PENSAMIENTO Y ACCIÓN
 Pablo J. Ginés. Periodista20/09/2001

La muerte no es tema que salga a relucir en una conversación educada y de buen gusto. Es el tabú de nuestros días. Y aún más tabú resulta hablar de “prepararse para la muerte”. Cabe preguntarse por las razones de esta ocultación.

Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista italiano, amonestaba a sus militantes diciéndoles que ''hacerse preguntas sobre la muerte no es moderno'', que estas preguntas eran “residuos inorgánicos de estados de ánimo ya superados''.

Karl Marx, que escribió 10.000 páginas sobre las que se basan sistemas que aún guían a millones de personas, dedica sólo tres líneas al hecho de morir. Es en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, donde comenta que ''la muerte aparece como una dura victoria de la especie sobre el individuo''. Y continúa, ''el individuo determinado no es, sin embargo, más que un ser genéricamente determinado, y como tal, inmortal''. Esta confusa frase parece significar que el individuo muere, pero la raza humana en sí es inmortal. Marx no dedica más esfuerzo a la muerte. ¿Para qué, si la raza es, en sí, “inmortal?”

Otro símbolo de la modernidad, en este caso capitalista, prohíbe hablar de la muerte: es el libro de estilo de Playboy, que dictamina “en Playboy se prohíbe hablar de niños, de cárceles, de desgracias, de ancianos y de enfermedades. Pero sobre todo queda terminantemente prohibido hablar de muerte''. Cabe destacar, a modo de radiografía social, que las responsables de la revista femenina Cosmopolitan añaden a la lista de temas tabú el embarazo, es decir, que equiparan como tabúes el principio de la vida y el final de ella.

Estos días, los mismos grandes grupos televisivos que ofrecen servicios pornográficos y de telesexo se han mostrado asombrosamente discretos con los terribles atentados en EEUU: hemos visto impactantes imágenes de rascacielos hundiéndose y muchedumbres huyendo, pero no hemos visto cadáveres ni cuerpos sin vida. De hecho, ni siquiera hemos visto heridos en los hospitales. Eso se nos esconde pudorosamente. Y sin embargo en Estados Unidos la muerte se ve ahora de forma distinta. Los numerosos funerales por TV obligan al menos a tenerla presente.

La muerte no es tema que salga a relucir en una conversación educada y de buen gusto. Es el tabú de nuestros días. Y aún más tabú resulta hablar de “prepararse para la muerte”. Al contrario, hoy parece que se prefiere una muerte sorpresiva, inesperada, contrariamente a lo que pedía la vieja oración cristiana: “líbranos Señor de la muerte súbita”. No queremos saber del tema. Y precisamente toda la controversia sobre la eutanasia enlaza con el miedo a la muerte, donde no sólo el enfermo sino también los que le asisten se ven enfrentados –a veces por un largo tiempo- a la realidad de que también ellos tienen que morir.

Excomulgada por disidente

La muerte es tabú y la causa la comenta Pierre Chaunu, famoso historiador de las culturas en la Universidad de París: “Al no poder expulsar a la muerte de nuestra vida, se ha decretado que es vergonzosa, que es indigna de nosotros, que debemos arrojarla de nuestra mente. La han excomulgado porque pone en crisis todas las culturas hegemónicas de nuestro tiempo. Como no han podido hacerle sitio, la han ocultado, proscrito y prohibido.”

No es sólo un problema de Occidente o del comunismo. En el Hospital del Mar de Barcelona hemos hablado con Josep Llamas, claretiano misionero en la provincia de Osaka, Japón, que está allí colaborando con el capellán del hospital.

“En Japón los médicos esconden el hecho de la muerte, y la sociedad japonesa tampoco habla del tema, no quiere saber nada ni se prepara para morir”, nos explica el claretiano. “Vas a un asilo de viejos y ves que todos quieren morirse, que no le encuentran sentido a la vida. La oferta de asistencia al anciano no pasa del nivel físico. Los japoneses no quieren pensar en la muerte hasta que uno se muere: entonces te hacen ceremonias, porque el budismo, en la práctica –aunque no en teoría- es una religión de muertos. Esto se ve cuando acudes a encuentros con budistas: si tratas de hablar de religión, sólo te hablan de sus muertos. Los cristianos japoneses también rezan mucho por sus muertos, a veces de manera rutinaria.”

En un hospital de gran tamaño, como eL Hospital del Mar de Barcelona, hay tres personas dedicadas a pastoral de los enfermos. En este caso, además del capellán y una religiosa, colabora desde 1996 Elena Vázquez, una laica que visita a los enfermos, los escucha, a veces les lleva la comunión o avisa al capellán si piden los sacramentos.

¿Es la enfermedad o la cercanía de la muerte un momento para transformarse? ¿Es el hospital un lugar privilegiado de encuentro con las preguntas últimas? “Hay que tener en cuenta que en estos casos hay poco tiempo”, puntualiza Elena. “No se puede hacer una catequesis de meses, así que yo intento centrarme en exponer el amor con que Cristo nos acoge, en transmitir mensajes sencillos que den paz”.

Engañar a los enfermos

“En este hospital no se engaña a los moribundos, no se les oculta su estado... si preguntan por ello”, explica Elena. “Cuando un enfermo me dice que se está muriendo yo nunca le respondo anda ya, qué dices. Si lo dice, es que él sabe que es cierto. ¿Para qué engañarlo? En estos casos tratas de transmitirle paz, de decirle que no está sólo, que estamos con él. Hoy los servicios médicos hablan con claridad cuando los enfermos preguntan.”

Si los médicos españoles, al contrario que los japoneses, no engañan, las familias sí que lo hacen, incluso las cristianas. Para el cristiano es un problema especialmente pernicioso porque aleja al enfermo de los mecanismos que tiene la Iglesia para tratar con la enfermedad y la muerte.

“A menudo la familia proyecta sus ansias y miedos en el enfermo, quieren privarle de su sufrimiento, y lo que hacen es privarle de una ayuda que necesita”, explica Manel Valls, sacerdote de 56 años. “Cuando atravieso las barreras de los familiares y llego al enfermo veo que él deseaba esta ayuda para poder recibir el bálsamo de la misericordia y el amor de Dios. El corazón del enfermo está a punto en este momento para abrirse a Dios. Mi experiencia de estos años es que el enfermo agradece la verdad, no se asusta. Crear una atmósfera de engaño no ayuda, porque además él no es tonto y ya sabe que se muere.”

En este sentido, si la visita de un médico nadie la interpreta como un anuncio de la muerte, sino como un afán de curación, también así debería interpretarse la unción, que no es nada fúnebre sino un sacramento de esperanza.

Unción para sanar, no para morir

Es muy común pensar que la “extremaunción” es un sacramento para moribundos, cuando en realidad es un sacramento de curación para enfermos y de gracia para los ancianos. Con tristeza, Martín Descalzo lo llamaba ''el sacramento calumniado''.

El Concilio Vaticano II explica con claridad que el sacramento de la unción de los enfermos no se da para preparar para la muerte, sino para pedir la salud, en principio la del cuerpo –si Dios quiere otorgarla-, pero sobre todo la del alma. Además une al enfermo a la Pasión de Cristo y otorga consuelo, paz y ánimo.

Su base bíblica es la epístola del Apóstol Santiago: ''¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y que recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en nombre del Señor. Y la oración de la fe lo curará y, si ha cometido pecado, lo perdonará''.

Se administra ungiendo la frente y las manos con aceite de oliva bendecido (puede ser también otro aceite vegetal) y se pronuncia una breve oración: “Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad”. Puede recibirse varias veces, por ejemplo si se produce un agravamiento en la enfermedad después de haber recibido ya el sacramento.

En la constitución apostólica Sacram Untionem de 1972, el Papa Pablo VI recordaba que “el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez”. Por eso en muchas parroquias, los mayores de 60 años suelen hacer celebraciones comunitarias de este sacramento en días especiales, como una forma de fortalecer la vida cristiana de los mayores.

Es el caso de la parroquia del padre Llamas cerca de Osaka: “El Día del Anciano en Japón celebramos la unción de los enfermos de manera comunitaria con los ancianos: ellos sí tienen muy claro su sentido de curación, que no es cosa de moribundos. Además, yo a un cristiano le recomiendo que no sólo acepte la muerte, sino que incluso dé gracias a Dios, algo que no puedo pedir a no cristianos”

También el P. Valls defiende esta práctica: “La celebración comunitaria de la unción de los enfermos es buena por el tono de fiesta con que se hace, aleja el sentido terrorífico del sacramento; además, pedimos por la sanación del cuerpo, porque en el cristianismo el cuerpo es importante.”

Edulcorando los novísimos

Como no interesa hablar de la muerte, tampoco se habla de lo que pasa después de la muerte. Para el materialista, que le recuerden que la muerte supone una apuesta, resulta insultantemente molesto. Pero también para el católico puede ser muy fastidioso que le recuerden doctrinas como la del Infierno o el Purgatorio.

“La conciencia de la muerte estaba más presente en el pasado”, explica el P. Valls. “Hoy se edulcora con plástico de celofán, el sufrimiento y la muerte se aparcan en sitios especializados. El memento mori, el recuerda que has de morir, es una constante de la Iglesia y este punto es importante en el itinerario de una persona. Esto hay que predicarlo, no aparcar tan alegremente el tema escatológico. Me molesta soberanamente cuando en unos funerales parece que están haciendo la canonización del difunto, sin entender que estamos allí precisamente para rezar por él. El salto de la criatura al Creador no es tan alegre, necesita su purificación.”

La doctrina católica sigue enseñando que existe un estado del alma llamado Purgatorio, pero se suele explicar poco y casi nunca en misa. “A mí me gusta llamarlo el “caritatorio” –comenta el P. Valls- y lo comparo con los ojos de un niño que acaba de nacer: tiene que acostumbrarse a la luz. También nosotros necesitamos acostumbrarnos al abandonar nuestra mediocridad. Por eso hay oración por los difuntos que están atravesando este fuego de amor tremendo que quema los residuos de impureza.”

Francesc Vergés i Vives, capellán en S. Pere de les Puel·les, centra el problema de la muerte en clave cristocéntrica: “para los cristianos, el sentido de la vida y de la muerte está en Cristo. Si morimos, morimos con Cristo, que murió como ofrecimiento, y así consiguió la Nueva Vida. Nosotros participamos de ella. Si tienes fe, Cristo está contigo en esta realidad que es la muerte.”

“Yo cada domingo pienso en la muerte, porque la misa es la celebración de la Muerte y Resurrección de Cristo. Cuando comulgo estoy con Cristo y con Cristo acepto la muerte. No hay que esconder la muerte. Al terminar la misa suelo rezar el Alma de Cristo, con ese verso que dice a la hora de mi muerte, llámame. Y San Francisco hablaba de la “hermana muerte” con cariño, pero también decía líbrame, Señor, de la segunda muerte que sería la nada o el infierno.”

La muerte es un tabú social. Es lógico que lo sea en una sociedad sin esperanza ni respuestas. Pero para los cristianos la muerte es el heraldo que anuncia la Resurrección. Es un hecho que no deberíamos acallar.

Visite en esta web de casos prácticos una situación que se puede dar en cualquier momento: el abuelo se muere y la madre quiere retrasar el momento de la unción. http://www.interrogantes.net/casos/20.htm