Apología de Sócrates, y 3

Platón.

 

-Las “lecciones” de Sócrates
-La conducta de Sócrates en el Tribunal
-Examen de otras contrapropuestas de penas posibles
-Alocución a los que han votado por la condena
-La muerte como bien



Las “lecciones” de Sócrates
Yo, en rigor, no he llegado a ser maestro de nadie. Si al realizar mi tarea alguien quería escuchar lo que yo decía, fuera joven o anciano, nadie jamás se lo impedía. Yo no dialogo cuando recibo dinero y me niego cuando no lo recibo, sino que de manera similar me ofrezco al rico y al pobre para que interroguen y para escuchar, si quieren, lo que yo digo al responder. Siendo así las cosas, si alguno luego es honesto o no, no se me puede imputar la culpa, como no se me pueden imputar lecciones que jamás he dado. Y si alguien dice que en algún momento ha aprendido de mí o escuchado privadamente algo que no han [oído] todos los demás, sepan que no dice la verdad. Pero entonces, ¿por qué algunos se complacen en pasar mucho tiempo conmigo? Ustedes lo han escuchado, señores atenienses; les he dicho toda la verdad: sucede que los que me escuchan se regocijan cuando examino a los que creen ser sabios sin serlo, pues no carece de amenidad. Pero en cuanto a mí, tal como lo he referido, se trata de algo que me ha ordenado hacer el dios, sea a través de oráculos, o de sueños, o bien de cualquier otro modo por el cual algún designio divino ordena a un hombre hacer algo.55 …sta es la verdad, señores atenienses, y fácil de probar. En efecto, si yo ahora corrompo a unos jóvenes, y ya he corrompido a otros, es necesario que algunos de ellos, que han llegado a viejos, hayan conocido a aquellos que, cuando eran jóvenes, yo les haya aconsejado mal alguna vez, y ahora comparecerían para acusarme y pedir mi castigo. Y si ellos mismos no hubieran querido [hacerlo], algunos familiares de ellos, padres, hermanos y otros parientes, puesto que los de su familia habrían sufrido algún mal de mi parte, se acordarían ahora y me acusarían. De cualquier modo, aquí están presentes muchos de ellos, que yo estoy viendo: en primer lugar Critón, que es de mi misma edad y distrito, padre de Critóbulo, que está aquí; luego Lisanias de Esfeto, padre de Esquines, también presente. Además, Antifonte de Quéfiso, padre de Epígenes. Y estos otros cuyos hermanos han pasado el tiempo [conmigo]; Nicóstrato -hijo de Teozótides y hermano de Teodoreto (Teodoreto ha muerto, de modo que no ha podido hacerle la más mínima presión para que viniese)-, también Paralo, hijo de Demódoco y hermano de Teages. Este es Adimanto, hijo de Aristón, cuyo hermano Platón está presente, y Ayantodoro, cuyo hermano Apolodoro también está aquí. Y muchos otros puedo nombrar, alguno de los cuales, como mínimo, Melero habría debido ofrecer como testigos en su discurso. Silo ha olvidado en ese momento, que los ofrezca ahora, yo le cedo mi lugar, que diga si cuenta con alguno de esa índole. Pero todo lo contrario de eso es lo que escucharán, señores: todos están dispuestos a socorrerme, a mí, que los corrompo, que hago mal a sus parientes, según dicen Meleto 19 y Anito. Claro que respecto de los que ya están corrompidos puede explicarse cal vez que acudan en mi ayuda. Pero los que no están corrompidos, hombres de mayor edad que son parientes de ellos, ¿por qué motivo puede explicarse que acudan en mi ayuda como no sea lo recto y lo justo, porque advierten que Meleto miente y yo digo la verdad?. La conducta de

Sócrates en el Tribunal
Bien, señores, con esto ya tendría para defenderme o, a lo sumo, añadiendo algunas cosas semejantes. Pero quizás alguno de ustedes podría irritarse al recordar que él mismo, al litigar en un pleito menor que éste, ha rogado y suplicado a los jueces con abundantes lágrimas, incluso trayendo consigo a los hijos a fin de ser compadecido lo más posible, y otros parientes y muchos amigos, y ahora se encuentran con que yo no hago nada de eso, aunque estoy corriendo, según ha de parecerles, el mayor de los peligros. Quizá tras pensar esas cosas, se enfurecerán conmigo, y encolerizados por ellas, depositen su voto con cólera. Si llegara a darse ese caso entre ustedes -yo ciertamente espero que no- creo que hablaría con derecho si les dijese: “Sin duda, excelente amigo, también yo tengo parientes; en efecto, para decirlo como Homero, ëno he nacido de troncos ni de piedras sino de hombres, de modo que tengo parientes, incluso hijos, señores atenienses, tres [hijos], uno de ellos ya muchacho, los otros dos niños. No obstante no he traído aquí a ninguno de ellos para pedir a ustedes que voten contra mi condena. ¿Por qué no he de hacer ninguna de esas cosas? No por obstinado, señores atenienses, ni por subestimarlos; y si yo me comporto frente a la muerte temerariamente, ésa es otra cuestión; más bien es en relación a mi honor, el de ustedes y el de la ciudad entera que no me parece bien que yo haga alguna de tales cosas a una edad como la mía y con el nombre con que cuento; ya que, sea cierto o falso, el caso es que existe la opinión de que Sócrates se distingue en algo de la mayoría de los hombres. Pues bien, si los que de ustedes parecen distinguirse por su sabiduría, por su valor o por cualquier otro modo de perfección, obraran de la manera mencionada, sería vergonzoso. Precisamente más de una vez he visto a algunos que tienen reputación, y que cuando son procesados hacen cosas insólitas, convencidos de que morir es algo terrible1 como si fuesen inmortales en caso de que ustedes no los condenaran a muerte. A mí me parece que llenan de vergüenza a la ciudad, al punto que los extranjeros podrían suponer que aquellos atenienses que son distinguidos en relación con su [tipo de] perfección -y a los que se los elige para magistrados y otros cargos honoríficos- en nada se diferencian de las mujeres. Estas cosas, señores atenienses, es necesario que no las hagamos los que tenemos reputación del modo que sea. Y si las hacemos [es necesario entonces] que ustedes no lo permitan, sino que pongan de manifiesto que condenarán con mucho más [rigor] al que comparece [representando] dramas que muevan a compasión, y poniendo a la ciudad en ridículo, que a aquel que [se] mantiene [en] calma. Pero aparte de lo concerniente al honor, señores, no me parece justo implorar al juez ni ser absuelto implorando, sino informar y persuadir En efecto, el juez no está sentado allí para hacer justicia a modo de favor, sino para decidir lo justo: ha jurado no favorecer a quien le plazca, sino dictar sentencia acorde con las leyes. Por consiguiente, es necesario que no nos acostumbremos a [hacer que] ustedes violen el juramento, ni ustedes tampoco deben acostumbrarlos a ello; pues ni unos ni otros obraríamos religiosamente. No esperen entonces de mí, señores atenienses, que haga frente a ustedes cosas que no considero honorables, ni justas, ni religiosas, máxime que precisamente, por Zeus, estoy acusado por Meleto, aquí presente, de irreligiosidad. En efecto, si a ustedes, que han hecho aquel 20 juramento, los convenciera haciéndoles violencia con mis ruegos, estaría enseñándoles a no tener en cuenta a los dioses; y en realidad, al defenderme [así] me estaría acusando a mí mismo de no creer en dioses. Pero estoy muy lejos de ello: yo creo, señores atenienses, como ninguno de mis acusadores, y dejo en manos de ustedes y del dios decidir, a propósito de mí, de qué modo está dispuesto lo mejor tanto para mí como para ustedes.

Examen de otras contrapropuestas de penas posibles
El hecho de que no me indigne, señores atenienses, ante este posible resultado, a saber, que me hayan condenado, contribuyen muchas cosas, entre otras la de que lo acontecido no era inesperado para mí; sino que estoy mucho más sorprendido de cómo se ha repartido el número total de votos. En efecto, yo no creía que la diferencia fuera tan pequeña sino mucho mayor. En cambio, ahora parece que, si sólo treinta votos hubieran cambiado, habría sido absuelto. Por consiguiente, creo yo, en lo concerniente a Melero, heme aquí absuelto, y no sólo absuelto, sino que es patente a cualquiera que, si no hubiera venido Anito con Licón para acusarme, [Meleto] tendría que pagar una multa de mil dracmas, por no recibir la quinta parte de los votos. Pues bien, este señor propone para mí la pena de muerte. Bien. En cuanto a mí, ¿qué debo contraponerles, señores atenienses? ¿No es evidente que lo que merezco? ¿Qué cosa entonces? ¿Qué trato o compensación me merezco simplemente porque no he guardado reposo a lo largo de la vida, descuidando en cambio las cosas que [inquietan] a la mayoría, como negocios, administración de la casa, cargos de estrategas o líderes políticos, magistraturas en general, etc., así como las ligas, partidos que surgen en la ciudad, por considerarme en verdad demasiado justo para mantenerme a salvo al ir en busca de tales cosas? Por ese camino no marché porque al hacerlo no habría sido útil en nada ni a ustedes ni a mí mismo, sino que fui en busca de cada uno particularmente, prestándoles así el mayor de los servicios, a mi modo de ver: por este camino marché, intentando persuadir a cada uno de ustedes de que no atendieran a ninguna de las cosas dc ustedes antes que a ustedes mismos. Y que quedaran atendidos de modo tal que llegaran a ser lo mejor y más sabios posible; [análogamente], no ascender a las cosas de la ciudad antes que a la ciudad misma, y del mismo modo en todo lo demás. ¿Qué trato merezco, pues, por ser así? Un buen trato, señores atenienses, si en realidad se debe compensar de acuerdo con el merecimiento. Y claro está, algo de tal índole que me sea apropiado. Ahora bien, ¿qué es apropiado para un hombre pobre, benefactor necesitado de disponer de tiempo libre para exhortarlos a ustedes? No hay otra cosa que sea apropiada a un hombre semejante, señores atenienses, que ser alimentado en el Pritaneo: mucho más [apropiado] que a cualquiera de ustedes que haya vencido en las olimpíadas en un caballo de carrera, en un coche de dos o cuatro caballos. Pues éste les hace creer que son felices, mientras yo [los hago] ser [felices de verdad]. Además, aquél no necesita de alimento, yo sí. Por consiguiente, si se debe compensarme según mi justo merecimiento, yo propongo esto: alimento en el Pritaneo” Tal vez a ustedes les parezca que al hablar de este modo, como cuando hablaba acerca de las lamentaciones y ruegos, me expreso jactanciosamente. Pero no es de cm manera, señores atenienses, sino más bien de esta otra: yo estoy persuadido de que no cometo involuntariamente injusticia contra hombre alguno, pero que no los persuado a ustedes de esto. Porque poco tiempo hemos tenido para dialogar entre nosotros. Si existen entre ustedes, como entre otros hombres, una ley tal que no permitiera decidir acerca de 21 [la pena de] muerte en un solo día sino en muchos, creo que los persuadirla. Pero ahora, en tan poco tiempo, no es fácil disipar tan grandes calumnias. Persuadido como estoy de que no hago injusticia a nadie, lejos estoy de hacerme injusticia a mí mismo, y decir respecto de mí mismo que soy merecedor de algún mal, y proponer algo de esa índole sobre mí ¿Qué puedo temer? ¿Que me pase lo que Meleto propone para mí, lo cual -he dicho- no sé si es bueno o malo? ¿O bien, en lugar de eso, elegir como compensación cosas que bien sé que son malas, tales como la prisión? ¿Y por qué debo vivir en prisión, esclavo de los magistrados que guardan turno permanentemente, los Once? ¿O bien [proponer] dinero, y estar preso basta pagar la multa? Pero sobre esto precisamente acabo de hablar; no tengo fortuna con la cual pagar multa ¿Acaso he de proponer el destierro? Quizá con esto me vedan compensado. No obstante, mucho amor a la vida tendría si fuese tan irreflexivo como para no poder reflexionar que si ustedes, que son conciudadanos míos, no son capaces de llegar a soportar mis discursos y argumentaciones, sino que les resultan pesados y odiosos hasta el punto de que buscan ahora desembarazarse de ellos, ¿acaso otros lo soportarán fácilmente? Haría falta mucho para eso, señores atenienses. ¡Linda vida sería para un hombre de ciudad exiliarse, cambiando una ciudad por otra y vivir expulsado! Porque han de saber que, vaya adonde vaya, los jóvenes estarán dispuestos a oírme cuando hablo, como aquí. Y si yo los alejara, ellos mismos me expulsarían, persuadiendo a sus mayores; pero si no los alejara, [me expulsarían] sus padres y parientes por sí mismos. Tal vez alguno diga: “Pero Sócrates, ¿no eres capaz de vivir desterrado por nosotros, callando y quedándote quieto?” Justamente esto es, entre todas las cosas, la más difícil de que los convenza a alguno de ustedes. En efecto, si digo que me es imposible quedarme quieto porque esto es desobedecer al dios, no los convenceré, como si estuviera fingiendo. Ahora, si digo que el supremo bien para un hombre viene a ser hablar a diario acerca de [los modos de] perfección, y las demás cosas acerca de las cuales ustedes me oyen dialogar cuando me examino a mí mismo y a otros; y si [añado] que una vida carente de examen no es vida digna para un hombre, mucho menos los convenceré al decir tales cosas. Sin embargo, las cosas son del modo que afirmo, señores, aunque no [sea] difícil persuadirlos de [ellas]. Y yo, por lo demás, no estoy acostumbrado a considerarme a mí mismo merecedor de pena alguna. Por esa, si uniera fortuna, propondría una cantidad de dinero que estuviera en condiciones de pagar; pues eso en nada me perjudicaría. Ahora bien, no tengo [fortuna]; 22 salvo que ustedes deseen, como compensación, que pague en la medida que puedo. Quizá podría pagarles una mina de plata: eso es, pues, cuanto propongo. Pero he aquí, señores atenienses, que Platón, Critón, Critóbulo y Apolodoro me exhortan a proponer treinta minas y ellos mismos salen como garantes. Entonces propongo esa cantidad; los que salen garantes de dinero serán para ustedes solventes.

Alocución a los que han votado por la condena
En verdad, por no [aguardar] un breve tiempo, señores atenienses, adquirirán la fama y la acusación, por parte de quienes quieren reprochar a la ciudad, de que hayan matado al sabio varón Sócrates. En efecto, dirán incluso que soy sabio, aunque no lo sea, aquellos que desean censurarlos”. Si hubieran aguardado un breve tiempo, esto habría sucedido por si solo, por mi edad pueden ver que estoy ya avanzado en la vida, más bien próximo a la muerte. Esto lo digo no a todos ustedes, sino a aquellos que han votado por mi condena a muerte. Y también esto les digo a aquellos. Quizá, señores, piensen ustedes que he sido condenado por carencia de discursos como los que los habrían persuadido a ustedes, si yo hubiese juzgado que debía hacer y decir todo lo que me permitiera eludir la sentencia. Lejos de eso. Si se me ha condenado no ha sido ciertamente por carencia de discursos, sino de temeridad, desvergüenza y de disposición a decirles cosas como las que a ustedes les agradaría escuchar de mí, al tiempo que llorara, me lamentara e hiciese y dijese muchas cosas indignas de mí, según preciso yo: cosas tales como las que ustedes están acostumbrados a escuchar de los demás. Pero en su momento he juzgado que no se debe hacer nada servil frente al peligro, y ahora no me arrepiento de haberme defendido así, sino que con mucho prefiero la muerte tras defenderme de este modo, que vivir [habiéndome defendido] con aquellos [otros recursos]. En efecto, sea en los tribunales o en la guerra, ni yo ni ningún otro debe procurar eludir la muerte a cualquier precio. Pues en las batallas con frecuencia se pone de manifiesto que cualquiera puede evitar la muerte arrojando [sus] armas y volviéndose suplicante hacia los perseguidores. Y hay muchos otros artificios para eludir la muerte en cualquier caso de peligro, con tal que uno se atreva a hacer y decir todo [lo necesario]. Pero señores: lo difícil no es evitar la muerte, sino que mucho más difícil es [evitar] la bajeza. En efecto, [ésta] corre más rápido que la muerte. Por eso ahora yo, que soy lento y viejo, soy apresado por el más lento; mis acusadores, en cambio, por ser vigorosos y veloces [son apresados] por cl más rápido, la corrupción. Y ahora yo me marcho, condenado a muerte por ustedes, pero ellos han sido condenados por la verdad por depravación e injusticia.~ Yo me atengo a mi pena, ellos [a la suya]. Sin duda ha sido necesario que las cosas fueran así y estimo que se dan según su medida. En fin, además de esto deseo predecirles algo a ustedes, que me han condenado. Porque estoy ahora en el momento en que los hombres profetizan mejor: cuando están a punto de morir Pues bien, señores que me han condenado a muerte, les diré que inmediatamente después de mi muerte, recibirán un castigo mucho más duro, por Zeus, que el que me han infligido al condenarme a muerte. En efecto, al hacer esto creen ahora desembarazarse del tener que someter a prueba su modo de vida. Pero es muy al contrario lo que resultará de esto, según afirmo. Muchos más serán los que los sometan a prueba, a los cuales yo he contenido, sin que ustedes se percataran de ello, y serán más duros cuanto más jóvenes sean, y ustedes se irritarán mucho más. Porque si ustedes creen que condenando a muerte a los hombres 23 impedirán que alguno les reproche que no vivan correctamente, ¿no reflexionan bien? En efecto, ése no es un [modo] de desembarazarse, ni eficaz en absoluto, ni honorable; el único [modo] realmente honorable y fácil, no es el de impedir a los demás, sino el de prepararse a sí mismo de modo de llegar a ser el mejor Estas son, por lo tanto, las cosas que pronostico a los que, entre ustedes, me han condenado, al despedirme.

La muerte como bien
En cuanto a los que han votado por mi absolución, con mucho gusto dialogaría acerca de lo que ha acontecido, mientras los magistrados pasan el tiempo y yo aún no marcho al lugar al que debo ir para morir. Permanezcan conmigo, señores, ese rato, ya que nada nos impide conversar relatándonos entre nosotros hasta tanto sea licito. Y a ustedes, como a amigos, quisiera mostrarles de qué modo interpreto lo que me ha sucedido ahora. Me ha sucedido, señores jueces -pues a ustedes los puedo llamar jueces de verdad- , algo maravilloso. Se trata de aquella profecía demoníaca habitual en mí, que en tiempos pasados con frecuencia se me hacía presente y se oponía en asuntos completamente sin importancia cuando estaba a punto de hacer algo no correcto. Pues bien, ahora me han sucedido cosas que ustedes mismos ven, y que cualquiera podría juzgar y considerar que es el peor de los males. Pero he aquí que ni cuando salí de casa a la mañana temprano, ni cuando concurrí aquí ante el tribunal, ni en ningún momento en que estaba a punto de decir algo en la argumentación, se me ha opuesto el signo del dios. Y, sin embargo, en medio de otros discursos, me ha impedido hablar. Ahora, en cambio, frente a este asunto, en nada se me ha opuesto, ni al obrar ni al hablar. ¿Cuál debo suponer que es la causa? Les diré: es probable que lo que me ha acontecido resulte un bien, y no sea correcta la suposición que hacemos cuando pensamos que morir es un mal. Una gran prueba de esto es lo que me ha sucedido a mí; pues no podría ser que el signo habitual no se me hubiese opuesto, si lo que yo estaba por hacer no fuera bueno. Reflexionemos un momento: grande es la esperanza de que esto sea un bien. En efecto, el morir es una de dos cosas: o bien no se existe ni se posee ninguna sensación de nada, o bien, como algunos dicen, se produce una transformación del alma, y un cambio de morada desde este lugar hacia otro lugar. Ahora bien, si no hay ninguna sensación, sino que es como un sueño al modo de cuando el que duerme no sueña ni ve nada, ¡maravillosa ganancia sería la muerte! Porque a mí me parece que si alguien tuviera que elegir aquella noche en la cual hubiese dormido tan profundamente como para no ver sueños, y tras comparar con aquella noche las demás noches y días de su vida, debiera examinarlas y decir cuántos días y noches mejores y más agradables que aquella ha vivido en su propia vida, pienso que no sólo un particular cualquiera sino el mismo Gran Rey encontraría pocas para contar en relación con las otras noches y días. Por consiguiente, si la muerte es algo de esta índole, significa para mí ganancia, pues el tiempo Integro no parecería ser más largo que una sola noche. Si, en cambio, la muerte es algo así como un partir de aquí a otro lugar y es cierto lo que se cuenta, en el sentido de que allí están todos los que han muerto, ¿qué mayor bien habrá que éste, señores jueces? En efecto, si uno llegara al Hades, desembarazado de éstos que se dicen jueces y hallase a los verdaderos jueces, aquellos de los que se dice que juzgan allí: Minos, Radamanto, Eaco, Triptolemo, y además aquellos semidioses que han sido justos en sus propias vidas, ¿sería acaso un viaje de poco valor? Por convivir, además, con Orfeo y Museo, Hesíodo y Homero, ¿cuánto no daría cualquiera de ustedes? En cuanto a mí, estoy dispuesto a morir muchas veces si esto es verdad, ya que para mí 24 particularmente seria una manera maravillosa de pasar el tiempo, ya que entonces podría conversar con Palamedes, con Ayax Telamoniano y cualquiera de los antiguos que hayan muerto merced a una sentencia injusta: contrastar mi padecimiento con los de ellos, me parece, no sería desagradable. Y lo más grande de todo: ocuparme, como con los de aquí, de examinar e inquirir allí quién de ellos es sabio y quién parece [serlo], pero no [lo es]. ¿Cuánto no daría cualquiera, señores jueces, por escrutar al que ha conducido hacia Troya al numeroso ejército, o bien a Ulises o a Sísifo, o bien otros miles de hombres y mujeres que se podrían mencionar? ¡Convivir con ellos, dialogar con ellos y examinarlos sería una felicidad inconcebible! Por lo demás, sin duda los de allí no me condenarían a muerte por esa causa: en efecto, los de allí son también en las otras cosas más felices que los de aquí, y son desde ya por el resto del tiempo inmortales, si es que las cosas que se cuentan son ciertas. En cuanto a ustedes, señores jueces, es necesario que enfrenten a la muerte con buenas esperanzas, y conciban una sola cosa como verdadera: que no existe mal alguno para el hombre de bien, sea vivo o tras la muerte, y que sus obras no son descuidadas por los dioses. Lo que me ha sucedido no se debe al azar, sino que me resulta patente que ya era mejor para mí morir y descansar de mis tareas. Por ese motivo en ningún momento el signo me ha disuadido y por lo mismo no me irrito demasiado contra los que me han condenado ni contra mis acusadores. Claro que no es con este pensamiento que me han condenado y me han acusado, sino creyendo perjudicarme, en lo cual merecen ser censurados. No obstante, les pido sólo esto: cuando mis hijos crezcan, castíguenlos, señores, afligiéndolos con las mismas cosas con que yo los he afligido a ustedes, si les parece que se preocupan por la fortuna o por cualquier otra cosa antes que por su perfección. Y si aparentan ser algo que no son, repróchenselo, como yo [lo he hecho] con ustedes, por no preocuparse de las cosas que deben, y crean merecer algo que no merecen. Si ustedes hacen esto, yo mismo habré sido objeto de acciones justas por parte de ustedes, y también mis hijos. Pero es ya hora de marchamos, yo para morir, ustedes para seguir viviendo. Quiénes [ustedes o yo] avanzan hacia una realidad mejor, no es manifiesto a nadie excepto al dios.

Gentileza de http://www.arvo.net/ para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL