El
alcance filosófico de las tesis freudianas.
UNA
ANTROPOLOGÍA DE LA MISERIA
Por Vicente Arregui (*)
La filosofía moderna ha acusado repetidamente a la filosofía clásica de
quedarse en una consideración de la naturaleza humana, olvidando la
condición humana. Una de las experiencias más profundas en la vida del
hombre es la constatación de la distancia, insalvable por parte del hombre
mismo, entre lo que corresponde a la naturaleza humana, la perfección debida
a la realidad que constituye la esencia humana, y la condición humana, la
existencia fáctica de los hombres. Muchos filósofos han tematizado de modos
distintos esta misma experiencia: el hombre no es de hecho todo lo que
debería ser. La distancia entre la naturaleza humana, el deber ser del
hombre, y su realización fáctica en la existencia concreta de cada hombre,
parece insalvable.
Así, frente al optimismo de las concepciones clásicas del hombre, optimismo
que constituye al humanismo clásico, las concepciones modernas del hombre,
las filosofías de la condición humana, son profundamente pesimistas. La
distancia entre la naturaleza y la condición humana es tan grande que el
hombre, en su existencia real, singular y concreta, aparece como un enfermo.
Cada hombre singular y concreto es un enfermo al que hay que curar, un ser que
ha de alcanzar la naturaleza que le corresponde por derecho, pero que de hecho
aún no posee.
INSTINTO DE VIDA E INSTINTO DE MUERTE
Este es el `planteamiento de la mayoría de las antropologías
contemporáneas, de la marxista, la nietzscheana, la kierkegaardiana y la
freudiana. En todas ellas, el hombre es un enfermo que se ha de curar. Pero
quizás, pocos en la filosofía contemporánea han subrayado tanto como Freud
el aspecto doliente, enfermizo y miserable de la condición humana. La
antropología de Freud es una antropología de la miseria.
En efecto, para Freud, el hombre es fundamentalmente libido, deseo de placer.
Ahora bien, como sólo se desea lo que no se posee, todo deseo supone una
indigencia, una carencia. Se desea porque se carece de algo, porque se
necesita algo. El hombre, definido como deseo de placer, es fundamentalmente
un ser de necesidades, una carencia, una indigencia pura. Además, como el
deseo es deseo de lo que se carece, cuando el deseo se satisface, el deseo
muere. Por ello, en su madurez, Freud pone junto al deseo de placer el deseo
de muerte, porque lo que el deseo desea es su satisfacción, y por tanto, su
muerte. El hombre es por tanto para Freud, un deseo que busca su propia
extinción. Esta es la lamentable condición humana.
ALIENACIÓN PURA
Como lo absolutamente primario en el hombre es el deseo de placer, la
consciencia depende en última instancia de éste. Todo el orden del
conocimiento no es sino una máscara que esconde, de diversos modos, el deseo
de placer. Surge así la filosofía de la sospecha. Hay que sospechar de la
consciencia, hay que sospechar que todo el orden cognoscitivo no encuentra su
explicación en sí mismo, sino que ha de ser comprendido desde unas claves
que no están dadas cognoscitivamente. Nace así el planteamiento
hermenéutico. Hay que interpretar el conocimiento y la consciencia desde
instancias no cognoscitivas. La consciencia no es más que una máscara que
hay que superar para encontrar la verdadera faz de la realidad. La consciencia
no es más que el ocultamiento de la realidad, y por ello la misma consciencia
ha de ser interpretada desde claves no conscientes.
Hasta ese punto llega la miseria humana. Nuestra consciencia y nuestro saber,
que era lo que parecía que nos permitía llegar a la realidad, es en último
término lo que nos extravía. La consciencia nos engaña. Esta es la profunda
enfermedad del hombre. Por ello, no es de extrañar que en la práctica
psicoanalítica se interprete toda la consciencia del paciente desde claves
distintas a las de éste. Como la consciencia se engaña siempre, el enfermo
no sabe lo que le pasa, y en consecuencia, hay que interpretar todo lo que el
paciente diga desde claves distintas a las suyas. Dicho brevemente, hay que
tomar al paciente como a un loco, puesto que el psicoanalista parte del
supuesto de que el paciente no sabe lo que le pasa. Se exige así (y lo malo
es que hay pacientes que lo aceptan) el mayor acto de fe absolutamente ciego,
que cabe pensar: el paciente ha de renunciar a su consciencia para aceptar la
interpretación que sobre esa consciencia da el psicoanalista. Esta renuncia a
la propia consciencia es la alienación pura. Nunca a un esclavo se le había
exigido tanto, la renuncia al propio yo.
SOSPECHAR DE LA SOSPECHA
Hasta aquí un breve desarrollo de la filosofía de la sospecha. Pero, puestos
a sospechar de todo, ¿no es hora ya de sospechar de la sospecha? La cuestión
clave es si cabe considerar al hombre como constituido fundamentalmente por un
deseo de placer. ¿Es el hombre fundamentalmente deseo, y por tanto una
carencia, un ser de necesidades? Ya se ha dicho que la condición de
posibilidad del deseo es la carencia de aquello que se desea. ¿Puede entonces
el deseo ser lo primero en el hombre? El catedrático de Antropología Jacinto
Choza ha recordado recientemente la tesis platónica al respecto. Si el deseo
fuera lo absolutamente primero en el hombre, entonces el deseo, y la carencia,
serían absolutos. Pero el deseo no puede ser absoluto porque una carencia
absoluta es la nada y la nada no se desea. Por tanto, no cabe un deseo
absoluto, y para que éste sea posible se ha de dar la carencia, pero antes se
ha de dar una plenitud, una perfección. El hombre no es indigencia pura. El
deseo no es lo más primario en el hombre, sino la perfección.
Del mismo modo, el deseo no fundamenta el conocimiento, como Freud pretende,
sino al revés. Por tanto, el conocimiento es autónomo y ha de ser
comprendido desde sí mismo. Al menos en la evidencia de los primeros
principios el conocimiento se justifica de suyo. No es aquí posible una
"interpretación" desde el deseo del placer. Además, en último
término, el deseo es deseo de lo real, y la coincidencia con lo real es el
saber, y por tanto en último término el deseo es deseo de saber".
No es, por tanto, el hombre fundamentalmente un ser de necesidades, una
indigencia pura. A la antropología de la miseria del hombre, hay que oponer
una antropología que parta de la confianza en el hombre, de la perfección
del hombre. Es preciso, pues, recuperar una antropología humanista
J.V.A.
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*. Artículo publicado en la revista Nuestro Tiempo
1. Consciencia y afectividad. Jacinto Choza. EUNSA; Pamplona, 1978.
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©1988 by Vicente Arregui
©1988 by Nuestro Tiempo
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Gentileza
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