& 10 Presentación crítica
de algunas formas ejemplares
de ateísmo

En las consideraciones que van a seguir sobre posiciones ateas o tendentes al ateísmo, se trata, por una parte, de un ensayo de ejercicio intelectual pero, por otra, también de una confrontación crítica. Se trata de presentar e interrogar caminos ejemplares de la negación de Dios. En esto hay que tomar el pensamiento de los que niegan como objeción seria. El ateísmo se expresa en formas y grados distintos. Pero como hay que suponer que los modos inexpresados se fundamentan en motivos que son desarrollados por las negaciones explícitas de Dios y que están cimentados teóricamente, basten indicaciones sumarias de la caracterización de algunos modos del ateísmo inexpreso.

La forma principal del ateísmo actual no es una duda sobre la existencia de Dios, científicamente fundamentada, sino que es la lucha del hombre por la posición central en la totalidad del ser. El trasfondo del ateísmo, supuestamente científico, pero en realidad ideológico de Marx, consiste en su rechazo de Dios como el poder, que en mortal enemistad «amenaza la autoconciencia e independencia del hombre y contra el cual, sólo se puede afirmar el hombre con un re-

63. TD 109; además 39s., 134. Sobre la doctrina de la predestinación habla Hartmann como de «un invento realmente diabólico de la especulación bajo el manto de la religiosidad» (TD 125).

chazo desesperado, mientras se convierte el mismo en creador de un mundo nuevo» (FGDKM 156). Con esto, queda caracterizado el punto decisivo. Quien, en relación con esto, cree poder rechazar la existencia de Dios con argumentos científicos, pretende un saber que ningún espíritu finito puede poseer; con Dios niega él simultáneamente también la realidad de la verdad absoluta. Los intentos de concebir la negación de Dios como resultado del conocimiento científico, ha de tenerse, en consecuencia, como arrogancia; no pueden ser puestos en circulación como resultado de la visión científica.

Quien, por el contrario, reclama para sí poder conocer a Dios de modo positivo, y se cree así en posesión de la verdad absoluta, cae igualmente en el error, puesto que atribuye al espíritu finito, como conocimiento, algo que sin dificultad puede demostrarse como una usurpación, además de que siempre se puede problematizar, refiriéndolo ala realidad fáctica. Por eso, ha designado Georg Büchner el sufrimiento como roca del ateísmo 4. La crítica de tal usurpada visión de la verdad absoluta de Dios, podría concebirse en las posiciones ateas como el momento, que puede exigir verdad. Hay que combatir la ilusoria posesión de la verdad divina, de la misma manera, que la supuesta visión de los ateos. Los adversarios son siempre supuestos sabedores (sofistas) que no filosofan, que no tienden a la sabiduría verdadera en el saber de la ignorancia y así, a pesar de su finitud, preguntar más allá de todo lo finito.

La pregunta principal reza, según esto, si el hombre puede aceptar agradecido su ser finito como regalo y si está dispuesto a realizar, en la esperanza, su aspiración finita de una consumación por medio del Dios infinito. Podría ser, de todos modos, que Dios sufra en el sufrimiento de los hombres no menos que éstos y que transforme el sufrimiento incluso de tal manera que desde el final aparezca en una luz completamente nueva y aparezca, quizás, como el camino único posible de hacer feliz al ser libre finito. La experiencia del sufrimiento no tiene siempre en la historia de la vida del individuo como consecuencia sólo la disminución del ser sino que puede revelarse como desafío en el que se puede crecer y en el que realmente se ha crecido. Los sufrimientos pueden convertirse paradójicamente, de este modo, en algo precioso. Aunque ya existe a veces en lo finito un sentido del sufrimiento, sigue en pie, con todo, la pregunta de si es asumido positivamente, n definitiva, el antisentido del sufrimiento en un acontecimiento de sentido, ahora todavía incomprensible.

Nietzsche subraya claramente el fundamento radical del ateísmo actual. Dice: «pero el que yo os abra a vosotros amigos completamente mi corazón, si hubiese dioses, ¿cómo soportaría no ser un Dios? Por tanto no existen dioses»

64. Vide Dantons Tod, tercer acto. El Luxemburgo. Una sala con prisioneros; Payne quiere «catequizar» a su compañera de prisión Chaumette de que no existe un Dios, porque éste siente miedo ante la ejecución inminente y el ateísmo comienza a serle dudoso. Como fondo vide Spin 236-240.

(Za II; KSA 4, 110). Antes había dicho de Dios que era una pura suposición, inaccesible al conocimiento finito. Esta suposición no la puede aceptar, porque declararía lo temporal nulo y mentiroso. Y continúa: «Dios es un concepto que hace torcido todo lo recto, y hace rodar todo lo que está de pie. ¿Cómo? ¿Desaparecería el tiempo, y sería sólo mentira todo lo transitorio?» El habla así contra Dios, para poder agarrarse al ser de lo finito. Mientras es negado Dios, se vacía la infinitud. Esta infinitud vacía la explica Nietzsche como la oportunidad para producir al superhombre (Za II; KSA 4, 109): «Así, ¡no me habléis de todos los dioses! Pero sí podríais crear el superhombre. Quizás no vosotros mismos, ¡hermanos míos! Pero de padres y antepasados podríais vosotros transformaros en el superhombre: y sea esto vuestra mejor creación!» El Dios infinito no es esperado como el deseo más profundo del verdadero hombre sino que es rechazado como un concurrente tenaz e indeseado. El hombre de Nietzsche, que se ve en camino hacia el superhombre, experimenta a Dios, en consecuencia, como la amenaza más aguda de su existencia y en manera alguna está dispuesto a subordinársele. Este rechazo de Dios se da como un acto consciente del hombre que intenta sacudirse su yugo. En cuanto el hombre desea liberarse de este yugo, se desmorona en sí, junto con el pensamiento de la igualdad, la posibilidad de reconocer la fraternidad de los hombres; de la misma manera desaparece la posibilidad de la verdad intersubjetiva. Nietzsche designa la igualdad como la verdad del vulgo que quisiera reducir a la nada todo lo superior: «Vosotros hombre superiores (7a IV; KSA 4, 356): —así guiña el vulgo— vosotros hombres superiores, no existen hombres superiores, todos somos iguales, el hombre es hombre, ante Dios todos somos iguales». A toda esta nivelación del vulgo, aniquiladora de toda humanidad superior, se le sustraerá el suelo definitivamente con la muerte de Dios. De la muerte de Dios, que Nietzsche interpreta como asesinato de Dios, espera el superhombre su liberación, no quiere estar con la plebe en el mismo grado. Humanidad superior y ateísmo van, según Nietzsche, unidos necesariamente. Quien quiera el hombre superior, ha de postular consecuentemente el ateísmo. Porque, piensa Nietzsche, que ante este Dios son todos los hombres iguales, reconoce la salvación del hombre superior en la muerte de Dios (7a IV; KSA 4, 357): «Pero ahora, ¡murió este Dios! Vosotros hombres superiores, este Dios fue vuestro mayor peligro. Desde que yace en la tumba, habéis resucitado de nuevo. Ahora, por primera vez, llega el gran mediodía, ahora por primera vez, se convertirá el hombre ¡ superior en señor !» El ateísmo se presenta así como la emancipación del hombre superior, que busca liberarse de la tutela de Dios. Con todo, resta preguntar a dónde conduce el camino de tal liberación. Como primera figura del ateísmo expreso hay que investigar aquí las Filosofía de la Religión de Feuerbach, que transforma el optimista sentimiento de fuerza de la modernidad en la divinización de la especie humana. El escepticismo de Nietzsche que sigue al optimismo feuerbachiano aparece primero como una contrafigura; en su desesperación de poder alcanzar lo infinito, sustituye también a Dios por el hombre, a quien interpreta con la postulada posibilidad de un superhombre, para llenar el vacío infinito nacido de la negación de Dios. Desde que el entusiasmo, en parte excesivo, por la idea del superhombre y por su voluntad de poder perdió su fuerza de irradiación como consecuencia de su abuso por las dictaduras que desprecian al hombre y por las guerras del siglo XX, comenzó el ateísmos a revestirse de un vestido más bien escéptico-humanista, que de hecho le cuadra mejor. El rechazo de la existencia de Dios se presenta así como ateísmo en pro del hombre, que se abre a la absurdidad del mundo y de la acción humana, pero que no se intimida por ella, aguantando desesperado. La desaparecida, con razón, autoseguridad del positivismo científico se orienta en los últimos tiempos de nuevo a las tendencias escépticas. Este escepticismo considera la Metafísica como crítica de la Metafísica, en cierto modo críticamente, y podría ser todavía más peligrosa para el pensamiento de Dios de lo que fueron las negaciones explícitas. El escepticismo se encuentra con el pensamiento postmoderno en la negación de la unidad de la razón y tiende a la propagación de la pluralidad, a la afirmación de la indiferencia de muchas razones. Aunque el pluralismo, en su superficie, apenas se presenta ateamente, contiene, con todo, motivos que hay que investigar aquí.


a) El problema del ateísmo metódico
    y modalidades del descuido práctico de Dios

En lo más íntimo de sí mismo, conoce el hombre muy bien su finitud, ya que, como es sabido, nace como bebé desamparado y no existe remedio claro contra la muerte. Si un día se lograse en los laboratorios de técnica genética un remedio tal, se habría encontrado algo sumamente horrible y temible, nada consolador, porque entonces se le sustraería a lo temporal la irreversibilidad de la realización de su ser finito 65. A pesar de todos los éxitos, el hombre está expuesto invariablemente a la posibilidad y, finalmente, a la realidad del aparente fracaso. Ningún medicamento podrá cambiar esto. Pero las experiencias del fracaso, hay que entenderlas como comprobación de la relación del hombre con lo infinito, que hace perceptible, ante todo, la finitud del mundo espacio-temporal y virtual. Quien afirme que no tiene relación con lo infinito, tendría que ser incapaz de percibir la finitud de lo finito. La percepción de la finitud implica, por tanto, la rela-

65. La irreversibilidad de cada momento, le presta nobleza y seriedad. Todo lo hecho permanece hecho; lo malo puede, a lo sumo, ser recogido y salvado por el amor. Vide como presentación concreta la novela de Theodor Fontane Unwiederbringlich (Romane und Erzählungen, vol. 2, 7-252), que representa, como muchas de sus obras, la seriedad y el dolor de la finitud.

ción necesaria con lo infinito. Pero como, con esto, no se da un conocimiento seguro de lo infinito, se requieren ulteriores reflexiones para justificar una toma de posición respecto a lo infinito.

Al hombre le puede parecer la infinitud, una realidad caótica, incluso cuando ha producido, ocasionalmente, estructuras de orden que roza lo maravilloso. A pesar de estos milagros, que producen admiración, sigue ininteligible la multiplicidad abigarrada de la realidad en su más profundo fundamento. El sentimiento de radical inseguridad, que se nutre frecuentemente del carácter amenazador y aniquilador de la realidad, puede llevar al hombre a la determinación, precisamente en vistas a esta pregunta que afecta al todo y quizás lo decide, a dejar en paz su relación con lo infinito y a preocuparse, de momento, sólo de lo que se encuentra al alcance de sus propias fuerzas, según el antiguo dicho: quod supra nos, nihil ad nos 66. Este dicho afirma en, todo caso, con razón, que la situación del hombre en el mundo pide actividades que se limiten a todo aquello en lo que se puede influir en general. Mediante el ejercicio puede, por ejemplo, aumentar las propias fuerzas naturales; por una intervención calculada puede dirigir por otros carriles algo existente en el mundo. Dentro de los límites estrechos e inseguros de lo maleable y disponible puede y debe, al menos, actuar primero como si sólo hubiese que contar consigo. El conocimiento de esta necesidad, se puede interpretar de modo distintos. Parece que es posible, fácticamente, eliminar de la conciencia mediante el engranaje de los negocios del mundo las preguntas sobre el sentido y el fin del todo.

El inadvertido olvido de esta pregunta, puede despertarse de su inconsciencia y ser llamado a la decisión sobre el trascendente sentido del todo, por una irrupción repentina de lo indisponible, por ejemplo, por la irrupción de una enfermedad mortal. Decisión que puede intentar, en efecto, obstinarse en una indiferencia expresamente querida en relación con lo indisponible. En cuanto indiferencia conquistada y defendida conscientemente es una especie de ateísmo, el más testarudo y el más inaccesible, porque niega el punto de partida: la pregunta por lo incondicionado. Se puede pensar que golpes del destino, pueden sacar a tal hombre del caparazón de su indiferencia de la misma manera que una felicidad muy profunda. Tal clase de situaciones no serían, por tanto, logros de la acción humana, sino que se pueden entender como un don de Dios, que abre al hombre a Dios. No prestar prácticamente atención a la existencia de Dios, es algo que está ampliamente extendido y en ocasiones es inevitable en el vivir la vida humana.

66. Vide p.ej. Minucius Felix, Octavius 13, 1 y Lactando, Divinae institutiones 3, 20 atribuyen este dicho a Sócrates; el contenido parece, a primera vista, inmanentista; Ariston de Quíos (vide Johannes Stobaios, Anthologiae 2, 1, 24) presenta una composición ampliada del dicho, según el cual la ética afecta a los hombres, la dialéctica por el contrario, no; la Física va más allá del hombre ya que su campo de problemas es incognoscible y sin utilidad.

En todo caso, existen en la vida cotidiana múltiples situaciones en las que no se nota diferencia alguna, de un modo perceptible, en la actuación externa entre ateos y creyentes. Brecht hace que el Piloto, el primero que sobrevuela el Atlántico, explique en un fragmento doctrinal del Der Ozeanflug: «Sea yo lo que sea y qué estupideces crea/ cuando yo vuelo soy/ un ateo real» (Ozfl 18). Aunque personas religiosas le podrían contradecir, y no sin razón, ya que son conscientes de la dependencia de algo inconcebible e indisponible, no les será con todo agradable, por ejemplo, tener como pasajero un piloto que vuela arriesgadamente o que maneja el avión sin la necesaria atención. En el manejo técnico de máquinas complicadas son necesarias precauciones que uno se ha de imponer a sí mismo, por tanto la atención a la función del aparato, en lo que Dios ha dejado el timón de la mano (vide Político 272e).

Pero también en situaciones importantes, en las que la conducta humana puede estar determinada por una relación expresa con la cuestión de Dios, no es frecuentemente clara la diferencia entre creyente y no creyente. Cierto que el creyente toma posición interiormente de manera diferente en las situaciones de la vida, puesto que acepta su finitud y a la vez su relación a la exigencia incondicionada de lo infinito. Tanto en su conducta cotidiana, moralmente relevante, como en la ciencia y en la técnica, perciben una responsabilidad que llega hasta lo infinito y que va unida a una esperanza infinita. Con todo, no es injustificado el metódico no tener en cuenta a Dios, ampliamente practicado en el ámbito de la ciencia y de la técnica y en la vida cotidiana, además de que el hombre sólo como posibilidad propia, puede poner en juego sus fuerzas. No tener en cuenta a Dios, puede estar justificado en la realización de la vida. Pero no lleva ala negación de la responsabilidad por motivos inmanentes a ello, ni discurre hacia una negación implícita de la realidad de Dios ni influye en la indiferencia para con él (vide sobre esto TbpA).

Todas las ciencias extra teológicas han de exponer sus resultados en la cuestión de Dios, de hecho, de manera que sean, sobre todo, neutrales; la validez de sus tesis tiene que estar asegurada independientemente de la pregunta sobre la existencia de Dios; esta exigencia constitutiva de las ciencias, se refleja en las fórmula atribuida a Hugo Bortius, según la cual, las afirmaciones han de ser válidas independientemente de la existencia de Dios: etsi deus non daretur67. Contra este poner entre paréntesis a Dios, se puede preguntar evidentemente de un modo crítico cómo sería pensable la existencia del mundo y del hombre si Dios no existiese. Esta interpelación no es una pregunta que se plantee en la ciencia. Como nadie duda de que existe el mundo del hombre, las ciencias se las pueden arreglar sin la hipótesis de la existencia de Dios, con tal de que esta hipótesis

67. Para el contexto de esta fórmula que marca la irrupción de la modernidad vide TDB, esp. 361.

nada tenga que ver con el contenido sino solamente con la significación incondicionalmente universal, moral y existencial de tales afirmaciones científicas.

Respecto a las exigencias condicionadas e incondicionadas de la vida cotidiana, hay que actuar, consecuentemente, primero de tal manera como si todo dependiese solamente del que actúa. Quien nada hiciese, sino sólo ruegos y deseos, sin esforzarse personalmente, ciertamente no podría ser la imagen ideal del hombre que cree en Dios, aún cuando tuviese en su boca frecuentemente la palabra Dios 68. Tanto menos podría serlo alguien que hiciese obras en sí buenas, pero que no las hiciese por el mismo bien, sino para lograr ventajas personales, cierto que no es el hombre que se orienta a sí mismo y a su vida a Dios, como debe ser. Tampoco cuando se hace el bien calculando ganar una posición ante Dios o para influir en el propio destino eterno. El hombre ha de hacer, por tanto, todo lo bueno que tiene que hacer por el mismo bien, en consecuencia, con corazón puro y precisamente no como comerciantes que regatean para la vida eterna. Únicamente bajo este presupuesto está capacitado el ser finito, en general, para ser propiamente bueno. Si son exactas estas afirmaciones, entonces quien en la superficie de su conciencia piensa de sí que no cree en Dios, puede estar de acuerdo, a pesar de todo, con lo que exije su situación vital, en la concreta realización de la vida, igual que aquel que mantiene abierta expresamente su vida a Dios (vide Con D 6).

Pero todavía hay que preguntar por qué motivos algunos hombres, conscientes de la propia finitud ante la exigencia de verdad incondicionada e infinita y de lo moralmente imperado, se tengan por ateos. La respuesta a esta pregunta es directamente patente, en donde la fe es funcionalizada para la satisfacción de intereses humanos particulares. Tales fines pueden presentarse en la ciencia como interés por la armonía de la explicación; pero apenas la armonía buscada se pueda lograr por otros caminos, la hipótesis de la existencia de Dios aparece caduca e innecesaria. El Dios tapa-agujeros es expulsado, por tanto, continuamente de la realidad del mundo técnico del hombre. En tales ciencias, la apelación a un autor divino, hay que tomarla como principio de la razón perezosa, si la razón, apelando a Dios, se dispensa de ulteriores investigaciones (KrV B 801). Brecht lo expresó de un modo drástico en el Ozeanflug. El exhorta a participar en ahuyentarde todo a Dios por medio de los logros humanos y asevera: «Bajo los más agudos microscopios / cae él. / Le expulsan del aire / los aparatos perfeccionados. / La limpieza de las ciudades / la aniquilación de la miseria / le hacen desaparecer y / le ahuyentan hasta el primer siglo» (Ozfl 19). Brecht quiere combatir lo primitivo ahuyentando a Dios. La lucha, mientras tanto, no logra un fin defini-

68. Sobre la norma de que se ha de confiar en Dios como si todo el éxito dependiese del que actúa y a la vez todo haya que deberlo a Dios vide WKL; Des I, 305s.; vide A 385.

tivamente, en el que pueda celebrar la fiesta de la victoria. Termina el texto con un Relato sobre lo que no ha sido logrado todavía. La superación conseguida hasta ahora de lo primitivo es sólo acerada ingenuidad, que muestra lo posible pero que no ha de hacer olvidar al hombre lo todavía no logrado; a lo que está consagrado el relato (Ozfl 26s.).

Más decisivo que la funcionalización de Dios en la ciencia, es la utilización del nombre de Dios para intereses particulares, vitales, de otros hombres. Si se atribuye a Dios el ejercicio de la dominación, hay que tener en cuenta muy cuidadosamente que el príncipe no solamente oculta, de un modo engañoso, su apetencia de poder sino que ejerce su cargo apelando a la voluntad de Dios, como servidor del prójimo. La historia ha dado la respuesta por medio de revoluciones dolorosas, a la gracia divina de las monarquías. Hoy, la limitación social de la propiedad, ha hecho progresos ciertamente en las sociedades democráticas para amortiguar la arbitrariedad desatada de pocos poseedores del capital frente ala masa de los que dependen del sueldo, aunque surgen continuamente nuevas preguntas, especialmente en las sociedades económicamente poco desarrolladas y en la relación entre sociedades pobres y ricas.

La religión no habría podido ser denunciada como opio del pueblo, si hubiera realizado la liberación de la explotación de estructuras claramente injustas 69. Donde la miseria humana no ha sido todavía superada, aunque la producción está liberada de la explotación capitalista, la crítica marxista de la religión fracasa, porque el mundo siempre será de tal manera que «la religión es su espiritual aroma» (FS 208). Un sistema político que se apoye en Dios para estabilizar órdenes injustos, es culpable de blasfemia. Quien combate, por tanto, a los explotadores que se apoyan en Dios, en esta lucha se mueve en un terreno que es previo a la decisión en tomo a la pregunta de si hay que aceptar o negar la existencia de Dios.

La liberación de un sometimiento injusto, que utiliza el nombre de Dios, ha de ser llamado únicamente ateísmo en un primer plano (videAiC). En estos movimientos de liberación, se pueden también destrozar imágenes de Dios, en las que la realidad de Dios degenera en una caricatura útil. Ciertamente es útil e incluso necesario para el desarrollo de la cultura y de la civilización humana el ejercicio real del poder. La utilidad y la necesidad se pueden aducir, por tanto, como justificación del ejercicio responsable del poder. Pero si quien posee el poder —también dentro de la Iglesia— toma el nombre de Dios en la boca, tendría que saber, ya por el texto del Magnfcat, cuán peligroso puede ser en sí mismo tal recurso a Dios. Cuando se convierte el nombre de Dios en función de la tendencia humana al poder, por amor de Dios hay que combatir este abuso. Esta batalla, que en un primer plano aparece atea, tendría que ser precondición de la

69. Vide MRCG 23-28; con referencia al uso premandsta vide RGV B 105 not.

apertura del hombre hacia el Dios indisponible. La tendencia egoísta al poder, con todo, no utiliza solamente la fe en Dios, sino también —bajo el manto de humanidad— ideologías ateas de liberación que prometen abrir al hombre las puertas de paraísos terrestres, pero que en la prosecución de sus metas no son menos detractoras del hombre. El ateísmo oscuro de estos movimientos de liberación se convierte entonces, de un modo inconsciente e inhumano, en ateísmo propiamente dicho, cuando se sirve de métodos tiránicos e ignora la situación del hombre en el mundo, que no promete nunca convertirse realmente en paraíso.

Frente a la indiferencia del ateísmo práctico, hay que oponer la sinceridad del conocimiento de la situación humana que no encuentra satisfacción alguna en la finitud. Quien piense encontrar en el mundo su satisfacción con todos los fenómenos límites como enfermedad, sufrimientos, culpa y muerte, quien no percibe la finitud de lo finito, ni el deseo de lo infinito, con éste no se puede seguir hablando. Toda percepción, no prejuzgada, de la realidad exige del hombre sinceridad respecto a la verdad infinita. La existencia y la condición especial del hombre y el mundo, como aparecen en la realización de la vida cotidiana y en las ciencias, son fenómenos tan incomprensiblemente dignos de admiración que todo aferrarse a la realidad puramente inmanente del mundo manifiesta la sorda y desvalida extravagancia del horno faber, quien, en definitiva, con el final de la muerte se le desbaratarán los proyectos.


b) Intento de destrucción ilustrada y de interpretación
    antropológica de la Teología de Ludwig Feuerbach

La primeras manifestaciones de Ludwig Feuerbach sobre las preguntas religiosas, se caracterizan por un delirio entusiasta. Este entusiasmo, cuasi religioso, no lo perdió Feuerbach ni en el periodo de sus tesis criticas de la religión (vide LW 17s.). El mismo no vio tampoco una ruptura tan radical entre la fase inicial religiosa y la posterior de critica de la religión. Se sirvió más bien del modelo de la madurez y explicó más tarde la religión como el ser infantil de la humanidad 70. El hombre maduro ilustrado no se distingue del niño porque viva en otro mundo sino porque conoce y penetra más profundamente el mismo mundo. Este esquema permite una discusión racional de los contenidos de la visión, que debería ser madura, del mundo. Hay que preguntar, por tanto, cuán madura puede ser la interpretación de Feuerbach de la Teología y de la realidad en general.

70. WC 335: «La religión es el ser infantil de la humanidad. El niño ve su ser, el hombre fuera de sí como niño es para sí el hombre un objeto de otro hombre». Vide la presentación de la ley de los tres estadios desarrollada por Augusto Comte al mismo tiempo que Feuerbach en Ügh 93-123; también en Nietzsche hay reminiscencias (NuG 298s.); como predecesor no ateo vide PNW.

Antes de una confrontación crítica, hay que esbozar los pensamiento fundamentales de Feuerbach en relación con la cuestión de Dios. Hay que comenzar con algunas indicaciones sobre el tema y método de su crítica de la religión. Feuerbach comenzó, en primer lugar, por la afirmación, que tenía por evidente, de que la fe es el modo de representar la religión, pero el pensamiento el de la Filosofi'a. Que la religión y la Filosofía eran, consecuentemente, «en general, es decir, prescindiendo de sus diferencias específicas, idénticas..., porque uno y el mismo es el ser que piensa y cree» (WC). El ve la diferencia específica entre Religión y Filosofa, solamente, en la diferencia de fe especial de la razón general (WC 4s.). La meta ilustrada de su crítica es la Transformación de la Religión en Filosofía, de la fe en pensamiento. Como para él creer es la preforma más débil del pensar, la Religión es la preforma, en consecuencia, más débil de la Filosofía. Las verdades divinas son interpretadas, de acuerdo con esto, como verdades humanas, que se bastan a sí mismas. Que el pensamiento, por el contrario, podría también ser un grado previo de fe, que el pensar filosófico del hombre al final, en definitiva, podría situar ante la pregunta y el misterio de la Religión y que la realidad del hombre se dirija así más allá de sí, son suposiciones cuya justificación las ha subrayado ya Kant; pero Feuerbach ya no podía percibir claramente su sentido exacto 71.

En consecuencia, según Feuerbach, la Filosofía ilumina e ilustra la verdad de la Religión, por otra parte, la diluye y destruye. La Religión no ha reconocido su propia verdad, por eso se expresa en imágenes; la Filosofía, por el contrario, conoce las imágenes de la religión como imágenes. Por estas rutas, quiere descubrir Feuerbach la antropología como el misterio de la Teología. El verdadero epigrama y tema de su escrito es el autoconocimiento, el FvwOi aavvóv de Sócrates (WC 6-8). Su procedimiento tiene una cara positiva y otra negativa. No hay que desenmascarar la Religión como algo absurdo, sino eliminarla por el autoconocimiento. Los misterios de la Religión no son, según esto, en manera alguna como lo «que son en la ilusión de la Teología, no misterios foráneos sino domésticos, los misterios de la naturaleza humana» (WC 19). Así la Teología es degradada hasta una antropología, pero, al mismo tiempo, la Antropología es elevada a Teología (WC 20). Una elevación de la Antropología a Teología tiene, de nuevo, como consecuencia claramente evidente, el que los atributos de Dios, también su omnipotencia, han de transferirse al ser del hombre. Se podría contrapreguntar, consecuentemente, sobre la interpretación de Feuerbach de la Religión, silo que él designa como esencia del hombre se encuentra en general, si

71. De todos modos es digno de notarse el hecho ya mencionado de que Feuerbach WC primero quería designar en explícita contraposición a Kant KrV como la Crítica de la razón impura; (vide las indicaciones Vb V); el programa de Feuerbach parece ser de hecho un equilibrio de la intención de Kant, en cuanto que éste aceptó que había que eliminar el saber para hacer puesto para la, fe (KrV B XXX).

puede cargar sobre sí el fardo, que una vez acabado con el supuesto engaño infantil de la Religión, comienza a pesar ahora con toda su fuerza sobre el hombre o sobre el ser del hombre.

La interpretación antropológica de la Religión de Feuerbach no es el resultado de una investigación objetiva. Ha sido interpretada, con razón, como la competitividad metafísica urdida por el hombre entre hombre y Dios por ocupar la posición central en la totalidad del ser. Esta lucha tiene como consecuencia, según Wilhelm Teichner, el que se excluyan hombre y Dios «en la existencia, pero no, en el contenido de la esencia exigida, opuesta a la autoconciencia absoluta, la cual unas veces aparece como humanidad y otras como divinidad». Si este diagnóstico es exacto, se enfrentan mutuamente, al final del idealismo absoluto, hombre y Dios en ser y no ser (MGE 17s.). Esta lucha había sido anunciada ya al comienzo de la modernidad. Ya se informó más arriba sobre la tesis de que Lutero había percibido, ya anteriormente, esta lucha que ya amenazaba y la convirtió en punto de partida de su Teología (vide & 7a). Feuerbach entiende su modo de proceder no abiertamente como lucha por la posición central sino que se aprovecha, al menos superficialmente, de un modo de argumentar racional. Pero realmente se trata de una confrontación entre hombre y Dios, que, en cierta medida, es a vida y muerte. De acuerdo con la propia demanda de Feuerbach, puede investigarse y discutirse críticamente su argumentación. Sobre si una confrontación puramente racional pueda avanzar en los puntos decisivos de la lucha es cuestionable mientras no exista una decisión basada en un saber absoluto.

Los fundamentos argumentativos, los propone Feuerbach en la Introducción a la esencia del Cristianismo en dos capítulos complementarios, en los que habla sobre la esencia del hombre y de la Religión. La esencia del hombre, a diferencia de la del animal, es la conciencia, más exactamente, la conciencia de la especie, en la que «su especie es objeto, su esencialidad» para el hombre (WC 28). Por esta razón el hombre, que es a la vez para sí, yo y tú, se encuentra también ya como individuo en la situación de realizar funciones de la especie tales como pensar y hablar. El carácter relacional del hombre con lo infinito es lo que constituye su esencia. Feuerbach comienza aquí con una tesis que no es desemejante de la estructura de la argumentación de la prueba ontológica de la existencia de Dios: «Un ser realmente finito no tiene, ni siquiera la idea más remota, ni mucho menos la conciencia sobre un ser infinito, pues los límites del ser son también los límites de la conciencia» 8 WC 29). Esta frase menciona tanto el fundamento decisivo de la posibilidad de una justificación intelectual como también la posibilidad de un rechazo autocrítico de la tesis fundamental de la crítica de la Religión de Feuerbach.

Feuerbach interpreta esta frase como que la conciencia de lo infinito no es nada más que la conciencia de la infinitud de la conciencia; «continúa afinando esta interpretación con la tesis de que en la conciencia de lo infinito sólo es objeto para el consciente la infinitud de la propia esencia (WC 30). La verdadera esencia del hombre, la ve Feuerbach, en la autosuficiencia que acepta el pensar, amar y querer. En consecuencia, ve ala Trinidad divina realizada en el hombre por encima del hombre individual» (WC 3). Hay que tener en cuenta aquí que sólo puede tenerse como divina la esencia del hombre, por tanto, no en un hombre individual. Esta diferencia es de gran alcance y contiene en sí la materia inflamable que al final, posiblemente, hace que se hunda todo el sistema de Feuerbach. Este hundimiento se produce tan pronto se muestre que las afirmaciones de Feuerbach respecto a la finitud y a la infinitud, llevan, en definitiva, a la autocontradicción.

Para Feuerbach ha de ser válido el que: «Concretamente finitud y nulidad, son idénticos. Finitud es sólo un eufemismo de nulidad» (WC 35). El autoconocimiento del hombre sólo puede buscarse en la infinitud. La religión es «el primero e indirecto autoconocimiento del hombre» (WC 47). Feuerbach interpreta la Religión cristiana como «conducta del hombre consigo mismo o más correctamente: con su... esencia». En la concepción de Feuerbach, esta conducta es errónea en tanto en cuanto el hombre se comporte en la Religión «con su esencia como con otra esencia». El ser divino no es concretamente «otra cosa que la esencia humana o mejor: la esencia del hombre, purificada, liberada de las barreras del hombre individual» (WC 48). El ser del hombre debería ser pensado como objetivamente definido, porque la carencia de definición y la inobjetividad, significarían simultáneamente nulidad. De este modo se manifiesta lafinitud del ente como el sumario decisivo de la existencia. Feuerbach explica en este sentido: «Quien tema ser finito, teme existir. Toda existencia real, es decir, toda existencia que sea realmente existencia es existencia cualitativa, concreta y por eso finita» (WC 50). Esta tesis puede sorprender frente a la identificación, anteriormente mencionada, de finitud y nulidad

Después del esbozo de algunas de las tesis principales de Feuerbach, hay que preguntar ahora por las posibilidades de una contra crítica. Es positivo, con todo, apreciar que Feuerbach venere lo divino mismo, aun cuando lo circunscribe a la esencia del hombre. Como primera objeción contra la reducción de la Teología a la Antropología, hay que aducir que Feuerbach descuida la autolimitación crítica del pensar filosófico, que pasa así por encima del saber genuinamente filosófico de la ignorancia y por sus tesis expresas; sin autocontrol perceptible, suprime una serie de preguntas que no tienen respuesta en él y que hacen que su ensayo de ilustración, necesita precisamente ilustración. Incontestadas quedan, especialmente, las preguntas sobre de dónde procede el conjunto del mundo, qué le mantiene en la existencia y hacia dónde se mueve (vide WC 190s.). Aunque Feuerbach declara al hombre, a la esencia del hombre y a la naturaleza en conjunto, divinos, no puede decir qué es la esencia del hombre en sí, qué es la naturaleza en sí. Si confesase que lo que el hombre puede conocer, no contesta a todas las preguntas que se pueden plantear, sería destruida esta objeción. Luego no podría, sin embargo, declarar eliminadas, con la voz de pecho de la persuasión, todas las verdades de la religión. La así pretendida divinización de la esencia del hombre, carga al hombre con un peso que éste ni como individuo ni como especie, puede llevar. Esta crítica al punto de arranque de Feuerbach va a ser desarrollada, en principio, en algunos puntos singulares.

La concepción de Feuerbach sobre la identidad de Filosofía y Religión, no se puede sostener en Filosofía, ya que la Filosofía no puede conducir a un saber absoluto del saber, ni del ser en conjunto. La Filosofía busca, ciertamente, la verdad incondicionada, basada en la capacidad del conocimiento humano, pero conoce los límites de su posibilidad. El pensamiento filosófico que lleva el marchamo de Platón, Agustín, el Cusano y Kant sobre el saber de la ignorancia, cierto que encuentra certezas incondicionalmente válidas, pero reconoce que lo encontrado es precario en su contenido. Se puede, no obstante, notar que las formas de ateísmo que aquí se considerarán en conexión con Feuerbach, han abandonado ampliamente el gesto de superioridad de la Ilustración.

Como el hombre no se da y no puede darse por satisfecho de la precariedad de su saber, pregunta más allá de todas las fronteras de su saber. Quien adapte la verdad al propio gusto, no debería, en todo caso, presentar el resultado como saber. La Filosofía crítica ha de ser siempre Filosofía autocrítica, que reconoce los límites de la capacidad del saber por las fuerzas del espíritu humano. Los contenidos de la Religión pueden ser para los filósofos –como para todo hombre en general–creíbles o increíbles: pero la Religión es, al mismo tiempo, también siempre algo completamente distinto de la Filosofía, ya que la Religión vive concretamente de una indeducible confianza en la omnipotencia y en la suma bondad de lo infinito.

La crítica a la concepción de Feuerbach sobre la tesis de la identidad, hay que corroborarla todavía ulteriormente. Frente a la indeducible existencia del mundo, todo preguntar filosófico comienza con la admiración de que, en general, algo es y no más bien nada. En el caso de que esta pregunta fuese contestable, se podrían conocer el fundamento y el fin del mundo. Porque Feuerbach no puede cumplir con la exigencia de este saber, su concepto global es problemático y frágil como sustitutivo de la religión. El se resiste, en consecuencia, a una diferenciación «entre lo que es Dios en sí y lo que es para mí»; sin embargo, esta diferencia, según la propia confesión de Feuerbach, está imperada objetivamente, porque también, según él, es seguro que no se puede saber en absoluto «si Dios es algo distinto en sí o para sí, de lo que él es para mí» (WC 51) 72. Feuer-

72. El texto continúa (ibid.) «cómo es él para mí, así es él todo para mí». Esto puede valer para el tiempo del mundo pero no para una eternidad pendiente.

bach designa al hombre verdadero, ens realissimum; pero no está claro si se refiere a un hombre singular existente o a la esencia del hombre (vide WC 16s.). Si únicamente la esencia del hombre fuese infinita, entonces habria que tener también sólo a esta esencia por divina; pero si fuese también seguro que esta esencia no es capaz de actuar, en cuanto que ella misma no es capaz de acto alguno, sería un ente ridículo de la mente. Así forma parte, según Feuerbach, de la esencia del hombre el poder actuar como médico. La posibilidad de acción del médico no es parte, sin embargo, de la esencia del hombre ya que sólo un médico concreto es capaz de ayudar a un enfermo. El médico real, en cuanto que es hombre finito, no es, sin embargo, en manera alguna, el ens realissimum. Feuerbach es continuamente impreciso, sin motivo alguno, cuando llama al hombre divino. Como dificultad, se le puede atribuir a Feuerbach que no explica inequívocamente qué o a quién concibe él como ens realissimum. No puede referirse al hombre individual porque éste no posee todas las perfecciones de la esencia; no ha de ser tampoco la esencia del hombre ya que sólo lo finito puede ser pensado como existente y activo. La tesis de Feuerbach sobre el hombre como verdadero ens realissimum aboca, por tanto, en numerosas dificultades. Esta crítica se puede aplicar también a la tesis fundamental de Feuerbach. Si el individuo fuese capaz de pensar la esencia infinita entonces tendría que ser infinito en cuanto individuo, pero no puede ser consciente como finito de lo infinito. Claramente no concuerda la infinitud de la conciencia de la especie con la finitud del hombre individual, si la finitud ha de ser el indicador de la verdadera existencia. Por tanto, supuestas estas calificaciones, se pueden retorcer las tesis sobre la relación de la finitud y la existencia, por una parte, y de la divinidad del ser del hombre, por otras (vide WC 340s.).

Respecto a la lucha entre Dios y el hombre por la posesión de los predicados divinos, hay que constatar que esta divinización del hombre, por medio de sí mismo, ni puede alcanzarse en relación con la especie y ni en relación con el individuo. Es completamente patente más bien que el hombre es realmente pobre y mortal; no necesita hacerse primero débil para poderse divinizar de un modo ciego en un Dios trascendente. La situación imaginada por Feuerbach en la Esencia del Cristianismo, de una lucha por la posesión de los predicados divinos, ya presupone una visión deformada de la realidad humana. Con todo, hay que decir que la Religión, siempre que juzgue justamente la realidad natural del hombre como tal, no es culpable de esta deformación (vide WC 454).

Feuerbach intenta volver a ganar la dignidad del hombre mediante la interpretación antropológica de la Religión, de la que afirma que él la ha buscado anteriormente sin éxito en la Teología. Esta alusión no tendría que ignorarla la Teología, sino asumirla autocríticamente. Pero contra la intención de Feuerbach, podría darse el caso de que no le correspondiese al hombre individual una dignidad superior por la divinización de la esencia del hombre. Esta integración de lo divino en la esencia del hombre, lleva consigo de una vez con el mismo golpe tanto la degradación de los individuos como la desdivinización de Dios.

Si la esencia del hombre es divinizada, pero la esencia divinizada, en sentido estricto, no es algo que existe, ya que la finitud hace el papel de index del ser, entonces parece que el individuo como individuo se pudre finalmente en la historia como en un montón de estiércol. La divinización de una esencia humana infinita que no posee ser, sería sólo el engañoso escarchado de azúcar sobre la realidad finita, que no puede aguantar el hombre en su finitud, o sería la errónea expresión de la constitución metafísica natural del hombre, por la que su situación, es referida a una realidad que no puede comprender y que, con todo, es para él de la mayor importancia. Incluso una interpretación de Feuerbach que objetivamente estuviese ampliamente de acuerdo con él, constataría una ruptura finalmente en la existencia humana, de manera que vendría a ser una confesión de lo que esta existencia «percibe en lo terrestre-fáctico de todo tipo de insatisfacción» (vide RLF 170).

En las explicaciones de Feuerbach, no existe indicio alguno de que de la misma manera que existe el hombre fuera y por encima de plantas y animales, aunque ciertamente plantas y animales, si tuviesen conciencia, habría que tenerlas igualmente por infinitas, no puede haber fuera y por encima del hombre, un ser que verdaderamente sea infinito que, según Feuerbach, tenga su esencia por infinita. Esta reflexión hipotética, elimina de las tesis de Feuerbach, por una parte, su afirmada certeza absoluta; por otra parte, muestra también que el concepto de Dios siempre corre el peligro de proyectar una infinitud, de pintarla fantásticamente y así de eliminar el peso de la finitud. Según esto, la crítica de Feuerbach puede ser valorada positivamente como advertencia ante las imágenes antropomórficas de Dios. El hombre puede y tiene que componérselas con el Dios infinito, no con su imagen. También para el creyente Dios habita en la luz inaccesible; su verdad puede ser encontrada, en tanto y hasta dónde, él se manifieste así mismo.

Feuerbach propone su crítica de la Teología, inadecuadamente, como saber. Porque es claro que se puede examinar críticamente su posición, es también claro que la interpretación de la Religión se apoya en una fe y, por tanto, no puede valer como absorción de la fe en el saber, sino más bien como una nueva fe contra la fe antigua. Feuerbach conocía ya la técnica de desenmascaramiento de Hegel, quien la había aplicado a la Religión griega pero no a la Teología cristiana. En Hegel se da todavía fe contra fe. Según su exposición, la fe pagana había perdido su credibilidad mientras que la cristiana, por el contrario, no. Hegel había expuesto su tesis en las Lecciones sobre Estética oídas por Feuerbach, sobre «Descomposición de los dioses por su antropomorfismo» en las Lecciones sobre la Estética a las que asistió Feuerbach. El polemiza allí contra la famosa frase de Schiller:

«Como los dioses fueron más humanos / fueron los hombres más divinos» y en la interpretación de la conclusión de la poesía de Schiller (Los dioses de Grecia) sostiene: «Con esto está completamente confirmado lo que ya expusimos arriba: los dioses griegos tenían su asiento únicamente en la imaginación de la fantasía, ni podían afirmar su puesto en la realidad de la vida ni darle al espíritu finito su última satisfacción» (VÄ II, 109s.). De este modo Hegel puso la tesis de la proyección al servicio de la exposición de la verdad absoluta de la Religión cristiana. Sin embargo, una de la opciones fue «que después de la muerte de Hegel sus discípulos hicieron metodológicamente posible en la escuela destruida: la generalización de la tesis de la proyección aplicada a todo, también a los fenómenos religiosos cristianos» (LF 31). A partir de ahí es lícito preguntarse, con razón, si la fe de Feuerbach que atribuye divinidad al hombre o a la esencia del hombre, puede entenderse como respuesta suficiente y creíble a las preguntas esenciales que se plantea al hombre. Aparentemente la fascinación de la tesis, que atribuye al hombre divinidad, pero que discute a Dios como realidad sobrehumana y supra mundana, es para algunos tan fuerte que le prestan su fe y buscan simultáneamente emanciparse de Dios 73. Si el hombre plantea de esta forma la pregunta sobre si es aceptable las tesis de Feuerbach, pronto tropieza la discusión racional con sus fronteras, ya que precisamente aquí sólo se da fe contra fe.

El contenido de la fe de Feuerbach sigue oscuro en los puntos centrales. Por eso ha sido difusa también la historia de su eficacia. El mismo Feuerbach dijo que no era ni materialista ni idealista filósofo de la identidad 74. Ya la amplitud del espectro de las valoraciones aquí mencionadas, para las que existen respectivos puntos de apoyo, da a conocer cuán difícil es calificar inequívocamente la posición de Feuerbach. Su influjo en el desarrollo de la Filosofía y de la Teología, ha sido, en todo caso, considerable. Su pensamiento actuó de hecho como piedra miliar hacia el ateísmo, que con Nietzsche alcanzó luego su punto más alto. Más tarde apareció claro, no obstante, que la explicación de sus tesis como un chato ateísmo, no percibe su intención plena y exactamente75.

Aunque no está decidido inequívocamente si la interpretación de la Religión de Feuerbach haya que concebirla como Filosofía mística de la Religión, como sensualismo, que despacha todas las realidades espirituales como mistificación

  1. La cuestión de una emancipación del hombre de Dios desempeña desde hace tiempo un papel importante, vide la confrontación de Agustín con los pelagianos (Cloi 1, 78); allí se explica la libertad de decisión para pecar como emancipación de Dios: «Libertas arbitrio, qua a Deo emancipatus horno est, admittendi peccati et abstinendi a peccato possibilitate consistit».

  2. En: Erläuterungen und Ergänzungen zum Wesen des Christentums, 358s.; vide IFM.

  3. Vide GdP 293s.: Buber sabe ciertamente que es incitado por Feuerbach, pero también que se desliza a la construcción pseudo-mística corno consecuencia de la substitución de un sustitutivo antropológico de lo Dios; vide DPM 342: más allá de Marx introdujo Feuerbach con su frase aquel descubrimiento-del-Tú «que se ha llamado "el acto copernicano" del pensamiento moderno y "un suceso elemental", "precisamente está cargado de consecuencias como el descubrimiento-del-Yo del idealismo"» (Buber cita aquí al Teólogo Karl Heim).

o como una lucha emancipatoria por los predicados divinos, por tanto, por la posición central en la totalidad del ser, es, con todo, posible proseguir la línea de la tradición a la que Feuerbach impulsó con su pensamiento para la formación del ateísmo explícito. Esto se hará en el siguiente fragmento en relación con Nietzsche. Aquí aparece claramente que el optimismo ilustrado de Feuerbach ha vivido todavía secretamente de la fuerza usurpada a la fe religiosa. El intenta traspasar el fuego de lo divino al hombre o a la naturaleza, pero sin poder decir, cómo podrían éstos mantener ardiendo el fuego. Con esperanza cuasi religiosa escribe Feuerbach la siguiente poesía: «La muerte está ella misma en Dios. / Primero déjame con todas sus violencias / pulverizando la muerte, reinar en ti / por ella sacudir y estremecerte, / por su miedo hacer temblar;/ entonces llega por sí mismo a tus tripas, / calor suave de la dulce paz. / Macérate primero puramente en la muerte por ti mismo; / detrás de esto viene la reconciliación» 76. El hecho de que Feuerbach juzga equívocamente el ateísmo, forma parte necesariamente de toda la orientación de su pensamiento 77.

Marx atestó que Feuerbach prestó demasiada poca atención a la miseria real humana. Para él la Religión es el aroma espiritual necesario de tal miseria (KHR 208, ThüF 339-341). Aunque él ve que la religión permanece necesaria precisamente mientras permanece la miseria humana, piensa poder mantener el ateísmo, mientras que desarrolla para superar la miseria humana una utopía real que pretende superar lo opuesto a lo real y lo que tiene que ser, que era la base de la doctrina de los postulados de Kant (BV 3). Kant había defendido todavía la concepción de que el hombre no puede eliminar por la propia fuerza la oposición entre lo que es y lo que tiene que ser. Porque él, sin embargo, ha de mantener, por motivos morales, que es posible superar esta oposición en lo infinito, se vio Kant empujado a elaborar la doctrina de los postulados (KpV A 203). Mientras Marx, por el contrario, busca en lo real mismo la idea, hace los preparativos para traer a su vez a los mismos dioses a la tierra. Dice en este sentido: «Si hubieran vivido anteriormente los dioses sobre la tierra, entonces se hubieran convertido así ahoraen el centro de la misma» (BV7). Una vez vaciado el cielo de dioses y fracasada claramente también la fe atea en la fuerza de la utopía real, y se ha comprobado así increíble, parece que no le queda al pensamiento más que el escepticismo y el nihilismo. Las terribles consecuencia de este proceso se harían patentes, en su plena acritud, ya en Nietzsche.

  1. Vide GTU 386: Vide las Xenien 468: «Haceos familiares con la naturaleza, reconoced en ella también el espíritu, / hundíos tranquilamente luego de una vez en la tierra».

  2. Esta equivocidad que defiende, en parte positivamente, el ateísmo, pero que se distancia en parte de él, se deduce de: WC 17, 42s., 49s., 55s., 341-346, 410s.


c) Desengaño de Friedrich Nietzsche
    en la búsqueda de lo incondicionado
    y su antiproyecto de superación del nihilismo

Friedrich Nietzsche es conceptuado, no sin razón, como el ateo, el proclamador de la muerte de Dios y el anticristo. Calificaciones que se pueden justificar con sus correspondientes afirmaciones. El ateo llama el suceso más nuevo que «ya comienza a arrojar sus primeras sombras sobre Europa», es decir «que "Dios está muerto", que la fe en el Dios cristiano se ha convertido en increíble» (FW 343; KSA 3, 573; además EH; KSA 6, 278). El pregonero de la muerte de Dios se aprovecha de un lenguaje metafórico artístico, que le perfila como profeta de una nueva religión atea. Zarathustra, que Nietzsche calificó de quinto evangelio, está concebido como una antibiblia atea78. Su proclamación encontró discípulos importantes. Por ejemplo, Heidegger citó y explicó a Hölderlin y a Nietzsche como los varones teológicos de garantía, y que los «Dicta de Nietzsche "Dios está muerto", "el desierto crece", "hay de aquel que no tiene patria" ...como topos de Heidegger de validez casi canónica» (GuE 97).

Como anticristo contrapone él Dionisio al crucificado (EH; KSA 6, 374; vide NKA). El mismo Nietzsche dice sobre Zarathustra que con él ha «desafiado a toda Religión y que ha escrito un nuevo "libro santo"» 79. La polémica contra el Cristianismo se resume en el título El Anticristo. Blasfemia contra el Cristianismo. Allí expone su interpretación, ciertamente reductiva, del mensaje de Jesús y proclama un antimensaje «Los débiles y los fracasados han de hundirse; primera frase de nuestro amor a los hombres. Y hay que ayudarles a ello» (AC 2; KSA 6, 170; vide en contra Mc 2, 17; Jo 10, 10; Ap. 7, 14-17; 21, 3s.). La pregunta que mueve positivamente a Nietzsche reza: «qué tipo de hombre hay que cultivar, hay que querer como al más sumamente valioso, al más digno de la vida, al más seguro del futuro»; pretende producir un tipo superior, algo «que, en relación con toda la humanidad, es una especie de super-hombre» (AC 3. 4; KSA 6, 170s.). Nietzsche atribuye al Cristianismo, sobre todo, una especie de «guerra mortal contra este tipo superior» (AC 5; KSA 6, 171). Aquí hay que preguntar, no obstante, si esta insinuación no anda claramente extraviada. Se puede indicar que Jesús enseñó el amor a los débiles, pero con la finalidad de una verdadera vida para todos. La fe cristiana está muy lejos de despreciar los superiores, pero simultáneamente da a entender que no se puede lograr por un cultivo. Tal hybris y alejamiento de la realidad de las

  1. KSB 6, 327 (Carta del 13 de febrero de 1883 a Ernst Schmeitzner); Nietzsche es equívoco, sobre si quiere que se le tenga por profeta y fundador de religión: por ejemplo EH; KSA 6, 257- 261, 287, 365.

  2. KSB 6, 363 (Carta del 20 de abril de 1883 a Malwida von Meysenburg); incluso no tiene por imposible que se erijan las cátedras de exégesis de Zarathustra (EH; KSA 6, 298).

ideas de Nietzsche sobre el superhombre lo tomaron los contemporáneos escéptica y burlonamente 80.

Aunque no carezcan de fundamento las valoraciones de Nietzsche como Ateo y Anticristo, es importante entrar en contacto con respeto con el contenido de su pensamiento y no trazar demasiado aprisa frentes que oculten su auténtica intención. Ante todo Martín Heidegger ha perseguido vigorosamente la pregunta sobre si Nietzsche con la expresión «Dios está muerto» ha expuesto solamente un posición personal, por tanto parcial y fácilmente impugnable o si no «expresa, ante todo, la palabra que siempre se ha dicho, sin expresarla, dentro de la historia concreta del Occidente» (HW 213). Ha sido como un enigma de dificil solución o incluso como una fatalidad que ha llevado a un rechazo siempre creciente de la fe en Dios de muchas personas. A partir de esta situación, nada ayudan juicios precipitados. Posiblemente el futuro mostrará más claramente que una interpretación objetiva de la obra de Nietzsche, puede provocar también una apertura a la fe en un Dios incomprensible, ya que siempre ha formado parte del programa de Nietzsche preparar «la Epifanía de su último Dios» (PahT 99).

Hay que notar que Nietzsche no expuso las tesis sobre la cuestión de Dios en forma de tratados objetivos. Predominan géneros y medios estilísticos que hacen que su texto esté redactado en forma más bien de poesía. A pesar de todo, las cuestiones centrales de Filosofía y Metafísica logran expresar su contenido. Exigen, al mismo tiempo, poseer un conocimiento superior, que por su propalada superioridad, tenía que servirse precisamente de medios estilísticos no usuales. El estilo de Nietzsche es, las más de las veces, poético, o fragmentario o aforístico. La forma de prosa científica, en comparación con esto, es rara. En la obra posterior póstuma, parece que ensayó estructuras de argumentación más bien escolar (p.ej. NF 18 [17]; KSA 13, 537s.). Esta elección de las formas de expresión está en estrecha relación con el contenido de la posición de Nietzsche, ya que se ha extraviado de la fe en la verdad absoluta y en la validez absoluta. Si Nietzsche hubiera querido presentar sus tesis de un modo sistemáticamente coherente, hubiera corrido el peligro de caer en contradicción consigo mismo. Le queda sólo la posibilidad de desenmascarar como error, de un modo crítico-polémico, las verdades afirmadas por otros y luego, como no puede afirmar de un modo absolutamente cierto verdad alguna, presentar su doctrina como producto de su actividad artístico-creadora con pretensiones religioso-proféticas.

Nietzsche ataca, ante todo, a metafísicos y moralistas, pero también a científicos de la naturaleza, puesto que éstos se presentan con la pretensión de poseer

80. Vide Theodor Fontane, Der Stechlin (Romane und Erzählungen, vol. 3), 391: «Ahora se ha instalado, en lugar del hombre real, el llamado superhombre; pero propiamente existen todavía solamente infrahombres, y entre éstos están precisamente aquellos que quieren convertirse totalmente en "super"».

verdad válida. Contra los Físicos polemiza, no menos agriamente, que contra los representantes del platonismo y del cristianismo. Dice así: «Alborea ahora quizás en cinco, seis cabezas que la Física es también solamente una interpretación del mundo y un ordenación del mundo... y no una explicación del mundo» 81. Su posición nada tiene que ver con un positivismo chato. Contra el no raramente oscuro saber de las ciencias de la naturaleza, plantea preguntas que desacreditan, del tipo siguiente: «La calculabilidad del mundo, el poder expresar todo suceso en fórmulas, ¿es esto realmente un "comprender"? ¿Qué se comprendería en una música si todo lo que en ella es calculable y puede ser abreviado en fórmulas, fuese contado?» (NF 7[56]; KSA 12, 314). En otros pasajes dice con claridad admirable: «Contra el positivismo, que se contenta con los fenómenos: "hay únicamente hechos" ya diría: no, precisamente no hay hechos, sólo interpretaciones» (NF7[ 60]; KSA 12, 315).

La Filosofía platónica y la fe cristiana desempeñan, por eso, tan importante papel en la imagen hostil de Nietzsche porque parecen representar del modo más claro posible y en el más alto nivel las tesis que él se dispone a combatir. Nietzsche dice: «que el peor error, el más aburrido y el más peligroso de todos hasta ahora, ha sido un error dogmático, es decir; el invento de Platón del puro espíritu y del bien en sí»; esta lucha contra Platón es, a la vez, «la lucha contra la presión cristiano-eclesiástica de siglos pues el Cristianismo es platonismo para el pueblo» (JGB Prólogo; KSA 5, 12). A pesar de que se puede mostrar que esta identificación es injusta tanto con el platonismo como con el cristianismo, es ciertamente claro, que Nietzsche encuentra en ellos la adecuada contraposición refleja; ve en el platonismo y cristianismo, a los exponentes decisivos que se han equivocado en lo verdadero y lo bueno. Nietzsche defiende incluso, al menos en un primer plano, la antítesis de que no hay verdad, de que todo lo que se ha llamado verdad es sólo una manifestación de la vida desde un perspectivismo funcional.

Este escepticismo de Nietzsche se puede retorcer ya que se arroga un saber superior. Quien afirme como verdadero que no hay verdad, se contradice a sí mismo o ha de decir que se contenta con que no se ha manifestado hasta ahora la verdad. Impasible en su escepticismo, que va contra otras posiciones, expone Nietzsche las tesis que tiene por verdaderas, que son igualmente cuestionables. Una verdad fundamental cuestionable de Nietzsche dice: «Nuestras necesidades son las que interpretan el mundo: nuestros impulsos, sus pros y contras. Todo impulso es una especie de deseo de dominio, cada uno tiene sus perspectivas que quisiera imponer como norma a todos los restantes impulsos» (NF 7, [60]; KSA 12, 315). Si son

81. P.ej. JGB 14 (KSA 5, 28s.); vide sobre esto JGB 12 (KSA 5, 26s.). Respecto a la posesión de la verdad vide NF 3[1], 234; KSA 10, 81: «La posesión de la verdad no es temible sino aburrida como toda posesión». Sobre Darwin vide NF7 [25]; KSA 12, 304s. A los físicos les advierte que olvidan la fuerza del sujeto que pone las perspectivas, vide NF 14 [186]; KSA 13, 373.

las necesidades las que interpretan el mundo, entonces es evidente también que sólo una necesidad se esconde detrás de este supuesto conocimiento. La destrucción de la verdad infinita arrastra en su vorágine a todas las verdades finitas y hace que se hundan con ella, incluso la supuesta verdad de que no hay verdad. Por tanto, vale también para él mismo la siguiente expresión irónica de Nietzsche, dirigida contra los otros: «En toda Filosofía hay un punto, en donde la "convicción" de los filósofos entra en escena: o, para decirlo con el lenguaje de los viejos misterios: adventavit asinus / pulcher et fortissimus» (JGB 8b; KSA 5, 21). El «asno» de Nietzsche había entrado poco antes en el escenario: aunque verdad y falsedad son rechazadas como criterios de los juicios y él se sustrae, con esto, también el fundamento de la propia posición, se mantiene Nietzsche, sin embargo, estrictamente en la justificación de un criterio de juicio, es decir, hasta dónde algo «fomente la vida, conserve la vida, conserve el arte, quizás incluso cultive el arte» (JGB 4; KSA 5, 18). Teniendo en cuenta este criterio, surge la pregunta: qué significa vida. El final de la cita suena tan biológico que el hombre superior parece haber desaparecido del campo de visión. No se puede fácilmente recusar la sospecha de que una consideración sobria de la verdad aquí afirmada y de sus motivos moralizadores, hubiera dado rápidamente a este asno el golpe de gracia, en el caso en que Nietzsche hubiese estado dispuesto sólo a ejercer la autocrítica 82.

Como la Filosofía combatida por Nietzsche busca siempre la verdad absoluta incluso más allá de las puras funciones de la vida, encuentra destructiva la exigencia de este filosofar. Un filosofar destructivo pretende siempre mostrar que la verdad no ha sido todavía encontrada; dejará escapar su arbitrariedad más íntima, lo «que se experimenta del modo más seguro como verdadero, como real: buscará el error precisamente allí en donde el propio instinto vital sitúa la verdad más incondicionalmente» (GM 3, 12; KSA 5, 364). La afirmación de que no existe la verdad buscada en la Filosofía de Platón, Nietzsche lo ha afirmado a veces, pero no continuamente, como conocimiento. El ha visto que la pregunta sobre si existe conocimiento, es imposible de responder, si no se sabe qué es conocimiento. Nietzsche ha de interpretar, por tanto, todo conocimiento que se manifiesta en juicios como fe. Por tanto, conoce la pregunta decisiva de la diferencia entre fe verdadera y fe falsa (NF 7 [4]: KSA 12, 264s.). Esta concepción puede tenerse como motivo genuinamente socrático-platónico, que desafía a tomar una

82. Pero vide EH; KSA 6, 302: «¡Vamos! yo me atrevo a afirmar que tengo las orejas más pequeñas... Yo soy el anti-asno por excelencia y, por eso, un monstruo histórico mundano» Si Nietzsche tuviera este juicio, polemizando moralmente contra la moral (p.ej. EH, KSA 6, 281.297), dejaría consolado al lector. Respecto a la cuestión del status del conocimiento de la crítica de Nietzsche vide FN 206s. Esta introducción instructiva pasa por alto, por reducción a los aspecto utilitarios, el fuego del pensamiento de Nietzsche, que se sabe empujado por la infinitud y que no le importa si una verdad aparece solamente como benéfica (212). Quien ve que la Metafísica fue siempre sólo una ciencia buscada, podrá relativizar la pretensión de novedad de Nietzsche.

decisión. De este modo permanece apremiante la pregunta por los criterios según los cuales una fe puede ser tenida por verdadera o por falsa.

En vistas a la cuestión filosófica de Dios, hay que investigar concretamente por qué Nietzsche rechaza radicalmente la fe en Dios. Una de las respuesta reza: «,Por qué ateísmo hoy? –"El Padre" en Dios es refutado a fondo; igualmente "el juez", "el remunerador". De la misma manera su "voluntad libre": él no oye–, y si oyese, no sabría con todo ayudar. Lo peor: parece incapaz de comunicarse claramente: ¿es él oscuro?» (JGB 53; KSA 5, 72). Este diagnóstico de las causas del ateísmo actual, que no obstante termina de todos modos en forma de pregunta, suscita en los creyentes la contapregunta sobre cómo es posible hacer pasar cómo refutado a fondo a Dios como Padre, Juez, y Remunerador.

En primer lugar se puede sostener contra Nieztsche que su convicción de que la fe en Dios está refutada, ella misma no es nada más que una fe. Luego se podría continuar preguntando qué es lo que hace increíble a los ojos de Nietzsche la fe en Dios. La afirmación de Dios como Padre, Juez, Remunerador permitía también a los hombres de tiempos anteriores vivirla no como saber sino únicamente como fe. Cierto es decisivo que Nietzsche rechaza pensamientos sostenidos por la esperanza de que la verdad de Dios pueda aparecer posiblemente por primera vez en un futuro absoluto. El persiste más bien en conocer la verdad absoluta ahora; parece querer prohibir a Dios mantenerse oculto al hombre durante el tiempo del mundo. Mientras los creyentes en la verdad piensan en la verdad pero sin conocerla, él los estigmatiza polémicamente como agnósticos. Dice: «los adoradores de lo desconocido y misterioso en sí, ¿dónde adquieren el derecho de adorar a un interrogante como Dios? ¡Un Dios, que de tal modo se mantiene oculto, merece más bien miedo, pero no adoración!» (NF7 [9]: KSA 12, 254)83.

Como la verdad absoluta no se manifiesta directamente en la actualidad, Nietzsche renuncia a su esperanza de que «haya una "verdad" a la que de alguna manera se pueda acercar» (NF 7 [10]; KSA 12, 299). Con esta esperanza pensaban, sin embargo, todos los Filósofos, que a pesar de confesar el saber de la ignorancia, no se dejaron intimidar por la aspiración a la verdad y a la sabiduría. Quien se sitúa con los antiguos filósofos en esta búsqueda de la verdad, recibe de Nietzsche la recomendación: «yo apuesto que nada encontrará» (JGB 35; KSA 5, 54). Para Nietzsche está claro que aquí nada puede saberse sino que hay que apostar. Esta respuesta, que bordea el saber, aunque más bien la dice de paso, marca, con todo, el centro de su juicio sobre toda la historia de la Filosofía. Concretamente afirma: «Todo el idealismo de la humanidad hasta ahora está a punto

83. Frente a esto preguntó Heidegger «si Dios es más divino en la pregunta por él o luego, cuando se está cierto de él» (NmG71).

de experimentar un cambio en el nihilismo, en la fe, en la absoluta carencia de valores, es decir, en la carencia de sentido...» (NF7[54]; KSA 12, 313).

El nihilismo, al que ve como radical derrumbamiento de todos los valores y como fe en el absoluto sin sentido, aparece un concepto clave del pensamiento. Nietzsche quiere poner a la Metafísica y al optimismo con el progreso de su tiempo ante un espejo, por una parte, y así hacer patente su implícito nihilismo. Por otra parte, procura, por medio del hombre, enfrentarse al nihilismo al que reconoce como un peligro que le amenaza a él mismo, con una nueva dotación de sentido absolutamente libre. Si el espejo que Nietzsche pone delante de la Metafísica muestra el verdadero rostro de la Metafísica o, en amplias partes, solamente una caricatura desfiguradora, es la primera pregunta anticrítica que habría que plantear 84. En todo caso, no comprendió exactamente a Kant objetivamente estando tan cercano de Kant temporalmente, ya que insinúa que piensa ingenuamente haber llevado a cabo el conocimiento del conocimiento. Dice de Kant: «es una ingenuidad lo que él pretende: ¡el conocimiento del conocimiento!» (NF 7 [4]; KSA 12, 264). Le inquieta poco la diferenciación de Kant entre conocimientos de la inteligencia y de la razón, entre el conocimiento de los fenómenos condicionados por la experiencia y las cosas en sí incognoscibles. La apertura a una verdad mayor de la Filosofía crítica, subrayada expresamente por Kant, y su conciencia de los límites del saber es, según esto, algo pasado. Esta conciencia de los límites del saber es concretamente una confesión de la limitación de todo conocimiento funcional-hipotético, que también depende, según Kant, de múltiples maneras, de condiciones subjetivas y objetivas. La afirmación de que todo lo que puede alcanzar el conocimiento humano de modo determinado está condicionado, la afirmación de la limitación de todo conocimiento finito y de la incognoscibilidad del sujeto trascendental, Kant lo entiende como finitud del conocimiento humano, que, en definitiva, permanece abierto al trascender hacia la infinitud de Dios.

Situado en tal infinitud, se experimenta también, con todo, también Nietzsche. El sabe que la fe es posible con la más clara conciencia de la situación del hombre y no la denuncia, como hizo Feuerbach, como infantil grado elemental del saber. Ante el fragmento del hombre loco, al que le toca el papel en la Gaya Ciencia de anunciar la muerte de Dios, se encuentra un fragmento bajo el título: En el horizonte de lo infinito. Cuyo texto reza: «¡Hemos dejado la patria, hemos subido a la nave! Tenemos tras nosotros el puente, —todavía más, hemos dejado la patria tras nosotros! Ahora, navecilla, ¡ mira ante ti! Junto a ti está el océano, es verdad, ya no ruge más, y a veces está ahí, donde seda y oro y sueños de bondad. Pero llegan horas en las que tú sabrás que él es infinito y que no existe nada más

84. Vide Wei, esp. 252: La crítica del platonismo de Nietzsche se dirigía más bien contra los filósofos modernos, que «no comprenden el pensamiento metafísico en toda su amplitud y, ante todo, no en su último fundamento». El ensayo de Borsche de defender esta crítica ha de tenerse por malogrado.

temible que la infinitud. ¡Oh del pobre pájaro, que se siente libre y ahora tropieza en las paredes de esta jaula! ¡ Ay, si te acomete la añoranza de la tierra, como si allí hubiese más libertad–, y ya no existe más tierra!» (FW 124; KSA 3, 480). En el epílogo de la Gaya Ciencia se encuentra bajos los títulos del príncipe Pájaro-libre la poesía Hacia mares nuevos (FWP; KSA 3, 649) 85. Dice este texto:

Hacia allí - quiero yo; y yo me confío
en adelante y a mi asidero.
Abierto está el mar, en el azul
impulsa mi barco genovés.

Todo me brilla nuevo y más nuevo,
al mediodía duerme en el espacio y tiempo -:
Únicamente tu ojo - enorme,
¡me mira, infinitud!

Semejante al discurso de Kant sobre el país de la verdad como una isla (KrV B 294s.) presenta Nietzsche aquí su interpretación de la situación del hombre en el mundo. Mira la infinitud en el rostro, pero no la cree Dios, como Padre amante, Juez, y Remunerador. Por qué no cree, se puede expresar negativa y positivamente. Es negativa tanto la circunstancia ya mencionada de que Dios no se muestra en el mundo directamente, como también el hecho de que este mundo no ha sido hecho de manera que pueda tomarse como el espectáculo perfectamente divino, en el que todos son felices. Así se entiende la elegía de Nietzsche en el canto de un pastor de cabras teocrítico: «yo espero como un perro, / no llega señal alguna» (FWP; KSA 3, 645). Nietzsche, claramente, no quiere dejarse consolar con una verdad que hay que esperar sólo una vez que el tiempo del mundo haya llegado a su fin.

Los sufrimientos de la criatura no llevan, con todo, a Nietzsche al pesimismo de los débiles como en Schopenhauer (vide HW 207), sino más bien al pesimismo de los fuertes, que reúnen todas sus fuerzas, yen la fidelidad a la tierra, procuran alcanzar lo máximo de lo que son capaces. Contra sus propósitos en un primer plano, se podría interpretar su pensamiento de tal manera que este pensamiento es movido positivamente hacia lo sumamente perfecto de manera que, en consonancia con la frase de Aristóteles, podria decirse que lo perfecto lo

85. Vide también NF3 [1]; KSA 10, 53. Este grupo de fragmentos termina con la poesíaAufhohem Meere (NF 3 [4]; KSA 10, 108): «Amiga —dijo Colón— ¡no confíes/ más en ningún Genovés!// ¡Siempre tiene la vista clavada en el azul,/ demasiado le tira lo lejano!// A quien él ama, a él atrae a gusto,/ lejos de espacio y tiempo—/por encima de nosotros brilla una estrella en las estrellas/en torno a nosotros ruge la eternidad». Vide EH; KSA 6, 287: «Todos tememos ante la verdad...»

mueve como lo amado (vide Mp L, 1072b 4s.). Pero como Nietzsche abandona toda esperanza en una consumación escatológica y elimina a este amado del mundo de la realización perfecta, se dirige su declaración de amor al hombre, quien se hace libre para lo sumo, de la manera que es posible: sólo bajo el presupuesto precisamente de la no existencia de Dios 86. Mientras que Nietzsche reconoció la fe en Dios como auténtica posibilidad, pero no la lleva, con todo, a término, interpreta la no fe como un acto realmente consciente y responsable del hombre, es decir, como el homicidio de Dios, como asesinato 87.

Esta particularidad de la doctrina de Nietzsche sobre la muerte de Dios aparece en el fragmento del loco. El hombre loco es, según sus primeras palabras, un buscador de Dios: «¡No habéis oído hablar de aquel hombre loco quien en el claro mediodía encendió una linterna, corrió al mercado y gritaba ininterrumpidamente: ¡ Yo busco a Dios! ¡Yo busco a Dios!?», de esta manera se separa de los corrientes sin-Dios que no tienen más que desprecio para la búsqueda de Dios. Los burladores, con su penetrante mirada, gritan: «¿En dónde está Dios? ... ¡Os lo quiero decir! ¡Nosotros le hemos muerto!, ¡ vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos!» La consecuencia de este crimen es un vacío infinito y la pérdida de orientación. El horizonte está borrado, falta el centro, no hay ni un arriba ni un abajo (FW 125; KSA 3, 480s.).

Este hombre que, después de su acto, vaga errante como por una nada infinita se ve forzado finalmente a preguntar si la enormidad de este acto no fue demasiado grande para él. El nuevo camino de Nietzsche, que a punta, después de la desvalorización de los antiguos valores, a la institución de nuevos valores, lucha con el antiguo pathos por nuevos contenidos, aunque busca ocultarlos ocasionalmente. Dice: « ¡Increyente y sin Dios, sí! –pero sin aquella amargura y pasión de desgarrados, que hacen de la no fe una fe, una meta, frecuentemente, con razón, un martirio: estamos estremecidos y nos hemos vuelto fríos ante la visión de que no sucede nada divino en el mundo, mejor todavía, no según una medida racional, misericordiosa, humana; sabemos que el mundo en que vivimos, es inmoral, adivino, inhumano– lo hemos interpretado demasiado tiempo según nuestra adoración» (NF 2 [197]; KSA 12, 163). De un modo deficiente se manifiesta aquí el deseo del mundo moral, divino, humano. Además, se manifiesta que la in-

  1. Vide FWP; KSA 3, 644: «Declaración de amor (pero en él, el poeta cayó en un foso—)// Oh milagro! ¿Todavía vuela él?/ ¿Él asciende y sus alas descansan?/ ¿Qué es lo que le eleva y le lleva, sin embargo? / ¿Qué es para él fin y atracción y freno ahora?// En seguida estrellas y eternidad / vive él ahora en la altura, que ahuyenta la vida, / compasivo él mismo a la envidia:/ y voló alto, quién también le ve solamente estar suspendido // ¡Oh pájaro albatros!/, a la altura me arrastras con eterno impulso!/ Pensé en ti: entonces me brotaron/ lágrimas y lágrimas, sí, ¡te amo!»

  2. Aquí se distingue Nietzsche claramente de los preludios al discurso de la muerte de Dios; vide p.ej. Jean Paul, Discurso del Cristo muerto desde la altura del edificio del mundo, de que no hay Dios (en: Siebenkäs, 270-275); Heinrich Heine, Zur Geschichte der Religion und Philosophie, Deutschland, 591: «Oíd, ¿suenan las campanitas? Arrodillaos. Se lleva el Sacramento a un Dios moribundo».

creencia no deja vacío el lugar de Dios, sino que permanece operando una resaca infinita, que pone continuamente algo nuevo en su lugar. Las propuestas de Nietzsche de llenar el vacío, son divergentes. Por una parte rechaza lo comúnmente válido, pero, propaga él mismo, por otra, valores como, por ejemplo, el disfrute de la vida, el agradecimiento por la vida, ennoblecimiento de la vida (NF 7 [6]; KSA 12, 276-281).

La cuestión sobre en qué puede consistir el verdadero y eternamente durable disfrute de la vida, en qué se manifiesta la verdadera gratitud para con la vida, por qué medio habría que ennoblecerla verdaderamente, sólo logra Nietzsche responder con la subjetiva voluntad de posición de valores, como expresión de la voluntad de poder y como síntoma del impulso dominador 88. El espíritu impaciente y sediento de libertad de Nietzsche no quisiera dejarse regalar nada, no hundirse en la cruz (vide la polémica An Richard Wagner, en: NF 28 [48] ; KSA 11, 319).

La inquietud y la sed de libertad, rompieron desde siempre claramente la guía. La inquietud del hombre abandonado a sí, es un viejo motivo que encontró su expresión gráfica en el pensamiento del corazón inquieto (C 1, 1: cor inquietum). El motivo de la sed de libertad, se entendió también, a lo largo de la Tradición filosófico-teológica, como un distintivo constitutivo del ser humano. Si la inquietud y la sed de libertad son llevados irreconciliablemente hasta lo sumo, el hombre, se empantana consigo sólo como posibilidad suprema de sentido. Entonces sigue pronto a la muerte de Dios la real y masiva muerte del hombre. Si no hay verdad y obligación, no hay crimen que desaprobar, nada hay que decir contra las dictaduras que desprecian al hombre. El no creer en Dios, parece que tiene también como consecuencia el que el hombre no crea en sí mismo. Cuando el hombre pierde su fe en la realidad de la verdad absoluta y en la validez incondicionada, se pierde claramente a la vez a sí mismo. Nada y nadie existe entonces ya más que pueda calificar algo según el conocimiento o la Moral 89.

Cierto que sigue siendo posible desesperar sobre la cuestión de Dios, y, al mismo tiempo, del hombre, porque el hombre que desespera de Dios comienza a desesperar de sí 90. Sin embargo, el ateísmo en pro del hombre, atrajo siempre hacia sí a otros círculos. Este ateísmo, no obstante, no ha fraccionado más el

  1. Vide NF 7 [3]; KSA 12 256: «Voluntad para la verdad / interpretación/ hasta dónde las interpretaciones del mundo son síntoma de un impulso dominador». Más adelante NF 14[186]; KSA 13, 373: sobre el necesario perspectivismo, «que permita todo su centro de fuerza —y no solamente el hombre— construir a partir de sí todo el resto del mundo». Sobre el fin de un disfrute eternamente duradero vide Das Nachtwandler-Lied 11 (Za IV; KSA 4, 403): «¡EI placer quiere de todas las cosas, eternidad, quiere profunda, profunda eternidad!»

  2. Vide MF 191: «Que hay detrás de las conocidas declaraciones: Dios está muerto, el hombre está muerto, el autor está muerto... es la negativa a todo lo central, ya sea uno de salida o de vuelta. Quien comprende la palabra, lo hace "más allá de todo comienzo posible"».

  3. Esta desesperación la expresa también Mtpas 297s, esp. 307. Allí, como lo cita Emile M. Cioran con la palabra de que el destino histórico del hombre es llevar la idea de Dios hasta su final: «La destin historique de 1'homme est de mener `1'idee de Dios jusqui'á sa fin».

inmoralismo de Nietzsche, sino que más bien, intenta encontrar una creación de sentido original mediante el hombre en un mundo en sí sin sentido y absurdo. Que el rebelarse moral del hombre sin Dios puede tener consistencia frente al nihilismo, habrá que mostrarlo. Schiller en su poesía Die Worte des Glaubens (Werke 1, 214s.) pronuncia tres palabras decisivas que definen el destino del hombre. El texto comienza:

Os digo tres palabras, de contenido difícil,
van de boca en boca con todo,
no proceden de fuera;
Sólo el corazón informa de ello.
Se le ha robado al hombre todo valor,
si no cree más en las tres palabras.

Las tres palabras que menciona Schiller son: que el hombre ha sido creado libremente, que, a pesar de los traspiés que se dan por todas partes, puede tender a la virtud divina y que finalmente hay un Dios, una voluntad santa, que permanece viva sobre todo cambio como espíritu sosegado. El texto termina: «Nunca más le es robado al hombre su valor, mientras crea en las tres palabras». La lucha en torno a las tesis de Nietzsche no está concluida y no puede, hablando un poco patéticamente, acabarse en manera alguna en el tiempo del mundo. Nietzsche se orienta a las posibilidades creadoras del hombre y lleva la confrontación en torno a la cuestión de Dios a una opción de la que hombre alguno que piense puede evadirse razonablemente. Sus impulsos han provocado e influido en la elaboración del contenido del así llamado ateísmo humanista que se va a considerar


d) Formaciones patrón del ateísmo humanista,
    serias y responsables

A pesar de toda la inseguridad de que el hombre pueda encontrar nunca la verdad absoluta buscada incluso en la desesperación, mientras viva conscientemente y busque entenderse y entender su vida, el hombre puede hacer que no enmudezca la pregunta por la verdad. Frente a este saber de la ignorancia existen, según la Filosofía de Platón, dos posibilidades: o convertirse en misólogo que desespera incluso de la posibilidad de toda búsqueda de la verdad, o aspirar como Filósofo a la verdad y a la sabiduría, aún cuando tenga que concluir en último término que el hombre no puede alcanzar su posesión absoluta (vide Phaidon 89s.). Desesperación y desconfianza frente a la posibilidad de encontrar la verdad absoluta, son expresión de la relación esencial con la verdad, pero de una manera deficiente. Todavía más inevitables son las decisiones moralmente relevantes por el hecho de que remiten implícitamente a opciones teóricas. En relación con la sacudida producida por el pensamiento de Nietzsche, se planteó en la Filosofía de nuevo la tarea de la búsqueda de la verdad y de la validez absoluta de la exigencia moral.

La situación del problema existencial del pensamiento filosófico así originado se expondrá aquí, en relación, ante todo, con Albert Camus. Aunque Camus se relaciona expresamente con la situación producida por el pensamiento de Nietzsche, se apoya, con todo, de otra manera, contra el pesimismo, ya que confiesa, más abiertamente, la permanente finitud del hombre. Una ulterior concreción del ateísmo llamado humanista es representada por Jean-Paul Sartre. Como un ensayo de reflexión sistemática de estos puntos de partida, firmes en la búsqueda de la verdad y en la obligación moral, sin querer alcanzar con todo la existencia de Dios, se expondrán, en último término, las correspondientes reflexiones de Nicolai Hartmann y se investigará en su relación con el pensamiento filosófico de Dios.

1) El espíritu absurdo en el «Mito de Sísifo» («Le Mythe de Sisyphe») de Albert Camus

Camus no convierte en insignificantes a Dios, los dioses y lo divino para su figura guía Sísifo, más bien entran en crisis, a causa del sin sentido y del antisentido del acontecer del mundo. A despecho de la carencia de un sentido absoluto, Sísifo persiste obstinadamente en la fuerza creadora de sentido de la acción humana, aunque la carencia de fuerza natural y la contradicción de la situación, aniquilan continuamente el éxito buscado. El retorno a lo que le es posible, hace que experimente en lo finito un fragmento de la autarquía superior, que le hace feliz. Aunque en relación con Sísifo se pudiese también preguntar, cuánto tiempo es capaz de aguantar tales torturas, no es lícito querer esperar hasta que los dioses triunfen. Habría que mantenerse en que el sufrimiento –en el caso que se pueda pensar a Dios en su divinidad– no ha de tomarse como arma de Dios para la humillación y el sometimiento del hombre.

Camus introduce a Sísifo como imagen modelo del hombre que se esfuerza honradamente en un mundo que le exige y exprime todas sus fuerzas pero que le niega el definitivo éxito de su acción. Declara Camus punto de partida de su pensamiento (point de départ) la situación fáctica de la ignorancia y de la impotencia humanas. Esta situación, se ha desplegado después de Nietzsche en una pregunta a vida y muerte; según esto, desafía a un acto definitivo (gest définitif). Concibe el acto así exigido como la solución del único problema serio filosófico, es decir, la cuestión del suicidio, que pide de cada individuo una decisión sobre si la vida vale la pena o no: «Juger que la vie vaut ou ne vaut pas la peine d'étre vécue» (MS 99/397). La fe en un sentido de la vida, está en relación, según Camus, con la confianza en el mundo. Donde esta confianza no exista, el sentido se convierte en cuestionable. El hombre privado de una patria perdida o de la esperanza en una tierra prometida (privé des souvenirs d'une patrie perdue ou de l'espoir d'une terre promise) se siente extraño y expulsado; la división entre el hombre y su vida (divorce entre l'homme et sa vie) provoca el sentimiento de la absurdidad, que suscita el deseo de la nada (l'aspiration vers le néant) (vide MS 101/399s.) 91. Como espectador de este juego inhumano del teatro del mundo metafísico, en el que lo absurdo, la esperanza y la muerte intercambian discurso y contra discurso, busca Camus su respuesta a la pregunta precisamente sobre si existe un lógica hasta la muerte (vide MS 103s./402s.). En la situación de partida de este diálogo es patente que Camus lucha en torno a su respuesta a las preguntas que han sido respondidas anteriormente precisamente, por una parte, en los ensayos del pensamiento filosófico sobre Dios y, por otra, por la Teología, fundamentada en la fe en la revelación divina. Según esto, es de antemano patente que Camus tiene presente este pensamiento y tal fe como posibilidad seria del hombre. Pero hay que responder a la pregunta sobre si el hombre que se percibe en la situación de la absurdidad puede entender todavía el curso de su pensamiento como búsqueda de Dios sin falsa consolación. Sólo puede alcanzarse esto si durante el discurrir filosófico sobre Dios se incluye simultáneamente una apertura a la fe en la realidad de Dios que se revela desde sí misma.

El intercambio de discurso entre lo absurdo, la esperanza y la muerte subraya la absurdidad como situación fundamental del hombre en el mundo. Esta situación es, en primer término, sólo el punto de partida para Camus; ella aparece al espíritu absurdo, con todo, como situación inevitable del hombre, huir de la cual es considerada por Camus un suicidio filosófico (MS 135/442). La absurdidad aparece ya en él cuando comienza a pensar: «Commencer á pensar, c'est commencer d'étre miné» (MS 100/398). La negatividad de lo absurdo no cuenta, sin embargo, como motivo para rechazar la vida ni como pretexto para buscar consuelo en el más allá. En contra, pone Camus el principio (principe) de que un hombre que es capaz de arreglárselas consigo mismo, hace que su acción esté regulada por lo que cree verdadero: «ce qu'il croit vrai doit régler son action». Camus se mueve por un camino por el que subordina a la verdad, como a su dueña, la razón que busca la verdad. Así comienza su camino con propósitos que se parecen a los que en el argumento noológico han conducido a Agustín al camino de Dios (vide & 8b). En su examen del contenido de la verdad, sigue, mientras, el imperativo que parece opuesto a la fe en Dios, de convertir en pauta de su acción

91. Para enjuiciar el problema del suicidio vide también DLA 3, 22s.; EE 300-314.

la fe en la absurdidad de la existencia: «La croyance dans l'absurdité de l'existence doit donc commander sa conduite» (MS 101/400).

La realidad de lo absurdo se manifiesta, en primer lugar, como un sentimiento de absurdidad (sentiment del'absurdité) que es capaz de arrastrar a un rincón arbitrario de la carretera a todo hombre arbitrario (MS 105/404). Camus persigue el fin de ensanchar este clima sentimentalmente recibido de la absurdidad de un universo absurdo y, de esta manera, percibir la actitud del espíritu que corresponde a esta absurdidad (vide MS 106/405). Como primer signo de la absurdidad, menciona el estado singular de las almas, en las que el vacío se convierte en elocuente: «ce sengulier état d' áme oú le vide devient éloquent» (MS 106/406; como contraste KrV B 650). Contenidos en los que aparece esta absurdidad ponen de manifiesto el horror que asalta al hombre ya en la percepción de la temporalidad, luego la densidad y extrañeza del mundo, además el malestar ante la inhumanidad del hombre y finalmente la aventura de todo hombre ante la muerte inminente (vide MS 107-109/407-409). En la veracidad se hace patente que la vida humana, en todo caso, plantea preguntas a las que el hombre en el tiempo no sabe dar repuestas satisfactorias y que desembocan, en último término, en la radical inseguridad de la muerte.

Como consecuencia del espíritu en relación con estas experiencias, reconoce Camus en el primer paso la tarea de distinguir lo verdadero de lo falso: «La premiére démarche de l'esprit est de distinguer ce qui est vrai de ce qui est faux» (MS 109-409). La planteada tarea de diferenciar pide, en primer lugar, el total autoconocimiento como pregunta socrática, es decir, la pregunta sobre qué es en general conocer y qué o quien el sujeto que conoce. Como fundamento de la tendencia al conocimiento, reconoce Camus la exigencia de familiaridad y el deseo de claridad (exigence de familiarité, appétit de ciarte'); el conocimiento humano habría alcanzado ya su verdadera meta, si el hombre conociese que incluso el universo puede amar y sufrir: «Si 1'homme reconnaissait que 1' univers lui aussi peut aimer et suffiir, il serait reconcilié». Tal conocimiento sería, según Camus, la reconciliación con la absurdidad y, a la vez, la felicidad suma del espíritu (un bonheur de 1'esprit; MS 110/410) 92. Está claro que tal conocimiento hay que entenderlo como conocimiento de Dios. Este conocimiento puede estar presente durante la vida del hombre en el mundo sólo como esperanza, según la tradición filosófico-teológica.

Si conocer implica una conciencia de suma satisfacción, que permanece esencialmente en la vida, surge, por tanto, con toda su gravedad, la pregunta sobre la posibilidad de la esperanza, segunda palabra que tendría que salir en el diá-

92. La explicación desfavorable de la máxima socrática (MS 111/412) es inexacta; puede ignorarse que Camus está más cerca de su verdadero sentido de lo que él piensa.

logo. Camus concibe la nostalgia de unidad (nostalgia d'unité) y el deseo de lo absoluto (appétit d'absolu) como la fuerza esencial del movimiento del drama humano (le mouvement essentiel du drame humain); pero su existencia no implica en manera alguna que también debiera ser satisfecho inmediatamente el apetito: «n'implique pas qu'elle doive &re immédiatement apaisée» (MS 110/411). El que Camus se oponga a la esperanza de una inmediata satisfacción, significa primero que lo absurdo, que para él es el estado metafísico del hombre consciente, no lleva a Dios: «L' absurde, qui est l'etat métaphysique del'homme conscient, ne mine pas Dieu» (MS 128/433). Camus añade a esto en la nota que él no había dicho «excluye a Dios», lo que sería todavía afirmar: «Je n' al pas dit "exclut Dieu", ce qui serait encore afirmen> (MS 128/433 y 537). Camus evita un ateísmo dogmático y afirma su misma interpretación como algo provisional. Por tanto, no habría que juzgar apresuradamente el punto de vista que esta interpretación expresa; no hay que relacionar con ella ninguna metafísica y ninguna fe: «on ne saurait préjuger la postion qu'il engage. On trouvera seulement ici la description, l'état pur, d'un mal de l'esprit. Aucune métaphysique, aucune croyance n'y sont mélées pour le moment» (MS 97-394).

El mundo sería algo frágil y se derrumbaría, apenas se agitase el espíritu humano; entonces deberíamos abandonar los fragmentos de nuestra esperanza hecha trizas desesperados de jamás reparar la superficie familiar y tranquila que nos dé la paz del corazón: «11 faut désespérer d'en reconstruir jamais la surface familiére et tranquille que nous donnerait la paix du coeun> (MS 111/411s.). Camus persiste imperturbable en la absurdidad del pensamiento y del mundo. La esperanza se ha de mantener en los fenómenos en los que se puede buscar una realización finita de sentido. Camus se niega a la total destrucción del sentido finito, como también a trasladar la búsqueda humana del sentido al mundo del más allá. El amor al ser (ontophilie) que le empuja a la divinización del mundo, hace que luche contra la desvalorización de la realidad93. Pregunta cómo se puede vivir en él con pleno sentido por amor al mundo finito. Como el mundo y la vida humana en él los concibe como absurdos, no se ha de fingir una reconciliación en que todos los sin sentidos pasan sino que hay que buscar sentido a pesar de la carencia de sentido. Esta búsqueda del sentido del hombre absurdo es posible solamente en el mundo en sí sin sentido. Lo absurdo puede tener un sentido, de un modo paradójico, auque sólo mientras se protesta y se sabe que no se está de acuerdo con él: «L'absurde n'a de sens que dans la mesure oú 1'on n'y consent pas» (MS 121/425). En este sentido Camus asiente a una máxima de l'Abbé Ga-

93. Vide Essais 2, Préface, 6: Camus acepta la necesidad de cambiar la vida; pero se niega a cambiar el mundo del que dice que él lo ha convertido en su divinidad: «Changer la vie, oui, mais non le monde dont je faisais ma divinité». VideACPL 13.

liani, quien sostiene como más importante vivir con su enfermedad que curarse: «L'important-n'est pas de guérir, más de vivre avec ses maux» (MS 126/431s.).

Persistiendo en lo absurdo, aparece como tercer interlocutor la muerte. La muerte la explica Camus, por una parte, como la última aventura (mon aventure), de la que no se sabe realmente nada (MS 112s./414s.), por otra, como fin del absurdo: «Ainsi l'absurde finit comme toutes choses avec la morí» (MS 121/424). Como la muerte es lo opuesto a la esperanza, no se puede sacar de ella esperanza alguna (MS 127/432). Camus quiere vivir en el absurdo y piensa decididamente y sin vacilación poder dominar su desesperación: «Tout bien consideré, une áme déterminée s'en arrangera troujours» (MS 128/434).

La tesis de la absurdidad, vista de un modo absoluto, no es un juicio final sobre el sentido y el sin sentido del todo. Camus explica lo absurdo como razón limitada que constata sus límites: «L'absurde, s'est la raison lucide qui constate ses limites» (MS 134/441). Quiere mantenerse en la verdad dada y permanecer fiel a la incontestable absurdidad del mundo. Se trata de vivir y pensar con el desgarro de saber si se ha de aceptar o rechazar: «I1 s'agissait de vivre et de penser avec ces déchirements, de savoir s'il fallait accepter ou refuser» (MS 135/442). Camus evita manifestarse sobre la pregunta de si el mundo tiene un sentido trascendente: «Je ne sais pas si ce monde a un sens qui le dépasse»; se queda en certezas divergentes, tomando siempre a cada una por separado, pero que no puede unir su deseo de absoluto y de unidad (appétit d'absolu et d'unité) y la incapacidad de reducir el mundo a un principio racional (l'irreductibilité de ce monde á un principe rationnel et raisonnable; MS 136/444/). Lo absurdo hace posible la libertad que puede llevar a la desesperación y negación de la vida, pero también llegar a la decisión de la apuesta desgarradora y maravillosa del absurdo (le pari déchirant et merveilleux de l'absurde) para crear espacio, en el mundo sin sentido, al cuerpo, a la ternura, a la creación, a la actividad, a la nobleza humana (MS 137- 445s.). La libertad crea sentido por su destino limitado (destin limité; MS 143-453). Realización del sentido en el mundo, en sí sin sentido, es la meta de la absurda libertad que fracasa en la muerte. Ella se niega al suicidio, que sería un reconocimiento de los límites de lo finito que lo arrastra todo a la muerte. Quien logra sentido, intenta vivir su vida obstinada y apasionadamente rechazando la muerte e irreconciliado por no morir por voluntad propia: «I1 s'agit de mourir irréconcilié et non pas de plein gré» (MS 139/448) 94.

Abrazar la vida absurda presupone fe en la libertad, que es desmentida con todo, por la absurdidad que produce el vértigo de la muerte posible y mucho más todavía por la muerte real que, cuando está presente, se instala como la única

94. Camus compensa su desdén por la cuestión de la libertad por la propia posición del problema (MS 139s. /448s.); de poco aliento son también sus tesis sobre la relación de la libertad divina y de la humana, que es antinómica, no alternativa.

realidad. Así la fe absurda en la libertad va a parar a la pregunta sobre qué libertad puede haber en la crisis más aguda sin la garantía de la eternidad. Camus se limita a la pregunta de si él puede vivir inapelablemente sabiendo que la libertad sólo tiene sentido en relación con su limitación fatal (MS 143/453). Busca en una vida lo más larga posible, interpretada como cuestión de suerte, de la misma manera que en el ideal de lo presente y en el desfile de todas las presencias ante el alma incesantemente consciente, la realidad inconcebible, que es creída en la esperanza de una consumación eterna del hombre en Dios. Persevera en la noche de la desesperación, en una vigilia del espíritu (MS 143-146/454-457). Camus se subleva contra un Dios que, con predilección por los dolores inútiles, (gout des douleurs mutiles) haya penetrado en el mundo y representado al hombre irredento, que –persistiendo en la noche clara–, grita mudo después de la plena luz del día (MS 197/518). En la confesada impotencia, se comprueba, aún cuando sólo en forma de negación y de desprecio, la presencia de lo divino como pregunta. Si a nuestras noches de Getsemaní sigue todavía algo diferente, tiene que dejarlo abierto (MS 197/517). Su camino no conduce a un ateísmo dogmático, sino a una situación en la que hay que optar. Este camino permite esperanza y confianza, precisamente porque sus etapas en la realidad no son eliminadas carentes de significación.

2) El humanismo ateo en el «El diablo y el buen Dios»
    («Le diable et le bon Dieu»)
de Jean-Paul Sartre

Ante un fondo de problemas parecidos, sostiene Jean-Paul Sartre un humanismo ateo, al que representa como decisión del individuo. Lo que intenta Camus en el Mito de Sísifo, lo aborda Sartre de otro modo en, por ejemplo, El Diablo y el buen Dios (Le diable et le bon Dieu). Esta pieza se basa en la siguiente consideración. La pregunta sobre qué relación existe entre la fe en Dios y la libertad humana, se puede considerar que se concreta en la obra capital sistemática de Sartre El ser y la nada (L'Étre et le Néant). Los protagonistas del existencialismo no seguían moda alguna cuando representaban en obras dramáticas y épicas una parte de sus más atinados pareceres. El sentido del filosofar está, desde su punto de partida, no ante todo, en la verdad general de las tesis sistemáticas, sino en las concreciones individuales 95. Sartre persigue la situación existencial del héroe en este drama, no en un mito, y presenta su pathos partiendo de la seriedad sangrienta de una historia no demasiado lejana, cuyo sentido puede fácilmente transferirse al presente.

95. Camus afama la preferencia de la vida sobre el pensamiento (MS 146/457): «Ce qui précéde définit seulement une faéon de penser. Maintenant, il s' agit de vivre». Para el paso del pensar a la acción vide también A 492.

El drama de Sartre El diablo y el buen Dios se desarrolla a comienzos del siglo XVI en la región de Worms, un punto culminante de las crisis sociales y religiosas de entonces, que se libraron, ante todo, en las guerra de los campesinos y en la Reforma. El personaje principal del drama se llama Götz. Un bastardo, hijo ilegítimo de un padre noble. Así Götz no pertenece a grupo alguno, es un individuo sin protección, que en su vida está radicalmente ante sí mismo. En el primer paso de su evolución, intenta Götz sortear su marginación, la falta de suelo de su existencia, convirtiéndose en diablo, que hace el mal por el mal. Por encargo del obispo, Götz, general en jefe del ejército, pone sitio a Worms, porque los pobres se han alzado contra la Iglesia. Para salvar a sus hermanos espirituales, el sacerdote Heinrich traiciona a la ciudad y entrega a Götz las llaves de la misma, que logra así entrar sin lucha. El sacerdote comete esta traición sabiendo que Götz va a producir en la población un baño de sangre.

Götz declara a Heinrich: «Nosotros dos nada somos y nada tenemos. Todos los hijos nacidos de matrimonio legítimo pueden disfrutar la tierra sin pagar por ello. Pero no tú, ni yo. Desde mi infancia miro al mundo a través del ojo de una cerradura: un huevo hermoso, redondo, pleno, en el que cada uno ocupa su lugar asignado, pero, puedes creerme, nosotros dos no participamos de ello. ¡Nosotros estamos fuera! ¡Desprecia más bien a este mundo que nada quiere saber de ti! Haz el mal, y verás de golpe cuán ligero se te hace todo» (TIG 284) 96. Con el sentimiento del paria, Götz traiciona a su hermano Konrad, que muere de una terrible muerte. Es decisivo el motivo de esta traición: «Porque tengo una preferencia por lo definitivo. Cura, yo he hecho algo de mí. Yo ya era bastardo por nacimiento, pero me debo a mí mismo el orgulloso nombre de fratricida» (TIG 284s.) 97.

Götz da a entender, ante los reproches de Heinrich, que el mal es la meta de su vida. En este estadio se ve Götz totalmente compañero de juego de Dios. Partiendo de esta posición, se produce el primer cambio de su actitud. Heinrich le manifiesta que los hombre no pueden, en manera alguna, evitar hacer el mal; él le llama un fanfarrón, porque al hacer el mal sólo hace lo que hacen todos los hombres. El desenmascaramiento de su actitud como común e infame afecta en lo más íntimo a Götz. En el caso de que quiera perseguir su fin de realizarse así mismo por las propias fuerzas, ha de tomar una decisión completamente nueva. Esta nueva decisión consiste en que se atreva a intentar, desde ahora, a hacer solamente lo bueno. Con Heinrich, que había afirmado que era imposible hacer el

  1. Diable 55: «Nosotros no somos y nada tenemos. Todos los hijos legítimos pueden disfrutar de la tierra sin pagar. No tú, no yo. Desde mi infancia, yo miro el mundo a través del agujero de una cerradura: es un hermoso pequeño huevo bien lleno en el que cada uno ocupa el lugar que se le ha asignado, pero te puedo asegurar que nosotros no estamos dentro. ¡Fuera!, ¡rechaza este mundo que nada quiere de ti! Haz el mal; tú verás cómo se siente ligero».

  2. Diable 56: «Porque yo tengo el gusto de lo definitivo. Cura, yo me he hecho a mí mismo, yo era bastardo desde el nacimiento pero el hermoso título de fratricida, lo debo sólo a mis méritos».

bien, apuesta, por consiguiente, que hará ahora el bien y que saldrá todavía de él un santo (TIG 305s./Diable 98s.).

Con esto comienza el segundo estadio en forma de apuesta, cuya decisión se tomará, un año más tarde, en un proceso formal. Dentro de este año intenta Götz ponerse a prueba primero como bienhechor repartiendo sus bienes. Funda una colonia cristiana, su ciudad del sol, y da su tierra a los campesinos de allí. La ciudad del sol suscita, por una parte, el temor y la ira de los nobles, por otra, la envidia y rivalidad de los campesinos sin tierra. De esta manera pronto queda sellado el destino de la ciudad del sol y sus campesinos serán acuchillados (TIG 343s./Diable 184s.). Götz no abandona hacer el bien después del fracaso de su intento. Vive miserablemente en el yermo y se tortura con mortificaciones. Su compañera Hilda se esfuerza inútilmente en explicarle que se engaña a sí mismo con este tipo de vida y que en realidad se trata únicamente de desesperación. Pasado un ano, se presenta Heinrich a Götz, como se había acordado en la apuesta, y comienza el proceso que termina con el segundo y tercer cambio de Götz, es decir con su alejamiento de Dios (TIG 357s./Diable 214s.).

Götz quiere poner a prueba sinceramente en este proceso si ha logrado hacer el bien. La prueba arroja que en su ensayo de hacer el bien, había hecho el mal, de la misma manera que cuando anteriormente había querido hacer el mal. Esta visión le lleva a derrumbarse acusando a Dios. Aparece aquí también como buscador de Dios, y describe la consecuencia de la carencia de Dios de un modo parecido a Nietzsche en la pieza del hombre loco (FW 125; KSA 3, 480s.). La vivida no existencia de Dios es vivida primero como suceso fulminante. Dice Götz: «Yo suplicaba, yo luchaba por un signo, yo enviaba mensajeros al cielo, sin embargo, no vino respuesta alguna. El cielo no sabe en manera alguna quién soy yo. En todo momento, me preguntaba qué era yo a los ojos de Dios. Ahora conozco la respuesta: nada, Dios no me ve, Dios no me oye, y Dios tampoco me conoce. ¿Ves tú este vacío sobre nuestras cabezas? Este vacío es Dios... El silencio es Dios. La ausencia de Dios, el desamparo del hombre es Dios. Lo único que había allí era yo: yo sólo me he decidido por el mal, he inventado el bien. Yo he engañado y he hecho milagros, yo mismo me acuso a mí mismo hoy, y también solo, yo me puedo absolver, al hombre. Si Dios existe, el hombre es una nada; si el hombre existe...» (TIG 360) 98.

98. Diable 220s.: «Yo suplicaba, mendigué un signo, envié mensajes al cielo, ninguna respuesta. El cielo ignora incluso mi nombre. Yo me preguntaba cada minuto qué podía ser a los ojos de Dios. Ahora conozco la respuesta: nada. Dios no me ve, no me oye, Dios no me conoce. ¿Ves ese vacío por encima de nuestras cabezas? Es Dios. ¿Tú ves esa brecha en la puerta? Es Dios. ¿Tú ves ese agujero en la tierra? Es todavía Dios. El silencio, es Dios. La ausencia, es Dios. Dios es la soledad de los hombres. No estaba más que yo: yo decidí sólo el Mal; sólo yo inventé el Bien. Soy yo quien ha hecho trampas, yo quien ha hecho milagros, soy yo quien me acusa hoy, yo sólo quien se puede absolver, yo, el hombre. Si Dios existe, el hombre es nada; si el hombre existe...»

En este pasaje se detiene Götz y opera un cambio hacia una actitud que podría llamarse ateísmo humanista. La negación de Dios la interpreta Götz como su liberación. Con palabras semejantes a la alegría con las que Pascal en el Memorial celebra la experiencia de la cercanía de Dios (vide & 12c), proclama Götz la lejanía de Dios como su vuelta a lo que se puede decir con Nietzsche la fidelidad a la tierra: «Heinrich yo quisiera contarte una gran bufonada: Dios no existe. Heinrich se echa encima de él y le golpea. Entre sus golpes Götz ríe y grita: El no existe. ¡Aleluya! ¡Alegría fatua y lágrimas de alegría! ¡Tú loco!» No me pegues. Yo nos liberaré ciertamente. Si no hay cielo alguno, tampoco hay más infierno: nada, fuera de la tierra, permanece ahí» (TIG 360s.) 99. Aunque Heinrich sabe que él es malo, está tan adherido al pensamiento de la justicia divina que quiere matar a Götz. Pero entonces es apuñalado por Götz. Götz constata impasiblemente que la comedia del bien, como él llama ahora su segunda fase, ha terminado con un asesinato.

Götz quiere comenzar modestamente como hombre entre los hombres. Quiere combatir y sufrir con los hombres y se pone a su disposición como general del ejército. Dice que incluso esta vida comienza con crímenes: «Los hombres de hoy vienen al mundo como criminales, luego yo he de participar en sus crímenes, si quiero participar en su amor y sus virtudes. Yo quería amor puro: ¡absurdo! Amarse significa: se odia al mismo enemigo; yo quiero apropiarme hasta lo más profundo vuestro odio. Yo quena el bien: ¡locura! En este mundo y en este tiempo bien y mal están entremezclados; yo me las he de arreglar para ser malo para poder llegar a ser bueno» (TIG 363)100. Götz cierra el drama con las siguientes palabras: «El reino del hombre ha despuntado. Un hermoso comienzo. Bueno..., yo seré verdugo y carnicero... Yo les haré temblar de paroxismo, porque yo no puedo amarles de otra forma; les impartiré mandatos, porque para mí no existe otra forma de obediencia. Yo estaré sólo con el cielo vacío sobre mí, porque yo solamente así puedo estar con todos. Hay que hacer esta guerra y la hago» (TIG 366)101.

Götz es al comienzo un solitario radical, para quien no existen los otros como otra libertad. A él le parecen los otros puro ser-en-sí (en soi), puro objeto, él quisiera utilizarles como medio de su autoproyecto (vide SuN 35/EN 34). Explica el

  1. Diable 221: «Heinrich, quiero darte a conocer una travesura considerable: Dios no existe. (Heinrich se echa encima de él y le golpea. Götz bajo los gritos, ríe y grita). ÉI no existe. ¡Gozo, lágrimas de gozo! Aleluya. Loco no pegues: yo nos libero. No hay cielo, no hay infierno: nada más que la tierra».

  2. Diable 228: «Los hombres de hoy nacen criminales, conviene que yo reivindique mi parte de sus crimenes si quiero mi parte en su amor y virtudes. Quise el amor puro: bobería; amarse, es odiar al mismo enemigo: yo desposaré pues vuestro odio. Quise el Bien: estupidez, en esta tierra y en este tiempo, el Bien y el Mal son inseparables: acepto ser malo para convertirme en bueno».

  3. Diable 233: «He aquí el reino del hombre que comienza. Bello comienzo... yo seré verdugo y carnicero... Les produciré horror ya que no tengo otra manera de amarles, les daré órdenes, ya que no tengo otra manera de obedecer, yo permaneceré solo con este cielo vacío encima de mi cabeza; ya que yo no tengo otra manera de estar con vosotros. Hay que hacer esta guerra y la haré».

mundo como un hermoso huevo redondo lleno que está en una perfecta no relación consigo mismo y con él. Nada tiene en común con este mundo, no posee el modo de ser del mundo, sino que necesita ante todo hacerse algo a sí mismo. Hacerse a sí mismo, lo intenta Götz primero porque quiere hacerse a sí mismo malo, como contraprincipio respecto al ser. Su respuesta a la pregunta qué hace cuando se quiere hacer malo, aparece en el momento en que su voluntad se derrumba. Su voluntad se derrumba cuando aparece claro que cuando se hizo malo, en verdad nada hizo él, que su actividad fue nula. La nulidad de la propia actividad, es iluminada por la palabra de Heinrich, que bastaría permanecer echado en la cama tranquilamente si se quiere hacer el mal. En el caso en que todos hicieran el mal, uno no puede hacerse a sí mismo malo, porque ya lo es siempre. Apenas ve que su actividad fue nula, se aparta de este fin. Ya que quisiera ser existente, quisiera hacerse existente sólo a partir de sí, lo que, al menos, ha fracasado.

De este modo se experimenta el hombre como una realidad que se distingue esencialmente del ser-en-sí del mundo. El se experimenta como un ser-para-si (pour soi) expuesto a la vez a la nulidad. A diferencia con el ser-en-sí en el que no hay un fragmento de ser, «que no estuviese sin distancia consigo», ha de decirse de la conciencia que «no coincide consigo mismo en una perfecta ecuación» (SuN 126/EN 112). Mientras este «a sí» contiene una función de relación, puede no ser simplemente idéntico consigo el sujeto que tiene una conciencia de sí, sin que, por otra parte, tampoco pierda plenamente la identidad en la autorelación, porque la conciencia se relaciona consigo misma. La conciencia se encuentra «en un lábil equilibro permanente». Se relaciona consigo, sin estar simplemente sólo en sí misma: «esto significa para nosotros la presencia cabe sí. La ley del ser del para-sí como fundamento ontológico de la conciencia, está para ser él mismo en la forma de la presencia cabe sí» (SuN 129) 102.

La presencia cabe sí, se realiza a sí misma porque la conciencia está, a la vez, distante de sí. Así introduce «el ser en su ser... la nada». Sartre dice: «La nada es siempre un en otro lugar. Es la necesidad del para-sí, sólo que en la forma de existir en otra parte en relación consigo misma, sólo existir como un ser que perpetuamente está preocupado por la inconsistencia de su ser. Esta inconsistencia, con todo, no remite a otro ser, es solamente permanente referencia del a sí consigo, de lo reflexionado con el que reflexiona, del que reflexiona con lo reflejo» (SuN 131) 103. Esta reflexión se concibe como raíz propia del devenir hom-

  1. EN 115: «Esto es lo que llamaremos la présence á soi». La ley de ser del pour-soi, como fundamento ontológico de la conciencia, es ser uno mismo bajo la forma de présence á soi.

  2. EN 116s.: «La nada es siempre un en otra parte. Es obligación del pour-soi el no existir jamás, más que bajo la forma de un en otra parte en relación consigo mismo, existir como un ser, aparentar perpetuamente inconsistencia en el ser. Esta inconsistencia no remite, por otra parte, a otro ser, ella no es más que envío perpetuo de sí a sí, del reflejado al reflejante, del reflejante al reflejado».

bre: «La nada es el cuestionar el ser por el ser, es decir, precisamente la conciencia o para-sí. Es un acontecimiento absoluto que por medio del ser llega al ser y el cual, sin tener ser, perpetuamente es sostenido por el ser. Ya que el ser en sí está aislado en su propio ser por su positividad perfecta, no puede el ser producir ser, y nada puede sobrevenir al ser del ser, ni siquiera la nada. La nada es lo propio del ser y su única posibilidad. Sin embargo, esta posibilidad original aparece sólo en el acto absoluto que la realiza. En cuanto que la nada es nada del ser, sólo puede llegar al ser por el ser mismo. Y ciertamente, llega al ser por un ser especial, es decir, por la realidad humana. Este ser especial se produce con todo, como realidad humana, en tanto en cuanto no es nada más que proyecto original de su propia nada. La realidad humana es el ser, en cuanto que es en su ser y para él es el fundamento único de la nada en el seno del ser» (SuN 131s.) 104.

Götz permanece fiel a su voluntad de hacerse un existente a partir de sí mismo, e intenta hacerse un existente bueno, porque él no podía hacerse autoexistente en cuanto malo. En ambas acometidas quiere lograr el ser-para-si ganar el ser-en-sí. La meta de toda aspiración es, por tanto, el en-si-para sí (l'en-soi pour soi) la conciencia convertida en substancia (la consciencie devenue substance). Este ideal, lo explica Sartre como el Hombre-Dios, como l'Homme-Dieu (SuN 724/EN 636).

Götz se dirige, con la primera tendencia de su acción, al querer-hacer-se a-símismo y querer-convirtirse a sí mismo en algo consistente. Esta intención está, con todo, condenada a fracasar tanto cuando hace el mal como el bien.

En consecuencia, para Sartre son decisivas las preguntas que se encuentran en el fondo de un pensamiento filosófico y una fe orientados a Dios. La plenitud del hombre inalcanzable por la acción humana en Dios, sería en Dios su ideal. Sartre no cree en este ideal, porque no es realizable en el mundo. Parte él del punto en el que Kant basaba el postulado de la existencia de Dios, por tanto, de la imposibilidad de realizar el sumo bien posible en el mundo (KpV A 223-229). Esta imposibilidad no la entiende, con todo, como una referencia a la definición del hombre que trasciende su existencia en el mundo. Más bien abandona su esperanza y prefiere aceptar el mundo del hombre en su absurdidad. A pesar de la absurdidad se dirige, por la acción, al fin ideal.

104. EN 117: «La nada es cuestionar el ser por el ser, es decir, precisamente la conciencia o para sí. Es un acontecimiento absoluto que viene al ser por el ser y que, sin tener el ser, está permanentemente sostenido por el ser. El ser en sí estando aislado en su ser por la total positividad, ningún ser no puede producir el ser y nada puede llegar al ser por el ser, si no es la nada. La nada es la posibilidad propia del ser y su única posibilidad. Mas, esta posibilidad original no aparece más que en el acto absoluto que la realiza. La nada siendo nada de ser no puede venir al ser más que por el ser mismo. Y sin duda viene él al ser más que por un ser singular, la realidad humana. Pero este ser se constituye como realidad humana en cuanto que él no es más que el proyecto original de su propia nada. La realidad humana es el ser en tanto que él es en su ser y para su ser fundamento único de la nada en el seno del ser».

El nuevo camino, con él que Götz pretende componérselas con el fracaso, se manifiesta en el dirigirse comprometido fraternalmente a los otros. En el comienzo del drama aparece el otro sólo como objeto de la propia libertad. Mientras Götz se proyecta ahora como alguien bueno, proyecta su ser-para-sí como un ser para los otros. El se proyecta en un ser en la comunidad de personas libres, que se reconocen recíprocamente como objeto y como libertad. Con todo, este intento fracasa también en el mundo como es fácticamente, independientemente de que se acepte o discuta la existencia de Dios. Nuestro mundo aparece, en este sentido, también en la visión de Sartre, como valle de lágrimas contra el que puede oponerse el hombre actuando con absoluta libertad. Sólo si el mundo es medido por un ideal, aparecen los fenómenos de la duda y de la desesperación. A su manera busca Götz ser y comunidad con el otro en libertad. Busca realizar esta meta y ha de confesarse al final, sin embargo, que la realidad ideal buscada sería alcanzable, a lo sumo, por Dios. Porque ve que la realización del ideal en el mundo está condenado al fracaso, rechaza a Dios por increíble. El no se ve en la situación de creer en su deseo ni en sus realizaciones parciales como signos de esperanza en un futuro del más allá. El modo como Sartre hace vacilar aquí a sus protagonistas, explica lo que le ha llevado a la increencia como también a una confianza en Dios, más allá del mundo, que es, fundamentalmente, una auténtica posibilidad del hombre.

Aunque ha fracasado la realización ideal de Ios fines, Götz no abandona el objetivo. Él se dispone a vivirla vida en la esperanza, pero en una esperanza sin esperanza de un verdadero cumplimiento. Götz concibe que lo bueno es lo que tiene que hacer y qué estado del mundo espera. Como la esperanza no tiene posibilidad alguna de realización en el mundo y toda esperanza más allá del mundo falla, se consagra Götz, como él mismo admite, a la única posibilidad del bien que se le ofrece, la aspiración a la realización del sentido en el sin sentido. Así el camino de Sartre le aproxima al marxismo. Relación que ha permanecido mientras ambivalente, ya que Sartre no participa de su optimismo. Según Sartre, el hombre debería convertirse en Dios, si es que ha de alcanzar verdaderamente su fin. Sartre no oculta la imperfección insuperable de lo finito, de manera que, según el análisis de Marx, continuaría necesaria. Existen, por tanto, buenos motivos de por qué el marxismo entró fríamente en contacto con Sartre 105. Los contenidos de los que se trata en esta discusión, la carencia de orientación del hombre, el estar abandonado el individuo a sí mismo y a su libertad y el tomar en serio ilreconciliadamente el sufrimiento, manifiestan al hombre como ser libre finito, expuesto al sin sentido. Mientras la libertad humana tiende a la realización

105. Vide MoS 48; Schaff no quiere aceptar el existencialismo sino vencerlo mientras integra, por cierto, sus motivos auténticos.

del en-si-para-si, se percibe a sí misma como libertad fracasada y se convierte para sí misma en pregunta.

El ser abandonado del hombre, se orienta a una figura que ha de realizar él mismo, la cual está orientada a lo divino y que fue designada como naturaleza moral o Reino de Dios. En la negación de Sartre de Dios brilla todavía el último deseo de El. Aunque no presente un sistema cerrado, no se puede pasar por alto la exigencia de su pensamiento si se quiere comprender imparcialmente la realidad. Si relacionase el fracaso también con la belleza regalada y gratificante de la existencia del mundo, podría brotar de la doble experiencia un maravillarse, que abre a lo infinito.

3) «Sentido del sinsentido y la epigénesis
    del sentido»
en Nicolai Hartmann

En la experiencia de la muerte y de lo negativo, toda la realidad parece mortal. Esto ya lo expresó claramente Agustín (C4, 9). Atravesando el valle de lo negativo puede explicarse que, incluso, sin volver a los modelos de concepción teológica, existe un sentido del sin-sentido, de manera que se puede hablar sorprendentemente de un postulado de la carencia de sentido, que hace posible el ejercicio de la libertad finita. Lo que se desarrollará en conexión con Nicolai Hartmann, para cuyo punto de partida acuñó Max Scheler la expresión: ateísmo postulado (FEMW 22s.). La tendencia de este ateísmo la definió Max Schier de la siguiente manera: «Un Dios no es lícito y no debe existir por el bien de la responsabilidad, de la libertad, de la tarea por el sentido de la existencia del hombre» (PW 142). En contra de la interpretación de Scheler, Hartmann no defiende un ateísmo a secas sino que propone una reflexión sistemática de la situación del problema después Nietzsche, sin convertirse en proclamador profético de una opción por su contenido 106. Cierto que es inevitable que el que filosofa reflexione y opte de acuerdo con la vida, incluso en relación con aquello que no puede saber. Pero que sea legítimo que el que filosofa para su opción de fe, haga, a la vez, propaganda, es otra cuestión. En todo caso hay que interpretar a Hartmann como Filósofo de la perplejidad y no de la negación explícita de Dios. Su perplejidad tiene su punto de partida semejante a la pregunta de Agustín de si es posible concebir la presciencia (praescientia) y la providencia (providentia) de Dios junto con la libertad del hombre (vide CD V, 10).

Hartmann lo caracteriza como estado de las cosas «el que el fenómeno de la conciencia moral del hombre, como ser personal, no se armoniza con la teleolo-

106. La caracterización de Hartmann que hace Max Scheler es falsa, ya que Hartmann únicamente elabora antinomias sin discutir la posibilidad de una real coexistencia de Religión y Ética; vide E 808-821, esp. 810; además EdS, esp. 64s.

gía del mundo» (E 204). Al preferir los fenómenos a las teorías, plantea la pretensión de que el filósofo debería abandonar la teoría de una teleología metafísica en beneficio de los fenómenos éticos, ya que la conciencia moral es un fenómeno (vide E 204s.). Puesto que no hay metafísica teleológica consecuentemente sin el concepto impregnado de Dios, el pensamiento de Dios cae en la vorágine de la crítica de la metafísica teleológica. Aunque el pensamiento de Dios entra en conflicto con la libertad humana sólo en determinados modelos de interpretación, no existe duda alguna de que Hartmann interpreta objetivamente la alternativa entre la certidumbre teleológica de lo existente en el mundo y la fuerza de determinación teleológica de un ser finito en el mundo desde el punto de vista de las consecuencias metafísicas de la Ética. Se le puede poner al menos la pregunta, de si toda clase posible de Teología que se atenga al poder infinito de Dios, no termine en la actividad finalística que todo lo transforma, de un ser omnipotente; en este sentido podría llevar «a la aniquilación de un ser que quiere y actúe responsablemente», es decir de la personalidad del hombre (TD 10). Esta pregunta puede plantearse en tanto se admita, que el hombre como ser personal, sólo puede ser si es el «portador» de los actos, «el que pone» el fin y «quien elije» los medios (TD 71). Hartmann traduce estos términos al lenguaje de la Teología y atribuye al hombre, como ser moral, providencia y predestinación (E 208). De lo que resulta que: «La ética hace –y debe hacer– lo que ante los ojos de las religiones es una blasfemia: ella confiere al hombre los atributos de la divinidad. Le devuelve de nuevo lo que él, ignorando su propia esencia, ha despojado de sí y lo ha transferido a Dios. O, si se quiere expresar de otro modo, ella hace que la divinidad descienda de su trono del mundo y hace que habite en la voluntad del hombre. En el hombre recae la herencia metafísica de Dios» (E 199).

Que Hartman no se ha dejado dirigir por tendencias antiteológicas, lo muestra su actitud imparcial con la que va contra toda clase de teleologías del mundo, por tanto, no sólo contra su forma teísta: «En un mundo determinado por todas partes teleológicamente, un ser moral es algo imposible. La teleología consecuente del mundo elimina simplemente la Ética. Ella es teoría de la predestinación —da lo mismo que sea teísta, panteísta o atea—, sólo le deja al hombre el fatalismo (E 204). También el teleologismo ateo que atribuye finalidad al acontecer del mundo al modo del materialismo histórico, tiene como consecuencia la aniquilación del hombre como ser moral 107. En la posición de Hartman no se da todavía, por tanto, una tesis decidida sobre la posibilidad o la

107. Vide EzDN 327: «tenemos la certeza de que la materia en todos sus cambios permanece siempre la misma, de que ninguno de sus atributos puede nunca echarse a perder, y que por tanto, también con la misma necesidad férrea con lo que ella sobre la tierra extirpará de nuevo sus supremas flores, espíritu pensante, lo deberá producir de nuevo en otro lugar yen otro tiempo». Vide el rechazo de Hartmann de la «teleología real de la vida histórica de los pueblos y de enteros grupos de pueblos, que no es la de un hombre» (TD 34).

imposibilidad de una coexistencia de Ética y Religión (vide su posición expresa en E 808-821).

El análisis categorial de Hartmann del proceso finalístico lleva a admitir, en su aplicación a la pregunta de la Ética, que una acción del hombre que produzca sentido originalmente, sólo puede ser pensada en un mundo en sí sin sentido. Hartmann afirma que un mundo, previamente determinado, no deja espacio alguno para la libre decisión de Ios fines y, por tanto, hace que sea imposible el hombre como ser libre. El nexo causal puede ser transformado, por el contrario, como nexo abierto por medio de un plus de determinación (vide TD 119s., esp. 122). Hartmann discute, por tanto, toda teleología del mundo por razones éticas, aunque no niega la finalidad en lo orgánico e incluso subraya la profunda enigmaticidad de esta finalidad, que explica como consecuencia de la finalidad sin actividad finalística (TD 24, 94; vide PH II, 196 b 17s.).

Junto a los fenómenos de nexo causal ciego y la finalidad orgánica sin actividad finalística, Hartmann se vuelve al análisis del proceso finalístico. Su motivo para introducir y mantener este nexo, está en el reconocimiento de la obligatoriedad la cual, según Hartmann, convierte al hombre en hombre, en espíritu responsable y personal (TD 81, 11, 24s., 134). Este novum categorial dentro de los estratos del ser en el mundo es tan obligatorio para el sujeto portador que también ha de rechazarse su búsqueda de la unidad de todo el mundo y de una garantía de sentido del todo en sí justificada, porque la aceptación segura de la unidad del todo destruiría la conciencia moral (TD 56-58, 108). Hartmann combate especialmente la doctrina teológica de la predestinación, a la que caracteriza como una «verdadera invención diabólica de la especulación bajo el manto de la piedad religiosa» (TD 125; vide también 125s.).

Incluso en el caso en que se tenga que conceder que nunca se ha logrado la «"justificación" de Dios como creador del mundo» y que el problema de la Teodicea sigue siendo un exemplum crucis de la Teología (TD 109), se puede mostrar que ha de existir, como consecuencia del pensamiento de Hartmann, un sentido previo a todo conferirse sentido de todos los hombres. En su estricto rechazo de la teleología universal del mundo, él mismo no evita la afirmación de que la indiferencia de sentido del ser no personal presta un sentido al hombre como espíritu personal. Afirmación que se sigue necesariamente del carácter de su pensamiento determinado por el primado de la razón práctica 108. Como Hartmann defiende la tesis de la Epigénesis de sentido por el hombre, por tanto, la tesis de que el hombre funda el sentido del mundo, entra con esto al mismo tiempo en el horizonte visual el sentido del sin-sentido del mundo (vide TD 57, 110).

108. Vide E 204s.; en otro pasaje dice Hartmann (sys 39): «En la vida activa y moralmente responsable, el hombre es de hecho previsor y predeterminador; ambos ciertamente en una medida muy limitada, pero fundamentalmente de la misma manera como lo es absolutamente la divinidad».

Como la rechazada metafísica de sentido debería postular la justificación del sentido del mundo por el sentido del todo, entonces Hartmann ha de postular por mor de la posibilidad de la apigénesis de sentido, la carencia de sentido del mundo. La tesis de la epigénesis del sentido por medio del hombre, ve el sentido de la vida humana en que el hombre mismo aporta sentido al mundo, de manera que «precisamente carecería de sentido para él un mundo ya desde el comienzo con sentido justificado» (TD 57; vide 15). La crítica a toda metafísica del sentido, de cuyas reflexiones, según las palabras de Hartmann, se encuentra distante como el cielo la consideración de la posibilidad de la epigénesis del sentido, debe, según esto, como quien dice contra su voluntad, postular ahora la misma un sentido, aunque sea puramente el sentido de la carencia de sentido del mundo.

La indiferencia de sentido de las capas infrahumanas del ser, es necesaria tanto para que sea posible el propio ser de lo inorgánico como también el del ser hombre. El postulado de la indiferencia de sentido apunta a la totalidad del ser finito y de la realización posible de sentido en el mundo. Es una condición de posibilidad de un sentido del ser del hombre como lugar de la epigénesis del sentido en el mundo sin sentido a partir de sí mismo en primer lugar (vide TD 89, 94, 109s. 114s.). Como lugar de una epigénesis del sentido el hombre es el poderoso ser de la finalidad para lo que «el mundo sin sentido (es)... el único solamente con sentido» (TD 111 y 112). Hartmann expone de esta manera expresamente un postulado de sentido que abarca el todo y además relaciona el todo con el hombre, a lo que él mismo también llama paradójico (TD 112). Este postulado paradójico de sentido requiere una interpretación ulterior. Porque, según Hartmann, las capas más bajas del ser se comportan de un modo indiferente respecto al ser de las capas superiores, ha de conceder que el estado fáctico de la relación de las capas está adaptado a las exigencias de la capa superior y es adecuado para ella. Por tanto, se puede preguntar si y en el caso dado de qué modo es constitutivo del pensamiento de Hartmann el postulado paradójico de sentido y si puede exigir ser válido. La respuesta a esta pregunta está preñada de consecuencias para el ser del hombre y para la posibilidad del pensamiento filosófico de Dios.

La resolución de la pregunta sobre si debería existir el sentido producido epigenéticamente, va unida para Hartman con la pregunta sobre la validez de la conciencia del deber. La respuesta a esta pregunta sobre el carácter de validez del postulado del sentido se deduce de la resolución de la pregunta de si y con qué obligatoriedad hay que aceptar que debería ser producido el sentido epigenéticamente. Si la conciencia del deber fuese el capricho casual de procesos a-teleológicos del mundo, la ética encontraría un final precisamente igual que el que experimenta con la garantía de sentido de la metafísica teleológica. Según Hartmann, la libertad humana sólo consiste, en relación a la validez de los valores, en elegir decidirse en pro o en contra de ella con el saber y con la acción. Apenas se conoce el valor moral en su carácter de valor, posee obligatoriedad incondicionada, por lo que, según Hartmann, el lenguaje de la conciencia, mientras permanece despierto, es el testimonio elocuente (TD 118) 109.

Trasladado al lenguaje de la problemática del sentido se dice, con esto, que el sentido ha de ser incondicionado. El sentido producido por el hombre epigenéticamente ha de ser incondicionado, porque se le impone al hombre la obligatoriedad incondicionada, dada la validez de los valores morales. El carácter incondicionado de la validez de los valores lleva –lo que el mismo Hartmann no explicita– en virtud de una consecuencia interna a traspasar las fronteras por lo que él quiere limitar a la actividad del hombre la posibilidad de creación de sentido. El sentido de la carencia de sentido que se ha de presuponer para la epigénesis del sentido, no puede ser producido de nuevo por el hombre epigenéticamente. Como la frase sobre el sentido de lo carente de sentido, que habría que llamar con Kant un postulado de la razón práctica, exige demasiado de la humana capacidad de creación de sentido, el carácter a-teleológico del mundo, que se sigue de la incondicionada obligación de la conciencia, ha de ser visto sobre el fondo de la destrucción de la teleología positiva del mundo desde una teleología trascendente inconcebible en su efecto. Esta teleología indeterminable nada tiene que ver con la teleología del mundo destruida por Hartmann, ya que no lleva a la justificación del sentido de las relaciones en el mundo.

Como a partir de la validez incondicionada de la conciencia moral nace ahora un postulado de sentido, se pueden sacar de este postulado algunas consecuencias para la interpretación de la esencia del hombre. Sobre el fondo de este postulado aparece el puesto especial del hombre en el mundo en relación con la problemática del sentido. El hombre, de un modo parecido a la Filosofía de Kant, una vez situado en la periferia «en lo que se refiere al "ser" del mundo, ahora, en lo que se refiere a su sentido fácticamente, es situado ahora de nuevo en el centro» (KWPJ, esp. 26; vide además DWNH, esp. 109s.; sobre esto como fondo KpV A 288s.).

Una consecuencia necesaria del postulado paradójico del sentido es unanueva Metafísica del hombre (vide E 200s.), que se justifica por la tesis, aparentemente atea, de que se predican del hombre los atributos de la divinidad y la herencia metafísica de Dios, le pertenece (E 199s.). Porque Hartmann interpreta al hombre como la única razón de ser del mundo que está, con todo, indiferente pensamiento bajo la obligatoriedad de los valores y de la conciencia del deber y que necesita como campo de actividad para la creación de sentido ex nihilo del

109. Vide E 135: «Y lo enigmático que esta "voz" lleva consigo, lo que el sentido religioso en todos los tiempos ha concebido como influencia de una potencia superior, como voz en el hombre, se adapta demasiado precisamente al concepto de un a priori emocional. Pues no habla cuando se la llama, o investigando le busca, habla sólo no llamado, según una propia normatividad, donde uno no se cuida de sí».

mundo de sentido, está en principio y objetivamente abierto a la idea del trascendente. Hartmann perfila así la idea de hombre como ser libre finito, a veces anónimo, según la imagen de Dios, también con el fin de la santidad y de un mundo moral 110. Sus reflexiones contienen una serie de interpelaciones críticas a la Teología, pero también indicaciones sobre los accesos a ella, las cuales sobrepasan no obstante las fronteras concebibles de un modo genuinamente filosófico 111.


e) El pluralismo escéptico, peligro de la autointerpretación
    postmoderna del hombre

Parece que está objetivamente superado el positivismo dogmático de las ciencias de la naturaleza que alardea de éxitos. Esto es lo que ha arrojado la auto-crítica interna y la crítica filosófica. El discurso de Emil Du Bois Reymond en la Reunión de investigadores alemanes de la naturaleza y de médicos 14. 8. 1872 en Leipzig ofrece un buen ejemplo: según Du Bois se ha de presuponer siempre la realidad de la materia, de la fuerza y de la conciencia, pero no puede sistematizar o conocer su ser dentro de su investigación (esp. GdN44s.). Ludwig Büchner, uno de los populares filósofos positivista del siglo XIX, no acepta tales límites del conocimiento de la naturaleza y dice en la introducción a su obra capital: «Lo que es pensado con claridad, puede decirse también claramente y sin divagaciones» (KuS XXII). Quiere decir que por medio de las explicaciones de las ciencias de la naturaleza se puede lograr la solución de todos los problemas esencialmente filosóficos y responde con maneras, supuestamente superiores, a las cuestiones sobre la esencia del movimiento, sobre el hombre, el alma y la libertad humana. Como medios, aparentemente de las ciencias de la naturaleza, trata sobre la destrucción de los dogmas religiosos y metafi'sicos y espera de su fin, una raza situada u organizada de una manera completamente nueva y moralmente superior sin crímenes, pecados, vicios etc... (KuS 508). Que el paraíso no podía ser realizado por la gracia de las ciencias de la naturaleza, lo manifiestan demasiado claramente sus desgraciadas posibilidades de aplicación y las catástrofes que se producen de hecho. Las ciencias de la naturaleza son claramente tan buenas y malas como los hombres que se sirven de ellas.

La concepción de Wittgenstein de que la teoría darwinista no tiene más que ver con la Filosofía que cualquier otra hipótesis de las ciencias de la naturaleza,

  1. Vide la indicación a la generado ex nihilo (E 165). Hartmann no concibe la vocación creadora del hombre como creación absoluta (creatio), sino el papel de coescultor del demiurgo, cocreador del mundo; para la autocreación, para la consumación de su ethos vide E 4s.; respecto a la santidad vide E 610s.

  2. Para el sentido de la creación de sentido por el hombre vide GHM 52: «Que el espíritu humano posee la clave del sentido de las cosas, no mientras divulga ideas ya impresas en él, sino mientras él se lleva en sí mismo, su luz espiritual como instrumentos de la explicación universal de sentido, ya lo había pensado Tomás, antes de que Leibniz lo expresase».

afirma, simultáneamente, la especificidad del pensar filosófico frente a las explicaciones de las ciencias de la naturaleza (TLP 4. 122). Enlazando implícitamente con B üchner, pero a la vez equilibrándole declara: «Todo lo que puede ser pensado en general, puede ser pensado con claridad. Todo lo que se puede expresar, puede expresarse claramente» (TLP 4. 116). Wittgenstein afirma que por las frases en las que se dice que algo se comporta de ésta o de otra manera, no puede expresarse aquello de que se trata en la Filosofía, por ejemplo, el sujeto que expresa las frases y que uno mismo no puede ser definido por estas frases (TLP 4.5 y 5.6-5.632). De ahí resulta que para el mundo de los hechos, necesariamente el sentido del mundo ha de darse fuera de él (TLP 6.41). Según Wittgenstein esto significa: «Que la solución del enigma de la vida en el espacio y tiempo se encuentra fuera del espacio y del tiempo» (TLP 6.4312). El mundo de los puros hechos estrechan tanto al hombre que éste busca salidas de maneras distintas de la estrechez 112. Una de estas salidas que amenazan más bien el pensamiento filosófico de Dios, será esbozada ahora bajo el nombre de pensamiento postmodern. Hay que indicar ya aquí que la situación actual no está condenada a la relativización posmoderna de la razón, que también ella ofrece más bien nuevo espacio al pensamiento filosófico de Dios. Esto se mostrará en último término, en el pensamiento de Emmanuel Lévinas (& 15).

Quien esté persuadido de la significación permanente de las cuestiones de la Metafísica, puede abonar en cuenta de todos modos de la crítica positivista de la Metafísica, que fue acrítica consigo misma, por la teoría del juego del lenguaje de Wittgenstein en el uso del lenguaje normal (ordinary language analysis) o por las indicaciones de Austin sobre el carácter del lenguaje performativo, ha perdido ampliamente su empuje antimetafísico (vide p.ej. ARP; GR; PST). Este cambio, permite a la Filosofía del lenguaje ulteriores notas críticas al lenguaje filosófico y teológico; pero la Filosofía analítica del lenguaje se ha convertido en autocrítica y evita, hoy normalmente, sobrepasar sus límites y caer en las viejas hostilidades.

Los puntos débiles del pensamiento positivista unidimensional han aparecido más claramente gracias a la autocrítica de las teorías filosóficas del lenguaje. El fin de la crítica de la Metafísica, orientada al ideal de ciencia de las ciencias de la naturaleza, ha dado pocas alas de nuevo a la Metafísica, ha llevado más bien a una fatiga en la disposición a plantear todavía las preguntas en general sobre la

112. Vide sobre esto la poesía Ausweg de Christa Reinig, que, a pesar de todo, estar tallado en el mundo de lo disponible prescribe el éxodo, a partir de un sentimiento místico del deseo (Poesías, 21):

Lo que hay que escribir escribirlo con escritura clara,
entonces los agujeros respiran en el helado cristal de la ventana,
entonces libros y papelas cerrarlos en una gaveta,
luego alimentar un gato, regar una flor
y estar hondo completamente dentro, y agarrar el picaporte:
ponte el abrigo, tú has de dejar la casa.

verdad absoluta y la validez absoluta. El peligro que corre la cuestión filosófica de Dios hoy no consiste en que alguien crea poder discutir la existencia de Dios con motivos científicos. Más bien puede ser que se haya producido una ruptura en la Filosofía, que se caracteriza ampliamente como interrupción del preguntar metafísico sobre la verdad una absoluta. Claramente ha caído la Metafísica, de tal manera, en crisis desde los contraproyectos revolucionarios del siglo XIX, que sus consecuencias todavía no son siempre apreciables.

Respecto a la crisis en la que ha caído también el pensamiento por el ateísmo, parece necesario un alto. Hay que preguntar de nuevo qué sea Filosofía y Metafísica, ya que han llevado a la formulación de la pregunta por Dios y también a la elaboración de la doctrina sistemática de Dios y a la explícita discusión de la existencia de Dios. Dada esta situación no se puede hacer Metafísica sin preguntar al mismo tiempo qué es la Metafísica, qué puede ser o ha de ser. Pero esta pregunta está planteada hoy, las más de la veces, fácticamente de tal forma que lo que se pregunta es qué fue la Metafísica, en la historia, en otro tiempo. De esta manera se disuelve la pregunta filosófica en toda una especie de investigaciones arqueológicas que se concreta en voluminosos proyectos filosófico-históricos del presente. Pero esto depende de si yen qué medida sirvan a la respuesta de las preguntas reales filosóficas, sin insinuar implícitamente que ellos representan esta respuesta.

Entre investigación histórica y filosofar original, se da precisamente la relación que Platón dijo que existía entre lo escrito y lo oral en la Filosofía (vide Phaidros 278c). Si los trabajos históricos son los representantes válidos de la tarea del filosofar hoy, el preguntar originalmente filosófico se disuelve en un historicismo que abandona indiferente, una tras otra, todas las perspectivas de la historia o al menos las debería abandonar por principio. Desde este perspectivismo se entiende por qué Nietzsche se convirtió en el punto central de la discusión.

Esta indiferencia de los distintos universos lingüísticos, la propaga, por ejemplo, Wolfgang Welsch bajo el título de lo moderno postmoderno como visión de una radical pluralidad, que ve unida al ideal de la democracia: «Lo característico de la pluralidad postmoderna respecto a lo anterior es que ella no presenta puramente un plano fenoménico dentro de un marco de conjunto, sino que toca tangencialmente aún todo horizonte, o marco o suelo». El modelo del sol de Platón se ha comprobado que es inadecuado; ya no existe, por tanto, la única verdad del todo: «En adelante son la verdad, justicia, humanidad, plurales» (UpM4s.). Esta exégesis de la parábola del sol (Politeia 506b-509b) es en todo caso errónea; el texto muestra claramente la incomprensibilidad de un Origen, en el que Platón piensa (p.ej. 509b).

Cierto que la exégesis de Welsch de lo postmoderno sólo va directamente contra los sueños de unidad de los proyectos globales de la modernidad; mientras el pensamiento de Dios, tenga que plantear al menos la pregunta por una verdad que todo lo trasciende y por un único fin de todo lo finito, entra necesariamente en conflicto con este punto de partida. Welsch ve, con todo, que a pesar de la pluralidad sostenida por él hay que mantener de alguna manera la unidad de la razón, «porque la absoluta heterogeneidad, estrictamente tomada, imposibilita la comunicación y, con esto en caso de conflicto, no queda más que la praxis del terror» (UpM 167; vide 270s.; 295-318). Este análisis de lo postmoderno hace que se entienda al mismo tiempo que es necesaria una Filosofa «post» de lo postmoderno (TP 351).

Esta situación espiritual general del presente es patente en la arquitectura postmoderna, ya que se sirve eclécticamente y a voluntad de distintos elementos de estilo de otras épocas. Como el pensamiento postmoderno va contra las aporías de totalidad de la modernidad y está a favor de la multiplicación de la razón, parece que desaparezca la pregunta por Dios de los temas del pensamiento filosófico (vide las indicaciones UpM 314). A pesar de esta situación, en la que claramente amplias zonas de la vida pública están impregnadas de pluralismo y de hedonismo, a la vez por el menosprecio de la pregunta por Dios, el pensamiento postmoderno contiene también puntos de partida para reconocer algo incomprensible que supere todo pensamiento finito. Antes de entrar brevemente en esto inconcebible, hay que describir la situación critica. En Ios mundos plurales de la razón del presente parece dominar una reducción de la exigencia, que estaba viva en las filosofías tradicionales. La investigación científica que trabaja con métodos múltiples y divergentes, parece que encubre completamente las antiguas preguntas por un absoluto o que las hace completamente imposibles. Quien ya no puede pensar más el mundo como uno y todo, no puede naturalmente aceptar tampoco las maneras de hablar según las cuales Dios –y especialmente un Dios– ha creado el mundo 113. Teóricamente parece que se extiende un pluralismo escéptico con una increencia encubierta respecto a las preguntas de la antigua metafísica. Tal increencia se expresa prácticamente en un hedonismo desesperado, que lo que interesa es tener el mayor disfrute posible. Quien no reconoce perspectiva alguna absolutamente exigente, no exhibe abiertamente el gesto de superioridad que le define. Quien piense que todo saber alcanzable sólo representa una perspectiva relativa, puede ser más peligroso para el pensamiento filosófico de Dios que toda negación explícita, ya que ella recae en la sordera de un ateísmo tácito.

Por esta actitud, por una parte, surge una cierta arbitrariedad en la autointerpretación, ya que según la cual cada uno exige su propia filosofa;; Lleva, por otra parte, a la búsqueda encarnizada del logro de un placer personal en el tiempo brevemente limitado de la vida humana. De ahí resultan las luchas por el reparto,

113. UpM 212: «También el que Heidegger pueda hablar de un Dios así, sin circunstancias, que puede salvarnos todavía sólo él, lo justifica el que pensó el nuevo mundo como Uno y Todo —sólo bajo esta condición es ciertamente posible que un Dios lo cree. Sobre la crítica de la polisingularidad vide también KVPP, esp. 394-397».

que dominan el curso político y no sólo en los países económica y culturalmente desarrollados. Los frutos de las luchas por el reparto son utilizadas en los países desarrollados con variantes siempre nuevas en la formación del tiempo libre, por ejemplo, en el deporte, turismo y arte, con lo que están expuestos al peligro de degradarse en puro negocio de la cultura, al que uno se dedica porque y mientras divierta. Lo mismo parece que se da en los países menos desarrollados que miran con envidia a los desarrollados. Si la máxima del postmoderno pluralismo consiste en la pluregularidad sin regularidad total, es lícito y se pueden muchas cosas (vide UpM 324). Con una desregulación de sistemas regulados o incluso super regulados, sobrepasa el pensamiento postmoderno, como explica Welsch, los sistemas de reglas dados «como irritación, en primer lugar, en la plurisignificación y, en último término y ante todo, en la incomprensibilidad» (UpM 324). Como ahí se da un posible punto de partida para la cuestión de Dios, ha de preguntarse si esto inconcebible en lo postmoderno puede entenderse también como una apertura consciente o tácita a Dios, guiada posiblemente por el pensamiento de Heidegger sobre un lenguaje responsable sobre Dios (p.ej. HW 259s.).

Según Welsch «el subrayar postmoderno de la plurisignificación y en último término de lo inconcebible... tiene su nervio en la contraposición a los efectos uniformantes del mundo funcional en expansión», de la misma manera que también la modernidad apostó «contra el mundo funcional de absoluta regulación por un contra fenómeno». En la postmodernidad no se ha conjurado, con todo, ninguna contra fuerza. Welsch opta, en consecuencia, por el fin de la gigantomaquia, liquidada en la Filosofía occidental, porque hace que «lo gigantesco se traspase a lo no gigantesco», de manera que se conforme con la realidad finita (vide UpM 324s.; en el fondo se encuentran Sofistas 244a y SuZ 1).

Permanece igualmente una conciencia de finitud en el pensamiento postmoderno. La racionabilidad exigida, a pesar de toda pluralidad de la razón, hace necesaria la conciencia del límite. Sobre la conciencia del límite explica Welsch: «Uno necesita de sí en lo particular para no contravenir las fronteras de la legitimidad. El sabio necesita de sí, para estar abierto a lo inconcebible y, a partir de ahí, poder operar justamente». En la definición de sabio es importante «el que es parte de su saber el saber sobre su ignorancia»; el balance de ciencia y sabiduría, pretendido por Welsch, se limita a estar atento a las riberas y al reverso de la precisión; quisiera evitar un culto de los incomprensible (UpM 326). La esperanza del pensamiento postmoderno es la visión de la pluralidad (UpM 328).

Se puede preguntar, no obstante, si no es posible reunir, con todo, la conciencia de finitud de la postmodernidad en un incomprensible que abarque toda pluralidad, precisamente en lo infinito creído como el Dios infinito. Las situaciones clave de la vida individual «donde una vida marcha al final o encuentra una nueva forma», podría provocar la completa aceptación de la realidad de lo infinito, que en modo alguno lleva a la uniformización de lo mundano (vide UpM 327). Estas preguntas posibles no existen en Welsch. Así parece que la propagación de una pluralidad radical es una empresa de moda que se apoya en el espíritu del tiempo y que necesita simultáneamente de un fondo que una los mundos diversos de la razón. Es uno el hombre, investigador y en la acción, quien realiza su vida como creyente (vide UpM 285s.). El que los órdenes de la razón no tengan que estar inadmisiblemente mezclados entre sí, no significa que se estén uno junto a otro sin relación alguna en el hombre concreto. Precisainente el pensamiento consciente de la exigida diferencia pide poder concebir las particularidades de los órdenes diferentes de la razón. Así percibe Welsch el hecho «de que ponen en juego tipos singulares de racionalidad lo mismo que predicados transectoriales ("hombre") como también puede hacer sonar características fundamentales de otras racionalidades» (UpM 303).

En consecuencia, el pensamiento postmoderno está obligado a explicar la razón como capacidad y ejecución del paso entre diversos tipos de racionalidad, es decir, como «medio y forma del proceso de todas las explicaciones interracionales» (UpM 307). La razón se propone de esta manera la tarea de ordenar las preguntas del objeto en el correspondiente tipo de racionalidad, a desempeñar como capacidad del hallar por tránsitos, a reflejar los círculos de comunidades entre los diferentes tipos de racionalidad o a diferenciar, a examinar y a sopesar en conflictos los motivos del derecho (vide UpM 309). Welsch defiende la tesis de la irreductibilidad de los diferentes tipos de racionabilidad y exige que sean tenidos en cuenta no sólo en relación con su posibilidad de comparación la de no comparación. Está claro, con todo, que todo intento de diálogo necesita de una tal comunidad de horizonte de intelección que sólo en una pequeña parcela pueda configurarlo el que habla.

En el caso de que el pensamiento postmoderno discurra, en último término, hacia una oposición entre razón total y razón rota, esta concepción puede relacionarse también con la tradición del pensamiento filosófico (vide UpM 313). Habria de concebirse en efecto exactamente el sentido de la antigua Filosofía. Con buen fundamento se puede sostener claramente que la tesis de Welsch lleva al error al caracterizar la Filosofía de Platón como saber absoluto frente a la llamada racionalidad crítica de los sofistas. El filosofar de Platón cayó en un descrédito inmerecido por su fijación dogmática, de lo que Platón no es responsable. Las lecturas imparciales de sus diálogos, que terminan, las más de las veces, aporéticamente, apuntan a otra dirección.

Si por el rechazo de las tesis de Welsch, llamadas histórico-filosóficas, hubiese a la vez que aceptar el carácter metafísico, adogmático y científico de la Filosofía de Platón, podría encontrarse, en conexión con su pensamiento normativo para el conjunto de la llamada Filosofía europea, una complejidad y una fuerza interpretativa que en manera alguna ha sido superada en la postmodernidad.