Gentileza
de www.arvo.net para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
El
Universo
en mil palabras
Por José Luis Comella
Mil palabras para lo innumerable. Con las estrellas del cielo y las arenas del mar compara la promesa bíblica lo que no puede contarse. En la noche oscura hormiguean tres mil estrellas. Un telescopio nos muestra diez, veinte millones. Las placas fotográficas alcanzan a quinientos millones. Aunque nadie podrá numerarlas, nuestra Galaxia contiene alrededor de doscientos mil millones. Y es una de entre miles de millones de galaxias. De NUEVA REVISTA Nº 56 - Abril 1998.
El Universo entero está lleno de estrellas. Por qué
existen más estrellas que ningún otro objeto es un misterio que la ciencia no
ha terminado de desvelar. Más aún, casi todo lo que no es estrellas lo fue o
lo será. En nuestro pequeño mundo hay oxígeno, carbono, hierro: elementos que
solo han podido ser sintetizados en el corazón de una estrella: y el hecho nos
viene a revelar que nuestro sistema solar procede de una estrella que en tiempos
remotos estalló como supernoval y originó una nebulosa, de la cual se formaron
más tarde el sol y los planetas, incluido nuestro modesto aunque maravilloso
habitáculo. Y aquellas nebulosas que no fueron una vez estrellas lo serán un día,
cuando se hayan condensado hasta alcanzar la razón masa-densidad crítica,
capaz de hacer de aquellos vellones de nubes luminescentes los soles que el
Creador tiene aún proyectado colocar en los cielos.
Estrellas, estrellas por todas partes, en vértigo insondable hasta los últimos
confines. El sol, nuestra entrañable estrella, dista de nosotros ciento
cincuenta millones de kilómetros. Hoy esta distancia se ha reducido, en el
lenguaje científico, a la prosaica expresión de "una unidad astronómica".
Hay estrellas que distan de nosotros millones, billones, trillones de unidades
astronómicas. La forma más intuitiva de contar la distancia que nos separa de
las estrellas es la del año-luz. La luz, que recorre 300.000 kilómetros por
segundo, que sería capaz de dar siete vueltas al mundo por cada latido de
nuestro corazón, tarda en llegarnos diez años desde Sitio, trescientos años
desde la estrella Polar, cuatro mil años desde Epsilon Aurigae, cien mil años
desde los confines de la Vía Láctea, y millones o miles de millones de años,
desde las lejanas galaxias exteriores. Nadie en este mundo puede contar las
estrellas ni terminar de medir las distancias que de ellas nos separan. No nos
cabe más que dejarnos abrumar por tanta grandeza.
Una estrella es inmensamente más voluminosa que el mundo que habitamos; pero
entre la increíble variedad de la fauna estelar hay ejemplares de los tipos más
diversos: estrellas gigantes y enanas, de primera, segunda o tercera generación,
calientes o relativamente frías, azules, blancas, amarillas, rojizas. La
diferencia de tamaño entre la estrella de Barnard y My Cephey sería comparable
a la que existe entre la cabeza de un alfiler y la cúpula de San Pedro del
Vaticano. Hay estrellas de gases tan dispersos, que en nuestros instrumentos de
física darían una densidad casi igual a cero, y otras en que un fragmento del
tamaño de un granito de arena supondría una masa superior a la de la mole de
los Pirineos. Hay estrellas monstruosas, deformadas por atracciones recíprocas,
en forma de pera, o dotadas de probóscides que se revuelven en espiral; hay
estrellas dobles, triples, cuádruples (como un sistema solar con varios soles a
la vez), hay estrellas variables, que en ocasiones brillan mil veces más que en
otras; hay estrellas jóvenes y viejas; unas nacientes, rodeadas aún de los
cendales de las nebulosas que las formaron, otras, como las gigantes rojas de última
fase, que jadean rítmicamente entre los estertores de la muerte.
Y, sin embargo, todas son estrellas. Todas brillan porque en su interior, bajo
presiones inauditas, se desencadenan reacciones termonucleares que liberan
cantidades ingentes de energía al espacio, en forma de luz y calor. Esa fuente
de energía tan temida cuando la fabrica el hombre -que es, con todas sus
excelencias, un ser a veces poco de fiar- resulta en cambio la fuente de la vida
universal cuando la fabrica el Creador, hasta el punto de que sin esa fuente que
el sol nos transmite día a día no podríamos vivir, y es la base de cuantas
formas energéticas hemos logrado obtener en este mundo. Una energía prácticamente
inagotable. El sol lleva algo así como cinco mil millones de años brillando en
los cielos con la misma gloria que hoy, y los astrofísicos calculan que le
restan otros cinco mil millones antes de que se convierta en una estrella roja y
decline su historia hasta el acabamiento final.
Estrellas y estrellas. Casi todo lo que existe en el Universo son estrellas.
Pero las estrellas no están aleatoriamente dispuestas en la inmensidad de los
cielos. Se agrupan en cúmulos o "asociaciones", en bulbos o en brazos
espirales dentro de las galaxias. Una galaxia es un conjunto de miles de
millones de estrellas. Nuestro sol pertenece a una galaxia espiral, y nos
encontramos entre dos espiras de esta especie de gigantesca rueda de fuego.
Otras galaxias son elípticas, barradas, lenticulares o irregulares. Y todas se
asocian en grupos, los grupos en cúmulos y los cúmulos en supercúmulos de
galaxias. Nuestro sol -y nuestro humilde planeta de cada día- forma parte del
llamado Grupo Local. El grupo Local pertenece al cúmulo de Virgo y éste al
supercúmulo de Coma.
Y tal vez lo más asombroso es que las galaxias se alejan unas de otras, y a
tanta mayor velocidad cuanto más lejos se encuentran entre sí. Lo que esto
significa es que el Universo entero está explotando, se está expandiendo con
un ímpetu colosal. Si pudiéramos volver esta película del revés, el Universo
se contraería hasta convertirse en un punto que habría que situar en el tiempo
hace cosa -¡más o menos!- de dieciocho mil millones de años. Entonces ocurrió
el "Big Bang", un fenómeno que no se explica ni está al alcance de
la verificación física, pero que supone para muchos cosmólogos la idea de una
creación "puntual e instantánea". De aquel punto y de aquel instante
procede todo cuanto existe en el Universo. Describir esta historia exigiría
muchos millones de palabras. »