Para qué sirven los filósofos
Por
ROBERT SPAEMANN * El texto
recoge las palabras de agradecimiento que pronunció el gran pensador
alemán Robert Spaemann tras recibir el Premio Roncesvalles de
Filosofía el pasado 3 de mayo.
EL PADRE DE NUESTRO GREMIO filosófico, Sócrates, fue
invitado a proponer un castigo que le pareciera adecuado para sancionar su
atentado contra la political correctness de Atenas. Respondió con una
provocación al tribunal al solicitar, como benefactor de su patria, poder
comer todos los días gratis en el palacio de gobierno. Fue sobre todo esta
desvergüenza la que le hizo merecer la pena de muerte. Como buenos
demócratas, los atenienses eran sensibles a todo lo que consideraban
arrogancia.
Los tiempos cambian, como se puede ver en esta celebración en el palacio del
Gobierno de Navarra. Según he oído, el presidente Miguel Sanz nos va
a ofrecer -aunque solamente hoy, y no a diario- algo de comer y beber. Pero
antes me ha hecho entrega de esta preciosa medalla, que me otorgan mis colegas
de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, después
de que me hubieran hecho uno de los suyos al concederme hace años el
doctorado honoris causa.
¡Y todo esto en el palacio del gobierno! ¿Qué ha cambiado a este respecto
en comparación con los tiempos de Sócrates? Un filósofo tiene que
hacer aquí examen de conciencia. ¿Acaso se ha vuelto políticamente correcto
en lugar de ser un correctivo? ¿Es posible que la sociedad llegue a
interesarse por la filosofía? Se trata aquí del interés por plantear
públicamente cuestiones cuyo ocultamiento es, precisamente, lo que asegura la
estabilidad de nuestra vida cotidiana. Es decir, hablamos de las así llamadas
"preguntas últimas".
Es justamente la reflexión y el discurso continuado acerca de estas
"preguntas últimas" lo que define a la filosofía. Para sí misma,
la filosofía no conoce tabúes. Pero ella piensa en el sentido de los tabúes
vigentes en la vida pública. "El que dice que no es necesario honrar a
los dioses ni amar a los padres no merece argumentos, sino una
reprimenda", escribe Aristóteles. La filosofía puede decir por
qué esto es así. Y lo dice con argumentos. Esto sólo es posible cuando
también se permite argumentar en contra, como ocurre en el seminario
filosófico. Aquí debe ser legítimo defender la inmoralidad, la ley del más
fuerte, la eutanasia o el racismo. Pero este es también el ámbito donde se
puede comprender por qué en la sociedad -allí donde no se trata de la
búsqueda de la verdad, sino de la praxis- no se puede defender todo. La
filosofía es esencialmente anarquista y sólo puede cultivarse en un ámbito
de anarquía teórica. Aunque ella está muy lejos de trabajar a favor de la
anarquía práctica.
ESTADO, SOCIEDAD Y FILOSOFÍA
¿Qué interés pueden tener el Estado y la sociedad por la filosofía? ¿Qué
interés puede tener que los fundamentos del orden social se conviertan en
objetos de la reflexión crítica Precisamente, el estado moderno no deriva su
legitimidad de la verdad de determinadas convicciones, sino de la corrección
procedimental de sus mecanismos de decisión. Non veritas sed auctoritas
facit legem, dice Thomas Hobbes. Pero conviene tener claro que la
legalidad procedimental proporciona legitimidad tan sólo mientras esos
procedimientos alumbran decisiones que están de acuerdo con las intuiciones
humanas elementales acerca de la justicia. Se puede prescindir de las
cuestiones relativas a la verdad y la justicia sólo en la medida en que la
paz interna constituya el supremo valor absoluto.
Pero hay siempre circunstancias en las que los hombres consideran que no vale
la pena conservar esta paz. Circunstancias en las que se puede afirmar, con Bertold
Brecht: "Hemos decidido temer más nuestra mala vida que la
muerte". No es posible desterrar del discurso público la pregunta acerca
de la vida buena. Pero esta es la pregunta propia de la filosofía. Y una
sociedad sólo es libre en la medida en que posibilita ese discurso. La
filosofía no depende del reconocimiento social. La reflexión libre sobre las
"preguntas últimas", en diálogo con los que las han pensado desde
antiguo, tiene siempre lugar, incluso cuando los que lo hacen se ven obligados
a ganarse a duras penas el sustento como bibliotecarios, limpiadores de
ventanas o presidiarios. Pero la experiencia muestra que los sistemas que
intentan aislar a los filósofos de esta manera son mucho más inestables que
las sociedades libres, que pagan a los profesores de filosofía sin
prescribirles lo que tienen que enseñar.
CÓMO HACER INOFENSIVAS LAS OPINIONES
Esto se puede entender como una refinada estrategia de inmunización. Los
filósofos y los otros intelectuales pueden hablar todo lo que quieran. Es la
manera más segura de hacer inofensivas sus opiniones. De hecho, los
escritores han comprobado con frecuencia que la influencia de los
intelectuales disidentes es mucho mayor en estados con una libertad de
expresión limitada que en las sociedades libres. Aquí, lo que el filósofo
sabe o cree saber no tiene más valor que el de una opinión entre otras. Los
filósofos no pueden pretender que la distinción entre doxa y episteme,
entre opinar y saber, o la diferencia entre un filósofo y un sofista,
encuentre un reconocimiento social general.
Es la misma filosofía la que hace inteligible esa diferencia. Para el estado
no hay diferencias entre filósofos y sofistas, como, por lo demás, ya
ocurría en la Atenas de los tiempos de Sócrates. No obstante, ese
estado tiene cierto interés en la existencia y actividad de esos hombres: es
el interés por que los procesos sociales no se desarrollen de manera
puramente espontánea y violenta, sino bajo la forma de un debate basado en
argumentos.
Es el mismo interés que fundamenta la obligación de acudir a juicio con un
abogado. El hecho de que una de las partes disponga del mejor abogado no
significa que la justicia esté de su lado. Es igualmente improbable que
ninguna de las partes tenga razón. Puede ocurrir perfectamente que una de las
partes tenga toda la razón y disponga a la vez del peor abogado. En cualquier
caso, la obligación de contar con un abogado defensor está bien fundada. No
es deseable que las partes se ataquen con violencia o que expresen mediante
gritos la urgencia de sus intereses. Deben más bien argumentar. Y es el juez
el que al final sopesa, no intereses, sino fundamentos y argumentos a favor de
intereses. Filósofos y sofistas, los intelectuales en general, son abogados
defensores del conjunto de la sociedad.
COMO A VECES SOMOS ÚTILES...
Los filósofos son también otra cosa, pero esto sólo lo entienden ellos
mismos y los otros filósofos. No hay motivo para pagarles por ello o
distinguirlos con premios. Pero como a veces resultamos útiles como
ciudadanos gracias a nuestra competencia argumentativa, de modo ocasional se
nos da de comer públicamente en el pritaneo.
Doy gracias por ello sinceramente y de corazón. En este caso, mi corazón
latió más fuerte cuando oí el nombre del premio que recibo: Roncesvalles.
No hubiera sido posible imaginar algo más romántico. Nin tampoco algo que
fuera más importante para una democracia. Las democracias sólo pueden
resultar buenas y duraderas cuando las almas de sus ciudadanos no son
democráticas. Por fortuna, los demócratas de los países libres emplean en
el trato el término "señor" y no otros como "ciudadano"
o "camarada".
En el ámbito político, hoy no sabríamos qué hacer con una figura como Carlomagno.
Por eso mismo es de la mayor importancia que encuentre un trono en el corazón
de cada europeo. En política es más importante la capacidad para el discurso
que la habilidad en el manejo de las armas.
Pero sólo los que conservan vivo el recuerdo de la espada de Rolando
merecen ser escuchados. En política no importa tener razón sin más, sino
que esa razón sea reconocida públicamente.
Pero sólo merecen ese reconocimiento los que consideran, siguiendo la
inspiración socrática, que es mejor sufrir la injusticia antes que
cometerla. Sócrates y Rolando merecen ser recordados más por su
muerte que por su vida.
Si la filosofía deja de ser la doctrina de la buena muerte, tampoco lo es de
la vida buena. Entonces desaparece, deja de existir y ya no quedarán más que
los sofistas.
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*Biografía:
Robert Spaemann es profesor emérito de la Universidad de Munich. Además, ha
sido profesor visitante en las Universidades de Río de Janeiro, Salzburgo,
París (La Sorbona), Berlín, Hamburgo, Zurich o Moscú. También se le ha
galardonado con diversas distinciones: doctor honoris causa por las
Universidades de Friburgo (Suiza), Santiago de Chile, Universidad Católica de
América y Universidad de Navarra. Ha recibido también la Medalla Tomás Moro
(1982) y la Cruz del Mérito de Alemania (1ª clase, 1987). Asimismo, es
"Officier de I"Ordre des Palmes Academiques" (1988), miembro
fundador de la Academia Europea de las Ciencias y de las Artes y miembro de la
Academia Pontificia Pro Vita en Roma.
Su obra está principalmente dedicada al ámbito de la filosofía práctica.
Destacan sus escritos Crítica de las utopías políticas (1977, 1980),
Ética: Cuestiones fundamentales (1987), Lo natural y lo racional: Ensayos de
antropología (1987, 1989), Felicidad y benevolencia (1991) y Personas: Acerca
de la distinción entre algo y alguien (1996, 2000).
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De la revista Nuestro Tiempo Nº 564. Junio 2001. (Págs. 47-51)