DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO

Ciclo A: Mt 20, 1-16a

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 87 (1.5.6: PL 38, 530. 531.532.533)

El denario es la vida eterna

Acabáis de escuchar la parábola evangélica de los jornaleros de la viña, que encaja perfectamente con la presente estación. Pues nos hallamos ahora en la época de la vendimia material. Y digo material, porque existe una vendimia espiritual, en la que Dios se goza con los frutos de su viña. El reino de los cielos se parece a un propietario que salió a contratar jornaleros para su viña.

Y ¿qué significa el gesto ése de pagar el jornal empezando por los últimos? ¿No leemos en otro pasaje del evangelio que todos recibirán simultáneamente la recompensa? Leemos efectivamente en otro texto del evangelio que el rey dirá a los de su derecha: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Si, pues, todos han de recibir el denario a la vez, ¿cómo entender lo que aquí se dice sobre que primero recibirán el jornal los contratados al atardecer, y, por último, los del amanecer? Si consigo explicarme de modo que logréis entenderlo, loado sea Dios. Pues a él debéis agradecerle cuanto se os da por mi mano: porque lo que yo os doy no os lo doy de mi cosecha.

Si preguntas, por ejemplo, quién de los dos jornaleros recibió primero la paga: el que la recibió después de una hora de trabajo o el que la recibió después de una jornada laboral de doce horas, todo el mundo responderá que quien la recibió al cabo de tan sólo una hora, la recibió antes que quien la recibió después de doce horas. Así pues, aunque todos cobraron al mismo tiempo, sin embargo, como unos recibieron el jornal al cabo de una hora y los otros después de doce horas, se dice que aquéllos lo recibieron primero, puesto que lo recibieron en breve espacio de tiempo.

Los primeros justos —Abel, Noé—, que son como los llamados a primera hora, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Posteriormente, otros justos después de ellos —tales como Abrahán, Isaac, Jacob y sus contemporáneos—, llamados a media mañana, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Otros justos: Moisés, Aarón y los que como ellos fueron llamados al mediodía, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Después de ellos, los santos profetas, llamados como al caer la tarde, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Al fin del mundo, todos los cristianos, cual los llamados a la hora undécima, recibirán junto con ellos la felicidad de la resurrección. Todos la recibirán al mismo tiempo, pero fijaos después de cuánto tiempo la recibirán los primeros. Por tanto, si los primeros llamados reciben la felicidad después de tanto tiempo, mientras que nosotros la recibimos después de un breve intervalo, aunque todos la recibamos simultáneamente, parece como si nosotros la recibiéramos primero, por aquello de que nuestro galardón no se hará esperar.

En cuanto a la retribución, todos seremos iguales: los últimos igual que los primeros, y los primeros igual que los últimos, pues aquel denario es la vida eterna, y en la vida eterna todos serán iguales. Y aunque según la diversidad de méritos, diversamente resplandecerán, en lo que atañe a la vida eterna, será igual para todos. Lo que para todos es eterno, mal podría ser para unos más largo y más corto para otros: lo que no tiene fin, no lo tendrá ni para ti ni para mí. Diferentemente brillarán allí la castidad conyugal y la integridad virginal; uno será el fruto de las buenas obras y otra la corona del martirio; pero en lo que a vivir eternamente se refiere, ni éste vivirá más que aquél, ni aquél más que éste. Todos vivirán una vida sin fin, si bien cada cual con su brillo y aureola peculiar. Y aquel denario es la vida eterna.


Ciclo B: Mc 9, 29-36

HOMILÍA

San Máximo de Turín, Sermón 48 (1-2: CCL 23, 187-188)

Por la humildad se llega al reino; por la sencillez
se entra en el cielo

Si habéis escuchado con atención la lectura evangélica habréis podido comprender el respeto que se debe a los ministros y sacerdotes de Dios y la humildad con que los mismos clérigos deben prevenirse unos a otros. En efecto, preguntado el Señor por sus discípulos quién de ellos sería el más grande en el reino de los cielos, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: El que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. De donde deducimos que por la humildad se llega al reino, por la sencillez se entra en el cielo.

