Una respuesta a la vida
Por
Alberto Sánchez León “(...) en
realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera
algo de nosotros” . Víktor Frankl.
profesor de Filosofía y Ética
Tanto Leibniz como Heidegger se han preguntado una cuestión de
alta relevancia, a saber; “Por qué el ente y no, más bien la nada”.
Dicha pregunta se podría replantear con otras categorías como: Por qué
existir y no, más bien, no existir; o, por qué vivir y no, más bien, no
haber vivido nunca.
Se trata pues, en todos los casos, de una cuestión vieja ya que se podría
traducir por ¿cuál es el sentido de mi vida?, o mejor, ¿por qué mi vida
debe tener un sentido? Por qué el ente y no, más bien, la nada, por qué yo
y no, más bien, no-yo.
Cuando Aristóteles dice que “el fin está en el principio” está dando la
clave a la interrogación por el sentido de la vida, porque el fin, lo que me
mueve a obrar se da en todo momento de mi ser, de mi existir, de mi vivir.
Que “el fin está en el principio” no es meramente un juego de palabras.
Aristóteles iba a más. Sólo viviendo bien el presente, necesariamente mi
verdadero fin se podrá ver realizado. Sólo si voy haciéndome cargo cada
instante de mi ser, de mi situación vital, entonces veré después el
sentido, el significado, el fin. Con otras palabras, únicamente construyendo
el presente con vistas al futuro podré mirar en un futuro que mi presente, ya
pasado, tuvo su sentido. Por tanto, la pregunta clave no es ¿qué sentido
tiene mi vida? Sino ¿qué he hecho o estoy haciendo yo para que mi vida tenga
o no sentido? Este matiz no es trivial, pues la respuesta por el sentido de la
vida, de mi vida, está por hacer porque mi fin, mi sentido me lo voy forjando
en mi existir-con o en mi coexistencia.
Bien es cierto que todos buscamos una vida lograda, todos buscamos la
felicidad y este es nuestro fin. En efecto, la felicidad es el propósito de
nuestra existencia y dicho propósito se nos ha dado, lo anhelamos de
continuo. Ahora bien, lo que no se nos ha dado es cómo, el forjarnos nuestra
vida, el construir la felicidad de cada existencia personal. “En última
instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta
correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida
asigna a cada uno”[1]. Por tanto, no es que la vida en sí tenga un
sentido y yo tenga que encontrarlo, sino que mi vida tiene para mí un sentido
propio que viene dado con mi vivir-con, con mi existencia en el tiempo, lugar,
y circunstancias que me rodean.
No se trata tanto de descubrir y buscar el sentido sino, más bien, de darlo.
Dar sentido a mi existencia es dar una respuesta a la vida. La diferencia es
casi esencial. Cuando se busca algo es porque ese algo está escondido,
oculto. El descubrimiento es el desvelo de lo oculto. Esta es la postura de
Heidegger, quien piensa que el ser ha estado oculto a causa del olvido. Dar
sentido, en cambio, es poner un orden en las cosas, es poner un fin en el
obrar, en las acciones que van configurando mi coexistencia, mi vida.
Hemos hablado del vivir bien el presente, el hoy y el ahora. En palabras de
Kierkegaard “ (...) este es el caso del pájaro y el lirio. Su doctrina
de la alegría se reduce a lo siguiente: Hay un hoy. Y en este hoy se pone un
vigor inmenso. Hay un hoy, y no hay absolutamente ninguna preocupación por el
día de mañana siguiente. Y esto no es una ligereza del lirio y del pájaro,
sino la alegría del silencio y la obediencia. Si guardas silencio en el
solemne silencio de la Naturaleza, no habrá para ti ningún día de mañana;
si obedeces con la obediencia de la Creación, tampoco habrá para ti ningún
día de mañana, ese día desgraciado producto de la locuacidad y la
desobediencia. Y cuando a causa del silencio y la obediencia no hay un día de
mañana, es cuando está el hoy en el silencio y la obediencia, y con él
está la alegría como está en el pájaro y en el lirio.(...).
¿Qué es la alegría o qué significa estar alegre? Pues es estar en realidad
presente de uno mismo, y este estar-en-realidad-presente-de-uno-mismo equivale
al hoy de que hemos hablado, equivale a existir hoy, a existir de verdad para
el día de hoy”[2]. Sólo dando sentido hoy y ahora podrá tener mi vida
un Sentido. Bien es cierto que el texto del filósofo danés posee una
connotación un tanto negativa, pues sólo describe la vida de dos tipos de
almas; una la vegetativa, la del lirio; y otra animal, la del pájaro, pero no
se detiene en el alma más interesante, en la racional y libre. Efectivamente
el lirio está condenado a vivir de una forma determinante al igual que el
pájaro, pero esto no ocurre con el hombre, pues éste tiene la peculiaridad
que le falta al lirio y al pájaro, la de poder equivocarse. Un lirio o un
pájaro nunca se podrán equivocar, el hombre no sólo puede, sino que a veces
lo provoca. Pero esto no es una limitación del hombre sino su condición, y,
por eso, debe regocijarse en dicha condición que es la libertad, pues
después de la vida, se trata del mayor don, del mayor regalo, del mayor
presente.
¿Cómo doy sentido a mi obrar, a mi forma de vivir-con?
La respuesta a esta pregunta no es fácil, pues es en esto precisamente en lo
que versa la ética.
Para llegar a ser médico es necesario hacer la carrera de medicina, de lo
contrario sería una atrocidad realizar una operación (obra) sin los
conocimientos previos. Luego, podemos decir que el sentido de la carrera de
medicina es evidente. Una vez hecha la carrera, el MIR, etc., el médico ya
está en aptitud para curar, prevenir o mejorar la salud del paciente, que es
el fin mismo de la medicina. Si un médico quita el fin propio de la medicina
y pone cualquier otro en su obrar (ganar dinero, torturar, ganar prestigio
incondicionalmente, etc.,), entonces ha dado un sentido, aunque el sentido no
es el adecuado. No cabe el sinsentido, la sinrazón, porque cuando se pierde
el sentido adecuado nace otro aunque éste sea inadecuado. Pues bien, sólo
colma, sólo nos hace feliz el sentido adecuado que es, al fin y al cabo, el
verdadero. Un sentido que no corresponde a la naturaleza de una acción no
puede hacer feliz al sujeto agente de esa acción porque no es un sentido
verdadero. El sentido inadecuado en cualquier acción moral (cualquier acto
profesional es moral porque nos puede hacer mejores o peores personas) es
siempre, aunque no a corto plazo, una negación de la naturaleza, porque de
algún modo le estamos quitando su sentido propio y le otorgamos otro que no
le corresponde. Esa adecuación corresponde al verum, y en el obrar, la
adecuación en la acción corresponde al bonum, y sólo así
llegaremos, por ende, al pulchrum, pues la belleza no versa únicamente
en lo corporal, sino más bien, en la unidad del conjunto, en la splendor
formae. Por eso decía Platón que “la potencia del Bien se ha
refugiado en la naturaleza de lo Bello”[3].
Hasta ahora no hemos hablado de cómo dar sentido a mi obrar o a mi forma de
vivir-con sino más bien de lo contrario. Hemos hablado de quitar (lo
contrario al dar) sentido. Pero ¿qué es dar sentido? En esto estriba, en
cierto sentido, como ya decíamos antes, toda ética.
Es evidente que en la naturaleza las cosas siguen un cierto orden, el
dinamismo del mundo de la naturaleza corresponde con las leyes que ha puesto
el Legislador. Se trata de leyes que rigen comportamientos muy distintos, y
son diferentes precisamente porque el mundo es reinante de una magnífica
pluralidad de seres. De esta simple observación se sigue que lo natural
con-tiene-ya sus leyes. El lirio y el pájaro se comportan conforme a esas
normas sin ningún problema ni pre-ocupación, se trata de vidas naturales.
Pero resulta que hay otro tipo de vida que, además de seguir las leyes de la
naturaleza, posee otro tipo de comportamiento, puede ir en contra, incluso, de
esas leyes. Se trata de la vida del hombre, en la que precisamente una de sus
leyes, de su modo de ser ya dado, es el ser libre. Esto induce a pensar que no
sólo existe el ámbito de lo natural, sino que debe existir otro que vaya
más allá y que desde siglos se le ha llamado el ámbito de lo sobrenatural.
Pues bien, dar sentido tiene que ver con el ámbito de lo sobrenatural. Dar
sentido es asumir lo natural pero, a la vez, es trascenderlo. No se trata de
que lo natural y lo sobrenatural vayan aislados, sino que se complementan, por
eso decíamos que lo bello goza de una unidad en el conjunto, del ser en su
plenitud.
Este ámbito de lo sobrenatural aporta en el hombre la capacidad de
invención. Y aquello que inventa es lo artificial. Lo artificial, dado su naturaleza
ambigua, posee dos comportamientos que no se contraponen, dos normas, a saber,
las de la naturaleza y las que el artífice ha puesto en lo inventado. Por
eso, un libro de novela, además de estar sometido a la ley de la gravedad, a
tener volumen, peso y masa, a tener un determinado color, etc., nos cuenta una
historia, nos dice algo, algo que de suyo no está en la naturaleza del libro.
Ese algo que de suyo no está en las cosas (tanto naturales como
artificiales) es precisamente lo sobrenatural.
Cuando de una rama de un árbol elaboramos una flecha o leña no le hemos
quitado el sentido que tenía antes de coger la rama, sino que, gracias a esa
capacidad de invención, le hemos otorgado otro sentido. El hombre es un ser
que vive dando continuamente sentido a las cosas y a todos los seres.
Pero en el plano de la moralidad, de las acciones del ser humano, también nos
encontramos con un problema, a saber, al de dar sentido a nuestra
coexistencia. Dar sentido es poner un sentido mayor al sentido primigenio.
Así, el cuerpo pide, en su sentido primigenio, sentir placer. Esto es lo natural,
y, por tanto, el sentido propio del lirio (el silencio) y del pájaro
(cantar). Nuestra coexistencia, nuestro vivir-con implica muchas veces
satisfacer al otro, y, para ello, también muchas veces, eso implica
prescindir del placer, prescindir de las leyes del cuerpo, prescindir
(trascendiéndolo) de lo natural. Quizás me exprese mejor con un
ejemplo. Si mi cuerpo (lo natural) me pide regocijarme ante la belleza de una
flor (un placer visual), en esa acción puramente contemplativa no otorgo
sentido, pero cuando mi coexistencia me llama, doy un sentido mayor
(sobrenatural) al cortarla para que la disfrute otra persona a quien amo. Por
ello, podemos también decir, que mi coexistencia fundamenta la moralidad de
una acción, es decir, que la moralidad o es pública o no puede ser moral.
Frente al reclamo de lo natural se levanta la exigencia
de lo sobrenatural.
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[1]Víktor E. Frankl, El hombre en busca de sentido, p. 78
[2] Sören Kierkegaard, Erbauliche reden, 484 y ss. (El lirio y el pájaro),
Göttingen, 1929.
[3] Platón, Filebo, 65, A.