DOMINGO VII DE PASCUA

El siguiente formulario se utiliza en los lugares donde la solemnidad de la Ascensión se celebra el jueves de la semana VI del tiempo pascual.


PRIMERA LECTURA

Como el sábado precedente.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 6 sobre la primera carta de san Juan (9-10: SC 75, 296-300)

Pregunta a tu corazón si hay en él un lugar
para el amor fraterno

Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros. Ya veis que este es su mandamiento; ya veis que quien obra contra este mandamiento comete pecado, pecado de que carece el que ha nacido de Dios. Tal como nos lo mandó: que nos amemos mutuamente. Quien guarda sus mandamientos. Ya veis que no se nos manda otra cosa, sino que nos amemos unos a otros. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.

¿Acaso no es evidente que la obra del Espíritu Santo en el hombre, es que en él esté la dilección y el amor? ¿Acaso no es evidente lo que dice el apóstol Pablo: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado? Hablaba, pues, del amor y decía que debemos interrogar nuestro corazón en presencia de Dios. En caso de que no nos condene nuestra conciencia, esto es, si da testimonio de que el amor fraterno es la fuente de todo lo que de bueno hay en nuestras obras. Añadamos además que, hablando del mandamiento, Juan dice: Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. En efecto, si compruebas poseer la caridad, posees el Espíritu de Dios para comprender, lo cual es sobremanera necesario.

En los primeros tiempos, el Espíritu Santo descendía sobre los creyentes, y hablaban en lenguas que no habían aprendido, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Eran signos apropiados a los tiempos. Pues era muy conveniente que el Espíritu Santo fuera significado por este don de la universalidad de lenguas, ya que a través de todas las lenguas habría de difundirse el evangelio de Dios por todo el orbe de la tierra. Una vez significado esto, el signo pasó.

¿Acaso esperamos hoy que aquellos sobre quienes se imponen las manos para que reciban el Espíritu Santo, se pongan a hablar en lenguas? ¿O es que cuando impusimos las manos a estos niños, estaba cada uno de vosotros pendiente a ver si se ponían a hablar lenguas? Y al comprobar que no hablaban en lenguas, ¿hubo alguno de vosotros de corazón tan perverso que dijera: «Estos no han recibido el Espíritu Santo, pues de haberlo recibido, hablarían en lenguas como sucedía entonces»? Y si ahora no se testifica la presencia del Espíritu Santo mediante este tipo de milagros, ¿qué hacer, cómo conocer que uno ha recibido el Espíritu Santo?

Que cada uno interrogue su corazón: si ama al hermano, el Espíritu Santo permanece en él. Que vea y se examine a los ojos de Dios, que vea si ama la paz y la unidad, si ama a la Iglesia extendida por toda la tierra. Que mire de no amar solamente al hermano que tiene ante sí: pues son muchos los hermanos que no vemos y a los que estamos vinculados en la unidad del Espíritu. ¿Hay algo de extraño en que no estén con nosotros? Formamos un solo cuerpo, tenemos una sola cabeza en el cielo. Por tanto, si quieres saber si has recibido el Espíritu Santo, pregunta a tu corazón, no sea que tengas el sacramento y te falte la virtud del sacramento. Pregunta a tu corazón; si en él hay un lugar para el amor fraterno, estáte tranquilo. No puede haber amor sin el Espíritu de Dios, puesto que Pablo exclama: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Juan 4;1-10

Dios nos amó

Queridos hermanos: No os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo.

Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.

En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 6 sobre la primera carta de san Juan (11: SC 75, 300-304)

Por medio del Espíritu Santo el alma es purificada
y alimentada

Queridos hermanos: No os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios. Y ¿quién es el que discierne los espíritus? Hermanos míos, nos plantea un difícil problema; lo mejor es que nos diga él mismo los criterios de discernimiento. Escuchad atentamente lo que dice: Queridos hermanos: No os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios.

En el evangelio, el Espíritu Santo viene designado con el nombre de agua, cuando el Señor gritaba diciendo: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba; de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. El evangelista declaró a qué se refería, cuando escribe a continuación: Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. ¿Por qué el Señor no bautizó a muchos? ¿Qué es lo que dice Juan? Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado. Debido, pues, a que, teniendo el bautismo, no habían todavía recibido el Espíritu Santo, que el Señor envió desde el cielo el día de Pentecostés, se esperaba a que el Señor fuera glorificado para derramar el Espíritu.

Mientras tanto, antes de ser glorificado y antes de enviar el Espíritu, invita a los hombres a que se preparen para recibir el agua, de la que dijo: El que tenga sed, que venga a mí; y: el que cree en mí, que beba; de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. ¿Qué significa: torrentes de agua viva? ¿Qué significa aquella agua? Que nadie me pregunte; pregunta al evangelio: Decía esto —subraya— refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Así pues, una cosa es el agua del sacramento, y otra el agua que simboliza al Espíritu Santo.

El agua del sacramento es visible; el agua del Espíritu es invisible. La primera lava el cuerpo y significa lo que produce en el alma; por medio del Espíritu el alma misma es purificada y alimentada. Este es el Espíritu de Dios, que no pueden poseer quienes rompen con la Iglesia. E incluso los que no rompen abiertamente con la Iglesia, pero están de ella apartados por el pecado, y dentro de ella oscilan como la paja y no son grano, incluso éstos están privados del Espíritu.

Este Espíritu es designado por el Señor con el nombre de agua. Lo hemos oído en esta carta: No os fiéis de cualquier espíritu, y lo atestiguan aquellas palabras de Salomón: Abstenerse del agua ajena. ¿Qué es el agua? El Espíritu. ¿Pero siempre el agua significa el Espíritu? No siempre: en algunos pasajes significa el bautismo, en otros los pueblos, en otros la sabiduría. Por tanto, la palabra agua tiene diversos significados en distintos textos de la Escritura. Hace un momento, sin embargo, habéis oído llamar agua al Espíritu Santo, y no debido a una interpretación personal, sino según el testimonio evangélico que afirma: Decía esto refiriéndose al Espíritu Santo, que habían de recibir los que creyeran en él.



MARTES


PRIMERA
LECTURA

De la primera carta del apóstol san Juan 4, 11-21

Dios es amor

Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu.

Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.

En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero.

Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: Quien ama a Dios, ame también a su hermano.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 94 sobre el evangelio de san Juan (1-3: CCL 36, 561-563)

Después de la partida de Cristo,
era necesario el Consolador

Habiendo el Señor Jesús predicho a sus discípulos las persecuciones de que iban a ser objeto después de su partida, continuó diciendo: Esto no os lo he dicho antes, porque estaba con vosotros, pero ahora me voy al que me envió. ¿Qué significan estas palabras, sino lo que aquí dice del Espíritu Santo, esto es, que vendría sobre ellos y que daría testimonio cuando fueren objeto de persecuciones, no lo había dicho antes porque estaba con ellos?

Por consiguiente, aquel consolador o abogado se había hecho necesario después de la partida de Cristo y, por eso, no había hablado de él desde el principio cuando estaba con ellos, porque su presencia física los consolaba. Pero al marcharse él, era oportuno que les hablara de la venida del Espíritu, con el cual el amor iba a derramarse en sus corazones, capacitándoles para predicar la palabra de Dios con valentía, mientras él, desde dentro, da testimonio de Cristo en lo íntimo de sus almas. Así también ellos podrían dar testimonio de Cristo, sin escandalizarse cuando los judíos, sus adversarios, les echaran de las sinagogas y les diesen muerte pensando que daban culto a Dios. De hecho, la caridad, que debía ser derramada en sus corazones con el don del Espíritu Santo, todo lo aguanta.

El sentido pleno de sus palabras sería, por tanto, éste: que se disponía a hacer en ellos sus mártires, es decir, sus testigos por medio del Espíritu Santo, de modo que, actuando él en ellos, fueran capaces de soportar la persecución y toda clase de contrariedades sin que se enfriara en ellos el fervor de la predicación, inflamados con aquel fuego divino. Os he hablado –dice– de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho. Es decir, os he hablado de esto no solamente porque habréis de sufrir persecuciones, sino porque cuando venga el Paráclito, él dará testimonio de mí, para que vosotros no calléis esto por temor, con lo cual también vosotros daréis testimonio. No os lo he dicho antes, porque estaba con vosotros, y yo os consolaba con mi presencia corporal, accesible a vuestros sentidos humanos, que, aunque pequeños, erais capaces de percibir.

Pero ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros –dice– me pregunta: ¿adónde vas? Quiere dar a entender que se va a ir de tal manera, que nadie tendrá por qué preguntarle, ya que lo verán manifiestamente irse ante sus mismos ojos. Anteriormente, en efecto, sí que le preguntaron dónde pensaba irse, y les había contestado que se iba a un lugar donde ellos no eran por entonces capaces de ir. Ahora, en cambio, promete irse de modo que ninguno tenga necesidad de preguntarle adónde se va. Una nube le ocultó a sus ojos cuando ascendió dejándolos a ellos. Y al subir al cielo, no le hicieron pregunta alguna: simplemente le siguieron con la mirada.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Juan 5, 1-12

Lo que ha conseguido la victoria es nuestra fe

Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.

¿Quién es el que vence ál mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los testigos: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo. Si aceptamos el testimonio humano, más fuerza tiene el testimonio de Dios. Este es el testimonio de Dios, un testimonio acerca de su Hijo.

El que cree en el Hijo de Dios tiene dentro el testimonio. Quien no cree a Dios le hace mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y éste es el testimonio: Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo tiene la vida, quien no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 87 sobre el evangelio de san Juan (1: CCL 36, 543-544)

Por la caridad nos amamos mutuamente,
por la caridad amamos a Dios

Esto os mando —dice el Señor—: que os améis unos a otros. De lo cual debemos colegir que éste es nuestro fruto, del que dice: Yo os he elegido para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. Y lo que añade: De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé, demuestra que ciertamente nos lo dará, si nos amamos unos a otros. Pues incluso esto es donación de aquel que nos eligió cuando no dábamos fruto –pues no fuimos nosotros quienes le elegimos a él–, y nos destinó para que diéramos fruto, esto es, para que nos amáramos mutuamente. Sin él, nosotros no podemos producir este fruto, como los sarmientos no son capaces de dar fruto separados de la vid. La caridad es, pues, nuestro fruto, fruto que el Apóstol define: El amor brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera. Por esta caridad nos amamos mutuamente, por la caridad amamos a Dios.

Pues no podríamos amarnos mutuamente con amor sincero, si no amásemos a Dios. Se ama al prójimo como a sí mismo, si se ama a Dios, ya que si no ama a Dios, no se ama a sí mismo. Estos dos mandamientos del amor sostienen la ley entera y los profetas. Este es nuestro fruto. Éste es el fruto que nos exige a nosotros al decir: Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros. Por eso el apóstol Pablo, queriendo recomendar el fruto del Espíritu en oposición a las obras de la carne, coloca en primer lugar al amor, diciendo: El fruto del Espíritu es: el amor; y a continuación enumera los restantes como emanados del amor y en íntima conexión con él. Son: alegría, paz, longanimidad, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí.

¿Quién puede alegrarse de verdad, si no ama el bien del que dimana su alegría? ¿Quién puede tener auténtica paz, si no la tiene con quien ama de verdad? ¿Quién es longánime conservándose perseverante en el bien, si no posee el fervor de la caridad? ¿Quién es servicial sin amar al que socorre? ¿Quién es bueno si no lo es por el amor? ¿Quién es provechosamente fiel, sino en virtud de una fe activa en la práctica del amor? Con razón, pues, el Maestro bueno nos recomienda tan a menudo el amor, como el único mandamiento posible, sin el cual todas las demás cualidades buenas no sirven de nada, y que no puede poseerse sin estas otras buenas cualidades, que hacen bueno al hombre.



JUEVES


PRIMERA
LECTURA

De la primera carta del apóstol san Juan 5, 13-21

La oración por los pecadores

Queridos hermanos: Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna.

En esto está la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que hayamos pedido.

Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es de muerte, pida y le dará vida –a los que cometan pecados que no son de muerte, pues hay un pecado que es de muerte, por el cual no digo que pida–. Toda injusticia es pecado, pero hay pecado que no es de muerte.

Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios lo guarda, y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero yace en poder del Maligno. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y la vida eterna.

Hijos míos, guardaos de los ídolos. Amén.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 124 sobre el evangelio de san Juan (5.7: CCL 36, 685-687)

Dos vidas

La Iglesia sabe de dos vidas, ambas anunciadas y recomendadas por el Señor; de ellas, una se desenvuelve en la fe, la otra en la visión; una durante el tiempo de nuestra peregrinación, la otra en las moradas eternas; una en medio de la fatiga, la otra en el descanso; una en el camino, la otra en la patria; una en el esfuerzo de la actividad, la otra en el premio de la contemplación.

La primera vida es significada por el apóstol Pedro, la segunda por él apóstol Juan. La primera se.desarrolla toda ella aquí, hasta el fin de este mundo, que es cuando terminará; la segunda se inicia oscuramente en este mundo, pero su perfección se aplaza hasta el fin de él, y en el mundo futuro no tendrá fin. Por eso se le dice a Pedro: Sígueme, en cambio de Juan se dice: Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú, sígueme. «Tú, sígueme por la imitación en soportar las dificultades de esta vida; él, que permanezca así hasta mi venida para otorgar mis bienes». Lo cual puede explicarse más claramente así: «Sígame una actuación perfecta, impregnada del ejemplo de mi pasión; pero la contemplación incoada permanezca así hasta mi venida para perfeccionarla».

El seguimiento de Cristo consiste, pues, en una amorosa y perfecta constancia en el sufrimiento, capaz de llegar hasta la muerte; la sabiduría, en cambio, permanecerá así, en estado de perfeccionamiento, hasta que venga Cristo para llevarla a su plenitud. Aquí, en efecto, hemos de tolerar los males de este mundo en el país de los mortales; allá, en cambio, contemplaremos los bienes del Señor en el país de la vida.

Aquellas palabras de Cristo: Si quiero que se quede hasta que yo venga, no debemos entenderlas en el sentido de permanecer hasta el fin o de permanecer siempre igual, sino en el sentido de esperar; pues lo que Juan representa no alcanza ahora su plenitud, sino que la alcanzará con la venida de Cristo. En cambio, lo que representa Pedro, a quien el Señor dijo: Tú, sigueme, hay que ponerlo ahora por obra, para alcanzar lo que esperamos. Pero nadie separe lo que significan estos dos apóstoles, ya que ambos estaban incluidos en lo que significaba Pedro y ambos estarían después incluidos en lo que significaba Juan. El seguimiento del uno y la permanencia del otro eran un signo. Uno y otro, creyendo, toleraban los males de esta vida presente; uno y otro, esperando, confiaban alcanzar los bienes de la vida futura.

Y no sólo ellos, sino que toda la santa"Iglesia, esposa de Cristo, hace lo mismo, luchando con las tentaciones presentes, para alcanzarla felicidad futura. Pedro y Juan fueron, cada uno, figura de cada una de estas dos vidas. Pero uno y otro caminaron por la fe, en la vida presente; uno y otro habían de gozar para siempre de la visión, en la vida futura.

Por esto, Pedro, el primero de los apóstoles, recibió las llaves del reino de los cielos, con el poder de atar y desatar los pecados, para que fuese el piloto de todos los santos, unidos inseparablemente al cuerpo de Cristo, en medio de las tempestades de esta vida; y, por esto, Juan, el evangelista, se reclinó sobre el pecho de Cristo, para significar el tranquilo puerto de aquella vida arcana.

En efecto, no sólo Pedro, sino toda la Iglesia ata y desata los pecados. Ni fue sólo Juan quien bebió, en la fuente del pecho del Señor, para enseñarla con su predicación, la doctrina acerca de la Palabra que existía en el principio y estaba en Dios y era Dios –y lo demás acerca de la divinidad de Cristo, y aquellas cosas tan sublimes acerca de la trinidad y unidad de Dios, verdades todas estas que contemplaremos cara a cara en el reino, pero que ahora, hasta que venga el Señor, las tenemos que mirar como en un espejo y oscuramente—, sino que el Señor en persona difundió por toda la tierra este mismo Evangelio, para que todos bebiesen de él, cada uno según su capacidad.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Segunda carta del apóstol san Juan 1-13

Quien permanece en la doctrina
posee al Padre y al Hijo

El anciano a la señora elegida y a sus hijos, a los que yo amo de verdad; y ira sólo yo, sino también todos los que tienen conocimiento de la verdad, gracias a la verdad que permanece en nosotros y que nos acompañará para siempre. Nos acompañará la gracia, misericordia y paz de Dios Padre y de Jesucristo, el Hijo del Padre, con la verdad y el amor.

Me alegré mucho al enterarme de que tus hijos caminan en la verdad, según el mandamiento que el Padre nos dio. Ahora tengo algo que pedirte, señora. No pienses que escribo para mandar algo nuevo, sino sólo para recordaros el mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros. Y amar significa seguir los mandamientos de Dios. Como oísteis desde el principio, éste es el mandamiento que debe regir vuestra conducta.

Es que han salido en el mundo muchos embusteros que no reconocen que Jesucristo vino en la carne. El que diga eso es el embustero y el anticristo. Estad en guardia, para que recibáis el pleno salario y no perdáis vuestro trabajo.

Todo el que se propasa y no permanece en la doctrina de Cristo no posee a Dios; quien permanece en la doctrina posee al Padre y al Hijo. Si os visita alguno que no trae esa doctrina, no lo recibáis en casa ni le deis la bienvenida; quien le da la bienvenida se hace cómplice de sus malas acciones.

Aunque tengo mucho más que deciros, no quiero confiarlo al papel y la tinta; espero ir a visitaros y hablar cara a cara, para que nuestra alegría sea completa. Te saludan los hijos de tu hermana elegida.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 92 sobre el evangelio de san Juan (1-2: CCL 36, 555-556)

El amor de Dios, que ha sido derramado
en nuestros corazones con el Espíritu Santo
nos dará valentía para ser sus testigos

El Señor Jesús en la conversación que mantuvo con sus discípulos después de la cena, próximo ya a la pasión, como quien está para partir y privarlos de su presencia corporal, aunque permaneciendo con todos los suyos, con su presencia espiritual, hasta el fin del mundo, les exhortó a soportar las persecuciones de los impíos, a quienes designó con el nombre de mundo. Y sin embargo afirma que ha escogido a sus discípulos sacándolos del mundo, para que supieran que por la gracia de Dios son lo que son, y por sus vicios fueron lo que eran. A continuación añade: Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el espíritu de la Verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí: y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. ¿Qué relación tienen estas palabras con lo que antes había dicho: Pero ahora han visto y, a pesar de eso, nos han tomado odio a mí y a mi Padre. Pero así se cumple lo escrito en la ley: «Me odiaron sin razón»?

¿Es que cuando vino el Paráclito, el Espíritu de la Verdad, convenció a los que habían visto y odiado con un testimonio más evidente? Efectivamente, ya que su manifestación convirtió a la fe, activa en la práctica del amor, incluso a algunos de aquellos que vieron y todavía odiaban.

Para mejor comprenderlo, recordemos la sucesión de los hechos. El día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre ciento veinte hombres que estaban juntos, entre los cuales se hallaban también todos los Apóstoles. Cuando éstos, llenos del Espíritu, empezaron a hablar en lenguas extranjeras, varios de los que odiaban, estupefactos ante semejante maravilla y traspasado el corazón, se convirtieron. Y entonces, obtuvieron el perdón merced a aquella preciosa sangre tan impía y cruelmente derramada, de suerte que fueron redimidos por la misma sangre que ellos derramaron. Pues la sangre de Cristo de tal manera fue derramada para el perdón de todos los pecados que tiene poder de cancelar incluso el pecado por el que fue derramada. Intuyendo esto el Señor, decía: Me odiaron sin razón. Cuando venga el Paráclito, él dará testimonio de mí. Como si dijera: Viéndome, me odiaron y me mataron; pero el Paráclito dará de mí un testimonio tal que les hará creer cuando no me vean.

Y también vosotros -dice— daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Lo dará el Espíritu Santo, lo daréis también vosotros. Pues por estar conmigo desde el principio, podéis anunciar lo que sabéis, y para que no lo hagáis todavía, aún no se os ha comunicado la plenitud de aquel Espíritu. Así pues, él dará testimonio de mí, y también vosotros; os dará valentía para ser mis testigos el amor de Dios, que ha sido derramado en vuestros corazones con el Espíritu Santo, que os será dado.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Tercera carta del apóstol san Juan 1-4

Procedamos con sinceridad

El anciano a su amigo Gayo, a quien quiere de verdad.

Querido amigo, te deseo que la prosperidad personal de que ya gozas se extienda a todos tus asuntos, y buena salud. Me alegré muchísimo cuando llegaron unos hermanos y nos hablaron de tu sinceridad, de cómo procedes en la verdad. No puedo tener mayor alegría que enterarme de que mis hijos proceden con sinceridad.

Querido amigo, te portas con plena lealtad en todo lo que haces por los hermanos, y eso que para ti son extraños. Ellos han hablado de tu caridad, ante la comunidad de allí. Por favor, provéelos para el viaje como Dios se merece; ellos se pusieron en camino para trabajar por élsin aceptar nada de los gentiles. Por eso debemos nosotros sostener a los hombres como éstos, cooperando así en la propagación de la verdad.

Escribí unas letras a la comunidad, pero Diotrefes, con su afán de dominar, no nos acepta. En vista de eso, cuando vaya por ahí, sacaré a relucir lo que está haciendo con esas puyas malignas que nos echa. Y, no contento con eso, él, por sí y ante sí, tampoco acepta a los hermanos, y a los que quieren aceptarlos se lo impide y los expulsa de la comunidad.

Querido amigo, no imites lo malo, sino lo bueno; quien hace el bien es de Dios, quien hace el mal no ha visto a Dios. Todos recomiendan a Demetrio, y esto responde a la verdad; también nosotros lo recomendamos, y sabes que nuestro testimonio es verdadero.

Tendría mucho que decirte, pero no quiero hacerlo con tinta y pluma. Espero verte pronto y hablar cara a cara. La paz esté contigo. Te saludan los amigos. Saluda tú a los amigos uno por uno.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 2 en la solemnidad de Pentecostés (1: PG 50, 463-465)

La fuerza del Espíritu Santo

Amadísimos: Ningún humano discurso es capaz de dar a entender los grandiosos dones que en el día de hoy nos ha otorgado nuestro benignísimo Dios. Por eso, gocémonos todos a la par, y alabemos a nuestro Señor rebosando de alegría. La festividad de este día debe, en efecto, reunir a todo el pueblo en pleno. Pues así como en la naturaleza las cuatro estaciones o solsticios del año se suceden unos a otros, así también en la Iglesia del Señor una solemnidad sucede a otra solemnidad transmitiéndonos sucesivamente las variadas facetas del misterio. Así, hemos recientemente celebrado la fiesta de la Pasión, de la Resurrección y, finalmente, la Ascención de nuestro Señor a los cielos; hoy, por último, hemos llegado al mismo culmen de los bienes, al fruto mismo de las promesas del Señor.

Porque si me voy –dice– os enviaré otro Paráclito, y no os dejaré desamparados. ¡Ved cuánta solicitud! ¡Ved qué inefable bondad! Hace sólo unos días subió al cielo, recibió el trono real, recuperó su sede a la derecha del Padre; y hoy hace descender sobre nosotros el Espíritu Santo y, con él, nos colma de mil bienes celestiales. Porque —pregunto—, ¿hay alguna de cuantas gracias operan nuestra salvación, que no nos haya sido dispensada a través del Espíritu Santo?

Por él somos liberados de la esclavitud, llamados a la libertad, elevados a la adopción, somos —por decirlo así–plasmados de nuevo, y deponemos la pesada y fétida carga de nuestros pecados; gracias al Espíritu Santo vemos los coros de los sacerdotes, tenemos el colegio de los doctores; de esta fuente manan los dones de revelación y las gracias de curar, y todos los demás carismas con que la Iglesia de Dios suele estar adornada emanan de este venero. Es lo que Pablo proclama, diciendo: El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece. Como a él le parece –dice–, no como se le ordena; repartiendo, no repartido; por propia autoridad no sujeto a autoridad. Pablo, en efecto, atribuye al Espíritu Santo el mismo poder que, según él tiene el Padre.

Y así como dice del Padre: Dios es el que obra todo en todos, afirma igualmente del Espíritu Santo: El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece. ¿No advertís su plena potestad? Los que poseen idéntica naturaleza, es lógico que posean idéntica potestad; y los que tienen una igual majestad de honor, también tienen una misma fuerza y poder. Por él hemos obtenido la remisión de los pecados; por él nos purificamos de todas nuestras inmundicias; por la donación del Espíritu, de hombres nos convertimos en ángeles, nosotros que nos acogimos a la gracia, no cambiando de naturaleza, sino —lo que es todavía más admirable— permaneciendo en nuestra humana naturaleza, llevamos una vida de ángeles. ¡Tan grande es el poder del Espíritu Santo!