Por tanto, quien desee escalar la cima de la divinidad esfuércese por conseguir los abismos de la humildad; quien desee preceder a su hermano en el reino debe antes anticipársele en el amor, como dice el Apóstol: Estimando a los demás más que a uno mismo. Supérele en obsequiosidad, para poder vencerle en santidad. Pues si el hermano no te ha ofendido es acreedor al don de tu amor; y si te hubiere tal vez ofendido, es mayormente acreedor al regalo de tu superación. Esta es efectivamente la quintaesencia del cristianismo: devolver amor por amor y responder con la paciencia a quien nos ofende.

Así pues, quien más paciente fuere en soportar las injurias, más potente será en el reino. Porque al imperio de los cielos no se llega mediante una brillante ejecutoria avalada por la fastuosidad de las riquezas, sino mediante la humildad, la pobreza, la mansedumbre. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! En consecuencia, quien estuviere hinchado de honores y cargado de oro, cual jumento sobrecargado, no conseguirá pasar por el angosto camino del reino. Y en el preciso momento en que crea haber llegado, la puerta estrecha, al no dar cabida a su carga, le impedirá entrar y le obligará a retroceder. La puerta del cielo le resulta al rico tan angosta como estrecha le es al camello el ojo de una aguja. Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos.


Ciclo C: Lc 16, 1-13

HOMILÍA

Autor del siglo IV, Homilía 48 (1-6: PG 34, 807-811)

Sobre la perfecta fe en Dios

Queriendo el Señor conducir a sus discípulos a la fe perfecta, dijo en el evangelio: El que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado; el que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar. ¿Qué es lo menudo?, ¿qué es lo importante?

Lo menudo son los bienes de esta vida, que él prometió dar a los que creen en él, tales como el sustento, el vestido y otros subsidios corporales, como la salud y cosas por el estilo, ordenándonos taxativamente que no andemos agobiados por estas cosas, sino que esperemos confiadamente en él, pues Dios es la providencia de quienes a él se acogen, providencia segura y total.

Lo importante son los dones de la vida eterna e incorruptible, que él prometió conceder a cuantos crean en él y a los que continuamente están pendientes de estas cosas y a él acuden en su demanda, porque así está ordenado: Vosotros, en cambio, buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. En estas cosas menudas y temporales se demostrará si uno cree en Dios, que prometió concedérnoslas, a condición sin embargo de que no andemos agobiados por tales cosas, sino que únicamente nos preocupemos de las realidades futuras y eternas.

Y quedará perfectamente asentado que uno cree en los bienes incorruptibles y busca de verdad los bienes eternos si conserva una fe sana en dichos bienes. En efecto, cada uno de los que aceptaron la palabra de verdad debe probarse a sí mismo y examinarse, o ser examinado y probado por maestros del espíritu, cuáles son las razones de su fe y cuáles las motivaciones de su entrega a Dios: debe sopesar si cree realmente y de verdad apoyado en la palabra de Dios, o si cree más bien inducido por la opinión que él se ha formado sobre la justificación y la fe.

Toda persona tiene a su alcance la posibilidad de comprobar y demostrarse a sí mismo si es fiel en lo menudo — me refiero a los bienes temporales. ¿De qué forma? Escucha: ¿Te crees digno del reino de los cielos?, ¿te confiesas hijo de Dios nacido de arriba?, ¿te consideras coheredero de Cristo, destinado a reinar eternamente con él y a gozar de las delicias en la arcana luz por siglos incontables e infinitos, exactamente como Dios? Me contestarás sin duda: Ciertamente: ésa es precisamente la razón por la que he dejado el mundo y me he entregado en cuerpo y alma al Señor.

Examínate, pues, y mira si no te retienen todavía las preocupaciones terrenas, o el desmedido afán del sustento y del vestido corporal, o bien otros intereses y el confort, como si tú fueras capaz de proveerte por ti mismo de lo que se te ha ordenado no preocuparte en absoluto, es decir, de tu vida. Pues si estás convencido de poder conseguir los bienes inmortales, eternos, permanentes y carentes de envidia, mucho más convencido has de estar de que el Señor te otorgará estos bienes caducos y terrenos, que él concede incluso a los hombres impíos y hasta a los mismos pájaros, habiéndote él mismo enseñado a no preocuparte lo más mínimo de estas cosas.

Tú, pues, que te has hecho peregrino de este mundo, debes obtener una nueva y peregrina fe, un modo de pensar y de vivir superior al de todos los hombres de este mundo. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo por los siglos. Amén.