La píldora del día siguiente, otra versión de los hechos
Por
Gonzalo Herranz
Creo que el mayor progreso que nos ha traído la ética médica
en los últimos años ha sido la elevación del paciente a la dignidad de
agente moral, al rango de persona a la que no se puede engañar, ni ofuscar,
ni sustituir a la hora de tomar decisiones. Al contrario, el médico ha de
informarle y contestar a sus preguntas; ha de dejarle tiempo para pensar y
para que libremente decida.
Por eso sufro cuando veo que muchas informaciones que se dan sobre la píldora
del día siguiente no informan, están sesgadas, y ocultan partes
significativas de la realidad.
En concreto, se proclama que la píldora no es abortiva. Todavía lo leíamos
ayer en Diario de Navarra: "la Organización Mundial de la Salud asegura
que no tiene efectos abortivos". Es correcto, pero, para poder decirlo,
la OMS ha tenido antes que torturar las palabras y hacerle confesar lo que no
querían decir. Hace casi 30 años, encargó la OMS a un grupo de expertos que
cambiara la definición de concepción. La cosa era necesaria para poder dejar
el campo libre a la anticoncepción. Se sabía, y sobre todo se veía venir,
que muchos anticonceptivos impiden la anidación de los embriones y, con ello,
acababan con la vida de seres humanos ya concebidos. Los expertos hicieron un
cambio muy sutil: dijeron que, en el futuro, concepción no sería ya lo mismo
que fecundación, sino que el día primero de la existencia se retrasaba al
momento de la implantación del blastocisto en el endometrio. Con el
arreglillo, la vida y, con ella, el comienzo del embarazo se retrasaban del
día 1 al 14. Y, como el aborto es la interrupción del embarazo, ya no podía
haber abortos antes del día 14. Sería incorrecto, a partir de entonces,
llamar aborto a la destrucción de embriones de menos de 14 días de edad.
Unos hicieron caso, otros nos negamos a dejarnos engañar.
Y en esas andamos. En el nuevo lenguaje de la OMS no hay nombre
"oficial" para designar la eliminación de los inocentes seres
humanos de menos de 14 días. Eso es tabú. Para quienes el embrión humano
carece de valor, la prestidigitación léxica de la OMS puede que les traiga
sin cuidado. Pero para quienes consideramos, porque así se inició nuestra
propia vida, que los seres humanos, por pequeños que sean, son desde el día
1 un bien inapreciable, el escamoteo de las palabras, aunque lo patrocine la
OMS, tiene un poco de timo. Nadie se cree que la distancia de Pamplona a
Tudela cambie porque unos bromistas le añadan un cero a las cifras de las
placas kilométricas. Cambiarle el nombre o dejar sin nombre a una acción no
le cambia la sustancia.
Estos días se ha hablado, con lenguaje muy técnico por cierto, de
contracepción endometrial, de intercepción postcoital, de efecto
antinidatorio, pero se ha ocultado que, detrás de esas expresiones tan
científicas, se esconde muchas veces, la eliminación intencionada de seres
humanos. Eso es lo éticamente relevante. Hablar o no de aborto es, en cierta
medida, indiferente para la realidad ética subyacente. Ofuscar a las mujeres
diciéndoles que con la nueva píldora nunca pasa nada, en lo biológico y en
lo ético, porque es inocua y no es abortiva, es una acción condenable,
duramente paternalista. Es agraviar a las mujeres teniéndolas por incapaces
de comprender lo que hacen y de asumir la responsabilidad de sus acciones.
Para evitarles que se planteen y resuelvan un problema, que es sólo de ellas,
se les limita su libertad, no se les da oportunidad de escoger. No es correcto
ignorar que, en un tanto por ciento de ocasiones, por efecto de la píldora
del día siguiente una vida humana puede ser cercenada, un destino humano
cancelado, la promesa de una vida personal anulada. Esa es una situación
seria, que no es justo trivializar con juegos de palabras por sugerentes que
sean o por prestigiosos que parezcan.
Gonzalo Herranz
11.05.2001
Gentileza
de http://www.arvo.net/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL