DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
Solemnidad

EVANGELIO


Ciclo
A: Mt 25, 31-46

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 9: PG 74, 266)

Cuando aparezca Cristo, entonces también vosotros
apareceréis juntamente con él, en la gloria

Después de su resurrección de entre los muertos, de-vuelta a su primitivo estado nuestra naturaleza, liberado el hombre de la corrupción, en calidad de primicias y en su primer templo, ascendió Jesús a Dios Padre, que está en los cielos. Pero transcurrido un breve intervalo de tiempo descenderá nuevamente —según creemos—, y volverá otra vez a nosotros en la gloria de su Padre, acompañado de sus santos ángeles, para convocar a todos, buenos y malos, al tremendo tribunal.

En efecto, todas las criaturas comparecerán a juicio: y retribuyendo lo que es equitativo de acuerdo con el mérito de la vida, dirá a los que estarán situados a su izquierda, esto es, a cuantos en el pasado se guiaron por sentimientos mundanos: Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. En cambio, a los de su derecha, es decir, a los santos y a los buenos, les dirá: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

Convivirán, pues, y conreinarán con Cristo y disfrutarán con grandísimo placer de los bienes celestiales, hechos semejantes a él en la resurrección, liberados de los lazos de la antigua corrupción, rodeados de larga e inefable vida para vivir eternamente con el Señor que vive para siempre. Y que han de vivir incesantemente con Cristo quienes hubieran vivido una vida buena y virtuosa, contemplando su divina e inefable belleza, lo declaraba Pablo cuando decía: Pues él mismo, el Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados dos con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor.

Y dirigiéndose a quienes se esforzaron en mortificar las concupiscencias mundanas, dice nuevamente: Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en la gloria. Por lo cual, para resumir en pocas palabras la fuerza y el significado de este texto, diré que los que aman los males del mundo caerán en el infierno y serán arrojados lejos de la presencia de Cristo; en cambio, los amantes de la virtud y cuantos hubieren custodiado íntegras las arras del Espíritu convivirán con él, vivirán en su compañía y contemplarán su divina hermosura. Será —dice— el Señor tu luz perpetua, y tu Dios será tu esplendor.


Ciclo B: In 18, 33b-37

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Tratado 115 sobre el evangelio de san Juan (2-5: CCL 36, 644-646).

El reino de Cristo hasta el fin del mundo

Mi reino no es de este mundo. Su reino radica aquí pero sólo hasta el fin del mundo. En efecto, la siega es el fin del mundo, momento en que vendrán los segadores, es decir, los ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados, lo cual no sería factible si su reino no estuviera aquí. Y sin embargo no es de aquí, porque está en el mundo como peregrino. Por eso dice a su reino: No sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo.

Luego eran del mundo, cuando no eran reino suyo, sino que pertenecían al príncipe del mundo. Es, por tanto, del mundo todo lo que en el hombre es creado, sí, por el Dios verdadero, pero ha sido engendrado de la viciada y condenada estirpe de Adán; y se ha convertido en reino, ya no de este mundo, todo lo que a partir de entonces ha sido regenerado en Cristo. De esta forma, Dios nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido. De este reino dice: Mi reino no es de este mundo, o Mi reino no es de aquí.

Pilato le dijo: con que, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: Tú lo dices: Soy rey. Y a continuación añadió: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. De donde se deduce claramente que aquí se refiere a su nacimiento en el tiempo cuando, encarnado, vino al mundo, no a aquel otro sin principio por el cual era Dios, y por medio del cual el Padre creó el mundo. Para esto dijo haber nacido, o sea, ésta es la razón de su nacimiento, y para esto ha venido al mundo —naciendo ciertamente de una virgen—, para ser testigo de la verdad. Pero como la fe no es de todos, añadió y dijo: Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

Oye mi voz, pero con los oídos interiores, es decir, obedece mi voz, lo cual equivale a decir: Me cree. Siendo, pues, Cristo testigo de la verdad, da realmente testimonio de sí mismo. Suya es efectivamente esta afirmación: Yo soy la verdad. Y en otro lugar dice también: Yo doy testimonio de mí mismo. En cuanto a lo que añade: Todo el que es de la verdad, escucha mi voz, alude a la gracia con que llama a los predestinados.

Pilato le dijo: Y ¿qué es la verdad? Y no esperó a escuchar la respuesta, sino que dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: Yo no encuentro en él ninguna culpa. Me supongo que cuando Pilato preguntó: ¿Qué es la verdad? le vino inmediatamente a la memoria la costumbre de los judíos de que por Pascua les pusiera a un preso en libertad, y por eso no le dio tiempo a Jesús para que respondiera qué es la verdad, a fin de no perder tiempo, al recordar la costumbre que podía ser una coartada para ponerle en libertad con motivo de la Pascua. Pues no cabe duda de que lo deseaba ardientemente. Pero no consiguió apartar de su pensamiento la idea de que Jesús era el rey de los judíos, como si allí —como lo hizo él en el título de la cruz la misma Verdad lo hubiera clavado, esa verdad de la que él había preguntado qué era.


Ciclo C: Lc 23, 35-43

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la cruz y el ladrón (1, 3-4: PG 49, 403-404)

La cruz, símbolo del reino

Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. No tuvo la audacia de decir: Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino antes de haber depuesto por la confesión la carga de sus pecados. ¿Te das cuenta de lo importante que es la confesión? Se confesó y abrió el paraíso. Se confesó y le entró tal confianza que, de ladrón, pasó a pedir el reino. ¿Ves cuántos beneficios nos reporta la cruz? ¿Pides el reino? Y, ¿qué es lo que ves que te lo sugiera? Ante ti tienes los clavos y la cruz. Sí, pero esa misma cruz —dice— es el símbolo del reino. Por eso lo llamo rey, porque lo veo crucificado: ya que es propio de un rey morir por sus súbditos. Lo dijo él mismo: El buen pastor da la vida por las ovejas: luego el buen rey da la vida por sus súbditos. Y como quiera que realmente dio su vida, por eso lo llamo rey: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

¿Ves cómo la cruz es el símbolo del reino? ¿Quieres otra confirmación de esta verdad? No la dejó en la tierra, sino que la tomó y se la llevó consigo al cielo. Y ¿cómo me lo demuestras? Muy sencillamente: porque en aquella su gloriosa y segunda venida aparecerá con ella, para que aprendas que la cruz es algo honorable. Por eso la llamó su «gloria».

Pero veamos cómo vendrá con la cruz, pues en este tema conviene poner las cartas boca arriba. Dice el evangelio: Si os insisten: «Mira, que Cristo está en el sótano», no os lo creáis; «mirá, que está en el desiterto», no vayáis. Hablaba de este modo de su segunda venida en gloria, previniéndonos contra los falsos cristos y contra el anticristo, para que nadie, seducido, cayera en sus lazos.

Como antes de Cristo debe aparecer el anticristo, para que nadie, buscando al pastor, caiga en manos del lobo, por eso te doy una señal para que identifiques la venida del pastor. Pues como la primera venida fue de incógnito, para que no pienses que la segunda ocurrirá de parecida manera, te doy esta contraseña. Y con razón la primera venida la realizó como de incógnito, pues vino a buscar lo que estaba perdido. Pero no así la segunda. Pues, ¿cómo? Porque igual que el relámpago sale del levante y brilla hasta el poniente, así ocurrirá con la venida del Hijo del hombre. Inmediatamente se hará patente a todos y nadie tendrá que preguntar si Cristo está aquí o está allí.

Igual que cuando brilla el relámpago no es necesario preguntar si se ha producido o no, así también en la venida de Cristo: no será necesario indagar si Cristo ha venido o no ha venido. Pero el problema era si aparecerá con la cruz, pues no nos hemos olvidado de lo prometido. Escucha, pues, lo que sigue. Entonces, dice. Entonces; pero, ¿cuándo? Cuando venga el Hijo del hombre, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor. Aquel día será tal la intensidad de la luz que se oscurecerán hasta las estrellas más luminosas. Entonces las estrellas caerán; entonces brillará en el cielo la señal del Hijo del hombre. ¿Ves cuál es el poder de la señal de la cruz?

Y al igual que al hacer un rey su entrada en una ciudad, los soldados le preceden llevando las insignias del soberano, precursoras de su llegada, así también, al bajar el Señor de los cielos, le precederán los ejércitos de ángeles y arcángeles enarbolando el glorioso lábaro de la cruz, y anunciándonos de esta suerte su entrada real.