TEMÁTICA SACRAMENTAL |
¿Por
qué sacramentos?
El hombre, el ser humano, es un ser capaz de captar el
sentido que cada cosa tiene dentro de sí. Cada cosa le llega en su
aspecto exterior y en su sentido interior. Todo símbolo le debe su
valor al hecho de que la realidad que simboliza le es
incorporada. Todo
fragmento significativo del todo repite al todo, por ejemplo: yo no
digo: mi oído oyó, sino yo oí; mi oído me representa totalmente,
perfectamente. No digo:
mi mano toca, sino: yo toco.
No digo: mi lengua habla, sino: yo hablo. Mi oído, mi mano y mi lengua
representan, en este caso, a mi personalidad entera, total. Ni mi oreja, ni mi mano, ni
mi lengua han tenido que perder su sentido y valor concretos para
convertirse en símbolo de la personalidad total mía. Igualmente: el humo
representa el fuego y una sola llama representa el fuego total en un
dibujo determinado.
En el símbolo religioso el proceso es el mismo que en
cualquier otro tipo de simbolismo, sólo que aquí (en el símbolo
religioso) es seguro que para la experiencia religiosa del ser
humano primitivo ( sea hace miles de años o para un "primitivo"
actual) una cosa determinada representaba y representa un poder. Algo o alguien se ha
revelado en una cosa determinada que ha sido escogida para
revelarlo.
Para una mentalidad primitiva la naturaleza y el símbolo
coexisten. El rayo,
por ejemplo, no deja de ser rayo, sino que es, al mismo tiempo, la
espada de un dios y el trueno es su voz, por
ejemplo.
El hombre no es un mero manipulador de su mundo, sino alguien
capaz de leer el sentido, el mensaje, que el mundo trae en su
interior. Cuanto más
primitivo, ingenuo, sea un ser humano más sensible es a la
sacramentalidad o simbolismo de la realidad. El hombre urbano, científico
o complicado se ha visto bombardeado por tal cantidad de estímulos
que su sensibilidad ha creado un callo y sólo un estímulo
excesivamente fuerte penetra la capa de callo que se ha creado en su
sensibilidad. Para el hombre no urbano,
primitivo, precientífico, todo lo real es signo de la realidad que
fundamenta todas las cosas: Dios.
El hombre urbano, moderno, complejo, científico, es también
hombre y no ha perdido el sentido de lo simbólico y
sacramental. Y menos
aún el hombre latinoamericano, cuyo trasfondo mental es semejante al
oriental (bíblico y por lo tanto, sensual, es decir: todo le llega a
través de los sentidos y lo abstracto a través de lo concreto). El hombre moderno también ha
creado símbolos que lo expresan y también es capaz de descifrar el
sentido simbólico del mundo en el que vive.
Si lo que el hombre trata de expresar es su interioridad, los
símbolos van cambiando porque el hombre va cambiando en su
interioridad. Nuestra
visión actual del mundo es funcional, por ejemplo. Consideramos las cosas
puramente como cosas, como función del trabajo y de la tarea
humanos; con este punto
de partida se hace cada vez más difícil comprender cómo una cosa se
convierte en sacramento o símbolo de algo o de
alguien.
Por todo esto un
símbolo puede volverse mudo porque ya no expresa al hombre que lo
sigue empleando. Si
el hombre se ha vuelto urbano y el símbolo expresaba la relación
entre el hombre y la naturaleza, un rito que expresaba esa relación
y que empleaba elementos naturales puede volverse totalmente mudo
para un hombre que se ha vuelto totalmente urbano. Es el caso de las velas o
cirios como símbolos de la luz, con todo lo que la luz lleva consigo
de realidad y de símbolo.
El hombre de la ciudad ya no percibe casi ninguna
significatividad en la vela porque la luz del hombre de la ciudad no
va unida a la vela sino a la electricidad. Lo mismo le ha pasado al
aceite o a la sal como símbolos religiosos-sacramentales. Nada digo de cosas como el
vino que, por ejemplo, no es consumido nunca por el centroamericano,
ni siquiera por el centroamericano rico (que no sea de origen
europeo). El
centroamericano no ve en el vino "la bebida" o la alegría porque
nunca lo consume y en sus fiestas toma chicha o licor, pero no vino;
en Centro América no se cultiva siquiera la uva y el centroamericano
no conoce las vides, por ejemplo.
Un símbolo que necesita ser explicado ha dejado de ser
símbolo. No es el
signo, sino el misterio unido a él, contenido en él, lo que necesita
explicación. Nadie debiera necesitar
explicar que el bautismo es un baño, eso debiera verse a simple
vista; lo que sí debiera necesitar explicación es por qué ese baño
es especial, qué significado tiene para usted, y la comunidad ante
la que usted se baña, ese baño especial que llamamos bautismo. Si usted necesita explicar
que eso que no parece pan es pan, mala cosa, poco importa qué
significaba para el cristiano de hace 2,000 años la
Eucaristía.
La vida es sacramental.
La vida se expresa normalmente en ritos;
por ejemplo: el beso; dar la mano; saludar con la mano; los regalos;
la bandera de un país; las medallas de condecoración; los signos de
tránsito; el lugar donde, en la mesa familiar, se sienta siempre el
padre o madre de familia; la corona y el trono; el luto (color de
vestidos, coronas de ciprés, etc.); los uniformes; la moneda; comer
con alguien, etc.
Cuando una cosa, sin dejar de ser esa cosa se convierte en
señal de otra distinta de ella y conectada a ella, es que se ha
vuelto símbolo, señal, sacramento.
Y eso es normal en la vida, por ejemplo: el anillo de
matrimonio, la sortija de graduación, etc.
Lo malo del signo o sacramento es que ya no exprese la vida o
no la comprometa, sino que la sustituya. Ir a una procesión debe ser
(y lo fue en su origen) una expresión de fe cristiana, un compromiso
publico de ser y vivir como cristiano; ¿cuándo la procesión, en vez
de expresar la fe vivida,
y comprometerla, sustituyó a la vida cristiana? ¿Cuánta gente cree que es
cristiana porque va a una procesión, y no que debe vivir y vive como
cristiana porque va a una procesión? Lo mismo ocurre en la vida
diaria con los símbolos no religiosos; por ejemplo: el regalo. El regalo, en su origen,
expresaba el amor personal y lo comprometía; es decir: el regalo
representaba a una persona que lo obsequiaba; se daba el regalo como
forma simbólica de darse a sí mismo. El regalo hoy, en la mayoría
de los casos, sustituye el amor personal; por eso se dan regalos por
puro compromiso social, aunque no se ame a la persona a quien se
obsequia; por eso el regalo moderno ha acentuado su valor
económico.
En el símbolo o signo tiene valor lo significado y el objeto
significante. Ninguno de los dos aspectos
debe volverse exclusivamente importante para que el signo o símbolo
siga valiendo. La
moneda que sólo tiene una cara es falsa; exactamente igual con el
símbolo o signo, que siempre es bipolar: debe ser algo que entre a
través de los sentidos y debe, al mismo tiempo, hacer presente algo
no perceptible por los sentidos, pero unido a él. La bandera, perdónesenos lo
prosaico, es un trapo (eso es lo perceptible por los sentidos), pero
hace presente, re-presenta, a la Patria, con todo lo que la Patria
conlleva. El respeto
que recibe la bandera está dirigido a la Patria re-presentada en
ella. Eso, igualmente,
ocurre con los sacramentos, símbolos de fe. Para el que tiene fe, el
universo todo es un gran sacramento: cada cosa, cada
acontecimiento histórico, cada persona es sacramento de Dios y de su
voluntad. Fijémonos
bien: Para el que tiene
fe. Una cosa que es sacramento para
mí, puede que no sea sacramento para otro. Una cosa que para mí es
signo que hace presente algo, puede que para otro sea mudo, no sea,
sino lo perceptible por los sentidos. Por ejemplo: la silla
mecedora en que siempre se sentaba mi abuelita, una vez muerta ella,
a mí me hace presente a la abuelita, a otro, que no sabe que allí se
sentaba siempre la anciana, solamente le parece una silla vieja, sin
ninguna significatividad.
El que va a la Iglesia y recibe sus sacramentos con ideas
claras, no lo hace porque crea que Dios necesita medios materiales
para acercarse a lo no material del hombre, sino, más bien, porque
sabe que, en cuanto hombre,
sólo puede encontrar a Dios humanamente, es decir: corporal,
histórica y comunitariamente.
Por todo esto: sacramento es todo, si es visto
a partir de Dios y a su luz: el mundo, el hombre, cada cosa es
signo y símbolo de lo trascendente para aquel que cree en que existe
algo trascendente a cada cosa.
La historia humana misma se volvió sacramento(signo
que hace presente), del plan salvífico de Dios. Así la historia de Israel se
volvió la historia de la salvación para quienes tenían fe en un Dios
que salvaba en los acontecimientos históricos. Ese es el trasfondo continuo
del libro del Exodo. Y
así, vista desde su final (el Reino efectivo de Dios) se relee la
historia y cada suceso adquiere un sentido especial en orden a ese
futuro. Así la historia
humana se vuelve sacramento de liberación o de opresión, de
salvación y redención o de perdición.
Pero no sólo las cosas son signos, símbolos o
sacramentos. También las personas son
sacramentos.
Personas que encarnan (hacen visible y presente) la bondad,
la gracia, el amor, la liberación. Para el cristiano, Jesucristo
es, por excelencia, el sacramento de Dios. En él se encarnaba (y
encarna) Dios; en él se ocultaba-manifestaba lo divino en lo
humano. El contenía,
comunicaba y significaba el amor incondicional que es Dios para con
todos los hombres.
Nosotros los cristianos podemos encontrar a Dios en todas las
cosas, pero Jesucristo es el lugar del encuentro por excelencia ya
que en él, según la fe cristiana, Dios está en forma humana y el
hombre de forma divina.
La novia, para el novio, no sólo es fulana de tal (que lo es
para todo el mundo) sino, además, el signo que hace presente para él
el amor. Para el novio,
fulana de tal es fulana de tal y sacramento del amor; en ella, su
novia, se "encarna" el amor, todo lo que es el amor, para
él.
Sacramentos y misterios
"Misterio" puede tener varios significados:
a. Lo desconocido, lo secreto, lo incomprensible, lo
inexplicable.
b.
"Misterio" es, también, una celebración ritual de cultos, por
lo menos teóricamente secretos, en los que el destino mítico de un
dios se re-presentaba y conrealizaba en una recordación que afectaba
al que participaba en la celebración del "misterio". Se suponía que el así
iniciado (en griego, iniciado se dice "myste") conseguiría
participación individual en la salvación de ese dios. Esa celebración ritual
incluía consagraciones, baños y banquetes que, de palabra y obra,
querían representar esa recordación salvífica del
dios.
c.
"Misterio" es, también, lo que tiene tal cantidad de sentido
que, por mucho que se explique, nunca se llega a agotar la enorme
cantidad de sentido que eso tiene.
Los sacramentos-símbolos cristianos de los primeros
trescientos años participaban del sentido b y del sentido c
anteriores, pero no del a.
Antes del cristianismo ya existían misterios. Vamos a hablar un poco de
los "misterios" grecoorientales que son los que influyeron sobre los
sacramentos cristianos.
Los misterios grecoorientales eran, casi todos, ritos que
tenían que ver con el ritmo anual de la vegetación y, por eso, ritos
de fecundidad. Es
decir, trataban de explicar el paso del invierno a la primavera y
todos los cambios que acompañaban a ese paso en la vegetación del
Mediterráneo. El paso
del invierno a la primavera hacía posible que los campesinos de esa
zona del mundo pudieran sembrar los granos y con ello renovar todo
el ciclo anual vital de los seres humanos.
Había "misterios" en la ciudad de Eleusis, había misterios
del dios Dionisio y misterios Orficos; había misterios en la ciudad
de Samotracia, misterios de Attis, Adonis y Mitra (todos los
anteriores en Grecia y Asia Menor) y también había misterios en
Egipto (Africa): los de Isis y Osiris.
Casi todos se agrupaban en torno a una madre, esposa o amante
(la tierra) y su esposo, hijo o compañero (el grano de trigo o
cualquier otro cereal fundamental para la vida humana en la
región). El grano
re-presentaba al dios que periódicamente (cada primavera o verano)
moría (era enterrado, sembrado) o desaparecía. Todos estos ritos
representaban la naturaleza con su oscilación pendular entre muerte
y resurrección anuales (paso del invierno-muerte a la
primavera-resurrección).
Representaban una analogía (similitud en algo importante)
entre la extinción anual de la vegetación y la muerte del
hombre. El rebrotar
anual de la vegetación, extinguida durante el invierno, hacía
concluir al hombre que su deseo de una vida posterior a la muerte no
era vano. La fuerza
vital de la naturaleza fue representada como madre universal (la
diosa); sus frutos, la vegetación, los granos de cereal vitales,
eran sus hijos o su esposo o su amante (según los diferentes
ritos).
Los "misterios órficos" eran una derivación de los cultos
asiáticos de Dionisio y representaban una especie de interpretación
del desvalimiento humano, unida con el intento de hallarle una
solución. Los
"misterios órficos" no tenían un drama cultural representable, pero
en esos cultos tenían una importancia especial las
instrucciones. Los
misterios de Mitra no incluían la idea de la periodicidad de la
muerte, pero Mitra era un dios salvador y que influía en la creación
de un mundo nuevo.
Es importante notar que aunque estos cultos influyeron en los
"sacramentos" cristianos, había notables diferencias entre la forma
de entender los cultos grecoorientales y lo que se llevaba a cabo en
los misterios sacramentales cristianos. Por ejemplo: en ninguno de
esos cultos paganos se hablaba de que la muerte del dios tenía
influencia en la salvación o en el bien general de los seres
humanos. Desde luego,
no aparece nunca, en esos ritos paganos, la intención de ese dios de
redimir pecados humanos.
Además: la participación de los iniciados en los misterios
paganos era sólo de simple simpatía (parecido exterior). Añadamos que los sacramentos
cristianos representaban un suceso determinado (la
muerte-resurrección de Jesús de Nazaret) y que no se repetía cada
año porque era (esa muerte) un hecho histórico datable e
irrepetible.
La historia de lo cultual-sacramental en el cristianismo.
1.- Función de lo "sagrado" en otras religiones.
El hombre llama "sagrado" a aquello que ha sido separado y
convertido en distinto a lo "profano" precisamente por los ritos y
lenguaje del culto.
¿Por qué se separa algo de lo profano, consuetudinario, común
y vulgar? Precisamente
porque esa cosa separada del uso común ha sido dedicada
exclusivamente a Dios o a lo divino y ha sido tomada en posesión por
Dios de muy distintas maneras.
¿Por qué se dedica y separa esta cosa y no otra? En esto Dios tiene la
iniciativa y ha manifestado su voluntad de alguna manera, según el
hombre de fe. A Dios se
le ha experimentado previamente como el dueño y señor de todo y
exige o pide que se entregue para uso exclusivo de él, algo de lo
que le pertenece.
Precisamente para admitir que todo pertenece a Dios,
dueño y señor de todo, el hombre entrega algo a Dios y espera que
Dios lo posea en exclusividad.
Con lo que esa cosa queda separada del uso común y
convertida, con ello, en sagrada.
¿Por qué medio consigue el hombre pasar algo de lo común a lo
sagrado, de lo profano a lo santo? Por medio del culto, con sus
ritos y lenguaje. Según
el hombre de fe, el culto separa al hombre de sus intereses
espontáneos para revelarle el misterio mismo de la vida, el nivel
más profundo de la realidad, Dios. El lenguaje religioso,
dentro del culto, hace aparecer lo separado por el hombre del uso
común como símbolo escogido por Dios mismo, como metáfora del
misterio de la vida, como manifestación de la misma
divinidad.
Dios mismo no se manifiesta, permanece intocado e intocable
por el hombre, pero en lo separado por el culto se revela la
presencia de Dios en los símbolos del mundo. En el culto, la divinidad,
que es lo totalmente diferente, se revela al mismo tiempo como la
misma profundidad de nuestra existencia. La idea de "encarnación" de
la divinidad (idea profundamente cristiana") está en el fondo de
toda idea de culto a la divinidad a través de cosas y personas por
medio de los ritos y del lenguaje religioso.
Precisamente por todo lo anterior, el culto y símbolo
religioso se corrompen fácilmente y son instrumentalizados por el
hombre. El culto, por
ejemplo, se vuelve algo mágico y una alienación (enajenación) de la
misma vida humana. Se
vuelve algo mágico cuando el hombre cree que el culto tiene valor en
sí y por sí mismo, prescindiendo de la intención de quien lo
efectúa, prescindiendo de su intelección por parte del pueblo y
prescindiendo de la bondad o maldad de quienes lo llevan a
cabo.
Cuando
la cosa efectuada o consagrada tiene valor en sí mismo y no por el
hombre que lo entrega como símbolo y sacramento de sí mismo y no por
Dios a quien representa la cosa al ser reconocida como posesión de
Dios. Cuando ocurre
este tipo de degradación, el culto se vuelve escape de la realidad y
sublimación religiosa de las propias
necesidades.
2.- Función de lo sagrado en Israel.
En Israel Dios no era el ausente al que había que hacer
presente por medio del culto.
El Dios de Israel era el Dios que se hacía presente en la
historia del pueblo, que había revelado su nombre (su presencia) a
ese pueblo y que intervenía siempre personalmente para liberar a su pueblo cada vez que éste
era oprimido. Por eso
el culto, en Israel, se situaba en el marco de un recuerdo histórico
y ese recuerdo histórico-cultual constituía el credo de fe más
antiguo del pueblo de Israel (ver Deuteronomio
26,6-10).
En Israel, el culto no podía celebrarse sin apertura ética
hacia los demás, no podía celebrarse prescindiendo de las
consecuencias morales, no podía celebrarse sin tener en cuenta el
comportamiento con los demás seres humanos (ver: Isaías 1,10-17;
58,1-12; Oseas 6,6; Jeremías 7,21-24; 7,1-6; 4,4). La crítica que los profetas
hacen al culto israelita desde la ética, desde la moral, rompía toda
idea de una salvación que fuera fruto automático del mismo
culto. Según los
profetas, el templo de Yavé y todo su culto no daban ninguna
salvación si no había justicia en el pueblo mismo. Culto e injusticia no caben
en el mismo saco, según los profetas.
Para los israelitas, no sólo el culto, sino toda la creación
revela a Dios. No sólo
lo sagrado del culto, sino toda la creación puede volverse
manifestación de su presencia (ver: 2 Reyes 5,15-19; Números 10,35
ss.; Josué 4,5 y 13; 1 Samuel 4,17). Según los profetas, la
experiencia histórica y también la fe en Dios como creador del
mundo, al que pertenece manteniendo en la existencia continua, hacen
imposible identificar la presencia de Dios con la misma celebración
cultual. Por ello, según los profetas de Israel,
el verdadero culto es la misma actitud vivencial del hombre que sabe
reconocer a Dios en todas las cosas y reconoce al prójimo como
presencia y mandato de Dios (ver: Isaías 66,1-12; ver toda la
literatura sapiencial bíblica).
3.- Función de lo sagrado en el Nuevo Testamento.
Jesús se sitúa en la línea de la tradición de los profetas de
Israel en cuanto a su crítica al templo y al culto. Por eso, Jesús no critica el
culto como tal sino que, como profeta definitivo y final
(escatológico), anuncia y hace presente el reinado de Dios que
desborda todo legalismo y ritualismo. Jesús denuncia el legalismo
que hace al hombre esclavo del culto en vez de revelarle la vida
como regalo de Dios.
Jesús ataca la hipocresía de los que cumplen con el rito,
pero olvidan practicar el mandato principal del amor. Para Jesús, mucho más
importante que el mismo culto es el amor a Dios y al prójimo. El culto, según Jesús, no es
ley, obligación, regla, sino gracia de Dios. Más importante que cumplir
el deber del culto es la nueva mentalidad de saberse pueblo de Dios
y la libertad para hacer el bien. Jesús considera la actitud
vivencial más importante que el culto: Lucas 11,39; 11,42. Jesús no admite las
costumbres religiosas que hacen olvidar (y que se invocan para no
cumplir) que el mandato principal incluye amar al prójimo: Marcos
7,9-13. Para Jesús,
como para los profetas, la celebración cultual y la actitud ética
tienen que concordar: Mateo 5,23-24.
Desde la experiencia pascual (la muerte de Jesús como
servicio a los demás y su resurrección como confirmación por parte
de Dios del valor único de la persona de Jesús), los primeros
cristianos se daban
cuenta de que sólo Jesús, el
Cristo, es la revelación plena de lo que Dios es para los
hombres. Para
ellos, Jesucristo es la verdadera manifestación de Dios para los
hombres y en Jesús Dios se
ha hecho plenamente presente. Para los primeros
cristianos, la
encarnación (en la que Dios se manifiesta y actúa en la carne,
en un ser humano) rompe
definitivamente la separación entre sagrado y profano. Frente a la vida de Jesús,
que es la revelación plena de la santidad de Dios, todo lo sagrado
cultual queda relativizado.
Para los primeros cristianos, el núcleo de lo sagrado ya no
puede ser el culto, sino la misma vida de Cristo entre
nosotros. Todo acto
cultual se vuelve subordinado a la misma presencia de Cristo en su
comunidad, una presencia de vida que desborda la misma celebración
cultual. Por eso, las
celebraciones de los primeros cristianos eran de una sencillez
apabullante (ver: Hechos 2,41-42; 1 Corintios 12). Para ellos, no son
características de las celebraciones cristianas ni la separación ni
los ritos de purificación, sino la revelación de la presencia de
Cristo dentro de la vida cotidiana. Lo típico cristiano no es la
separación entre el rito y la vida cristiana, sino todo lo
contrario:
el culto
cristiano es la celebración de la misma vida cristiana bajo el
recuerdo de Cristo, que lo santifica todo y hace de la misma vida
cristiana la revelación de Cristo entre
nosotros.
Para San Pablo, toda la vida que se vive en Cristo es sagrada
y revela a Dios. La meta de la celebración
cristiana es que toda la vida puede y debe ser revelación de Cristo
(1 Corintios 3,22 ss.).
Para San Pablo, no es la separación cultual lo importante en
la celebración cristiana, sino la construcción de la misma comunidad
cristiana (1 Corintios 10,23 ss).
Ningún autor del Nuevo Testamento utiliza un lenguaje cultual
para referirse a las celebraciones de la primera
comunidad. Se habla de "reunión", de
"partición del pan", de "dirigentes", "inspectores" y "ayudantes",
el lugar es una casa y la mesa familiar. Y cuando se utilizan
palabras del ambiente cultual no se hace para indicar un culto
cristiano, sino como metáfora (comparación imaginativa) de la misma
vida cristiana. El
templo es la misma comunidad cristiana (ver: 1 Corintios 3,16
ss.). La comunidad
cristiana sí es el cuerpo de Cristo, por eso Iglesia no es el
edificio, sino la misma comunidad de cristianos reunidos. Cada uno de los días del
año puede ser sagrado siempre que se viva y celebre en Cristo (ver:
2 Corintios 6,2; Gálatas 4,8-11; Romanos 14,5 ss.). Sacrificio es la entrega de
la vida toda como señal de fidelidad y amor para los demás (ver:
Filipenses 3,3; 4,18; 2 Corintios 9,12; Romanos 12). El verdadero culto cristiano
es la misma vida. Para
los cristianos, el mediador entre Dios y el hombre solamente puede
ser Cristo Jesús (1 Timoteo 2,5 ss.). Todos los autores del Nuevo
Testamento evitan cuidadosamente el término "sacerdote" para hablar
de los ministros o dirigentes cristianos. "Sacerdote" es
metafóricamente, para todos los autores del Nuevo testamento, Cristo
o la misma comunidad cristiana entera (1 Pedro 2,9;
2,5).
Problemática actual de los sacramentos.
1.
La idea sacramental presupone una interpretación simbólica del
mundo, mientras que nuestra visión actual de la realidad es
funcional, es decir, consideramos las cosas puramente como cosas,
como función del trabajo y la tarea humanos; con este punto de
partida es casi imposible comprender cómo una "cosa" se
convierte en "sacramento".
2.
Para el hombre de hoy la existencia es siempre abierta, crece
a través de las decisiones personales y no puede ser sellada
para siempre por un rito único. La idea del carácter
indeleble, imborrable, que imprimen sacramentos como el
bautismo-confirmación o la ordenación sacerdotal resulta al
hombre de hoy una filosofía curiosamente
mística.
3.
El que gestos rituales (bañarse, imponer las manos, comer,
etc.) puedan influirnos espiritualmente parece, al hombre de
hoy, provenir de la idea mitológica correspondiente, de origen
mágico-mítico, que contradice plenamente los conocimientos
actuales psicológicos y fisiológicos.
4.
La idea sacramental expresa una concepción simbólica del
mundo, que no disminuye en nada su realidad terrenal, pero que
resulta inaccesible al análisis químico, aunque no deja de ser
real.
5.-
El simbolismo sufre un proceso de racionalización,
degradación o infantilismo.
Las variantes populares del simbolismo presentan
todas las señales de un proceso de infantilismo con
degradación del sentido primitivo o porque el símbolo ha sido
comprendido de una manera pueril, es decir, excesivamente
concreta y desprendida del sistema del que forma
parte.
6.
Símbolos o sacramentos rurales han perdido su significatividad
para hombres totalmente urbanos. Símbolos o sacramentos
naturales han perdido su significatividad para hombres que han
perdido su contacto con la naturaleza. De esto hay muchísimos
ejemplos en la liturgia; así las velas, el aceite, la sal,
etc.
7.
Sacramentos que tenían significatividad para el hombre del
Mediterráneo no significan nada para hombres de otra región
donde esos elementos no existen, no se usan o no significan lo
mismo. Por
ejemplo el vino en un lugar en donde no se dan las uvas y, por
lo tanto, el vino ni es bebida común ni tiene significatividad
como tal.
8.
Cuando el bautismo dejó de ser un baño perdió casi toda la
significatividad sacramental que iba unida a la idea de baño y
se convirtió en un rico sentido mágico y social que tiene poco
que ver con el sentido original de ese sacramento. Cuando la eucaristía
dejó de ser banquete y la hostia dejó de parecer pan, cuando
el vino dejó de ser bebida común, sufrió, la eucaristía, una
cantidad de deformaciones de las que se resiente diariamente
la práctica sacramental.
9.
Los sacramentos han sido "cosificados". Son explicados como
"cosas" administrables sin conexión radical, esencial,
continua, con Cristo.
Los sacramentos no pueden ser explicados como siete
gradas que siguen existiendo y funcionando aunque el
carpintero que las construyó no esté
presente.
10.
Cada sacramento exige ser un acto de fe personal, que esa fe
personal sea en Cristo y que se pertenezca efectivamente a la
comunidad llamada Iglesia.
Es decir: la fe personal de quien recibe el
sacramento es indispensable ("el que creyere y se
bautizare, se salvará").
La relación personal con la persona de Cristo es
esencial a cada sacramento ("Sin mí nada pueden ustedes
hacer"). Se debe
pertenecer efectivamente y no sólo teóricamente a una
comunidad cristiana ("fuera de la Iglesia no hay salvación"),
cuerpo de Cristo.
11.
Nos encontramos con la paradoja de que los sacramentos son
solicitados por gente que apenas tiene fe y más bien son
rechazados por algunos creyentes que ya no comprenden su
sentido.
12.- Los
sacramentos han sido desfigurados ideológicamente por razones
netamente políticas.
Para los grupos acomodados, burgueses, conservadores y
capitalistas, pero practicantes, los sacramentos han sido
momentos de desculpabilización instantánea sin consecuencias
morales sociales históricas, ya que la conversión era
entendida como recuperación sacramental (confesarse antes de
comulgar). Para
los grupos populares, como grupos oprimidos, los sacramentos
eran ritos sacralizadores de una vida pobre y precaria,
reducida a un ámbito exclusivamente personal o familiar. En ninguno de estos
dos casos el sacramento contenía ni sombra de un cristianismo
evangélico, crítico o profético.
13.
Se decía que los sacramentos eran signos instituidos por
Cristo, pero no se decía que son signos de Cristo y, por lo
tanto, así mismo, signo de todo lo que Cristo es como
liberación histórica o signos de la causa de
Jesús.
14.
Como la salvación, el reino de Dios, se ha convertido en una
salvación para el alma y en un reino de los cielos para otra
vida, los sacramentos se han convertido también en signos de
liberación intemporal o ultraterrestre, se ha vuelto
alienantes.
15.
La liturgia es un fenómeno social y comunitario con carácter
público que celebra la vida en sus distintas fases
(nacimiento, limpieza, afirmación de personalidad,
alimentación, creación de comunidad, matrimonio) la historia
de un pueblo o de una comunidad, pero como el sacramento se
celebra, muchísimas veces, sin comunidad, en un agregado o
conglomerado parroquial, la liturgia se ha vuelto abstracta,
idealizada e insignificante. Por eso, la liturgia,
de hecho, legitima desigualdades sociales escandalosas, con el
intento de integrar a todos los presentes mediante una armonía
falsa. Con ello
el sacramento es, a veces, dogmática (teológicamente ortodoxo,
verdadero) y moralmente lícito, pero inauténtico. La liturgia (el
servicio cultual) no debe ser una sacralización conservadora
de las clases sociales existentes, sin que sea acompañada en
la vida por unos intentos reales de superación de diferencias
inadmisibles desde el punto de vista del
Evangelio.
16.
El sacramento queda desnaturalizado cuando se lo administra
sin fe, cuando se frecuentan sin compromiso de caridad o
cuando se celebra sin relativizar y trascender todos los
absolutos de este mundo.
La liturgia es para comprometidos, convertidos y
evangelizados (como base o como cumbre de vida
cristiana).
17. No hay lectura o
interpretación neutra de la realidad. El sacramento
celebrado para significar o expresar el seguimiento de Jesús
en una realidad determinada social, política o económica,
estará necesariamente provisto, de un modo o de otro, de
interpretación política (no politiquera)
.
18.
La liturgia (el servicio cultual) se ha vuelto elitista,
moralizadora y utilitaria. El pueblo iletrado
apenas puede participar y, además, la liturgia se ha vuelto
una plataforma de enganche político, de educación popular o de
evangelización.
Pero la liturgia no debiera "servir" o ser utilizada,
sino celebrar y expresar, no ser utilizada sino
útil.
19.
Los sacramentos, al haberse convertido en algo cultual, quedan
cuestionados como expresión máxima de la vida de la
Iglesia. Jesús
denunció los ritos cultuales de su tiempo (el templo), en
favor de algo que no es "sacramento": el amor practicado y la
justicia.
20. A veces parecen remitir al
pasado. A veces
son ritos en los que se hace presente el pasado: la salvación
que "ya ocurrió" en Jesús y hacen olvidar la tareas del
presente histórico.
21.
Muchas veces se ven preteridos por la misma Iglesia oficial. A
veces las prácticas periféricas devocionales reciben el primer
lugar en la vida de la Iglesia por encima de lo sacramental, a
despecho de todas las declaraciones oficiales de la
jerarquía.
¿Sólo 7 sacramentos?
Podemos tomar como dato históricamente garantizado que
el número de siete sacramentos fijados por el Concilio de
Trento (siglo XVII) no tiene antecedente en la teología de
Oriente ni de Occidente durante los primeros mil años de la
Iglesia y ninguno de los teólogos contemporáneos (siglos XVI y
XVII) hizo mención de tal número.
Para la Iglesia de Oriente el número siete respecto a
los sacramentos obtuvo mayor relevancia debido a la influencia
que tuvo un teólogo llamado el Pseudo-Dionisio (el falso
Dionisio Areopagita que, supuestamente, tenía influencia
directa de Juan el apóstol). Según el
Pseudo-Dionisio los sacramentos serían: el bautismo, la
confirmación, la eucaristía, la consagración de los óleos, la
consagración sacerdotal, la consagración de los monjes y los
ritos del entierro de un muerto.
En Occidente también hubo diversidades al respecto pues
en distintos puntos se indica el número de dos, tres, cuatro,
seis, nueve, diez o doce y hasta más (por ejemplo, San Agustín
enumera más de cien sacramentos), pero en ningún lugar se
alude al número de siete.
Hay que tener en cuenta, además, que algunos de los
sacramentos incluidos en el número de siete en la declaración
dogmática del Concilio de Trento no habían sido considerados
como tales por la teología de aquel tiempo. Por ejemplo: la
penitencia, la unción de los enfermos o el matrimonio,
mientras que, por el contrario, se mencionaban entonces como
sacramentos algunos de los que después de dicho Concilio
fueron considerados como meros ritos piadosos, no-sacramentos
(sacramentales) de la Iglesia; por ejemplo: la consagración de
los monjes, la consagración del rey y el lavatorio de los
pies.
No se puede trazar un desarrollo histórico genuino que
parta de los signos sagrados de los que no hablan las Sagradas
Escrituras hasta llegar al dogma de Trento, aduciendo pruebas
de Escritura y Tradición.
Los sacramentos de la unción de los enfermos y el
matrimonio no fueron considerados, como tales, sacramentos,
independientes de por sí, hasta una determinada fase de la
historia de los dogmas.
La unción de los enfermos no se menciona nunca como
sacramento en la época de los Santos Padres de la Iglesia y
son escasísimos los testimonios que pueden encontrarse hasta
el siglo VIII en favor de la sacramentalidad de la unción de
los enfermos. Por
ejemplo: Orígenes (que murió entre el 235 y el 254) que fue el
primero en hacer referencia a la cita de Santiago 5,14, no
hace alusión a la unción de los enfermos sino que se refiere,
con esa cita, más bien a la penitencia. Beda el Venerable
(otro Santo Padre, de enorme influencia, muerto en el año 735)
atribuye a los laicos la aplicación de los óleos sagrados y
sólo a partir de Carlomagno (siglo IX) empieza a prohibirse a
los laicos la aplicación de los santos
óleos.
En ningún punto nos ofrecen los Santos Padres un
testimonio sobre la sacramentalidad del matrimonio en el
sentido actual. Las alusiones que en aquel tiempo se hacían al
matrimonio en cuanto sacramento se orientaban tan sólo a
presentarlo como símbolo de la unión de Cristo con la
Iglesia. Sólo la
teología escolástica llegó a hacernos ver en el contrato
matrimonial un sacramento en el sentido de que ese signo
externo constituyera una gracia
interior.
Teología
fundamental sobre los sacramentos.
1.
Podemos decir que Dios es una realidad que no aparece a la
vista. Esto se puede
decir de muchas maneras, por ejemplo, diciendo que Dios es
invisible, que es espíritu, que Dios es transcendente. En la Biblia esa idea
aparece en expresiones como que a Dios no se le puede ver porque
quien ve a Dios muere (Exodo 3,1-6) o que a Dios nadie le ha visto
jamás (Juan 1,18).
2.
Pero ya dijimos antes que para el hombre no urbano, primitivo,
precientífico, todo lo real y visible es signo de la realidad que
fundamenta todas las cosas: Dios.
Igualmente, para el que tiene fe, el universo todo es
un gran sacramento: cada cosa, cada acontecimiento histórico, cada
persona, es sacramento de Dios y de su voluntad. No es que Dios necesite
medios materiales para acercarse a lo no material del hombre, sino,
más bien, porque el hombre, en cuanto hombre, sólo puede encontrar a
Dios humanamente, es decir corporal, histórica y
comunitariamente. La
misma historia humana se volvió sacramento (signo que hace presente)
del plan salvífico de Dios.
3.
Pero no sólo las cosas son signos, símbolos o sacramentos. También las personas son
sacramento. Para el
cristiano, Jesucristo es el sacramento por excelencia de Dios. En él se encarna Dios; en él
se ocultaba-manifestaba lo divino en lo humano. El contenía, comunicaba y
significaba el amor incondicional que es Dios para con todos los
hombres. Los cristianos
podemos encontrar a Dios en todas las cosas, pero Jesucristo es el
lugar del encuentro por excelencia ya que en él, según la fe
cristiana, Dios está en forma humana y el hombre de forma
divina.
4.
Los siete sacramentos tienen sentido sólo en cuanto expresiones del
primer sacramento de Cristo querido por Jesús: la Iglesia, es decir
una comunidad de hombres en la que está presente la salvación. Los sacramentos no son ritos
aislados, sino parte de la vida de la Iglesia, que es quien trae la
salvación. Hay que
recordar, sin embargo, que la Iglesia es también lugar de
pecado. La "casta
prostituta", como la llamaban los Santos Padres. La Iglesia no es solamente
el lugar de salvación, sino que tiene como misión el ser signo
eficaz, y no sólo ritual, de la justicia y la liberación. Por eso Puebla dirá que la
Iglesia debe permanecer siempre autoevangelizándose
(228).
5.
Para superar la comprensión mágica y cosista de los sacramentos se
ha dicho que en ellos ocurre un encuentro personal con Cristo. Pero hay que recordar que no
hay dos caminos del encuentro con Cristo: uno en los sacramentos y
otro en el seguimiento real de Jesús, en la continuación de la
misión de Jesús : anunciar y hacer presente el Reino de
Dios. Sólo hay un
camino: el seguirlo a él como hermano mayor que abre camino. Los sacramentos deben
insertarse coherentemente en este seguimiento de Jesús. En los sacramentos se debe
celebrar lo que se hace realmente en la vida.
6.
El plan de Dios es el Reino de Dios, es decir, que vaya apareciendo
una sociedad, un modo de convivencia entre hombres, que sea
realmente fraternal, un mundo como Dios lo quiere, un mundo (éste)
en el que Dios reine efectivamente. La fe cristiana se dirige a la
consecución de ese Reino en el que Dios sea Padre. Los sacramentos son momentos
densos en los que se celebra ese proceso de liberación, o se pide
perdón por no haberlo hecho, o se compromete uno a poner de su parte
lo posible. Los
sacramentos deben ayudar a no reducir el trabajo por la liberación a
dimensiones puramente humanas.
Deben ser el recuerdo de que se trata de la liberación
de Jesús y de que hay que hacerla fundamentalmente como Jesús.
7.
La voluntad salvífica de Dios es, en cuanto tal, lógicamente
anterior a la decisión del individuo que responde a ella. El sacramento es un signo
que hace visible la afirmación de que Dios nos amó primero, de que
Cristo murió por nosotros (por nuestros pecados), aun siendo
nosotros pecadores.
Esos signos sacramentales son la expresión de esa voluntad
salvífica de Dios que es gratuita y que se hace gracia cuando se
realiza en la vida lo que se simboliza en el signo. El sacramento expresa en un
signo lo que en lenguaje teológico se llama el problema de la
relación entre justificación y cooperación, entre don y tarea, entre
acción de Dios y acción del hombre, entre gratuidad y acción, entre
justicia y misericordia.
Este problema es lo que en puro lenguaje teológico se llama
"ex opere operato" y el "ex opere operantis". En lenguaje más popular y
comprensible lo que queremos afirmar es que es una abstracción
separar la gracia ofrecida de la gracia realizada, aun cuando al
nivel del pensamiento se puedan separar esos dos aspectos. Lo que queremos afirmar es
que la gracia es captada como ofrecida desde la gracia
realizada. Los
sacramentos son signos infalibles de gracia ofrecida en cuanto son
captados desde la gracia vivida.
El que el sacramento sea signo infalible de gracia no
justifica de ninguna manera su conversión en un rito mágico en el
que el acto (la obra) tiene valor por sí mismo prescindiendo de su
relación esencial con la persona de Cristo, la existencia real de
una comunidad eclesial en la que se efectúe y la intención, bondad o
maldad del administrante concreto y del sujeto recipiente concreto
del sacramento. Los
curas no se diferencian de los brujos en que la brujería del cura
sea efectiva y la del brujo falsa, sino en que el sacramento no es
nunca brujería de ninguna clase.
8.
Santo Tomás de Aquino había dicho que "los sacramentos significando
causan". Gran parte del
problema pastoral de los sacramentos está en que se ha acentuado
enormemente la segunda parte de la expresión (el "causan") y se han
estudiado con todo detalle todas las posibles formas de causalidad
sacramental. Se han
olvidado, de hecho, que Santo Tomás dice "significando causan" y de
que para Santo Tomás es tan importante el "significando" como el
"causan". En la medida
en que una cosa ya no significa o no significa para el que lo
recibe, ya no causa.
El problema de los sacramentos no es un problema dogmático,
sino pastoral, aunque, desde luego, esa praxis concreta ordinaria de
la administración sacramental lleva, necesariamente, a un
cuestionamiento de la ortodoxia (doctrina dogmática) que está en el
trasfondo de quienes lo administran o de quienes se acercan a
recibirlo.
El sacramento no puede ser presentado como una obligación o
mandamiento más, sino como una oferta. El sacramento no puede ser
recibido o practicado como un acto de magia. El sacramento no puede ser
cosificado y hasta comercializado. El sacramento no puede ser
desconectado de Cristo, de su contexto comunitario o de su
significatividad sensible (sensibilidad significante). Si queremos renovar el
sentido sacramental debemos recuperar la dimensión cristocéntrica de
cada sacramento. Nada
que yo haga me salva; sólo Cristo salva porque sólo El es
salvación. Cristo, su
persona, es indispensable para mí y debe aparecer como tal. Si queremos renovar el
sentido sacramental debemos recuperar el sentido comunitario de cada
sacramento. Los
sacramentos son relaciones de la comunidad llamada Iglesia, que es
el Cuerpo de Cristo.
Fuera de la Iglesia, fuera de comunidad, no hay
salvación ; el individualismo es totalmente
anticristiano.
Si queremos renovar el sentido sacramental debemos recuperar
la significatividad de cada sacramento. El sacramento, cada
sacramento, debe volver a ser un signo percibido como tal por quien
lo recibe y por quien lo administra en nombre de la Iglesia, en
nombre de la comunidad cristiana, cuerpo de Cristo. Todo sacramento debe ser un
acto efectivo de fe personal, una opción personal y relacional (que
relacione con la comunidad que hace presente a Cristo). El sacramento exige una fe
precedente al acto sacramental y una fe consecuente al acto; el
sacramento se entiende en un contexto coherente de vida cristiana que queda
expresada y comprometida en el acto sacramental. Sólo así el sacramento será
un momento denso de evangelización en vez de ser un sustituto y
competencia de la evangelización.
___________________
Bibliografía utilizada
"Los Sacramentos, Signos de Liberación"; Floristán-Maldonado; Mañana
Editorial, Madrid, 1977.
"¿Fe sin Dogma?"; José F. FinKenseller; Editorial Verbo Divino;
Estella (Navarra), España, 1973; PP. 28-34.
" Tratado de Historia de las Religiones"; Mircea Eliade; Editorial
Cristiandad, Madrid, Tomos I y II ;1974.
" Ser Cristiano"; J. Ratzinger; Sígueme, Salamanca, 1967.
"Los Sacramentos de la Vida y la Vida de los Sacramentos"; Leonardo
Boff; Indoamerican Press Service, Bogotá, 1975.
"Diccionario de las Religiones"; F. Koenig; Herder, Barcelona, 1964;
Columnas 900-910.
"Lo Sagrado en Régimen Cristiano"; Patrick Hanssens; hojas
mimeografiadas, Panamá, 1980.
"La Iglesia y los Sacramentos"; K. Rahner; Herder, Barcelona.
Cortesía de www.cetese.org para
la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL