El amor

Por J.R. Ayllón


Qué no daría yo por la memoria
De que me hubieras dicho que me querías.
Borges

Cuéntamelo otra vez: es tan hermoso
que no me canso nunca de escucharlo.
Repíteme otra vez que la pareja
del cuento fue feliz hasta la muerte.
Que ella no le fue infiel, que a él ni siquiera
se le ocurrió engañarla. Y no te olvides
de que, a pesar del tiempo y los problemas,
se seguían besando cada noche.
Cuéntamelo mil veces, por favor:
es la historia más bella que conozco.
Amalia Bautista


 

11. Vivimos para amar y ser amados

Sabemos que una mujer, un niño, cualquier hombre, nunca ven a los demás como cuerpos neutros, sino como personas con una riqueza subjetiva que se capta mediante los afectos. Y los afectos aparecen siempre coloreados por sentimientos diversos: aprecio o desprecio, amistad o indiferencia, admiración o envidia. Si la tipología de los afectos es numerosísima, hay uno que es experimentado como el más radical y esencial de todos: el amor. Y, entre todas sus acepciones, en el lenguaje ordinario designa principalmente un tipo especial de relación intersubjetiva entre hombre y mujer, aunque también se usa propiamente para designar las relaciones personales entre padres e hijos, y entre el hombre y Dios.

El amor es la sustancia de la vida humana porque, además de existir, lo que necesitamos es amar y ser amados por otra persona. Así lo expresa Amalia Bautista en cuatro versos:

Al cabo, son poquísimas las cosas
que de verdad importan en la vida:
poder querer a alguien, que nos quieran
y no morir después que nuestros hijos.

Ese nacer para amar y ser amado, esa primera y fundamental vocación de todo ser humano la encontramos también en unos versos magníficos de Pedro Salinas:

Aún tengo en el oído
tu voz, cuando me dijo:
"No te vayas". Y ellas,
tus tres palabras últimas,
van hablando conmigo
sin cesar, me contestan
a lo que preguntó
mi vida el primer día.

Sólo sabiéndose amado consigue el ser humano existir del todo, sentirse arropado en el mundo. Me impresionó la lectura de El esbirro, un relato autobiográfico en el que el ruso Sergei Kourdakov cuenta su niñez en estos términos:

A los cuatro años tuve que irme a vivir con personas que no eran de mi familia, y a partir de los seis viví en los orfelinatos del Estado. Excepto en mis primeros años de vida no conocí las caricias ni los besos de una madre y de un padre. No tuve a nadie que por las mañanas me dijera tómate el desayuno, o pórtate bien en el colegio. Estoy seguro de que cualquiera comprende la importancia que estas palabras tan sencillas tienen para un niño, y también el vacío que durante toda mi vida he sentido en mi corazón, por haberme visto privado de ellas. A los diecisiete años, siendo estudiante en la Academia Naval de Leningrado, sentía ese vacío como el mayor pesar de mi vida.

Saberse amado es sentirse insustituible, y es la mejor forma de pisar terreno firme y vivir alegre. El amor aparece así como un principio intrínsecamente constitutivo de la personalidad humana, origen de la tendencia natural a una realización vital recíproca. Por esa reciprocidad se dice que no se puede vivir sin la otra persona, y que ella es más que la propia vida. En Crimen y castigo hemos leído que, cuando Rodian Raskolnikov se enamora de Sonia, le quedaban siete años de condena en Siberia por su doble asesinato. "Siete años de dolor y sufrimiento, pero ¡cuánta felicidad!". Al escribir esto, Dostoiewsky tenía en la cabeza aquellos siete años que trabajó Jacob en casa de Labán, para poder desposarse con Raquel. El Libro Eterno comenta que aquellos siete años le parecieron sólo unos cuantos días, de tanto como la amaba.

12. Nacimiento y evolución del amor

El enamoramiento está certeramente caracterizado por Ortega y Gasset como una alteración "patológica" de la atención, pues el conocimiento y la voluntad del amante se concentran en el amado hasta llegar a ver el mundo por los ojos del otro. Borges pone en boca de un enamorado estas palabras:

Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
Y mi ventura, inagotable y pura.

Un estudio comparativo de las innumerables caras que presenta el fenómeno del amor, desde Platón hasta el psicoanálisis, pone de manifiesto el rasgo común de la preferencia: el amor es siempre un preferir, y ser amado es ser tratado como una excepción. La realidad aparece entonces como lo que gusta o no gusta al ser amado, como lo que le favorece o perjudica. Pero el enamoramiento no puede mantenerse mucho tiempo, porque la vida humana implica una pluralidad de actividades que impide el arrebato permanente, y porque la plenitud anunciada es un programa que debe ser realizado en el tiempo.

En la realización de ese programa lleva la voz cantante la voluntad, no el sentimiento. Sólo así puede ser el amor objeto de regulación jurídica y de prescripciones morales. Cuando se quiere expresar jurídicamente la relación conyugal, se considera que aquello que constituye esa unión es un acto de voluntad expresamente manifiesto (el consentimiento). Ello es así porque un sentimiento es algo que no obliga a nada. En el enamoramiento somos sujetos pacientes de un sentimiento, pero en su desarrollo somos sujetos agentes de un proyecto voluntario, capaces de compromiso libre, esfuerzo y sacrificio.

La fórmula del amor no es "yo te quiero porque eres así, mientras seas así", pues todo el mundo estará de acuerdo en que si un amor termina en el momento en que desaparecen ciertas cualidades (belleza, juventud, éxitos), quiere decir que no existió nunca. El amor suele nacer al ver la manera de ser de la persona amada (belleza, encanto, inteligencia), pero luego se afianza en el centro de la persona que posee esas cualidades, en algo que permanece cuando ya hace tiempo que aquellas amables cualidades desaparecieron. El itinerario del amor dice primero "me gustas", después "te quiero", y, por fin, "te amo".

Ninguna relación amorosa es un permanente deslumbramiento. En cambio, presenta un carácter arduo que deriva de los múltiples factores que han de ser unificados. En primer lugar, la sexualidad y la afectividad, que aparecen en la intimidad subjetiva como fuerzas diferentes e inicialmente disociadas, y que han de ser integradas respecto de la propia intimidad y respecto de la otra. A partir de ahí, los que se aman deberán asimilar una amplia gama de cualidades psicosomáticas (temperamento, actitudes, intereses), y un conjunto no menor de factores socioculturales (usos y costumbres, situaciones económicas, aspiraciones profesionales, principios morales, creencias religiosas, etc.). Y además se trata de llegar a la unidad sin anular las diferencias, pues de otro modo no habría una relación amorosa sino de dominio. Todo esto lo explica el profesor Jacinto Choza en su Manual de Antropología filosófica, y lo resume admirablemente Antonio Gala en una entrevista: "El matrimonio es una casa de pisos. Dedicado al sexo sólo hay uno. Luego hay otros que están como guarderías infantiles, universidades, comercios, hospitales... Hasta de pompas fúnebres tiene que haber un piso en el matrimonio. Y esa casa la tienen que hacer entre los dos".

13. Materia y espíritu en el amor

¿Es el amor physical desire and nothing else? El materialismo no explica el misterio del amor. Ni los átomos, ni las moléculas, ni las células resuelven el problema. Para ello habría que explicar, entre otras cosas, cómo es que sienten las neuronas. Y después, a través de sensaciones que nacen en los ojos, el tacto o la palabra, también habría que explicar cómo ascendemos hasta esa sublimación feliz. Nadie ha visto el puente entre un proceso físico y su repercusión anímica, aunque lo atravesamos a diario innumerables veces. Marguerite Yourcenar pone en boca de su Adriano que ninguna caricia explica su turbadora resonancia espiritual, así como la cuerda acariciada por el dedo no explica el milagro de la música. En todo caso, la obsesión de la carne sólo prueba que la carne está siendo juguete del espíritu.

Para Goerge Steiner, identificar el riquisimo contenido del amor con la pulsión sexual, como pretende Freud, es una reducción casi despreciable. La misteriosa experiencia del amor, que está más allá de la sexualidad y de la misma razón, de ningún modo puede expresarse en términos de biogenética.

Platón también negó rotundamente esa reducción a lo físico. Sin embargo, afirmó que la conmoción amorosa tiene lugar en el encuentro con la belleza sensible, pues ella conmueve al hombre más que ningún otro valor, y lo arrebata de su tranquila comodidad. En todo cuerpo amado inventamos un infinito. Transfigurado por el amor, ese grosero saco de músculos y huesos exhibe un atractivo extraordinario donde los besos y las caricias se equivocan siempre: no acaban donde dicen. Con demasiada frecuencia comprobamos que la inflamación provocada por la belleza corporal deja un sabor agridulce, como una promesa que no puede ser cumplida. ¿Por qué? Porque en realidad la belleza es la llamada de otro mundo para despertarnos, desperezarnos y rescatarnos de la vulgaridad. El amor nos hace sentir que el ser sagrado tiembla en el ser querido. Y por eso el encuentro con la belleza es el hallazgo de una secreta llave que abre el último reducto del corazón humano para que llegue hasta él una luz extranjera e inefable. Una llave que no tendría sentido si no tuviera nada que abrir, como tampoco lo tendría una vida cerrada a la belleza.

Platón explica que el auténtico arrebato amoroso transporta por encima del espacio y del tiempo, de tal modo que el conmovido por la belleza desearía que el instante fuera eterno, y querría abandonar la vulgaridad del mundo y volar hacia la compañía de los dioses. Por eso los dioses llaman a Eros "el que proporciona alas". Por otra parte, Platón sabía que con la efigie del amor es muy fácil acuñar moneda falsa, y nos avisa que el verdadero amor sólo nace cuando no se confunde y falsea con el mero deseo de placer. Pues en rigor -comenta Josef Pieper-, no es amado quien es deseado, sino aquel para quien se desea algo.

Gentileza de http://www.arvo.net/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL