SEMANA SANTA


DOMINGO DE RAMOS
EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 21, 1-11

HOMILÍA

San Andrés de Creta, Sermón 9 sobre el domingo de Ramos (PG 97, 990-994)

Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor

Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres.

Porque el que va libremente hacia Jerusalén es el mismo que por nosotros, los hombres, bajó del cielo, para levantar consigo a los que yacíamos en lo más profundo y colocarnos, como dice la Escritura, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido.

Y viene, no como quien busca su gloria por medio de la fastuosidad y de la pompa. No porfiará —dice—, no gritará, no voceará por las calles, sino que será manso y humilde, y se presentará sin espectacularidad alguna.

Ea, pues, corramos a una con quien se apresura a su pasión, e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros.

Alegrémonos, pues, porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que asciende sobre el ocaso de nuestra ínfima vileza, para venir hasta nosotros y convivir con nosotros, de modo que pueda, por su parte, llevarnos hasta la familiaridad con él.

Ya que, si bien se dice que, habiéndose incorporado las primicias de nuestra condición, ascendió, con ese botín, sobre los cielos, hacia el oriente, es decir, según me parece, hacia su propia gloria y divinidad, no abandonó, con todo, su propensión hacia el género humano hasta haber sublimado al hombre, elevándolo progresivamente desde lo más ínfimo de la tierra hasta lo más alto de los cielos.

Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo, pues los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas.

Y si antes, teñidos corno estábamos de la escarlata del pecado, volvimos a encontrar la blancura de la lana gracias al saludable baño del bautismo, ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria.

Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor.

 

RESPONSORIO                    Cf. Jn 12, 12.13; Mt 21, 8.9
 
R./ Una numerosa muchedumbre, de Jerusalén, salió al encuentro de Jesús. Extendieron sus mantos sobre la vía, mientras otros agitaban ramas y gritaban: * ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
V./ La multitud que iba delante y detrás gritaba:
R./ ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
 


Ciclo B: Mc 11, 1-10

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, orat 2: PG 70, 967-970)

Mirad al Rey justo

Mirad: un rey reinará con justicia y sus jefes gobernarán según derecho. El Verbo, Unigénito de Dios, era el Rey universal juntamente con Dios Padre y, al venir, se sometió toda criatura visible e invisible. Y si bien el hombre terreno, alejándose y desvinculándose de su reino, hizo poco caso de sus mandatos hasta el punto de dejarse enredar por la tiránica mano del diablo con los lazos del pecado, él, administrador y dispensador de toda justicia, nuevamente volvió a someterle a su yugo. Los caminos del Señor son efectivamente rectos.

Llamamos caminos de Cristo a los oráculos evangélicos, por medio de los cuales, atentos a todo tipo de virtud y ornando nuestras cabezas con las insignias de la piedad, conseguimos el premio de nuestra vocación celestial. Rectos son realmente estos caminos, sin curva o perversidad alguna: los llamaríamos rectos y transitables. Está efectivamente escrito: La senda del justo es recta, tú allanas el sendero del justo. Pues la senda de la ley es áspera, serpentea entre símbolos y figuras y es de una intolerable dificultad. En cambio, el camino de los oráculos evangélicos es llano, sin absolutamente nada de áspero o escabroso.

Así, pues, los caminos de Cristo son rectos. El ha edificado la ciudad santa, esto es, la Iglesia, en la que él mismo ha establecido su morada. El, en efecto, habita en los santos y nosotros nos hemos convertido en templos de Dios vivo, pues, por la participación del Espíritu Santo, tenemos a Cristo dentro de nosotros. Fundó, pues, la Iglesia y él es el cimiento sobre el que también nosotros, como piedras suntuosas y preciosas, nos vamos integrando en la construcción del templo santo, para ser morada de Dios, por el Espíritu.

Absolutamente inconmovible es la Iglesia que tiene a Cristo por fundamento y base inamovible. Mirad -dice–, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimiento: «quien se apoya no vacila». Así que, una vez fundada la Iglesia, él mismo cambió la suerte de su pueblo. Y a nosotros, derribado por tierra el tirano, nos salvó y liberó del pecado y nos sometió a su yugo, y no precisamente pagándole un precio o a base de regalos. Claramente lo dice uno de sus discípulos: Nos rescataron de ese proceder inútil recibido de nuestros padres: no con bienes efímeros, con oro y plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha. Dio por nosotros su propia sangre: por tanto no nos pertenecemos, sino que somos del que nos compró y nos salvó.

Con razón, pues, todos cuantos conculcan la recta norma de la verdadera fe, se ven acusados por boca de los santos como negadores del Dios que los ha redimido.

 

RESPONSORIO                    Sal 117, 26.27.22.23
 
R./ Bendito el que viene en nombre del Señor, * el Señor es Dios, él nos ilumina.
V./ La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular; es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.
R./ El Señor es Dios, él nos ilumina.
 


Ciclo C: Lc 19, 28-40

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Tratado 37 sobre el evangelio de san Juan (9-10: CCL 36, 336-338)

Si aquella sangre no hubiese sido derramada,
el mundo no hubiera sido redimido

Todavía no había llegado su hora, no la hora en que se viese forzado a morir, sino la hora en que se dignase ser muerto. Pues bien sabía él cuándo debía morir; tiene presentes todas las profecías que se referían a él y esperaba su pleno cumplimiento antes de iniciar su pasión. Y una vez cumplidas todas las profecías, entonces tendría lugar también la pasión, de acuerdo con el orden establecido, y no en base a una fatal necesidad.

Escuchad sino y podréis comprobarlo por vosotros mismos. Entre otras cosas profetizadas de él, estaba escrito: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre. Cómo se cumplió esto, lo sabemos por el evangelio. Primero le dieron hiel: la aceptó, la probó, pero no quiso beberla; más tarde, colgado ya de la cruz, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed. Cogieron una esponja empapada en vinagre, la sujetaron a una caña, y se lo acercaron al crucificado. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: Está cumplido. ¿Qué significa está cumplido? Que se han realizado todas las cosas profetizadas antes de su pasión. Por tanto, ¿qué hago yo aquí ya? Y efectivamente, una vez que hubo dicho: «Está cumplido», inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

¿Pero es que los ladrones crucificados con él, expiraron cuando quisieron? Estaban amarrados por los lazos de la carne, puesto que no eran los creadores de la carne; traspasados por clavos, eran largamente atormentados, porque no eran dueños de sus sufrimientos. En cambio, el Señor, cuando quiso se encarnó en un seno virginal; cuando quiso apareció entre los hombres; vivió entre los hombres el tiempo que quiso; cuando quiso abandonó su envoltura carnal. Esto es señal de potestad, no de necesidad. Esta es la hora que él esperaba: no una hora fatal, sino oportuna y voluntaria, que le permitiera cumplir cuanto antes de su pasión tenía que cumplir. Porque, ¿cómo podía estar bajo el sino de la fatalidad el que en otro pasaje dijo: Tengo poder para quitar la vida y tengo poder para recuperarla; nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente, para poder recuperarla? Puso de manifiesto este poder cuando los judíos lo buscaban: ¿A quién buscáis?, preguntó. Le constestaron: A Jesús. Y les dijo: Yo soy. A cuya voz, retrocedieron y cayeron a tierra.

Pero alguien replicará: si es verdad que poseía este poder, ¿por qué entonces cuando, colgado de la cruz, los judíos lo injuriaban y decían: Si es hijo de Dios, que baje de la cruz, no bajó, para, bajando, demostrarles su poder? Porque predicaba la paciencia, por eso difería la potencia. Pues si, al reclamo de sus palabras, hubiera bajado de la cruz, diríase que lo había hecho vencido por el dolor. No bajó en absoluto; permaneció clavado, para ser desclavado cuando quisiera.

Pues ¿qué le costaba bajar de la cruz a él que pudo resucitar del sepulcro? Por tanto, nosotros que hemos recibido estas enseñanzas, comprendamos que el poder de nuestro Señor Jesucristo, oculto entonces, habría de manifestarse en el juicio, del que se ha dicho: Dios viene manifiestamente, viene nuestro Dios y no callará. Porque primero calló. ¿Cuándo calló? Cuando fue juzgado, cumpliéndose así la predicción del profeta: Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Así pues, si no hubiera querido padecer, no habría padecido, aquella sangre no habría sido derramada; si aquella sangre no hubiera sido derramada, el mundo no habría sido redimido. Demos, pues, gracias tanto al poder de su divinidad, como a la misericordia de su debilidad.

 

RESPONSORIO                    Cf. Mt 21, 5.7.4
R./ Decid a la hija de Sión: * Mira, tu rey viene a ti manso, sentado sobre un asna, con un pollino hijo de bestia de carga.
V./ Trajeron a la asna y al pollino, y Jesús se sentó encima. Esto sucedió para que se cumpliese lo anunciado por el profeta:
R./ Mira, tu rey viene a ti manso, sentado sobre un asna, con un pollino hijo de bestia de carga.