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JESUS
HERNANDEZ CUELLAR
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Con
la entrada de las tropas aliadas en Berlín, en 1945, Joseph Goebbels y su
esposa Magda envenenaron a sus seis hijos y luego ordenaron a su escolta que los
ejecutaran a balazos a ellos mismos. Moría así uno de los más grandes genios
de la propaganda política, el hombre que controló la literatura, la prensa,
las bellas artes, la música, la radio y el cine en la Alemania de Adolfo Hitler.
La
misión de Goebbels era hacerle creer al mundo que el futuro pertenecía al
nazi-fascismo.
En
el verano de 1991, en la Unión Soviética, fracasaba el último intento por
conservar un régimen que durante 74 años había generado una gigantesca
infraestructura propagandística, a la cual no era ajena la cultura. Una
superpotencia multinacional en la que existían 360 mil bibliotecas, más de mil
museos, 3 mil emisoras de radio, 8 mil periódicos, 130 canales de televisión
importantes, 175 mil salas cinematográficas y una industria del libro que
imprimía 80 mil títulos y folletos anualmente, en 50 idiomas.
La
misión del andamiaje propagandístico soviético, incluida una buena parte de
la actividad cultural, era hacerle creer al mundo que el futuro pertenecía al
comunismo.
Tanto
en la Alemania de Hitler como en la Unión Soviética se envió a prisión, a
hospitales psiquiátricos e inclusive se dio muerte a escritores y artistas que
se negaron a cumplir los mandatos de sus respectivos imperios.
Lejos
de la legendaria Europa, en medio de las aguas del Caribe, está Cuba, una pequeña
nación en la cual aún rige un sistema político que es una copia todavía
bastante fiel de lo que fue la Unión Soviética. Un sistema político que no ha
desaprovechado el valor del arte y la literatura como vehículos de difusión
ideológica marxista-leninista, durante los últimos 42 años.
Viredo,
pintor cubano miembro del Grupo de los Once, exiliado desde los años 60 en
EE.UU. Desde los primeros tiempos del triunfo revolucionario encabezado por
Fidel Castro, se creó la Casa de las Américas, el Instituto Cubano del Arte y
la Industria Cinematográfica (ICAIC), la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba (UNEAC), el Ballet Nacional de Cuba (BNC) y otras muchas instituciones.
Pero Castro fue claro desde el principio, y apenas en 1961 en sus conocidas
Palabras a los Intelectuales, expuso lo que sería una constante de su régimen
en más de cuatro décadas: "Con la Revolución todo, sin la Revolución
nada".
También
en la década de los años 60, el histórico Armando Hart, quien fue ministro de
Cultura entre los 70 y los 90, expresó cuando era titular de la cartera de
Educación y encargado de la esfera cultural, una frase que sirvió de pauta al
quehacer artístico: "El arte es un arma de la Revolución".
"La
proyección de supuestos valores culturales le servía al gobierno cubano para
-por conveniencia- dar una imagen diferente de la cultura que se hacía en el
campo capitalista, al igual que hacían los países del extinto bloque soviético",
señala el escritor cubano Manuel Gayol Mecías, autor de El Jaguar es un Sueño
Ambar (1992), Retablo de la Fábula (1989) y otros libros.
"La
diferencia aparentaba ser de un arte y una literatura "verdaderas", en
la que, entre otras cosas, todos los creadores podían tener la oportunidad de
materializar su obra", añade el escritor, quien viajó a España en 1994 y
arribó a Estados Unidos un año después, donde reside actualmente.
Si
bien el patrocinio de la cultura se inició desde muy temprano, más adelante,
en 1976, con el llamado proceso de "institucionalización", se puso en
marcha en Cuba un esquema de desarrollo masivo de las artes y la literatura.
Ello significó la creación, en cada uno de los casi 200 municipios de la isla,
de lo que se llamó "instituciones culturales básicas": un museo, una
casa de cultura, una sala cinematográfica, una galería de arte, una librería
y una biblioteca, así como el conglomerado humano que los haría funcionar:
talleres literarios, el colectivo de artistas plásticos, el grupo de teatro, el
grupo de danza y los conjuntos musicales. En este aparato masivo no estaban
comtemplados el arte y la literatura profesional que se hacía en La Habana y
las ciudades más importantes de Cuba.
Gayol
Mecías se refiere también al precio que debían pagar los creadores cubanos
por disfrutar de las oportunidades concedidas por el castrismo: "reconocer
y proyectar a la revolución cubana como una benefactora".
"La
literatura y el arte, tanto a nivel nacional como internacional, se auspiciaban
en la medida en que respondieran o sirvieran a los intereses políticos en
contra de Estados Unidos", indica el escritor.
Pero
el uso que Castro hace de la cultura no se limita a los programas masivos, sino
que se extiende a una cuidadosa labor de relaciones públicas con destacadas
personalidades, como el magnate norteamericano de la televisión por cable Ted
Turner; el Premio Nobel de Literatura, el colombiano Gabriel García Márquez,
quien tiene una lujosa casa a su disposición en el exclusivo sector de Miramar
en La Habana; el actor, director y productor de cine Robert Redford; el
compositor e intérprete catalán Joan Manuel Serrat y otras figuras de relieve
internacional.
"Son
los que miran al régimen de Castro como el último arcoiris y creen ver la utopía
cuando no es más que una de las más crueles distopías del siglo --y sólo
Dios sabe las distopías que hemos sufrido en nombre de la utopía. ¿Les dicen
algo los nombres de Hitler, Stalin, Mussolini, Franco?", ha señalado el
escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, ganador del Premio Miguel de
Cervantes y exiliado en Londres desde la década de los 60.
"Hay
más. Recuerdo a los intelectuales franceses yendo en peregrinación a la China
de Mao y a los que celebraron a Pol Pot como un enviado de Dios cuando sabían
que era un emisario del diablo. Los videntes a distancia creen menos en el
amanecer de Castro cuando más se convierte en el crepúsculo de un solo
dios", agregó el autor de "Tres Tristes Trigres" y "La
Habana para un Infante Difunto".
En
el campo de las relaciones con artistas y escritores extranjeros, la Casa de las
Américas ha sido una oportunidad sin precedente para que centenares de
escritores latinoamericanos, de tendencia izquierdista, pudiesen publicar sus
obras lo mismo a través de las colecciones de esa institución que a través de
su premio anual, que se concede desde hace años a libros en español, inglés,
francés y portugués.
Pero
siempre con condiciones: "En la Casa de las Américas nunca se podía
premiar un libro o una obra artística, que atentara contra los lineamientos
ideológicos de la revolución", afirma Gayol Mecías, quien fue
investigador literario de esa institución cultural.
Lo
mismo ha ocurrido con los festivales latinoamericanos de cine y teatro de La
Habana, a los cuales han asistido decenas de producciones teatrales y cinematográficas
de América Latina, y con las bienales de artes plásticas que se celebran en la
capital cubana.
"Es
bien sabido que los artistas y los escritores hemos sido -y aún lo somos, ¿por
qué no?- sensibles a las utopías sociales. De hecho, también sabemos que los
artistas y los escritores conformamos -digamoslo así- una especie de vanguardia
de la cultura; vanguardia que, entre sus características, ha intentado ser -al
menos en América Latina- una suerte de conciencia crítica de la
historia", comenta Gayol Mecías.
Y,
por lo general, en Cuba y el extranjero "importa mucho poder contar con el
consenso de esa conciencia intelectual", observa el escritor.
Todo
lo anterior implica también que el gobierno cubano, propietario de todos los
medios de producción y servicios, incluidos los de divulgación de la cultura,
aplica una fuerte censura a los artistas y escritores cubanos exiliados y a los
que viven dentro de Cuba como disidentes.
"El
régimen ha intentado monopolizar la cultura cubana sin darle reconocimiento a
todos los que escribimos fuera de la Isla. Hoy en día, algunos intelectuales en
los Estados Unidos pretenden llevar a cabo un intercambio cultural entre los dos
países, el llamado "diálogo de las dos orillas". Pero la falta de la
libre expresión en Cuba hace que este diálogo sea simplemente un monólogo",
afirma el dramaturgo exiliado Raúl de Cárdenas, a quien se atribuye el mérito
de haber mantenido vivo el teatro costumbrista cubano.
"Obviamente,
yo estoy física, ideológica y espiritualmente fuera de la revolución. Si una
obra mía se llegase a escenificar en Cuba, eso significaría que Cuba habría
recuperado su libertad artística", comenta De Cárdenas.
La
escritora cubana también exiliada Ileana González Monserrat pone el dedo en un
punto crítico: "Las organizaciones cubanas del exilio, con un enorme poder
económico y su buena voluntad, hasta ahora no han podido vencer el control que
Castro ha ejercido sobre la opinión pública, a nivel internacional".
"Es
triste para el exilio cubano que el genio literario de Reinaldo Arenas, haya
muerto en tal pobreza y soledad en Nueva York, a pesar de que su obra póstuma
Antes de que Anochezca, y casi todas sus novelas, han sido un verdadero
testimonio del fracaso del castrismo. El exilio cubano no capitalizó, políticamente,
el hecho de que este individuo fue un producto de la revolución, un campesino
nacido, hecho y formado por el sistema comunista, y finalmente perseguido por su
obra literaria, sus convicciones políticas y su homosexualidad", añade la
escritora.
Arenas
fue reconocido internacionalmente por sus novelas Celestino Antes del Alba, El
Mundo Alucinante y otras, algunas de ellas publicadas en Europa mientras él
guardaba prisión en Cuba. Viajó a Estados Unidos en 1980 a través del éxodo
de Mariel y se suicidió en Nueva York en 1991 ya muy enfermo de sida. Dejó una
carta demoledora responsabilizando el gobierno cubano de su muerte. En 2000 se
estrenó la película "Before Night Falls", de Julian Schnabel,
protagonizada por el español Javier Bardem. La cinta estuvo nominada para un
Oscar a la mejor película extranjera. El filme contaba los momentos más
importantes de la vida del escritor cubano.
Arenas, Cabrera Infante, Severo Sarduy, fallecido en París hace pocos años, Gastón Baquero, también fallecido en los 90 en Madrid, y Zoé Valdés, autora de best-sellers radicada en París, son los escritores cubanos exiliados más conocidos. José Lezama Lima, muerto en la isla en la más absoluta marginación, es reconocido como el gran maestro de la literatura cubana contemporánea. Alejo Carpentier, muerto en París como diplomático del régimen cubano, y Nicolás Guillén, muerto en Cuba mientras disfrutaba del cargo de presidente de la UNEAC, son quizá los escritores cubanos que apoyaban a Castro más conocidos fuera del ámbito cultural de la nación caribeña.