¿Qué es ser marxista?

Por Fernando OCARIZ



Ser marxista es, naturalmente, profesar la doctrina elaborada por Karl Marx; pero también se llaman marxistas quienes, partiendo de los puntos fundamentales del marxismo original, han asumido otros aspectos filosóficos, económicos, políticos, etc.; además, con frecuencia, se consideran marxistas incluso quienes sólo han tomado algunos elementos del marxismo. En consecuencia, la pregunta ¿qué es ser marxista? no tiene en la práctica una respuesta única y precisa: en realidad, no hay un marxismo, sino diversos marxismos.

1. Cuatro elementos

No obstante, cabe señalar cuatro elementos o coordenadas principales, que definen cualquier tipo de marxismo que se llame así con un mínimo de rigor. Estos elementos son: ateísmo, materialismo, dialéctica y socialismo. No se trata de cuatro aspectos independientes, sino que forman una visión más o menos unitaria del mundo, que se llama materialismo histórico y materialismo dialéctico. El modo de entender estos elementos y sus interrelaciones puede ser variado: de ahí la variedad de marxismos. Incluso antes de Marx, algunos autores fueron ateos, materialistas, dialécticos y socialistas (por ejemplo, Proudhon), pero no fueron «marxistas antes de Marx», precisamente por concebir esos elementos de forma diversa.

A continuación se expone muy sintéticamente el contenido marxista más fundamental de esos elementos y algunas de sus principales consecuencias teóricas y prácticas

1. Ateísmo

Marx tomó el ateísmo de Feuerbach, como si fuese un dato ya adquirido e indiscutible. Feuerbach pretendía explicar el fenómeno religioso mediante la teoría de la proyección fantástica que el hombre haría de su propio ser —de la perfección a la que puede y debe llegar— atribuyendo ésta a un imaginario ser supremo. De ahí que, para Feuerbach, la afirmación del hombre —que se resume en la frase «el hombre es para el hombre el ser supremo»— es consecuencia de la negación de Dios. En cambio, Marx —aceptando fundamentalmente este ateísmo— lo crítica en varios puntos; señalemos dos principales:

A) La religión no es algo que se explique por sí sola (como simple proyección fantástica), sino que tiene su raíz en la vida real de la humanidad: esa raíz, en último término, sería la realidad económica. Brevemente, la teoría de Marx sobre el origen de la religión puede resumirse en la concatenación de las alienaciones: la propiedad privada (alienación económica) engendraría la división de la humanidad en clases sociales; ésta haría que la clase dominante, para mantener y reforzar su dominio, produjese el Estado político, con lo que una parte de la sociedad se pondría por encima de la sociedad misma, y el hombre quedaría dividido entre súbdito del Estado y miembro de la sociedad (es la alienación política); el Estado necesitaría justificarse teóricamente y engendraría la alienación filosófica, consistente en pensar soluciones imaginarias para los problemas reales: por ejemplo, pretender resolver las cuestiones económicas, mediante las «ideas» de justicia, Derecho, etc. Por último, ante la insatisfacción de lo que de hecho el Estado puede realizar, se produciría la alienación religiosa, consistente en imaginar un ser supremo fuera del mundo, que garantizaría una vida feliz después de la muerte. Así, según Marx, resulta que la religión es a la vez consecuencia y protesta ante una realidad terrena de alienación económica; por eso, la religión sería el opio del pueblo, pues tendría por función suavizar el sufrimiento, llevando la mente humana a un mundo irreal, a la vez que le impide tomar conciencia de la base real de los problemas.

B) Según Marx, hay que pasar del ateísmo negativo al ateísmo positivo. Es decir, no se trata de negar a Dios para afirmar al hombre, sino que hay que eliminar la misma idea de Dios, de modo que el hombre se afirme directamente desde sí mismo, y no mediante la negación de Dios (negación que sería «la última fase del ateísmo»). Esto comporta que la religión ha de ser combatida no sólo teóricamente, sino también en la práctica. Aunque, por lo señalado en el párrafo anterior, la total eliminación de la religión sólo sería posible cuando se hubiesen eliminado todas las demás «alienaciones», Marx considera que «la crítica de la religión es condición de toda crítica»: efectivamente, si se acepta a Dios, es imposible ver la filosofía, la política, las diferencias sociales y la propiedad, necesariamente como alienaciones; pues aceptar a Dios lleva consigo la imposibilidad de considerar lo económico como base de lo real. Sobre este punto volveremos enseguida. Baste aquí señalar que el ateísmo no es algo marginal para el marxismo; de hecho, no es posible ser materialista, dialéctico y socialista en sentido marxista (que es el único sentido en que se puede ser todo eso con una cierta coherencia teórica, aunque no completa), no sólo sin ser personalmente ateo, sino además sin proponerse como meta irrenunciable la eliminación de la religión (aunque la táctica para conseguirlo pueda variar).

2. Materialismo

Ser materialista, en general, significa afirmar que todo cuanto existe es materia y, por tanto, negar que existan realidades propiamente espirituales. Ha habido y hay muchos tipos de materialismo. De modo más inmediato, Marx también lo tomó de Feuerbach, pero criticándolo. No resulta fácil saber con precisión qué entendía Marx por materia. De hecho, como el mismo Feuerbach, Marx presenta una noción de materia bastante ambigua y confusa: en ocasiones, parece afirmar la realidad de una materia independiente del hombre; otras veces, afirma la identidad entre materia y «conciencia sensible humana».

A) El punto capital que define el materialismo marxista es, sin embargo, el siguiente: la causa de todos los fenómenos históricos importantes no hay que buscarla en las ideas e intenciones de los hombres, sino en la economía; es decir, en el modo en que se producen los bienes materiales, en cómo se intercambian los productos, en la división en clases que se originan de esa distribución y en las luchas entre las clases. En otros términos, la base o infraestructura de la realidad es sólo material (lo económico), mientras que todo lo demás (ideas, estructuras sociales y políticas, el Derecho, las Artes, etc.) son superestructuras producidas por (y completamente dependientes de) la base material. Este es el llamado principio del materialismo histórico, que es tanto un método de interpretación de la historia, como el resultado de aplicarlo a la historia pasada y a la futura (para su predicción científica).

B) En cambio, se suele llamar materialismo dialéctico a la interpretación marxista de los momentos particulares del conjunto explicado en líneas generales por el materialismo histórico. Es decir, bajo el nombre de materialismo dialéctico, se engloban muchas cosas: cuál es la relación entre sujeto cognoscente y objeto conocido; cuál es la relación entre el hombre singular y la Naturaleza; cuál es la relación entre hombre que trabaja y objeto de su trabajo; etc. Engels —con puntos de partida que se encuentran en Marx— intentó también hacer un materialismo dialéctico para la materia independiente del hombre (la «Dialéctica de la Naturaleza»). Para el marxismo esas relaciones (sujeto-objeto, etc.) serían relaciones dialécticas. Sobre la dialéctica trataremos a continuación. Baste señalar aquí, aunque resulta obvio, que como cualquier otra forma de materialismo, el marxismo niega la existencia del espíritu humano y de la vida después de la muerte.

3. Dialéctica

La palabra dialéctica, que antiguamente significaba el arte del diálogo, fue tomando diversos sentidos a lo largo de la historia de la filosofía. Modernamente, sobre todo a partir de Kant, tiene un significado muy diverso del original. Marx tomó la dialéctica propia del idealismo de Hegel, introduciendo en ella algunos cambios exigidos por el materialismo. Según Engels, la dialéctica marxista se resume en tres leyes: la ley de la conversión de la cantidad en cualidad; la ley de la unidad de los contrarios; la ley de la negación de la negación. No se trata de tres leyes independientes, sino de tres aspectos de una misma dialéctica, que en su conjunto vendría a ser como el movimiento a saltos —por tesis, antítesis y síntesis— en que consistiría la totalidad del mundo. Por ejemplo, la burguesía (tesis) engendraría el proletariado (antítesis), para originar, mediante la revolución, la dictadura del proletariado (síntesis).

Con frecuencia, sin embargo, la dialéctica marxista se reduce —como ya señaló Lenin— a la segunda de esas leyes: la dialéctica sería, pues, «la doctrina de la unidad de los opuestos». Así, por ejemplo, la «relación dialéctica» entre hombre y objeto de su trabajo significaría que «el hombre se produce a sí mismo mediante el trabajo», es decir, que el hombre hace el trabajo y el trabajo hace al hombre («identidad de los opuestos: causa y efecto»).
Tratándose de una cuestión especializada y particularmente contraria al sentido común, no es posible aquí explicar con detalle la dialéctica; pero es interesante señalar al menos algunos de sus principales aspectos y consecuencias:

A) Prioridad del devenir sobre el ser. Según la dialéctica marxista, la realidad no es un conjunto de cosas con sus propias esencias y sus cambios e interrelaciones, sino que la realidad es el movimiento, el cambio: nada hay estable; el «ser» es simplemente un «momento» del devenir, y la estabilidad y consistencia del ser es una simple apariencia. Concretamente, esto significa, según el marxismo, que la realidad es historia, y la historia es la autoproducción del hombre mediante el trabajo. Aquí, «hombre» no es el individuo, la persona, sino el género, la humanidad. El individuo humano no es más que «un momento» del devenir de la humanidad: no existe una «esencia humana» estable y común a todos los hombres; si se quiere hablar de esencia humana —dice Marx— habría que afirmar que la esencia humana es, en cada momento, el conjunto de las relaciones sociales. La «forma» de este movimiento que es la historia seria la dialéctica que, en su manifestación social general, significaría que toda historia es historia de lucha de clases.

B) La identidad entre teoría y praxis. Este es otro de los puntos más básicos del marxismo. Según Marx, la cuestión sobre si al hombre le corresponde tener un conocimiento objetivo, sería una cuestión sin sentido. Precisamente porque no hay «ser» sino «devenir», y el «devenir» es «devenir humano», tampoco cabe hablar de «verdad» en sentido objetivo (ya que la verdad es el mismo ser en cuanto inteligible). En consecuencia, para el marxismo, la verdad no es algo ya dado ante el hombre y que éste deba conocer, sino que la verdad se hace en la práctica. Por tanto, la teoría (conocimiento) tiene sólo sentido y valor como proyecto de acción y, además, el mismo conocimiento —que sería el simple reflejo del mundo en el cerebro del hombre— está mediado (condicionado, determinado) por la praxis humana.

C) Negación del bien, de la justicia, etc. Si se piensa que no hay «ser», ni una verdad objetiva y previa a la acción humana, si cada aspecto del mundo se convierte e identifica con su contrario, resulta necesariamente que tampoco existe el bien ni, por tanto, la justicia, ni ningún valor objetivo que el hombre deba reconocer y que deba procurar (efectivamente, el bien es el ser en cuanto apetecible). Si a esto se une que, según Marx, no existe una «esencia humana» estable, se llega a la conclusión de que no existe una ética o una moral objetiva (de hecho, Marx y Engels afirman expresamente que «los comunistas no predican ninguna moral»; y Marx explicaba que, con ocasión de la fundación de la Primera Internacional Socialista, tuvo que utilizar los términos de libertad y de justicia porque no podía evitarlo, «dada la estupidez» de sus colaboradores).

D) Identidad entre libertad y necesidad. Esta «identidad dialéctica» ya se encontraba en el idealismo hegeliano. Concebida la realidad como un devenir según leyes fijas (la dialéctica), no queda espacio para reconocer la libertad de la persona humana, pues ésta supondría admitir que la historia no es un proceso necesario. No obstante, el marxismo necesita considerar la libertad, para no caer en un fatalismo en el que no tendría ningún sentido la acción política, la táctica revolucionaria, etc. De ahí, que, volviendo al idealismo, el marxismo afirme la identidad «dialéctica» entre libertad y necesidad diciendo con palabras de Hegel que «la libertad es la conciencia de la necesidad». Pero esto equivale a negar el verdadero significado de la libertad de la persona, en cuanto a dominio sobre sus propios actos.

4. Socialismo

También esta palabra ha ido tomando diversos significados a lo largo del tiempo. A diferencia de otros socialismos, anteriores y contemporáneos a Marx, el socialismo marxista se caracteriza por querer ser un socialismo científico; es decir, la organización socialista de la humanidad no es considerada como un ideal que se propugna en base a ideas de justicia, de igualdad o de simple eficiencia, sino que sería el resultado necesario de la dialéctica histórica, sobre el que el marxismo hace una «predicción científica» al analizar las leyes de la historia; principalmente, en base al estudio de la burguesía capitalista: ésta engendraría su opuesto (el proletariado), conduciendo necesariamente a la revolución, de la que surgiría una nueva fase (dictadura del proletariado, o socialismo, o primera fase del comunismo), que después —ya sin revolución, simplemente por transición— produciría el comunismo en su fase definitiva y plena.

La primera fase del comunismo (socialismo) se caracterizaría sobre todo por la supresión de la propiedad privada sobre los medios de producción y por la sustitución del Estado burgués por el «Estado proletario (dictadura del proletariado)». La fase definitiva del comunismo se caracterizaría por la «extinción» del Estado y de toda autoridad política y de los otros restos del Estado burgués que aún pervivían en el socialismo (ejército, policía, salarios, etc.): cada hombre produciría según su capacidad y consumiría según sus necesidades, en un «paraíso material» sin alienaciones.

Pero, preguntémonos ya: ¿qué es el socialismo, en su núcleo esencial, común a las diversas formas que pueda tomar en la práctica? En sentido estricto, socialismo es toda concepción de la sociedad humana en la que se afirma la prioridad de la sociedad sobre la persona. Esto, en el marxismo, es coherente con lo que se ha expuesto en los nn. 1-3, especialmente en el n. 3 A). De este principio general, se desprende no sólo la negación del derecho a la propiedad privada sobre los medios de producción, sino la negación de toda consistencia y autonomía de lo personal: la persona no es sujeto de derechos (ni a la vida, ni a la familia, ni a la educación, ni a la propiedad, etc., etc.), sino sólo en la medida —subordinada y mudable— en que el Estado se los conceda. Este tipo de socialismo estricto sólo tiene un poco de fundamento racional en el marxismo (especialmente por lo señalado en n. 3 A), aunque es un fundamento falso.

Otros socialismos carecen incluso de este poco de base teórica, porque si se reconoce valor y autonomía a la persona, si se reconoce que tiene algún derecho por sí misma (y no por «concesión del Estado»), hay que preguntarse cuál es el fundamento de ese valor y de ese derecho; y si se acepta ese fundamento, no se pueden negar después con coherencia los demás derechos, que se derivan necesariamente de ese mismo fundamento. En último término, el fundamento del valor y de los derechos de la persona humana es Dios, porque sólo reconociendo un fundamento absoluto (y el único Absoluto es Dios) cabe admitir coherentemente derechos inalienables. En el fondo, si Dios no existiese, la única ley sería la de la selva: la del poder del más fuerte. Es interesante recordar aquí la profunda afirmación de Kierkegaard: «el género humano tiene la propiedad, de que el individuo está por encima del género», porque cada individuo está hecho a semejanza de Dios; exactamente lo contrario del socialismo en sentido estricto.

¿Ser marxista?

Con otras palabras, ¿qué elementos del marxismo pueden ser asumidos por un cristiano? La respuesta está ya implícita, pero bastante clara, en la anterior exposición de esos elementos principales.

A) Algunos puntos son especialmente evidentes, por lo que no nos detenemos más: es obvio que un cristiano no puede ser ateo; ni aceptar la explicación marxista sobre la religión, ni el materialismo que niega la espiritualidad e inmortalidad del alma humana, ni la negación de la existencia de una verdad y de un bien objetivos previos e independientes de la praxis humana, ni la negación de la moral y del Derecho, ni la negación de que el hombre tenga una esencia —un modo de ser— estable, ni la negación de la libertad de la persona, etc.

B) ¿Qué decir sobre el principio del materialismo histórico? ¿No cabría aceptarlo como método de análisis social, desvinculándolo del materialismo «ontológico»? En otros términos, ¿no se podría aceptar que la causa radical de todos los fenómenos históricos importantes hay que buscarla en la economía, pero aceptando, no obstante, que no todo es pura materia? La respuesta es negativa, porque la afirmativa supondría negar la libertad personal como factor de la historia y, en consecuencia, negar que los hombres puedan actuar eficazmente en los fenómenos históricos según opciones no materialistas (por motivos de justicia, de verdadero altruismo, etc.). Por otra parte, aceptar el método del materialismo histórico excluyendo el materialismo es una contradicción, pues si no todo es materia, hay espíritu; y si hay espíritu, hay libertad. Una cosa es que las condiciones materiales influyan mucho en el desarrollo histórico y que los hombres se muevan también —e incluso a veces sólo— por motivos económicos (lo cual es indudable), y otra muy distinta es que la base real de la historia sea exclusivamente económica.

C) ¿Qué decir sobre el socialismo? Si la palabra socialismo se entiende en su sentido estricto —primacía de la sociedad sobre la persona—, es totalmente inaceptable, pues supone —entre otras cosas— la negación de todos los derechos de la persona, en el sentido explicado antes; derechos que el cristianismo defiende al defender al hombre singular, único e irrepetible, en cuanto imagen de Dios.
Si un socialismo no parte de ese principio teórico, sino que se presenta sólo como ideología política que propugna un cierto grado de «socialización» de la vida humana, como modelo «más justo» o «más eficiente», etc., habrá que analizar con qué criterios se pretende realizar esa «socialización». Si el criterio es, teórica o prácticamente, la «oportunidad política» y, en el fondo, el arbitrio del poder, un tal socialismo es absolutamente inaceptable, en cuanto afirmación, no teórica pero sí práctica, del principio socialista en sentido estricto. Al considerar este tema, no hay que pensar sólo en las cuestiones relativas a la propiedad, sino sobre todo en otras aún más capitales (por ejemplo, en la libertad religiosa, en el derecho a la vida del hombre aún no ha nacido, en el derecho de los padres a educar a sus hijos, en el derecho de asociación, etc.); y todo esto no sólo como afirmaciones genéricas de principio, sino como realidades que deben ser reconocidas, defendidas y promovidas por la autoridad política.

En fin, si lo que se pretende es una acción socio-política dirigida a eliminar las injusticias sociales, a defender a los más débiles y que el Estado, además de respetar y defender los derechos de la persona, exija el cumplimiento de sus deberes sociales, entonces no estamos ante el socialismo; es más, el socialismo, en sentido estricto (teórico o práctico), es la negación de un tal Estado (aunque no la única).

III. No basta no ser marxista

Ante la pregunta de si un cristiano puede asumir algún aspecto propio del marxismo, la respuesta negativa es evidente para quien conozca lo propio del marxismo y del cristianismo. No se trata, pues, de un prejuicio dualista o maniqueo, que ve todo el mal de una parte; simplemente se trata de darse cuenta de que el marxismo es una visión global del mundo, invertida respecto a la filosofía realista y respecto al cristianismo.

Pero el cristiano sabe —o debe saber— que, en lo económico, social y político, no basta no ser marxista. Es necesario un empeño positivo por construir un mundo digno del hombre, cada uno en su propio ambiente y según sus reales posibilidades (que, a veces, son mayores de las que la comodidad hace creer), y según sus libres opciones en el inmenso campo de las cuestiones opinables. Un mundo digno del hombre es un mundo de libertad, pero no de una libertad absoluta e incondicionada, al modo del liberalismo o de cualquier forma de individualismo. Un mundo digno del hombre es un mundo de libertad con responsabilidad; un mundo, sí, en el que se defiendan los derechos de la persona, pero también en el que se exija el cumplimiento de sus deberes sociales. Un mundo en el que las estructuras económicas, sociales y políticas sean reflejo y defensa de la dignidad de cada persona humana, y no sólo de algunas.
Un tal «mundo nuevo» no es posible, como afirmaba Pablo VI, sin «hombres nuevos». Y el hombre sólo es verdaderamente «nuevo» mediante la novedad predicada y hecha realidad por Jesucristo, Hijo de Dios y Redentor del hombre.

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Para una exposición detallada y crítica, vid., por ejemplo, F. OCARIZ, El Marxismo. Teoría y práctica de una revolución, Ed. Palabra, Madrid, 5ª ed. 1980.

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