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¿Qué quiere decir «género»?
En torno a un nuevo modo de hablar
(De la Dra. Jutta Burggraf)
Licda. Ana Zelaya
Escuela de Lenguas Modernas
Facultad de Letras
Universidad de Costa Rica
IX CONGRESO DE FILOLOGÍA, LINGÜÍSTICA Y LITERATURA
“JOAQUÍN GUTIERREZ MANGEL”
Escuela de Estudios Generales
Sección de Comunicación y Lenguaje
San José, Costa Rica
Octubre 2001
Abstract
Este ensayo se centra en el análisis que del
concepto de género o gender hace la Dra. Jutta Burggraf. La tesis central
consiste en discutir y dilucidar la ideología de gender que sostiene que la
masculinidad y la feminidad no estarían determinados fundamentalmente por el
sexo, sino por la cultura. Esta teoría sugiere que se suscite un cambio
cultural profundo y, por supuesto, una de-construcción de la sociedad, para
crear un nuevo orden social en donde cualquier comportamiento sexual resultaría
justificable.
Esta ponencia pretende explicar la posición de la autora de ¿Qué es género?,
quién, a través de los diferentes estudios científicos, logra mostrar cómo
cada varón y mujer están conformados en su sexualidad desde el vientre
materno. La diferencia entre los sexos debe ser respetada, según Burggraf, para
no causar daño en los tres aspectos sexuales fundamentales a través de los
cuales el ser humano se mueve: el sexo biológico, el sexo psicológico y el
sexo sociológico. La ruptura con la biología no libera a la mujer ni al varón;
es más bien un camino que conduce a lo patológico. La cultura debe dar una
respuesta adecuada a la naturaleza. Las injusticias y discriminaciones del
pasado deben ser eliminadas en el Siglo XXI, por medio de una legislación y una
formación adecuada; y es la mujer, la llamada a ser la gestora de dicho cambio.
Esta perspectiva de género defiende el derecho de equidad entre varones y
mujeres, así como promueve el derecho a ser diferentes. Pero, también enfatiza
la corresponsabilidad en el trabajo y la familia, sin confundirlo con el
planteamiento radical de la antropología del nuevo liberalismo y su nueva teoría
de “reconstruir” un mundo arbitrario respaldado por una nueva manera de
hablar.
La Dra. Jutta Burggraf, en su libro, ¿Qué quiere decir género? Un nuevo modo
de hablar[1], analiza cuidadosamente las diferentes propuestas que presenta la
ideología de género. Inicia la autora su argumento con la tesis central de
dicha ideología que sostiene que la masculinidad y la feminidad no estarían
determinados fundamentalmente por el sexo, sino por la cultura (p.9).
Esta afirmación ha creado una verdadera revolución en la forma de hablar y
enfocar las relaciones entre las personas, ya sean éstas masculinas o
femeninas. De esta forma, género intenta definir –en su discurso– toda la
sexualidad humana. Mientras el término sexo hace referencia a la naturaleza e
implica dos posibilidades (varón y mujer), el término género proviene del
campo de la lingüística donde se aprecian tres variaciones: masculino,
femenino y neutro (p. 9). Pero estas definiciones van aún más allá, pues al
considerar que el sexo no determina ni feminidad ni masculinidad, la forma de
determinar los sexos se apoya en consideraciones funcionales. Algunos apoyan la
existencia de cuatro, cinco o seis géneros según diversas consideraciones:
…De manera que, la masculinidad y la feminidad no se consideran, en modo
alguno, como los únicos derivados naturales de la dicotomía sexual biológica.
Cualquier actividad sexual resultaría justificable (p. 11).
Ya no se trata sólo de una manera de actuar según argumentan sus defensores,
sino de un cambio profundo en la cultura, que permita una aceptación universal
de estas ideas, de modo que los defensores de la corriente del feminismo radical
de género intentan conseguir un gradual cambio cultural, para llegar a una
“de-construcción” de la sociedad, empezando con la familia y la educación
de los hijos. Cabe aquí la pregunta: ¿cuál es entonces la nueva propuesta? La
autora aquí nos aclara lo que los defensores de género buscan: La meta
consiste en “re-construir” un mundo nuevo y arbitrario que incluye, junto al
masculino y al femenino, también otros géneros en el modo de configurar la
vida humana y las relaciones interpersonales. Estas pretensiones han encontrado
un ambiente favorable en la antropología del neoliberalismo radical. La idea de
Simone de Beauvoir de que “¡No naces mujer, te hacen mujer¡,” (pp.12-13),
es un concepto que se ha extendido también al varón. Quizá este radicalismo
feminista ha llegado a estos extremos, por la discriminación y la injusticia de
que ha sido objeto la mujer en el pasado. Burggraf comenta en referencia a esta
situación lo siguiente: correspondió al “destino femenino” ser modelada
como un ser inferior excluida de las decisiones públicas y de la educación
superior (p.10).
Las injusticias del pasado y del presente contra la mujer han despertado en la
sociedad una nueva conciencia de que marginar a la mujer y privarla injustamente
de participar en la vida pública, de tener acceso a los estudios superiores, o
de obtener un trabajo equitativamente remunerado al mismo nivel con el varón,
es totalmente empobrecedor para la vida moderna. Esto no debe significar que la
mujer renuncie a ser ella misma y a sentirse bien con su identidad y dignidad
femenina. La misión de la mujer trasciende el género, ya que su capacidad de
dar y darse a sí misma es lo que la hace sentirse realizada en la vida. El
renunciar al matrimonio y a la maternidad sólo puede causar un quebranto
interior quizá más doloroso que el propiciado por el paternalismo tradicional.
“La ruptura con la biología no libera a la mujer ni al varón; es más bien
un camino que conduce a lo patológico (p.28).
Frente a esta ideología, el proceso de identificación con el propio sexo
resulta fundamental según lo explica Burggraf: En la persona humana, el sexo y
el género –el fundamento biológico y la expresión cultural– no son idénticos,
pero tampoco son completamente independientes. Los especialistas señalan tres
aspectos de este proceso que, en el caso normal, se entrelazan armónicamente:
el sexo biológico, el sexo psicológico y el sexo social.
Hace énfasis la autora en el aspecto de cómo debe entenderse la unidad del
sexo, ya que los tres aspectos mencionados constituyen el proceso de la propia
identidad. Una persona adquiere progresivamente durante la infancia y la
adolescencia la conciencia de ser “ella misma”. Descubre su identidad y
dentro de ella, cada vez más hondamente, la dimensión sexual del propio ser.
Adquiere gradualmente una identidad sexual y una identidad genérica
(descubriendo los factores psicosociales y culturales del papel que las mujeres
o varones desempeñan en la sociedad) (p. 17).
Sin embargo, hay que tener un análisis especial para los estados intersexuales
o intersexos. Pero, hay que reconocer que las personas transexuales son
consecuencia de una patología que tiene lugar en alguno de los puntos de la
cadena biológica que conduce a la diferenciación sexual. Estas sufren
alteraciones en el desarrollo normal del sexo biológico y, en consecuencia,
también del sexo psicosocial. Estas anomalías, que presentan características
clínicas variadas, ocurren en una etapa muy precoz del desarrollo embrionario.
Esta condición particular del desarrollo sexual sirve para que algunos
argumenten “que la existencia de personas transexuales y hermafroditas
demostraría que no hay solamente dos sexos (p. 18). Frente a esta realidad,
Burggraf critica la actitud de quienes utilizan estas personas para su
beneficio: En vez de utilizarlas como propaganda para conseguir la deconstrucción
de las bases de la familia y de la sociedad, conviene mostrarles respeto y
darles un tratamiento médico adecuado (p. 18).
El enfoque que debe darse es el siguiente: Hay que distinguir la identidad
sexual (varón o mujer) de la orientación sexual (heterosexualidad,
homosexualidad, bisexualidad). Se entiende como orientación sexual comúnmente
la preferencia sexual que se establece en la adolescencia coincidiendo con la época
en que se completa el desarrollo cerebral (p. 19). Conviene considerar el hecho
de que estas bases biológicas intervienen profundamente en todo el organismo,
de modo que, por ejemplo, cada célula de un cuerpo femenino es distinta de un
cuerpo masculino. La ciencia médica indica incluso diferencias estructurales y
funcionales entre un cerebro masculino y otro femenino (p.16). Pero, estas
diferencias no deben verse como una desventaja; al contrario, deben apreciarse
como una ventaja, ya que ambos se complementan mutuamente. Se puede decir que la
inmensa mayoría de las personas humanas son heterosexuales. La sexualidad habla
a la vez de identidad y alteridad. Varón y mujer tienen la misma naturaleza
humana, pero la tienen de modos distintos (p. 22). Tanto el varón como la mujer
son capaces de cubrir una necesidad fundamental del otro. En su mutua relación,
uno hace al otro descubrirse y realizarse en su propia condición sexuada.
Ambos, desde perspectivas distintas, llegan a la propia felicidad sirviendo a la
felicidad del otro (p.23).
El gender o género enfoca de manera distinta esta relación, pues da testimonio
de clara autosuficiencia en oposición a lo que representa la sexualidad humana
que significa una clara disposición hacia el otro. Manifiesta que la plenitud
humana reside precisamente en la relación, en el-ser-para-el-otro. Impulsa a
salirse de sí mismo, buscar al otro y alegrarse en su presencia. Es como el
sello del Dios de Amor en la estructura misma de la naturaleza humana (p. 23).
Algo muy importante que señala la doctora Burggraf en el libro que nos ocupa es
su definición del ser. Ser mujer o ser varón no se agota en ser
respectivamente madre o padre. Pero, la profundidad del ser –en este caso del
ser femenino– es aún más interesante. Considerando las cualidades específicas
de la mujer, se ha reflexionado a veces sobre “la maternidad espiritual”; el
Papa Juan Pablo II precisa este concepto y habla más oportunamente del “genio
de la mujer”. ¿Y en qué se basa este concepto? Se basa en la naturaleza
femenina misma. Constituye una determinada actitud básica que corresponde a la
estructura física de la mujer y se ve fomentada por esta. …Así como durante
el embarazo la mujer experimenta una cercanía única hacia un nuevo ser humano,
así también su naturaleza favorece el encuentro interpersonal con quienes le
rodean. El “genio de la mujer” se puede traducir en una delicada
sensibilidad frente a las necesidades y requerimientos de los demás, en la
capacidad de darse cuenta de sus posibles conflictos interiores y de
comprenderlos. Se puede identificar, cuidadosamente, con una especial capacidad
de mostrar el amor de un modo concreto y desarrollar la ética del cuidado (p.
25).
No sólo la mujer tiene su “genio femenino”; también el varón cuenta con
un talento específico, “un genio masculino”; sin embargo, de acuerdo con lo
que nos expone la autora, el varón tiene siempre una distancia respecto a la
vida concreta, a la gestación, al parto, y es a través de su mujer que logra
participar de esta experiencia. Precisamente esa mayor distancia le puede
facilitar una acción más serena para proteger la vida, y asegurar su futuro.
El padre es capaz de ver la vida de los hijos y la familia de una manera más
objetiva. Esto puede llevarle a ser un verdadero padre, no sólo en la dimensión
física, sino también en sentido espiritual. Podemos inferir que la paternidad
–ya sea biológica o espiritual– da al hombre “su genio masculino”, o
sea una auténtica madurez, una satisfacción interior y una serenidad especial.
Se puede decir que intensifica su calidad de varón.
Burggraf sugiere al final que hay una relación profunda entre las dimensiones
corporales, psíquicas y espirituales en la persona humana, una interdependencia
entre lo biológico y lo cultural. La actuación tiene una base en la naturaleza
y no puede separarse de ella. Es como si la autora sugiriera que, cuando el varón
y la mujer son fieles a su función sexual, social y espiritual, logran la
plenitud del ser. La persona en todas sus dimensiones se siente realizada y esta
condición le permite tener la capacidad de lograr la armonía interior y ser
feliz.
Burggraf reitera que la unidad y la igualdad entre varón y mujer no anulan las
diferencias. Aunque, tanto las cualidades femeninas como las masculinas sean
variables en gran medida no pueden ser ignoradas completamente. Sigue habiendo
un trasfondo de configuración natural, que ya no puede ser anulado sin
esfuerzos desesperados que conducen, en definitiva, a la autonegación. Ni la
mujer ni el varón pueden ir en contra de su propia naturaleza sin hacerse
desgraciados (pp. 27-28). De acuerdo con lo anterior, comprendemos que la
autonegación de ese trasfondo natural puede llegar a producir personas psicológica,
sociológica y espiritualmente divididas, que buscan constantemente una madurez
fructífera y feliz sin llegar a alcanzarla.
La cultura –nos dice Burggraf– tiene que dar una respuesta adecuada a la
naturaleza. No debe ser un obstáculo al progreso de un grupo de personas. Es
evidente que han existido en la historia, y aún existen en el mundo, muchas
injusticias contra las mujeres. …Las funciones sociales no deben considerarse
como irremediablemente unidas a la genética o a la biología. Es deseable que
la mujer asuma nuevos roles que estén en armonía con su dignidad. Los lectores
podemos ver aquí la dicotomía a la que se enfrenta la cultura del siglo XXI.
Es en este sentido que el Papa Juan Pablo II rechaza la noción biológica
determinista de que todos los roles y relaciones de los sexos están fijados en
un único modelo estático, y exhorta a los varones a participar en el “gran
proceso de liberación de la mujer” (p.27).
¿Cuál sería entonces la función de gender para el lector? ¿Es el discurso
de gender un enfoque semántico y poco realista? ¿Es ésta sólo una manera de
hablar que no alcanza un verdadero sentido ontológico? ¿Es una simple excusa
para justificar ciertas conductas sexuales? ¿O es que se quiere influenciar las
acciones y vivencias del varón y de la mujer con una nueva nomenclatura? A
estas preguntas responde la autora con gran claridad: El término gender puede
aceptarse como una expresión humana y, por tanto, libre que se basa en una
identidad sexual biológica, masculina o femenina. Es adecuado para describir
los aspectos culturales que rodean la construcción de las funciones del varón
y la mujer en el contexto social (pp. 28-29).
Dentro de este nuevo enfoque de los roles –tanto sexuales como sociológicos–,
también se debe liberar al varón de roles que han sido establecidos por
tradición. El varón debe tener también libertad para escoger el trabajar
fuera de casa o cuidar del hogar y de los hijos. Hay muchos varones que han roto
los tabúes sociales y se sienten realizados y satisfechos en el ambiente hogareño.
Y se ha demostrado que esta preferencia no va en detrimento de su masculinidad.
De igual manera, una mujer que realiza trabajos que la tradición normalmente
asignaba al varón, no pierde su feminidad; más bien, debe usar ese “genio de
la mujer” –del que habla Juan Pablo II– para llevar un ambiente agradable
y solidario a su ámbito laboral.
Ante esta realidad, Jutta Burggraf aclara que hoy en día muchas personas
vuelven de nuevo a ver con claridad que no pueden llegar a ser libres más allá
de la base de la propia naturaleza; que el sexo, más que un privilegio o una
discriminación, es también siempre una oportunidad para el propio desarrollo
(p. 29).
Más adelante, la autora aclara que la biología también tiene una función
importante en este contexto: Sin embargo, no todas las funciones significan algo
construido a voluntad; algunas tienen una mayor raigambre biológica (p. 29). Al
describir gender toda una diversidad de roles, no constituye esto una desventaja
para la mujer, siempre y cuando, esta diversidad no provenga de una forma de
imposición arbitraria, sino más bien, que refuerce lo que es específicamente
masculino o femenino. En otras palabras que esta diversidad de roles no vaya en
contra de lo que la ley natural fija.
Las mujeres que son esposas o madres o las que quieren serlo deben tener siempre
la opción y la posibilidad de serlo con dignidad. La mujer con una actividad
profesional externa no debe ser declarada el único ideal de la independencia
femenina, a pesar de todo el respeto que merecen sus intenciones nobles. (pp.
29-30). En el hogar y en plena colaboración con su marido, la mujer logra una
realización única al volcar toda su feminidad en el cuidado de la educación
de los hijos, que no es tarea fácil. Dentro del cuidado de los hijos, la
formación ética y espiritual presenta un reto extraordinario ante la realidad
que ellos enfrentan fuera del hogar. Hay que recordar que la escuela y el
colegio instruyen; los padres educan; y dar una buena educación o formación a
aquellos seres que la pareja más ama es alcanzar una plenitud y una satisfacción
tan alta, como la que puede proporcionar la más distinguida de las profesiones.
Es importante retomar también la idea del rol de la mujer en el hogar. Por esta
razón, la doctora Burggraf nos proporciona un enfoque realista cuando dice: La
familia, ciertamente, no es una tarea exclusiva de la mujer. Pero aún cuando el
varón muestre su responsabilidad y compagine adecuadamente sus tareas
profesionales y familiares, no se puede negar que la mujer juega un papel
sumamente importante en el hogar. Consecuentemente, la recomendación final de
la autora es que la específica contribución que aporta la mujer en la familia,
debe tenerse en cuenta cuando se redacten leyes que le conciernen. La colaboración
para elaborar esta legislación deberá considerarse mundialmente, no sólo como
derecho, sino también como deber de la mujer (p. 30). Y continua en su nota
final: El desarrollo de una sociedad depende el empleo de todos los recursos
humanos. Por tanto, mujeres y varones deben participar en todas las esferas de
la vida pública y privada. Los intentos que procuran conseguir esta meta justa
a niveles de gobierno político, empresarial, cultural, social y familiar,
pueden abordarse bajo el concepto de “perspectiva de igualdad de género (gender)”,
si esta igualdad incluye el derecho a ser diferentes. Y, a la hora de adoptar
políticas, la “perspectiva de género” lleva a plantearse cuáles serán
los posibles efectos de esas decisiones en las situaciones respectivas de
varones y mujeres (p. 32).
Burggraf termina su libro recomendando enfáticamente: Esta perspectiva de género,
que defiende el derecho a la diferencia entre varones y mujeres y promueve la
corresponsabilidad en el trabajo y la familia, no debe confundirse con el
planteamiento radical señalado al principio, que ignora y aplasta la diversidad
natural de ambos sexos (p. 32). Puede el lector estar seguro, al finalizar el
libro –¿Que quiere decir género?–, que gender, para Jutta Burggraf, es
totalmente distinto de lo que significa gender para Simomne de Beauvoir.
_________________
[1] Jutta Burggraf. ¿Qué quiere decir género? Un nuevo modo de hablar. San
José: PROMESA, 2001.