Historia de la Iglesia
Siglo XIII - Edad Media
INTRODUCCIÓN
Llegamos al máximo esplendor de la cultura forjada lentamente durante la Edad
Media. Después de estos resplandores, comenzará el paulatino declive del
medioevo.
Es el siglo del gran papa Inocencio III que quiso llevar a cabo el ideal de
una sociedad político-religiosa medieval, en cuya cima estuviera la supremacía
papal. Es un siglo en que continúan las cruzadas, y en que nacen las grandes
órdenes mendicantes, como la de san Francisco de Asís y la de santo Domingo de
Guzmán. Es también el siglo que ve aparecer la inquisición, y admira las
expediciones de Marco Polo por el lejano oriente, hasta China. Es el siglo de
las universidades y de las grandes lumbreras intelectuales, como san Alberto
Magno y su discípulo santo Tomás de Aquino. Es el siglo del arte gótico. Es el
siglo de la Carta Magna o Constitución, que limitaba los derechos absolutos de
los reyes. ¡Interesante siglo!
La cristiandad no sólo promovió el desarrollo de las ciencias sagradas, sino
que dio vida a la institución destinada específicamente a desarrollar la
ciencia y a difundir la cultura superior: la universidad. Surgen por impulso
de la Iglesia las universidades de París, Oxford, Bolonia. Salamanca.
A partir del siglo XIII la evolución de la sociedad medieval señaló nuevos
rumbos a las preferencias populares. Existía ahora una población urbana cada
vez más considerable y en las ciudades se establecieron también las nuevas
órdenes de religiosos mendicantes, que pronto ejercieron un poderoso atractivo
sobre los fieles.
I.SUCESOS
“¡Que se me pegue la lengua al paladar, si no me acuerdo de ti,
Jerusalén...!”
Las cruzadas del siglo XIII presentan ya signos de decadencia.
La cuarta (1202-1204) tenía como fin devolver vida y fuerzas al
agonizante reino franco, que se había establecido en Tierra Santa. Pero se
desvió de sus verdaderos fines, y en vez de dirigirse a Palestina, los
cruzados penetraron en Bizancio (Constantinopla) en 1204 y depusieron al
emperador Alejo V. Coronaron a Belduino de Flandes e instauraron allí un
imperio latino que perduraría más de medio siglo. Bizancio quedó así
convertida en feudo papal, hasta 1260. Este hecho fue uno de los principales
agravios, cometidos por los cristianos occidentales a los cristianos
ortodoxos de oriente
En la quinta cruzada (1217-1221) Andrés II de Hungría obtuvo
únicamente avances precarios. Esta cruzada se dirigió a Siria y Egipto.
La sexta cruzada (1228-1229) fue capitaneada por el emperador
Federico II, emperador excomulgado por el Papa. Mediante alianzas
habilísimas, propias de su genio político, y sin recurrir a las acciones
bélicas, instauró en Jerusalén una política de tolerancia religiosa. Un
tratado con el sultán de Egipto puso en manos de Federico Jerusalén, Belén,
Nazaret y otros lugares, a cambio de territorios poseídos por los cristianos
al norte de Siria. En marzo de 1229, Federico hizo su entrada solemne en
Jerusalén, mientras el patriarca latino lanzaba el entredicho sobre la
ciudad. Jerusalén permaneció tan sólo quince años en manos de los cristianos
y en agosto de 1244 se perdió definitivamente.
Las dos últimas cruzadas fueron empresas completamente francesas,
organizadas por el santo rey Luis IX.
La séptima (1248-1254), dirigida contra Egipto, tenía como fin
recobrar nuevamente Jerusalén, caída en poder turco en 1244. Los cristianos
se habían replegado a unas cuantas fortificaciones, como san Juan de Arce y
Antioquía. Terminó en un desastre. El rey y el ejército fueron hechos
prisioneros y tuvieron que pagar un cuantioso rescate por la libertad.
La octava y la última cruzada (1270) fue llevada a cabo por el mismo
rey san Luis, en respuesta al llamado del Papa Inocencio IV para contener el
avance turco. Antes de partir hacia Jerusalén, se apoderó de Túnez, en el
norte de África. Allí murió, víctima de la disentería; y con él su ejército
sufrió también esa terrible epidemia. No se hará otro intento más para
reconquistar la Tierra Santa.
En España hubo una cruzada contra los musulmanes, en la batalla de las Navas
de Tolosa (1212), que terminó con la victoria de los europeos que auxiliaron
al rey español Alfonso IX. Durante el resto del siglo san Fernando III,
Alfonso X el sabio, Alfonso el batallador y Jaime el conquistador, harán
retroceder a los moros hacia el sur de la península ibérica.
¿Qué herejías azotaron a la Iglesia en este siglo?
Primero, los Valdenses. En Francia surgió la herejía de Pedro Valdés,
nacido en Lyon, que un buen día abandonó sus negocios y partió a predicar el
evangelio, dando ejemplo de pobreza, austeridad y desprendimiento y
arrastrando compañeros de Suiza y Alemania. Atacó las costumbres de los
clérigos relajados e invitaba a volver al cristianismo primitivo, pero no
estuvo inmune de errores dogmáticos en sus predicaciones. Los “perfectos”
entre los valdenses hacían los tres votos de pobreza, castidad y obediencia;
y los simples seglares se arrogaban el derecho de celebrar la eucaristía.
Sólo admitían el bautismo, la penitencia y la eucaristía. El Papa Lucio III
los excomulgó.
Continuaron los albigenses o cátaros. Eran más peligrosos por su
mayor difusión y por su más franco alejamiento de la fe católica. Se
llamaban albigenses por la ciudad de Albi; y cátaros o puros. No reconocían
una iglesia visible, rechazaban toda autoridad espiritual y temporal y no
admitían ni la guerra ni la pena de muerte. Sólo tenían un sacramento, el
bautismo del espíritu, el consolamentum, que por lo demás sólo recibían los
“perfectos”; los cuales quedaban obligados después de su recepción a llevar
una vida rigurosamente ascética. Los restantes sólo recibían el
consolamentum en la hora de la muerte. El Papa Inocencio III invitó al rey
de Francia a una cruzada contra ellos, que desembocó en una horrible
crueldad por ambos bandos.
Hechos políticos importantes
Los nobles ingleses obligaron al rey Juan sin Tierra a firmar la Carta Magna
o Constitución que delimitaba los derechos del rey, en contra de sus
pretensiones absolutistas.
En el reinado de su sucesor, Enrique III, fue instituida la cámara de los
comunes o parlamento. Ambos ejemplos fueron, muchos siglos después, copiados
por un gran número de países.
Otomán, el turco, fundó el imperio llamado otomano en 1259, y con ello
motivó en gran parte el surgir de las cruzadas que hemos señalado. Dicho
imperio constituirá un peligro constante para Europa hasta la batalla de
Lepanto del año 1572, en que fueron vencidos los otomanos por la escuadra
cristiana, gracias a la intercesión de la Virgen María Auxiliadora .
II.RESPUESTA DE LA IGLESIA
De nuevo, luces y sombras...
En el siglo XIII la Iglesia medieval había llegado a su edad de oro. Pero
como la naturaleza es débil, al hombre le resulta difícil mantenerse en las
cimas y comete flaquezas. A fines del siglo XIII aparecen síntomas de
decadencia. Ni el sacerdote concubinario, ni el monje aburguesado, ni el
obispo político y feudal habían desaparecido por completo en este tiempo. La
preparación del clero parroquial y su formación espiritual era muy
deficiente. La elección para cargos o beneficios –obispos y abadías- que
había mejorado tras las intervención de Gregorio VII, en la actualidad había
descendido a niveles lamentables.
Por estos tiempos los papas, que eran los obispos de Roma y estaban
obligados a cuidar su grey, poco tiempo residían en la misma Roma. Según la
costumbre de esa época, elegían al Papa en el mismo lugar donde había
fallecido su antecesor. Muchos pontífices fueron elegidos fuera de Roma, y
luego retrasaban su viaje a Roma para atenderla como pastores.
Pero también hubo hechos muy positivos en la Iglesia de este siglo.
La Iglesia apoyó las cruzadas y condenó las herejías. Para ello convocó
varios concilios.
El IV Concilio de Letrán, convocado por Inocencio III en 1215, condenó a los
valdenses y a los albigenses. Reprobó la venta de reliquias, ordenó la
confesión y comunión anual, estimuló las cruzadas, y legisló sobre la
disciplina sacerdotal.
El Concilio de Lyon de 1245 hizo un triste balance del estado espiritual de
la cristiandad y señaló sus principales llagas: relajación de los clérigos,
peligro de Jerusalén y Bizancio por las amenazas de los turcos, inminencia
de la invasión de los mongoles en Europa, y sobre todo las guerras de
Federico II, rey de Francia, al que el concilio tuvo que excomulgar.
El II concilio de Lyon, en 1274, volvió a hacer un llamamiento a los
príncipes cristianos para acudir en auxilio de Tierra Santa. Asimismo buscó
la unión con la iglesia bizantina y dictó medidas para reformar las
costumbres eclesiásticas. Con el fin de evitar más intromisiones civiles en
la elección de los sumos pontífices, el concilio ordenó que los cardenales
escogieran al sucesor del Papa difunto. La reunión de los cardenales para la
elección del Papa desde entonces se llama cónclave.
Balance de las cruzadas
Una palabra sobre la cuarta cruzada en la que cruzados arrasaron Bizancio o
Constantinopla en 1202. Fue un triste episodio . Este hecho se presenta de
ordinario como algo querido por el Papa de entonces. En realidad, está
documentado que Inocencio III se horrorizó al conocer la noticia y excomulgó
a los responsables de semejante barbarie. Ese acto vandálico estuvo motivado
por la ambición política de algunos de los caballeros cruzados, capitaneados
por la República de Venecia que buscaba la supremacía comercial.
Hagamos un breve saldo de las cruzadas:
·Encauzaron el espíritu caballeresco de la época hacia ideales religiosos.
Esto no quita que entre los cruzados hubiera gente indeseable.
·Al menos al inicio, unió a pueblos diversos en la defensa de la fe común.
Pero poco a poco se evidenciaron sus divisiones e intereses.
·En algunos despertó el espíritu misionero: san Francisco de Asís viajó a
Siria (1212) y envió los primeros franciscanos a Marruecos (1219).
·Hubo muchos hechos ignominiosos, pero no deben hacer olvidar personajes
ilustres como Godofredo y san Luis de Francia, que lucharon con grande
idealismo cristiano.
Las Órdenes Mendicantes
Ante la relajación de algunos eclesiásticos, Dios no se olvidó de su
Iglesia. Al contrario, hizo surgir las órdenes mendicantes. Sus fundadores
quisieron responder a la llamada del evangelio y a las necesidades de su
tiempo. Fueron sensibles en particular al desarrollo de la herejía, al
movimiento urbano y a la fermentación intelectual.
Las órdenes mendicantes se llamaban así, porque en un tiempo en que los
pastores de la iglesia se enriquecen siempre más, los monasterios abundan en
tierras y en bienes, y la nueva burguesía de las ciudades se desvive por
aumentar sus ganancias, ellos hacen voto de perfecta pobreza. En un tiempo
en que se ahonda cada vez más la diferencia entre los grandes señores y el
pueblo llano, ellos predican la fraternidad cristiana. Su vida ya no depende
de tierras de labranza ni de rentas. Viven de la limosna. Ya no se llaman
monjes, sino hermanos. Las principales órdenes mendicantes fueron la de los
franciscanos y la de los dominicos.
Los dominicos: es la llamada Orden de los Predicadores, apoyada por
el gran Papa Inocencio III y aprobada más tarde por Honorio III en 1216. Fue
fundada por santo Domingo de Guzmán, nacido en España hacia el año 1170.
Sale al encuentro de los herejes cátaros o valdenses, imitando la pobreza de
Cristo pobre y aceptando las controversias dogmáticas con ellos. El obispo
de Toulouse (Francia) aprueba en el año 1215 al pequeño grupo de
predicadores: “Constituimos como predicadores en nuestra diócesis al hermano
Domingo y a sus compañeros, a fin de extirpar la corrupción de la herejía,
arrojar los vicios, enseñar la regla de la fe e inculcar sanas costumbres a
los hombres”.
Su programa regular es portarse como religiosos, es decir, hacer los tres
votos de pobreza, castidad y obediencia; ir a pie, predicar la palabra
evangélica, vivir la pobreza de Jesús, alimentándose con lo que les dan. Fin
y objeto de la nueva orden era crear un grupo de sacerdotes aptos y
altamente preparados para predicar al pueblo la sana doctrina. Dedicaron,
pues, los dominicos especial atención al estudio. Tanto descollaron en las
ciencias que, en vida del fundador, enseñaban ya en la universidad de París.
En esa universidad brillaron de manera especial san Alberto Magno y santo
Tomás de Aquino.
La organización de la orden es democrática. Los cargos son electivos y
temporales. Tan sólo el maestro general es elegido para toda la vida. No
disponen de las rentas de las grandes abadías, sino que obtienen de las
limosnas los medios de subsistencia. Se dirigen especialmente a las gentes
de la ciudad, a los miembros de las corporaciones y enseñan en las
universidades. En 1216 el Papa aprueba esta orden, y adoptan la regla de san
Agustín. El Papa Gregorio IX les encarga la responsabilidad de la
inquisición eclesial, de la que hablaremos más tarde.
Los Franciscanos: Francisco, nacido en Asís (Italia) hacia el año
1181, era hijo de un rico mercader, y en el año 1205 abandona sus sueños de
caballería para consagrarse a la Dama Pobreza. Se encuentra con Cristo pobre
en un leproso. Cree al principio que Cristo le pide que repare las iglesias,
como la de san Damián; pero más tarde comprenderá que Dios le llama a la
reforma de la Iglesia, en la que se filtran abusos y modos de vivir que
contradicen la santidad de las costumbres y la doctrina de la Iglesia.
Después de devolver a su padre todos sus bienes e incluso sus vestidos, pide
como limosna la comida y los materiales de construcción. Su vida es la de
los ermitaños. Pero en 1208, oye el evangelio en la iglesia de la
Porciúncula: “Id, proclamad que está cerca el reino de Dios. No llevéis oro
ni plata...”. Con algunos compañeros, va por los caminos proclamando con
alegría la buena nueva de la paz. Predica sin ser sacerdote. Se sentía
indigno de serlo, y nunca quiso recibir la ordenación sacerdotal.
Su lema es: “paz y bien”. No quiere pronunciar ningún juicio contra los
sacerdotes ni contra los demás pastores de la iglesia. Pide tan sólo un
espacio de libertad para vivir según el evangelio. El Papa Inocencio III
aprueba en 1209 el género de vida de los que desean ser “menores”, estar
entre los más pobres en la escala social. Se limitarán a una predicación
moral, y no tanto doctrinal, como los dominicos. En 1209, Francisco tiene
doce compañeros; diez años más tarde son 3.000. En 1212, Clara y sus
compañeras siguen el ejemplo de Francisco y así fundan la orden de las
Clarisas.
En 1219 Francisco parte hacia los santos lugares y se esfuerza en convencer
al sultán de Egipto para que respeten los Santos Lugares. Algunos de sus
hermanos desean tener una organización más rigurosa, unos conventos, unas
casas de estudio. Aquello le preocupa a Francisco. Aunque el evangelio sea
su única regla de vida, ve la necesidad de redactar una regla (1223). Pero
continúa con su gozosa predicación.
La Navidad de 1223 la celebra organizando, por primera vez en la historia de
la iglesia, un Belén viviente. Al año siguiente queda marcado con las llagas
o estigmas de Cristo, pero no pierde la paz y la alegría. Es famoso su
Cántico de las Creaturas, en el que canta su amor a la naturaleza, al sol,
al agua... y Dios creador de todo. Procura la paz entre los señores locales.
Su testamento de 1226 expresa cierta nostalgia de los comienzos. Fiel a
visión sobrenatural de la vida, acoge con serenidad a la “hermana muerte” el
3 de octubre de 1226. Dos años más tarde es canonizado. La orden de hermanos
menores tuvo una existencia difícil, pues se dividió por el diverso modo de
interpretar la fidelidad a su fundador. A pesar de ello, Francisco siguió
siendo el santo más popular de la Edad Media. Es el testigo por excelencia
de la vuelta al evangelio, y desconcierta a sus contemporáneos medievales
con su imitación radical de Cristo, con su amor a la naturaleza, y con su
rechazo de toda riqueza que con frecuencia falsea las relaciones entre los
hombres.
¿Qué aportaron estas órdenes mendicantes a la Iglesia y al mundo?
Lo esencialmente nuevo que aportaban las órdenes mendicantes, no era en
realidad la pobreza personal de los miembros individuales. Todas las órdenes
anteriores habían observado una vida rigurosamente austera con renuncia a la
propiedad privada, y en ello se habían distinguido los cistercienses.
Lo nuevo consistía en que tampoco el convento debía poseer nada. El convento
de los mendicantes no es ya una abadía con bosques, pesquerías, campo de
labor, colonos y aparceros, sino un lugar que sólo proporciona el mínimo
indispensable para la vida: unas celdas en torno a una iglesia, acaso un
pequeño huerto y nada más. Para los mendicantes, la patria ya no es el
monasterio, sino la orden. Desaparece aquella estabilidad, aquel
enraizamiento en el suelo, que desde san Benito había constituido la base de
la vida monástica. Pero esto sólo era posible a condición de que los
miembros redujeran también al mínimo sus necesidades personales. Los
mendicantes no vivían como unos señores espirituales, análogos a los
feudales, sino como hermanos que convivían con sus iguales. Practicaban la
cura de almas, en forma desinteresada. La gente no tenía que ir a ellos,
sino que eran ellos los que iban a la gente. La predicación estaba destinada
a todos y no era para forzar, sino para convencer y motivar a la virtud, a
la vuelta al evangelio. Hasta entonces el pastor de almas había inspirado
respeto, acaso también temor; ahora los mendicantes inspiran admiración y
amor.
Fue característico de los mendicantes tener una orden primera – la de los
varones-, una orden segunda –la de las mujeres-, y una orden tercera
compuesta por los seglares que deseaban vivir según el mismo espíritu. Las
órdenes terceras fueron y son escuelas de santidad. Figuran entre los
primeros terciarios franciscanos santa Isabel de Hungría y san Luis, rey de
Francia.
Impulso de los sacramentos y la piedad cristiana
Ante el declive espiritual la Iglesia tomó cartas en el asunto y se preocupó
por impulsar los sacramentos y la fe.
¿Cuándo se administraba el bautismo? Lo común era bautizar a los niños
apenas nacidos, y no solamente en Pascua o en Pentecostés como antes. Se
administraba el sacramento derramando agua sobre la cabeza y no por
inmersión. Era tal la importancia que atribuían al bautismo, que los niños
muertos al nacer eran llevados a algunos santuarios, pues creían que
recobraban la vida el tiempo suficiente para recibir el bautismo.
¿Nuevas normativas para la confesión y comunión?
En 1215 el concilio Lateranense IV marca a los cristianos la obligación de
confesar sus pecados y de comulgar al menos una vez al año, en tiempo de
pascua y en sus propias parroquias. El sacramento de la penitencia viene
llamado “confesión”. Los más fervorosos no comulgan más que dos o tres veces
al año por respeto a la eucaristía. Hoy diríamos, porque no tenían toda la
comprensión de este sacramento. Más que comulgar, lo importante en ese
tiempo era ver el misterio sagrado de la misa; de ahí la importancia que
ganan en ese tiempo la elevación de la hostia en la misa, la exposición del
Santísimo Sacramento y la fiesta del Hábeas, instituida en este siglo XIII.
Se le atribuyen virtudes especiales a la visión de la hostia.
Entre los teólogos medievales no todos estaban de acuerdo en afirmar la
sacramentalidad del matrimonio, pero todos reconocían su valor moral, su
unidad e indisolubilidad.
La piedad popular expresa de una manera especial la fe en la presencia real
de Cristo en la eucaristía, como reacción ante la herejía de Berengario de
Tours. En efecto, es en este tiempo cuando comienzan diversas costumbres que
persisten doy día, como doblar la rodilla ante el Santísimo, incensarlo,
colocar una lámpara encendida para indicar la presencia de Cristo en el
tabernáculo, elevar la hostia consagrada para que los fieles la adoren.
También data de este tiempo la procesión del Corpus Christi y el rezo del
rosario. Las peregrinaciones son frecuentes, y las expresiones de arte son
casi exclusivamente religiosas.
La inquisición
¿Qué hizo la Iglesia frente a las herejías y disidentes?
Desde el siglo XII apareció una inquisición a nivel episcopal: los obispos
tenían el deber de detectar los posibles herejes existentes en sus diócesis
y entregarlos a la autoridad secular, para que les aplicase la pena
pertinente. El poder civil, por su parte, cooperaba activamente en la
persecución de la herejía, y el propio emperador Federico II, el gran
adversario del pontificado, promulgó en 1220 una constitución, ofreciéndose
a la Iglesia como brazo secular y estableció la muerte en la hoguera para
los herejes.
Mas como la inquisición episcopal resultaba poco eficaz, el Papa Gregorio IX
creó 1232 la inquisición pontificia y la confió a los frailes mendicantes,
especialmente a la Orden dominicana, que desde entonces tuvo como una de sus
misiones específicas la lucha contra la herejía. Así quedó constituida
definitivamente la inquisición eclesiástica.
Hablemos, pues, de la inquisición, hoy día tan desprestigiada y criticada .
La inquisición no nace contra el pueblo sino para responder a una petición
de éste. En una sociedad –la medieval- preocupada sobre todo por la
salvación eterna, el hereje es percibido por la gente como un peligro y como
causante de los males y pestes. Para el hombre medieval el hereje es un
contaminador, un enemigo de la salvación del alma, una persona que atrae el
castigo divino sobre la comunidad. Por lo tanto, y tal como afirman las
fuentes de aquel entonces, el dominico que llega para aislarlo y
neutralizarlo, para inducirle a que cambie de idea, no se ve rodeado de
“odio” , sino que es recibido con alivio y acompañado por la solidaridad
popular. Y si la gente se muestra intolerante con este tribunal, no es
porque sea opresivo, sino todo lo contrario, porque es demasiado tolerante y
paciente con los herejes a los que quiere convertir; dichos herejes, si
hemos de atender a la vox populi, no merecerían las garantías y la clemencia
de la que los dominicos hacían gala. Lo que en realidad quería la gente era
acabar con el asunto deprisa, deshacerse sin demasiados preámbulos de
aquellas personas.
La inquisición no intervenía para excitar al populacho; al contrario,
defendía de sus furias irracionales a las presuntas brujas. En caso de
agitaciones, el inquisidor se presentaba en el lugar seguido por los
miembros de su tribunal y, con frecuencia, con una cuadrilla de sus guardias
armados. Lo primero que hacían estos últimos era restablecer el orden y
mandar a sus casas a la chusma sedienta de sangre.
Acto seguido, y tomándose todo el tiempo necesario, practicando todas las
averiguaciones, aplicando el derecho procesal de cuyo rigor y de cuya
equidad deberíamos tomar ejemplo, se desarrollaba el proceso. En la gran
mayoría de los casos y tal como prueban las investigaciones históricas,
dicho proceso no terminaba con la hoguera sino con la absolución o con la
advertencia o imposición de una penitencia religiosa. Quienes se arriesgaban
a acabar mal eran aquellos que, después de las sentencias, volvían a gritar:
“¡Abajo la bruja!” .
Hasta aquí la reflexión de Vittorio Messori.
Pero hay más que decir sobre la inquisición. Hubo inquisición secular
llevada a cabo por los reyes y gobernantes; inquisición episcopal e
inquisición papal. Ciertamente el castigo no era en primer lugar la muerte
por el fuego; sino la cárcel, multas, peregrinaciones. La quema en hogueras
la ejecutaba la inquisición secular , nunca la iglesia .
El decreto de Graciano (año 1140), que armoniza los textos jurídicos
tradicionales (derecho romano, decretales, etc.), considera tres etapas en
un proceso contra la herejía: intento de persuadir, sanciones canónicas
(pronunciadas por la iglesia) y finalmente entrega al brazo secular, esto
es, a la justicia de los príncipes. Estos procederán a la confiscación de
bienes y a los castigos corporales y torturas, pero sin pensar
explícitamente en la pena de muerte.
Tratando de resumir el tema de la inquisición, podríamos decir lo siguiente:
·Definición: la inquisición fue un tribunal para la defensa y
conservación de la fe cristiana.
·Clases: la eclesiástica, que examinaba al interesado, le
hacía reflexionar, le pedía que explicara bien sus puntos dudosos, los
enmendara y corrigiera, si había error. Si no se corregía, la Iglesia lo
ponía en manos de la inquisición civil; ésta, si no se corregían, los
torturaba y los mandaba a la hoguera. Consideraban el bien espiritual de la
fe más importante que el bien físico de la vida.
·Juicio: la naturaleza y modo de actuar de la inquisición suscita a
los ojos del historiador serios reparos: el procedimiento inquisitorial
presentaba graves defectos, con el sistema de denuncias y testimonios
secretos, que podía perjudicar gravemente a los acusados, y con la admisión
de la tortura como medio de prueba. La crueldad de la pena por el delito de
herejía –la muerte en la hoguera- es patente, y no queda mitigada alegando
que la ejecución de las sentencias era de la competencia del brazo secular.
Mas es de justicia reconocer también que el procedimiento inquisitorial,
pese a sus defectos, ofrecía mayores garantías de equidad que los juicios
ante los tribunales civiles de aquel tiempo. Debe tenerse en cuenta,
igualmente, que la inquisición tuvo la desgracia de ser hija de su tiempo,
esto es, que su nacimiento coincidió con el endurecimiento general de la
vida jurídica que se produjo en los siglos XIII y XIV como consecuencia del
renacimiento del derecho romano. Los juristas consideraban el derecho romano
como el ordenamiento perfecto –la “razón escrita”- y ese derecho contenía
una severísima legislación contra los herejes, que sirvió de pauta al
sistema inquisitorial. No ha de olvidarse que la recepción romanística –un
evidente progreso jurídico- contribuyó en Europa a la extensión de la pena
de muerte; y conviene también recordar que en muchas regiones provocó un
empeoramiento en la condición social de las clases campesinas, cuando se
aplicaron a payeses y aparceros las leyes romanas del Bajo Imperio, y los
redujeron a la situación de siervos de la gleba.
Todos estos factores, de tan diverso signo, han de tenerse en cuenta cuando
se quiere formular un juicio objetivo sobre la inquisición. Pero en todo
caso ese juicio resulta imposible para el observador actual que sea incapaz
de situarse en el pasado y, desde allí, tratar de comprender el significado
que tenía la fe religiosa, en una época en que esa fe representaba el
supremo valor . Aquella sociedad puso en su defensa el mismo apasionado
interés que han demostrado modernamente ciertos países occidentales en la
defensa de la libertad, hasta proscribir las ideologías y partidos
totalitarios que pudieran amenazarla. Fue la seriedad misma con que vivían
las propias convicciones religiosas la razón de considerar a la herejía como
el peor de los crímenes, aquel que ponía en peligro el sumo bien, la
salvación eterna de los hombres.
Tal vez un hombre “moderno”, con su sensibilidad actual, tan sólo acierte a
comprender la conducta de sus mayores si toma como punto de referencia sus
propias reacciones frente a las amenazas hacia unos bienes tan apreciados
por la humanidad de hoy como pueden serlo la salud y la larga vida: el
“hombre religioso” europeo puso en la lucha contra la herejía el mismo
apasionado interés que el hombre moderno pone en la defensa de esos bienes,
en la lucha contra el cáncer o la droga.
De todos los errores y desmanes que hubo, ya la Iglesia y el Papa Juan Pablo
II ha pedido perdón con humildad. Hoy la Iglesia apuesta por el amor, la
caridad. Prefiere hacer la verdad en la caridad. Hoy día nos cuesta entender
este capítulo de la historia porque somos más sensibles a los derechos
humanos y porque el bien de la fe hay que defenderlo, sí, pero nunca con la
violencia.
La inquisición española
Mención aparte merece la inquisición española. Por eso quiero explayarme un
poco más en ella, aunque sea adelantándome un poco al tiempo en que
apareció.
Lo primero que hay que decir es que la inquisición española cae dentro del
esquema de unidad nacional, política y religiosa que se propusieron llevar a
cabo los Reyes Católicos.
Se han dado muchas opiniones sobre esta inquisición, unas positivas y otras
negativas. Entre las opiniones negativas se encuentran las siguientes:
algunos vieron en la inquisición española una fuente de ingresos para la
curia romana, debido a la desmesurada codicia de los papas; o también una
campaña de los mismos papas para infundir en el pueblo español y en sus
monarcas las ideas de intolerancia y fanatismo de que ellos estaban
animados.
De distinta manera piensan los cronistas e historiadores que fueron
contemporáneos de los hechos . Cuentan que los judíos que se convirtieron al
cristianismo, por conveniencia y no de corazón , pronto volvieron a sus
andadas en secreto: robos, usuras, blasfemias y burlas de la doctrina
cristiana. Esto llegó a oídos de los Reyes Católicos y lo informaron al
papa, el cual firmó una bula, en la que mandaba instituir inquisidores.
Estos conversos, a los que el pueblo despectivamente llamaba “marranos”, se
convirtieron en un verdadero peligro para la unidad nacional y eclesiástica
de España, pues la mayor parte de ellos conservaban ocultamente sus antiguas
costumbres, y al mismo tiempo se dedicaban con el más ardoroso celo al
proselitismo. Su influencia fue tanto más peligrosa cuanto que ellos tenían
en sus manos las fuentes financieras de la nación.
Ludovico Pastor, autor de una monumental Historia de los Papas, escribe
también a este propósito: “La ocasión para el restablecimiento de este
tribunal...la dieron principalmente las circunstancias de los judíos
españoles. En ninguna parte de Europa habían causado tantos disturbios el
comercio sin conciencia y la usura más despiadada de los judíos como en la
península Ibérica, tan ricamente bendecida por el cielo. De ahí se
originaron persecuciones de los judíos, en los cuales sólo se les daba a
elegir entre el bautismo o la muerte. De esta manera se produjo bien pronto
en España un gran número de conversos en apariencia, los llamados “marranos”
que eran judíos disfrazados y, por lo mismo, más peligrosos que los
abiertos...Las cosas habían llegado últimamente a tal extremo, que ya se
trataba del ser o no ser de la católica España” .
Por tanto, no se debió la inquisición española a pasiones bastardas ni a
otros motivos de mala ley, sino al peligro para la unidad nacional y
religiosa de España, de parte de los judíos aparentemente convertidos. Sin
este grupo la inquisición española no hubiera existido o, por lo menos, no
hubiera conocido el desarrollo que tuvo a partir del siglo XVI.
Vino después el problema de los moriscos y casi al mismo tiempo que el de
los herejes. Las autoridades civiles, los eclesiásticos y el mismo pueblo
piden que se tomen medidas contra ellos, por entender que eran un verdadero
peligro para la sociedad. .
La inquisición española nace, en consecuencia, como algo propio y nacional,
que poco o casi nada tiene que ver con la que ya existía en Europa desde
principios del siglo XIII. Fue un instrumento político, con matices
religiosos y apoyado por la Iglesia, que desde el primer momento quedó en
manos del Estado.
La inquisición española se contradistingue de la medieval, fundada en 1231
por el Papa Gregorio IX, en dos puntos fundamentales: en su estrecha
dependencia de los monarcas españoles y en la perfecta organización de que
la dotó desde el principio su primer inquisidor general, Fray Tomás de
Torquemada, O.P. Con las Instrucciones de que éste la dotó y basándose en
las disposiciones existentes contra la herejía, organizó bien pronto
diversos tribunales en Sevilla, Toledo, Valencia, Zaragoza, Barcelona y
otras poblaciones, con lo cual se convirtió en un importante instrumento en
manos de los Reyes Católicos y de sus sucesores Carlos V y Felipe II,
quienes apoyaron constantemente su actuación.
Para tener una idea adecuada sobre la inquisición española es necesario
conocer los procedimientos que empleaba, pues contra ellos suelen dirigirse
buena parte de las inculpaciones de sus adversarios. El primer punto de
controversia es el de las denuncias con que generalmente se iniciaban los
procesos inquisitoriales. Estas denuncias se recogían, sobre todo, como
resultado de la promulgación de los edictos de fe, en los que se exponían
los posibles errores doctrinales cuando había sospecha de que pudieran darse
en algunas ciudades o en alguna región, cargando la conciencia de los
cristianos para que denunciaran a los sospechosos. Otras denuncias venían o
bien de los mismos encarcelados para congraciarse con los jueces; o bien del
espionaje, que de modo especial ejercían los llamados familiares de la
inquisición.
La inquisición tenía un cuidado particular en reunir gran cantidad de
denuncias bien confirmadas; no hacía caso de las anónimas, y en este punto
procedía, en general, con la máxima objetividad. Respecto del espionaje,
tenemos que decir que ha sido siempre un instrumento usado por los
organismos mejor constituidos de todos los tiempos.
Sobre las cárceles de la inquisición, ni eran tan lóbregas, ni tan tétricas
y oscuras, como tantas veces se ha dicho, pues de los procesos consta que
los reos leían en ellas y escribían mucho. Eran relativamente moderadas, si
se tienen presentes las que usaban los tribunales de aquel tiempo.
Los puntos más débiles del proceso de la inquisición eran el secreto de los
testigos y el sistema de defensa.
Respecto al secreto de los testigos, tantas veces impugnado por los
adversarios de este tribunal, debe advertirse que, si se admite el derecho
del Estado y de la Iglesia para castigar a los herejes, el secreto de los
testigos se hizo en realidad necesario, pues la experiencia había probado
que sin él nadie se arriesgaba a presentar denuncias, y resultaban inútiles
los esfuerzos de los inquisidores. Por eso, ya en la Edad Media tuvo que
introducirse. Con todo, en esto precisamente estriba el punto más débil del
sistema de defensa de la inquisición. El mismo tribunal nombraba a los
abogados o letrados, por lo que el reo quedaba aparentemente sin defensa
propia. Sin embargo, por poco que se examinen los procesos de la
inquisición, puede verse la intensidad con que trabajaba la defensa y cómo
muchas veces obtenía resultados favorables al reo. Había también testigos de
abono, citados por el mismo reo, que no pocas veces influían en la marcha
del proceso.
Indudablemente que el punto más impugnado de este tribunal es el tormento
que se empleaba. Pero conviene observar, sin que sirva totalmente de excusa,
que en aquel tiempo empleaban este sistema todos los tribunales
legítimamente establecidos; que fueron muy pocos los procesos en que lo
empleó la inquisición; y que los géneros de tormentos empleados por este
tribunal eran “relativamente suaves”, y ciertamente mucho menos crueles que
los empleados en otros países también por causa religiosa.
Por lo que se refiere a las penas aplicadas por la inquisición española,
baste decir que no hizo otra cosa que aplicar las leyes y las normas ya
existentes y admitidas entonces por todos los estados católicos y con mayor
causa cuando los herejes, además de defender sus principios religiosos, se
unían y se rebelaban contra sus príncipes y señores. Es bien claro el hecho
de los hugonotes o protestantes franceses.
Las naciones cristianas tenían a los herejes como perturbadores públicos y
enemigos suyos, y a su herejía como crimen contra el estado. Esto explica la
solemnidad que se daba a veces a su juicio y condena, como en los tan
comentados Autos de fe que se celebraron en España.
No es del todo cierto que la inquisición sirviera de obstáculo y freno al
desarrollo de la ciencia, como a veces se ha creído. Hombres de letras y
hasta santos y reformadores sabemos que tuvieron que ver con ella,
implicados en largos y pesados procesos . Pero se ha demostrado que en
ocasiones no fueron tales los procesos y que de lo que más bien se trataba
era de examinar algunas doctrinas que pudieran presentarse como peligrosas
en aquellos “tiempos recios”, como decía la misma santa Teresa.
La documentación que se ha encontrado en los archivos inquisitoriales reduce
considerablemente el número de víctimas, como se ha querido atribuir a la
inquisición. Puede decirse que la verdadera cultura y el humanismo sano y
ortodoxo nunca fueron objeto de persecución por parte de los inquisidores.
Hubo ciertamente exageraciones. Así consta que las hubo en los primeros años
de su actuación, a partir de 1481, en el tribunal de Sevilla y otros
tribunales. Asimismo hubo partidismo y apasionamiento en algunos
inquisidores y en algunos grandes procesos, como el del arzobispo de Toledo
Bartolomé de Carranza, en la segunda mitad del siglo XVI. Se trata en estos
casos de deficiencias humanas, como las ha habido siempre en todas las
instituciones en las que toman parte los hombres, incluso en las más
elevadas, como el episcopado y el pontificado romano.
Por otra parte, lo mismo que ocurrió con la expulsión de los judíos, tampoco
se consiguieron con ella grandes resultados. Siguió habiendo herejes, y
personas que mantenían ideas desviacionistas; y la represión inquisitorial
que se llevó, por ejemplo, en Flandes, lo único que hizo fue provocar el
odio a la religión católica, aislar a España de las demás naciones y avivar
el ansia de independencia en aquellos países.
Si en algo se la puede entender, aunque no disculpar del todo, es
colocándola en el clima de fe ardiente y de fuerte nacionalismo que invadía
entonces a los españoles, los cuales consideraban a la herejía como crimen
de estado, a la intolerancia más como imperativo que como virtud, y a la
indulgencia como signo de extrema debilidad.
Por otra parte, ellos estaban convencidos de que, acabando con la herejía,
evitaban una posible guerra civil y se hacían fuertes para rechazar los
posibles ataques de turcos y protestantes. El pueblo llano era a veces más
intolerante que los mismos inquisidores, como dijimos ya anteriormente.
Termino esta parte con el juicio de un estudioso: “Poco justifica considerar
al tribunal puramente como un instrumento de la intolerancia fanática y por
tanto hemos de estudiar a la inquisición no como un mero capítulo de la
historia de la intolerancia, sino como una fase de desarrollo social y
religioso de España...La intolerancia de la inquisición española tiene un
significado sólo si se la relaciona con factores históricos mucho más
amplios y complejos, de los que no siempre fue el más destacado o importante
la solución del problema religioso...” .
Otras Órdenes en este siglo XIII
Nació en este siglo la orden de Ermitaños de san Agustín, dedicados a la
predicación, instrucción y misiones. Fue aprobada por el Papa Alejandro IV.
Son también mendicantes y a fines del siglo XV llegan a más de treinta mil.
Uno de ellos sería fray Martín Lutero.
Otra orden fue la de la Merced, fundada por san Pedro Nolasco en 1218, por
san Raimundo de Peñafort y Jaime I el conquistador. Su fin: rescatar de los
moros a los cristianos cautivos. Fueron aprobados en 1235.
También es bueno recordar que desde el siglo XII ermitaños latinos vivían en
el Monte Carmelo, situado en Palestina. Entre 1205 y 1214 redactaron una
regla de vida. El papa Honorio III en 1226 confirmó la orden llamada de los
Carmelitas; pero fue Inocencio IV en 1247 el que la aprobó. Su influencia en
la iglesia llega a grado elevadísimo en el siglo XVI, con santa Teresa de
Ávila y san Juan de la Cruz. Hacia 1238 emigraron a occidente. Su primer
prior fue Simón Stock. Introdujeron el uso del escapulario.
Esplendor de la Escolástica. Las Universidades
Los antiguos colegios catedralicios se transformaron en universidades o
estudios generales. El nacimiento de las universidades se produjo con la
espontánea naturalidad característica de las grandes creaciones históricas.
Las viejas escuelas monásticas y catedrales no respondían ya a las
necesidades de los tiempos, y por eso maestros y escolares de ciertas
disciplinas comenzaron a agruparse libremente, con el fin de organizar las
enseñanzas. Llegó un momento en que la “universidad”, la corporación de
profesores y alumnos, constituyó un estudio general y recibió el
reconocimiento público de la autoridad eclesiástica y civil.
La primera fue la de París ya organizada en el año 1200. Estas universidades
superaban a las antiguas aulas por el número de alumnos, las facultades
establecidas y la organización docente y administrativa. El número de
Universidades creció pronto en Italia, Francia, Inglaterra, España.
Descollaron las de Oxford, Montpellier, Cambridge, Nápoles, Salamanca y
Lisboa. Fueron patrocinadas por papas, emperadores y reyes. Las
universidades como obra que eran de la iglesia y reflejo del espíritu
universalista de la cristiandad, tenían un marcado carácter supranacional.
Las facultades características de la universidad medieval fueron las de
Teología, Derecho, Filosofía, Medicina y Artes, entendidas éstas como unos
estudios humanísticos que eran el paso previo para las facultades
superiores. La de París sobresalió en Teología y Filosofía; Bolonia en
Derecho; Montpellier en Medicina. La de París gozó de una extraordinaria
autoridad doctrinal en los últimos siglos de la Edad Media.
La universidad medieval fue una institución, no sólo cristiana, sino
propiamente eclesiástica. Clérigos eran la mayor parte de los profesores y
tonsurados, cuando menos, los escolares, que gozaban así de los
tradicionales privilegios clericales.
Hasta el siglo XIII san Agustín era el alma de los estudios teológicos,
siguiendo la corriente platónica. Desde este siglo, surgió otra corriente,
la aristotélica. Resucitaron a Aristóteles el árabe Averroes en el siglo XII
y el judío Maimónides. Más tarde, san Buenaventura, san Alberto Magno y
santo Tomás de Aquino “bautizaron” a Aristóteles.
Pero fue santo Tomás el titán que supo armonizar la filosofía de Aristóteles
con el pensamiento cristiano. En un inicio recayeron sobre las obras de
santo Tomás diversas prohibiciones. Posteriormente, su filosofía y teología
fueron consideradas como oficiales en la Iglesia. Las obras más importantes
de santo Tomás fueron: La Suma contra los Gentiles, una apologética frente a
la filosofía musulmana; y la Suma Teológica, magna enciclopedia del saber
teológico. Consta de tres partes: Dios, principio de todas las cosas; Dios,
fin del hombre; Cristo, camino de la salvación.
La obra de santo Tomás fue muy importante, pues las traducciones primeras
que se hicieron de Aristóteles eran árabes, y estaban infectadas por graves
impurezas debidas a la acción de los transmisores y comentaristas árabes. Un
Aristóteles recibido por conducto de Averroes y adobado de racionalismo y
panteísmo averroísta, constituía un peligro considerable y es natural que
fuera mirado por la Iglesia con justificada aprensión. Ésa fue la razón por
la que los tratados de Aristóteles sobre metafísica y ciencias naturales
fueron prohibidos en la universidad de París. Pero la “invasión”
aristotélica era imposible de atajar y la Iglesia, en un realista cambio de
postura, estimó acertadamente que podía intentarse algo mejor que rechazar a
Aristóteles: cristianizarlo. Y aquí entró la labor de san Alberto Magno y su
discípulo santo Tomás de Aquino.
A santo Tomás se le ha llamado Doctor Angélico. Fue una mente excepcional
capaz de realizar una síntesis doctrinal, destinada a perdurar a través de
los siglos. Parece increíble cómo santo Tomás, en una vida corta que no
alcanzó los cincuenta años, lograse coronar la obra iniciada por Alberto y
llevar a término la construcción de un aristotelismo cristiano.
Santo Tomás dejó una huella definitiva en la ciencia teológica y estableció
sobre bases firmes los fundamentos de una concepción católica del mundo y de
la existencia. Todavía hoy la iglesia, en su Código de Derecho Canónico,
prescribe que su doctrina sirva de guía segura para el estudio de la
filosofía y la teología en todas las universidades eclesiásticas.
CONCLUSIÓN
La empresa más característica de la cristiandad en este siglo fueron las
cruzadas. De ordinario las cruzadas no fueron iniciativa de uno u otro
reino, sino tarea común de la cristiandad bajo la dirección del Papa, que
otorgaba gracias especiales a los combatientes. El espectáculo, tantas veces
reiterado durante dos siglos, de príncipes y pueblos que tomaban el camino
de Oriente impulsados por el afán de libertar el Santo Sepulcro, es una
prueba impresionante de la profunda seriedad que tuvo la religiosidad
medieval.
Sería impropio concebir los siglos de la cristiandad medieval como una época
áurea, animada por los ideales evangélicos. Aquellos tiempos estuvieron
también llenos de miserias y pecados personales, de desórdenes e
injusticias. Pero resultaría todavía más falso ignorar la profunda
impregnación cristiana de la vida de los hombres y de las estructuras
familiares y sociales que entonces se produjo. Luces y sombras, como en toda
empresa humana.
A finales de este siglo, el sistema doctrinal y político de la cristiandad
hizo crisis con la aparición de un nuevo clima espiritual e ideológico que
prevaleció en Europa durante la Baja Edad Media. El factor que de modo
inmediato contribuyó más a aquella ruptura fue el enfrentamiento entre
pontificado e imperio, representados por los papas sucesores de Inocencio
III (1198-1216) y el emperador Federico II. La época de la crisis se abrió
con el choque entre Bonifacio VIII (1294-1303) y el rey de Francia, Felipe
el Hermoso, en la búsqueda de la primacía en cuanto a poder sobre los
destinos de los hombres. Lo veremos en el próximo siglo.
Comienza ya el otoño de la cristiandad y el nacimiento del espíritu laico.
No obstante, fue un gran siglo para el mundo y para la Iglesia. Se estaba
gestando algo grande, que sólo Dios sabía en su inmensa sabiduría y
providencia.