Persona femenina, persona masculina
Por
Blanca CASTILLA Y CORTÁZAR
Conferencia pronunciada en Zayas, el 18 de Marzo de 2000.
En el templo de Delfos constaba el oráculo: “Conócete a tí mismo”. Siglos
después comenta Rousseau: «El más útil y menos adelantado de todos los
conocimientos humanos me parece que es el del hombre, y me atrevo a decir que la
inscripción del templo de Delfos contiene en sí sola un precepto más difícil
que todos los gruesos libros de los moralistas»[1].
SUMARIO:
1. El conocimiento propio.
2. ¿Qué es la sexualidad?
3. Aspectos que incluye la sexualidad.
4. Persona y sexualidad.
5. Complementariedad varón-mujer.
6. Persona femenina, persona masculina.
1. El conocimiento propio
A lo largo de la historia el ser humano ha querido conocerse a sí mismo, pero
esta tarea resulta árdua. En pleno siglo XVIII es Kant el que retoma la
cuestión, formulando lo que ha venido a llamarse el giro antropológico de la
filosofía moderna. Kant pregunta con el Salmo VIII: ¿Qué es el hombre? Y
sitúa dicha pregunta en cuarto lugar tras las preguntas de la Metafísica
(«¿qué puedo saber?»), de la Moral («¿qué debo hacer?») y de la
Religión («¿qué me cabe esperar?»). E inmediatamente añade: «pero en
última instancia se podrían reconducir todas a la Antropología, porque las
tres primeras preguntas apuntan a la cuarta».
La pregunta por el hombre se pone entonces en el centro de la filosofía, como
aquella cuestión hacia la que apuntan el resto de los conocimientos humanos.
Esta pregunta acoge hoy dimensiones muy concretas, pues se desea saber no
solamente qué es el ser humano en general, o en abstracto, sino el hombre
concreto, en su singularidad irrepetible. Pues bien, esta singularidad acoge
el cuerpo, y acoge el sexo, el ser varón o ser mujer. Se reclama hoy una
filosofía de cuerpo. Y también una filosofía de sexo. Desde muchas ciencias
y por diversas cuestiones sociales, se abre hoy la pregunta acerca de la
sexualidad, una característica que aparece ya en el mundo animal, pero que
cobra unos matices muy peculiares en torno al ser humano.
Antes de continuar es preciso decir que hasta hoy hay poca filosofía en torno
al cuerpo y menos en torno a la sexualidad. Y, sin embargo, hay muchas
cuestiones que dependen de su estudio: el tema de la homosexualidad, presente
en la sociedad; la estructura del amor y de la familia; la peculiar
aportación de cada sexo a la cultura y al mundo de trabajo. Y dentro de los
temas teológicos está la conceptualización de la imagen de Dios en el ser
humano, el tema del sacerdocio de la mujer, etc.
Durante los últimos años me he dedicado a pensar y a escribir sobre la
feminidad y la masculinidad. Para hacerlo es preciso profundizar en diversas
categorías como la igualdad y la diferencia. También sobre la relación,
sobre la apertura, sobre la persona. Al hacerlo he encontrado dos categorías
alrededor de las cuales giran las demás: complementariedad y modalización.
Sobre ellas he escrito dos libros. Uno trata sobre “La Complementariedad
varón-mujer. Nuevas hipótesis”. El otro lo he titulado “Persona
femenina, persona masculina”, pues la modalización configura, a mi
entender, dos tipos de persona. Veamos algunas de las tesis más importantes
de estos dos escritos.
2. ¿Qué es la sexualidad?
En primer lugar habría que preguntar: ¿qué es la sexualidad? ¿Qué
importancia tiene esta característica en la antropología? ¿Tenemos
sexualidad porque somos seres corporales o es una manifestación de
estructuras más profundas? De un modo drástico se podría preguntar, ¿nos
asemeja la sexualidad a los animales o nos hace parecernos a Dios?
Para empezar quiero recoger la distinción lingüística, posible en el
castellano, que hace Julián Marías: la diferencia entre los adjetivos
«sexual» y «sexuado». Con palabras de Marías: «La actividad sexual es
una limitada provincia de nuestra vida, muy importante pero limitada, que no
comienza con nuestro nacimiento y suele terminar antes de nuestra muerte,
fundada en la condición sexuada de la vida humana en general, que afecta a la
integridad de ella, en todo tiempo y en todas sus dimensiones»[2].
La sexualidad, por tanto, entendida como condición sexuada, no se reduce
simplemente a una actividad concreta que requiere unos órganos específicos,
sino que abarca toda la modalización que hace que el varón y la mujer sean
iguales y distintos en todas las facetas de su ser, desde el tono de voz hasta
la manera de andar[3]. Los genetistas han calculado esa diferencia en un 3%,
pero se halla en cada célula de nuestro cuerpo.
En el s. XIX la sexualidad se puso en el centro de la antropología. El primer
autor que lo hizo fue Feuerbach. Después lo trató Freud. Pero sus posturas
son diferentes. Para Feuerbach «La carne y la sangre son nada sin el oxígeno
de la diferencia sexual. La diferencia sexual no es ninguna diferencia
superficial o simplemente limitada a determinadas partes del cuerpo. Es una
diferencia esencial y penetra hasta los tuétanos. La esencia del varón es la
masculinidad y la esencia de la mujer, la feminidad. Por muy espiritual e
hiperfísico que sea el varón, éste permanece siempre varón. Y, lo mismo la
mujer, permanece siempre mujer»[4]. Y termina diciendo «La personalidad es,
por lo tanto, nada sin diferencia de sexo; la personalidad se diferencia
esencialmente en personalidad masculina y femenina».
Para poner de relieve que la sexualidad no es algo accidental o poco
importante, sino algo íntimo que tiñe todas las facetas del ser, la describe
como “un componente químico”, expresando así que es una realidad humana
que no se puede soslayar[5].
No se puede separar ni de lo que llaman espíritu, ni de los órganos que no
son estrictamente sexuales. El cerebro -dice adelantándose a las
investigaciones científicas hoy en marcha- está determinado por la
sexualidad. Sexuados son lo sentimientos, pensamientos. «¿Eres tú también
más que varón? Tu ser o, más bien (...) tu yo, ¿no es acaso un yo
masculino? ¿Puedes separar la masculinidad incluso de aquello que llaman
espíritu? ¿No es tu cerebro, esa víscera la más sagrada y encumbrada de tu
cuerpo, un cerebro que lleva la determinación de la masculinidad? ¿Es que no
son masculinos tus sentimientos y tus pensamientos?»[6].
Sin embargo, Freud presenta una visión reductiva de la sexualidad. En
palabras de Julián Marías «cuando, a fines del siglo XIX, y por obra
principal de Freud, el sexo adquirió carta de ciudadanía en la comprensión
del hombre, el naturalismo de la Filosofía que servía de supuesto a la
interpretación freudiana del hombre y a la teoría del psicoanálisis
enturbió el descomunal acierto, absolutamente genial, de poner el sexo en
el centro de la Antropología (...). El error concomitante fue lo que
podríamos llamar la interpretación «sexual» (y no sexuada) del sexo, el
tomar la parte por el todo ... pues hasta las determinaciones propiamente
sexuales del hombre no son inteligibles sino desde esa previa condición
sexuada envolvente»[7].
Dos son, por tanto las concepciones de la sexualidad, que se pueden distinguir
por esos vocablos de sexualidad y condición sexuada. Aquí me adhiero a la
postura de Feuerbach que la toma como condición sexuada, envolvente de todas
las dimensiones humanas.
Esta diferencia entre sexualidad y condición sexuada pone de frente también
la distinción entre sexualidad humana y sexualidad animal[8]. En la
biología, por sexualidad se entiende una función que cumple dos objetivos:
la reproducción y el intercambio genético. Ahora bien, ¿existe alguna
diferencia entre la sexualidad animal y la humana?
Parece que, entre la sexualidad humana y la animal, existe la misma que se da
entre lo que se podría llamar trabajo animal y trabajo humano. Los animales
realizan una actividad, pero que está programada. El trabajo de las abejas,
no cambia con el correr de los siglos. Su actividad se encuentra enclasada.
Sin embargo, en el actuar humano intervienen factores que la hacen muy
peculiar como son la inteligencia, la libertad, la creatividad.
Pues bien, en la actividad sexual del ser humano se incluye una factor
específico que es la comunicación, que tiene muchos aspectos: el
enamoramiento, el amor, el reconocimiento del otro como persona, la creación
de relaciones familiares que suponen lazos estables. Paternidad, maternidad,
filiación, conyugalidad, son lazos que aspiran a durar y pueden durar toda la
vida. Esas relaciones, que dan sentido a la existencia humana, están
imbricadas con la sexualidad. Así, una de las características más profundas
de la persona es el afán de amar y ser amado. Pues bien, no es lo mismo que
me quiera mi madre, que el hombre que he elegido para compartir la vida.
3. Aspectos que incluye la sexualidad
La sexualidad humana, cumple los mismos objetivos que la animal: intercambio
genético y la reproducción. Pero además tiene otras dimensiones
desconocidas en el mundo animal: todo aquello que tiene que ver con la
comunicación y con el amor.
La sexualidad en uno de sus aspectos es fuente de placer, pero no sólo eso:
es fuente de los lazos más profundos que unen a las personas. Tiene un
aspecto unitivo y un aspecto procreador, es fuente de vida, de una vida que
surge, que está llamada a surgir, como fruto del amor.
Cuando existe amor se desea tener hijos. «Cuando se ama a un hombre (afirma
una novelista, actualmente muy leída) -cuando se le ama con la totalidad del
cuerpo y del alma-, lo más natural es desear un hijo de él. No se trata de
un deseo inteligente, de una elección fundada en criterios racionales. Antes
de conocer a Ernesto me imaginaba que quería tener un hijo y sabía
exactamente por qué lo quería, cuáles eran los pros y los contras de
tenerlo. En palabras pobres, era una elección racional, quería tener un hijo
porque había llegado a una determinada edad y me sentía muy sola; porque era
una mujer y si las mujeres no hacen nada, por lo menos pueden tener hijos.
¿Comprendes? Para comprar un automóvil habría adoptado exactamente el mismo
criterio.
»Pero cuando aquella noche le dije a Ernesto: “Quiero un hijo”, se
trataba de algo absolutamente diferente y todo el sentido común estaba en
contra de esa decisión; sin embargo esa decisión era más fuerte que todo el
sentido común. Y además, en el fondo, tampoco se trataba de una decisión,
era un frenesí, una avidez de perpetua posesión. Quería a Ernesto dentro de
mí, conmigo, a mi lado para siempre»[9].
Hoy en día asistimos, sin embargo, a una trivialización del sexo:
. Se reduce a placer: clases de educación sexual en las Escuelas
. se separa el aspecto unitivo y procreador;
. la procreación se separa del amor mujeres de 40 años que quieren tener un
hijo con los ojos, y la estatura de un caballero al que conocen eventualmente
. cine: se presenta como un premio o un regalo esporádico al final de una
serie de dificultades compartidas
. Se ve con ojos indiferentes, el divorcio, la contracepción, la
instrumentalización de las personas como objeto de placer
. Se constituyen diferentes modelos de familia en los que se aceptan las
parejas de homosexuales y lesbianas
.Se puede obtener la vida mediante métodos técnicos de fecundación “in
vitro”. Incluso parece que se va poder repetir las personas por “clonación”.
El aspecto unitivo, el procreador, el placer, los lazos familiares,
actualmente disociados, son aspectos que deben armonizarse en la profunda
unidad a la que está llamada la persona humana.
Quizá por esto, hoy más que nunca se busca una profundización
antropológica en la dignidad de la persona, que como ya dijo Kant no debe ser
usada nunca como medio, sino siempre como un fin.
¿Cuál es el sentido profundo de la sexualidad, de la condición sexuada con
la que se pueden entablar lazos duraderos, que permiten llegar a la felicidad?
4. Persona y sexualidad
¿Qué relación existe entre sexualidad humana y persona? Hay un texto
ilustrativo de una de las personas que más ha profundizado en nuestros días
en este tema. Ha puesto las bases nada menos que para lo que llama «Teología
del cuerpo»:
«La función del sexo, que en cierto sentido es "constitutivo de la
persona" (no sólo "atributo de la persona"), demuestra lo
profundamente que el hombre, con toda su soledad espiritual, con la unicidad e
irrepetibilidad propia de la persona, está constituido por el cuerpo como
"él" o "ella"»[10].
Que el sexo es "constitutivo de la persona" (no sólo "atributo
de la persona") es mucho afirmar.
Por otra parte hablar de sexualidad es hablar de complementariedad. El sexo
masculino y el femenino están hechos uno para el otro. Forman una unidad de
orden superior a la de la persona aislada. Si el sexo está unido a la
persona, la pregunta a resolver es la siguiente: ¿es que varón y mujer son
también personas diferentes y, por eso, personas complementarias?
Como se ve ya tenemos focalizados el tema de la complementariedad y el tema de
la persona y la modalización sexual.
5. Complementariedad varón-mujer
El libro que he escrito sobre La complementariedad varón-mujer. Nuevas
hipótesis. Lo titulé así porque allí donde juegan masculinidad y feminidad
surge fecundidad, no sólo en el aspecto biológico, también en el cultural,
en el artístico, en el político y en el social. Lo masculino y lo femenino
se potencian uno al otro y posibilitan la fecundidad en todos los ámbitos.
Eso es complementariedad.
Sin embargo, se trataba de plantear nuevas hipótesis porque la
complementariedad se ha entendido mal. Durante siglos, se ha considerado que
el varón era superior a la mujer; ésta no parecía tener valor por sí
misma, era el complemento del varón y su única misión era servirle. Otras
veces se ha considerado al varón y a la mujer como dos mitades de la
humanidad. En este sentido se hizo como una distribución de virtudes y
cualidades. Se ha hablado de virtudes femeninas y masculinas. Por último se
decía que la complementariedad estaba en un reparto de roles sociales. Esto
teñido de una característica: los trabajos desarrollados por las mujeres
eran considerados como subalternos y de simple apoyatura a los masculinos. Y
durante siglos -como ya se ha dicho anteriormente-, se ha repartido el mundo
pensando que la esfera privada pertenecía a las mujeres y la pública a los
varones.
Esos modelos de complementariedad están hoy superados. Por referirnos al de
la inferioridad no hace falta ni rebatirlo, pues todas las razones
pseudocientíficas en las que se apoyaba están hoy desmentidas por las
evidencias de la ciencia.
Por otra parte, pensar al varón y a la mujer como dos mitades supone no
considerar que en cuanto persona, cada uno, en cierto modo, es un todo. En
este sentido, dividir las cualidades y las virtudes entre masculinas o
femeninas es ilusorio. Las cualidades, en gran medida, dependen de las
individualidades, no del sexo. Respecto a las virtudes éstas son humanas y,
por tanto, el varón y la mujer pueden vivirlas todas. Lo que sucede es que el
varón o la mujer, ordinariamente tienen más inclinación para unas
determinadas cualidades o virtudes. Así en términos generales los varones
suelen tener mayor capacidad de proyectos a largo plazo, cierta tendencia a la
racionalización, la exactitud y el dominio técnico sobre las cosas,
etc...; y hay otras cualidades que las aporta generalmente la mujer. Entre
otras, es más espontáneo en ella una mayor facilidad para conocer a las
personas, la delicadeza en el trato, la capacidad de estar en el concreto, la
intuición, la tenacidad. Pues bien, pudiendo vivir todas las virtudes, cada
uno ha de aprender -no imitar- del otro sexo. En este sentido, afirmaba Jung
que los sexos no sólo son complementarios entre ellos, sino en el interior
de cada uno.
Sin embargo, lo verdaderamente importante es que, teniendo cada persona, sea
varón o mujer, capacidad para ejercitar todas las virtudes, éstas
cristalizan de un modo distinto en el varón y en la mujer. Varón y mujer
tienen un modo peculiar de hacer y vivir lo mismo. De ahí surge la verdadera
complementariedad. (coro, timbre de voz, tonos, armonía)
La diferencia varón-mujer no se cifra tampoco en tener diversos roles. La
mayor parte de los trabajos son intercambiables. Por eso se revelan tan
fecundos los equipos laborales formados por varones y mujeres. En cada
actividad se hace necesaria la cooperación de los dos sexos, en razón de sus
matices femeninos y masculinos.
De ahí que no haya espacios exclusivamente masculinos o femeninos. Familia y
cultura son tarea común. Por eso el varón ha de estar más presente en la
familia y la mujer en la sociedad. Ambos espacios son comunes. Hace falta ir
hacia lo que se podría describir como una familia con padre y una cultura con
madre.
Esto requiere muchos cambios sociales. En primer lugar: facilitar la
maternidad. La maternidad supone una prestación social de primer orden,
cuyo peso no puede recaer exclusivamente sobre la mujer. No debe pagar más y
pagar sola. Esto es lo que está pasando actualmente en muchas sociedades.
Muchas veces se condiciona el trabajo de la mujer a su posible maternidad, de
tal manera que en la práctica se hacen incompatibles muchas veces maternidad
y trabajo. Facilitar la maternidad supone estructurar los trabajos con mayor
flexibilidad, con nuevos métodos, hacer un plan de reciclajes, crear
adecuados servicios sociales en las empresas, etc. Por otra parte el peso de
la maternidad no debe caer exclusivamente ni en la mujer, ni sólo en la
familia, ni sólo en la empresa. En este campo es necesario que intervenga la
subsidiaridad del Estado.
Todo esto supone por parte del varón el descubrimiento de lo que es la
paternidad, no sólo con sus propios hijos, sino fomentando ámbitos donde se
pueda desarrollar el espíritu maternal.
Por otra parte están los derechos de los niños, que necesitan los medios
para poder desarrollar una personalidad equilibrada. Y ahí tienen un papel
esencial la maternidad y la paternidad. En concreto pienso que en el mundo
actual, y desde hace siglos se hace notar un gran déficit de paternidad en la
sociedad. Una paternidad que no es paternalismo sino servicio a las personas.
Una optimización de la organización social requiere imaginación.
Habitualmente se tiene únicamente un sólo modelo de trabajador: varón,
soltero, de 30 años, en plena forma física. En cuanto entran en juego las
variables familiares, de salud, etc. ese individuo es rechazado por la
estructura social. Esto es particularmente notorio cuando el interesado es una
mujer, en época fértil, que desea tener familia. Hace falta imaginación
para estructurar trabajos flexibles, donde el trabajo esté al servicio de la
persona y de la familia, donde cada cual pueda dar lo mejor de sí mismo en
cada una de las circunstancias vitales que vaya atravesando.
Esto requiere que la doctrina social no se haga sólo de un modo abstracto,
sino que se vea desde el prisma de que la sociedad está compuesta por
individuos iguales y diferentes. Y entre las diferencias aquella que divide
realmente la humanidad en dos es la diferencia varón-mujer, una diferencia
que no rompe la igualdad. Una diferencia que nos hace complementarios, en la
inseparable «unidualidad» de que consta la humanidad.
6. Persona femenina, persona masculina
Pero no se trata sólo de cambios sociales. Hace falta también una
profundización en el pensamiento. A esto responde el segundo libro. Antes
veíamos la relación que la sexualidad tiene con la persona, que influye
directamente en la identidad personal, y en la personalidad, configura el yo.
La persona tiene al menos dos notas peculiares. 1) Su intimidad. Los clásicos
la denominaban incomunicabilidad. Es esa característica que le hace ser
única e irrepetible. 2) Otra característica es su apertura. Toda persona
está abierta al otro. Una persona única sería una desgracia porque no
tendría con quien comunicarse, a quien darse. Todo yo requiere al menos un
tú.
Si el sexo, como hemos visto antes configura la persona misma, se podría
decir que la apertura constitutiva que tiene cada persona tiene dos
modalidades: el varón se abre de un modo peculiar: hacia fuera. La mujer
también se abre a los demás con su modo: hacia dentro, acogiendo.
Estos tipos de apertura se pueden expresar con preposiciones, que son las
palabras que indican las relaciones. Al varón le correspondería la
preposición DESDE, pues parte de sí para darse a los demás. A la mujer le
correspondería la preposición EN: pues se abre dando acogida en sí misma.
Esas relaciones se manifiestan de un modo gráfico en la generación de un
nuevo ser. El varón al darse sale de sí mismo. Saliendo de él se entrega a
la mujer y se queda en ella. La mujer se da pero sin salir de ella. Es
apertura pero acogiendo en ella. Su modo de darse es distinto al del varón
y a la vez complementario, pues acoge al varón y a su amor. Sin la mujer el
varón no tendría donde ir. Sin el varón la mujer no tendría que acoger. La
mujer acoge el fruto de la aportación de los dos y lo guarda hasta que
germine y se desarrolle. Durante este proceso el varón está al margen.
Posteriormente la mujer es apertura para dar a luz un ser que tendrá vida
propia. A través de la mujer y con ella el varón está también en el hijo.
El varón está en la mujer y está en el hijo, pero como fuera de él. La
mujer, sin embargo, es sede, casa. El varón está en la mujer. El hijo,
cuando ya está fuera de su madre, en cierto modo, sigue estando en ella.
También la mujer está en el hijo, pero fundamentalmente ellos están en
ella.
Pues bien, este modo de darse diferente y complementario se da en todas los
campos y en todas las relaciones humanas heterosexuadas, y apoyándose en la
dimensión constitutiva de apertura que la persona tiene podrían dar lugar a
dos modos de ser persona la persona femenina y la persona masculina.
La realidad humana sería, entonces, disyuntamente o SER-DESDE o SER-EN. Ahí
radicaría la principal diferencia entre varón y mujer, en ser dos tipos de
personas distintas, que se abren entre sí de un modo respectivo diferente y
complementario. En este sentido el Ser humano sería también más rico que el
Ser del cosmos, en el que el transcendental por antonomasia sería el UNO (no
el DOS, como en el ser humano, ni el TRES como en el ser divino) ni estaría
internamente diferenciado.
La diferencia sexual humana se trataría, entonces, de una diferencia en el
mismo interior del SER. Y teniendo en cuenta que el ser humano es personal,
sería una diferencia en el seno mismo de la persona. En efecto, lo distinto a
la persona -en su mismo nivel- tiene que tener el mismo rango, no puede ser,
por tanto, sino otra persona.
Afirmar que la diferencia varón-mujer es una diferencia en la persona supone,
por otra parte, haber anclado la diferencia definitivamente en la igualdad.
Varón y mujer, cada uno es persona. Tienen la misma categoría; la diferencia
entre ellos posee el mismo rango ontológico. La diferencia no rompe la
igualdad. Esto vendría a ser un reflejo de la diferencia de las personas
divinas en las personas humanas.
Notas:
[1]ROUSSEAU, Jean Jacques, (1712-1778), Discours sur l’origine
et les fundements de l’inégalité parmi les hommes, 1755, Gallimard, Paris,
1965. Trad. cast.: Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad
entre los hombres, Península, Barcelona 1973, Prefacio, p. 27.
[2]
MARÍAS, J., Antropología metafísica, ed. Rev. de Occidente, Madrid 1970, p.
160.
[3]
Muchas de esas diferencias están recogidas en la obra de BUYTENDIJK, F.J.J.,
La mujer. Naturaleza, apariencia, existencia, Trad. cast.: Revista de
Occidente, Madrid, (aunque conserva aún prejuicios masculinizantes como la
de atribuir al varón la actividad y a la mujer la pasividad).
[4]
La esencia del cristianismo, p. 140.
[5]
La esencia del cristianismo, p. 214.
[6]
La relación existente entre “La esencia del cristianismo” y “El Único
y su patrimonio”, (1845), en Principios de la filosofía del futuro y otros
escritos. Trad. cast.: José Mª Quintana Cabanas, en PPU, Barcelona 1989, p.
160.
[7]
MARÍAS, Julián, Antropología Metafísica, ed. Rev. de Occ., Madrid 1970,
reeditado Alianza 1995, pp. 165-166.
[8]
Un desarrollo mayor de estas diferencias puede encontrarse en mi trabajo La
complementariedad varón-mujer. Nuevas hipótesis, en Documentos del Instituto
de Ciencias para la Familia, ed. Rialp, Madrid 1993, pp. 23-26.
[9]
TAMARO, Susana, Donde el corazón te lleve, Seix Barral, Madrid 1994, p. 147.
[10]
JUAN PABLO II, Audiencia general, 21.XI.79, n. 1, en Varón y mujer. Teología
del cuerpo, ed. Palabra, Madrid 1995, p. 78.
Gentileza
de http://www.arvo.net/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL