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Gentileza de  http://www.hernandarias.edu.ar/ceiboysur/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 

LA COMUNION ECLESIAL A LA LUZ DEL PROYECTO DEL PADRE

 

Teófilo Cabestrero cmf
Jornada de Reflexión teológica sobre "Comunión Eclesial"
CONFREGUA. Guatemala 24-25 de Junio de 1999

 

 

Ofrecemos el texto original completo de la ponencia, que es más amplio que lo que el autor comunicó en su intervención. Hay párrafos y páginas no leídas a causa del tiempo (como una síntesis de textos de Rafael Aguirre en la parte bíblica, y la comunión eclesial en la evangelización de AL según Puebla) que explicitan sub-temas no nombrados en la charla, (la conversión al Proyecto del Padre; la opción por los pobres como "primado del Reino"; los conflictos que hay que articular con la comunión). Y se añade, en apéndice, una síntesis ampliada del diálogo que siguió a la ponencia.

Estas reflexiones que compartimos como bautizados y bautizadas en Cristo, son "evidencias teológicas" que nos reclaman vivencia eclesial desde las Escrituras, desde la nueva eclesialidad del Vaticano II, y desde los signos de los tiempos: tres mediaciones por las que el Espíritu Santo nos llama (y nos acompaña) a vivir la "comunión eclesial" según el proyecto del Padre, para que todo el mundo vea que aún es posible vivir en concordia fraterna, frente a los incordios, humanizándonos en armonía con la creación.

He organizado estas reflexiones en dos partes, con un momento final apuntando a la práctica en el horizonte de este cambio de siglo y de Milenio. En una primera parte extensa, vemos el Proyecto del Padre y la comunión eclesial en el Nuevo Testamento. En la segunda parte, constatamos que eso lo asume la nueva eclesialidad del Vaticano II, y que Puebla lo proyectó a la evangelización de América Latina.

 

I. Sobre el Proyecto del Padre y la comunión eclesial en el NT

Hay una corriente histórico-salvífica de vida, que atraviesa todos los escritos del NT en sus diversos géneros y lenguajes: la revelación del Proyecto del Padre y su realización por las obras y palabras de Jesús, hasta su muerte y resurrección, y la efusión de su Espíritu sobre todo el Pueblo de Dios generando comunión filial y fraterna.

Dentro del NT, nos concentramos en subrayar luces para la comunión eclesial (desde el Padre y su Proyecto) en los sinópticos; luego, un apéndice sobre la comunión en la teología espiritual de Juan. Pero, recordemos antes una "evidencia teológica" neotestamentaria, que, por lo fundamental que es, ha de ser asumida por todos los bautizados y bautizadas; y en la medida en que no se asume, la vida y la comunión eclesial se deterioran.

Al Padre y su Proyecto los conocemos en Jesús

Insiste el Nuevo Testamento en decir que a Dios Padre nadie lo ha visto sino el Hijo; nadie lo conoce, ni puede conocer su Proyecto, sino es por Jesucristo. Mateo (11,27) y Lucas (10,22) dicen que "al Padre no lo conoce más que el Hijo, y aquellos y aquellas a quienes el Hijo se lo quiera revelar". Juan asegura (1,18) que "a Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único nos lo ha dado a conocer; "el Padre manifiesta al Hijo sus obras, y el Hijo hace únicamente lo que ve hacer al Padre" (5,19-20). Esto explica aquel dicho de Jesús a Felipe: "el que me ve a mí, ha visto al Padre" (14,9). Y Pablo dice a los colosenses que "Cristo es la imagen del Dios invisible" (Col 1,15).

Así, las primeras comunidades y sus primeras cristologías nos transmiten la total convicción de fe de que Jesús, el Cristo, vivía en íntima comunión con el Padre y podía decir con verdad "quien me ve, ha visto al Padre; quien me escucha, escucha al Padre; y quien ve mis obras y cree en mí, conoce las obras del Padre y el Padre le ama y hará las mismas obras que yo y otras mayores..." (en Jn 6,7 y 14).

O sea: al Dios de los cristianos con su proyecto de vida, o se le conoce y se le experimenta en Jesús, o no se le conoce y se sustituye por dioses imaginados desde otros proyectos.

Abunda también en el NT otra afirmación complementaria e inseparable de esa: conocemos al Padre y tenemos acceso a El y a su proyecto de vida, en Cristo-Jesús "por el Espíritu Santo": bajo la acción del Espíritu que es el "ruah" y el "pneuma" o la fuerza del amor del Dios creador y salvador de todo lo que vive.

Hay infinidad de textos. En los sinópticos, primero sobre el Espíritu que actúa en Jesús (Lc 4,1-18 etc, etc). De alguna manera los resume Mateo en 12,28: Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios, es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios. Después, cuando matan a Jesús, dice la carta a los Hebreos que "por el Espíritu Eterno, él se ofreció a Dios como víctima sin defecto" (Heb 9,14); y Pedro: "como era hombre lo mataron, pero por su plenitud del Espíritu resucitó" (1P 3,18). El final de los sinópticos y del cuarto evangelio, así como el comienzo de Hechos, testifican que el Señor promete y comunica su Espíritu a todo el pueblo de Dios. Y en 1Cor 12,3, Pablo asegura que "nadie puede decir ‘Jesús es Señor’ si no está movido por el Espíritu Santo". después se extiende Pablo sobre la "comunión eclesial" a lo largo de tres capítulos: hay diversidad de carismas, de ministerios y de actividades, "pero es uno el Dios que activa todas las cosas en todos, y uno es el Señor y es uno el Espíritu que reparte a cada quien sus dones como quiere para el bien de todos... Porque todos hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo para formar un solo cuerpo de Cristo". Y en la despedida de su segunda carta a los corintios, Pablo atribuye el don de la comunión al Espíritu, con esa fórmula trinitaria de saludo a nuestras asambleas eucarísticas: El amor de Dios, la gracia de Jesucristo y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes (2Cor 13,13).

A esa "interacción de Cristo y del Espíritu" se referían los Padres de la Iglesia, cuando decían que Dios Padre realiza su proyecto en la historia con sus dos manos: el Hijo y el Espíritu. La "evidencia teológica" que se desprende de todo esto, es que el Proyecto del Padre, y la Iglesia y la comunión eclesial, son trinitarios porque son cristocéntricos y pneumáticos. Lo que no es cristocéntrico y pneumático no puede ser trinitario; y lo que no es trinitario no es cristiano: Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquellos y aquellas a quienes el Hijo se lo da a conocer bajo la acción del Espíritu, para que, en comunión con Ellos y entre sí, prosigan en la historia la Causa de Jesús con su fe, su pasión de amor y su misma cruz, realizando el Proyecto de vida del Reino de Dios.

Luces en los Evangelios sinópticos

Las narraciones de Marcos, Mateo y Lucas, dejan ver que Jesús no se anuncia a sí mismo, ni anuncia a Dios con explicaciones o discursos doctrinales sobre Dios mismo. En la predicación y en toda la práctica de Jesús, la centralidad la tiene el Reino o Reinado de Dios. Y su afirmación más inmediata, insistente y convencida es que "el Reino de Dios ha llegado"; ha llegado y él lo muestra con signos, vivencias, obras y palabras que son anuncios y enseñanzas simbólicas con que Jesús busca cambiar y movilizar los esquemas mentales y religiosos, simbólicos y afectivos (lo que bíblicamente es "el corazón") de sus oyentes, para que reaccionen aceptando con fe el hecho sorprendente que él anuncia y muestra en su persona a través de su práctica: la llegada y la activa presencia histórica del Reinado de Dios. A través de eso que hace y dice, Jesús muestra cómo es el Reino de Dios que ha llegado, y cómo es el Dios cuyo Proyecto de vida se hace realidad en ese Reino.

Una síntesis luminosa de Rafael Aguirre

Sigo en esto a varios autores solventes, sobre todo a Rafael Aguirre, que me parece uno de los biblistas más serios en la investigación actual, y que divulga con convicción y claridad. De su libro La mesa compartida: Estudios del NT desde las ciencias sociales, podríamos leer con provecho páginas enteras. Sumando con libertad líneas y párrafos de dos capítulos (El Reino de Dios y sus exigencias, y La radicalidad de Jesús) logramos este expresivo resumen acerca de Dios Padre y su proyecto de vida, que, revelados en Jesús, iluminan el horizonte de la comunión eclesial al servicio de la fraternidad humana:

"Jesús está en la línea de la tradición bíblica que nunca especula sobre Dios en sí mismo, sino que habla de un Dios que se revela en la historia con un proyecto de salvación para la humanidad (...) Dios se acerca a su pueblo con una oferta de humanización y vida nueva (...) En la causa de Dios, que irrumpe con su proyecto histórico, ve Jesús una causa que merece la entrega total. Y es que Jesús está poseído por el Espíritu de Dios, es decir, por la experiencia de un amor desbordante, que descubre a través de todo tipo de realidades, y que desea traducir históricamente como corriente creadora de amor, de liberación de los que sufren, de justicia y libertad, de humanización y comunión. Por eso invita a apostar toda la vida por este misterio de amor absoluto.

Jesús vive y expresa la experiencia de Dios, como la experiencia de su voluntad humanizadora. Habla y actúa a partir de esa experiencia, con una autoridad insólita y una libertad provocadora: relativiza la Ley: la salvación está en la aceptación del Reino de Dios que llega con Jesús (...) Su experiencia de que Dios es Padre, amor gratuito que se derrama como perdón infinito y como fuente de vida insospechada, ante las situaciones de la mayoría de los hombres y mujeres y niños de su pueblo, se traduce en solidaridad con el dolor y la exclusión, y a veces en indignación contra lo que lo provoca... El amor de Dios a la persona humana convierte las necesidades de ésta en el criterio decisivo de interpretación de las normas. Porque la afirmación histórica de la soberanía de Dios Padre se expresa en fraternidad humana.

En principio, Jesús se dirige a todo Israel, para que cumpla su misión de Pueblo de Dios acogiendo el Reino que llega, y haciendo visible históricamente la fuerza humanizante de la soberanía de Dios. Pero dentro de Israel, Jesús se acerca con especial predilección a una serie de personas (publicanos, pecadores, empobrecidos y enfermos, mujeres, niños...) discriminados negativamente por las convenciones religiosas. Esta actitud de Jesús expresa lo más íntimo de su mensaje teológico: el Reinado de Dios se basa en el acercamiento gratuito y misericordioso de Dios con su proyecto de salvación insospechada por el perdón y la nueva vida. (Por eso) cuando Jesús proclama programáticamente el Reino de Dios, añade que es ‘buena noticia’ para los pobres (Mt 5,3-12; Lc 4,18; 6,20-26; 7,22) Bienaventurados los pobres, porque suyo es el Reino de Dios (...); la bienaventuranza de los pobres no pretende hablarnos de las disposiciones subjetivas del hombre, sino de cómo es Dios y cómo actúa cuando interviene en la historia (...). En buena medida, el Reino de Dios es descrito como una inversión de los valores dominantes (Mc 10,42-45): ‘los últimos serán los primeros’ (Mt 20,16). Es un proyecto de superación de las estructuras injustas y patriarcales que configuran la vida; de ahí la bienaventuranza de los pobres, y el papel de la mujer en el movimiento de Jesús. El Reinado de Dios Padre se afirma como comunión fraterna de hombres y mujeres.

Para Jesús, el Reinado de Dios implica una transformación de las relaciones humanas y sociales. Su proyecto era promover un movimiento mesiánico en el que la experiencia de Dios se traduzca en realización creciente de fraternidad. Por eso Jesús incorpora a su experiencia creyente, sin desfallecer, la resistencia que encuentra, el rechazo, la ruptura incluso con sus planes iniciales y hasta el fracaso de su propia muerte en cruz. Quiero decir que el conflicto fue un elemento central y estructural en la vida de Jesús; en el fondo, no es sino el reverso de la originalidad y la radicalidad de su esperanza en Dios. Durante mucho tiempo, la teología y la exégesis bíblica olvidaron la importancia del conflicto en la vida de Jesús. Pero redescubrir al Jesús real -principio de toda renovación de la vida cristiana- implica caer en la cuenta de la importancia de los conflictos históricos que tuvo que soportar y del escándalo de la cruz.

Pero este radicalismo de Jesús brota de una experiencia de Dios y no lleva a endurecer las exigencias de la ley, sino a fomentar la cercanía a las personas concretas y la solidaridad con sus necesidades. Jesús pone al ser humano concreto en el centro (Mc 3,3): se compadece de la pobre viuda que ha perdido a su hijo único (Lc 7,13), del leproso excluido de las relaciones humanas (Mc 1,41), de los enfermos (Mt 20,34) y del propio pueblo que ve "cansado y abatido como ovejas sin pastor" (Mt 9,36) (...) Y la esperanza de Jesús no se apoya en especulaciones sobre el futuro al modo de los apocalípticos de su tiempo, sino en la experiencia de la misericordia/compasión, es decir, en asumir el sufrimiento del prójimo en solidaridad eficaz con él y en la rebelión contra esa situación en nombre del Dios de amor (...) El radicalismo de Jesús no es el del rigorista moral, sino el de quien se descubre sumergido en una corriente de amor desbordante.

Jesús sustituye la ley del más fuerte por la solidaridad con el débil, y pugna por introducir el principio del amor gratuito en las relaciones humanas. Este ‘salto cualitativo’, que ha sido llamado "mutación mesiánica", es don del Padre que se realiza por el poder del Espíritu. (...) Su expresión máxima está en la no-violencia, en la superación de la venganza y en el amor a los enemigos: lo que con mayor radicalidad supera la ley del cálculo egoísta y la mera reciprocidad. Este es el amor nuevo que nos hace hijos de Dios (Mt 5,43-48) el que nos permite ser misericordiosos como el Padre es misericordioso... (De las págs. 135-177 de La mesa compartida)

Todo eso está entre lo más hondo y vivo del horizonte de la comunión humana y eclesial, según el proyecto del Padre que nos revela Jesús. Y por ese camino, Jesús y quienes le siguieron (y cuantos quieran seguirle en cualquier tiempo y lugar) es evidente que entran en conflicto con lo que bíblicamente configura el "anti-Reino" en las personas (y en nosotros mismos) en las relaciones interpersonales, y en las instituciones y estructuras sociales y religiosas. Rafael Aguirre apunta a la manera positiva y radical con que Jesús enfrenta y asume los conflictos, cuando señala el "radicalismo" con que Jesús se identifica con el proyecto del Padre hasta "incorporar a su experiencia creyente, sin desfallecer, la resistencia que encuentra, el rechazo, la ruptura incluso con sus planes iniciales y hasta el fracaso de su propia muerte en cruz", sustituyendo "la ley del más fuerte por la solidaridad con el débil, y pugnando por introducir el principio del amor gratuito en las relaciones humanas: ese salto cualitativo que ha sido llamado mutación mesiánica, y cuya expresión máxima está en la no-violencia, en la superación de la venganza (el perdón) y en el amor a los enemigos".

Resume así Aguirre (en los trabajos citados) la novedad del estilo con que Jesús articula el conflicto con la comunión en el proceso histórico de la llegada del Reino, para "promover un movimiento mesiánico en el que la experiencia de Dios se traduzca en realización creciente de fraternidad"; "don del Padre (a Jesús, y a quienes entren comunión con él por la fe y el seguimiento) que se realiza por el Espíritu". Y en otro trabajo (Sociología de la cruz en el NT) que incluye a continuación en su libro, Aguirre interpreta en esa misma línea, la memoria subversiva de la cruz de Jesús que marca la identidad y la comunión de sus seguidores, sobre todo según "los dos grandes teólogos de la cruz en el Nuevo Testamento, Pablo y Marcos" (U. Lutz). Dice Aguirre, entre otras cosas:

"La fe cristiana tiene su punto de partida en la confesión de un Mesías crucificado (...) Esto es una inversión del orden simbólico verdaderamente insólita. No hay forma más rotunda de subrayar la novedad cristiana que afirmar un dato histórico y, además, sumamente escandaloso: la realidad de un Mesías crucificado (...); la cruz, que era un patíbulo especialmente deshonroso y vergonzoso en la sociedad mediterránea del siglo I, es el emblema de la novedad cristiana; (cf 1Cor 1,22-30). La cruz invierte los valores vigentes y hace del débil el punto de referencia del comportamiento de todos. La cruz hace ver las cosas de otra manera. Es, paradógicamente, una sabiduría más profunda, que ve el mundo desde el punto de vista de Dios (2,14ss) y sólo es captable por los que son tenidos por necios, débiles y plebeyos. Por otra parte, como los efectos últimos de la cruz son aún futuros, no podemos prescindir de los ritmos y condicionamientos de la realidad histórica...

Se recurre a la cruz para promover actitudes socialmente críticas, crear una ‘realidad social’ alternativa y mantener la unidad de la comunidad (...) La cruz, que sirve para inculcar en los cristianos una actitud de contraposición y resistencia frente a la de la sociedad (adversa), a la vez permite a la comunidad superar el conflicto y la persecución, viendo estas experiencias como análogas a las de Cristo; en los primeros testimonios cristianos aparece unida la realidad de los sufrimientos y la muerte de Cristo con la aceptación del martirio". (De las págs. 181-200 de La mesa compartida).

Para entender la novedad de la comunión según el proyecto del Padre

Sabemos que las prácticas y las parábolas de Jesús son indicadores históricos para la fe en la cercanía amorosa de Dios, cuyo Reino o Reinado "ha llegado". Pero, hay que acentuar más la conciencia de que la comprensión del significado de esos signos del Reino (y por lo tanto de la Novedad que en ellos trae Jesús) sólo se alcanza en su verdad teológica e histórica, viéndolos a la luz de los contextos sociorreligiosos, económicos, políticos y jurídicos de la sociedad de aquel tiempo. De otro modo nos quedaremos siempre en un conocimiento doctrinal seco, resabido y estéril, que no permite ver el alcance histórico-salvífico del proceder de Jesús en su tiempo, ni nos hace asumir vitalmente su Novedad, ni nos lleva a transformar nuestra realidad histórica personal y social bajo la acción actual del Espíritu del Señor Jesús. Como advierte Rafael Aguirre, "olvidamos que el mensaje de Jesús sólo se puede entender atendiendo a las circunstancias históricas del pueblo al que se dirige y a la función que ahí desarrolla. Lo que vale para el momento fundante de la fe de Israel, vale también para Jesús: Dios se revela no sólo con ocasión del sufrimiento de su pueblo, sino en relación con ese sufrimiento y con la voluntad de erradicar ese sufrimiento". Es decir, que sin contemplar el contraste de la Novedad de Jesús con las leyes, prácticas y costumbres de sus contextos históricos, el proyecto del Padre y la consiguiente comunión eclesial, no pueden ser comprendidos, ni recreados o vividos en su vigor cristiano con realismo histórico; ni se entendería el por qué y para qué de los conflictos que asumió Jesús y hemos de asumir nosotros.

Expresémoslo en pocos párrafos de manera concreta:

·         Decir que "ha llegado el Reino de Dios", significa para Jesús en los contextos de su tiempo, curaciones de un sin fin de enfermedades, males y agobios de personas excluidas de la comunidad, estigmatizadas por inhumanas leyes de "pureza legal" que marginaban a esas personas como "malditas de Dios". Que el Reino llegó, significa hacer volver a esas personas a la común dignidad humana e incluirlas en la comunión con Dios y en la comunidad. Este trato de Jesús con esas gentes, esas curaciones (hechas, además, en días prohibidos) hacían a Jesús legalmente "impuro", "maldito" del Dios oficial...

·         Decir que el "Reino ha llegado", suponía también para Jesús comer y beber con los "pecadores" (comidas: sagrado símbolo de comunión con Dios, de perdón gratuito). Le exigía trato humano y religioso con las mujeres, que eran proscritas, acogiéndolas como discípulas, siendo esto muy contrario a las costumbres y a las normas religiosas. Significaba relacionarse con personas de profesiones y prácticas"malditas" (prostitutas, recaudadores... gentes perdidas y de mala fama). La llegada del Reino de Dios, le pedía a gritos a Jesús acoger y bendecir como señal de admisión e inclusión en la vida, a niñas y niños de la calle y de los basureros de entonces, cuya muerte o abandono al nacer era decisión libre del paterfamilias socialmente legitimada: bastaba con no bendecirlos... Y suponía también para Jesús bendecir a gentes descalificadas por ignorantes, pequeños, pordioseros, inválidos y menesterosos o sin recursos, indeseables y excluidos igualmente por la sociedad y por la religión.

·         En una palabra: que "ha llegado el Reino" significa para Jesús buscar con amor insobornable "lo que estaba perdido" (la dracma perdida, la oveja perdida, el hijo perdido). Significa que los códigos farisaicos de la "pureza legal" y del "mérito" son sustituidos por el código de la misericordia y la gracia (aprendan lo que significa misericordia quiero, no sacrificios, Mt 9,13). En la humanidad de Jesús, ha llegado al pueblo un Dios cuyo amor de misericordia trae un proyecto incansablemente inclusivo de comunión y vida. Para Jesús y quienes le siguen, eso supone comenzar a hacer posible lo que se ve imposible donde reinan proyectos de acumulación excluyente. Supone dar rienda suelta a las locuras del amor gratuito: no devolver mal por mal; perdonar siempre y siempre pedir perdón; bendecir y no maldecir; dar y hacer más de lo que te pidan; invitar y regalar, no a quienes pueden recompensarnos (pues esto entra en el proyecto de acumulación y lo hacen también los negociantes), sino invitar y regalar a quienes no pueden corresponder y no van a recompensarnos; practicar la mesa igualitaria, compartir todo siempre, perdonar siempre y amar incluso a los enemigos...Un amor que no excluye a nadie, que incluye a todos, también a los enemigos, y que primero va a los últimos...

Se comprende que esos signos de la llegada del Reino, sorprendieran tanto, y que escandalizaran e indignaran a unos y entusiasmaran a otros, generalmente pobres, pecadores, pecadoras, enfermas y enfermos excluidos, oprimidos y marginados, pequeños e ignorantes... Al identificarse con ellos y con ellas ("lo que hagan con cualquiera de ellos y de ellas, conmigo lo hacen" Mt 25), Jesús lacró, para siempre, con el sello del Espíritu, una importante cláusula del proyecto del Padre: "el primado de los pobres en el Reino"; el "primado de los últimos", de todas las víctimas. No más que porque el Dios de Jesús es tan así, que "hasta de los más pequeños y olvidados guarda memoria viva"...

¿Cómo va a ser posible practicar todo eso, tanto en la sociedad del tiempo de Jesús como hoy en nuestros pueblos, sin pasar por "el conflicto"?... Que el conflicto asedió a Jesús y lo llevó a morir en la ignominia de la cruz es la máxima "evidencia teológica" de los sinópticos; particularmente de Marcos, cuya "lectura desde América Latina" inmortalizó en los años 80 el jesuita mexicano Carlos Bravo, en su tesis-libro titulada precisamente "Jesús, hombre en conflicto". Queda suficientemente explicitado en la síntesis sobre Rafael Aguirre; insistamos sólo en que la novedad del estilo con que Jesús enfrenta el conflicto en su historia cotidiana, se corresponde con la novedad teológica y ética de su anuncio de la llegada del Reino, es decir, con la novedad de su experiencia de Dios Padre y de su proyecto de vida en la comunión de un amor que sabe sumar justicia, misericordia y gratuidad. La novedad extrema de ese amor, que él revela y vive hasta la cruz, es la clave de su articulación entre conflicto y comunión, de manera tal que fue y será siempre locura y escándalo...

Y nadie sigue a Jesús en su práctica del proyecto del Padre, sin articular con el mismo estilo de Jesús el conflicto y la comunión en cada tiempo y lugar; esto es una evidencia meridiana en toda la historia del cristianismo. En Guatemala (y en otros países hermanos) tenemos testimonios como los de Gerardi y tantos y tantas mártires, hermanos y hermanas tan cercanos y queridos.

La conversión hacia la comunión es fruto de la llegada del Reino

"El Reino de Dios ha llegado: crean en este evangelio y conviértanse: cambien!" La vida del Reino no será fruto de la conversión, sino, al revés: la cercanía del Dios de misericordia es una gracia que posibilita la conversión. Se comienza creyendo, y por la fe se entra en el cambio que es el largo proceso de la conversión, cuyo último y definitivo paso será morir (de una u otra forma) por el amor del Reino. El Reinado de Dios es un cambio de mente y de relaciones de los humanos con Dios y entre sí, según la Novedad del amor del Dios de Jesús: nuevas relaciones con Dios y entre los humanos: hijos e hijas, hermanos y hermanas, filiación y fraternidad/sororidad: comunión vital divina y humana. Con una particularidad importante: la comunión entre hermanos y hermanas es sacramento de la comunión con el Padre, y, por eso, la fraternidad/sororidad es el termómetro del culto. La comunión fraternal legitima la ofrenda a Dios; la ex-comunión fratricida, invalida toda ofrenda a Dios. Por eso insisten tanto los Sinópticos en el perdón, en la reconciliación, en la igualdad fundamental:"todos Uds. son hermanos, Dios es el Padre", perdónense y ámense, nadie domine ni tiranice, cada uno sirva...

La oración de los hijos e hijas del Reino, el "Padre nuestro", es la síntesis oracional del sueño de Jesús, de sus anhelos y su pasión por el Proyecto del Padre (venga tu Reino!) e incluye el perdón del Padre y de los hijos e hijas entre sí, como necesidad permanente del amor de comunión filial y fraterna.

Conclusión para nuestro asunto: Todo eso afecta a la comunión eclesial, abriéndola al Reino y programándole sus tareas históricas. Por ser trinitaria, la comunión eclesial es reinocéntrica. Su "código genético" la lleva existencialmente del Dios del Reino al Reino de Dios, y es comunión abierta a toda causa humana digna: dignidad del sujeto humano desde la infancia y desde antes de nacer, justicia, género, solidaridad, paz ecología y etc, etc, los imperativos del Reino iniciados por Jesús. Comunión eclesial abierta e incansablemente inclusiva, superando la codicia y la violencia que enfrenta a los humanos, lo cual no se hará sin asumir los conflictos como Jesús.

Luces en el evangelio y en las cartas de Juan

Estos escritos joánicos son riquísimos en símbolos, y en discursos teológicos redactados sobre el trasfondo de las polémicas con los fariseos y las divisiones en la misma la comunidad joánica. Ese trasfondo existencial influyó en la redacción de los textos, de manera que su teología se inundó de insistencias sobre el poder sacramental de la humanidad de Jesús, sobre la comunión del Hijo con el Padre antes y después de la encarnación, y sobre el don y las exigencias fraternas (unidad y solidaridad) de la "comunión" de vida con que, quienes creen en Jesús, son agraciados por el Padre y por el Hijo en el Espíritu o el Paráclito.

Una "evidencia teológica" global es la afirmación de que tanto amó Dios al mundo humano que envió a su Hijo, no para condenarlo sino para salvarlo comunicándole nueva vida, a fin de que todo el mundo tenga vida en plenitud (3,16-18). La plenitud de vida está en el Hijo, y en su humanidad ha montado Dios su tienda en el mundo humano para que participemos todos de su plenitud (1,12-16).

Del prólogo al epílogo, el cuarto evangelio pone en boca de Jesús, una gran insistencia en su plena comunión vital con el Padre, como Hijo que, desde ese centro interior de amor y libertad que es su unidad con el Padre, camina hacia la cruz como hacia la hora gloriosa de su exaltación. Esta sinfonía se hace intensa a partir de los capítulos 6 y 7, en las automanifestaciones de Jesús y en las controversias sobre lo decisivo que es creer en él o no creer, ya que su doctrina es la del Padre, sus obras son las del Padre, todo lo suyo es del Padre y lo del Padre es suyo, porque Ellos son uno. Y eso que frente a los judíos es polémica pura y dura, se hace luego ternura reveladora para los discípulos: "No les llamo siervos, sino amigos...", porque Jesús comparte con los suyos todo lo que el Padre le ha dicho y le ha dado, y les regala su propia comunión con el Padre en el Espíritu. Los capítulos l3 al 16 tienen una teología espiritual de la comunión, cuyo corazón es el "mandamiento nuevo" de amarse con el amor de Jesús hasta ser uno como son uno él y el Padre en el Espíritu.

En la primera carta de Juan encontramos formulaciones sobre la comunión fraterna como insustituible mediación histórica de la comunión con Dios, con pinceladas de cotidiano realismo: Si alguien dice "yo amo a Dios", y no ama a su hermano, es un mentiroso; quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (4,20). Y si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se compadece de él, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? (3,14-17)

Otra evidencia teológica en estos escritos joánicos es el papel que en todo eso tiene el Espíritu: el Espíritu está en el alumbramiento y en el crecimiento de la nueva vida, vivificante como el agua y el pan, y libre como el viento (3,1-21; 4,1-41; 7,37-39) "El Espíritu es quien da la vida" (6,36). Y en los 5 anuncios o promesas de enviar a los suyos el Espíritu, aparece entre las funciones del Paráclito el hacer que sea viva y fiel la comunión de los discípulos entre sí y con el Padre y el Hijo, llevándolos al pleno "conocimiento" (vivencia) de la verdad: "el Espíritu hará que recuerden lo que yo les he enseñado, él se lo explicará todo (14,25-26) y les llevará a la verdad plena" (16,12-14). En la Iglesia, el Espíritu es la memoria viviente de Jesús.

Broche de oro de los discursos de despedida es la "oración por la unidad". Asistir a la súplica anhelante de Jesús al Padre, es como asistir en vivo y en directo a la insospechable y palpitante comunión entre el Hijo y el Padre, en la que los creyentes renacemos como hijos e hijas de su amor : Padre, que todos sean uno; lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos y ellas estén unidos a nosotros por el mismo amor (17,11-33). Para mayor dramatismo, la oración viene precedida de un mal vaticinio de Jesús: "Uds dicen que ahora creen en mí?: pues, yo sé que cada uno de ustedes irá lo suyo..." Y es que en todas las insistencias a la comunión, se trasluce la dolorosa experiencia de la división en la comunidad.

Hay que subrayar, finalmente, que el texto hace depender de esa frágil comunión eclesial, la credibilidad del mundo en la misión de Jesús; de ahí, el insistente cuidado, el cariño y el temblor con que Jesús encomienda a los suyos la herencia viva de ese tesoro de la comunión.

II. La comunión en la nueva eclesialidad del Vaticano II

Un diseño eclesiológico para la igualdad bautismal

El Sínodo extraordinario de 1985, conmemorativo del 20 aniversario del Vaticano II, afirma que "la eclesiología de comunión es una idea central y fundamental de los documentos del Concilio".

El diseño eclesiológico del Vaticano II, asume las evidencias mayores del Proyecto de Dios en la revelación bíblica, el cristocentrismo trinitario, el reinocentrismo, con la apertura y el servicio a todas las causas por la vida y la justicia en el mundo humano, la igual dignidad de todos los miembros de la familia humana, y la igualdad básica de todos los bautizados y bautizadas, hijos e hijas y hermanos y hermanas por igual. Esas evidencias teológicas, las aplica el Concilio a la "comunión eclesial". Por eso el Concilio diseñó en la Lumen Gentium una Iglesia Pueblo de Dios al servicio de su Reino, siguiendo a Jesús para proseguir su causa con su Espíritu desde la igualdad fundamental cristiana del carácter bautismal de todos los miembros de ese "Pueblo mesiánico", en el cual el Espíritu armoniza y enriquece la unidad con la diversidad de los estados de vida y sus carismas y ministerios. Luego, en la Constitución pastoral Gaudium et Spess, el Concilio proyecta esa Iglesia-Pueblo de Dios y su comunión eclesial (signo y sacramento de salvación) al servicio cotidiano de la comunión humana en el mundo moderno, ámbito contemporáneo del Reino de Dios.

Así lo dicen los documentos del Concilio. Primero (y esto es importantísimo para la comunión eclesial) con la estructura de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, LG:

- Cap. I, n° l: La Iglesia es en Cristo sacramento e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano.

- Cap. II: la Iglesia es el Pueblo de Dios: Los que creen en Cristo, renacidos del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3,5-6), constituyen "un linaje escogido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo de su patrimonio... (1Pe 2,9-10). Este pueblo mesiánico tiene por Cabeza a Cristo... por condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo; y tiene por ley el mandato de amarnos como el mismo Cristo nos amó (Jn 13,14)... Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es instrumento Suyo para la redención universal y es enviado a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra (Mt 5,13-16). (9). Todos los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo... (10). Todos los bautizados, de cualquier condición y estado de vida que sean (agraciados todos por el Espíritu) todos son llamados por Dios, cada uno por su camino, a la perfección con la que el mismo Padre es perfecto (11). Y todo el pueblo de Dios participa también del don profético de Cristo (12).

El Espíritu del Padre y del Hijo, Señor y vivificador, es para toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes principio de unión y de unidad en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en la oración (Hch 2,42). Al mismo tiempo, hay diversidad entre sus miembros, ya según sus funciones, ya según su ministerio, ya según los carismas y gracias y virtudes que el Espíritu "distribuye según quiere" (1Cor 12,11) para bien de todo el Pueblo en su servicio al Reino. Por eso, todos los miembros del Pueblo de Dios son llamados a la comunicación de bienes (13). Luego añade el texto la extensión de ciertos vínculos de comunión a todos los bautizados y bautizadas en Cristo en las diversas Iglesias (15) y la apertura a todos los seres humanos de buena voluntad (16) en la comunión de escucha y servicio, y de enriquecimiento mutuo, que desarrollará ampliamente la GS.

Después de establecer todo eso en los dos primeros capítulos, sólo después, la LG habla en el cap. III de la constitución jerárquica y en particular del episcopado, como un ministerio ordenado "al servicio de sus hermanos, a fin de que todos cuantos son miembros del Pueblo de Dios y gozan por tanto de la dignidad cristiana, tiendan al mismo fin" de todo el Pueblo de Dios (18).

O sea que el Misterio de la Iglesia, sacramento de la comunión de Dios al servicio de su Reinado en toda la humanidad, se concreta en un Pueblo de Dios que es el Cuerpo de Cristo habitado por el Espíritu, vínculo de comunión de todos sus miembros, que son fundamentalmente iguales, y sólo funcionalmente cumplen diversidad de servicios con variedad de formas de vida y carismas que enriquecen la comunión y la unidad al servicio del Reino en la Iglesia y en toda la humanidad. La constitución primaria de la Iglesia es nuestra condición básica de creyentes bautizados en Cristo por el Espíritu.

Muchos calificaron esta nueva eclesialidad del Vaticano II de "giro eclesiológico", y otros la llamaron "vuelco eclesiológico", porque era una novedad impresionante en una Iglesia que durante siglos vivió enfrentada al mundo humano, en competitividad de autoridad dogmática y en alianza con los poderes conservadores; con el agravante de que en la Iglesia se había estructurado una gran desigualdad entre jerarquía y pueblo-fiel, entre clero y laicado, y entre varones y mujeres. Esa práctica definió los papeles y las relaciones entre esas "categorías" desiguales de miembros de la Iglesia: unos a mandar, otros a obedecer; unos a enseñar, otros a aprender; unos para hablar y otros y otras a escuchar callados. Y se legitimó esa estructuración con principios jurídicos y teológicos.

Entre los últimos textos defensores de ese modelo, resalta uno que fue preparado en el Vaticano I para la Constitución sobre la Iglesia: "La Iglesia de Cristo no es una comunidad de iguales en la que todos los fieles tuvieran los mismos derechos, sino que es una sociedad de desiguales, no sólo porque entre los fieles unos son clérigos y otros laicos, sino, de manera especial, porque en la Iglesia reside el poder que viene de Dios, por el que a unos es dado santificar, enseñar y gobernar, y a otros no". Un signo de que el Espíritu Santo no estuvo ausente del Vaticano I es que este texto no fue aprobado... Pero la inercia, mantuvo esa eclesiología clasista en la práctica y en muchos esquemas mentales, culturales y afectivos. Una muestra clara es la Encíclica Vehementer Nos, fechada el 11 de febrero de 1906; el Papa Pío X, a principios de este siglo XX que termina en estos meses, decía a todo el orbe católico: "La Iglesia es, por la fuerza misma de su naturaleza, una sociedad desigual. Comprende dos categorías de personas: los pastores y el rebaño, los que están colocados en los distintos grados de la jerarquía, y la multitud de los fieles. Y estas categorías hasta tal punto son distintas entre sí, que sólo en la jerarquía residen el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de esta sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores" (AAS 39, 1906, 8-9)

Después de siglos así, el diseño eclesiológico del Vaticano II era una novedad, parecida a la de Jesús sobre el Reino de Dios cuando llegó a Israel. Pero, la pregunta para nosotros es: ese diseño eclesiológico de la comunión en la igualdad fundamental de todos los bautizados y bautizadas, diseño que está bastante claro en los documentos del Concilio, ¿hasta dónde está asumido en la práctica, en las costumbres, en los esquemas mentales y afectivos, y en las estructuras institucionales? ¿Hasta dónde sí, y desde dónde no? Y ¿qué desigualdades subsisten aún en nuestra Iglesia, y qué límites y restricciones imponen a la comunión eclesial?

Carlos Barraza formula en escritos recientes, reflexiones como ésta: "Laicado significa ‘Pueblo de Dios’: de ‘laós’; o sea, ‘laicos’ somos todo el pueblo de Dios por el bautismo. Laicos igual a bautizados y bautizadas. Y es doctrina oficial que el carácter bautismal no se borra nunca, ni en los religiosos, ni en las religiosas, ni en los diáconos, ni en los presbíteros, ni en los obispos. Para simplificar el lenguaje, no decimos "el laico obispo", "el presbítero obispo", "el laico religioso", "la laica religiosa". Pero, eso somos. Sin embargo, del no uso se pasó a la supresión. De silenciar una realidad, se pasó a negar esa realidad. Y funcionamos como si los profesos y profesas y los ordenados, ya no perteneciéramos al pueblo de Dios. Como si fuéramos un sector por encima del pueblo eclesial. Y el laicado, en vez de ser todo el ámbito del pueblo de Dios, la fraternidad básica y esencial donde todos estamos incluidos, ha pasado a ser un sector en cierto sentido marginado y excluido. El sacramento del orden, que es ministerio y servicio, ha eclipsado el valor primordial del bautismo. Hay que revalorizar la función original del bautismo. Es lo que nos salva. Mi afirmación es la siguiente: la Iglesia no será sacramento de comunión mientras no sea laical. No quiero decir que deba desaparecer el sacramento del orden, sino que los ordenados deben supeditar en su realidad personal el sacramento del orden al sacramento del bautismo; y en su realidad eclesial, supeditar al pueblo de Dios el ministerio recibido; y no viceversa...". ("Comunión Iglesia-Pueblo" en las páginas 191-213 de Globalizar la esperanza; Dabar, México 1998).

Yo también creo que, entre las deudas y tareas pendientes sobre la "comunión eclesial", ésta es de la mayor entidad y urgencia. Y estoy convencido de que ése es el enfoque teológico correcto, el que pone el acento inicial y básico en la igualdad bautismal: "todos somos hermanos e iguales, y uno sólo es el Padre de todos", como nos dijo Jesús. La diversidad de estados de vida, carismas y ministerios ordenados y no ordenados en la Iglesia, todo lo da y lo ordena el Espíritu Santo para enriquecer su don primero (el bautismal) núcleo central y básico de la comunión eclesial al servicio del Reino en la humanidad.

La comunión eclesial en la evangelización de AL, según Puebla

La III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Puebla de los Angeles (México) en febrero de 1979, aplicó a la Iglesia en AL la eclesiología de comunión del Vaticano II. La preparación y celebración de la Conferencia de Puebla, y la interpretación y aplicación luego del Documento de Puebla, es una historia compleja y riquísima de experiencias de comunión y participación eclesial, tensas y hasta conflictivas, pero, muy valiosas. Un hecho sociológico incuestionable es que los textos de Puebla han sido y siguen siendo más conocidos, apreciados y aplicados pastoralmente que los de Medellín y los de Santo Domingo, en todo el Pueblo de Dios de América Latina. Todo tiene sus por qués... No nos cabe aquí un análisis de la comunión eclesial vivida en torno a Puebla y a su Documento, ni tampoco del texto completo, pero, hay que subrayar algunas cosas sobre su propuesta de comunión eclesial participativa.

En el discurso inaugural, Juan Pablo II invitó a la Conferencia a retomar la Lumen Gentium de cara a la evangelización de América Latina, "no sólo para lograr aquella comunión de vida en Cristo de todos los que en él creen y esperan, sino para contribuir a hacer más amplia y estrecha la unidad de toda la familia humana" (Discurso, 6).

Y el "credo" con que cerraron su Mensaje a los pueblos de América Latina los miembros de la Conferencia, tiene, entre otros, estos dos "artículos": "Creemos en la eficacia del valor evangélico de la comunión y de la participación para generar creatividad de experiencias y proyectos pastorales". Y "creemos en la civilización del amor" (Mensaje, 9)

En el Documento final, resaltaría tres núcleos en la propuesta teológico-pastoral de evangelizar en los pueblos de América Latina desde y para la comunión y la participación:

l°. El primer núcleo se abre al comienzo, en la visión socio-cultural de la realidad de América Latina (DP l5-74). Como pastores, nuestra fe nos impulsa a discernir las interpelaciones de Dios en los signos de los tiempos, a anunciar y promover los valores evangélicos de la comunión y la participación, y a denunciar todo lo que en nuestra sociedad va contra la filiación que tiene su origen en Dios Padre y contra la consiguiente fraternidad en Cristo Jesús (15). En su voluntad de compartir la angustias que brotan de la pobreza en los pueblos latinoamericanos, los pastores dan a la comunión eclesial y a la participación en la evangelización, el sello cristológico y reinocéntrico de "reconocer" en los rostros de quienes sufren la extrema pobreza generalizada "los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor que nos cuestiona e interpela" (31-39). Un fruto mayor de esta actitud de fe será proclamar, hacia el final del Documento, la opción preferencial por los pobres (1134-1165); opción centrada en Cristo Jesús "que se identificó con los pobres haciéndose uno de ellos y solidario con ellos" (1141); opción evangélica y evangelizadora con sus dimensiones de conversión y solidaridad, anuncio y denuncia, y con "el potencial evangelizador de los pobres" (1147); opción de comunión y participación de bienes en el horizonte del Reino, para "establecer una convivencia humana digna y fraterna" (1153-1156).

En relación a este núcleo, el documento de Puebla refleja el hecho de que en cuanto la Iglesia busca la comunión eclesial según el Proyecto del Dios de Jesús en torno a los pobres y excluidos, tropieza con fuertes obstáculos, tanto en la sociedad como en la Iglesia misma; y esto marca entre nosotros a la comunión y participación eclesial, con el sello inconfundible del conflicto y de la cruz. Así, en su "visión de la realidad eclesial", Puebla reconoce que "la acción positiva de la Iglesia en defensa de los derechos humanos y su comportamiento con los pobres" ha metido a la Iglesia en el conflicto social (DP 79, 83). "La conciencia de su misión ha llevado a la Iglesia a alentar la opción de sacerdotes y religiosos por los pobres y marginados; a soportar en sus miembros la persecución y, a veces, la muerte, en testimonio de su misión profética" (DP 92; cf 1138). "Todo ello ha producido tensiones y conflictos dentro y fuera de la Iglesia" (DP 1139); sin dejar de reconocer también otras "dolorosas tensiones doctrinales, pastorales y sicológicas entre agentes pastorales (y sectores eclesiales) de distintas tendencias" (DP 102). A pesar de lo cual, y aun reconociendo que "falta mucho por hacer para que la Iglesia se muestre más unida y solidaria" (DP 92) afirma Puebla que "en la Iglesia de América Latina se está viviendo la comunión, no sin vacíos y deficiencias, a diversos niveles" (DP 104). Y concluye así este diagnóstico que es bastante realista: "De cualquier manera, la Iglesia debe estar dispuesta a asumir con valor y alegría las consecuencias de su misión, que el mundo nunca aceptará sin resistencia" (DP 161).

2°. En toda la parte central del documento, la comunión y la participación eclesial es el prisma a través del cual Puebla va proponiendo el horizonte, los objetivos, los agentes, las estructuras y los medios para evangelizar América Latina. Los diversos estados de vida, carismas y ministerios son llamados a participar en la evangelización presente y futura "en comunión y participación". Este es el segundo núcleo que subrayo. Un pasaje significativo: la Iglesia evangelizadora tiene una misión: predicar la conversión, liberar al hombre e impulsarlo hacia el misterio de comunión con la Trinidad y de comunión con los hermanos, transformándolos en agentes cooperadores del designio de Dios... Cada bautizado se siente atraído por el Espíritu de amor, que lo impulsa a salir de sí mismo, a abrirse a los hermanos y a vivir en comunidad. En la unión entre nosotros se hace presente el Señor Jesús resucitado que celebra su Pascua en América Latina (563-564).

Acentos más latinoamericanos son: la comunión eclesial desde la base, al arrancar su visión eclesiológica desde la fe y la religiosidad popular de estos pueblos empobrecidos y creyentes, y al insistir mucho más que Medellín en los aportes de las comunidades eclesiales de base a la comunión y a la participación de las bases en la evangelización. También, un ecumenismo práctico dentro de los procesos históricos de los pueblos, tanto en la lectura de la Palabra de Dios, como sobre todo en la defensa de la justicia y de los derechos humanos, en el servicio a los necesitados y en las tareas de la paz. Las causas de la mujer latinoamericana. Hay que advertir que después de Puebla, en los años 80 y 90, han crecido y se han diversificado nuevas causas y diálogos en esto del género, las culturas, la reafirmación y el reconocimiento de las religiones indígenas y la ecología.

3°. El tercer núcleo a subrayar es el que cierra todo el Documento en dos géneros literarios interesantes: Unas opciones finales vigentes en nuestros días: "Optamos por una Iglesia sacramento de comunión (cf LG 1) que, en una historia de nuestros pueblos marcada por los conflictos, aporta energías indispensables para promover la reconciliación y la unidad solidaria de nuestros pueblos" (1302). Y por "una Iglesia servidora que prolongue al Cristo-Siervo de Yahvé por los ministerios y carismas" (1303). Y por "una Iglesia misionera que anuncia gozosamente al hombre de hoy que es hijo de Dios en Cristo, y se compromete en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres (1304).

Y, finalmente, una acción de gracias por los signos de esperanza. El texto señala nueve rasgos de "vitalidad evangelizadora en nuestro continente", y la mayoría de ellos son pasos que el Pueblo de Dios viene dando en la comunión y participación evangelizadora de AL, en mayor o menor grado evangélico, pero nunca todavía sin excepciones y sin deficiencias (es pueblo que vive en "proceso histórico"): -Las comunidades eclesiales de base en comunión con sus pastores. -Los movimientos de apostolado seglar organizados como matrimonios, juventud y otros. -La conciencia más aguda de los laicos respecto de su identidad y misión eclesial. -Los nuevos ministerios y servicios. -La acción pastoral comunitaria intensa de sacerdotes, religiosos y religiosas en las zonas más pobres. -La presencia de obispos cada vez mayor y más sencilla entre el pueblo. -La colegialidad episcopal más viva. (1309).

III Ante el nuevo Milenio:

Hacia una comunión eclesial abierta,
según nos diga el Espíritu desde los signos de los tiempos

Cuando nuestra hermana Rebeca me transmitía sugerencias para esta charla, apuntó una pregunta final: "¿Qué podrá unirnos más para hacer una Iglesia creíble viviendo esta comunión?" Yo pienso que si no nos entusiasma y no nos une el Espíritu del Señor y la propuesta de Jesús, su sueño, su causa, su pasión por el proyecto del Padre, el Reino de Dios y el número creciente de sus pobres que sufren en nuestros pueblos, no sé qué podrá unirnos y movernos más que eso...

Siendo positiva y concreta, Rebeca decía: "empujar armónicamente y no competitivamente, incluyendo a los laicos y laicas"... Tiene razón: la entrega sin particularismos, sin capillitas ni competencias, y sin discriminaciones, es esencial. En cada Iglesia particular, cada estado de vida y sector, congregación, comunidad, presbiterio y seminario o casa de formación, en cada parroquia y cada movimiento laical, no crearnos nuestros pequeños reinos; conocernos y unirnos más como signos visibles y activos del común Reino de Dios. Hay una cuestión de agenda, de romper inercias y rutinas, de ponernos a invertir tiempo y espacios para crear programas, invertir amor y dedicación, aunque nos parezca que invertimos a fondo perdido: "perder para encontrar", "bien-aventurarnos"... meterle cargas de mística evangélica a nuestra inercia ancestral, y dinamitarla. Sin "sabor a evangelio", no crearemos comunión eclesial, ni comunión humana... Confregua y el Seminario y algunos laicos han comenzado, y han comenzado bien.

Creo que es oportuno preguntarnos también qué es lo que más nos perjudica y nos frena en la práctica de la comunión eclesial; qué nos impide unirnos más desde el proyecto del Padre, al servicio a su Reino; qué nos impide concordar más, conocernos, comunicarnos e integrarnos más decidida y eficazmente. A todos nos conviene discernir el estado en que tenemos la "comunión eclesial" (lo positivo, lo negativo, lo que nos falta, y sus causas). Un diagnóstico evangélico sobre la salud y las carencias de nuestra comunión eclesial de cara al nuevo Milenio, con sincero examen a nivel personal, comunitario y colectivo, podría abrirnos caminos, tiempos y espacios nuevos para la vivencia y la práctica de una comunión más evangélica y evangelizadora. Desde la "comunión personal" (vivir más en comunión consigo, cada una y cada uno) a la comunión interpersonal y comunitaria, e intercomunitaria e intercongregacional, y entre los estados de vida, laicos/as, religiosas/os, seminaristas diocesanos y religiosos, diáconos, presbíteros de ambos cleros, obispos...

Pero, para que la comunión resulte, son indispensables el "realismo histórico", el "realismo antropológico" y el "realismo evangélico". Y al decir "realismo histórico, antropológico y evangélico", entiéndase que aludo a tener en cuenta y asumir la conflictividad y los conflictos concretos y reales de nuestra condición humana, de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia, con realismo histórico cotidiano y con sentido evangélico. Porque el conflicto está y surge en todo lo que, en nosotros mismos como humanos, y entre nosotros y en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia, se opone al proyecto del Padre y a la comunión de amor y de vida que Jesús reveló en su práctica y nos encomendó con su Espíritu. El conflicto en que hay que vivir la comunión es múltiple, es también personal e interpersonal y comunitario, es psicológico (y puede ser familiar, congregacional o del movimiento laical) además de ser a otros niveles eclesial y social, ideológico, racial y de género, económico y político.

Cada persona y cada colectivo eclesial hemos de asumir la utopía evangélica de la comunión y la mística de servicio y de sacrificio de Jesús, evitando todo idealismo irreal, y los triunfalismos, tanto los particularistas como los comunes; evitando también la superficialidad, y lo que suelen ser nuestros falseamientos personales y colectivos (protagonismos, liderazgos, clericalismos, paternalismos/maternalismos y también los infantilismos, y las huidas y compensaciones afectivas o sentimentales). El realismo en la comunión sí incluye, en cambio, la sensibilidad y la ternura, hacia la madurez espiritual, antropológica, psicológica y afectiva. Y la apertura, la confianza y la escucha acogedora, hacia una fe adulta, eclesial y humanamente vivida, en decidida "comunión abierta" a las grandes causas de la humanidad: solidaridad, justicia, género, ecología, vida.

Cuando los cambios son tan profundos y acelerados como en nuestro tiempo, y traen consigo influencias positivas y negativas tan globales que cambian criterios, conductas, costumbres y maneras de ser en las personas, en las familias y en las sociedades de todo el mundo, todo cambia y hasta lo que nos parece que no cambia, está cambiando. Buenos teólogos como Torres Queiruga, nos recomiendan tomar en serio el cambio de paradigma que introdujo la modernidad, y reconocer con todas las consecuencias que vivimos una época como de paréntesis entre dos paradigmas, el que desaparece y el que no aún no apareció...

Me pregunto si en estas circunstancias no tendremos el deber de conciencia eclesial de decir que el Espíritu Santo y nosotros (todos los bautizados y bautizadas) hemos de reinventar los tiempos y espacios, estilos y tareas de la "comunión eclesial". Para no perdernos, ni engañarnos, ni tampoco quedarnos paralizados e inhibidos, es útil el indicador que nos ofrece el teólogo Jon Sobrino en sus últimos escritos de cristología: aferrarnos a lo que es "meta-paradigmático": algo más allá y por encima de cualquier paradigma cambiante. Algo que, aunque tenga que responder a los cambios, tiene siempre la capacidad de potenciar lo positivo, desenmascarar el pecado y el engaño, y resaltar lo hay que bondad y de esperanza en cualquier paradigma. "Meta-paradigmático" es para nosotros Jesús, el Mesías crucificado y resucitado; Jesús y su Causa con su cruz, su Espíritu y su Evangelio, el proyecto del Padre: el Reino de Dios y sus pobres, todas las víctimas...

Creo que los retos que plantea el proyecto del Dios de Jesús a la comunión eclesial, y las grandes causas que le brinda el Reino en el mundo humano, hoy se nos agrandan bajo los desafíos de los signos de este tiempo, en un mundo que se nos deshumaniza en los crueles contrastes y desigualdades que se dan entre progresos y retrocesos: opulencia y miserias; ansias de paz e inhumanas violencias de todo tipo; afirmación de la dignidad de la persona y de los derechos humanos, e impunidad sin límites en su violación sistemática; liberaciones y nuevas esclavitudes; profusión hasta el infinito de medios de comunicación con tecnología punta en progresión continua, y la incomunicación humana y la soledad mortal que acrecientan las depresiones y los suicidios (en nuestras sociedades, ya es mucho más fácil conocer el planeta Marte que conocer al prójimo cercano; y navegamos por el ciber-espacio horas y horas, días y noches, y no conversamos "de tú a tú" con otra persona ni 20 minutos); se proclama la democracia, pero, bajo dictaduras económicas y exclusiones masivas de toda participación, no sólo en la gestión socio-política y no digamos en la "democracia económica" (que no existe) sino con exclusión de la vida misma; y para incentivar la producción y el consumismo de quienes tienen poder adquisitivo, se destruyen las fuentes de recursos naturales y se violenta la naturaleza del planeta. Un planeta de tantas y tan diversas culturas, acosado por una cultura tan invasora y dominante que a todos nos quiere reducir a una monocultura. Un mundo de tantas lenguas y de tantos diálogos, manejado por el monólogo de un puñado de super-poderosos...

Ante el nuevo Milenio hemos de escuchar lo que, a través de los signos de este tiempo, nos dice el Espíritu del Dios de toda vida. A través de los signos globales y de los signos locales. Porque, desde los grandes y pequeños signos de hoy, el Espíritu nos desafía y nos alumbra. Y en los desafíos y alumbramientos del Espíritu, se nos revelan las tareas de la comunión eclesial para este tiempo en nuestros pueblos, tanto en la Iglesia misma como en todos los ámbitos del mundo humano.

De una cosa podemos estar seguros y apoyarnos en ella confiados: que, para que podamos discernir los cambios, juzgar las situaciones y distinguir qué caminos van a la vida y cuáles a la muerte, la comunión eclesial fiel al proyecto del Padre y a su Reino de vida para todos (primero para los últimos) nos brinda un criterio universalmente certero: sobre cada cambio, situación, fenómeno o camino, y sobre cada colectivo social, eclesial o religioso y su mensaje o propuesta, preguntarnos si une a las personas y al pueblo o los divide. Si crea concordia o discordia, comunión o excomunión. Si promueve la justicia y la verdad o la injusticia, la impunidad y la mentira. Si respeta la diversidad o la destruye. Si incluye a la gente en la comunidad y en la vida o las excluye. Y, como resumiendo, preguntarnos si humaniza a las personas y a los pueblos, o si los deshumaniza.

Apéndice

Síntesis del diálogo posterior a la ponencia

Retomar las preguntas y las respuestas posteriores a una charla, es un ejercicio que enriquece la reflexión. Son más fecundos los diálogos en los que hay quince minutos para organizar las preguntas escritas y pensar un poco las respuestas. Los diálogos en que la inmediatez y la presión del tiempo obligan a improvisar preguntas y respuestas, nos enriquecen menos. Todas las preguntas meceren mayor atención, porque complementan, concretan y suscitan horizontes nuevos. Por eso he repensado las preguntas y las respuestas para esta síntesis:

*Una pregunta pastoral: -¿Como promover la comunión eclesial durante la celebración eucarística?

-Sabemos que la eucaristía es la cumbre sacramental en el ámbito de la liturgia, para rehacer, vivir y acrecentar la comunión eclesial. Una cumbre que es "punto de llegada y punto de partida" en el interminable proceso polifacético de la comunión eclesial. Una eucaristía que no promueva la comunión eclesial, sería un contrasentido mayúsculo. Si la pastoral es rutinaria y "sacramentalista", ese contrasentido puede abundar... La pastoral litúrgica que cuida de activar la comunión eclesial en la eucaristía, (además de cultivar el "antes" y "después" evangelizando y coordinando una comunión cotidiana comprometida) en la celebración puede avivar la comunión eclesial en cualquier momento del rito eucarístico; desde las varias posibilidades de los primeros saludos, al momento penitencial, a la liturgia de la palabra (homilía, profesión de fe y preces incluidas) ofertorio y colecta, prefacio de acción de gracias, anáfora con sus momentos cumbres, gestos de paz, comunión sacramental, acción de gracias final, envío y despedida.

No podremos resaltar todos los momentos en una eucaristía (sí tratar de vivirlos y avivar así la sensibilidad y la conciencia) pero, cabe iluminar y animar con oportunos signos, símbolos o gestos y moniciones verbales y visuales, diferentes momentos en distintos tiempos litúrgicos y fiestas. También con ocasión de acontecimientos, tragedias, desgracias, máxime si afectan a familias y personas de la parroquia... Desde la práctica de las primeras comunidades cristianas, es evidente que hay que unir a la comunión en la fracción del pan eucarístico, la comunión de bienes y de males en la vida cotidiana. "Compartir" es el signo que verifica y acrecienta la comunión: compartir la palabra, la fe, el pan eucarístico y el pan cotidiano, la tortilla y el frijol, los bienes y los males, el dolor y el gozo, la vida y la muerte. Sin compartir, no hay comunión ni eucaristía...

* Varias preguntas sobre la igualdad fundamental común, en la práctica de la "comunión eclesial": -¿Cómo fomentar esa igualdad de la comunión en una Iglesia demasiado vertical?; ¿y cómo incluir a la mujer en la comunión igualitaria? -¿Cómo lograr el equilibrio con el laicado en una Iglesia de tanto poder clerical? -¿Cuál sería la actitud básica para vivir la comunión eclesial?

-Diría tres cosas. Primera: no hay duda de que quedan en nuestra Iglesia restos de desigualdad estructural en mentes, en prácticas y en instituciones eclesiales. Cuesta y costará cambiar eso, por el peso de la larga historia anterior al Vaticano II. Lo peor es si las nuevas generaciones eclesiales reproducen y refuerzan el clericalismo y el machismo, volviendo atrás, en vez de liberar a la Iglesia de ese peso antievangélico hacia un futuro eclesial más igualitario y reinocéntrico. Pero, diría también que, si comparamos los 34 años vividos después del Vaticano II con los varios siglos anteriores, no podemos dejar de ver que hemos dado pasos de gigante; aunque queden pasos por dar, y los deseos caminen más rápidos hacia el sueño de Jesús que todo el cuerpo universal de la Iglesia.

Segundo: las preguntas que comienzan con "¿Cómo fomentar, cómo hacer...?, si plantean grandes cuestiones globalmente para toda la Iglesia, no es posible responderlas en concreto. Creo que ayuda, descender a lo local y cotidiano, adecuando la pregunta y la búsqueda a las necesidades, relaciones y acciones concretas del ámbito local; de manera que pueda buscarse cómo contactarse, reunirse, dialogar, incluir a la mujer en tal o cual acción, organizar un coloquio, montar un panel, relacionarse, aclarar tal o cual equívoco o confusión, etc, etc. Si es sobre clarificación de conceptos, se puede preguntar globalmente; pero, para ser operativos y dar pasos, debemos preguntarnos sobre situaciones concretas y manejables.

Y tercero: en cualquier caso, sin negar otras acciones necesarias y posibles, yo daría la máxima importancia a crear conciencia y suscitar relaciones, intercambios, vivencias y espiritualidad sobre la eminente dignidad cristiana de la igualdad bautismal. Revalorizar el bautismo en Cristo por el Espíritu, que yo mismo, religioso y presbítero, debo seguir viviendo como la consagración que me hermana con todos los bautizados y bautizadas, ya sean laicos/as, religiosas/os, obispos, presbíteros o diáconos, y me hermana también con el Papa. La diversidad de estados de vida, carismas y ministerios es funcional, y enriquece la identidad común fundamental. (y si no la enriquecen, están mal vividos). Todos y todas nos reconocemos bautizados y bautizadas, pero, esos apelativos diferenciadores (laicos, religiosos y clérigos, ya sean diáconos, presbíteros, obispos o Papa) como que nos dividen en la identidad suplantando a la identidad común, básica e igualitaria, que es el bautismo en Cristo-Jesús, lo máximo. Porque consagrarse a la vida religiosa es radicalizar la vivencia de la consagración bautismal; y ser ordenado diácono, presbítero, obispo o Papa es activar el propio bautismo en seguimiento pastoral de Jesús, al servicio "ordenado" a la comunión de todos los bautizados para la causa del Reino.

Crear conciencia, fomentar y vivir la comunión desde esa común identidad básica bautismal, es ir a la raíz. Todo lo demás que hagamos sin ir a esa raíz, dejará en pie algunas distancias o divisiones y verticalidades (o malentendidos) que siempre nos entrampan y a veces nos enfrentan... La "actitud básica para vivir la comunión eclesial" es tomar en serio ese amor con que el Espíritu nos injerta en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo por el bautismo; amor que nos hace hijas e hijos del Dios de Jesús, y hermanas y hermanos (amor sin fronteras ni límites, insobornable y gratuito, que va primero a los últimos y ama también a los enemigos, con todas las consecuencias: "ámense como yo les amo"...)

·         Una inquietud muy actual y de creciente importancia: -En nuestras relaciones con hermanos y hermanas mayas, el "cristocentrismo" se torna en un problema serio...

·         No sólo con los hermanos y hermanas mayas; con todas las gentes de cualquier religión no cristiana. Cuestión de enorme actualidad y creciente importancia en un mundo cada día más multicultural y plurirreligioso. Esto nos obliga a los cristianos a ser cada día más abiertos y más precisos en nuestra vivencia cristocéntrica, para avanzar en la comunión intercultural e interreligiosa sin menoscabo de nuestra identidad y sin menoscabo también de las otras identidades; sin perjuicios ni pérdidas para nadie; y, por supuesto, sin peleas ideológico-dogmáticas ni guerras de religión, batallas que a Dios ni le sirven ni le honran...

Hay quienes esperan del diálogo interreligioso enriquecimientos y grandes pasos en la comunión; y hay quienes temen pérdidas de identidad, claudicaciones y sincretismos o peleas fundamentalistas...

El "diálogo" ha de tener como base la mutua aceptación y el respeto de las respectivas identidades diferentes. Dialogar no es "pelear", ni "vencer", ni siquiera "convencer" al otro (cuando "convencerlo" es otra forma de vencerlo). Dialogar buscando la comunión posible, implica saber encontrarse (lo que es ya una forma de amor que une) para buscar mayor unión desde lo que es común, que puede ser hondo y podrá ahondarse más en el respeto a las diferencias...

El cristocentrismo de los cristianos (ineludible e irrenunciable para ser cristianos) no ha de ser un arma contra nadie, ni un valor a "imponer" a los no cristianos, sino nuestro núcleo vivo de apertura, respeto y amor universal desde el Espíritu.Ya decíamos que se trata de un cristocentrismo "reinocéntrico" y "pneumático", y por eso no es ideológicamente dogmático y cerrado.

Me parece que con los hermanos y hermanas mayas que no sean cristianos (como con los no cristianos de otras culturas y religiones) los mejores caminos de encuentro y de comunión son los del Espíritu y las espiritualidades. El Espíritu del Dios creador de vida abre vías y espacios de encuentro, comunión y colaboración en las causas de la vida. El Espíritu está en Dios creando y vivificando la vida en todo lo que vive, desde antes de la encarnación del Verbo de vida y después de la muerte y resurrección del Verbo encarnado. El Espíritu siembra semillas de vida (y del Verbo) en todas las culturas y religiones... Creo que ese Espíritu -memoria viviente de nuestro cristocentrismo- nos pide a los cristianos no imponer el cristocentrismo a los hermanos y hermanas mayas no cristianos; y ese mismo Espíritu de la vida en armonía y concordia, pide a los hermanos y hermanas mayas no cristianos, que no quieran ni nos pidan a los cristianos y cristianas que renunciemos nosotros a nuestro cristocentrismo....

La "inter-espiritualidad" bien entendida y vivida (ya se ha declarado abierta "la era de la inter-espiritualidad" para el nuevo Milenio) abre espacios de encuentro a las diversas espiritualidades que se enriquecen en sus diferentes identidades; espacios libres de los dogmatismos e intolerancias que pueden llegar a convertir algunos diálogos en peleas y guerras religiosas. Macroecumenismo. Comunión universal abierta.

·         Una explicitación necesaria: -He escuchado su ponencia, y no he oído nombrar el conflicto; lo ha evadido. Pero el conflicto ahí está, ¿cómo vivir, pues, la comunión en el conflicto?

·         La ponencia escrita es más extensa. En lo que han escuchado, no he explicitado el conflicto, y es mejor explicitarlo, sin duda; sobre todo en lugares y ambientes donde el conflicto se siente y se vive tanto. Es necesario explicitarlo, y se agradece este aporte porque lo explicita con su nombre propio: "conflicto". Pero, "evadirlo", no; después de más de treinta años de vivir en el múltiple conflicto en que nos mete el evangelio del Reino (conflicto de algún modo personal y congregacional, además de social y eclesial) no es posible "evadirlo", ni hay modo de dejarlo de vivir. Pero, sí sucede que, con los años, se llega a hablar del conflicto de otra forma, en otro tono, incluso sin nombrar la palabra "conflicto":

Hablar acerca de la comunión que trae y propone Jesús desde el proyecto del Padre, incluyendo en la vida a los excluidos, acogiendo a marginados, defendiendo a los humillados y proscritos (mujeres, niños y niñas, ignorantes, inútiles, miserables) bendiciendo a los malditos y yendo "primero a los últimos" hasta identificarse con ellos a contramano de las leyes y costumbres excluyentes, es hablar de los conflictos que se adivinan, aun sin nombrar la palabra "conflicto". Subrayar tanto el "primado de los pobres en el Reino que ha llegado", y llamar "meta-paradigmático para nosotros a ese Jesús con su causa y su cruz, con los últimos, con todas las víctimas", es hablar del conflicto que no cesa ni puede cesar en ningún cambio de paradigma. Y decir que en nuestra Iglesia se estructuró una gran desigualdad antievangélica (entre jerarquía y pueblo fiel, entre clero y laicado, entre varones y mujeres) generando una "eclesiología clasista" que persiste en ciertas prácticas y en muchos esquemas mentales, culturales y afectivos, es estar hablando del "conflicto eclesial" que atenta contra la comunión, aun sin nombrar esta expresión literalmente. Y etc... Por lo demás, en varias páginas no leídas, queda descrito el conflicto en relación con la comunión a la luz del proyecto del Padre.

"¿Cómo vivir, pues, la comunión en el conflicto?" Diría ante todo, que no es posible vivir la comunión eclesial dentro de la historia humana, sino en el conflicto. Fuera del conflicto no es posible ni siquiera vivir con dignidad humana, y menos con dignidad cristiana (que profundiza en Cristo la dignidad humana). Pero, que sea imposible vivir la comunión eclesial fuera del conflicto, no significa que vivirla en el conflicto sea "fácil"... ¿Cómo vivirla? Como Jesús. Con su amor insobornable (primero hacia los últimos) y su sabiduría de la cruz. Con su estilo y su espíritu evangélico de las bienaventuranzas, pero, en nuestras circunstancias históricas adversas. Es decir, no tenemos "recetas"; sólo su estilo y su Espíritu. No vale copiar a Jesús "literalmente". Sólo vale "seguirle" con su Espíritu y su cruz pascual, discerniendo cada situación desde la posible comunión fraterna. Gerardi y tantos mártires (ellos y ellas) en Guatemala y en toda América Latina, nos pueden ayudar a entenderlo...

Y es esto tan "crucial", tan decisivo y tan complejo, y hay tantos "testigos" entre nosotros, que merece este asunto no sólo unas pocas alusiones en esta ponencia, sino una Jornada entera de Reflexión teológica. Si ésta ha sido una primera Jornada, globalmente introductoria a la "comunión eclesial"; y si en ella este su llamado "plato fuerte" es apenas un aperitivo para abrir boca asomados a "la comunión eclesial a la luz del proyecto del Padre", la siguiente Jornada podría dedicarse a afrontar esto de "cómo vivir esa comunión eclesial en el conflicto, al servicio del Reino". Es una propuesta.

·         Hubo también dos preguntas desde algunas situaciones eclesiales: -Ante cierto clima de involución eclesial y de vigilancia o sospecha, ¿cómo proceder? -En una parroquia llevada con autoritarismos conflictivos, ¿dónde y cómo queda la comunión eclesial?

·         Hay que analizar en concreto cada situación conflictiva o de involución y adversa para la comunión eclesial. No es lo mismo lo cercano y concreto, que el clima que tiene su foco al otro lado del Atlántico... Para cada situación que se afronta desde y para la "comunión eclesial", en el análisis de los hechos y en los contactos y diálogos clarificatorios en busca de solución, se ha de poner la mayor claridad y caridad evangélicas que sea posible. Se trata siempre de ayudar, de hacer el bien, de sacar adelante la causa del evangelio del Reino, y nunca de vencer uno a otro o unos a otros. Los evangelios hablan hasta de procedimientos con pasos interpersonales y comunitarios en la "corrección fraterna", recurso del amor en nuestra débil condición, al que nadie deberíamos cerrarnos.

Y, en cualquier caso, tenemos un Evangelio y un Magisterio Episcopal en la Tradición Eclesial Latinoamericana de Medellín, Puebla y Santo Domingo (aprobado oficialmente por el Papa) y nadie en la Iglesia tiene autoridad para impedir que se apliquen, cualquiera que sea el clima de involución o autoritarismo. Ese Evangelio y ese Magisterio tienen muchas directrices por aplicar en materia de comunión y participación pastoral, en todos los ámbitos y para todos los agentes eclesiales. Que involucionen o evolucionen en la práctica ese Evangelio y ese Magisterio escrito, depende también de nosotros mismos.

·         Para dinamizar un proceso de comunión en Guatemala entre religiosas/os, clero diocesano y seminario, y también laicas/os: -Conociendo la larga historia de distancias, malentendidos y divisiones que nos precede en las relaciones entre religiosos y clero diocesano, ¿cómo vivir nosotros creativamente un proceso de comunión eclesial creciente?

·         Ciertamente, hay que asumir con lucidez el pasado, y hasta lo más sombrío de nuestra memoria histórica eclesial ha de revertirse en luz históricamente realista, para reaccionar como reaccionaron Jesús y el Vaticano II frente a su historia anterior. Me parece que acá en Guatemala, el Seminario y clero diocesano, y Confregua y las laicas/os que han participado en la gestación de esta Jornada, han iniciado ya con buen pie y corazón abierto un proceso que debe seguir y crecer. Se hace camino al andar... La creatividad surge en la relación confiada y abierta a la búsqueda. De todos Ustedes (y estamos acá colaborando) de sus contactos, diálogos y búsquedas, ha de brotar y brotará la oportuna creatividad para proseguir, profundizar y ampliar este proceso. El Espíritu está interesadísimo y activo en los deseos de Ustedes. Contagiémonos... Hay un trabajo ineludible de agenda, de contactos, de coordinación (ya iniciado, sin duda, pero que ha de prolongarse) en el que, en la pequeña red inicial de relaciones personales, el conocimiento, aprecio e interés mutuo, son muy importantes para ampliarse y crear futuro sólido y fecundo en iniciativas y programas comunes.