DOMINGO II DE CUARESMA


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 17,1-9

HOMILÍA

San León Magno, Sermón 51 (3-4.8: PL 54, 310-311.313

La ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo

El Señor puso de manifiesto su gloria ante los testigos que había elegido, e hizo resplandecer de tal manera aquel cuerpo suyo, semejante al de todos los hombres, que su rostro se volvió semejante a la claridad del sol y sus vestiduras aparecieron blancas como la nieve.

En aquella transfiguración se trataba, sobre todo, de alejar de los corazones de los discípulos el escándalo de la cruz, y evitar así que la humillación de la pasión voluntaria conturbara la fe de aquellos a quienes se había revelado la excelencia de la dignidad escondida.

Pero con no menor providencia se estaba fundamentando la esperanza de la Iglesia santa, ya que el cuerpo de Cristo, en su totalidad, podría comprender cuál habría de ser su transformación, y sus miembros podrían contar con la promesa de su participación en aquel honor que brillaba de antemano en la cabeza. A propósito de lo cual había dicho el mismo Señor, al hablar de la majestad de su venida: Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Cosa que el mismo apóstol Pablo corroboró, diciendo: Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá; y de nuevo: Habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

Pero, en aquel milagro, hubo también otra lección para confirmación y completo conocimiento de los apóstoles. Pues aparecieron, en conversación con el Señor, Moisés y Elías, es decir, la ley y los profetas, para que se cumpliera con toda verdad, en presencia de aquellos cinco hombres, lo que está escrito: Toda palabra quede confirmada por boca de dos o tres testigos.

¿Y pudo haber una palabra más firmemente establecida que ésta, en cuyo anuncio resuena la trompeta de ambos Testamentos y concurren las antiguas enseñanzas con la doctrina evangélica?

Las páginas de los dos Testamentos se apoyaban entre sí, y el esplendor de la actual gloria ponía de manifiesto, a plena luz, a aquel que los anteriores signos habían prometido bajo el velo de sus misterios; porque, como dice san Juan, la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, en quien se cumplieron, a la vez, la promesa de las figuras proféticas y la razón de los preceptos legales, ya que, con su presencia, atestiguó la verdad de las profecías y, con su gracia, otorgó a los mandamientos la posibilidad de su cumplimiento.

Que la predicación del santo Evangelio sirva, por tanto, para la confirmación de la fe de .todos, y que nadie se avergüence de la cruz de Cristo, gracias a la cual el mundo ha sido redimido. Que nadie tema sufrir por la justicia, ni desconfíe del cumplimiento de las promesas, porque por el trabajo se va al descanso, y por la muerte se pasa a la vida; pues el Señor echó sobre sí toda ladebilidad de nuestra condición, y, si nos mantenemos en su amor, venceremos lo que él venció y recibiremos lo que prometió.

En efecto, ya se trate de cumplir los mandamientos o de tolerar las adversidades, nunca debe dejar de resonar en nuestros oídos la palabra pronunciada por el Padre: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo.

 

RESPONSORIO                    Cf. Hb 12, 22.24.25Sal 94, 8
 
R./ Vosotros os habéis acercado a Jesús, mediador de la nueva alianza. Guardaos de rechazar al que os habla. * Si los hebreos que rechazaron a los que pronunciaban los oráculos desde la tierra no escaparon al castigo, mucho menos nosotros, si volvemos la espalda al que nos habla desde el cielo.
V./ Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto
R./ Si los hebreos que rechazaron a los que pronunciaban los oráculos desde la tierra no escaparon al castigo, mucho menos nosotros, si volvemos la espalda al que nos habla desde el cielo.
 


Ciclo B: Mc 9,1-9

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Homilía 9 en la transfiguración del Señor (PG 77, 1011-1014)

Hablaban de la muerte que Jesús iba a consumar
en Jerusalén

Jesús subió a una montaña con sus tres discípulos preferidos. Allí se transfiguró en un resplandor tan extraordinario y divino, que su vestido parecía hecho de luz. Se les aparecieron también Moisés y Elías conversando con Jesús: hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén, o sea, del misterio de aquella salvación que había de operarse mediante su cuerpo, de aquella pasión —repito—que habría de consumarse en la cruz. Pues la verdad es que la ley de Moisés y los vaticinios de los santos profetas preanunciaron el misterio de Cristo: las losas de la ley lo describían como en imagen y veladamente; los profetas, en cambio, lo predicaron en distintas ocasiones y de muchas maneras, diciendo que en el momento oportuno aparecería en forma humana y aceptaría morir en la cruz por la salvación y la vida de todos.

Y el hecho de que estuviesen allí presentes Moisés y Elías conversando con Jesús, quería indicar que la ley y los profetas son como los dos aliados de nuestro Señor Jesucristo, presentado por ellos como Dios a través de las cosas que habían preanunciado y que concordaban entre sí. En efecto, no disuenan de la ley los vaticinios de los profetas: y, a mi modo de ver, de esto hablaban Moisés y Elias, el más grande de los profetas.

Habiéndose aparecido, no se mantuvieron en silencio, sino que hablaban de la gloria que el mismo Jesús iba a consumar en Jerusalén, a saber, de la pasión y de la cruz y, en ellas, vislumbraban también la resurrección. Pensando quizá el bienaventurado Pedro que había llegado el tiempo del reinado de Dios, gustoso se quedaría a vivir en la montaña; de hecho, y sin saber lo que decía, propone la construcción de tres chozas. Pero aún no había llegado el fin de los tiempos, ni en la presente vida entrarán los santos a participar de la esperanza a ellos prometida. Dice, en efecto, Pablo: El trasformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, es decir, de la condición gloriosa de Cristo.

Ahora bien, estando estos planes todavía en sus comienzos, sin haber llegado aún a su culminación, sería una incongruencia que Cristo, que por amor había venido al mundo, abandonase el proyecto de padecer voluntariamente por él. Conservó, pues, aquella naturaleza infraceleste, con la que padeció la muerte según la carne y la borró por su resurrección de entre los muertos.

Por lo demás y al margen de este admirable y arcano espectáculo de la gloria de Cristo, ocurrió además otro hecho útil y necesario para consolidar la fe en Cristo, no sólo de los discípulos, sino también de nosotros mismos. Allí, en lo alto, resonó efectivamente la voz del Padre que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.

 

RESPONSORIO                    Lc 9, 29-31
 
R./ Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y su túnica se volvió blanca y fulgurante. * Y he aquí que dos hombres hablaban con él: eran Moisés y Elías, aparecidos en su gloria.
V./ Hablaban de su partida que debía cumplirse en Jerusalén.
R./ Y he aquí que dos hombres hablaban con él: eran Moisés y Elías, aparecidos en su gloria.
 


Ciclo C: Lc 9, 28b-36

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 45 (2: PL 14, 1188-1189)

Sólo Jesús es la luz verdadera y eterna

Fue el mismo Señor Jesús el que quiso que al monte subiera únicamente Moisés a recibir la ley, aunque no sin Jesús (Josué). Y en el evangelio, de entre los discípulos, a solos Pedro, Santiago y Juan les fue revelada la gloria de su resurrección. De esta manera, quiso mantener oculto su misterio, y frecuentemente recomendaba que no fueran fáciles en hablar a cualquiera de lo que habían visto, a fin de que las personas débiles, incapaces por su carácter vacilante de asimilar la virtualidad de los sacramentos, no sufrieran escándalo alguno.

Por lo demás, el mismo Pedro no sabía lo que decía, cuando se creyó obligado a construir tres chozas para el Señor y para sus siervos. Inmediatamente después fue incapaz de resistir el fulgor de la gloria del Señor, que lo transfiguraba: cayó en tierra y con él cayeron también los hijos del trueno, Santiago y Juan; una nube los cubrió con su sombra, y no fueron capaces de levantarse hasta que Jesús se acercó, los tocó y les mandó levantarse, deponiendo todo temor.

Entraron en la nube para conocer cosas arcanas y ocultas, y allí oyeron la voz de Dios que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. ¿Qué significa: Éste es mi Hijo, el amado? Esto: No te equivoques, Simón, pensando que el Hijo de Dios puede ser parangonado con los siervos. Este es mi Hijo, ni Moisés es mi Hijo ni Elías es mi Hijo, aunque el uno dividiera en dos partes el mar, y el otro clausurara el cielo. Pero si es cierto que ambos vencieron la naturaleza de los elementos, fue con la fuerza de la palabra de Dios, de la que fueron simples instrumentos; en cambio, éste es el que solidificó las aguas, cerró el cielo con la sequía y, cuando quiso, lo abrió enviando la lluvia.

Cuando se requiere un testimonio de la resurrección, se estipulan los servicios de los siervos; cuando se manifiesta la gloria del Señor resucitado, desaparece el esplendor de los siervos. En efecto, cuando el sol sale, neutraliza los focos de las estrellas y toda su luz se desvanece ante el astro del día. ¿Cómo, pues, podrían verse las estrellas humanas a la plena luz del eterno Sol de justicia y de aquel divino fulgor? ¿Dónde están ahora aquellas luces que milagrosamente brillaban ante vuestros ojos? El universo entero es pura tiniebla en comparación con la luz eterna. Afánense otros en agradar a Dios con sus servicios: sólo él es la luz verdadera y eterna, en la que el Padre tiene sus complacencias. También yo encuentro en él mis complacencias, considerando como mío todo lo que ha hecho él, y aspirando a que cuanto yo he hecho se considere realmente como obra del Hijo. Escuchadle cuando dice: Yo y el Padre somos uno. No dijo: yo y Moisés somos uno. No dijo que él y Elías eran partícipes de la misma gloria divina. ¿Por qué queréis construir tres chozas? La choza de Jesús no está en la tierra, sino en el cielo. Lo oyeron los apóstoles y cayeron al suelo despavoridos. Se acercó el Señor, les mandó levantarse y les ordenó que no contaran a nadie la visión.

 

RESPONSORIO                    Mt 17, 9. 7
 
R./ Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: * No habléis a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre sea resucitado de entre los muertos.
V./ Jesús se acercó, y tocando a los discípulos presa del temor, les dijo: Levantaos, no temáis. Y les ordenó:
R./ No habléis a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre sea resucitado de entre los muertos.