La gnosis de nuestro tiempo

¿Qué queda del Marxismo?

 

Por Rafael GOMEZ PEREZ
Publicado en la revista PALABRA, octubre 1983.


Con esta manera, tan humana, de amplificar los fenómenos históricos —y, si faltase algo, los centenarios se encargan de subrayarlos— se da por seguro y sin falla que «llevamos cien años de marxismo». Si se cuenta, historiográficamente, desde el nacimiento del marxismo habría que empezar en 1845, cuando Marx-Engels escriben las Tesis sobre Feuerbach y La Ideología alemana. Un siglo exacto después, el marxismo-estalinismo está en auge entre los intelectuales «avanzados» de Europa. Y como hoy no hay quién desee oír hablar de Stalin, habría que concluir que así, mondo y lirondo, el «marxismo» no existe en ninguna parte. En realidad, existen retazos de ideología, existen políticos y militares con poder que se reconocen en esa ideología. Existe, sobre todo, la URSS. Una potencia es siempre una potencia y el que puede, puede.

¿Muerto o vivo?

La broma o el juego retórico de declarar muerto a un muerto se ha aplicado muchas veces; de las últimas, a Marx. Ya se sabe el sentido: si está vivo es que tiene algo que decir; si está muerto, no se hablaría más de él. También para los filósofos cuenta aquello —tal vulgar— de «el muerto al hoyo y el vivo al bollo». Ahora bien: tener que declarar muerto a un muerto es síntoma de que no se ha muerto. Cuando alguien da que hablar, una de dos: o está vivo o está moribundo. No quiero hacer juegos de palabras: en mi opinión Marx está moribundo desde, aproximadamente, 1960.

¿Por qué 1960? (En Occidente, claro). Porque hacia esa época se produce un cambio de sensibilidad, que se demuestra, entre otros síntomas, por la extensión de lo que ha sido llamado, con razón, «egoísmo comunitario» (en el mismo sentido, a veces, me he referido a ese fenómeno hablando de «socialización del individualismo»). Desde esos años se «afloja» en Occidente el valor de la coherencia moral, de la coincidencia entre doctrina y vida. Aparece una mentalidad que opera en niveles (en compartimentos estancos), que asume la incoherencia como forma de vida.

El famoso 1968 en el ámbito estudiantil es un reflejo tardío de ese cambio de sensibilidad. La famosa tríada de entonces (Marx-Mao-Marcuse) era un deseo de combinar el placer (Marcuse representando a Freud) con la revolución (Mao) y con la visión científica del mundo (el famoso «socialismo científico» de Marx-Engels). Pero en esa mezcla estaba claro que Marx era utilizado ya como un fetiche, no como un «maestro de pensamiento». Por si quedase alguna duda, 1968 fue también el año de la represión soviética en Checoslovaquia. Desde entonces, pocos intelectuales libres o independientes gustarán del nombre de «marxista» sin más. Se inventó el neo-marxismo, el marxismo «crítico», el marxismo como método. Era la prueba fehaciente de que el marxismo, aún vivo, estaba moribundo. Y moribundo continúa estando. El marxismo, en Occidente, es, más que nada, un amuleto intelectual y una justificación de lo amoral.

Ciencia y política

Me estoy refiriendo al ámbito general de la opinión pública. No pongo en duda, en ningún momento, que Marx es un filósofo, sociólogo y economista serio. (Si no fuera serio, ¿alguien se ocuparía aún de él?). Uno de los errores del anticomunismo consiste en sostener que lo pernicioso moralmente hablando (y el marxismo lo es) debe carecer, a la fuerza, de categoría intelectual. La mole de trabajo emprendida por Marx le asegura un puesto importante en la historia de varias ciencias. Por otro lado, es una realidad —todo lo trágica y dolorosa que se quiera, pero realidad— que el pensamiento de Marx ha inspirado el trabajo de una legión de economistas, sociólogos, filósofos e historiadores, con influencia concreta en la evolución de la sensibilidad. Todo esto es objeto de estudio, de análisis (en el límite, como es objeto de estudio y análisis el mal orgánico, el cáncer o cualquier otra manifestación patológica). La comprobación de que en los grandes errores hay una parte de verdad (¿qué puede significar un error absoluto?) no escandalizó nunca a los grandes pensadores cristianos. Naturalmente, es falsificar la verdad destacar sólo los aspectos parciales lúcidos del marxismo, silenciando el mal de fondo (cosa a la que se han dedicado con fruición incluso algunos teólogos). Pero demuestra muy poca confianza en la verdad quien, ignorando la trayectoria del marxismo, lo descalifica globalmente como si en él no se hubieran empleado millones de neuronas.

Está por hacer un balance de la influencia del pensamiento de Marx en la mayoría de las ciencias humanas y sociales: economía, sociología, psicología social, historia, estética, antropología, etc. Una historia del pensamiento que pasase todo eso bajo silencio significaría un sectarismo análogo al de, por ejemplo, aquellos historiadores de la filosofía que dedican una página a San Agustín y media a Santo Tomás de Aquino. Estoy convencido de que la influencia del marxismo (con su descarnado y cruel materialismo) ha sido un freno para el real desarrollo de esas ciencias; pero este convencimiento está aún a la espera de una crítica serena que no confunda (para, por lo menos, no imitar a algunos marxistas) ciencia y política.

En política las cosas están mucho más claras, porque la política trata directamente con hechos y los hechos están a la vista. La ideología marxista al estado puro (y ni siquiera al 50% de pureza) no ha triunfado nunca por la adhesión voluntaria. Ha sido siempre consecuencia de un hecho de guerra o de armas. Cuando las urnas han funcionado crónicamente y con un mínimo de corrección, el marxismo ha fracasado. Donde el marxismo es la ideología oficial, los resultados son la negación de los derechos humanos, la opresión de la libertad, la persecución religiosa, la aparición de una «nueva clase» de jerarcas y de burócratas por encima del pueblo. Y lo que es, si cabe, más escandaloso: la evolución de los regímenes comunistas ha ido en dirección contraria a las previsiones marxistas. ¿Dónde está «el reino de la libertad», o la «desaparición del Estado», o la desaparición de las clases? No hablemos de la continuamente aplazada caída del capitalismo. No hablemos tampoco de la existencia de partidos socialistas (que aún dicen inspirarse en el marxismo) convertidos en gestores permanentes de las crisis capitalistas. La expresión «dictadura del proletariado» —central en los análisis de Marx— ha sido borrada de los programas de los partidos comunistas occidentales.

La democracia no es un bien absoluto, como resulta demasiado obvio, pero reviste un valor indudable como método de convivencia. Pues bien: con la papeleta de voto en la mano, ¿qué pueblo daría hoy su consentimiento a un régimen comunista similar a los que se han impuesto por la fuerza? Si el marxismo, en política, es aquello en lo que ha cristalizado el régimen comunista, puede decirse que no está muerto —puesto que manda sobre cientos de millones de personas que votan listas únicas—; puede decirse que está vivo, pero con monstruosidad, como algo que interesa a la teratología política.

El principio fundamental

Ahora, pienso, estamos en condiciones de «aislar» el principio fundamental del marxismo (de Marx) y someterlo a una crítica ponderada. El principio fundamental no es «la liberación de los oprimidos» (esto es un pío deseo antiguo y honorable); no es «la revolución es necesaria» (lo habían afirmado muchos antes de Marx); no es ni siquiera la dicotomía burgueses y proletarios (decenas de neo-marxistas han visto necesario hacer más matizado el abanico de las condiciones sociales). El principio fundamental es aquello que, preludiado en 1845, asentó Marx en una obra de 1852, en la Contribución a la crítica de la economía política.

Reducido a lo esencial (y sin traicionarlo) ese principio suena así: el hombre es lo que son las condiciones materiales de producción de sus medios de existencia (la base o estructura económica). No que el hombre sea sólo eso; Marx no es un simplificador vulgar; habló de la educación de la sensibilidad, estimaba en mucho todas las grandes creaciones artísticas y literarias. La revolución proletaria tenía, en la previsión de Marx, también el designio de reapropiarse de todo lo grande y valioso que había producido la burguesía. Interpretar a Marx como defensor de un obrerismo «pauperista», de una nivelación «por lo bajo» es una injusticia a su inteligencia.

Dicho esto, resulta igualmente claro que, para Marx, si las condiciones de la existencia material determinan el resto de las actuaciones humanas, es preciso abolir absolutamente lo que impide la total reapropiación, por parte de la humanidad, de todo lo que la humanidad produce: la propiedad privada. Abolida la propiedad privada se camina hacia la sociedad comunista «donde cada uno no tiene un ámbito de actividad exclusiva, sino que se puede perfeccionar en cualquier rama. La sociedad regula la producción general y hace posible que yo haga hoy esto y mañana lo otro» (La ideología alemana).

Tenemos así que el principio fundamental (la determinación de la superestructura por parte de la estructura económica) está al servicio de lo que puede llamarse el «principio radical». En este principio radical está lo esencial del marxismo, lo que continúa recibiendo adhesiones por parte de muchos que no se declaran, sin más, «marxistas»: la negación de toda dependencia y, más en concreto, la negación radical de la «dependencia» religiosa, del sentido religioso. Es preciso insistir en esto una y otra vez. Y decir: a) que no es algo originariamente marxista, ya que se encuentra en todas las formas de humanismo radical (desde los sofistas a la mayoría de los existencialistas); b) que lo típicamente marxista es la unión de ese principio radical con la primacía concedida a la estructura económica; c) que esa mentalidad puede extenderse en quienes, no dialécticamente, no hegelianamente, parten también de la negación de toda dependencia.

Después de tantos años de marxismo, es difícil entender cómo esa realidad no se subraya del modo debido. No será por falta de claridad en Marx: «Si no soy yo mismo naturaleza —si mis pasiones naturales, toda mi naturalidad (ésta es la doctrina del cristianismo) no me pertenece a mí mismo— entonces toda determinación que viene de la naturaleza (...) se presenta como algo extraño, como un vínculo, como una constricción que me es impuesta; como heteronomía, en contraposición a la autonomía del espíritu» (La ideología alemana).

Una importante conclusión cultural

De lo anterior se puede extraer una importante conclusión cultural, es decir, una realidad que se puede describir en comportamientos comunes, en actitudes diarias de muchos que no han leído ni siquiera una línea de Marx. La conclusión es ésta: cuando se acepta a la vez el primado de lo económico (de las condiciones materiales de vida) y el alejamiento de la «dependencia» respecto a Dios, el terreno está preparado para que la ideología marxista se abra camino en los sitios más insospechados.
No es difícil mostrar esto. Cuando se difunden ideas con estas expresiones («está permitido todo», «cada uno es juez de sí mismo», «vive como quieras», «primero es la pareja, después los hijos», «está prohibido prohibir») esas ideas se encuentran con frases marxistas como ésta «Toda emancipación es reconducir el mundo humano, las relaciones humanas, al mismo hombre» (La cuestión judía). En Marx este humanismo radical es también social, porque el hombre no es persona sino «el conjunto de sus relaciones sociales». Marx no veía contradicción alguna entre el humanismo radical y las soluciones sociales, porque pensaba que las soluciones sociales comunistas estarían al servicio de la riqueza y diversificación de cada hombre, en su cuerpo, en su sensibilidad y en su «espíritu».

Cuando la historia se va cumpliendo y las realizaciones comunistas traen consigo todo lo contrario (colectivización, gregarismo, burocratización, negación de la libertad y de los derechos humanos) siempre es posible decir que «Marx no ha sido realizado convenientemente». Esto es lo típico de los neo-marxismos, de los «marxismos críticos», de algunas formas de socialismo de vaga inspiración marxista. Pero se trata de una falacia. Es literalmente imposible entender históricamente cómo las ideas pueden quedarse «en suspensión», en el aire, en estado puro, esperando, como el arpa de la poesía de Bécquer, que una mano haga resonar finalmente la auténtica melodía escondida. El marxismo puro no es la bella durmiente que espera el beso del príncipe para volver a la realidad de la vida. El marxismo, las ideas de Marx, han actuado en la historia y han dado los resultados conocidos en los países comunistas.
Pero hay más, y me temo que la afirmación que sigue podrá escandalizar a primera vista. El marxismo ha sido realizado, en los países sin regímenes comunistas, por intelectuales y personas comunes que han absorbido el principio fundamental y el principio radical. Estas personas han trabajado y trabajan, a veces inconscientemente, por realizar el programa marxista —el filosófico, el cultural, el que cuenta, en definitiva— que, en una de sus formulaciones, dice: «Es tarea de la historia, una vez que ha desaparecido el más allá de la verdad, restablecer la verdad del más acá» (La cuestión judía). El «más allá» de la verdad es la religión; se la hace desaparecer —culturalmente hablando, no ontológicamente, porque no es posible— de muchos modos: silenciándola; reduciéndola a una opinión privada tan «legítima» como cualquier otra «creencia» pero nunca absoluta; explicando la religión sólo con conceptos del «más acá» (muchas prédicas «sociales» han sido y son, consciente o inconscientemente, eso). De este modo se ponía en práctica libremente (porque no había nada fatalista en ese designio) el «principio radical», la negación de toda dependencia. Después, el «restablecer la verdad del más acá» se ponía en práctica juzgando y valorando la ciencia, el arte, la literatura, la moral, el amor y tantas otras realidades en términos «monetarios», crematísticos. (Se puede decir brutalmente: «no tendremos el primer hijo hasta que no compremos el coche»).

Crítica de la negación de dependencia

Se ha escrito mucho en este año del centenario de la muerte de Marx. Hubiera sido muy fácil dar a estas páginas un tono erudito, la bibliografía es inmensa y yo mismo he contribuido a ella (El humanismo marxista; Gramsci: el comunismo latino; Adam Schaff: marxismo e individuo). Pero de vez en cuando es saludable un esfuerzo de síntesis. El «socialismo realmente existente» (es decir, el comunismo) no se desea en Occidente e incluso marxistas acérrimos, como Rudolf Bharo, escribió en La alternativa una crítica demoledora. De poco sirve hablar del marxismo que «aún puede ser» (después de contar con más de un siglo para serlo). Más importante es referirse a un marxismo realmente existente, como mentalidad y como cultura, donde parecía que no estaba: en algunas sociedades occidentales.

Para combatir las consecuencias inhumanas de ese marxismo es preciso hacer una crítica al principio radical (negación de toda dependencia) y al principio fundamental (determinación de las superestructuras por la estructura económica).

Crítica con ideas y con hechos. La crítica de la negación de toda dependencia no es otra cosa sino la vida efectiva de la religión. Marx escribe: «Cuantas más cosas el hombre transfiere a Dios, tanto menos cosas conserva en sí mismo». La verdad es exactamente la contraria. Explicarlo con detalle sería resumir en dos líneas la doctrina de la Iglesia y un milenario trabajo de teología. Me bastará con citar unas palabras de la Constitución Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II: «El que sigue a Cristo, Hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre». Marx habla siempre en términos de «dependencia» porque nunca entendió la religión. Nunca supo aquello, literalmente estremecedor, de que «Dios es Amor».

¿Qué significa no entender la profundidad del Amor? Basarse en la soberbia de la vida, en la presunción de que la inteligencia humana puede manipular todas las realidades. Ese es el núcleo del gnosticismo. «Gnóstico», para él mismo, es el que verdaderamente «entiende», el que «sabe». Los gnosticismos antiguos aún conservaban un «cierto Dios»; el marxismo, en cuanto gnosis de nuestro tiempo, lo conserva, a su modo, para poder negarlo. La displicente sonrisa del gnóstico se adivina siempre detrás de las espesas barbas del marxismo. Dueño del tiempo y de la historia, fulminando con rayos el más allá para establecer el reino de la libertad en el más acá. ¿No se ha caído nunca en la cuenta de esta frase, en apariencia banal: «un marxista no puede rezar»? Ahí está todo dicho.


Crítica del economicismo

El principio fundamental puede llamarse también «economicismo». La afirmación de que «todo» depende, en última instancia, de las condiciones materiales de la existencia ha sido matizada por algunos autores marxistas. Tomada en su literalidad hace del mundo un sórdido mundo. Una crítica detallada no es posible aquí. Pero bastará una lúcida observación de Chesterton: «Cuando la gente empieza a decir que sólo las circunstancias materiales han creado las circunstancias morales, han impedido toda posibilidad de cambio serio. Porque si mis circunstancias me han vuelto íntegramente imbécil, ¿cómo puedo estar seguro ni siquiera de tener razón para alterar esas circunstancias?».

Una prueba clara y reciente de que, por ejemplo, la ética no es una simple «superestructura», dependiente de la estructura económica, reside en el hecho de que, también socialistas más o menos marxistas, se sienten llamados a predicar una «cruzada ética» para que todos los ciudadanos contribuyan a resolver los graves problemas económicos. Más claro, como siempre, era Marx: «Los comunistas no predican ninguna moral «in genere» [...], no ponen a los hombres imperativos morales: amaos unos a otros, no seáis egoístas, etc. Al contrario: saben muy bien que en determinadas condiciones el egoísmo —así como la abnegación— es una forma necesaria para el afirmarse de los individuos» (La ideología alemana).

¿Cómo se crítica prácticamente el economicismo? Primero, sabiendo que si «todo depende de lo económico», el hombre no depende de lo económico según todo lo que es el hombre. Como, por ejemplo, dependemos de nuestro esqueleto, pero no según todo lo que somos. Jorobado era Kierkegaard, pero su actitud ante la vida era todo menos «jorobada». Segundo, el economicismo se critica prácticamente poniendo en práctica comportamientos no materialistas: sobriedad, generosidad, sentido del propio riesgo en beneficio de los demás. El marxismo «ambiental» se difunde en Occidente cuando se ha llegado al materialismo economicista por otros caminos. Cuando se desea antes que nada dedicarse pacíficamente a «roer el propio hueso» (enriqueciéndolo todo lo posible) se acepta con facilidad «la negación de toda dependencia». Y ya tenemos formado ese monstruo de la «socialización del egoísmo».

Para terminar: sonaría quizá «alentador» afirmar que el marxismo ya no cuenta en nuestro tiempo. En realidad, desde el punto de vista de la filosofía y de muchas ciencias sociales, la mayoría de los postulados marxistas han sido corregidos, revisados o desechados. Pero, casi en la misma medida, se ha ido extendiendo un «marxismo ambiental» que se aprovecha, precisamente, de la idea de que el marxismo «ya no cuenta». Quienes pensamos que el marxismo arruina al hombre no vemos modo mejor de combatirlo que difundir ideas y comportamientos más dignos del hombre: el sentido de la libertad personal, de la independencia y del riesgo, contrarios a cualquier colectivización y burocratización; el sentido de la justicia que es tanto mayor cuando más se aleja de un simple «economicismo» (el «no sólo de pan vive el hombre», que quiere decir, entre otras cosas, que el pan es imprescindible, pero no es todo); y —no parezca extraño— el sentido de la oración, es decir, la comunicación amorosa con Dios, la alegre afirmación de la «dependencia» entre los que se quieren.
Si el marxismo, en Occidente, se ha hecho, en buena parte, «cultura», hay que desplazarlo con una cultura mejor: con el trabajo diario de «enterarse», de «pensar», de actuar enérgicamente, con «fuerza moral» (eso quiere decir «virtud») en los ámbitos de la libertad y de la justicia. No ha habido nada fatal en el «éxito» de un siglo de marxismo. Y no lo habrá en lo que venga. La historia universal depende de cada uno.


«PALABRA» 219, X-1983 (473)

Gentileza de www.arvo.net para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL