El Hombre en Busca de Sentido
Por
Víktor Frankl
(Texto íntegro de la conferencia pronunciada en Santiago de Chile por V.
Frankl, el 23/V/1991, invitado por la Universidad Gabriela Mistral, y
publicado en El Mercurio el 2/VI/1991; edición digital de Centro de
Ética Aplicada (CEA) http://www.duoc.cl/etica/down.html).
De un psiquiatra proveniente de Viena, obviamente se espera que
comience mencionando o al menos diciendo algunas palabras sobre Sigmund Freud
y Alfred Adler, los grandes clásicos, los maestros y pioneros, por no decir
los padres fundadores de la psicoterapia. A mi edad -87 años- ciertamente me
cuento entre las escasas personas que tuvieron la gran suerte de conocer en
forma personal a esos dos grandes genios y de haber contribuido durante
algunos años a su trabajo científico.
Para explicar en forma muy simplificada la diferencia esencial entre las dos
enseñanzas, me referiré a la motivación de sus teorías. El concepto
freudiano del principio del placer, frente al concepto adleriano de una lucha
por la superioridad, pueden definirse muy sucintamente como un deseo de placer
y un deseo de poder.
De acuerdo con lo dicho por el mismo Freud, placer significa ausencia de
perturbaciones internas, de tensiones; es decir, un equilibrio interno u
homeostasis, como se denomina en biología. Asimismo, la lucha por el poder,
según las enseñanzas adlerianas, puede considerarse como el intento de
superar un sentimiento básico, original y primario de inferioridad. Si el
principio del placer constituye una lucha por una condición interna libre de
tensiones que el individuo debe mantener en aras de su tranquilidad
psicológica, y si la lucha por la superioridad consiste simplemente en un
esfuerzo de toda la vida por superar el sentimiento original de inferioridad,
tendríamos que decir entonces que se trata en ambos casos de meras
condiciones intrapsíquicas. Sin embargo, en cuanto a mi anciana persona se
refiere, no estoy dispuesto a vivir, a luchar, a hacer algo o amar a alguien o
padecer únicamente en aras de mi tranquilidad interna o mi deseo de superar
un complejo de inferioridad. Eso no bastaría para satisfacer lo que llamo mi
deseo de encontrar un sentido, ya que intrínsecamente todo ser humano siempre
se está proyectando hacia algo mas allá de sí mismo, algo en el mundo
exterior o alguien en ese mundo exterior: una persona, un ser amado a quien
entregarle su amor.
Eso es lo que un ser humano busca intrínseca, básicamente en el mundo
exterior. En la medida en que un ser humano, en vez de contemplarse a sí
mismo y reflexionar sobre sí mismo, desea ponerse al servicio de una causa
superior a él o amar a otra persona, se encuentra con la autotrascendencia -a
mi juicio, una cualidad esencial de la existencia humana-. Todo esto tiene
también una dimensión biológica. Por ejemplo, nuestros ojos son, en cierto
modo, autotrascendentes. ¿Cuándo funciona normalmente el ojo? Cumpliendo su
propia misión, consistente en percibir visualmente lo que ocurre en el mundo.
Irónicamente, sólo puede cumplir su función en la medida que no se vea a
sí mismo. ¿En qué momento un ojo percibe parte de sí mismo? Sólo cuando
está enfermo. Si tengo cataratas, estoy percibiendo algo en mi propia vista;
o si hay una gran tensión en cierta parte del ojo, síntoma de un glaucoma,
veo los colores del arco iris en torno a las luces. El ojo normal no advierte
nada de sí mismo.
Otro tanto acontece con el ser humano. La autotrascendencia es un rasgo
esencial de la existencia humana. La autorrealización es buena, pero sólo
puede obtenerse como efecto secundario o subproducto; no puede procurarse
directamente. Debe llegar a nosotros no porque la hayamos buscado. Mientras
mayor sea nuestra posibilidad de percibir el sentido de nuestra vida, mayor
será nuestra autorrealización, como efecto secundario o subproducto, sin que
exista una preocupación por ella. Abraham Maslow fue el primero en dar este
concepto de autorrealización, señalando que no es posible ir en persecución
de la misma.
La mejor manera de conseguir la realización personal consiste en dedicarse a
metas desinteresadas. En la declaración inicial de la fundación de los
Estados Unidos se habla de la búsqueda de la felicidad. Todo el mundo tiene
derecho a buscar la felicidad. Permítanme decirles que para mí la búsqueda
de la felicidad constituye una contradicción en sí misma, puesto que es algo
que no puede perseguirse, ya que sencillamente la felicidad ha de ser
consecuencia de una buena acción o de una relación amorosa satisfactoria.
Si uno ejerce su profesión, hace su trabajo o se ocupa de su familia, se
está realizando sin preocuparse por la autorrealización. En otras palabras,
no se pueden tener como metas el placer, la felicidad o la autorrealización.
Paradójicamente, en la medida en que se establecen como fines, ellas se
alejan.
Desde el punto de vista psiquiátrico, como ejemplo veamos la frigidez, la
imposibilidad de la mujer de experimentar el orgasmo. Una señora se quejaba
de no haber experimentado un orgasmo total durante todos sus años de
matrimonio. Le dije que volviera al cabo de dos meses para empezar un
tratamiento que sin duda sería exitoso. No regresó a los dos meses, sino
pasados dos días, o, digamos, dos noches. Había experimentado su primer
orgasmo total, porque yo le había dicho: "En estos dos meses
distráigase, preocúpese de cualquier cosa menos de su condición
anorgásmica, la que trataremos después". Al distraer su atención de su
problema de frigidez, espontáneamente se orientó más hacia su pareja. Como
resultado, sanó sin necesidad de tratamiento. Esto no significa que cualquier
paciente va a restablecerse en dos días, pero es muy importante y didáctico
saber esas cosas.
Originalmente, el hombre no lucha por el placer o el poder, sino por un
sentido. Y al realizar ese sentido -la dedicación amorosa a otro ser humano-
se produce el placer como efecto. Sin embargo, hay personas que no pueden
encontrar un sentido en su interior, y por eso no pueden llegar al placer.
Esas personas buscan el placer directamente, porque están frustradas en su
deseo de encontrar un sentido. Ahora bien, el camino directo es
contraproducente y resulta ser un callejón sin salida. Ciertamente, éste es
un fenómeno observable e importante. Es la verdadera raíz de muchos casos de
neurosis.
Algo semejante ocurre con el poder. Así como el placer es un efecto
secundario del encontrar un sentido, el poder es un medio para alcanzar un
fin. Cuando la gente carece de sentido se queda en los medios -es decir, en el
poder-; desarrolla una voluntad de poder. En otras palabras, tanto la voluntad
de poder -señalada por Adler-, como el deseo de placer —de acuerdo con el
principio freudiano del placer-, son resultado de una frustración inicial del
deseo original de encontrar un sentido.
Vamos ahora un poco más allá y pasemos a otro fenómeno humano intrínseco,
que va unido a la autotrascendencia y que yo llamo el autodistanciamiento. El
ser humano busca en el mundo otros seres humanos y significados; pero tiene al
mismo tiempo la capacidad, a diferencia del mundo animal, de poner distancia
entre él y un objeto.
El humor es una forma. Puedo reír frente a mis ansiedades o fobias. Esta
posibilidad se utiliza en la logoterapia como base para el desarrollo de la
llamada técnica de la intención paradójica. Por ejemplo, en el caso de
pacientes con agorafobia, temerosos de encontrarse en lugares abiertos sin
compañía. Se invita a esos pacientes a realizar un cambio. Si en este
momento estoy ansioso y temeroso de salir de mi casa, el cambio consistiría
en desear en este momento deliberadamente tener un ataque en la calle.
"Ayer tuve ataques y morí dos veces, anteayer tres veces, y hoy deseo
morir de infarto cuatro veces. Voy a intentarlo y saldré a la calle con la
intención precisa de morir para un cambio". El paciente sonríe cuando
uno habla así y luego aprende a reír también frente a toda su agorafobia.
Esta técnica se aplica con mucho éxito y se publican los resultados a nivel
mundial. La gente no tiene vergüenza, puesto que el objetivo principal
consiste, después de todo, en ayudar a los pacientes.
La técnica de la intención paradójica es realmente muy eficaz. Recuerdo que
un día de 1942: de madrugada sonó el teléfono. Mi madre me dijo que
llamaban de la Gestapo. Me pedían presentarme en la oficina principal.
Pregunté si podía llevar conmigo algunas cosas, como una escobilla de
dientes. Me dijeron que sí, con lo cual entendí que me llevarían a un campo
de concentración. A la mañana siguiente, en la oficina principal de la
Gestapo, me preguntaron si era psiquiatra y cuántos quedaban en Viena. Me
preguntaron también si sabía lo que era una neurosis y si había psiquiatras
capaces de tratar la agorafobia. "Tengo un amigo con agorafobia. ¿Cómo
lo trataría usted?", me preguntó el funcionario. Yo le dije: "La
próxima vez que su amigo tenga miedo y sienta angustia, deliberadamente y en
forma humorística debería hablarse a sí mismo y decir "Ahora me
muero..." ". Le mostré en forma teatral la intención paradójica
en casos de agorafobia.
Este caso demuestra cómo la logoterapia no se basa únicamente en el
encuentro personal, sino, por el contrario, puramente en la técnica. En ese
caso concreto no había una relación yo-tú -de acuerdo a Martin Buber-, sino
una relación yo-él. Habría sido inconcebible una relación yo-tú entre la
Gestapo y yo. En todo caso, tiene que haber sido muy eficaz mi recomendación.
De otro modo no entendería cómo fue posible que mis viejos padres y yo
permaneciéramos un año más en Viena. Sólo después de cerrarse el
hospital, donde yo era jefe del Departamento de Neurología, nos enviaron al
primer campo de concentración. Fue, pues, una extraña forma de pagarle sus
honorarios a un doctor.
En cuanto a la intención paradójica, los dos casos siguientes son
ilustrativos. En la escuela secundaria se iba a representar una comedia al
terminar el año. Uno de los personajes era tartamudo. Como en la clase había
uno, le asignaron el papel. Sin embargo, en escena, al tratar deliberadamente
de tartamudear, le fue absolutamente imposible. En Boston, un estudiante
australiano fue llamado a hacer su servicio militar. No quería hacerlo y,
como era muy tartamudo, pensó: "No es problema voy a la sesión de la
comisión y les muestro que soy tartamudo". Sin embargo, cuando lo
intentó, le fue imposible demostrar su tartamudez. Por primera vez en su vida
estaba hablando en forma normal, por el solo hecho de tratar intencionalmente
de producir una tartamudez.
Se trata, pues, de un fenómeno básico en la psicología humana.
Avancemos otro paso. En los años 30, Oswald Spengler predijo el derrumbe
europeo. Señaló que antes de terminar este siglo, las personas de alto nivel
intelectual dejarían de entusiasmarse e impresionarse con la tecnología y la
investigación científica y estarían preocupadas por el sentido de la vida.
A comienzos de este siglo, cuando yo tenía sólo tres años de edad -es
decir, treinta años antes de la publicación del libro de Spengler-, ya me
preocupaba el sentido. Un día le pregunté a mi madre: "¿Qué sentido
tiene el ombligo?". Ella me replicó, "¡Qué pregunta tan tonta!".
"Sí" -dije- "el ombligo tiene que tener un sentido". Yo
no tenía idea de embriología, y proseguí: "Mamá, ya sé qué sentido
tiene el ombligo. Hay un gran espacio sin nada en el vientre; entonces, la
función del ombligo es de adorno, porque si no, queda mucho lugar
vacío".
En el mismo año que Spengler hizo su predicción, yo publiqué un artículo
en el American Journal of Psychotherapy, señalando el hecho de que, de
acuerdo a una investigación estadística, en la mayoría de los casos la
preocupación principal entre los jóvenes se relacionaba con los problemas
sexuales. En los años 70, cuatro décadas más tarde, un joven profesor me
mostró una estadística hecha por él a partir de las respuestas de sus
estudiantes sobre su principal problema. Ya no era el sexo, sino el suicidio.
¿Qué otra cosa es el suicidio sino un "no" al sentido de la vida?
Tengo experiencia en suicidio. Durante diez años formé parte del personal
del primer centro mundial de prevención del suicidio, en Viena. El suicidio
provocado por la depresión constituye uno de los tres aspectos de lo que me
parece ser la neurosis colectiva en la actualidad. Normalmente me refiero a
este síndrome neurótico masivo como el síndrome del "taxi". En
una ocasión me invitaron a una universidad en Atlanta, Georgia, para dar una
conferencia titulada "¿Está loca la nueva generación?". Allí
tomé un taxi para ir a la universidad, y el conductor me preguntó a qué iba
a ese plantel. "Acabo de llegar de Viena y tengo que dar una
conferencia". "¿Sobre qué tema es su conferencia?".
"¿Está loca la nueva generación?" -le dije-. Él rió y yo le
propuse, "Yo me hago cargo del taxi y usted de la conferencia". Él
dijo: "Sí, podría hacerlo". Le pregunté: "Dígame una cosa:
¿está loca la nueva generación?". "Por supuesto".
""¿Por qué?". "Porque se suicidan, se matan unos a otros
y, en tercer lugar, consumen drogas". En una sola frase había
sintetizado la neurosis colectiva del momento: la depresión, la agresión y
la adicción a las drogas. Descubrí que el verdadero origen de todo eso es
una sensación de carencia de sentido. La gente recurre a las drogas, se
suicida y comete crímenes. No pretendo decir que todos los casos de suicidio
o intentos de quitarse la vida se deban a una carencia de sentido; pero sé
efectivamente que si alguien tiene que enfrentar dificultades, conflictos
familiares, desempleo o cualquier crisis en la vida, corre riesgo de
suicidarse si no tiene un argumento para seguir adelante. Al considerar el
suicidio, la persona se dice en último término "¿Por qué no? Nada lo
impide". Sin embargo, si hay un sentido y se siente responsable,
preferirá seguir adelante.
Personalmente, estuve en una situación donde, de acuerdo a las estadísticas,
sólo una de cada veintinueve personas sobrevivió.
Pero al llegar a la estación ferroviaria llamada Auschwitz, no recurrí a la
forma habitual de suicidarse que se utilizaba, consistente en irse contra el
alambrado eléctrico que rodeaba el campo. En vez de suicidarme, adopté el
siguiente principio: En la medida que nadie pueda garantizarme en un ciento
por ciento que voy a morir, prometo firmemente que me sentiré responsable,
mientras tenga una probabilidad mínima de sobrevivir, de seguir adelante y
hacer todo lo posible por vivir. Después de todo, alguien podría estarme
esperando al final de la guerra. Nadie estaba, de hecho, esperándome en
Viena. Pero Bruno Pittermann -un viejo amigo mío que fue Vicecanciller de
Austria algunos años después-, no me dejó solo. Me obligó a estar
completamente ocupado -pensando que, como mi mujer y mis padres habían
muerto, en cualquier momento yo podía quitarme la vida-. En realidad, sufrí
una depresión después de ver que nadie me esperaba. Pero me di cuenta de que
podía haber alguna misión que cumplir todavía.
Me dediqué a escribir y a enseñar, y durante algunos meses eso me ocupó
completamente. Sólo el hecho de ver un sentido por delante permite seguir
luchando en vez de recurrir al suicidio.
También tuve el honor, el placer y la experiencia de conocer diversos casos
de criminalidad en San Quintín. Allí nadie quería escuchar a un psicólogo
o a un psicoanalista. "Todos los meses viene alguien de Los Angeles o San
Francisco" -me dijeron- "pero no nos interesa escucharlo. Siempre
vienen con la misma historia, diciéndonos que somos víctimas de la
educación, de nuestros padres y nuestros genes, que realmente no somos
responsables de nuestro destino". "No" -les dije- "ustedes
son seres humanos, como yo, y como tales son libres y han tenido libertad para
cometer un crimen. Son libres como cualquier ser humano; pero también
responsables, como todo ser humano. Tienen que asumir esto: es decir, de aquí
en adelante tienen la responsabilidad de cambiar para mejorar, y eso también
es posible. No crean que yo estoy hablando desde una torre de marfil".
Otro ejemplo: un hombre que había sido agente secreto durante la época de
Hitler y estaba a cargo de la eutanasia de los psicóticos, de la
"matanza por compasión" como se llamaba. Al regresar a Viena
después de la guerra, pregunté por él. El ejército ruso lo había aislado,
pero escapó. Había posibilidades de escapar a Latinoamérica en esa época.
Muchos años después me tocó hacerle un examen neurológico a un
diplomático austríaco que estuvo preso en Moscú algunos años. Me contó
que había conocido a ese hombre en la cárcel de Moscú. Le pregunté que le
había parecido esa persona. Me dijo que era un ángel, que compartía su fe y
hacía todo en la mejor forma posible. Era el mejor compañero en la prisión
y levantaba el ánimo, ayudándolos en todo lo posible. Ese hombre había
cambiado para mejor. Si semejante persona puede cambiar tanto, es porque el
ser humano tiene posibilidades enormes. Este es un incentivo para que nos
esforcemos al máximo por cambiar.
En cuanto al último aspecto -el problema de las drogas-, es básicamente un
asunto de prevención y de educación. La educación para la responsabilidad,
para resistir y no ceder frente a la tentación y el mal ejemplo, la capacidad
para decir "no". Existe la curiosidad; puede ser entretenido eso que
hacen otros. Es necesario educar en la responsabilidad frente a la libertad.
Ya en 1931 mi jefe en la Clínica Psiquiátrica Universitaria, me sugirió
probar una nueva droga, una anfetamina, que da mucha energía. Estuve muy
tentado y apenas pude resistir el deseo de probar. No lo hice, porque sabía
que ya tenía cierta adicción, no al alcohol, que detesto, pero sí a dos
tazas diarias de café, que son muy importantes para mí. En sentido clínico
estricto es una adicción, pero lo necesito y lo disfruto.
En cuanto a la carencia de sentido, ¿cómo podemos darle sentido a otro? Eso
no es posible; uno sólo puede ayudar a una persona a encontrar sentido y
darle un ejemplo. En una novela de Franz Werfel hay una frase que dice:
"La sed es la mejor prueba de la existencia del agua". Si no
existiera el agua, ningún animal y ningún ser humano experimentarían la
sed. Otro tanto puede decirse con respecto al sentido; es posible que en el
fondo de nuestro espíritu exista un deseo de encontrar un sentido en la vida
y luchar por concretarlo, como algo personal y propio de cada individuo. Si
hemos encontrado el sentido, procuramos, por supuesto, sentirnos responsables
por realizarlo. Esto constituye un factor básico de motivación existencial.
Sin embargo, a veces nos perdemos, sencillamente porque es difícil encontrar
ese sentido peculiar propio de cada individualidad. A un joven que dice no
poder encontrar su sentido, se le puede indicar que la tarea que le espera
consiste precisamente en eso, en luchar pacientemente hasta que se desarrolle
en su consciencia un sentido. En la actualidad resulta difícil encontrar
sentido, sobre todo para la gente joven, porque existe un tabú.
En una ocasión, leí en una novela americana que ahora ya no existe el tabú
de la época de Freud: el tabú sexual. En cambio, hay un tabú para hablar de
la vida como algo dotado del más mínimo sentido. Esto es cinismo y el
cinismo es una enfermedad infecciosa. En lugar de inmunizar contra esta
enfermedad, contra el nihilismo, el personal docente adoctrina a la juventud
en términos de cinismo, biologismo y psicologismo, dentro del fatalismo de
los genes y la educación. En vez de buscar disculpas en el padre, la madre y
todo ese tipo de cosas, habría que recordarle a cada joven, como yo lo hice
exitosamente con los presos y criminales de San Quintín, su condición de ser
humano libre y responsable. La libertad es sólo un aspecto del fenómeno
total, y el otro aspecto es la responsabilidad. Por eso, en mis giras dando
conferencias en los Estados Unidos, siempre recomiendo complementar la Estatua
de la Libertad de la costa oriental con una contraparte en la costa
occidental, que sería la estatua de la responsabilidad. Hasta ahora no existe
una estatua de la responsabilidad en la costa occidental. Sin embargo, un
millonario norteamericano mandó a hacer dos mil monedas, de oro, plata y
cobre, en las cuales en un lado aparece la estatua de la libertad y en el otro
una estatua de la responsabilidad.
Ahora bien, a nadie se le puede decir cuál es su sentido, porque es diferente
en cada persona y en cada momento. Con todo, es posible que existan avenidas
conducentes a la realización del sentido, de carácter general. En primer
lugar, se puede encontrar un sentido en el trabajo profesional o de otro tipo.
En segundo lugar, a través del amor o la experiencia, de algo hermoso; la
belleza, la verdad, el arte, la cultura; o la experiencia de otra persona en
su carácter único, es decir, el amor. Ciertamente esto ha sido oscurecido
mediante el adoctrinamiento basado en teorías de tipo freudiano sobre la
libido. Si analizamos las ideas sexuales de Freud, tal vez no sean
incorrectas, pero sí totalmente incompletas. Según Freud, el impulso sexual
tiene una meta y un objeto. El objetivo del impulso sexual consiste en
liberarse de la tensión producida por la sexualidad. Y el objeto es la
pareja. Sin embargo, en realidad, este objetivo también podría conseguirse
mediante "la relajación total", como se llama en algunas
instituciones. También así, el objetivo puede lograrse mediante la
masturbación o la prostitución.
Pero en un nivel superior, la pareja no es un objeto, sino un sujeto; es
decir, se visualiza como ser humano, en el sentido del concepto de Emmanuel
Kant, quien dice: "Un ser humano nunca debe ser utilizado como un medio
para un fin". Además, existe un nivel aún más alto, el mayor que puede
alcanzarse, donde no sólo reconocemos un ser humano en el otro, sino también
una persona, con un carácter único, distinta a todos los demás seres
humanos. Y este reconocimiento del carácter único de una persona es el amor.
Fui invitado en una ocasión a un congreso internacional sobre la familia, en
Caracas, para hablar sobre estos problemas. Y mencioné esta jerarquía de
niveles de desarrollo que llegan hasta la madurez de un individuo en el amor,
que después de todo garantiza dos cosas: la duración de una relación
monógama y su exclusividad, debida al carácter único. En semejante
relación, el garante es el verdadero amor y no será fácil que haya un
divorcio.
Además de encontrar un sentido en el trabajo y en el amor, hay otra forma,
que otorga un profundo sentido al ser humano. Es el auténtico sufrimiento.
Cuando hay un sufrimiento inevitable, lo importante es la actitud. Se puede
actualizar aquí el máximo potencial humano: el convertir una tragedia
personal en un triunfo. Un obispo alemán me contó una vez la historia de una
señora que usaba una pulsera con dientecitos. Alguien le preguntó por ellos.
Ella dijo que eran los dientes de sus nueve hijos, que habían muerto en una
cámara de gases durante la época de Hitler. Luego contó que estaba en
Israel a cargo de un orfanato.
En Linz, Austria, en una encuesta, le preguntaron a la gente en la calle qué
era, en su opinión, lo máximo alcanzable para un ser humano. La mayoría de
las respuestas era: "Superar un destino terrible" o "Ayudar a
otros a superar su destino". Conozco a alguien que combinó ambas cosas.
Es Jerry Long, quien, víctima de un accidente, quedó paralizado del cuello
para abajo a los diecisiete años. Una vez me escribió una carta desde Texas,
diciéndome que había leído mi libro El hombre en busca de sentido. Me
contó que, si bien se había quebrado el cuello, no se había quebrado él.
El sufrimiento le sirvió para desarrollar la capacidad de ayudar a otros que
también tienen que sufrir. Por eso quiso estudiar psicología. Actualmente es
profesor de ese ramo en una universidad tejana. Y en San Francisco, en el 8°
Congreso Mundial de Logoterapia, el profesor Jerry Long, ese hombre
paralizado, dio una charla sobre cómo se las arregló y superó su destino
para ayudar a otros a hacer lo mismo.
A modo de conclusión, sólo quiero decir que todavía queda un argumento:
ustedes podrían decir, "De acuerdo, pero en definitiva uno muere y todo
queda en el pasado y se olvida". No opino lo mismo, porque del pasado
nada se pierde. Por el contrario, todo se conserva. Lo hecho ya no puede
deshacerse. Lo realizado queda fijo en el pasado y nadie puede cambiarlo. Por
eso, hay que considerar que en el pasado hay algo así como un museo, a partir
de la historia personal de cada uno.
En otras palabras, no hay motivos para compadecer a los ancianos porque ellos
ya no tienen futuro o posibilidades. Ellos no necesitan ser compadecidos, sino
envidiados, porque no necesitan un futuro. En el pasado tienen no sólo
posibilidades, sino realidades que han concretado y no pueden eliminarse ni
perderse. Podemos resumir lo que ellos sienten después de haber actuado,
amado y sufrido con dignidad y valor. Ellos pueden decir lo mismo que está
escrito en el libro de Job, en el Antiguo Testamento: "Llegarás al
sepulcro y verás cómo, en su tiempo, recogen la cosecha".
Gentileza
de http://www.arvo.net/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL