Apología de Sócrates, 2
Platón
-La
presente acusación: diálogo con Meleto
-El puesto asignado por la divinidad
-El alejamiento de Sócrates de la Política
La presente acusación: diálogo con Meleto
Respecto de las cosas que me han imputado mis primeros acusadores, esto ha de
ser suficiente defensa para ustedes. Ahora voy a intentar defenderme de Meleto,
este [hombre] honesto y patriota, según dice, y de los [otros acusadores]
recientes. Puesto que se trata de acusadores distintos, tomemos ahora la
deposición de ellos. He aquí ésta: “Sócrates, dice; es culpable de
corromper a los jóvenes y de no creer en los dioses en que la ciudad cree
sino en otras [cosas] demoníacas nuevas”. De esta índole es el cargo.
Examinemos cada punto de este cargo. Dice que soy culpable de corromper a los
jóvenes. Pues bien, señores atenienses, digo. que Meleto es culpable, porque
bromea en cuestiones muy serias al hacer comparecer hombres ante el tribunal
con ligereza, pretendiend6 poner celo y cuidar de asuntos de los cuales nunca
jamás se ha preocupado. Que esto es así, intentaré mostrárselo a
ustedes.-Ven aquí, Meleto, y dime: lo que más te preocupa, ¿es que los
jóvenes lleguen a ser lo mejor posible?-Ciertamente.-Bien, di entonces, a
estos [señores] ¿quién los hace mejores? Evidentemente lo sabes, pues es tu
preocupación. En efecto, has descubierto al que los corrompe, según dices:
soy yo, y me has traído ante ellos acusándome [de ello]. Di entonces al que
los hace mejores, y revélales quién es.-¿Qué pasa, Meleto, que callas y no
dices nada? ¿No te parece vergonzoso y prueba suficiente de lo que te digo, o
sea, que no te has preocupado nada? Mas dime, amigo, ¿quién los hace
mejores?-Las leyes.-Pero no es eso lo que pregunto, mi querido amigo, sino
qué hombre, el cual también conoce antes que nadie las leyes.-Estos,
Sócrates, los jueces.-¿Qué dices, Meleto? ¿Ellos son capaces de educar a
los jóvenes y de hacerlos mejores?-Sí, al máximo posible.-Pero, ¿todos
ellos o unos sí y otros no?-Todos ellos.-Bueno es esto que dices, por Hera:
gran abundancia de benefactores. Pero veamos, los oyentes que están aquí,
¿los hacen mejores o no?-También ellos.-¿Y en lo que toca a los
consejeros?-También los consejeros.-Pero acaso, Meleto, los [que están] en
la asamblea, los asambleístas ¿no corrompen a los más jóvenes? ¿O bien
también todos aquellos los hacen mejores? 11-También aquellos.-Entonces,
según parece, todos los atenienses, excepto yo, los hacen honorables; sólo
yo, en cambio, los corrompo. ¿Esto es lo que quieres decir?-Precisamente eso
es lo que quiero decir.-En verdad, ¡mucha mala suerte me ha tocado en tu
opinión! Ahora contéstame: ¿también te parece que pasa lo mismo con los
caballos? O sea, ¿todos los hacen mejores y uno sólo los echa a perder? ¿O
no pasa más bien todo lo contrario, que uno sólo es capaz de hacerlos
mejores, o a lo sumo unos pocos, los entrenadores de caballos, mientras que la
mayoría, cuando trata con caballos y los usa, los arruina? ¿No sucede así,
Meleto, tanto a propósito de caballos como de todos los demás animales? Con
toda seguridad, sea que tú y Anito callen o lo afirmen. Pues gran felicidad
habría en lo que a los jóvenes concierne, si sólo uno los corrompiera
mientras los demás los beneficiaran. Pero ya has mostrado suficientemente,
Meleto, que jamás te has preocupado por los jóvenes, y revelas claramente tu
indiferencia, y que en nada has cuidado de las cosas por las que me haces
comparecer. Pero dinos además, Meleto, por Zeus, qué es mejor: ¿vivir entre
ciudadanos honestos o deshonestos? Estimado señor, respóndeme, ya que no es
nada difícil lo que te pregunto. Los malvados, ¿no hacen siempre algún mal
a los que más cerca de ellos viven, mientras los buenos [harán] algo
bueno?-Claro que sí.-Ahora bien, ¿hay alguien que quiere ser perjudicado por
aquellos que conviven con él, antes que ser beneficiado? Respóndeme, amigo:
pues la ley también manda que se responda. ¿Hay alguien que quiera ser
perjudicado?-No, sin duda.-Pues bien: me haces comparecer pensando que
corrompo a los más jóvenes y que los pervierto; ¿voluntaria o
involuntariamente?-Pienso que voluntariamente.-¿Y entonces, Meleto? ¿Hasta
tal punto eres más sabio que yo, siendo tu edad menor que la mía, que sabes
que los malos hacen algún mal a los más próximos a ellos y los buenos
[algún] bien? ¡Y yo, en cambio, llego a tal punto de ignorancia, que
desconozco que, si hago algún daño a los que conviven conmigo, me arriesgo a
recibir algo malo de su parte! ¡De modo que todo eso lo hago voluntariamente,
según dices! Mas a mí no me convencerás de eso, Meleto, y creo que a
ningún otro hombre. O bien yo no corrompo, o bien si corrompo, [lo hago]
involuntariamente. Por consiguiente, en cualquiera de los dos casos, mientes.
Ahora bien, si corrompo involuntariamente, para tales fallas involuntarias
[la] ley no dice que se me haga comparecer aquí, sino que se me enseñe y
reprenda en privado. Pues es evidente que, si aprendo, cesaré de hacer lo que
hago involuntariamente. Pero tú has evitado tratar conmigo y enseñarme, y no
lo has intentado; en cambio, me has hecho comparecer aquí, donde la ley dice
que comparezcan los que necesitan castigo, no enseñanzas. Pero esto, señores
atenienses, hace patente lo que les acabo de decir, que Meleto jamás se ha
preocupado de esas cosas, ni mucho ni poco. No obstante, explícanos una cosa,
Meleto: ¿de qué modo dices que corrompo a los más jóvenes? ¿No es
manifiesto, según el texto de la acusación que has presentado 12 por
escrito, que es enseñando a no creer en los dioses que la ciudad reconoce,
sino en otras cosas demoníacas nuevas? ¿No dices que corrompo al
enseñar?-Claro que lo digo, y rotundamente.-Pues entonces, Meleto, por los
mismos dioses de los cuales se trata, habla más claramente a mí y a estos
señores. En efecto, yo no alcanzo a comprender si lo que quieres decir es que
enseño a creer en otros dioses, y en tal caso no soy en absoluto ateo, ni soy
culpable en ese sentido, sino que [enseño a creer en dioses] que no son los
de la ciudad sino otros, y de lo que me acusas es de que sean otros. ¿O lo
que dices es que en absoluto yo mismo no creo en dioses y enseño a los demás
esas cosas?-Eso es lo que digo, que no crees en absoluto en
dioses.-¡Admirable, Meleto! ¿Qué es lo que quieres decir? ¿Que no creo que
el sol ni la luna sean dioses, como los demás hombres?-Por Zeus, señores
jueces, precisamente él dice que el sol es una piedra, y la luna,
tierra.-¡Pero querido Meleto! ¿es a Anaxágoras a quien crees acusar? ¿Y
subestimas a estos señores y crees que son inexpertos en lecturas, como para
que no sepan que los libros de Anaxágoras de Clazomene están llenos de
afirmaciones como ésas? Y tan luego los jóvenes vendrían a aprender de mí
lo que en cualquier momento pueden adquirir en la orquesta por un dracma, como
mucho, y reírse de Sócrates, si pretendiera hacer pasar por suyas tales
cosas, por lo demás tan insólitas como son. Pero, por Zeus, ¿así te parece
que es? ¿No creo que exista dios alguno?-Ciertamente que no, por Zeus, y de
ningún modo.-Lo que dices, Meleto, es increíble; incluso, me parece,
[increíble] para ti mismo. Esto a mí me parece, señores atenienses, por
completo insolente y licencioso, y simplemente esta acusación ha sido escrita
con insolencia y licenciosidad juvenil. Parece, en efecto, como si se me
pusiera a prueba componiendo un enigma [como éste]: “A ver si ahora
Sócrates, sabio, se percata de que estoy bromeando y contradiciéndome a mí
mismo, o bien, si hago caer en la trampa a él y a los demás que están
escuchando”, Me resulta manifiesto, en efecto, que en la acusación escrita
se contradice a sí mismo; es como si dijese: “Sócrates es culpable de no
creer en dioses, pero creyendo en dioses”. Y ciertamente esto es propio de
un juego infantil. Pero examinen conmigo, señores, por qué me resulta
manifiesto que se [contra] dice. Tú me responderás, Meleto. Y ustedes
recuerden lo que les pedí, al comienzo, de no interrumpirme si argumento del
modo que me es habitual.-¿Hay algún hombre, Meleto, que cree que hay asuntos
humanos, pero no crea en los hombres? Que me conteste, señores, y no
interrumpan una y otra vez. ¿Hay alguien que no crea en caballos pero sí en
asuntos equinos? ¿O que no crea que haya flautistas, pero sí asuntos
relativos a flautas? No, honorable señor: si no quieres responder, yo te lo
digo a ti y a estos otros. Pero al menos responde a esto: ¿hay quien crea que
haya asuntos demoníacos, pero no crea en demonios?-No.-Cuánto me alegra que
contestes, aunque sea a regañadientes y obligado por estos [señores]. 13
Ahora bien, tú dices que creo en [cosas] demoníacas y [las] enseño, sean
nuevas o antiguas; pero, en fin, creo en [cosas] demoníacas, según tu
afirmación, y está atestiguado en la deposición escrita. Ahora bien, si
creo en [cosas] demoníacas, sin duda es forzoso que crea también en
divinidades. ¿No es así? ¡Claro que lo es! Supongo que estás de acuerdo,
puesto que no respondes. En cuanto a los demonios, ¿no los consideramos
dioses o hijos de dioses? ¿Dices sí o no?-Sí, por supuesto.-Pues entonces,
si creo en demonios, como dices, y si los demonios son cierta [clase] de
dioses, es como digo, que haces enigmas y bromeas al decir que yo no creo en
dioses, pero enseguida nuevamente que creo en dioses, ya que creo en demonios.
Si, por otro lado, los demonios son ciertos hijos bastardos de dioses y de
ninfas o de otras [madres], como a veces se dice, ¿qué hombre creería que
hay hijos de dioses pero no dioses? Análogamente sería insólito si alguien
creyera que hay mulas [nacidas] de caballos y asnos, pero no creyera que hay
caballos ni asnos. No, Meleto; no es posible que hayas presentado esta
acusación por escrito si no hubieses pensado ponernos a prueba, a menos que
estés en dificultades para imputarme una verdadera culpabilidad. Pero por
ningún artificio has de persuadir a hombres que tengan incluso poca
inteligencia, de que no es propio de la misma [persona] creer tanto en [cosas]
demoníacas como en [cosas] divinas, y a la vez, es propio de la misma
[persona] no [creer] en demonios ni en dioses ni en héroes. Señores
atenienses: que yo no soy culpable de lo que me acusa Meleto no creo que
requiera de mucha defensa, sino que las cosas [dichas son] suficientes. 14
El puesto asignado por la divinidad
Ahora bien, anteriormente he dicho que me atraje enemistad de parte de muchos,
[cosa] que ustedes bien saben que es cierta. Y esto es lo que me ha de
condenar, si se me condena, no Meleto ni Anito, sino esta imagen falsa y [la]
envidia de muchos; por lo demás, es lo que ha condenado a muchos otros nobles
varones y seguirá condenando, pues no es de temer que la cosa se detenga
conmigo. Quizás alguno diga: “¿Pero no te avergüenzas, Sócrates, de
ocuparte de asuntos que te lleven a correr ahora el riesgo de morir?” Yo,
por mi parte, le replicaría con palabras justas: “no hablas rectamente,
hombre, si crees que un varón, por poco que sea de provecho para alguien,
deba calcular el riesgo de vida y muerte, en vez de examinar sólo si, cuando
obra, obra justa o injustamente, y si sus obras son de hombre bueno o malo.
Según tu argumento, pobres criaturas serían los semidioses que; murieron en
Troya; y entre ellos también el hijo de Tetis, quien subestimó el riesgo
hasta tal punto frente al deshonor, que, cuando, ansioso por matar a Héctor,
su madre, que era diosa, le dijo algo así como: “Hijo, si, vengas el
asesinato de tu amigo Patroclo y matas a Héctor, morirás tú también; pues
enseguida a ti, dijo, después de Héctor [estará] dispuesto el destino”.
