DOMINGO IV DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 12, 1-18

La figura de la mujer

Apareció una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Estaba encinta, y gritaba entre los espasmos del parto, y por el tormento de dar a luz. Apareció otra señal en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra.

El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera. Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. La mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar reservado por Dios, para que allí la sustenten mil doscientos sesenta días.

Se Trabó una batalla en el cielo; Miguel y sus ángeles declararon la guerra al dragón. Lucharon el dragón y sus ángeles, pero no vencieron, y no quedó lugar para ellos en el cielo. Y al gran dragón, a la serpiente primordial que se llama diablo y Satanás, y extravía la tierra entera, lo precipitaron a la tierra, y a sus ángeles con él. Se oyó una gran voz en el cielo:

«Ahora se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche. Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte. Por esto, estad alegres, cielos, y los que moráis en sus tiendas. ¡Ay de la tierra y del mar! El diablo bajó contra vosotros rebosando furor, pues sabe que le queda poco tiempo».

Cuando vio el dragón que lo habían arrojado a la tierra se puso a perseguir a la mujer que había dado a luz el hijo varón. Le pusieron a la mujer dos alas de águila real para que volase a su lugar en el desierto, donde será sustentada un año y otro año y medio año, lejos de la serpiente.

La serpiente, persiguiendo a la mujer, echó por la boca un río de agua, para que el río la arrastrase; pero la tierra salió en ayuda de la mujer, abrió su boca y se bebió el río salido de la boca de la serpiente. Despechado el dragón por causa de la mujer, se marchó a hacer la guerra al resto de su descendencia, a los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús.

El dragón se detuvo en la arena del mar.

 

RESPONSORIO                    Ap 12, 11. 12; 2 Mac 7, 36
 
R/. Vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte. * Por esto, estad alegres, cielos, y los que moráis en sus tiendas. Aleluya.
V/. Después de soportar un dolor pasajero, participan ya de la promesa divina de una vida eterna.
R/. Por esto, estad alegres, cielos, y los que moráis en sus tiendas. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II (Núms 1-3)

La Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal
de la íntima unión con Dios

Por ser Cristo luz de las gentes, este sagrado Concilio, reunido bajo la inspiración del Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad, que resplandece sobre la faz de la Iglesia, anunciando el evangelio a toda la creación. Y como la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, insistiendo en el ejemplo de los concilios anteriores, se propone declarar con mayor precisión a su fieles y a todo el mundo su naturaleza y su misión universal. Las condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una mayor urgencia, para que todos los hombres, unidos hoy más íntimamente con toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo.

El Padre eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su apoyo en atención a Cristo redentor, que es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura. A todos los elegidos desde toda la eternidad, el Padre los predestinó a ser imagen de su Hijo para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. Determinó convocar a los creyentes en Cristo en la santa Iglesia, que prefigurada ya desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el antiguo Testamento, constituida en los últimos tiempos, fue manifestada por la efusión del Espíritu Santo, y se perfeccionará gloriosamente al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último elegido, se congregarán ante el Padre en una Iglesia universal.

Vino, pues, el Hijo, enviado por el Padre, que nos eligió en él antes de crear el mundo y nos destinó a ser hijos adoptivos, porque en él proyectó recapitular todas las cosas. Cristo, pues, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y efectuó la redención con su obediencia. La Iglesia, o reino de Cristo, presente ya en el misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios. Comienzo y expansión significados por la sangre y el agua que manan del costado abierto de Cristo crucificado, y preanunciados por las palabras de Cristo sobre su muerte en la cruz: Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Cuantas veces se renueva sobre el altar el sacrificio de la cruz, en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, se efectúa la obra de nuestra redención. Al propio tiempo, en el sacramento del pan eucarístico se representa y se reproduce la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo. Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos.

 

RESPONSORIO                    Cf. Ap 21, 2; 5, 8-9; 14, 3; Sal 47, 2
 
R./ Vi la nueva Jerusalén, engalanada y embellecida con las oraciones de los santos. * Allí cantan todos el cántico nuevo: Aleluya, aleluya.
V./ Grande es el Señor, y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo.
R./ Allí cantan todos el cántico nuevo: Aleluya, aleluya.

 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso y eterno, que has dado a tu Iglesia el gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo, concédenos también la alegría eterna del reino de tus elegidos, para que así el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 13, 1-18

Visión de las dos fieras

Yo, Juan, vi una fiera que salía del mar; tenía diez cuernos y siete cabezas, llevaba en los cuernos diez diademas y en las cabezas un título blasfemo. La fiera que vi parecía una pantera con patas de oso y fauces de león. El dragón le confirió su poder, su trono y gran autoridad.

Una de sus cabezas parecía tener un tajo mortal, pero su herida mortal se había curado. Todo el mundo, admirado, seguía a la fiera; rindieron homenaje al dragón por haber dado su autoridad a la fiera y rindieron homenaje a la fiera, exclamando:

«¿Quién hay como la fiera?, ¿quién puede combatir con ella?».

Dieron a la fiera una boca grandilocuente y blasfema y el derecho de actuar cuarenta y dos meses. Abrió su boca para maldecir a Dios, insultar su nombre y su morada y a los que habitaban en el cielo. Le permitieron guerrear contra los santos y vencerlos y le dieron autoridad sobre toda raza, pueblo, lengua y nación. Le rendirán homenaje todos los habitantes de la tierra, excepto aquellos cuyos nombres están escritos desde que empezó el mundo en el libro de la vida que tiene el Cordero degollado.

Quien tenga oídos que oiga: El que está destinado al cautiverio, al cautiverio va. El que mata a espada, a espada tiene que morir. ¡Aquí del aguante y la fe de los consagrados!

Vi después otra fiera que salía de la tierra; tenía dos cuernos de cordero, pero hablaba como un dragón, y ejerce toda la autoridad de la primera fiera, a su vista; consigue que el mundo entero y todos sus habitantes veneren a la primera fiera, la que tenía curada su herida mortal.

Realizaba grandes señales, incluso hacía bajar fuego del cielo a la tierra, a la vista de la gente. Con las señales que le concedieron hacer a la vista de la fiera, extraviaba a los habitantes de la tierra, incitándolos a que hiciesen una estatua de la fiera que había sobrevivido a la herida de la espada. Se le concedió dar vida a la estatua de la fiera, de modo que la estatua de la fiera pudiera hablar e hiciera dar muerte al que no venerase la estatua de la fiera. A todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, esclavos y libres, hizo que los marcaran en la mano derecha o en la frente, para impedir comprar ni vender al que no llevase la marca con el nombre de la fiera o la cifra de su nombre.

Aquí del talento: quien sea inteligente descifre la cifra de la fiera, que es una cifra humana. Y su cifra es seiscientos sesenta y seis.

 

RESPONSORIO                    Ap 3, 5; Mt 10, 22
 
R/. El que salga vencedor se vestirá todo de blanco, y no borraré su nombre del libro de la vida, pues ante mi Padre y ante sus ángeles reconoceré su nombre. Aleluya.
V/. El que persevere hasta el final se salvará.
R/. Pues ante mi Padre y ante sus ángeles reconoceré su nombre. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Libro sobre el Espíritu Santo (Cap 15, 35-36: PG 32, 130-131)

El Espíritu, dador de vida

El Señor, que nos da la vida, estableció con nosotros la institución del bautismo, en el que hay un símbolo y principio de muerte y de vida: la imagen de la muerte nos la proporciona el agua, la prenda de la vida nos la ofrece el Espíritu.

En el bautismo se proponen como dos fines, a saber, la abolición del cuerpo de pecado, a fin de que no fructifique para la muerte, y la vida del Espíritu, para que abunden los frutos de santificación; el agua representa la muerte, haciendo como si acogiera al cuerpo en el sepulcro; mientras que el Espíritu es el que da la fuerza vivificante, haciendo pasar nuestras almas renovadas de la muerte del pecado a la vida primera.

Esto es, pues, lo que significa nacer de nuevo del agua y del Espíritu: puesto que en el agua se lleva a cabo la muerte, y el Espíritu crea la nueva vida nuestra. Por eso precisamente el gran misterio del bautismo se efectúa mediante tres inmersiones y otras tantas invocaciones, con el fin de expresar la figura de la muerte, y para que el alma de los que se bautizan quede iluminada con la infusión de la luz divina.

Porque la gracia que se da por el agua no proviene de la naturaleza del agua, sino de la presencia del Espíritu, pues el bautismo no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura.

Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna y, para decirlo todo de una sola vez, el poseer la plenitud de las bendiciones divinas, así en este mundo como en el futuro; pues, al esperar por la fe los bienes prometidos, contemplamos ya, como en un espejo y como si estuvieran presentes, los bienes de que disfrutaremos.

Y, si tal es el anticipo, ¿cuál no será la realidad? Y, si tan grandes son las primicias, ¿cuál no será la plena realización?

 

RESPONSORIO
 
R/. Al salir del baño bautismal, purificados ya de nuestros delitos, el Espíritu desciende del cielo sobre nosotros, como la paloma del diluvio, para ofrecernos la paz de Dios, pues la antigua arca era figura de la Iglesia. Aleluya Aleluya.
V/. ¡Dichoso sacramento del agua, en el cual somos liberados para la vida eterna!
R/. El Espíritu desciende del cielo sobre nosotros, como la paloma del diluvio, para ofrecernos la paz de Dios, pues la antigua arca era figura de la Iglesia. Aleluya Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 14, 1-13

Victoria del Cordero

Yo, Juan, miré y en la visión apareció el Cordero de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre. Oí también un sonido que bajaba del cielo, parecido al estruendo del océano, y como el estampido de un trueno poderoso; era el son de arpistas que tañían sus arpas delante del trono, delante de los cuatro seres vivientes y los ancianos, cantando un cántico nuevo.

Nadie podía aprender el cántico fuera de los ciento cuarenta y cuatro mil, los adquiridos en la tierra. Estos son los que no se pervirtieron con mujeres, porque son vírgenes; éstos son los que siguen al Cordero adondequiera que vaya; los adquirieron como primicias de la humanidad para Dios y el Cordero. En sus labios no hubo mentira, no tienen falta.

Vi otro ángel que volaba por mitad del cielo; llevaba un mensaje irrevocable para anunciarlo a los habitantes de la tierra, a toda nación, raza, lengua y pueblo. Clamaba:

«Respetad a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio; rendid homenaje al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales».

Lo siguió otro ángel, el segundo, que decía:

«Cayó, cayó la gran Babilonia, la que ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación. Les siguió otro ángel, el tercero, clamando:

«Quien venere a la fiera y a su estatua y reciba su marca en la frente o en la mano, ése beberá del vino del furor de Dios, escanciado sin diluir en la copa de su cólera, y será atormentado con fuego y azufre ante los santos ángeles y el Cordero. El humo de su tormento subirá por los siglos de los siglos, pues los que veneran a la fiera y a su estatua y reciben la marca con su nombre no tendrán respiro ni día ni noche»

¡Aquí del aguante de los santos que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús!

Oí una voz que decía desde el cielo:

«Escribe: ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor! Sí (dice el Espíritu), que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan».

 

RESPONSORIO                    Cf. Ap 14, 7. 6. 7
 
R/. Oí en el cielo la voz de una multitud de ángeles que decían: «Respetad a Dios y dadle gloria; rendid homenaje al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales.» Aleluya Aleluya.
V/. Vi un ángel poderoso de Dios que volaba por mitad del cielo, y clamaba, diciendo:
R/. «Respetad a Dios y dadle gloria; rendid homenaje al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales.» Aleluya Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Pedro Crisólogo, Sermón 108 (PL 52, 499-500)

Sé tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios

Os exhorto, por la misericordia de Dios, nos dice san Pablo. El nos exhorta, o mejor dicho, Dios nos exhorta por medio de él. El Señor se presenta como quien ruega porque prefiere ser amado que temido, y le agrada más mostrarse como Padre que aparecer como Señor. Dios, pues, suplica por misericordia para no tener que castigar con rigor.

Escucha cómo suplica el Señor: «Mirad y contemplad en mí vuestro mismo cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y si ante lo que es propio de Dios teméis, ¿por qué no amáis al contemplar lo que es de vuestra misma naturaleza? Si teméis a Dios como Señor, por qué no acudís a él como Padre?

Pero quizá sea la inmensidad de mi pasión, cuyos responsables fuisteis vosotros, lo que os confunde. No temáis. Esta cruz no es mi aguijón, sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos, lo que hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en la cruz os acoge con un seno más dilatado pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de vuestro precio.

Venid, pues, retornad, y comprobaréis que soy un padre, que devuelvo bien por mal, amor por injurias, inmensa caridad como paga de las muchas heridas».

Pero escuchemos ya lo que nos dice el Apóstol: Os exhorto —dice—, a presentar vuestros cuerpos. Al rogar así, el Apóstol eleva a todos los hombres a la dignidad del sacerdocio: A presentar vuestros cuerpos como hostia viva.

¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es, a la vez, sacerdote y víctima! El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo y en sí mismo lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio no podría matar esta víctima.

Misterioso sacrificio en que el cuerpo es ofrecido sin inmolación del cuerpo, y la sangre se ofrece sin derramamiento de sangre. Os exhorto, por la misericordia de Dios –dice–, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.

Este sacrificio, hermanos, es como una imagen del de Cristo que, permaneciendo vivo, inmoló su cuerpo por la vida del mundo: él hizo efectivamente de su cuerpo una hostia viva, porque, a pesar de haber sido muerto, continúa viviendo. En un sacrificio como éste, la muerte tuvo su parte, pero la víctima permaneció viva, la muerte resultó castigada, la víctima, en cambio, no perdió la vida. Así también, para los mártires, la muerte fue un nacimiento: su fin, un principio, al ajusticiarlos encontraron la vida y, cuando, en la tierra, los hombres pensaban que habían muerto, empezaron a brillar resplandecientes en el cielo.

Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva. Es lo mismo que ya había dicho el profeta: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo.

Hombre, procura, pues, ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente, que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso: toma en tus manos la espada del Espíritu: haz de tu corazón un altar, y así, afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio.

Dios te pide fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena voluntad.

 

RESPONSORIO                    Ap 5, 9. 10
 
R/. Eres digno, Señor, de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y nos compraste para Dios con tu sangre. Aleluya.
V/. Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes.
R/. Con tu sangre. Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Te pedimos, Señor todopoderoso, que la celebración de las fiestas de Cristo resucitado aumente en nosotros la alegría de sabernos salvados. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 14,14—15, 4

La siega y la vendimia escatológicas

Yo, Juan, miré y en la visión apareció una nube blanca; estaba sentado encima uno con aspecto de hombre, llevando en la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada. Del santuario salió otro ángel y gritó fuerte al que estaba sentado en la nube:

«Arrima tu hoz y siega; ha llegado la hora de la siega, pues la mies de la tierra está más que madura».

Y el que estaba sentado encima de la nube acercó su hoz a la tierra y la segó.

Otro ángel salió del santuario celeste llevando él también una hoz afilada. Del altar salió otro, el ángel que tiene poder sobre el fuego, y le gritó fuerte al de la hoz afilada:

«Arrima tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque las uvas están en sazón».

El ángel acercó su hoz a la tierra y vendimió la viña de la tierra y echó las uvas en el gran lagar del furor de Dios. Pisotearon el lagar fuera de la ciudad, y del lagar corrió tanta sangre, que subió hasta los bocados de los caballos en un radio de sesenta leguas.

Vi en el cielo otra señal, magnífica y sorprendente: siete ángeles que llevaban siete plagas, las últimas, pues con ellas se puso fin al furor de Dios. Vi una especie de mar de vidrio veteado de fuego; en la orilla estaban de pie los que habían vencido a la fiera, a su imagen y al número que es cifra de su nombre; tenían en la mano las arpas que Dios les había dado. Cantaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo:

«Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos! ¿Quién no temerá, Señor, y glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo, porque vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, porque tus juii cios se hicieron manifiestos».

 

RESPONSORIO                    Ap 15, 3; Ex 15, 11
 
R./ Cantaban el cántico del Cordero, diciendo: «Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, * justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!» Aleluya.
V./ ¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como tú, terrible entre los santos, autor de maravillas?
R./ Justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos! Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 137 (1-3: PL 38, 754-756)

Cristo, luz de las naciones y cabeza de la Iglesia

Carísimos: Vuestra fe no ignora –y estamos seguros de este vuestro conocimiento porque así nos lo asegura el Maestro celestial, en quien habéis depositado vuestra esperanza– que nuestro Señor Jesucristo –que por nosotros padeció y resucitó– es cabeza de la Iglesia y la Iglesia es su cuerpo y que, en este cuerpo, la unidad de los miembros y la trabazón de la caridad es el equivalente de la salud del cuerpo.

Por consiguiente, quien se enfría en la caridad, enferma en el cuerpo de Cristo. Pero el que exaltó ya a nuestra cabeza, tiene poder para sanar hasta los miembros enfermos, con tal de que no haya que amputarlos por su redomada impiedad y permanezcan unidos al cuerpo hasta lograr la salud. Pues no puede desesperarse de la salud de lo que todavía está unido al cuerpo, mientras que lo que una vez ha sido amputado, ni puede ser curado ni sanado. Siendo, pues, él la cabeza de la Iglesia y siendo la Iglesia el cuerpo de Cristo, el Cristo total se compone de cabeza y cuerpo. El ya ha resucitado. Por tanto, tenemos la cabeza en el cielo. Nuestra cabeza intercede por nosotros. Nuestra cabeza, libre ya del pecado y de la muerte, nos hace propicio a Dios por nuestros pecados, de modo que, resucitando finalmente también nosotros y transformados en la gloria celeste, sigamos a nuestra cabeza. Pues donde está la cabeza, allí debe estar el resto de los miembros. Pero mientras permanecemos aquí, somos miembros, no desesperemos: seguiremos a nuestra cabeza.

Considerad, hermanos, el amor de nuestra cabeza. Está ya en el cielo y trabaja aquí en la tierra, mientras en la tierra se fatiga la Iglesia. Aquí, en la tierra, Cristo padece hambre, tiene sed, está desnudo, es huésped, enferma, está en la cárcel. Y todo lo que aquí padece su cuerpo, afirma padecerlo él. Al final, poniendo a su cuerpo a la derecha y separando a su izquierda al resto de los que ahora le vejan dirá a los de la derecha: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

Cuando hace un momento nos hablaba Cristo, nos decía que él es el buen pastor, nos decía que él es asimismo la puerta. Ambas afirmaciones encuentras en el texto: Yo soy la puerta y Yo soy el pastor. Es puerta como cabeza, pastor en relación al cuerpo. Pues dice a Pedro, sobre el que exclusivamente cimenta la Iglesia: Pedro, ¿me amas? El contestó: Señor, te amo. Pastorea mis ovejas. Y por tercera vez: Pedro, ¿me amas? Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: como si el que leyó en la conciencia del negador, no viera la fe del creyente.

Por tanto, después de su resurrección, el Señor le interrogó no porque desconociera con qué ánimo confesaba él su amor a Cristo, sino para que con la triple confesión del amor, borrase la triple negación del temor.

 

RESPONSORIO                    Col 1, 17-19; Mi 4,7
 
R/. Él es anterior a todo, y todo subsiste en él. * Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia; el primogénito de los que resucitan de entre los muertos, para que sea él el primero en todo. Aleluya.
V./ El Señor reinará sobre ellos en el monte Sión, desde ahora y por siempre.
R/. Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia; el primogénito de los que resucitan de entre los muertos, para que sea él el primero en todo. Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Dios nuestro, vida de los creyentes, gloria de los humildes, felicidad de los justos, atiende benignamente a nuestras súplicas y haz que quienes deseamos ardientemente el cumplimiento de tus promesas seamos siempre colmados por la abundancia de tus beneficios. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 15, 5–16, 21

Las siete copas del furor de Dios

Yo, Juan, vi que se abría en el cielo el santuario de la tienda del encuentro, y salieron del santuario los siete ángeles que llevaban las siete plagas, vestidos de lino puro esplendente y ceñidos con cinturones dorados a la altura del pecho. Uno de los cuatro vivientes repartió a los siete ángeles siete copas de oro llenas hasta el borde del furor de Dios que vive por los siglos de los siglos. El humo de la gloria de Dios y de su potencia llenó el santuario; nadie podáis entrar en él hasta que no se terminasen las siete plagas de los siete ángeles.

Oí una voz potente que salía del santuario y decía a los siete ángeles:

«Id a derramar en la tierra las siete copas del furor de Dios».

Se alejó el primero, derramó su copa en la tierra, y apareció una llaga maligna y enconada en los hombres que llevaban la marca de la fiera y veneraban su imagen.

El segundo derramó su copa en el mar, y el mar se convirtió en sangre de muerto; todo animal marino murió.

El tercero derramó su copa en los ríos y manantiales, y se convirtieron en sangre. Oí que el ángel de las aguas decía:

«Tú, el que eras y eres, el Santo, eres justo al dar esta sentencia: a los que derramaron sangre de consagrados y profetas les diste a beber sangre. Se lo merecen».

Y oí que el altar decía:

«Así es, Señor Dios, soberano de todo, tus sentencias son rectas y justas».

El cuarto derramó su copa en el sol e hizo que quemara a los hombres con su ardor; los hombres sufrieron quemaduras por el enorme calor y maldecían el nombre de Dios que dispone de tales plagas, en vez de arrepentirse y darle gloria.

El quinto derramó su copa sobre el trono de la fiera, y su reino quedó en tinieblas; los hombres se mordían la lengua de dolor y maldecían al Dios del cielo por los dolores y las llagas, pero no enmendaron su conducta.

El sexto derramó su copa sobre el gran río, el Éufrates, y se quedó seco, dejando preparado el camino a los reyes que vienen del Oriente.

De la boca del dragón, de la boca de la fiera y de la boca del falso profeta vi salir tres espíritus inmundos en forma de ranas. Los espíritus eran demonios con poder de efectuar señales y se dirigían a los reyes de la tierra entera con el fin de reunirlos para la batalla del gran día de Dios, soberano de todo.

«Mirad, voy a llegar como un ladrón. Dichoso el que está en vela con la ropa puesta, así no tendrá que pasear desnudo dejando ver sus vergüenzas».

Y los reunieron en el lugar llamado en hebreo Harmagedón.

El séptimo derramó su copa en el aire, y del interior del santuario salió una voz potente que venía del trono y decía:

«Es un hecho».

Se produjeron relámpagos, estampidos y truenos, y un terremoto tan violento que desde que hay hombres en la tierra no se ha producido terremoto de tal magnitud. La gran ciudad se hizo tres pedazos y las capitales de las naciones se derrumbaron. Recordaron a Dios que hiciera beber a la gran Babilonia la copa de vino del furor de su cólera. Todas las islas huyeron, los montes desaparecieron. Granizos como adoquines cayeron del cielo sobre los hombres, y los hombres maldijeron a Dios por el daño del granizo, pues el daño que hacía era terrible.

 

RESPONSORIO                    Mt 24, 43; Ap 16, 15; 1Ts 5, 3
 
R/. Si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela. «Mirad, voy a llegar como un ladrón -dice el Señor-, dichoso el que está en vela.» Aleluya.
V/. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», entonces, de improviso, sobrevendrá la ruina.
R/. «Mirad, voy a llegar como un ladrón -dice el Señor-, dichoso el que está en vela.» Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre el Espíritu Santo (Lib 1, 108-111: PL 16, 759-760)

En Cristo murió nuestra culpa, no nuestra vida

¡Oh divino sacramento de la cruz, en la que está clavada la debilidad, es liberada la virtud, están crucificados los vicios; se enarbolan los trofeos! Por lo cual dice un santo: Traspasa mi carne con los clavos de tu temor: no con clavos de hierro, precisa, sino con los clavos del temor y de la fe; la estructura de la fe es efectivamente mucho más robusta que la de la pena. De hecho, cuando Pedro siguió al Señor hasta el palacio del sumo sacerdote, él a quien nadie había atado, se sentía encadenado por la fe; y al que la fe encadena, no lo suelta la pena. En otra ocasión, maniatado por los judíos, la devoción lo liberó, no lo retuvo la pena, pues no se apartó de Cristo.

Por tanto, crucifica tú también el pecado, para que mueras al pecado; pues el que muere al pecado, vive para Dios. Vive para aquel que no perdonó a su propio Hijo, para crucificar en su cuerpo nuestras pasiones. Sí, Cristo murió por nosotros, para que nosotros pudiéramos vivir en su cuerpo redivivo. En efecto, en él murió nuestra culpa, no nuestra vida. Cargado –dice– con nuestros pecados subió al leño, para que muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado.

Así pues, aquel leño de la cruz, cual otra arca de nuestra salvación, es nuestro vehículo, no nuestra pena. En realidad, no existe salvación posible al margen de este vehículo de salvación eterna: mientras espero la muerte, no la siento; despreciando la pena, no la sufro; ignorándolo, hago caso omiso del miedo.

¿Y quién es aquel cuyas heridas nos han curado, sino Cristo el Señor? Esto mismo profetizó de él Isaías al decir que sus heridas son nuestra medicina; de él escribió el apóstol Pablo en sus cartas: Él que no pecó ni en él pecó la naturaleza humana que había asumido.

 

RESPONSORIO                    1Pe 2,24; Is 53, 5
 
R/. Cristo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero de la cruz; * a fin de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Aleluya.
V/. El castigo que nos trae la paz recayó sobre él; por sus heridas hemos sido curados.
R/. A fin de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Oh Dios, que has restaurado la naturaleza humana elevándola sobre su condición original, no olvides tus inefables designios de amor y conserva en quienes han renacido por el bautismo los dones que tan generosamente han recibido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 17, 118

La gran Babilonia

Yo, Juan, vi cómo se acercaba uno de los siete ángeles que tenían las siete copas y me habló así:

«Ven acá, voy a mostrarte la sentencia de la gran prostituta que está sentada al borde del océano, con la que han fornicado los reyes de la tierra, la que ha emborrachado a los habitantes de la tierra con el vino de su prostitución».

En éxtasis me llevó a un desierto. Vi allí una mujer montada en una fiera escarlata, cubierta de títulos blasfemos, que tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer iba vestida de púrpura y escarlata y enjoyada con oro, pedrería y perlas. Tenía en la mano una copa de oro llena hasta el borde de abominaciones y de las inmundicias de su fornicación; en la frente llevaba escrito un nombre enigmático: «La gran Babilonia, madre de las prostitutas y de las abominaciones de la tierra». Vi que la mujer estaba borracha de la sangre de los santos y de la sangre de los testigos de Jesús.

Al verla, me quedé boquiabierto. El ángel me dijo:

«¿Por qué razón te admiras? Yo te explicaré el simbolismo de la mujer y de la fiera que la lleva, la de las siete cabezas y los diez cuernos. La fiera que viste estuvo ahí, ahora no está, pero va a salir del infierno para ir a su ruina. Los habitantes de la tierra cuyo nombre no está escrito desde la creación del mundo en el libro de la vida se sorprenderán al ver que la fiera que estaba ahí y ahora no está se presenta de nuevo.

¡Aquí de la inteligencia, el que tenga talento! Las siete cabezas son siete colinas donde está asentada la mujer, y siete reyes; cinco cayeron, uno está ahí, otro no ha llegado todavía y cuando llegue durará poco tiempo. La fiera que estaba ahí y ahora no está es el octavo, y al mismo tiempo uno de los siete, y va a su ruina.

Los diez cuernos que viste son también diez reyes que aún no han comenzado a reinar, pero que recibirán autoridad por breve tiempo, asociados a la fiera. Estos, de común acuerdo, cederán sus fuerzas y su autoridad a la fiera. Combatirán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes, y los llamados a acompañarlo son escogidos y fieles».

Y añadió:

«El océano donde viste sentada a la prostituta son pueblos y masas, naciones y lenguas. Pero los diez cuernos que viste y la fiera van a tomar odio a la prostituta y a dejarla asolada y desnuda; se comerán su carne y la destruirán con fuego. Dios les ha metido en la cabeza que ejecuten su designio; por eso, llegando a un acuerdo, cederán su realeza a la fiera hasta que se cumpla lo que Dios ha dicho. Por último, la mujer que viste es la gran ciudad, emperatriz de los reyes de la tierra».

 

RESPONSORIO                    Ap 17, 14; 6, 2
 
R/. Los reyes de la tierra combatirán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes. Aleluya.
V/. Le entregaron una corona y se marchó victorioso para vencer otra vez.
R/. Porque es Señor de señores y Rey de reyes. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 21, 6-9: PL 15,1581-1583)

Sin motivo padece persecución, el que es combatido
siendo inocente

Los nobles me perseguían sin motivo, y mi corazón temblaba por tus palabras. Están también los nobles de este mundo y los poderes que dominan estas tinieblas, que tratan de subyugar tu alma y suscitan en tu interior violentos ataques, prometiéndote los reinos de la tierra, honores y riquezas, si sucumbes en un momento de debilidad y te decides a obedecer sus mandatos. Estos nobles unas veces persiguen sin motivo, otras no sin motivo. Persiguen sin motivo a aquel en quien nada suyo encuentran y a quien pretenden subyugar; persiguen no sin motivo al que se ha abandonado a su dominio y se entrega en alma y cuerpo a la posesión de este siglo: con razón reivindican para sí el dominio sobre los que les pertenecen, reclamando de ellos el tributo de la iniquidad.

Con razón afirma el mártir que soporta injustamente los tormentos de las persecuciones, él que nada ha robado, que a nadie ha despóticamente oprimido, que no ha derramado sangre alguna, que no ha infringido ninguna ley, él que, sin embargo, se ve obligado a soportar los más graves suplicios infligidos a los ladrones; él que dice la verdad y nadie le escucha, que expone todo lo concerniente a la economía de salvación y es impugnado, hasta el punto de poder afirmar: Cuando les hablaba, me contradecían sin motivo. Así pues, sin motivo padece persecución, el que es combatido siendo inocente; es impugnado como culpable, cuando es digno de alabanza por su confesión; es impugnado como blasfemo por gloriarse en el nombre del Señor, siendo así que la piedad es el fundamento de todas las virtudes. Es ciertamente impugnado sin razón, quien ante los impíos e infieles es acusado de impiedad, siendo maestro de fe.

Ahora bien: quien sin motivo es impugnado, debe ser fuerte y constante. Entonces, ¿cómo es que añadió: Y mi corazón temblaba por tus palabras? Temblar es signo de debilidad, de temor, de miedo. Pero existe una debilidad que es saludable y hay un temor propio de los santos:

Todos sus santos, temed al Señor. Y: Dichoso quien teme al Señor. Dichoso, ¿por qué? Porque ama de corazón sus mandatos.

Imagínate ahora a un mártir rodeado de peligros por todas partes: por aquí, la ferocidad de las fieras que rugen para infundir terror, por allí, el crujido de las láminas incandescentes y la crepitante llama del horno encendido; por una parte se oye el rumor de pesadas cadenas que se arrastran, por otra, la presencia del cruento verdugo. Imagínate —repito— al mártir contemplando todos los instrumentos del suplicio y, en un segundo tiempo, considera a ese mismo mártir pensando en los mandamientos de Dios, en aquel fuego eterno, en aquel incendio sin fin preparado para los pérfidos, y el sofoco aquel de una pena que constantemente se recrudece; mírale temblar en su corazón ante el miedo de que, por escapar a la presente, se labre la eterna ruina; mírale profundamente turbado, al intuir en cierto modo aquella terrible espada del juicio. ¿No es verdad que esta trepidación puede conjugarse con la confianza del hombre constante? A una misma meta concurren la confianza de quien anhela las cosas eternas y del que teme los divinos castigos.

¡Ojalá mereciera yo ser uno de éstos! De modo que.si alguna vez el perseguidor se ensañare conmigo, no tome en consideración la acerbidad de mis suplicios, no pondere los tormentos ni las penas; no piense en la atrocidad de dolor alguno, sino que todo esto lo tenga por cosa sin importancia; que Cristo no me niegue por mi pusilanimidad, que no me excluya Cristo ni me rechace del colegio de los sacerdotes, por considerarme indigno de semejante asamblea; vea más bien que si es verdad que me aterrorizan las penas corporales, me horroriza mucho más el juicio futuro. Y si me llegare a decir: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?, me tienda su mano y, aunque turbado por el encrespado oleaje de este mundo, me estabilizará en la sólida esperanza del alma.

 

RESPONSORIO                    2Co 4, 11; Sal 43, 23
 
R/. Nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, * para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Aleluya.
V/. Por tu causa, somos muertos cada día, nos tratan como ovejas llevadas al matadero.
R/. Para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Señor Dios, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos, y, pues nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre en ti, y en ti encontremos la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 18, 1-20

La caída de Babilonia

Yo, Juan, vi otro ángel que bajaba del cielo; venía con gran autoridad y su' resplandor iluminó la tierra. Gritó a pleno pulmón:

«¡Cayó, cayó la gran Babilonia! Se ha convertido en morada de demonios, en guarida de todo espíritu impuro, en guarida de todo pájaro inmundo y repugnante; porque el vino del furor de su fornicación lo han bebido todas las naciones, los reyes de la tierra fornicaron con ella, y los comerciantes se hicieron ricos con su lujo desaforado».

Y oí otra voz del cielo que decía:

«Pueblo mío, sal de ella, para no haceros cómplices de sus pecados ni víctimas de sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus crímenes. Pagadle con su misma moneda, devolvedle el doble de lo que ha hecho, mezcladle en la copa el doble de lo que ella mezcló. En proporción a su fasto y a su lujo, dadle tormento y duelo. Ella solía decirse: "Sentada estoy como una reina, viuda no soy y duelo nunca veré"; por eso el mismo día le llegarán todas sus plagas, epidemias, duelo y hambre, y el fuego la abrasará, porque es fuerte el Señor Dios que la juzga».

Llorarán y plañirán por ella los reyes de la tierra que con ella fornicaron y se dieron al lujo, cuando vean el humo de su incendio; manteniéndose a distancia por miedo de su tormento, dirán:

«¡Ay, ay de la gran ciudad, de Babilonia, la ciudad poderosa! ¡Que haya bastado una hora para que llegue tu castigo!».

También los comerciantes de la tierra llorarán y plañirán por ella, porque su cargamento ya no lo compra nadie: el cargamento de oro y plata, pedrería y perlas; de lino, púrpura, seda y escarlata, toda la madera de sándalo, losobjetos de marfil y de maderas preciosas, de bronce, hierro y mármol; la canela, el clavo y las especias, perfume e incienso, vino y aceite, flor de harina y trigo, ganado mayor y menor, caballos, carros, esclavos y siervos. La fruta de otoño que excitaba tu apetito se alejó de ti, toda opulencia y esplendor se acabó para ti, y nunca volverán.

Los que comerciaban en estos géneros y se hicieron ricos a costa de ella se detendrán a distancia por miedo de su tormento, llorando y lamentándose así:

«¡Ay, ay de la gran ciudad! La que se vestía de lino, púrpura y escarlata y se enjoyaba con oro, pedrería y perlas. ¡Que haya bastado una hora para asolar tanta riqueza!».

También los pilotos, los que navegan de puerto en puerto, los marineros y cuantos viven del mar se detuvieron a distancia y gritaban al ver el humo de su incendio:

«¿Quién podía compararse con la gran ciudad?».

Se echaron polvo en la cabeza y gritaban llorando y lamentándose:

«¡Ay, ay de la gran ciudad donde se hicieron ricos todos los armadores, por lo elevado de sus precios! ¡Que haya bastado una hora para asolarla!».

¡Regocíjate, cielo, por lo que le pasa, y también vosotros, los santos, los apóstoles y los profetas! Porque, condenándola a ella, Dios ha reivindicado vuestra causa.

 

RESPONSORIO                    Is 52, 11. 12; Ap 18, 4; Jr 51, 45
R/. Salid de Babilonia, purificaos, portadores del ajuar del Señor; pues en cabeza marcha el Señor, Y en la retaguardia, el Dios de Israel. Aleluya.
V/. Pueblo mío, salid de Babilonia. Ponte a salvo de la ira ardiente del Señor.
R/. Y en la retaguardia, el Dios de Israel. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 53 (1-2.4: CCL 23, 214-216)

Cristo, día sin ocaso

La resurrección de Cristo destruye el poder del abismo, los recién bautizados renuevan la tierra, el Espíritu Santo abre las puertas del cielo. Porque el abismo, al ver sus puertas destruidas, devuelve los muertos, la tierra, renovada, germina resucitados, y el cielo, abierto, acoge a los que ascienden.

El ladrón es admitido en el paraíso, los cuerpos de los santos entran en la ciudad santa y los muertos vuelven a tener su morada entre los vivos. Así, como si la resurrección de Cristo fuera germinando en el mundo, todos los elementos de la creación se ven arrebatados a lo alto.

El abismo devuelve sus cautivos, la tierra envía al cielo a los que estaban sepultados en su seno, y el cielo presenta al Señor a los que han subido desde la tierra: así, con un solo y único acto, la pasión del Salvador nos extrae del abismo, nos eleva por encima de lo terreno y nos coloca en lo más alto de los cielos.

La resurrección de Cristo es vida para los difuntos, perdón para los pecadores, gloria para los santos. Por esto el salmista invita a toda la creación a celebrar la resurrección de Cristo, al decir que hay que alegrarse y llenarse de gozo en este día en que actuó el Señor.

La luz de Cristo es día sin noche, día sin ocaso. Escucha al Apóstol que nos dice que este día es el mismo Cristo: La noche está avanzando, el día se echa encima. La noche está avanzando, dice, porque no volverá más. Entiéndelo bien: una vez que ha amanecido la luz de Cristo, huyen las tinieblas del diablo y desaparece la negrura del pecado porque el resplandor de Cristo destruye la tenebrosidad de las culpas pasadas.

Porque Cristo es aquel Día a quien el Día, su Padre, comunica el íntimo ser de la divinidad. El es aquel Día, que dice por boca de Salomón: Yo hice nacer en el cielo una luz inextinguible.

Así como no hay noche que siga al día celeste, del mismo modo las tinieblas del pecado no pueden seguir la santidad de Cristo. El día celeste resplandece, brilla, fulgura sin cesar y no hay oscuridad que pueda con él. La luz de Cristo luce, ilumina, destella continuamente y las tinieblas del pecado no pueden recibirla: por ello dice el evangelista Juan: La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Por ello, hermanos, hemos de alegramos en este día santo. Que nadie se sustraiga del gozo común a causa dela conciencia de sus pecados, que nadie deje de participar en la oración del pueblo de Dios, a causa del peso de sus faltas. Que nadie, por pecador que se sienta, deje de esperar el perdón en un día tan santo. Porque, si el ladrón obtuvo el paraíso, ¿cómo no va a obtener el perdón el cristiano?

 

RESPONSORIO
 
R/. Toda la magnificencia del Señor ha sido exaltada sobre los cielos. Su hermosura resplandece en las nubes del cielo, y su nombre permanece para siempre. Aleluya.
V/. Asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo.
R/. Su hermosura resplandece en las nubes del cielo, y su nombre permanece para siempre. Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.