Rabí Moisés Ben Maimón

Por Santiago Fernández Burillo

 

 


Al cumplirse el 850 aniversario del nacimiento de Maimónides, el Ayuntamiento de la ciudad de Córdoba, la Junta de Andalucía y el Estado español declararon el año 1985 "Año de Maimónides". Por su parte, la UNESCO celebraba también al sabio judío con un Congreso Internacional en su sede de París, en diciembre del mismo año.

En 1986, el Ministerio de Educación y Ciencia español, todavía convocaba un concurso de investigación sobre "Maimónides y su mundo" (BOE, 11-II-86, n. 3702). Y, en Cataluña, el número de octubre de la revista "Cultura", que edita el Departamento de Cultura de la Generalidad, ofrecía -junto con el anuncio de la próxima edición de la Guía de Perplejos, en versión catalana- un artículo sobre las repercusiones de la obra del eminente pensador judío en Cataluña, durante los siglos XII y XIII.

"Los dos grandes filósofos cordobeses [esto es, Averroes y Maimónides] simbolizan como nadie este universalismo cultural (a saber: la gran tradición de la Antigüedad clásica) que caracterizó durante siglos a Al-Andalus y que permitió la convivencia fructífera de las tradiciones culturales nacidas de las tres grandes religiones monoteístas: la islámica, la judía y la cristiana, en un clima de tolerancia que, si salvamos las persecuciones religiosas del final, continua siendo ejemplar y casi único en su tiempo" (El Correo de la UNESCO, octubre de 1986, "Editorial", p. 3).

Aunque la intención común de estas iniciativas transparentase un tono relativista y racionalista, en lo que hace referencia a la Metafísica y la Religión, planteaban algo importante y verdadero: la perennidad del pensamiento clásico.

1. De Marx a Maimónides.

En 1983 se había celebrado el primer centenario de la muerte de K. Marx, bajo un lema generalizado, especialmente en los medios académicos: "¡Marx ha muerto!". En 1986-87 se continuaba, internacionalmente, la celebración del 850 aniversario del nacimiento de Maimónides. Finalmente, en 1989 hemos sido testigos del desmoronamiento efectivo de los regímenes políticos inspirados en el pensamiento de Marx, hasta la supresión del comunismo en Rusia, en 1991.

Todas estas son fechas cuyo significado aumenta con la proximidad, proponiendo un interrogante al mundo culto occidental. Pues, ciertamente, en 1991 podemos decir, con razón, que Marx ha muerto. Mientras tanto, Maimónides vive. ¿Cómo se explica esta paradoja y cuál es su alcance?

Marx y Maimónides son dos judíos bien barbados. Pero ahí acaba todo parecido.

Un piadoso israelita puede prever la conducta y aun los sentimientos íntimos de cualquier otro hijo de Israel que observe la Torah, es decir, la Ley de Dios. El judío ha sido educado en un Credo breve y en un código jurídico-ritual y moral amplísimo, que le enseña la norma (halajá) a seguir ante cualquier situación. Sabe también de memoria numerosas oraciones, con las que refiere su mente y su persona enteras al Creador, en toda ocasión. Un piadoso israelita conoce con un golpe de vista el corazón de otro judío observante: está "gravitando" hacia Dios.

Por todo ello, Marx no hubiera entendido la conducta de Maimónides; y menos aún su pensamiento. Ahora bien, Marx -próximo a nosotros en el tiempo- carece de solvencia popular y resulta francamente impresentable ante los intelectuales; mientras que Maimónides, un hombre del siglo XII, es enormemente actual. ¿Cómo explicarlo?

Por lo pronto, retengamos esta idea: no siempre "lo último" es lo mejor. En el plano de los artefactos (la técnica), lo mejor siempre coincide con lo posterior; es mejor el televisor en color que en blanco y negro, así como éste superó a la radio. Pero existe un orden de realidades que no se deja encerrar por la técnica ni por la ciencia, ya que se compara a ellas como la causa a su efecto: me refiero al espíritu.

En el orden espiritual, el progreso es simultáneamente histórico y biográfico, de la Humanidad y de la persona. No es lineal, ni siempre hacia adelante. Aunque es siempre posible: pues su horizonte permanece abierto; pero avanzar en él es tarea moral, cuyo agente es una persona libre.

Mientras la técnica avanza impersonalmente, el hombre progresa moralmente, o retrocede moralmente.

La técnica sólo avanza, produciendo objetos, y no conoce retrocesos. Ahora bien, el valor de la vida depende del espíritu, no de los objetos; éstos sólo cobran valor si son asumidos dentro del horizonte del espíritu.

La actualidad de Maimónides no es otra que la actualidad del espíritu. Marx explicó la historia y el alma humana mediante la técnica y la economía. Fue incapaz de ver en el ser humano otra cosa que un "animal de necesidades", en la línea del crudo materialismo de Ludwig Feuerbach, para quien "el hombre es lo que come", esto es, un ser que "necesita", porque "come"; y sólo a causa de ello "trabaja", en vistas a lo cual se "organiza", de donde viene a resultar lo que llamamos "cultura". El materialismo da una visión infrahumana del hombre. Por eso, se puede decir que el hombre no es naturalmente materialista. Y que las teorías y sistemas materialistas lo degradan y alienan de su propia realidad.

Todo esto son verdades del espíritu. Y las verdades del espíritu son intemporales. Como quiera que Maimónides fue un sabio, que conoció y expuso con exactitud y profundidad gran número de verdades del espíritu, se sigue que Maimónides y su obra son siempre actuales.

El rabí Moisés ben Maimón es la mejor síntesis de piedad y sabiduría en Israel. El filósofo Karl Marx, por su parte, es un punto final en la evolución de la "filosofía moderna", caracterizada, primero, por una exaltación de la praxis que excluye el primado de la contemplación y, segundo, por una profunda impiedad. Por el contrario, los dos elementos que definen la personalidad intelectual de Maimónides son: el primado de la contemplación (ideal helénico, aristotélico) y la heteronomía, es decir, la piedad y amor humilde con que la criatura se refiere a su Creador.

2. Nostalgia de nosotros mismos.

¿Qué sentido tenía conmemorar a Maimónides? Toda conmemoración reactualiza un valor que no ha caducado; conmemorar, pues, al sabio doctor medieval, padre de la escolástica oriental, e inspirador de la cristiana, aristotélico y hombre de fe, significa: 1º El reconocimiento del pensamiento clásico, como un valor superior, 2º El reconocimiento del espíritu de la filosofía medieval como "nuestro" mundo clásico, y 3º El reconocimiento implícito de que la Modernidad -como fenómeno intelectual- está agotada, y carece de recursos para superar su propio agotamiento.

Occidente nació y se fue configurando como síntesis de la sabiduría griega -centrada en torno a la noción de "ciencia"- y de la fe de Israel -centrada en el hecho de la Revelación, que culmina en Cristo. Y nuestra experiencia histórica ha sido que la fe degenera en sentimentalismo subjetivista, si prescinde de la ciencia, tal como la entendió Grecia, esto es: como conocimiento por causas y principios. A su vez, la ciencia se autodestruye, cuando quiere prescindir de la fe. La modernidad que ha sido (ya lo hemos dicho) un fenómeno filosófico, principalmente, tuvo en su origen ambas negaciones. Primero, con el luteranismo, el desprecio de la razón en nombre de la fe; por lo que, automáticamente, la fe dejó de ser "teologal", para convertirse en confianza humana, iniciativa de una subjetividad encerrada en la angustia de querer salvarse y no poder hacerlo por sí misma. Con el cartesianismo, discretamente, y con la Ilustración ya abiertamente, se produjo el desprecio de la fe, en nombre de la ciencia y de la liberación del hombre que había de llegar por obra de la técnica. Fue el ideal y la aspiración de la autonomía, que excluía toda dependencia. Mas el saldo final ha sido el irracionalismo y la desesperación: un antihumanismo hecho sólo de negaciones, donde ya no podemos reconocernos a nosotros mismos.

Sospecho que aquella dulce resistencia a dejar pasar la celebración del nacimiento de Maimónides encerraba la nostalgia de nosotros mismos: de lo que éramos y aparentemente hemos perdido, con esa loca carrera de negaciones que hacen violencia al alma humana y nos quieren privar de la Metafísica ("es imposible conocer la verdad", dicen), de Dios y, por fin, de la dignidad y hasta de la realidad personal mismas. El sentido común y la naturaleza del espíritu reclaman el conocimiento de la verdad. Sobre ella se ha de cimentar la Civilización del amor; aquella que enseña que el origen primero es el Amor creador, y que el sentido y el destino de la vida humana es, también, un Amor para siempre.

Aunque ignoró que la plenitud del Amor de Dios por el hombre se ha manifestado ya en Cristo, la obra escrita del rabí Moisés está llena de lecciones de perenne humanidad, y es un clásico en quien podemos reconocernos. Él nos enseña que nuestro ser histórico y colectivo tiene extraordinaria solidez y riqueza interior, y es fuente de permanente progreso espiritual.

Ahora, una cultura post-marxista es ya una cultura post-ilustrada y es, de hecho, la nuestra. La misma que celebraba el 850 aniversario del nacimiento de Maimónides, y se interesa cada vez más por el pensamiento medieval. Mas todo esto plantea una nueva pregunta: ¿quién fue el rabí Maimónides?

3. Un sabio medieval que tiene mucho que decir.

Moisés ben Maimón nació en Córdoba en 1135 y murió en Fostat, población vecina al Cairo, en 1204, cuando contaba casi 70 años de edad. Pasó su infancia en Al-Andalus. Su juventud, de sefardí errante, por el Norte de Africa. Y su madurez en Egipto.

Durante su vida tuvieron lugar las tres primeras Cruzadas y la Reconquista del norte de la Península Ibérica; Ricardo Corazón de León tomó la plaza de Acre y Alfonso I de Aragón "El Batallador", la de Zaragoza. El Poema de Mío Cid se redactaba cuando Maimónides tenía unos 40 años y aún habría de tardar otros cinco en nacer Gonzalo de Berceo. La Giralda de Sevilla (alminar de la mezquita) se concluía, por fin, cuando Maimónides era un anciano.

El Califato de Córdoba y la España musulmana de los Reinos de Taifas fueron la sede de la época más próspera y culta que dicen haber conocido los judíos fuera de Israel, antes del siglo XVIII. En ese clima dulce y sabio nació Moisés, en el seno de una familia de rabinos. Y fue instruido en el saber clásico greco-latino y en la vida de piedad de un varón israelita.

Pero la invasión almohade del sur de la Península quebró aquella paz y el padre de Moisés tomó la prudente decisión del exilio, para evitar la apostasía; pues los almohades forzaban la conversión al Islam. Desde ahora, su vida va a ser un itinerario para salvar la libertad de espíritu. Ese largo peregrinar testimonia que el pensamiento debe ser libre, para entregarse a Dios.

El Maimónides maduro de Egipto se nos aparece como jefe espiritual de la comunidad judía. Y no sólo de la egipcia; su epistolario contiene centenares de cartas, en que contesta a las consultas de rabinos de todo el mundo conocido. Pues hay que saber que Maimónides goza de la mayor autoridad doctrinal en el judaísmo, tanto en el medievo como hoy. Y fue un estudioso infatigable que cultivó todos los campos del saber; mas siempre en orden a la Teología, ciencia de Dios.

Cualquier familia judía considera honroso que uno de sus miembros se entregue al estudio de la Ley (la Torah) y le presta toda la ayuda económica. Así, mientras Moisés pasa su niñez y juventud estudiando, David, su hermano menor, sostenía a la familia como comerciante de piedras preciosas. Pero en 1173 David naufraga y con él perece la fortuna familiar. Comienza entonces la dedicación de Moisés a la Medicina.

La profesión médica le procuró una fama extraordinaria, como médico de la corte del Sultán Saladino. Por su dedicación a los enfermos, fue durante años un hombre que carecía de tiempo para sí mismo. Y el conocimiento del dolor le hizo muy humano: sabio consejero que curaba -si podía- el cuerpo, mas sin olvidar que hay también un alma inmortal.

Su celebridad y buen nombre eran tan grandes, a su muerte (13-XII-1204), que se celebraron funerales en su memoria en toda la diáspora judía. Su tumba (en Tiberíades, Palestina) se convirtió en punto de peregrinación para los judíos.

4. "Guía de perplejos".

Su principal escrito filosófico, Moré Nebujim (Guía de perplejos) fue redactado originariamente en árabe, en 1200, y traducido al hebreo bajo su supervisión. Es una obra de gran envergadura, donde se abordan los principales problemas metafísicos, antropológicos y morales, siempre al servicio de la Teología.

La "Guía" ejerció gran influencia en Occidente: Santo Tomás de Aquino la apreciaba y cita al rabí Moisés con respeto y con cierta frecuencia.

Guía de perplejos era un libro destinado a aquellos judíos que, habiéndose formado en los saberes profanos, encuentran dificultades para armonizar su fe con la ciencia y se hallan "perplejos" no sabiendo qué preferir: si una fe ciega e irracional, o una razón fría y desesperanzada. Maimónides les muestra que esa antinomia es falsa: la razón y la fe vienen de Dios y ambas llevan a Dios, luego no pueden ser contrarias. Mas, para comprenderlo, exige a sus lectores el considerable esfuerzo de levantarse con él hasta las cimas de la sabiduría humana, la Metafísica.

Como aquella falsa antinomia entre ciencia y fe sigue repitiéndose, con poca originalidad, pero con daño para las inteligencias, la "Guía" de Maimónides puede ser, en algunos aspectos, un libro todavía iluminador, en nuestros días. Dos aspectos de ella me parece que merecen un breve comentario, pensando en el lector no especialista, y tal vez "perplejo".

Consideremos, en primer lugar, la existencia de Dios. Maimónides deja claro que no es una verdad que sólo podamos conocer por fe. Es asequible a las solas luces de nuestra razón. Basta pensar con un poco de sensatez, para percatarse de que el Dios creador existe. No es, pues, primariamente, asunto de fe; sino de honradez intelectual. Y, siguiendo al filósofo árabe Avicena, razona así: Tenemos experiencia de que todas las cosas en este mundo comienzan y acaban; y es así como elaboramos la noción de "ser contingente". Un ser es contingente cuando existe, pero también podría no existir, lo que se advierte porque alguna vez dejará de existir; existe de hecho, pero no de derecho. Esto significa que su "existir" (el ser) no le pertenece por naturaleza. De modo que todos los seres contingentes tienen la existencia recibida; lo que equivale a decir que no existen por sí mismos, sino por Otro. Y, siendo esta condición igual para todos, ningún ser contingente existiría, si no hubiese un Ser Necesario, esto es, Aquél cuya naturaleza "es" el existir mismo, de modo que no lo ha recibido, ni lo "tiene", sino que lo "es". Este Ser "no puede no existir", su inexistencia es imposible, por eso lo llamamos Ser Necesario: Él es el "Ser por esencia", Dios mismo.

Resumiendo: La razón nos enseña que no podría haber seres contingentes sin un Ser Absoluto o Necesario (Aquél que no puede ser que no exista); pero hay seres contingentes, luego Dios (el Absoluto) existe.

Consideremos, en segundo lugar, la supuesta contraposición entre "la Ciencia" y Dios, que inculcan todavía hoy algunos divulgadores. En realidad, repiten tardíamente los argumentos del llamado "materialismo de las ciencias", del siglo XIX, que tuvo por máximos representantes a los filósofos ateos F. Nietzsche y K. Marx. Suelen razonar así: si el mundo ha tenido un comienzo, habrá un Dios; pero si no lo ha tenido, Dios no hace falta.

El "materialismo científico" se atreve, entonces, a dictaminar la eternidad de la materia y la infinitud del tiempo. Mas tales dogmas no tienen nada de científicos, porque las ciencias se basan en un método experimental. Ahora, si el tiempo transcurrido es infinito o no, no puede ser comprobado por los sentidos; es decir, no hay experimento posible ni para corroborarlo ni para refutarlo. Así que el materialismo no es "científico", sino una tesis filosófica, y errónea.

Ya Maimónides adelantó la solución que también Santo Tomás de Aquino da a este problema metafísico. El tiempo podría no haber tenido un comienzo y, no obstante, conoceríamos con toda certeza que el mundo es creado. No hay nada de extraño en esta afirmación, pues "ser creado" no consiste en haber tenido un comienzo cronológico, sino en deber el existir a Otro.

Aristóteles -sabio pagano- demostraba la existencia de Dios basándose, precisamente, en el supuesto de que el tiempo transcurrido hasta hoy es infinito, y no ha tenido comienzo. Sólo por la fe sabemos que esa hipótesis es falsa y que el tiempo sí tuvo un inicio. Pero aquel comienzo cronológico no es la misma creación. Si ser creado es "ser por Otro", mientras hay seres (a lo largo de todos los tiempos) hay creación. No es que Dios esté creando de nuevo los entes a cada momento (como pensaría Descartes, que hablaba de una "creación continuada") pero sí es cierto que los está conservando en el ser, en todo tiempo, y también es cierto que, para Dios que es Eterno, crear un ente cambiante y conservarle el ser a lo largo de los cambios es una y la misma cosa, aunque nosotros distinguimos entre creación y conservación, porque "de hecho" todo lo que ha sido creado ha tenido también un inicio temporal.

Todos los tiempos son creados. Por eso el Creador no es una hipótesis de la Mecánica, que se volvería innecesaria una vez "puesto en marcha" el mundo. La creación se está conservando mientras hay seres que no se deben a sí mismos el existir: en el pasado, el presente y el futuro. La creación y el Creador no están, pues, al inicio del tiempo, sino fuera del tiempo, esto es, en la Eternidad.

5. La tolerancia, virtud religiosa.

Cuando Moisés ben Maimón nació en Córdoba, en 1135, Al-Andalus pensaba y hablaba en árabe y adoraba a Dios según el Islam. No obstante, judíos y cristianos eran respetados en sus creencias; pues, si bien las autoridades islámicas no las fomentaban ni protegían, tampoco las perseguían.

Aquella convivencia pacífica de religiones es especialmente difícil de entender hoy, por más que se la exalte. Precisamente porque la forma jurídica de la sociedad o, mejor dicho, gran parte de quienes ejercen profesionalmente la representación de la sociedad, tienen una mentalidad excluyentemente laicista; de modo que su única forma de entender la tolerancia ha llegado a ser la indiferencia.

Alaban ahora aquella "convivencia de tres culturas", sin advertir que, con los principios del laicismo, jamás hubiera existido la que en realidad fue "convivencia de tres religiones". Y tres religiones que coinciden en el monoteísmo creacionista y en pretender, de modo absolutamente incondicional, ser la única verdadera. Pues bien, es precisamente en esto, por increíble que pueda parecer a algunos, en donde se funda la tolerancia.

Hoy sabemos que los más antiguos pueblos de la Tierra (las culturas anteriores a la Edad de la piedra, como las estudiadas por los etnólogos en Africa Central, Ceilán, Malaca y otros puntos aislados de las rutas de comunicación hasta comienzos del siglo XX) eran monoteístas. Entendían la religión como la virtud fundamental de amor y obediencia al Padre de todos los seres. Las primeras civilizaciones históricas (piénsese en los griegos y romanos, por ejemplo) aparecen, así, como un retroceso espiritual: eran, por toda la redondez de la Tierra, panteístas y politeístas.

El panteísmo no distingue a Dios del mundo, ambos serían una sola cosa. De ahí se sigue que Dios no se interesa por el hombre, y que el hombre no pueda amar a un Ser supremo que no es persona. El politeísmo es sólo un aspecto literario-popular (folklórico, diríamos hoy) del panteísmo, y los dioses encarnan aspectos de Una divinidad impersonal. De ahí el carácter frecuentemente inmoral, violento e inhumano de su conducta. Por lo demás, dioses y hombres están sujetos a una misma Fatalidad Cósmica: encadenados a la "Rueda del Tiempo" que gira inexorable y sorda a sus lamentos. Para el panteísmo, la vida es, en el fondo, un mal: no existir es mejor que existir (eso significa, por ejemplo, el Nirvana budista).

Cuando esta concepción era casi la única en el mundo, sólo el minúsculo pueblo de Israel daba testimonio del Dios vivo. El hecho me parece culturalmente inexplicable; pues la "cultura" judía es formalmente inderivable de su entorno. Mas consideremos atentamente esta última afirmación.

En primer lugar, el Dios de Israel es el Creador del mundo, realmente distinto de su creatura. Dios es eterno, el mundo temporal. Dios no tiene causa, es el Absoluto; el mundo es causado, creado.

Por ser el Absoluto, Dios reúne la perfección infinita y se basta a Sí mismo. ¿Por qué, entonces, ha hecho el mundo? No por necesidad. Sería signo de imperfección que necesitara del mundo para completarse. Tampoco es el mundo quien ha puesto en Dios la exigencia de causarlo, pues no existía. Y, no obstante, Dios crea el mundo. ¿Por qué lo hizo? No se lo hizo para Sí, como Gepetto a Pinocho, para llenar su inmensa soledad. Luego lo hizo para nosotros. Dios hizo el mundo por Amor; puesto que el "ser" de lo creado es un regalo: algo innecesario, por parte de Quien lo ofrece, e inmerecido, por parte de quien lo recibe.

La razón última de ser del mundo y del hombre excede todo cálculo: es el Amor de Dios. Se comprende, así, que en el monoteísmo creacionista la ley fundamental que preside la existencia sea el amor. Reconocer y adorar a Dios es corresponder con amor a Su Amor. Esta correspondencia de amor, que se llama piedad, es parte de la virtud de la "justicia". Y el único modo de estar plenamente en la realidad.

De aquí que el cristiano, como el judío y el musulmán, tengan la pasión de convertir el mundo al amor de Dios. Ahora bien, el amor es libre y personal. Quien ama a Dios le entrega libremente su persona y su vida, se entrega a Él. Y es lo único justo. Pero es también lo único en que no podemos ser sustituidos por otro. Por eso, la noción de "ser personal", dotado de libertad y dignidad, es patrimonio exclusivo del monoteísmo creacionista. Por eso, el lejano Oriente y el paganismo antiguo desconocen por completo qué quiere decir ser una persona libre.

Todo hombre existe porque ha sido querido por Dios como persona libre. Luego Dios quiere que todo hombre le ame libremente. Convertir por la fuerza es una contradicción en los términos: algo tan imposible y absurdo como "convencer a golpes". De ahí que la misión de convertir a la humanidad vaya lógicamente unida a un extraordinario respeto a la persona y a su libertad: ¡se trata de obtener un asentimiento interior!

Es en este clima de ideas -definidas por la religión- donde cobra sentido la noción de fanatismo, como desfiguración del verdadero celo. Su característica es la incomprensión y la falta de perdón.

El fanático tal vez sepa dónde está el Bien; pero ante el error y ante el mal, frecuentes en el mundo, no sabe amar bastante. No perdona ni disculpa: por eso no es jamás un buen cristiano (el mandato nuevo de Cristo es: "amaos"). Confunde la obligada firmeza ante el mal y el error, con la falta de disculpa o de comprensión hacia la persona de los equivocados. La mayor culpa del fanático es no dar amor a quienes más lo necesitan.

6. La falsa tolerancia.

Es un hecho que, en nuestros días, se sigue combatiendo a la fe en nombre de la tolerancia. Como si el hecho de profesar un Credo debiera hacer al hombre inhumanamente duro con sus semejantes. Y precisamente es al revés. Pero ¿cómo es posible semejante calumnia? Me parece que la principal razón es la superficialidad que, indefectiblemente, acompaña a la falsa tolerancia, es decir, al indiferentismo.

Fuera del creacionismo, sólo caben dos explicaciones últimas de la realidad universal: la agnóstica y la panteísta.

La primera "explica" que todo es inexplicable; la segunda afirma que la explicación de la Naturaleza es la Naturaleza: Dios es todo, viene a decir. Lo que, en la práctica, se convierte en que Dios no es nada, como observó Jaime Balmes.

Ahora, con ninguna de estas dos visiones de la realidad se puede ser tolerante (virtud), por la misma razón que ninguna de ellas permite ser fanático (vicio). En efecto, la primera no tiene nada que defender. Y, para la segunda, defenderse es inútil, pues el hombre no va a añadir ni quitar nada a la apacible y muda eternidad del Absoluto impersonal.

En resumen, la cultura laicista sólo puede ser indiferente y permisiva, a falta de verdadera tolerancia. Y se comprueba, por desgracia, que el permisivismo presenta una hosca intransigencia frente a los valores religiosos.

El laicismo agnóstico no tiene nada que defender, salvo esto: "la verdad no existe"; dándose la paradoja de que, quienes en otros asuntos defienden bravamente los derechos humanos, cuando se trata del derecho a profesar y enseñar la propia religión suelen convertirse en los adversarios más hostiles de la libertad.

De los 13 a los 30 años, Moisés ben Maimón es un judío errante. Vivió primero en Almería, donde probablemente compuso un tratado de Lógica y otro sobre el Calendario. Pasó luego a Marruecos y vive 5 años en Fez. Allí escribió su Carta sobre la Apostasía (1160), para oponerse a algunos judíos que, sin haber conocido la persecución, se daban demasiada prisa en condenar sin matices a los conversos por la fuerza al Islam. No obstante -dictamina el rabí Moisés- bajo unas condiciones tan duras como las que los almohades imponen en Al-Andalus y el Mogreb, el exilio se convierte en un deber; y lo contrario es un grave pecado, porque es la disposición próxima a la apostasía. En 1172 escribe una Carta al Yemen, con el mismo tema; los judíos eran puestos por las autoridades chiítas del Sur de Arabia (Yemen) ante el dilema de convertirse al Islam o morir.

Es así como entendía la tolerancia Maimónides. Conocedor de la persecución, se mostraba comprensivo con los débiles, pero inflexible ante el pecado de apostasía.

Lamentablemente, nuestros intelectuales laicistas, que mueven impresionantes poderes fácticos, con el fin de cambiar el sentido común y la fe de su pueblo, parecen estar mejor preparados para entender la política almohade y chiíta del siglo XII que la humilde firmeza en la fe del rabino sefardita.

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Prof. Dr. Santiago FERNANDEZ BURILLO. Octubre 1991.

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