Elogio de la Palabra de Joan Maragall
a
la luz de la Estética de la Creatividad de Alfonso López Quintás [2]
Mª Ángeles Almacellas Bernadó
Dra. en Filosofía y Ciencias de la Educación
Licenciada en Filología Hispánica
Profesora de la Escuela de Pensamiento y Creatividad
(Prof. Dr. A. López Quintás)
El Elogio de la palabra fue el discurso inaugural del poeta
catalán Joan Maragall al tomar posesión de la Presidencia del Ateneo
Barcelonés, en 1903. En ese espléndido opúsculo, el autor expresa su teoría
sobre la palabra y la poesía. Esta última sería más ampliamente desarrollada
en su Elogi de la Poesia, que vería la luz en 1907.
Palabra
y creatividad
La realidad humana presenta una estructura locuente, dialógica. El hombre
vive en una constante y tensa apertura hacia los seres del entorno. Se
desarrolla plenamente como tal hombre cuando supera la soledad de retracción
egoísta, se compromete con las realidades que lo envuelven y funda ámbitos
de encuentro y convivencia. El medio en el cual el hombre crea esos vínculos
de relación con las realidades de su entorno es la palabra. Y el pensamiento
humano se da en ese ámbito dinámico abierto por la palabra. Para Maragall,
la palabra “es la maravilla mayor del mundo. [...] Lleva en su seno esa cosa
inmaterial desveladora del espíritu: la idea” (47-48, 33-34). El lingüista
Bertil Malmberg llega incluso a afirmar que “la lengua y el pensamiento son,
en sentido estricto, lo mismo” [3] .
La inteligencia hace posible la creatividad humana, que consiste en la
participación comprometida y generosa en una realidad que nos ofrece
posibilidades valiosas. El lenguaje constituye el vehículo de la creatividad
del hombre, del encuentro profundo con su entorno. Merced a la creatividad,
los hombres, sin dejar de ser distintos, dejan de ser distantes y extraños y
se hacen íntimos.
La palabra es mucho más que un medio transmisor de un contenido. Adensa los
ámbitos que se van creando a lo largo de la vida del hombre. En el lenguaje
podemos dar perfiles definidos a ámbitos de realidad que son muy difusos y de
contornos indecisos. Por eso permite la comunicación y constituye el medio en
el cual pueden gestarse vínculos interpersonales. Entre dos personas se ha
ido creando un campo amoroso. Las miradas son elocuentes, pero sus
sentimientos flotan como una niebla hasta que una palabra, tal vez leve,
adense y afirme lo que pugnaba por brotar:
“¿No habéis oído cómo hablan los enamorados? [...] Antes de que hable el
amor, ¡qué brotes de vida en todas las ramas del sentido! ¡cómo quieren
hablar los ojos!... y cuando se cruzan sus miradas ardientes, ¡qué silencio!
[...] Y brota por fin una música animada, ¡oh, maravilla!, una palabra”(49,34-35).
La palabra es el medio en el que se lleva a cabo un acto de comunión.
Palabras vivas
Dios llamó al hombre a la vida, y le dio inteligencia y libertad para
responder a su apelación. Tener el don de la palabra significa estar inserto
dinámicamente en un mundo relacional, en el que cada realidad está vinculada
con otras muchas que tejen una red inabarcable de acontecimientos. Por eso
deberíamos hablar con respeto y reverencia y sólo con palabras auténticas,
que son las creadoras de verdadera vida. Para el poeta catalán la palabra es
sagrada, pues el hecho de adensar un ámbito de vida supone que ha nacido
merced a la luz de la inspiración y refleja algo de la luz infinita que creó
el mundo:
“¡Oh!, ¡qué cosa tan sagrada! Dice San Juan: «En el principio era la
palabra, y la palabra estaba en Dios»: y dice que por ella fueron hechas
todas las cosas: y que la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
¡Qué abismo de luz, Dios mío!” (48,34).
También Malberg y Ferdinand Ebner [4] sacralizan el lenguaje: “La
aparición de la capacidad lingüística resulta igual a la hominización.
Así la verdad del primer versículo del Evangelio de Juan “En el principio
era la palabra” adquiere su confirma-ción” [5] . “Dios creó al hombre
cuando le habló. Lo creó mediante la palabra, en la que estaba la vida y la
vida era la luz de los hombres, como leemos en el prólogo del evangelio de
Juan. Que Dios creó al hombre no quiere decir otra cosa que se dirigió a él
hablándole. Creándolo le dijo: Yo soy y por Mí eres tú. En cuanto Dios
habló así al hombre y mediante la palabra en la divinidad de su origen
plantó en él el yo, creándolo en su relación al tú, llegó el hombre a
ser consciente de su existencia y de su relación con Dios”. “El amor de
Dios, que creó al hombre mediante la palabra, en la que estaba la vida, se
objetivó en la palabra para salvar al hombre, es decir, se hizo aquí
patente, hecho histórico en la encarnación de Dios y en la palabra del
Evangelio” [6] . La palabra sólo tiene capacidad de crear vínculos cuando
el hombre cumple las exigencias del encuentro, que son las mismas que hacen
posible un proceso de creatividad: generosidad, disponibilidad, apertura y
sencillez de espíritu, estar a la escucha y responder a la apelación de lo
valioso... La palabra dicha con amor instaura un campo de intercambio creador,
de encuentro, y constituye una fuente de sentido:
“La palabra auténtica es siempre expresión del amor. [...] Toda desgracia
humana en el mundo viene de que los hombres rara vez aciertan a decir la
palabra adecuada. [...] No hay sufrimiento humano que no pudiera ser
desterrado por la palabra precisa y no hay en toda desgracia de esta vida otro
consuelo real que el que procede de esta palabra atinada. La palabra sin amor
es un abuso humano del don divino de la palabra. [...] Pero la palabra que es
expresión de amor es eterna” [7] .
“En amor sucede que medio entender una palabra es entenderla más que
entenderla del todo, y no hay otra lengua universal más que ésta” (53,38).
Palabras vacías
El hombre es un ser de encuentro, que configura su vida personal, la
desarrolla y perfecciona creando encuentros [8] . “La palabra y el amor son
los verdaderos vehículos de su relación, de su movimiento hacia el tú”
[9] . La palabra viva, llena de sentido, es aquella que crea encuentros. Pero
hay también palabras vacías, insustanciales, que no fundan vínculos
personales sólidos. Están dotadas de significación, no de sentido:
“¿Cómo podemos hablar fríamente y con tanta abundancia? Por eso nos
escuchamos generalmente con tanta indiferencia. Porque la costumbre de hablar
demasiado y de oír demasiado nos embota el sentimiento de la santidad de la
palabra. Tendríamos que hablar mucho menos y tan sólo por un fuerte anhelo
de expresión” (48-34).
La palabra vana o grosera que no crea vínculos es inauténtica, degenerativa.
El lenguaje sin amor es un antilenguaje, es un abuso del don del lenguaje por
parte del hombre:
“La palabra es cosa sagrada, inviolable. Hablar sólo en plenitud de sentido
y pureza de expresión, evitando el sacrilegio de la palabra artificiosa o
grosera” [10] .
Palabra y silencio [11]
La palabra viva no es sólo una vibración material que encierra un
significado; es todo un ámbito lleno de sentido. La palabra auténtica
encierra vida verdadera:
“Y no es la armonía de fuera la deseable, sino la de dentro; que no es por
el ruido de las palabras por lo que todos los hombres son hermanos, sino por
el espíritu único que las hace brotar distintas en la variedad misteriosa de
la tierra”(53-54,39).
Cada palabra dicha con hondura abre en torno a sí un campo de resonancia que
es el silencio elocuente. Por el contrario, las palabras vanas, carentes de
poder creador de vínculos, se emparejan con el silencio de mudez. En este
plano de palabras insustanciales, el silencio está vacío, como las mismas
palabras a las que acompaña. Pero cuando dos personas adoptan una actitud
creativa y se abren a la grandeza del encuentro, se recogen en silencio
reverente ante una realidad o un acontecimiento que producen asombro y
sobrecogimiento. La actitud creativa implica silencio, pues requiere una
atención holística. El hombre creativo se mueve bajo el impulso de la
respuesta a la apelación de realidades valiosas, que no se agotan en una
mirada parcial, piden ser vistas en relieve y en su mutua vinculación:
“Aprended de los pastores y los marineros. ¡Cuánto contemplar unos y otros
en silencio la majestad del mundo allí donde el espíritu late con ritmo
libre y grande! ¡Cuánta inmensidad han reflejado en sus ojos, cuánta
belleza de cielos azules y de prados verdes y de mares mudando a menudo de
color como el rostro de una virgen, y de lunas y de soles, y de nieblas grises
y lluvias turbias! ¡Cuánto viento han oído y cuántas rítmicas olas, y los
truenos que se acercan y se alejan, y el mugir de los bueyes y los gritos
misteriosos del espacio! ¡Cuánto olor de agua salada y de hierba fresca, y
cómo sus sentidos han sido amorosamente tocados por todas las cosas puras!
Sus facciones están como encantadas y hablan raramente; pero cuando hablan,
sus palabras están llenas de sentido” (51, 36).
Palabra y solidaridad humana
La palabra es una realidad perceptible sensorialmente y, a la vez, abierta al
mundo de lo suprasensorial. Es capaz de crear diálogos, “que es la manera
más natural de comunicación verbal y la que contiene en germen todas las
demás” [12] . Funda ámbitos de relación y vínculos de solidaridad entre
los hombres. Maragall narra cómo, en una ocasión, se perdió en el Pirineo.
Avanzaba inquieto en la “muda inmensidad de las montañas inmóviles”
cuando se encontró con un pastor que le indicó el camino:
“«Aquel canal...»: ¡qué hermosas eran esas dos palabras pronunciadas
gravemente entre el viento! ¡Qué llenas de sentido, de poesía! El canal era
el camino, el canal por donde se deslizan las aguas del deshielo. Y no era
cualquiera, sino «aquel» canal; aquel que él conocía perfectamente entre
los demás: era algo ese canal, tenía un alma; era «aquel canal...» Para
mí eso es hablar” (52,37).
El mismo significado estético presenta el pasaje de Saint-Exupéry, en Tierra
de hombres, en el que los pilotos perdidos en el desierto de Libia se
encuentran con un beduino que los devuelve a la vida. El beduino y el pastor
ostentan un gran poder simbólico de lazos de solidaridad y convivencia entre
los hombres. “Tú eres el Hombre –dice Saint-Exupéry-, y te me apareces
con el rostro de todos los hombres a la vez. Nunca nos has visto y ya nos has
reconocido. Eres el hermano bienamado. Y, a mi vez, yo te reconoceré en todos
los hombres” [13] .
La convivencia verdadera se funda en la palabra auténtica, que es siempre
expresión del amor. Y ésta se fundamenta en el silencio. Palabra y silencio,
considerados en el nivel ambital, no se reducen a mera comunicación;
constituyen un diálogo, entendido como vehículo de creatividad y campo
lúdico de encuentro.
El sentido de la vida se logra creando formas elevadas de unidad, porque el
encuentro funda vida espiritual. Esto implica estar a la escucha de toda
palabra dicha con amor, responder creativamente a esa apelación y vivir en el
seno de la palabra en “toda la majestad de su contenido divino” [14]
En su Elogio de la palabra, Maragall reflexiona sobre la grandeza de la
palabra, su carácter divino, su capacidad de fundar ámbitos de
entreveramiento y sus posibilidades de abrirse a la solidaridad humana. Tener
el don de la palabra, ser locuente, compromete al hombre a responder
adecuadamente a esa dignidad que le ha sido concedida por el Creador. Por
ello, el hombre responsable –el que responde adecuadamente a la apelación
de lo valioso- no pronuncia palabras vanas, vacías ni groseras, sino que
busca recogerse en el silencio profundo de la contemplación, en actitud de
acogimiento espiritual, para que broten de él palabras siempre auténticas y
llenas de vida, que son las dichas con amor, aquellas que establecen
solidarios vínculos de convivencia entre los seres humanos.
(Publicamos este artículo en Arvo Net por gentileza de Editora Mandruvá)
[1]
Vida Escrita, Aguilar, Madrid, 1959. (Versión original, Elogi de la Paraula i
altres assaigs, Edicions 62 i “La Caixa”, Barcelona, 1994). En adelante
citaré en el texto mismo, indicando en primer lugar las páginas de la
edición castellana y en segundo lugar las de la edición catalana. Los textos
que ofrezco han sido traducidos por mí del original catalán.
[2] Vida Escrita, Aguilar, Madrid, 1959. (Versión original, Elogi de la
Paraula i altres assaigs, Edicions 62 i “La Caixa”, Barcelona, 41994). En
adelante citaré en el texto mismo, indicando en primer lugar las páginas de
la edición castellana y en segundo lugar las de la edición catalana. Los
textos que ofrezco han sido traducidos por mí del original catalán.
[3] La lengua y el hombre, ISTMO, Madrid, 1979, pág. 124.
[4] Para un estudio de F. Ebner, véase A. López Quintás, El poder del
diálogo y el encuentro, BAC, Madrid, 1997.
[5] B. Malberg, o.c., pág. 124
[6] La Palabra y las Realidades Espirituales, Caparrós, Madrid, 1995, pp.
37-38 y 125.
[7] F. Ebner, o.c., pág. 125
[8] “Somos un haz de vetas que la vida ha reunido. Todo hombre, cualquier
hombre” -afirma Dámaso Alonso- (Cf. “Lo infinito y lo realísimo –y su
molde- en la poesía de Maragall”, en Cuatro Poetas Españoles; Gredos,
Madrid, 1962, pág. 81).
[9] Ferdinand Ebner, o. c., pág. 124.
[10] Este fragmento está omitido en la edición castellana. En la versión
catalana figura en la página 39.
[11] A. López Quintás, El encuentro y la plenitud de la vida espiritual,
Madrid, Public. Claretianas, 1990.
[12] En la edición castellana este fragmento está omitido. En la catalana
figura en la pág. 41.
[13] Antoine de Saint-Exupéry, Terre des hommes, Gallimard, “Folio”,
París, 1971, pp.156-157.
[14] Este fragmento está omitido en la edición castellana. En la catalana
figura en la pág. 41.
Gentileza
de http://www.arvo.net/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL