27 DICIEMBRE
SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA
1. FLUVIUM
El
sorprendente amor de Dios por el hombre
Celebra hoy la Iglesia la fiesta de San Juan, Evangelista y Apóstol del Señor.
Es, por muchas razones, una personalidad admirable. Nos fijaremos, sin embargo,
sólo en algún rasgo de este hombre que, escogido por Jesús en su temprana
juventud, permaneció fiel a la llamada divina durante una larga vida. Recordemos
que san Juan fue el único Apóstol que no padeció martirio. San Juan, ya muy
anciano, era un tesoro viviente para la primera generación de cristianos, que
escuchaban de sus labios las maravillas del amor de Jesucristo, mientras les
animaba a un amor fraternal incondicionado, pues, en amar así consiste el ideal
de la vida que trajo Jesús al mundo.
Juan es el evangelista que mejor refleja el amor de Jesucristo por los hombres.
Su largo relato de las últimas horas de la vida de Cristo antes de su Pasión, es
un modo de concretar las manifestaciones más ostensibles de ese amor. Amor de
Jesús que se identifica con el amor de Dios, que tanto amó al mundo que le
entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino
que tenga vida eterna. De este modo tan espléndido y animante nos muestra san
Juan al Padre y a Jesucristo, su Hijo. Leyendo las páginas de su Evangelio
quedamos persuadidos de que basta con dejarse querer. Es suficiente con no poner
obstáculos a ese Señor que ha querido hacernos partícipes –gratuitamente, por
puro amor– de su misma Vida divina. Suya fue la iniciativa, no sólo de crearnos
con capacidad de amarle y conocerle, sino de redimirnos después del pecado, con
el que el hombre negó –y niega también hoy– la bondad de Dios.
Para esta Redención tomó el Verbo carne humana de María siempre Virgen. Vino a
los suyos –relata San Juan en el prólogo de su Evangelio–, y los suyos no le
recibieron. Pero a cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hijos de
Dios. He aquí la Gran Noticia que nos transmite este Apóstol. El Amor que Dios
nos tiene no es un amor cualquiera. Nos ama con un toda su perfección Divina,
con toda su Omnipotencia y como a verdaderos hijos; con la mayor ternura que...
–mejor–, con mucha más ternura de la que podemos imaginar, soñar o desear. No es
posible pensar en un amor más grande, más incondicional, más desinteresado... Es
un amor que se manifiesta de modo particular en el perdón. Por eso se llama
también al Sacramento de la Penitencia, Sacramento de la Misericordia de Dios.
Así se expresa san Juan en una de sus cartas: Hijos míos, os escribo estas cosas
para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre:
Jesucristo, el Justo. Él es la víctima propiciatoria por nuestros pecados; y no
sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo.
La consideración meditada de esa filiación divina que por la bondad del Creador
nos corresponde, y que es fruto de la Encarnación, de la Muerte y de la
Resurrección de Jesucristo, abre nuestra mente, iluminada por la fe, al océano
inmenso de amor de un Dios deseoso –siempre anhelante– de reencontrarse con sus
hijos los hombres, que se perdieron por el pecado. San Juan, en verdad, anima a
la gratitud, al entusiasmo en Dios nuestro Padre, y, como consecuencia, a la
correspondencia manifestada en obras eficaces en su servicio. No –como es
evidente– en servicio servil, en el sentido negativo que puede tener esa
palabra. Como recoge en su Evangelio, Jesús aseguró: Nadie tiene amor más grande
que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo
que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su
señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi
Padre os lo he hecho conocer. Como amigos, quiere que nos consideremos, y de
amigos debe ser también la correspondencia nuestra, aunque también sea el Señor:
una respuesta espera siempre de amor.
San Josemaría ahonda de modo particular en la relación de Juan con María, la
Madre de Jesús: Fijaos también en que es Juan quien cuenta la escena de Caná: es
el único evangelista que ha recogido este rasgo de solicitud materna. San Juan
nos quiere recordar que María ha estado presente en el comienzo de la vida
pública del Señor. Esto nos demuestra que ha sabido profundizar en la
importancia de esa presencia de la Señora. Jesús sabía a quién confiaba su
Madre: a un discípulo que la había amado, que había aprendido a quererla como a
su propia madre y era capaz de entenderla. Conducidos por este Apóstol queremos
también amar más a la Santa María y conocerla mejor. Entenderemos así un poco
más la grandeza de Amor que guarda su Hijo para cada uno de los hombres.
2.
Sermón de San Vicente Ferrer para la fiesta de San Juan Evangelista
3.