Pero él, tras escuchar estas cosas, tuvo en poco la muerte y el peligro,
porque temía mucho más vivir como cobarde, sin vengar a los amigos. “Enseguida,
dijo, muera tras haber hecho justicia al culpable, y no que permanezca aquí,
ridículo, junto a naves curvas, carga para la tierra. ¿Crees que se
preocupó de la muerte y del riesgo?” He aquí, en efecto, señores
atenienses, la verdad. En el puesto que alguien se coloca, ya sea porque él
mismo haya considerado que sea el mejor o por un jefe se lo haya ordenado,
allí, me parece, debe permanecer arriesgándose y sin prevención contra la
muerte ni ninguna otra cosa más que contra el deshonor. Yo estaría actuando
de manera extraña, señores atenienses, teniendo en cuenta que, cuando los
jefes que ustedes eligieron para mandar me ordenaron estar en Potidea, en
Anfípolis y en Delión, permanecí allí donde ellos me ordenaron, como
cualquier otro, corriendo el riesgo de morir; mientras que ahora que el dios,
según he creído y he admitido, es quien me ordena vivir filosofando,
examinándome tanto a mí mismo como a los demás, aquí, por miedo a la
muerte o por cualquier otro asunto, abandonara el puesto asignado. Seria
extraño, y entonces en verdad sería justo que alguien me hiciera comparecer
ante el tribunal por no creer que existan dioses, ya que he desobedecido al
oráculo y he temido a la muerte, creyendo ser sabio sin serlo. En efecto,
señores, temer a la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo;
pues es creer saber lo que no se sabe. Nadie conoce la muerte, ni sabe si no
llega a ser acaso para el hombre el más grande de los bienes. Pero [se Ia]
teme como si se supiera bien que es el mayor de los males. ¿Y no es ésta, de
algún modo, la ignorancia más censurable, la de creer saber lo que no se
sabe? En esto, señores, tal vez es que me diferencio de la mayoría de los
hombres, y, si debiera decir que soy más sabio en algo, sería en esto: en
que, no sabiendo suficientemente acerca de lo que [hay] en el Hades, tampoco
creo saber. Sé, en cambio, que es malo y vergonzoso obrar injustamente y
desobedecer al mejor, tanto a un dios como a un hombre. Y por los males que yo
sé que son males, jamás temeré o evitaré las cosas que no sé si son
buenas. Supongamos, pues, que ahora ustedes me absolvieran y no prestaran
oídos a Anito cuando dice que, o bien no debía yo 15 comparecer aquí, o
bien, puesto que he comparecido, no es posible que no se me condene a muerte,
alegando que, si me liberaran, los hijos de ustedes pondrían en práctica lo
que Sócrates les enseña, con lo cual todos se corromperían por completo.
[Supongamos] que, en vista de eso, me dijeran: “Sócrates, Anito no nos
persuadirá ahora, sino que te absolvemos, sobre esta [base]: nunca más
pasarás el tiempo en esta investigación ni en filosofar; pero si eres
sorprendido haciéndolo, morirás”. Supuesto tal caso, como he hecho, de que
se me absolviera sobre tales [bases], les contestaría: “Yo los respeto,
señores atenienses, y los estimo, pero he de obedecer al dios antes que a
ustedes, y mientras tenga un hálito de vida y [sea] capaz de ello, no cesaré
de filosofar, y de exhortarlos a ustedes, y de explicarle a aquel de ustedes
que encontrase, diciéndole cosas como las que acostumbro: “Querido amigo,
que eres ateniense [esto es], de la ciudad más poderosa y de mayor fama en
cuanto a sabiduría y fuerza, ¿no te avergüenzas de preocuparte por tu
fortuna, de modo de acrecentaría al máximo posible, así como a la
reputación y a la honra, mientras no te preocupas ni reflexionas acerca de la
sabiduría, de la verdad y del alma, de modo que sea mejor?”. Y si alguno de
ustedes me disputara y afirmara que él se ocupa [de estas cosas], yo no lo
soltaré enseguida y me marcharé, sino que lo interrogaré, lo examinaré, lo
refutaré. Y si me parece no estar en posesión de lo que hace a su
perfección, se [lo] diré, y le reprocharé que confiera mucho valor a lo que
es inferior, y poco [valor] a lo que es superior. Y haré esto con quien sea
que encuentre, sea más joven o más anciano, extranjero o conciudadano,
aunque más con mis conciudadanos, desde que me tienen más próximo en la
sociedad. Porque esto [me lo] manda el dios, sépanlo bien. Y por mi parte
pienso que nada mejor puede acontecerles en la ciudad que este servicio que
presto al dios. En efecto, no hago otra cosa que ir de un lado al otro
persuadiéndolos a ustedes, sean jóvenes o ancianos, de no preocuparse por
[sus] cuerpos ni por [sus] fortunas sin antes atender intensamente a su alma,
de modo que llegue a ser perfecta; diciéndoles que no es de la fortuna que
nace la perfección, sino de la perfección que [nace] la fortuna y todos los
demás bienes para los hombres, en forma privada o pública. Si corrompo a los
jóvenes cuando digo esas cosas [nos encontraríamos con la sorpresa de que],
esas cosas serían perjudiciales. Ahora, si alguien afirma que no digo esas
cosas sino otras, habla por hablar. En este punto, señores atenienses, yo
diría que, convencidos por Anito o no, me absuelvan o no me absuelvan, en
cuanto a mi no habré de hacer otra cosa, ni aunque esté mil veces a punto de
morir. No se alboroten, señores atenienses, sino que continúen de acuerdo
con lo que les he pedido: que no me interrumpan a pesar de lo que diga, sino
que [me] escuchen. Y, en efecto, creo yo, ganarán escuchando. Voy a añadir
algo que los inducirá a poner el grito en el cielo, pero de ningún modo
hagan eso. Sepan bien que, si me condenan a muerte, siendo yo [un hombre] tal
como digo, más que a mi se perjudicarán ustedes mismos. Porque en cuanto a
mí, en nada me perjudicarían Meleto ni Anito, pues no podrían. Creo, en
efecto que no es posible que un hombre superior sea perjudicado por uno
inferior. Creo que se me puede condenar a muerte, o desterrarme, o despojarme
de derechos cívicos. Pero si bien este [señor] o cualquier otro sin duda
cree que esas cosas son grandes males, yo no lo creo, sino que [me parece]
mucho peor hacer lo que él hace ahora: tratar de condenar a muerte
injustamente a un hombre. Pues bien, señores atenienses, mucho más necesario
que defenderme a mí mismo ahora, como cualquiera podría creer [lo es
defenderlos] a ustedes, 16 para que no queden en falta, al condenarme,
respecto del don que el dios [les ha hecho] a ustedes. En efecto: si me
condenan a muerte, no hallarán con facilidad otro [hombre] como yo-por
ridículo que parezca decirlo- asignado a la ciudad por el dios, como a un
grande y noble caballo, perezoso a causa de su tamaño y necesitado de ser
despertado por una especie de tábano. Así me parece que el dios me ha
aplicado a la ciudad de un modo análogo, para que los despierte, persuada y
reproche a cada uno en particular, sin cesar el día entero, siguiéndolos por
todas partes. Otro [hombre] semejante no se les aparecerá fácilmente,
señores; pero si me hacen caso, me conservarán. Pero tal vez ustedes estén
molestos, como quienes son despertados cuando están medio dormidos, me tiren
un golpe y, persuadidos por Anito, con ligereza me condenen a muerte.
Después, pasarían el resto del tiempo durmiendo, a menos que el dios les
enviara algún otro, para cuidar de ustedes. Porque de esto tienen que
percatarse: que yo vengo a ser alguien que ha sido donado a la ciudad por el
dios. No parece humano, en efecto, el que yo me haya despreocupado de todas
mis cosas, y me haya mantenido descuidando mis propiedades durante muchos
años, y ocupándome en cambio siempre de las cosas de ustedes, acudiendo a
cada uno particularmente, como un padre o un hermano mayor, para persuadirlo
de que se ocupe de [su] perfección. Si por lo menos disfrutara de estas cosas
y recibiera algún salario al exhortar [lo que hago] tendría algún sentido
[para los hombres]. Pero ustedes lo ven ahora; los mismos acusadores que me
han imputado todas esas cosas desvergonzadamente, no han sido capaces de
llegar al descaro de ofrecer testigos 17 de que alguna vez yo haya recibido o
pedido salario. Suficiente testigo, en efecto, creo es el que yo ofrezco de
que digo verdad: mi pobreza.
El alejamiento de Sócrates de la Política
Ahora bien, quizá parezca insólito el que yo ande por aquí y allá y me
mezcle en muchas cosas dando consejos en privado, mientras en público no me
atrevo a hacer frente a la multitud de ustedes, dando consejos a la ciudad. La
causa de esto es la que muchas veces ustedes me han oído decir en muchas
partes, a saber, que una cierta [voz] divina y demoníaca viene a mí, a
propósito de la cual Meleto en su escrito me ha acusado, ridiculizándola. Es
para mí algo que comenzó desde niño: una voz que surge, y, cada vez que
surge, me disuade de algo que estoy a punto de hacer, jamás me impulsa a
algo. Esto es lo que se ha opuesto a que yo actuara en política. Y a mí me
parece que se ha opuesto muy felizmente; pues deben saber, señores
atenienses, que si yo hace tiempo hubiera intentado actuar en asuntos
políticos, hace rato que habría perecido, y no habría sido útil a ustedes
ni a mí mismo. Y no se fastidien conmigo porque digo la verdad. Porque no
existe hombre que sobreviva si se opone sinceramente sea a ustedes, sea a
cualquier otra muchedumbre, y trata de impedir que llegue a haber en la ciudad
mucha injusticia e ilegalidad, sine que, para quien ha de combatir realmente
por lo justo, es necesario, si quiere sobrevivir un breve tiempo, actuar
privadamente, pero no en público. Y ciertamente presentaré pruebas
contundentes de esto: no discursos, sino lo que ustedes estiman: hechos.
Escuchen, pues, lo que sucedió, para que sepan que no sólo no hay nadie ante
quien retrocediera contra lo justo por temor a la muerte, sino que no
retrocedería aun cuando debiera morir. Les hablaré con los lugares comunes
propios de los pleiteadores, pero con verdad. En ningún momento, señores
atenienses, desempeñé ningún otro cargo en la ciudad que el de consejero. Y
sucedió que nuestra tribu, la de Antioquidas, ejercía la pritanía cuando
ustedes resolvieron el juzgar en conjunto a los diez estrategas que no
recogieron [los muertos] para las exequias tras el combate naval, de modo
ilegal, como en tiempos posteriores todos ustedes lo reconocieron. En esa
ocasión yo, el único entre los pritaneos, me opuse a hacer nada contra las
leyes, y emití un voto en contrario. Y cuando los oradores estaban dispuestos
a denunciarme para hacerme arrestar, y ustedes daban órdenes y gritos,
estimé que era necesario recorrer los riesgos del lado de la ley y de la
justicia, tutes que ponerme del lado de ustedes queriendo cosas injustas, por
temor a la prisión o a la muerte. Y estas cosas pasaban cuando en la ciudad
regla la democracia. Después sobrevino la oligarquía y, a su turno, los
Treinta me mandaron llamar, con otros cuatro, a la Rotunda, ordenándonos
conducir desde Salamina a León el Salamino, para darle muerte. Cosas tales
ordenaban a menudo a muchos otros, queriendo tomar como cómplices a la mayor
cantidad posible de gente. Sin embargo, en esa ocasión yo manifesté, no con
discursos sino con hechos, que no me preocupaba la muerte -si se me permite
hablar sin eufemismosni nadie, sino que no realizaría nada injusto ni impío,
y que sólo de esto me cuido. Porque aquel poder, aun siendo fuerte como era,
no mc atemorizó como para que llevara a cabo algo injusto; así, después de
que salimos de la Rotunda, los otros cuatro marcharon a Salamina y trajeron a
León, mientras que yo me aparté y marché a casa, y tal vez eso me hubiera
costado la vida, si el poder [de los Treinta tiranos] no hubiera sido
derribado tan de pronto. De todo esto ustedes tienen numerosos testigos.
¿Acaso piensan ustedes que habría logrado vivir tantos años si hubiera
actuado públicamente y, obrando dignamente como un hombre honesto, hubiera
defendido a los justos, y, de ser necesario, poner eso por encima de todo?
Lejos de ello, señores atenienses: ni ningún otro hombre lo [habría 18
logrado]. En cualquier caso, durante toda la vida, me he mostrado de ese modo,
tanto públicamente, en las ocasiones en que me ha tocado actuar, como
privadamente, no con-sintiendo a nadie en ningún momento algo contra la
justicia, y menos aún a alguno de aquellos que los que distorsionan mi figura
dicen que son mis discípulos.
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