Historia de la Iglesia
Siglo VI - Edad Media
INTRODUCCIÓN
Ya estamos en la alta edad media que se extiende del año 476, caída del
imperio romano de occidente ante el empuje bárbaro, al año 1453, en que los
turcos otomanos conquistan la capital del imperio romano de oriente. En el
medioevo solemos distinguir diversos períodos: el primero, la alta edad media
(siglos V a X) que se caracteriza por la fragmentación del ámbito mediterráneo
–Occidente, Oriente e Islam-, y la baja edad media (siglos XI a XV), que
asiste al progresivo despertar de uno de estos tres ámbitos: el Occidente
cristiano, que durante esta época se asentará definitivamente y pasará a
ocupar un papel hegemónico en Europa y posteriormente en todo el mundo.
La edad media evoca para nosotros las catedrales, la cruzada, la lucha contra
los musulmanes; en otras palabras, la cristiandad. Pero para llegar a ello,
hemos de recorrer una media docena de siglos a lo largo de los cuales se
elabora penosamente una civilización europea basada en el cristianismo.
I.SUCESOS
“Se va gestando una nueva época”
Ya el imperio romano había desaparecido y los bárbaros ocuparon su lugar.
Estaba gestándose una nueva época. El nacimiento de Europa está unido
indefectiblemente a la Iglesia. Cuando el imperio romano agonizaba, la
Iglesia lo tuvo en sus brazos y bautizó a sus hijos. El imperio era masa, la
Iglesia levadura. Europa nacía lentamente. “Es éste el acontecimiento más
importante en la historia del mundo” (H. Belloc).
En medio del caos, los emperadores vieron en la Iglesia una organización
estable y le prestaron apoyo; por este préstamo, se cobró un interés que se
llamó “intromisión”, del que ya hablamos y tendremos tiempo de hablar más
largo y tendido en los siguientes siglos. Esta intromisión ha sido
calificada como cesaropapismo.
Sólo el imperio bizantino, con sede en Constantinopla, presidido por
Justiniano, seguía en pie en Oriente. Justiniano se lanzó a la reconquista
de los territorios que habían caído en manos de los bárbaros. Mandó
construir la basílica de santa Sofía, dedicada a la Sabiduría de Dios. Y
publicó el código de derecho romano, colección de todas las leyes del
imperio; dicho código llegó a ser el fundamento del derecho de la sociedad
civil y religiosa europea. Este código intentó llenar el vacío de legalidad
mediante el sometimiento del hombre al estado. Pero el estado decae.
Justiniano apoyó a la Iglesia y al Papa, buscando la unidad.
Conversión de los bárbaros
Siempre había habido conversiones individuales. Pero ahora asistimos a
conversiones colectivas de pueblos enteros.
La conversión de Clodoveo, rey de los galos, como ya dijimos, favoreció la
expansión del cristianismo, pues todo su ejército se hizo bautizar; unos
tres mil guerreros. ¡Qué importante era el ejemplo del jefe o caudillo para
el destino religioso de su pueblo! Los vínculos de fidelidad personal,
entonces tan poderosos, arrastraban en pos del rey a lo más representativo
de la nación: los magnates de la nobleza y los miembros del séquito regio.
Italia se vio invadida primero por los godos, luego por los longobardos, que
lentamente fueron convertidos a la fe católica y bautizados gracias a los
monjes de san Columbano, del monasterio de Bobbio, cerca de Pavía. También
en Italia aconteció lo siguiente: el emperador de oriente, Justino, quiso
reconquistar Italia e incorporarla al imperio. Pero tenía que enfrentarse
con Teodorico, arriano. Utilizó contra él el arma de la religión, contando
con el respaldo del Papa Hormisdas y de los católicos. Puso, pues, la
población de Italia contra él y, con un edicto empezó la persecución contra
los arrianos. Teodorico respondió persiguiendo a los católicos, por
considerlos responsables de la política imperial.
Por su parte los visigodos, pueblo germánico que había invadido la península
ibérica y formado en ella un reino vigoroso, abandonan el arrianismo y se
convierten al catolicismo tras la conversión del rey Recaredo, hijo del
monarca arriano Leovigildo, en el año 589.
II. RESPUESTA DE LA IGLESIA
En medio de todo este desbarajuste social, la Iglesia es a menudo la única
institución organizada. Muchos obispos tienen que suplir a la administración
civil que se ha venido abajo.
La Iglesia se alegra con la conversión de los bárbaros
Los mayor parte de los pueblos bárbaros abrazaron en un inicio el
cristianismo, pero bajo la forma arriana. Unos, como los ostrogodos o los
vándalos, nunca llegaron a incorporarse a la Iglesia y permanecieron
arrianos hasta su extinción como grupo nacional. Otros, en cambio, y tal fue
el caso de visigodos y suevos, de borgoñones o longobardos, después de un
período más o menos largo de arrianismo, terminaron por adherirse a la fe
católica, con gran contento de la Iglesia.
También abandonaron el arrianismo los burgundios, muy influidos por los
francos católicos; luego, los suevos de Galicia, cuyo apóstol fue un
misionero centroeuropeo llegado desde el Oriente, san Martín de Braga. Ya
dijimos que los visigodos se convirtieron a la fe católica siguiendo el
ejemplo de su rey Recaredo. Ello favoreció el florecimiento en la península
ibérica de la iglesia visigótica, que se hizo famosa por desarrollar una
liturgia propia y por la convocar numerosos concilios en Toledo.
La Iglesia se alegró, sobre todo, con la conversión del rey de los francos,
Clodoveo. Los francos eran un pueblo de origen germánico que a mediados del
siglo V ocupaba territorios del nordeste de la Francia actual, como federado
de los romanos. Tras la caída del imperio de occidente, los francos fueron
extendiendo su dominio hacia el interior de las Galias, avanzando hacia el
mediodía y el oeste.
La conversión de Clodoveo tuvo una inmensa resonancia entre la población
católica de la Galia y aun de todo el occidente: era el primer monarca
germánico que abrazaba el catolicismo. La Iglesia merovingia, tras el
bautismo de Clodoveo, emprendió la evangelización de las tribus francas, una
tarea que exigió largo tiempo y se prolongó hasta mediados del siglo VII. En
esta labor destacaron varios obispos del nordeste de la Galia, entre los
cuales el más famoso fue san Amando (594-684), apóstol de Bélgica y del
norte de Francia.
La Iglesia condena las nuevas herejías
La Iglesia tuvo su II concilio de Constantinopla en el 553, reunido por el
emperador Justiniano. En él, además de condenar como nestorianos a Teodoro
de Mopsuestia, Teodoreto e Ibas, se definió que hay dos naturalezas en la
única persona del Verbo encarnado.
Un huracán llamado Benito de Nursia
En este siglo surgió la egregia figura de san Benito de Nursia, fundador de
los monjes benedictinos. Es el padre del monacato de occidente. Ya en su
juventud abandona el fasto de Roma y busca la soledad de Subiaco, su primera
fundación, inspirándose en los cenobios de san Pacomio. Por su fama de
santidad se le unieron numerosos seguidores, y fundó trece monasterios con
escuelas monacales para niños.
Su lema era “ora et labora”, es decir “ora y trabaja”. El hombre se salva y
se santifica no sólo en la soledad y austeridad sino en el servicio al
prójimo y en el trabajo. El trabajo, no sólo manual y agrícola, sino sobre
también intelectual. Estos monjes vivían en pobreza, castidad y obediencia,
bajo el cuidado de un abad. La orden de san Benito tuvo un gran auge hasta
el siglo XII en Italia, Francia, Alemania, Gran Bretaña, etc. Los
monasterios benedictinos se convirtieron en baluartes de la fe y de la
cultura. Varios papas y numerosos obispos salieron de sus filas. En ellos
floreció el canto religioso que ellos mismos practicaban diariamente.
San Benito fue perseguido. Por tal motivo abandonó Subiaco y fundó el
célebre monasterio de Montecasino, lugar donde culminó su obra maestra que
es la regla benedictina, modelo de moderación y de profundo sentido humano.
Sus monasterios desarrollaron un papel importantísimo en el plan gigantesco
de la evangelización de Europa. En ellos la comunidad de vida era más
intensa bajo la dirección del abad, y la existencia de los monjes se dividía
entre la oración litúrgica, la “lectio divina”, y el trabajo intelectual y
manual.
La regla de san Benito acusa influencias de los grandes legisladores del
monaquismo oriental –Pacomio y Basilio-, de san Agustín y sobre todo de Juan
Casiano. También se han descubierto notables analogías entre la regla de san
Benito y un texto anónimo conocido como la Regla del Maestro. Todo esto no
quita mérito a san Benito, cuya obra alcanzó un éxito inmenso y se convirtió
con el tiempo en la regla por excelencia del monaquismo occidental.
Es patrono de Europa, juntamente con los santos Cirilio y Metodio. En ellos
está representada la Europa occidental y oriental.
La liturgia y sus ritos
Una vez que los invasores fueron aceptando la religión católica y se fueron
consolidando los diversos reinos, también los varios ritos litúrgicos de
occidente se fueron afirmando. Además de la liturgia romana, floreció la
liturgia ambrosiana en el norte de Italia, la galicana en Francia, la
visigótica en España, y la celta en Irlanda e Inglaterra.
Esto se explica porque con el edicto de Milán, promulgado por Constantino en
el año 313, el cristianismo pasó de ser una religión perseguida a ser legal
en el imperio, y, más tarde, con Teodosio, a ser la religión oficial. Todo
ello permitió a la Iglesia enriquecer el culto litúrgico con nuevos textos,
gestos y solemnidades, revestirlos de mayor esplendor y hasta con melodías
propias, aunque todavía sin instrumentos músicos, y celebrarlos en templos
que por todas partes se fueron construyendo.
Por otra parte, escritores tan ilustres como san Hilario y san Efrén, y
sobre todo san Ambrosio y Prudencio, componían himnos apropiados, y muchos
obispos introducían en sus catedrales la salmodia popular alternada,
produciendo efectos maravillosos, aun para los paganos.
Por todas partes, en las ciudades y en los campos, fueron construyéndose
iglesias y capillas. Y en ellas el culto fue adquiriendo cada vez más
solemnidad. Se inauguraron las procesiones, se organizaron peregrinaciones a
Jerusalén y a los sepulcros de los mártires, y las bendiciones y
ordenaciones solemnes.
Debemos anotar que la diversidad de ritos litúrgicos no rompía para nada la
unidad de la Iglesia. Más bien ponía de manifiesto su riqueza espiritual,
pues en cada uno de ellos se proclamaba la misma fe y se celebraban los
mismos sacramentos. Cada rito lo hacía con matices propios, debido a la
cultura y sensibilidad de las diversas regiones de la Iglesia.
Gregorio Magno, un gran Papa (540-604)
Fue un Papa providencial en una de las épocas más difíciles de la historia.
Nació en una familia noble y su preparación le llevó a la vida política.
Incluso llegó a ser prefecto de Roma. Pero pronto dejó su cargo para
ingresar en la orden benedictina. Nutría su inteligencia con los escritos de
san Agustín, san Ambrosio y san Jerónimo.
Fue elegido Papa el 3 de septiembre de 590. Su pontificado ha sido uno de
los más esplendorosos de la historia. Impulsó la propagación de la fe,
particularmente en Inglaterra; promovió la vida monástica, reformó el clero,
organizó la liturgia y formó la “schola cantorum” romana que enseñó a Europa
el canto gregoriano; reorganizó y consolidó las posesiones de la Iglesia. Ha
pasado a la historia por el acervo de doctrina que encierran su famosas
Cartas y otras obras: Las Morales, la Regula pastoralis y los Diálogos.
También se distinguió por el cuidado y amor a los pobres, con los que comía
muchas veces. En señal de humildad le gustaba que le llamaran “servus
servorum Dei” (“El siervo de los siervos de Dios”).
CONCLUSIÓN
La Iglesia desarrolló en este siglo una imponente obra de evangelización y
de cultura. Es verdad que Roma era asediada y a veces devastada por los
bárbaros arrianos: ostrogodos, lombardos. Es verdad que Constantinopla y el
oriente cada vez se volvían más celosos de sus tradiciones y de su
autonomía. Sin embargo, los obispos de Roma, y muy especialmente san
Gregorio Magno, no dejaron de ejercer y defender su misión como sucesores de
Pedro. En este tiempo de calamidades, a medida que la administración civil
se desarticulaba, la iglesia se fue haciendo cargo de muchas necesidades
materiales del pueblo.