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 Dr. Joan Martinez Porcell. Facultad de Filosofía (URL)21/03/2002



I.- La dimensión incondicional del acto de fe

El acto de fe que hace el creyente siempre ha sido relacionado con un tipo de acto psicológico que tiene como características principales el de ser incondicional y totalizante. El buen creyente cree sin condiciones y completamente aquello que le hace falta creer. Ahora bien, observamos que en el acto de fe no aparece su contenido objetivo, y, no obstante, el creyente le da asentimiento como si se tratara de una verdad absolutamente evidente. Y es que el acto de fe forma una totalidad muy rica, que une, a la vez, el aspecto noético - en el plano de la ortodoxia objetiva y comunicable (1) -, y el aspecto existencial, en el plano de la conversión y de la salvación (2).

El concilio presentó el acto de fe en una definición sintética que reunía, a la vez estos dos aspectos: el valor del compromiso personal y la adhesión intelectual (3). Es cierto que la filosofía de la relación personal contemporánea ha beneficiado mucho esta consideración de la fe desde una vertiente más existencial o vivencial, pero ha dejado abierta una pregunta en el racionalismo: ¿cómo puede estar de acuerdo con la responsabilidad y adultez intelectual una fe que siendo incondicionada y total como un saber, no es, en cambio, un verdadero conocimiento objetivo?

Aunque el creyente tiene una cierta noción de aquello que cree, es decir, sabe al menos ''de que se trata'', es cierto que no puede conocer el enunciado objetivo de aquello a lo cual da asentimiento; y eso sucede así porque lo determinante en la fe no son los argumentos sino la intuición de que es bueno creer. Y esta intuición es más el fruto de un acto de la libertad que no de la verdad interna de la propia proposición. La fe es, sobre todo, creer 'algo de alguien', y eso no es sólo un asentimiento a un contenido sino a una persona en la cual se confía (4). Así pues, la credibilidad del testigo y su mediación afectan a la propia formalidad de la fe, que es lo mismo que afirmar que la ilimitación sin reservas e incondicional del acto de fe sólo se justifica por la autoridad de quien revela.

El hecho de la auctoritas tiene mucha importancia en cualquier 'creencia' o proceso intelectual de tradición sin embargo ha quedado muy estropeado en la visión racionalista de la fe en la cual las verdades no se cruzan en la medida en que son garantizadas por el Dios que las revela sino por el sentimiento de unidad o belleza que genera su cosmovisión. Que la fe sea incondicional, sin limitaciones, sin reservas, quiere decir que es falso que pueda creerse en parte, un poco, o sólo algunas cosas, pero a menudo eso lo ha olvidado el creyente contemporáneo que ha tenido un criterio ideológico como el hecho formal de su acto fiducial. Podríamos decir que este hombre tiene por verdaderos los contenidos de la fe 'de manera diferente al de la fe'; el creyente actúa entonces más como filósofo de la vida que como verdadero creyente.

¿Cuándo es más 'adulto' el cristianismo? Cuando pretende una fe ideológica puramente natural o cuando - cómo el niño- acepta la formalidad y totalidad de la fe en base a la confianza en el testimonio y a la mediación de el auctoritas?. El asentimiento de fe no es adhesión ideológica, porque descansa en la libertad que se entrega. No se trata de que el creyente esté menos seguro de aquél que sabe; está igual de seguro y su acto es igualmente incondicional; tan sólo se trata de una seguridad libre en la que la ausencia de evidencia se suple por lo bueno que sabe que es creer. La buena disposición del hombre que se sitúa con respecto a Dios en una actitud de filial apertura, de sumisión y de acogida es fundamental en el acto de fe. De hecho, en todo tipo de comunión existe esta actitud; veamos, sino, la relación que hay entre el niño y el adulto, o la que hay entre el alumno y el maestro. Es aquella actitud que fomenta la virtud de la piedad y que consiste en hacer atractivo para el hombre el bien espiritual que significa Dios. Pascal ya advirtió que existía un diálogo interior por el que la verdad se descubre deseable o verdadera en la medida en que la acogemos.

 

 

II.- La seguridad y la dependencia en el acto de fe

Todo lo que hemos dicho anteriormente no quiere decir que el creyente crea sólo para porque quiera creer en el sentido de la satisfacción de un deseo o la proyección de unas necesidades. Ciertamente, eso sería irracional. Es lógico que los contenidos de la fe lo afectan cómo objetos de esperanza o de deseo, pero éste no es el motivo formal de querer creer. ¿Ahora bien, si no es ni la libertad ni la evidencia racional, cuál es la razón de querer creer? Pues es la persona del testimonio. El creyente quiere al testimonio, lo estima, lo quiere en la medida en que sus palabras las tiene por verdad, lo quiere porque desea la unión espiritual con quién le habla; lo quiere porque quiere ver todas las cosas como él las ve; y lo quiere porque está bien hacerlo así. Cómo diría Newman ''creo porque amo''.

Todo aquel que habla a otro le está ofreciendo una unión y el que lo escucha, la acepta. Sólo así se crea una común posesión y participación en el conocimiento del otro. Esta adhesión y donación amorosa no se apoya en la fe sino que es la causa de la fe. La consecuencia del descrédito del auctoritas ha llevado a coger como objetivo ideal el saber por un mismo con lo que ello implica de emancipación del entendimiento y de orgullo independiente; de hecho, decir que es mejor saber por otro y fiarse que no saber nada va contra el deseo de conocer, sino contra el orgullo de conocerlo todo por uno mismo. El rechazo del racionalismo en las cuestiones de fe no lo estamos manteniendo por demasiado sino por poco, ya que sus propias reglas del juego no sirven para jugar un juego que va más allá de sus propias reglas.

La razón contemporánea se emancipó sacando el auctoritas de todo discurso racional, sin embargo, ¿puede hacer eso con la fe? Pienso que la filosofía cristiana tiene el derecho de no reconocer como reflexión emancipada y racional una fe ideológica que no reconoce la formalidad de su propio estatuto.

 

III.- La certeza en el acto de fe

También la certeza propia de la fe es atípica. Es verdad que la fe es totalmente segura porque es la adhesión y el asentimiento a una única posibilidad. En la fe no cabe la duda; pero también es cierto que la fe no se fundamenta en la evidencia, y, por lo tanto, permite la inquietud de pensamiento. En la fe del creyente no hay ninguna inquisición, búsqueda, investigación, aspiración en algo todavía no alcanzado, pero con certeza. Esta unión de asentimiento definitivo y cogitatio es un misterio paradójico de lo que ya nos habla San Agustín con su afirmación ''cum assensione cogitare'', fórmula hecha universal por Pedro Lombardo.

También la duda y la opinión son intranquilos; y el saber también tiene intranquilidad en el resultado de sus inferencias lógicas, pero en el caso de la fe se encuentran los dos elementos juntos: el asentimiento seguro y la inquietud de pensamiento; y los dos con igual fuerza. Se trata de un pensar que no trae paz, aunque sea un asentimiento inconmovible en el que no es posible la duda.

La duda quiere decir investigación. En la evidencia, el espíritu es fijado sin investigar y la demostración lo fija sólo al término de un proceso de investigación. Sin embargo, en cambio, en la fe, el espíritu es fijado sin evidencia por el querer de la voluntad. El asentimiento viene de la voluntad, y por firme que sea, no pone fin a la cogitatio, a la investigación inquieta pero insatisfecha.

Lo que es importante es descubrir que duda y cogitatio no son lo mismo, pues, la duda reduce la firmeza del asentimiento y, en cambio, la cogitatio sólo existe cuando el asentimiento se ha producido incondicionalmente. La duda está por falta de firmeza en el asentimiento y la inquietud sólo está si el asentimiento es cierto. Contrariamente a lo que parece la aparente seguridad de la adhesión racional es pacífica pero no segura porque planifica racionalmente y antes de hora un camino que, hecho en la confianza, sería más seguro, aunque inquieto.

Esta apariencia de paz racional es la resignación de quien no cree completamente. Es justamente quien se fía y no ve, quien cree con seguridad lo que no tiene, quien está inquieto. Precisamente porque cree sin reservas lo deja intranquilo un conocimiento que le manifiesta la realidad y, a la vez, la esconde.

 

IV.- El misterio de lo sobrenatural

No está en los contenidos lo decisivo del acto de fe, sino en el testimonio y en la autoridad con que se nos revelan. Ahora bien, ¿por qué las cosas tienen que ser de tal forma que al hombre no le sea suficiente con aquello que le es naturalmente accesible? ¿Por qué tenemos que aceptar una cosa que no es comprobable y a través de un testimonio que no podemos encontrar en nosotros de forma inmediata y con un asentimiento absoluto e incondicional?

Debemos recordar que ser criatura es recibir permanentemente el ser y no estar nunca acabado. Por naturaleza estamos siempre a la espera de Dios, y la fe en la revelación es algo natural en el sentido de que si Dios ha hablado sería contrario a la naturaleza humana no creer. Por lo tanto, no es correcto tener una idea demasiado exagerada del carácter sobrenatural de la fe.

Ahora bien, si la fe implica una actitud de fidelidad con respecto a la totalidad de la verdad, debe ser más natural que la actitud crítica y racionalista. Se tiene por 'crítico' aquél que no acepta sino aquello que aguanta una buena demostración, sin embargo, no es más 'crítico'- en el sentido de razonable - aquél que, para que no se le escape ningún elemento de la totalidad, prefiere una seguridad más imperfecta antes que un menor contacto con la realidad? Quizás por eso el crítico es más sistemático, pero menos abierto, razona con un sistema de verdades más coherente, pero totalmente acabado y con menos elementos.

En la fe no estamos ante una opción neutral y aséptica. Es cierto que hoy no podemos sentir la presencia de Dios con la ingenuidad de otras épocas. Pero al mismo tiempo no puede haber fe si no hay comunicación de Dios, Revelación. Y esta Revelación es una comunicación de luz interior inteligible por medio de la cual el conocimiento se pone en condiciones de percibir algo que no puede percibir con la propia luz. No es inútil la 'mediación', pues, siempre son primeros los que reciben la comunicación y después la 'transmiten' por enseñanza, tradición o autoridad.

La fe 'tradicional' del carbonero o fides implícita no es sofisticada pero es juiciosa, ya que también el más alejado, el menos 'informado' participa de la verdad revelada. Tiene un canto universal, nada banal, aunque nada de élite: todo aquél que antes o fuera del cristianismo acepta como saber garantizado por tradición que Dios es Salvador, cree implícitamente en Cristo. Pero todo eso es imposible sin ''traditio'', sin el asentimiento motivado por autoridad o mediación.

Lo que, en definitiva, quiero decir es que la auctoritas en la obediencia de la fe tiene un núcleo metafísico: la inacababilidad del hombre y su criaturabilidad. Ciertamente el crítico tiene razón al buscar argumentos que acrediten la revelación de Dios sin embargo la intuición de una revelación sucedida no servirá de nada sino la precede una meditación sobre la situación metafísica del hombre como criatura. Ya que la aceptación de comunión es algo vital, hace falta una actitud de apertura, una actitud de atención que no tiene nada que ver con la objetividad aséptica del crítico y tiene mucho que ver con la ascética del pobre que ni se preocupa de su soberanía ni le molesta la comunión ni lo traban las mediaciones.


NOTAS:

1. ''fides quae creditur''.
2. ''fides qua creditur''.
3. Dei Verbum n. 68. La afirmación de totalidad es también muy bíblica. Dar el si de la fe a Dios es darle el crédito total. Es admitir que Él es la verdad basándose en Él; es afirmar que hay una consumación ontológica del hombre sobre la base de una sumisión al principio de toda existencia.
4. Recordamos que Martin Buber hablaba ya de dos formas de fe: la griega y el judío.