué has echado mano a los despojos, haciendo lo que el Señor reprueba?

Saúl replicó:

—Pero ¡si he obedecido al Señor! He hecho la campaña a la que me envió, he traído a Agag, rey de Amalec, y he exterminado a los amalecitas. Si la tropa tomó del botín ovejas y vacas, lo mejor de lo destinado al exterminio, lo hizo para ofrecérselas en sacrificio al Señor, tu Dios, en Guilgal.

Samuel contestó:

—¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos, o quiere que obedezcan al Señor? Obedecer vale más que un sacrificio; ser dócil, más que grasa de carneros. Pecado de adivinos es la rebeldía, crimen de idolatría es la obstinación. Por haber rechazado al Señor, el Señor te rechaza hoy como rey.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 2 (5-8: Edit Reisch 1, 445-449)

La salvación proviene de la misericordia de Dios

El que por nosotros derramó su sangre es el que nos librará del pecado. No nos desesperemos, hermanos, para no caer en un estado de desolación y desesperanza. Terrible cosa es no tener fe en la esperanza de la conversión. Pues quien no espera la salvación, acumula males sin medida; quien, por el contrario, espera poder recuperar la salud, fácilmente se otorga en lo sucesivo a sí mismo el perdón. De hecho, el ladrón que ya no espera la gracia del perdón, se encamina hacia la contumacia: pero si espera el perdón, muchas veces acepta la penitencia. ¿Por qué la culebra puede deponer la camisa, y nosotros no deponemos el pecado?

Dios es benigno y lo es en no pequeña escala. Por eso, guárdate de decir: he sido disoluto y adúltero, he perpetrado cosas funestas y esto no una sino muchísimas veces: ¿me querrá Dios perdonar? ¿Será posible que en adelante no se acuerde más de ello? Escucha lo que dice el salmista ¡Qué grande es tu bondad, Señor! El cúmulo de todos tus pecados no supera la inmensa compasión de Dios; tus heridas no superan la experiencia del médico supremo. Basta que te confíes plenamente a él, basta con que confieses al médico tu enfermedad; di tú también con David: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y se operará en ti lo mismo que se dice a continuación: Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

¿Quieres ver la benevolencia de Dios y su inconmensurable magnanimidad? Escucha lo que pasó con Adán. Adán, el primer hombre creado por Dios, había quebrantado el mandato del Señor: ¿no habría podido condenarlo a muerte en aquel mismo momento? Pues bien, fíjatelo que hace el Señor, que ama al hombre a fondo perdido: lo expulsó del paraíso y lo colocó a oriente del paraíso, para que viendo de dónde había sido arrojado y de qué a cuál situación había sido expulsado, se salvara posteriormente por medio de la penitencia.

Es una auténtica benignidad y esta benignidad fue la de Dios; pero aún es pequeña si se la compara con los beneficios subsiguientes. Recuerda lo que ocurrió en tiempos de Noé. Pecaron los gigantes y en aquel entonces se multiplicó grandemente la iniquidad sobre la tierra, tanto que hizo inevitable el diluvio: repara en la benignidad de Dios que se prolongó por espacio de cien años. ¿O es que lo que hizo al cabo de los cien años no pudo haberlo hecho inmediatamente? Pero lo hizo a propósito, para dar tiempo a los avisos inductores a la penitencia. ¿No ves la bondad de Dios? Y si aquellos hubieran hecho entonces penitencia, no habrían sido excluidos de la benevolencia de Dios.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 16, 1-13

David es ungido rey

En aquellos días, el Señor dijo a Samuel:

«¿Hasta cuándo vas a estar lamentándote por Saúl, si yo lo he rechazado como rey de Israel? Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey».

Samuel contestó:

«¿Cómo voy a ir? Si se entera Saúl, me mata». El Señor le dijo:

«Llevas una novilla y dices que vas a hacer un sacrificio al Señor. Convidas a Jesé al sacrificio, y yo te indicaré lo que tienes que hacer; me ungirás al que yo te diga».

Samuel hizo lo que le mandó el Señor. Cuando llegó a Belén, los ancianos del pueblo fueron ansiosos a su encuentro:

«¿Vienes en son de paz?»

Respondió:

«Sí, vengo a hacer un sacrificio al Señor. Purificaos y venid conmigo al sacrificio».

Purificó a Jesé y a sus hijos y los convidó al sacrificio. Cuando llegó, vio a Eliab y pensó:

«Seguro, el Señor tiene delante a su ungido».

Pero el Señor le dijo:

«No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón».

Jesé llamó a Abinadab y lo hizo pasar ante Samuel; y Samuel le dijo:

«Tampoco a éste lo ha elegido el Señor».

Jesé hizo pasar a Samá; y Samuel le dijo:

«Tampoco a éste lo ha elegido el Señor».

Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo:

«Tampoco a éstos los ha elegido el Señor».

Luego preguntó a Jesé:

«¿Se acabaron los muchachos?»

Jesé respondió:

«Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas».

Samuel dijo:

«Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue».

Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel:

«Anda, úngelo, porque es éste».

Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante. Samuel emprendió la vuelta a Ramá.


SEGUNDA LECTURA

Faustino Luciferiano, Tratado sobre' la Trinidad (39-40: CCL 69, 340-341)

Cristo es rey y sacerdote eterno

Nuestro Salvador fue verdaderamente ungido, en su condición humana, ya que fue verdadero rey y verdadero sacerdote, las dos cosas a la vez, tal y como convenía a su excelsa condición. El salmo nos atestigua su condición de rey, cuando dice: Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, mi monte santo. Y el mismo Padre atestigua su condición de sacerdote, cuando dice: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec. Aarón fue el primero en la ley antigua que fue constituido sacerdote por la unción del crisma y, sin embargo, no se dice: «Según el rito de Aarón», para que nadie crea que el Salvador posee el sacerdocio por sucesión. Porque el sacerdocio de Aarón se transmitía por sucesión, pero el sacerdocio del Salvador no pasa a los otros por sucesión, ya que él permanece sacerdote para siempre, tal como está escrito: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.

El Salvador es, por lo tanto, rey y sacerdote según su humanidad, pero su unción no es material, sino espiritual. Entre los israelitas, los reyes y sacerdotes lo eran por una unción material de aceite; no que fuesen ambas cosas a la vez, sino que unos eran reyes y litros eran sacerdotes; sólo a Cristo pertenece la perfección y la plenitud en todo, él, que vino a dar plenitud a la ley.

Los israelitas, aunque no eran las dos cosas a la vez, eran, sin embargo, llamados cristos (ungidos), por la unción material del aceite que los constituía reyes o sacerdotes. Pero el Salvador, que es el verdadero Cristo, fue ungido por el Espíritu Santo, para que se cumpliera lo que de él estaba escrito: Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros. Su unción supera a la de sus compañeros, ungidos como él, porque es una unción de júbilo, lo cual significa el Espíritu Santo.

Sabemos que esto es verdad por las palabras del mismo Salvador. En efecto, habiendo tomado el libro de Isaías, lo abrió y leyó: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido; y dijo a continuación que entonces se cumplía aquella profecía que acababan de oír. Y, además, Pedro, el príncipe de los apóstoles, enseñó que el crisma con que había sido ungido el Salvador es el Espíritu Santo y la fuerza de Dios, cuando, en los Hechos de los apóstoles, hablando con el centurión, aquel hombre lleno de piedad y de misericordia, dijo entre otras cosas: La cosa empezó en Galilea, cuando Juan predicaba el bautismo. Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.

Vemos, pues, cómo Pedro afirma de Jesús que fue ungido, según su condición humana, con la fuerza del Espíritu Santo. Por esto, Jesús, en su condición humana, fue con toda verdad Cristo o ungido, ya que por la unción del Espíritu Santo fue constituido rey y sacerdote eterno.