J.R.R. Tolkien o la lucha de la verdad contra el relativismo
Entrevista con el escritor Joseph Pearce sobre el «Señor de los Anillos»
NUEVA YORK, 19 noviembre 2001 (ZENIT.org).-
El estadounidense Joseph Pearce, convertido al catolicismo, es autor del célebre
libro sobre J.R.R. Tolkien, «Tolkien: el hombre y el mito» («Tolkien: Man and
Myth» de la editorial Ignatius Press).
Cuando faltan tan sólo unos días para la salida en las salas de cine de la película
del «Señor de los Anillos», basada en el libro de Tolkien, posiblemente el más
vendido del siglo XX, Pearce reflexiona sobre Tolkien (1892-1973) y su obra en
esta entrevista concedida a Zenit.
--Algunos critican las historias fantásticas del autor de Oxford,
considerando que detrás tienen una orientación pagana. ¿Es este el género de
Tolkien?
-- Joseph Pearce: Tolkien habla de mitos y de cuentos de hadas más que de «fantasía».
Fue un practicante toda su vida y un auténtico católico practicante que creía
que la mitología tenía la función de transmitir ciertas verdades
transcendentes que de otro modo son casi imposibles de decir dentro de los límites
fácticos de la novela «realista».
Para comprender la «filosofía del mito» de Tolkien, es útil empezar con una
máxima de G.K. Chesterton: «los hechos no vienen antes; la verdad es la
primera» («not facts first, truth first»).
Tolkien y Chesterton diferenciaron claramente entre hechos, que son algo
puramente físico, y la verdad, que es metafísica.
De este modo, un mito o un cuento de hadas pueden expresar amor y odio, egoísmo
y autosacrificio, lealtad y traición, bien y mal... Se trata de realidades
metafísicas verdaderas, aunque expresadas en un marco mitológico.
No es necesario que los cristianos se preocupen del papel de una «historia»
como transmisora de verdad. Después de todo, Cristo fue el más grande narrador
de historias de todos. Sus parábolas podrían no estar basadas en hechos pero
no necesariamente estos hechos fueron reales.
Tome, por ejemplo, la parábola del hijo pródigo. Probablemente, Cristo no se
estaba refiriendo a un hijo concreto, ni a un padre en concreto, ni a un hermano
envidioso en particular. El poder de la historia no reside en el hecho de que
esté basada en los hechos sino en que está llena de verdad.
No pasa nada si el hijo pródigo nunca existió como persona concreta; existe en
cada uno de nosotros. Nosotros somos todos, en un momento u otro, un hijo pródigo,
un padre que perdona o un hermano envidioso. Es «aplicable» a todos nosotros.
Es la verdad de la historia, lo que importa, no sus hechos.
Este era el punto de vista de Tolkien. Por otra parte, hay más verdad en «El
Señor de los Anillos» que en muchos ejemplos de realismo ficticio.
--En años recientes, lo mágico como juegos, espectáculos de televisión,
etc. han cobrado mucha popularidad entre los adolescentes. Dado el modo en que
los poderes mágicos son presentados en «El Señor de los Anillos», ¿piensa
que podría ser peligroso para nuestros chavales?
-- Joseph Pearce: Hay muy poco que pueda ser denominado mágico en «El Señor
de los Anillos». Hay mucho más de sobrenatural, pero sólo en el sentido de
que Dios es sobrenatural, o que Satán es sobrenatural, o que el bien y el mal
son sobrenaturales.
Sería más apropiado describir lo llamado mágico en «El Señor de los Anillos»
como «milagroso», cuando sirve al bien y «demoníaco», cuando sirve al mal.
La Tierra Media de Tolkien, el mundo en el que encuadra «El Señor de los
Anillos», está bajo el poder final del Unico Dios. Está también bajo la
influencia corruptiva de Melkor, el ángel caído que es el Satán de Tolkien.
El mayor servidor de Satán, Sauron, es el Señor de las Tinieblas que es el
enemigo en «El Señor de los Anillos». En otras palabras, la Comunidad del
Anillo está en lucha para acabar con los siervos de Satán.
¿Cómo pueden los cristianos poner objeciones a una búsqueda cuyo propósito
es frustrar los malos designios de un enemigo demoníaco? Lejos de ser una «fantasía»,
«El Señor de los Anillos» es un «thriller» teológico.
--¿Usted piensa que esta era la intención de Tolkien?
-- Joseph Pearce: No hay duda de que «El Señor de los Anillos» es un mito
profundamente cristiano pero esto no significa que sea una alegoría.
A Tolkien no le gustaba la alegoría pues la consideraba como una forma
literaria más bien tosca. En una alegoría, el escritor empieza con aquello que
se propone demostrar y construye una historia para llegar a este propósito. La
historia es realmente poco menos que un medio para ilustrar la moraleja.
Tolkien creía que un mito no debería ser alegórico sino que debería ser «aplicable».
En otras palabras, la verdad que emerge en la historia puede ser aplicada a la
verdad que emerge de la vida.
Hay, de todos modos, bastante de verdad en «El Señor de los Anillos» aunque
su autor nunca se propuso intencionalmente presentar alegóricamente su obra.
Es, quizás, una sutil distinción pero era algo que Tolkien creía que era
importante.
--¿Qué valores piensa que nos puede enseñar «El Señor de los Anillos»?
-- Joseph Pearce: Los valores que surgen en «El Señor de los Anillos» son
valores que manan del Evangelio.
En la caracterización del hobbit, el más improbable de los héroes, vemos la
exaltación de la humildad. En la figura de Gandalf, vemos el arquetipo de un
patriarca del Antiguo Testamento, su bastón aparentemente tenía el mismo poder
que el de Moisés.
En su aparente «muerte» y «resurrección», lo vemos emerger como una figura
semejante a Cristo. Su «resurrección» se convierte en su transfiguración.
Antes de entregar su vida por su amigos era Gandalf el Gris; después, se
convierte en Gandalf el Blanco. Es blanqueado en la pureza de su autosacrificio
y emerge más poderoso en virtud que nunca.
El personaje de Gollum es degradado por su apego al Anillo, el símbolo del
pecado de orgullo. El poseedor del Anillo es poseído por su posesión y, en
consecuencia, es desposeído de su alma. El portador del Anillo siempre se hace
invisible a aquellos que son buenos, pero al mismo tiempo se hace más visible a
los ojos del mal.
Entonces vemos que el pecador se excomulga a sí mismo de la sociedad de los
buenos y entra en el mundo de Satán.
Por último, el hecho de llevar el anillo por parte de Frodo, y su heroica lucha
por resistir a la tentación de sucumbir a sus poderes maléficos, es semejante
al llevar la Cruz, el supremo acto de olvido de sí.
De este modo, en «El Señor de los Anillos», las fuerzas del mal son vistas
como poderosas pero no omnipotentes. Se da la percepción de que la divina
providencia está del lado de la Comunidad y que, al final, ésta prevalecerá
contra todos los pronósticos. Como Tolkien dice sucintamente, «Sobre todas las
sombras cabalga el Sol».
--Muchos se quejan de la depravación de los medios de comunicación. ¿Qué
podemos aprender de Tolkien para mejorar la calidad del entretenimiento?
-- Joseph Pearce: La mayor lección de Tolkien es la naturaleza objetiva de la
verdad. El mal es real; al igual que el bien.
Bondad es la real presencia de Dios; mal es su real ausencia. Tolkien no tiene
tiempo para el relativismo amoral que prevalece en buena parte del
entretenimiento actual.
El hecho de que el mito de Tolkien contenga más verdad que muchas obras
realistas constituye una condena de la falsa imagen que presentan los medios de
comunicación.