La Legión y los Papas

 

Discurso de S.S. Juan Pablo II a un grupo de legionarios italianos el 30 de octubre de 1982.

1. Os saludo cordialmente, hermanos y hermanas de la Legión de María, que habéis venido a Roma, juntamente con vuestro presidente y consiliario nacional, para encontrarnos con el Sucesor de Pedro y recibir de él una palabra de estímulo y de bendición.

Mi bienvenida es para todos y cada uno de vosotros.

Me proporciona gran alegría veros en esta aula, tan numerosos, provenientes de diversas regiones de Italia, tanto más porque sois sólo una pequeña parte de ese movimiento apostólico, que en el arco de 60 años se ha extendido rápidamente por el mundo, y hoy, a distancia de dos años de la muerte del fundador Frank Duff, está presente en muchísimas diócesis de la Iglesia universal.

Mis predecesores, a partir de Pío XI, han dirigido a la Legión de María palabras de estima, y yo mismo, el 10 de mayo de 1979, al recibir por vez primera a una delegación vuestra, recordaba con viva complacencia las ocasiones que tuve anteriormente de estar en contacto con la Legión, en París, en Bélgica, en Polonia y, luego, como Obispo de Roma, durante mis visitas pastorales a las parroquias de la ciudad.

Así que hoy, al recibir en audiencia a la peregrinación italiana de vuestro movimiento, me resulta entrañable subrayar los aspectos que constituyen la sustancia de vuestra espiritualidad y vuestro modo de ser dentro de la Iglesia.

Vuestra vocación es ser levadura

2. Sois un movimiento de laicos que se proponen hacer de la fe la aspiración de la propia vida hasta conseguir la santificación personal. Se trata de un ideal elevado y arduo, sin duda. Pero hoy la Iglesia llama a este ideal, por medio del Concilio, a todos los cristianos del laicado católico, invitándolos a participar en el sacerdocio real de Cristo con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y la caridad operante; a ser en el mundo, con el fulgor de la fe, de la esperanza y de la caridad, lo que es el alma en el cuerpo (Lumen gentium, 10 y 38).

Vuestra propia vocación de laicos -es decir, la de ser levadura en el Pueblo de Dios, animación cristiana en el mundo contemporáneo, y llevar el sacerdote al pueblo- es eminentemente eclesial. El mismo Concilio Vaticano II exhorta a todos los laicos a recibir con solícita magnanimidad la invitación a unirse cada vez más íntimamente al Señor, y sintiendo como propio todo lo que es de Él, a participar en la misma misión salvífica. de la Iglesia, a ser sus instrumentos vivos, sobre todo allí donde, a causa de las particulares condiciones de la sociedad moderna -aumento constante de la población, reducción del número de sacerdotes, nacimiento de nuevos problemas, autonomía de muchos sectores de la vida humana-, la Iglesia más difícilmente podría estar presente y actuar.

El espacio del apostolado de los laicos se ha ampliado hoy extraordinariamente. Y sí, el compromiso de vuestra vocación típica se hace más imperioso, estimulante, vivo, actual. La vitalidad de los laicos cristianos es el signo de la vitalidad de la Iglesia. Y vuestro compromiso de legionarios se convierte en más urgente, teniendo en cuenta, por una parte, las necesidades de la sociedad italiana y de las naciones de antigua tradición cristiana, y, por otra parte, los ejemplos luminosos que os han precedido en vuestro mismo movimiento. Sólo por nombrar a alguien: Edel Quinn, con su actividad en África negra; Alfonso Lambe, en las zonas más marginadas de América Latina; y luego los millares de legionarios asesinados en Asia o que terminaron en campos de trabajo.

Con el espíritu y la solicitud de María

3. Vuestra espiritualidad es eminentemente mariana, no sólo porque la Legión se gloría de llevar como bandera desplegada el nombre de María, sino sobre todo porque basa su método de espiritualidad y de apostolado en el principio dinámico de la unión con María, en la verdad de la íntima participación de la Virgen Madre en el plan de la salvación.

En otras palabras, tratáis de prestar vuestro servicio a cada uno de los hombres, que es imagen de Cristo, con el espíritu y la solicitud de María.

Si nuestro Mediador es uno solo, el hombre Cristo Jesús, afirma el Concilio que "la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder" (LG, 60). Así la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora, Madre de la Iglesia (Ver LG, 62).

La empresa apostólica, para nacer y crecer, la mira a Ella, que engendró a Cristo, concebido por el espíritu Santo. Donde está la Madre, allí está también el Hijo. Cuando se aleja la Madre, se termina, antes o después, por tener lejano también al hijo. Por algo hoy, en diversos sectores de la sociedad secularizada, se registra una crisis difusa de fe en Dios, precedida por una caída de la devoción a la Virgen Madre.

Vuestra Legión forma parte de los movimientos que se sienten comprometidos muy personalmente en la dilatación o en el nacimiento de la fe a través de la difusión o de la reanudación de la devoción a María; por eso, sabrá afanarse siempre para que, con el amor a la Madre, sea más conocido y amado el Hijo, que es camino, verdad y vida de cada uno de los hombres.

En esta perspectiva de fe y de amor, os imparto de corazón la bendición apostólica.   

Juan Pablo II