Atar moscas por el rabo

Por Antonio Orozco-Delclós

 

Es posible que una de las más claras victorias póstumas de Karl Marx (ex aequo con Nietzsche y otros) sea un extendido miedo a hablar de lo "bueno" y de lo "malo". En su obra titulada "La sagrada familia" declara rotundamente que la distinción entre bien y mal no es más que un modo "burgués" de designar la distinción entre pobres y ricos. No parece necesario llamar la atención sobre el irrisorio maniqueísmo marxiano. Sí, en cambio, estimo de interés poner o refrescar en la memoria alguna de las ideas sobre cuestiones éticas de uno de los grandes responsables de las cosas que acontecen hoy en nuestro mundo.

Para Marx, lo que justifica la acción es el éxito. En este punto, como en tantos otros, no está lejos del criterio capitalismo materialista. Nada hay "dado" por respetar. No hay "verdad" alguna previa al hacer humano. Es lógico por tanto que no quepa reconocer ningún bien y ningún mal en parte alguna. De ahí que Marx y Engels, en "La ideología alemana", afirmen "que el egoísmo, ni más ni menos que la abnegación, es en determinadas condiciones una forma necesaria de imponerse los individuos". Y Engels: "Uno ya no se deja impresionar por los contrastes insuperables de la vieja metafísica entre verdadero y falso, bien y mal, idéntico y diverso, necesario y casual; se sabe (sic) que estos supuestos tienen un valor sólo relativo". Es lógico, pues, que el marxista R. Garaudy insista en que "hay que renunciar a la oposición metafísica del bien y del mal".

Consecuente con sus principios, Marx asegura que actuar por imperativos religiosos es "bufonada", "degradación", "abyección"; y moverse por un ideal cristiano, falsear la propia naturaleza. Así, cuando Flor de María (personaje de su obra "La sagrada familia") abandona su anterior vida de prostitución y comienza a actuar según normas morales, Marx piensa que la transformación religiosa ha sido una alienación, una "hipocresía".

Flor de María - afirma Marx sin rubor - cambió "la conciencia humana, soportable, de la degradación", por la "conciencia cristiana, y, en consecuencia, insoportable, de una abyección infinita". Marx alaba a Flor de María antes de su conversión, porque "con su propia individualidad - dice -, con su ser natural, y no con el ideal de bien" medía la situación de su vida; cuando vivía en el prostíbulo desarrollaba "su verdadera esencia", pues actuaba según sus impulsos. Pero como a partir de su conversión ya no actúa en orden a la materia, sino según normas morales, su naturaleza se considera anulada.

Es también ilustrativo advertir la profunda aversión que sentía Marx por la idea misma de arrepentimiento. El arrepentimiento sería, precisamente, "el pecado", es decir, el único verdadero mal. Lo que sí admite Marx es la rabia por haber hecho algo que se muestre contraproducente; pero el arrepentimiento, no, que sería dolor por haber actuado contra algo "previo" (la ley, los valores, Dios...). También Sartre - que se autocalificó de marxista independiente -, en "Las manos sucias", sostiene que el arrepentimiento sería el único crímen verdadero, por significar una traición a la libertad.

Fiel al principio hegeliano de que lo negativo es el motor de la historia, Marx sostiene también que "el mal (ahora en el sentido clásico de la palabra) es la forma bajo la cual se presenta el motor del desarrollo histórico". Por eso, Marx lo acepta concienzuda y plenamente como instrumento para agudizar la lucha de clases; como único medio para la consecución del soñado paraíso terreste, en el que todos los movimientos espontáneos de la naturaleza serían rectos.

Por eso, un verdadero marxista no puede sostener - sin contradecirse - ningún "valor ético", hasta el punto de que las voces "libertad" y "justicia", dentro de tal ideología, carecen de contenido; son más bien exigencias estilísticas, retórica inevitable, como Marx declaró expresamente con ocasión de la Primera Internacional en 1864, explicando que sólo por "la estupidez de sus colaboradores" (sic) se vio forzado a emplear tales palabras en sus discursos.

Con estas premisas consustanciales al férreo materialismo de Karl Marx - incluído el joven (el joven Marx, estudioso del materialista Demócrito)-, ¿no se explica la cadencia pornocultural de la gran corriente socialista: promoción del divorcio, contracepción, aborto, eutanasia, fabricación y muerte de niños "in vitro", pornografía, etcétera?. No digo que sólo en los socialismos forjados en la fragua marxiana tenga lugar tan profunda corrupción ética. Quiero decir que ahí - por descafeinados que se encuentren los principios - se producen de un modo prácticamente necesario, por principio, al menos mientras no resulte contraproducente para el Partido, como ha acontecido en la URSS.

Piensen ahora un momento en los llamados "cristianos por el socialismo"; recuerden los intentos aún no concluidos de bautizar al difunto Marx y de meter en el cielo con zapatos a viejos profesores, públicos y fervorosos proselitistas del agnosticismo, y... átenme estas moscas por el rabo.

 

Gentileza de www.arvo.net para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL