El Sentido Religioso como “síntesis del espíritu”

De Giovanni Battista Montini (Pablo VI) a Luigi Giussani

 

Massimo Borghesi *

 

 

La originalidad de la reflexión de Luigi Giussani sobre el sentido religioso viene sobre todo de la clara distinción entre el ámbito del “sentido religioso”, propio de la naturaleza del ser humano, y el ámbito de la “fe” determinado por la Gracia sobrenatural. “La mentalidad moderna –según Giussani- confunde sentido religioso y fe”. Para el cardenal Montini (que después será el Papa Pablo VI) “toda la historia de las religiones demuestran la incansable tendencia, muchas veces humilde y sublime, otras tantas fantástica e innoble, del alma humana hacia lo divino... Se debe, en efecto, “reflexionar que el sentido religioso no es criterio de verdad: es una necesidad de verdad”.

 

 

La traducción en inglés de algunos volúmenes de Luigi Giussani (El Sentido religioso, Los orígenes de la pretensión cristiana y ¿Por qué la Iglesia?), fue la ocasión, en noviembre y diciembre de 1997, de dos congresos, uno en el “Agustinianum” de Roma y el otro en el Auditórium de la Biblioteca “Dag Hammarskjold” de la ONU en Nueva York, dedicados a “El sentido religioso y el hombre moderno”.(1) Sobre un tema análogo y partiendo igualmente de una reflexión determinada por los textos de Giussani, se celebró, en septiembre del 98 un simposium en la Georgetown University de Washington (2). Últimamente, en la sede de la UNESCO en París y con motivo de la publicación en francés de La conciencia religiosa en el hombre moderno, tuvo lugar el 21 de enero de 1999 una reunión sobre “Realidad y razón en el pensamiento de Luigi Giussani”, con la participación del filósofo Remi Brague y de monseñor Angelo Scola (3).

 

Fueron momentos significativos que propusieron a la atención de un público internacional la densidad de un pensamiento que se impone por su riqueza conceptual y por sus profundos valores pedagógicos-educativos. De este pensamiento, la temática del “sentido religioso” es un momento central que ocupa, en la reflexión católica contemporánea, un espacio autónomo y original.

 

La originalidad del pensamiento de la reflexión de Giussani sobre el sentido religioso viene sobre todo de la clara distinción entre el ámbito del “sentido religioso”, propio de la naturaleza del ser humano, y el ámbito de la “fe” determinado por la gracia sobrenatural. “La mentalidad moderna –según Giussani- confunde sentido religioso y fe (4). La fe, considerada como mera expresión de la dinámica religiosa, pierde su carácter de criterio y de libertad, de adherencia a un acontecimiento presente en la historia. Con lenguaje técnico podríamos decir que  en la reflexión teológica actual se tiende a identificar la “antropología teológica fundamental” con la “filosofía de la religión propiamente dicha” (5). La filosofía, considerada como “cristiana por naturaleza” (6), se resuelve en teología fundamental, la cual, a su vez, asume el aspecto de una cristología trascendental. El hombre, naturaliter christianus, el a priori del espíritu lo da lo “existencial sobrenatural”, lo da la Idea Christi, que, presente inconscientemente en cada uno, es el presupuesto que anticipa idealmente el contenido de la Revelación. La fe en el Cristo histórico se convierte así en la prolongación de la Idea Christi preente en el ánimo religioso desde siempre orientado cristológicamente. Una especie de ontologismo cristológico que unifica sentido religioso y fe, humano y cristiano, natural y sobrenatural, vacía de toda novedad radical el hecho histórico de la Revelación. La consecuencia, como había visto Hans Urs von Balthasar, es la imposición de un “método que sobrenaturaliza en bloque toda realidad mundana (mientras no sea pecaminosa) y que induce a hablar siempre de “teología” mientras que lo que simplemente se esperaba era una “filosofía” (7).

 

Esta no distinción, por la que se esfuma tanto la noción de razón como la de la fe, permite comprender, por contraste, la postura peculiar de Giussani, la cual, gracias a la tradición agustiniana y tomista, rechaza toda mezcla híbrida de niveles. Puntualizar esto, con una referencia directa a la categoría de “sentido religioso”, requiere que vayamos, aunque sintéticamente, a las fuentes de su pensamiento.

 

  1. “Sobre el sentido religioso” de Giovanni Battista Montini

 

Acerca de la génesis de su obra El sentido religioso, Giussani recuerda que “la elección de la fórmula se apoyó históricamente en una Carta pastoral del entonces monseñor Montini a la diócesis de Milán, durante la Cuaresma de 1957. En ella se definía “el sentido religioso” como “síntesis del espíritu” (8). En su Carta el futuro Papa Pablo VI escribía que “el hombre moderno va perdiendo el sentido religioso” (9). Con esta categoría no se entendía la “interpretación inmanentista”,  que daba el modernismo, según la cual la dimensión religiosa “nace de las penumbras de la subconsciencia, casi como una necesidad de lo divino que va creándose su término, y volviéndose así consciente  y combinándose con algún dato histórico y sensible, se afirma como fe y religión” (10). Una lectura que derivaba  del protestantismo liberal del siglo XIX, justamente condenada, según el autor, por la encíclica Pascendi. Para Montini “el sentido religioso es una actitud natural del ser humano para percibir una relación nuestra con la divinidad” (11). Siguiendo a Tomás de Aquino, esta actitud pertenece a “las innatas aspiraciones (vires appetitivae) del hombre, sometidas al imperio de la razón, pero que se orientan instintivamente hacia Dios, casi guiadas por un poder superior (II, II, 68, 4)”. Así determinado, el sentido religioso resulta ser “como la apertura del hombre hacia Dios, la inclinación del hombre hacia su principio y hacia su último destino; la percepción imprecisa, que aparece intuitivamente en la conciencia, del propio ser dependiente y responsable; la postura sin forma y natural del alma acerca de su arcana relación con el Ser supremo; el innato gesto de la naturaleza humana en actitud de adoración y de súplica; la exigencia del espíritu  hacia un Infinito personal, como el ojo hacia la luz, la flor hacia el sol” (13). Según Montini “esta primigenia dirección del hombre deriva de su intrínseca y esencial estructura”(14). El sentido religioso pertenece, pues, a la dimensión natural del hombre, constituye el fondo de su ser criatura. Refiriéndose a tres exponentes de la escuela neotomista (R. Spiazzi, J. Maritain, R. Garrigou-Lagrange) el autor observa cómo este sentido, “anterior al razonamiento”, saca “de la realidad su razón de ser”(15). Más concretamente se trata de un “conocimiento pre-filosófico que es virtualmente metafísico” (16). En un examen atento “esta inmediata percepción religiosa revela un implícito y rapidísimo razonamiento” que “nos lleva de nuevo a las “vías” que conducen a la certeza de la existencia de Dios”(17). Algunos “maestros dignos de crédito clasifican el sentido religioso en el sentido común y demuestran que es la reserva de las certezas primordiales y fundamentales, propias de la razón natural espontánea, que posee la intuición de los primeros principios y que tiene en el ser su objeto formal”(18). Sin entrar en el detalles de las interpretaciones Montini observa, a modo de conclusión, que el sentido religioso puede definirse como “orientación –instintiva, consciente, racional y moral, tanto natural como sobrenatural- de la vida humana hacia Dios”(19). Es una innata y honesta disposición al encuentro con Dios(20) sobre el que se ejercita, con soberana libertad, la gracia sobrenatural. Para Montini “el sentido religioso, síntesis del espíritu, al recibir la palabra divina, empeña con la mente también a las otras facultades, y da una preciosa aportación, es decir, esa correspondencia que nosotros llamamos el corazón, y se vuelve sentido de presencia y comunión, propio de la religión, haciendo que la palabra divina no se reciba sólo pasivamente, sino de modo que se consiga un caluroso acto de vida”(21). Para el arzobispo de Milán, el sentido religioso se presenta como la “condición subjetiva” que hace que la fe sea viva y no formal. “Creemos –escribe- que la cuestión religiosa contemporánea ha de estudiarse y resolverse principalmente a este nivel, el del sentido religioso. Porque si faltase, ¿qué valdría nuestra religión exterior?[...] En nuestra opinión, este es un punto capital para la época en que vivimos. Por tanto, llamamos la atención sobre el sentido religioso, porque, si bien aún no es la religión, constituye, sin embargo, la base subjetiva, sin la cual la religión sigue siendo exterior, formalista, inactiva y frágil –peligro de ayer y de siempre- o incluso desaparece –peligro de hoy”(22).

 

Hace falta, pues, una “restauración del sentido religioso”(23). Lo que quiere decir, “ante todo, una rehabilitación racional del sentido religioso. Debemos comprender que éste no sólo es parte natural y espontánea, sino también legítima de la psicología humana: y no sólo legítima, sino parte necesaria y hermosísima. En efecto, se le ha confundido demasiado con las formas inferiores del espíritu, imperfectas, infantiles, sentimentales, ingenuas, supersticiosas; hay que darle el lugar y la función que se le deben”(24). Esto es posible en la medida en que su forma primitiva, instintiva, se “integra en el desarrollo armónico de las facultades superiores, la inteligencia y la voluntad”(25). Por su cuenta, en efecto, “el impulso inicial del sentido religioso puede llevar a no pocas desviaciones, a manifestaciones caprichosas y supersticiosas, y a un pietismo deplorable y peligroso”(26). Según Montini “toda la historia de las religiones demuestra la incansable tendencia, muchas veces humilde y sublime, otras tantas fantástica e innoble, del alma humana hacia lo divino; pero al final siempre estéril, si Dios mismo, en su infinita sabiduría y en su inmensa bondad, no hubiese tomado la iniciativa de la revelación, es decir, de la instauración de la verdadera religión”(27). La verdadera religión cumple la expectativa religiosa del corazón y, al mismo tiempo, la libera de todo lo inadecuado e impropio que contiene. Se debe, en efecto, “reflexionar que el sentido religioso no es criterio de verdad: es una necesidad de verdad”(28).

 

  1. Luigi Giussani: Il senso religioso, edición de 1958 (El sentido religioso)

 

En 1958 la Presidencia diocesana milanesa de la Juventud Italiana de Acción Católica publicó el texto Il senso religioso de Luigi Giussani(29). La obra depende, por su argumento y enfoque, de la carta pastoral de Montini, y también de la lectura de Dieu et nous (París, 1956) de Jean Danielou(30). El pequeño volumen, dividido en diez breves capítulos –Origen del sentido religioso; Cómo se realiza el sentido religioso; La realidad como signo; La historia del sentido religioso: lo positivo; La historia del sentido religioso: lo negativo; La iniciativa divina; Dios con nosotros; ¿Dónde está ahora Cristo?; Iglesia: verdad y vida; El testimonio- asume la categoría de “sentido religioso” inspirándose claramente en la formulación “escolástica” dada por Montini. La dimensión religiosa se compara con una capacidad. “Se trata de una capacidad activa, que orienta dinámicamente nuestro ser en una dirección determinada. Los antiguos filósofos escolásticos llamaban a esta cualidad o inclinación viva de nuestra persona “vis appetitiva”, fuerza de aspiración”(31). En el caso de la orientación del hombre hacia lo divino “esta capacidad de entrar en relación con Dios es el sentido religioso. Éste es, por consiguiente, una cualidad característica de nuestra naturaleza, que predispone al alma a que aspire a Dios y, en cierto modo, casi la inclina a que intente aferrarse a Dios. Entre todas las potencialidades de nuestras naturaleza, el sentido religioso es sin duda la fundamental, ya que todas las demás se refieren a bienes particulares, mientras que ésta hace relación al bien final y definitivo. Por lo tanto, la capacidad natural que constituye el sentido religioso reúne en cierta manera todos los fines de las demás potencialidades de nuestra persona. Por esa razón, en una pastoral de Cuaresma de 1957, el entonces Excm. Mons. Montini definía el sentido religioso como “síntesis del espíritu” ”(32).

 

El “sentido religioso es, pues, algo que nos es dado con nuestra misma existencia; es parte integrante del don del ser; es un elemento de la misma estructura de nuestra naturaleza”(33).

 

Se trata de una capacidad que, como todas las demás no se traduce en acto por sí misma, sino que debe ser “provocada, impulsada, para ponerse en acción”(34). En el sentido religioso “no se pone en movimiento espontáneamente, como si no necesitase de nada salvo de él mismo, casi a la manera de desarrollarse un sueño o deslizarse un sentimiento difuso. Hay muchos que defienden esto. La historia les llama “modernistas”, y están entre todos los que interpretan la religiosidad como una impresionabilidad particular de ciertos individuos, expresada por temores y deseos, sin que les corresponda necesariamente realidad objetiva alguna”(35).

 

Por otra parte la incitación, que pone en movimiento el sentido religioso, no viene hecha “directamente por Dios, como pretenden los llamados “ontologistas”; como si el espíritu humano intuyera a Dios, aunque sea confusamente de la misma forma que el ojo ve las cosas”(36). De acuerdo con la tradición tomista Giussani afirma que “el impulso que pone en movimiento el sentido religioso del espíritu humano viene de Dios a través de la realidad creada. Dios actualiza la vocación original continuamente por medio del mundo”(37). La realidad creada se presenta como una Palabra, una revelación natural que a través de varios grados –la existencia de las cosas, el cosmos, la percepción del orden como Providencia, el movimiento de los pueblos, el descubrimiento del yo como dependiente, la conciencia del bien y del mal- conduce al descubrimiento de Dios. El mundo es signo que mientras revela, vela. De donde deriva la aventura de la libertad que se manifiesta en la interpretación del signo. Su historia es la historia del sentido religioso del que el autor traza lo positivo y lo negativo: el riesgo constantemente presente de la idolatría. De ésta, de su inevitable reducción de la inclinación religiosa, nos libra la Revelación cuya plena legitimidad la justifica a partir de Santo Tomás ( Summa theologica, I, 1,1) y de una cita del Fedón de Platón. El texto termina preguntándose “¿cómo encontrar al Cristo que hace 2000 años caminaba por los caminos de Galilea y Judea?”(38). La respuesta señala en la Iglesia la presencia actual de Cristo y en el testimonio el método de comunicación e esta presencia.

 

3. Luigi Giussani: Il senso religioso, edición de 1968 (El sentido religioso)

 

            En 1968 la editora Jaca Book de Milán publicó el volumen Il senso religioso [El sentido religioso, Ediciones Encuentro, Madrid, 1978]. En este texto Giussani retoma gran parte  del ensayo del 58 subdividiéndolo en cuatro partes: la primera dedicada a “El fondo de la cuestión”; la segunda sobre “Conocimiento y misterio” compuesta por cuatro capítulos (Sentido religioso y realidad; El signo; El Dios escondido; El ídolo); la tercera sobre la “Revelación” con dos capítulos (Abraham; Jesús); la cuarta sobre “Presencia e historia” con dos capítulos (Iglesia: presencia de Cristo; Iglesia: obra de redención). Respecto al texto de 1958 la parte más original es seguramente la primera. En ella la manifestación del sentido religioso se identifica ahora con el surgir de las preguntas fundamentales sobre el significado del ser y de la existencia. En dicha formulación se entrevé el proceso de acercamiento entre sentido religioso y razón que, invocado por Montini, y, presente desde la reflexión inicial de Giussani, no va, sin embargo, en perjuicio de la dimensión del “corazón”. En Il senso religioso de 1958 Giussani citaba ya a Jolivet: “Instinto religioso y corazón son solamente nombres distintos de una única y misma razón que busca una explicación inteligible del hombre y del cosmos”(39).

 

            En el texto del 68, después de haber recordado el Canto nocturno de un pastor errante de Asia de Giacommo Leopardi, con su inquieto preguntar bajo un cielo aparentemente mudo, aparece la definición, nueva, según la cual “El sentido religioso se halla exactamente al nivel de estas preguntas; de manera más precisa, el sentido religioso surge cuando en esas preguntas aparece un adjetivo (o adverbio) muy importante: ¿cuál es el sentido exhaustivo de la existencia? ¿Cuál es el significado último de la realidad? ¿Por qué en el fondo merece la pena vivir? El contenido del sentido religioso coincide con estas preguntas y con cualquier respuesta a dichas preguntas”. (40) Aunque se niegue su valor teórico y filosófico, sin preguntas que no pueden evitarse. “Se trata, pues, de interrogantes a un nivel inevitable, implícito en cualquier situación humana. Por el mismo hecho de vivir una persona cinco minutos afirma la existencia de un algo por lo cual, en último término, merece la pena vivir esos cinco minutos; por el mismo hecho de continuar uno viviendo afirma la existencia de un quid que, en último término es el sentido de su vida. El contenido del sentido religioso tiene una implicación inevitable: de la misma manera que al abrir unos ojos ve los colores y las formas, así también por el mero hecho de que uno vive está implicando la existencia de aquél. La misma naturaleza de nuestra razón, de nuestro pensamiento, de nuestra conciencia, aparece como sentido religioso”(41). Desde este punto de vista no existe propiamente el ateísmo, sino la idolatría. “Sea cual sea el principio o valor que se dé como respuesta a aquellos interrogantes, es expresión de una religiosidad y afirmación de un dios: en realidad, a este principio, cualquiera que sea, el hombre rinde culto incondicional.”(42)

 

            Se trata de especificaciones importantes. Por lo que se refiere a lo demás, el texto de 1968 mantiene la definición “escolástica”, presente en el anterior, del sentido religioso como inclinación, capacidad, “vis appetitiva, “síntesis del espíritu” (Montini). Al igual que se mantiene la crítica contra los ontologistas y contra la pretensión de una vía hacia Dios que no pase por la realidad.

 

  1. Luigi Giussani: Il senso religioso, edición de 1986 (El sentido religioso)

 

La edición de 1986 de Il senso religioso [El sentido religioso, Ed. Encuentro, Madrid, 1987] presenta, respecto a las anteriores, importantes novedades y es, hasta hoy, la expresión más completa del autor sobre el tema (43). Son nuevos los primeros cuatro capítulos –Realismo; Racionabilidad; Influjo de la moralidad en la dinámica del conocimiento; El sentido religioso: punto de partida- además de los capítulos seis, siete, ocho y nueve que tratan de las “Posturas irrazonables frente al interrogante último” y de “Prejuicio, ideología, racionalidad y sentido religioso”. Desaparece, en cambio, la tercera parte de la edición de 1986, dedicada a la Revelación y a la Iglesia, que, ampliada, formará dos volúmenes sucesivos (44). En el texto de 1986 la fórmula del recorrido hacia el significado último es: vivir lo real. Contrariamente a la concepción común, según la cual la elevación religiosa requiere la negación del mundo exterior  el retorno del alma a sí misma, “la única condición para ser siempre y verdaderamente religiosos es vivir intensamente lo real”.(45)

 

Se trata de un “realismo” que coherentemente con la tradición tomista, procede del objeto al sujeto. Para el hombre “la intuición primera es, [...], el asombro ante lo dado y ante el yo como parte de este dato, de lo dado, lo existente. Primero te impresionas y luego te das cuenta de la instancia religiosa que mueve su yo no en abstracto, mediante un movimiento de autorreflexión, sino, en concreto, a partir de los actos que lo ponen en relación con el mundo. Se trata, también en este caso, de un principio fundamental de gnoseología tomista por el que el alma no tiene una comprensión “tética” e inmediata de sí misma. Sólo el yo-en-acción puede llegar al conocimiento de sí mismo. “Los factores constitutivos del hombre se perciben cuando están comprometidos en la acción; de otro modo no se notan, es como si no existieran, se borran”(47).

 

El encuentro con lo real permite “realizar” esas “inclinaciones” que constituyen el material de nuestro yo, su naturaleza, inclinaciones que, si no, quedarían latentes y no expresadas. En la obra de 1986 este conjunto de exigencias es indicado como el criterio “inmanente a la estructura originaria de la persona” (48). Se trata de una “experiencia original, primordial, que constituye mi rostro de la confrontación con todo. Lo que todo hombre tiene el derecho y el deber de aprender es la posibilidad y la costumbre de comparar toda propuesta con esta experiencia elemental”(49). Ésta viene de “un conjunto de exigencias y evidencias con las que el hombre se siente impelido a confrontar todo lo que existe. La naturaleza lanza al hombre a la comparación universal consigo mismo, con los otros, con las cosas, dotándolo –como instrumento para esta confrontación universal- de un conjunto de evidencias y exigencias originarias; de tal modo originarias que todo lo que el hombre dice o hace depende de éstas. Se les podría dar muchos nombres; se pueden resumir en diversas expresiones (exigencia de felicidad, exigencias de verdad, exigencias de justicia, etc.). En todo caso son como una chispa que pone en marcha el motor humano; antes de ellas no se da ningún movimiento, ninguna dinámica humana”.(50)

 

Esta scintilla animae no es, como en la tradición neoplatónica el “divino-en-nosotros”, no es la Idea Christi, sino que, como fruto de la creación, es una “impronta interior”, un “rostro interior”, un “corazón” (51). Para Giussani, el corazón es el lugar de la experiencia elemental. De este modo se acoge la acepción bíblico-agustiniana del corazón como sede del ímpetu original de la persona. Según dicha acepción el yo es “inquieto”, está marcado por exigencias que urgen hacia una satisfacción total y que encuentran sólo parcial solución en el ámbito del mundo. De aquí la búsqueda por parte del yo de algo o de alguien que “corresponda” a su corazón. En la verificación de esta correspondencia entre el yo-en sí mismo y los objetos que encuentra reside la noción original de “experiencia” que está en el centro de la reflexión de Giussani. Según esta noción una postura es más razonable y más verdadera cuanto más corresponde a la huella interior, objetiva, que está en la raíz del yo. Como escribe el autor en Il rischio educativo: “la verdad es una “adequatio rei et intellectus”, una correspondencia del objeto con la autoconciencia, con la conciencia de sí mismos, es decir, con la conciencia de esas exigencias que constituyen el corazón”(52). Esta “correspondencia” no puede certificarse a priori, de modo que pueda idealmente “construir” la figura del objeto a partir del sujeto. El “corazón” no es una idea y el yo no conoce la “medida” de su corazón. Esto significa que sólo la realidad del objeto, cuando se presenta de hecho, puede revelar al yo tanto su deseo como la medida de su satisfacción. De esto se derivan una serie de consecuencias, sobre la relación entre natural y sobrenatural, que, en el contexto teológico actual, asumen una importancia particular.

 

  1. Sentido religioso y Acontecimiento cristiano

 

La primera de estas consecuencias es que “el objeto propio y adecuado para la exigencia existencial es inconmensurable con la razón como medida”(53). Hay una desproporción, constantemente subrayada por Giussani, entre la pregunta que procede de la exigencia religiosa y su posibilidad de respuesta. El yo intuye, a partir del dinamismo de su naturaleza, que esta respuesta existe. Y, sin embargo, es huidiza y enigmática. “El hombre consciente se da así cuenta de que el sentido de la realidad, esto es, el contenido último de la razón es una “x” incomprensible , es decir, no puede ser hallado dentro del proceso de búsqueda inherente a la capacidad de memoria de la razón. Está fuera. La razón, en su vértice, puede llegar a captar su existencia, pero una vez alcanzado este vértice es como si desfalleciera, no puede ir más allá. La percepción de la existencia del misterio representa el vértice de la razón”(54). Ver este límite hace que sea razonable la hipótesis de la Revelación sin que, por ello, ésta, como forma y como contenido, pueda deducirse de la estructura de nuestro ser. Frente a una posible manifestación de Dios en la historia “una indagación sobre el sentido religioso no lleva a entender si el cristianismo nos trasmite una noticia verdadera o falsa”(55). El método existencial, centrado en el descubrimiento de las inclinaciones inmanentes del yo, debe en este caso dar prioridad a un método que permita comprender las formas histórico-objetivas de una presencia de lo divino. Se da, por consiguiente, un “cambio radical del método religioso”(56). La “metodología religiosa perdería, en esta hipótesis, todas sus características inquietantes de remisión enigmática a algo lejano, y coincidiría con la dinámica de una experiencia, la experiencia de algo presente, la experiencia de un encuentro”(57).

 

La prioridad del objeto sobre el sujeto no significa, sin embargo, la anulación de este último. Tendríamos, en este caso, una especie de “positivismo” de la Revelación tal y como sucede en Karl Barth. La teología del Evento no puede realizarse sobre las cenizas de la naturaleza humana. También después de la Revelación la educación al “sentido religioso”, evocada por Montini, mantiene su valor. “Por esto, a la hora de afrontar como tema la hipótesis de una revelación cristiana, nada es más importante que la pregunta sobre la real condición del hombre. No sería posible darse cuenta por completo de qué quiere decir Jesucristo sin antes captar bien la naturaleza de ese dinamismo que hace del hombre un hombre. En efecto, Cristo se ofrece como respuesta a lo que “yo” soy [...]. Sin esta conciencia ni siquiera Jesucristo llega a ser más que un simple nombre”(58).

 

Una respuesta a una pregunta que no se plantea no es una respuesta. Así el cristianismo, como verdad del hombre, implica una comprensión de la naturaleza del hombre, de su ser que exige. Esta naturaleza, sin embargo, y es un segundo relieve , no sólo no posee, inmanente, la forma de la Revelación, sino que tampoco puede constituir la condición previa de la manifestación divina. Prioridad del objeto significa, en este caso, que sólo en el encuentro con el Misterio “presente” se provocan los corazones, se les saca a la luz, más allá de las expectativas y de las inclinaciones manifestadas antes. El cristianismo es un “acontecimiento que acontece, antes de toda consideración, en el hombre religioso y no religioso. Es la percepción de este acontecimiento lo que resucita o potencia el sentido elemental de dependencia y el núcleo de evidencias originarias a las que damos el nombre de sentido religioso”(59). Comentando esta opinión el cardenal Hamer observaba que en el encuentro cristiano, según Giussani, “no hacen falta requisitos de orden cultural, religioso o moral. Cristo es la respuesta adecuada a los deseos más profundos del hombre. Pero la conclusión no es el desarrollo natural y progresivo de la espera humana. La espera recibe una respuesta que supera con creces la pregunta planteada”(60).

 

La incongruencia entre pregunta y respuesta, naturaleza y gracia, es un desnivel que no elimina la verificación que a poteriori el yo tiene del Acontecimiento cristiano. “Todas las razones para afirmar a Dios se reducen a ésta: que con Cristo el hombre es más humano. Sólo hay un criterio último, la correspondencia con lo humano, y no hay nada que corresponda más a lo humano que esto”(61). En este sentido “La fe es ofrecida como la suprema racionalidad, dado que el encuentro con el acontecimiento que la vehicula genera una experiencia y una correspondencia con el hombre impensada e impensable”(62).

 

Este “impensable” es el eco del estupor frente a un Acontecimiento que supera toda medida. La realidad de Cristo corresponde a las expectativas del corazón de una forma que trasciende toda imaginación. De este modo, a partir de una clara distinción entre naturaleza y gracia, Giussani puede evidenciar tanto la forma de “Acontecimiento” propia del cristianismo –Evento excepcional e inesperado que corresponde al corazón del hombre- como la “inquietud” del yo que tiende dinámicamente a una satisfacción que supera sus posibilidades. Con esto, en un panorama teológico a menudo confuso, él ofrece una ayuda que se hace apreciar por claridad, lucidez y equilibrio.

 

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Notas

* Dr. en Filosofía. Catedrático de Filosofía de la Religión en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Perugia (Italia), Así mismo, imparte clases de Estética, Ética y Teología filosófica en la Pontificia Facultad Teológica “S. Buenaventura”, recientemente ha tomado la cátedra “filosofía y cristianismo” en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum. Entre sus obras publicadas destacan: La figura di Cristo in Hegel, (1983), Romano Guardini. Dialettica e antropología (1990), L´etá dello Spirito in Hegel. Dal Vangelo “storico” al Vangelo “eterno” (1995), Posmodernidad y cristianismo. ¿Una radical mutación antropológica? (1997), y recientemente, Memoria, evento, educazione (2000). Colaborador de las revistas 30Días, Il Nuovo Areopago, COMMUNIO. Revista Católica Internacional de Teología

 

 

[1] Cfr. Los textos de las relaciones en Huellas-Litterae Communionis, No. 1, enero de 1998.

 

[2] Cfr. El reportaje del encuentro en Huellas-Litterae Communionis, 9, octubre de 1988, páginas 34-37. Las relaciones del cardenal J.F. Stafford y de D. Schindler las publicó Il Nuovo Areopago, 3 (1998), págs. 37-52; 15-36.

 

[3] Cfr. Los textos de las relaciones en: Realtá, ragione e fede nel pensiero di Luigi Giussani, suplemento de Huellas-Litterae Communionis, 3, marzo de 1999.

 

[4] L. Giussani –S.Alberto –J. Prades, Generare tracce nella storia del mondo, Milán, 1998, p. 20.

 

[5] K. Rahner, Hörer des Wortes, Múnich, 1963, pág. 216.

 

[6] Op.cit., p. 224.

 

[7] H. U. von Balthasar, Rechenschaft 1965, Einsieldeln, 1965, p. 14.

 

[8] Entrevista a monseñor Luigi Giussani, por A. Sicari, en Communio, 98-99, marzo-junio de 1988, pág. 186. Giussani sigue diciendo: “La expresión, sin embargo, no hacía más que confirmar una especie de sedimento que todo el estudio de la teología me había dejado dentro. Ya en los años de estudios teológicos, en el seminario, me convencí de que el “sentido religioso” define la naturaleza misma de la razón humana en su expresión acabada y última, que es la exigencia de un significado total” (ibídem).

 

[9] G.B. Montini, “Sul senso religioso”, Carta pastoral a la archidiócesis de Milán, Milán, 1957, p. 2.

 

[10] Op.cit., p. 3.

 

[11] Ibídem.

 

[12] Op.cit., p. 4.

 

[13] Ibídem, subrayado nuestro.

 

[14] Ibídem, subrayado nuestro.

 

[15] Op.cit., p. 5.

 

[16] Ibídidem.

 

[17] Ibídidem.

 

[18] Ibídidem.

 

[19] Ibídidem.

 

[20] Op.cit., p. 6.

 

[21] Op.cit., p. 7

 

[22] Ibídidem.

 

[23] Op.cit., p. 11.

 

[24] Ibídidem.

 

[25] Op.cit., p. 14

 

[26] Ibídidem.

 

[27] Ibídidem.

 

[28] Op.cit., p. 15

 

[29] Igualmente en 1958 y editado por el mismo organismo, apareció anónima, en las ediciones “Fonte Júniores”, una edición distinta del Il senso religioso. Dividida en nueve lecciones, y con un planteamiento más didáctico, esta edición retoma, aunque en diferente orden, afirmaciones y definiciones presentes en el texto de Giussani, dejando suponer que el autor de las dos publicaciones es el mismo.

 

[30] “De donde más he sacado ha sido de un libro suyo [J. Danielou] sobre la existencia de Dios: Dio e noi” (Seminario con Monseñor Luigi Giussani, en AA.VV., Anuario teologico 1984, editado por ISTRA, Milán 1985, p. 134).

 

[31] L. Giussani, Il senso religioso, Milán, 1958, p. 3.

 

[32] Op.cit., p. 3-4.

 

[33] Op.cit., p. 4.

 

[34] Op.cit., p. 5.

 

[35] Ibídidem.

 

[36] Ibídidem.

 

[37] Ibídidem.

 

[38] Op.cit.

 

[39] Op.cit., p. 9. La cita está tomada de R. Jolivet, Le Dieu des philosophes et des savants, París, 1956, p. 17.

 

[40] L. Giussani, Il senso religioso, Milán, 1968, trad. esp., El sentido religioso, Ed. Encuentro, Madrid, 1978, p. 16.

 

[41] Op.cit., p. 17.

 

[42] Ibídidem.

 

[43] La última edición de Il senso religioso, Rizzoli, Milán, 1997, con introducción del card. J.F. Safford, no presenta, fuera del aparato de notas y de los índices, modificaciones respecto a la de 1986.

 

[44] L. Giussani, All´origine della prestesa cristiana, Milán, 1988, trad. esp., Los orígenes de la pretensión cristiana, Ed. Encuentro, Madrid, 1989; Perché la Chiesa, tomo I, La pretesa permane, Milán, 1990, trad. esp., Por qué la Iglesia, tomo I, La pretensión permanece, Ed. Encuentro, Madrid, 1991; Perché la Chiesa, tomo II, Il segno efficace del divino nella storia, Milán, 1992, trad. esp., Por qué la Iglesia, tomo II, El signo eficaz de lo divino en la historia, Ed. Encuentro, Madrid, 1993.

 

[45] L. Giussani, Il senso religioso, Milán, 1986, trad. esp., El sentido religioso, Ed. Encuentro, Madrid, 1987, p. 135.

 

[46] Op.cit., p. 129.

 

[47] Op.cit., p. 51.

 

[48] Op.cit, p. 17.

 

[49] Ibídidem.

 

[50] Op.cit., p. 18.

 

[51] Op.cit., p. 19.

 

[52] L. Giussani, Il rischio educativo. Come creazione di personalitá e di storia, Turín, 1995, pág. XX.

 

[53] L. Giussani, Los orígenes de la pretensión cristiana, op.ci., pág. 10.

 

[54] Op.cit., pág. 11, el subrayado es nuestro.

 

[55] Op.cit., pág. 46

 

[56] Op.cit., pág. 41, el subrayado es nuestro.

 

[57] Ibídidem.

 

[58] Op.cit., pág. 10.

 

[59] L. Giussani, “El poder del laico, es decir, del cristiano”, entrevista de A. Scola , 30Días, n. 3, agosto-septiembre, 1987, p. 52.

 

[60] J.-J. Hamer, introducción a L. Giussani, Está porque actúa, suplemento de 30Días, No. 81, 1994, pág. 6.

 

[61] L. Giussani, Realtá e giovinezza. La sfida, 1995, trad. esp., Los jóvenes y el ideal. El desafío de la realidad, Ed. Encuentro, Madrid, 1996, p. 89.

 

[62] L. Giussani, Il rischio educativo. Como creazione di personalitá e di storia, Turín, 1995, pág. XXII. El subrayado es nuestro.

 

 

 

Fuente: Revista Internacional 30Días en la Iglesia y en el mundo, Año XVII, No. 5, 1999.
Remitido por nuestro colaborador Sergio Rubén Maldonado.