Entrevista
a Gadamer, a sus cien años de vida
Donatella
di Cesare. Periodista / "Corriere della Sera" (7 de febrero de 2000)
Traducción: Douglas A. Palma
From: http://www.eluniversal.com/verbigracia/memoria/N90/contenido02.htm
HANS-GEORG GADAMER A SUS CIEN AÑOS DE VIDA CONFIESA:
"Sigo soñando, porque deseo seguir viviendo"
Unico sobreviviente de su generación, maestro de la filosofía
contemporánea y uno de los más destacados representantes de la hermenéutica
del siglo XX, Hans-Georg Gadamer (Marburgo, 1900) es hoy quizás el hombre
más celebrado de toda Europa. No es para menos, el pasado 11 de febrero
cumplió cien años de vida. Una vida dedicada a la reflexión, a la crítica,
a la filosofía y, como dijera en entrevista publicada recientemente en el
Corriere della Sera y traducida aquí por Douglas Palma, a los sueños, pues:
"no tengo prisa en irme" de este mundo
Para Hans-Georg Gadamer la filosofía se encuentra entre los jóvenes
A menudo, dice Gadamer, tengo la angustiosa sensación de tener por lo menos
treinta años de más para las tareas que se me exigen diariamente. No existe
nadie de mi generación. Bajo un cierto punto de vista no pertenezco a este
mundo. Y sin embargo aquí estoy. Y en verdad no tengo ninguna prisa en irme.
Por ahora me siento muy bien.
DC: Profesor, ¿qué pasará con la filosofía en el nuevo milenio?
HGG: Bueno, son tiempos difíciles los que vivimos y los que viviremos. Porque
una cosa está clara: la filosofía analítica se está afirmando por doquier:
en Alemania, en Italia, en toda Europa. Diría que se trata de una verdadera y
efectiva ocupación de las universidades por parte de los filósofos
analíticos. Europa parece haberse hecho norteamericana, por lo menos la
Norteamérica que conocí a comienzos de los años setenta. Es una paradoja.
Mientras que nosotros aquí somos, o parecemos ser, pasado, en Estados Unidos,
por el contrario, es la filosofía analítica la que está pasando de moda.
—Pero, ¿cómo explica este triunfo de la filosofía analítica?
—Son los vencedores. ¡Es la filosofía de los vencedores! Y como se sabe,
los vencedores siempre tienen la razón. No sé, no puedo decir si en el fondo
haya un verdadero interés o se trate de una moda. Esperemos. De ser lo
primero la tomaré en serio y admitiré que con ella se puede y se debe
convivir. La filosofía analítica es, para mí, una reducción de la
filosofía, una filosofía reducida a lógica. Y no tenemos necesidad sólo de
la lógica. ¡Por amor del cielo! Y mucho más si la lógica, la teoría de la
lógica, no es del todo necesaria para pensar en modo lógico. Porque es obvio
que son los caracteres más primitivos los que nos hacen pensar en modo
lógico, son como la carne y la sangre para nosotros. ¿Valdrá la pena luego
llegar hasta la osamenta?
—Al contrario de una imagen muy difundida, usted parece hoy muy pesimista.
¿Cuál es entonces el futuro de la filosofía?
—No, a pesar de todo sigo siendo optimista. Vea por qué. Es cierto, los
filósofos no están bastante presentes, más bien están casi siempre más
ausentes. Hacen pocas preguntas, pocas preguntas sobre la vida, casi no dan
respuestas. Y la filosofía, o más bien la lógica formal, se encierra cada
vez más en las academias y en las universidades. Sin embargo, incluso en este
desierto, que durará quizás dos, tres generaciones, la filosofía seguirá
viviendo, vivirá al menos en la exigencia de filosofía que existe en cada
uno de nosotros. Se quiera o no hay una disposición natural del hombre a la
filosofía. Puede ser obedecida o no. Cierto, hoy no es obedecida. Pero
mientras exista el hombre y la humanidad del hombre, existirá también la
filosofía. Todo niño, a más tardar a los seis años, se pregunta qué es la
muerte. Es esta la fuerza enigmática de la filosofía.
—Pero si no está en las academias y en las universidades, ¿dónde está la
filosofía en estos "tiempos difíciles"?
—¡La filosofía está entre los jóvenes! Desde que ya no viajo debo
esperar a pesar mío que sean ellos los que vengan a buscarme. Y vienen
muchos. Muchos desde Italia. Con un equipaje lleno de preguntas. Y los recibo
con gozo, porque simplemente aprendo de ellos. Cada pregunta —y siempre o
casi siempre hacen preguntas radicales— me abre nuevas posibilidades. Un
niño es algo filósofo, un filósofo es algo niño.
—¿Pero cree que ser filósofo hoy sea más difícil que en el pasado?
—No, no lo creo. Vea mi historia. Mi padre era profesor de química
farmacéutica. Mi decisión él jamás la aceptó. Y eso terminó por crear
una brecha insalvable entre nosotros. No podía soportar que su hijo, en quien
había puesto tantas esperanzas, fuera a engrosar las filas de los
"habladores", de sus colegas de las facultades humanísticas. Ante
sus ojos siempre fui un "hijo perdido". En enero de 1927, cuando ya
estaba gravemente enfermo, fue internado en un hospital de Marburgo. Pero la
preocupación por el hijo no lo abandonaba un instante. Hizo venir a Heidegger.
"¡Estoy tan preocupado por mi hijo!", le dijo. "Pero, por qué
—contestó Heidegger—, es un excelente estudiante. Dentro de un año se
graduará y será docente libre. Lo logrará. Estoy seguro". Pero mi
padre no se daba por vencido, suspiró y preguntó: "¡Será! ¿Pero
usted cree de verdad que la filosofía pueda ser un modo de vida?" ¡Y
esto se lo fue a preguntar precisamente a Heidegger!
—Para usted, profesor Gadamer, Europa no se da sin filosofía ni la
filosofía sin Europa.
—Sí, así es. Europa será sólo a través de la filosofía, sólo a
través de la cultura, o mejor, de las culturas. No puedo imaginar que la
técnica pueda barrer las culturas; es decir, la humanidad. Europa debe ser
una avanzada, mucho más Italia, porque precisamente en Italia están las
raíces de la cultura europea. "Cultura" es una palabra latina, del
léxico campesino. Indica la humildad de quien sabe inclinarse a recoger.
Europa, en su atormentada historia, siempre lo ha sabido hacer. Ha recogido no
sólo lo propio, sino también lo extraño. Bien o mal ha sabido abrirse a las
culturas extranjeras, extrañas, otras. Esta aparente debilidad cada vez se ha
convertido en fuerza. Y esta es la fuerza de Europa: respetar lo que, aun
siendo común, es otro. Y donde hay otredad se plantea con urgencia la tarea
de la hermenéutica.
—¿Puede darse un diálogo entre Europa y América?
—Quizás no todavía. Los europeos; perdón, los alemanes, han debido
aprender mucho ¡y justamente! Pero ahora debiera tocarle a los
norteamericanos.
—¿Están listos?
—No lo sé. Es necesario decir que vivimos en la época de la «pax
americana» —sobre todo desde que Rusia está ausente. Y son tantos los
efectos negativos. Norteamérica ha exportado por todos lados la ética
protestante, calvinista, de la ganancia y del éxito. ¡Y esta sería la
única cosa que cuenta en la vida! Pues bien, yo no creo que todos en Europa
tengan una actitud acrítica hacia este modo de vivir y de pensar. Sí estamos
norteamericanizados, pero —déjeme decirlo— contra nuestra voluntad. Y
espero que haya una respuesta.
—¿Una respuesta? ¿Desde dónde?
—Precisamente de la que es considerada la periferia de Europa: del Sur de
Italia, de la Alemania del Este, que forma parte de mi vida, de los países
eslavos, sometidos al dominio de la banca que los ha sumido en una miseria
mucho peor que la del pasado. Desde Sarajevo a Rostock, desde Belfast a
Palermo: no soy profeta, pero confío en una gran respuesta.
—No puede haber Europa sin Rusia.
—Rusia es para Europa una herida abierta. No puede haber y no habrá una
Europa privada de la cultura rusa: Dostoievski, Tolstoi, Gogol. ¡No podemos
estar sin ellos! Rusia, estoy seguro, superará la espantosa crisis en que se
halla.
—¿Son importantes para Europa las lenguas?
—Las lenguas, en su pluralidad, representan el modelo político concreto de
la pluralidad. Creo que se equivoca quien piensa que pronto tendremos una
lengua mundial, igual para todos. Es cierto, el inglés americano es una
especie de lengua franca: la lengua del comercio. Pero por fortuna las cosas
más íntimas no nos las diremos en inglés americano. La pluralidad de
lenguas es una gran riqueza. Cada lengua abre un mundo. ¿Por qué debemos
empobrecernos?
—¿Qué ha significado para usted Italia?
—Mucho, muchísimo. Un capítulo fundamental de mi vida que todavía no se
ha cerrado. Pienso que precisamente en Italia la filosofía resistirá y
terminará imponiéndose. Mi primera relación con Italia fue a través de
Loewitz. Fue hecho prisionero en Italia durante la guerra: en Marburgo contaba
sobre la serenidad de la vida italiana. Para mí, de cualquier modo, Italia es
Nápoles.
—¿Por qué Nápoles?
—La primera vez que estuve en Nápoles fue por casualidad. Fue en 1972.
Venía de Estados Unidos. La nave italiana se dirigía a Génova, pero se
detuvo en Nápoles porque era domingo de Pascua. Comencé a caminar por el
puerto y luego en las callejuelas de los barrios españoles. De los balcones
las mujeres deslizaban cestos con una cuerda y luego los alzaban. ¡Jamás
había visto tanta humanidad! No sabía qué hacer. Vi una barbería abierta y
decidí cortarme el pelo. Comencé a medio hablar en mi italiano balbuciente.
Hablaba de mí. Soy un filósofo. ¿Un filósofo? El viejo barbero estaba en
el séptimo cielo. Había sido durante años el barbero de Croce y desde
entonces no había tenido la ocasión de cortarle el pelo a un filósofo. Para
él era una fiesta, y también para mí. Intuí entonces el significado de la
filosofía para esa ciudad. Pero lo comprendí de verdad cuando en 1978
conocí a Gerardo Marotta. Estuve trabajando con él en el Instituto Italiano
de Estudios Filosóficos. Vivir y trabajar en Nápoles fue una experiencia
extraordinaria. Vico y los jacobinos, los hegelianos y Croce. Nápoles es una
ciudad filosófica.
—Dentro de poco cumplirá cien años. ¿Cuál es el elixir?
—No sabría decirlo. No tengo recetas. Trato de evitar a los médicos y las
medicinas. Estoy convencido de que se puede y se debe soportar el dolor, el
del cuerpo y el del alma. Es una locura de estos días tratar de eliminar el
dolor en la vida. Por otro lado, tengo una gran ventaja: no sufro de insomnio.
Logro dormir hasta las nueve de la mañana —si no me despertaran los gatos.
A veces hasta vuelvo a dormir. El día comienza lentamente, con el periódico
y algunas tazas de té. Luego a mi escritorio, y entre una y otra llamada por
teléfono se realiza la aventura infinita de buscar en vano lo que desearía
encontrar y no encuentro, pero también la de encontrar, con gran sorpresa, lo
que no buscaba.
—¿Qué le desea usted a quienes tienen menos edad?
—La técnica es una nueva forma de esclavitud. Toda la informática es una
inteligente cadena de esclavos. Somos todos esclavos: de los medios y de los
nuevos medios. Esclavos, pero no como en la antigüedad, sino en un modo más
refinado: somos esclavos creyendo ser amos. Tanta información, demasiada
información, no da tiempo para pensar. Y esto les deseo: que no se dejen
atrapar por las redes de Internet, que aprendan a reconocer los límites, de
sí mismos y del propio saber. Y finalmente, que ojalá renuncien a tener la
última palabra.
—¿Cuál es su sueño?
—Sigo soñando, porque deseo seguir viviendo. No sé si se harán realidad
mis sueños. Pero lo sabemos, los sueños no se hacen realidad. O mejor, se
hacen realidad en sí mismos.
Gentileza
de http://www.arvo.net/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL