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Aprender
a pensar
CONVERSACION CON EL FILOSOFO
RICARDO YEPES STORK
Por Antonio Orozco
Ricardo Yepes, fue colaborador del diario chileno "El Mercurio" y
colaborador de "Papeles para la libertad" del madrileño diario
"Ya". Publicó dos libros que invitan a reflexionar: "Las claves
del consumismo" (Ediciones Palabra, Madrid 1989) y "¿Qué es eso de
filosofía?" (Ediciones del Drac, Barcelona 1989). Fue director de una
revista del más alto nivel intelectual: "Atlántida", de Ediciones
Rialp .
A.O.-Profesor, en su opinión, ¿sigue vigente el
diagnóstico del profesor Polo sobre la exigua actividad intelectual de nuestro
tiempo? ¿Se sigue "pasando" de la tarea del pensamiento?
R.Y. -En buena parte, creo que sí. En algunos aspectos, la situación incluso
se ha agravado. Uno de los grandes males de nuestra sociedad, que denuncio en
"Las claves del consumismo", es precisamente, que vivimos demasiado
deprisa, y no tenemos tiempo de contemplar qué sucede a nuestro alrededor. Los
pensadores antiguos siempre insistían en que el comienzo de la sabiduría es el
"asombro" ante el mundo y lo que en él acontece; maravillarse y
preguntarse: ¿cómo es posible que eso suceda?
Por ejemplo, en nuestro mundo siguen ocurriendo cosas poco humanas, y pasamos de
largo ante ellas, porque nos hemos acostumbrado, como si fueran normales, cuando
con frecuencia son perjudiciales y empobrecedoras. No nos hemos parado a pensar.
Una tarea importante de los padres y educadores es fomentar una actitud crítica
ante lo que se ha establecido como uso corriente en la sociedad. ¿Recuerda
aquellas rebeldías del año 68, el famoso "mayo francés"?
Desaparecieron enseguida. Hoy lo más frecuente es el conformismo.
SECUENCIA DE ACTUALIDAD: INDIVIDUALISMO, RELATIVISMO, PERMISIVISMO, CONFORMISMO.
A.O. -Sin embargo, hablando con la gente, muchas veces la primera impresión que
se obtiene es la de que está poseída de una actitud "hipercrítica"
ante los valores: todos quedan en tela de juicio, relativizados o sentenciados
para el baúl de los recuerdos...
R.Y. -Sí, porque en estos asuntos se suele juzgar sin la disciplina mental, de
la que, en cambio, no se dispensa nadie que quiera realizar alguna labor científica.
Se suelen juzgar las cuestiones fundamentales de la existencia desde una postura
muy individualista: "yo no quiero depender de nadie en mis juicios; los demás
no tienen nada que aportarme". Ahora bien, esto es reducir la Humanidad a
una sucesión de Robinsones. Lo cual es absolutamente contrario a la evidencia
histórica. La verdad y el conocimiento se incrementan, la ciencia avanza, la técnica
progresa. Y si esto es posible, lo es porque esa verdad es comunicable, porque
hay una verdad y unos valores firmes. El relativismo consiste, aproximadamente,
en decir que la verdad no es un "descubrimiento", sino una
"fabricación" del hombre. Se pretende que cada época histórica y
cada persona se construya su visión del mundo, su moral, sus valores, según
criterios propios e intransferibles: lo que es válido para mí no lo es para
los demás. Y esto se extiende a todos los terrenos, desde el comportamiento ético
hasta las creencias religiosas. Lo que ocurre es que el relativismo no soluciona
los problemas humanos; más bien los complica injustamente. Al romper todas las
dependencias, el hombre queda solo, tanto en la teoría como en la práctica.
Sobreviene el cansancio y la desorientación.
El relativismo desemboca en el permisivismo. Todo se tiene por moralmente
posible, bueno o indiferente. No admite que se pueda decir: "esto es
moralmente bueno y esto es malo". Ahora bien, el permisivismo se gasta.
Cuando se ha experimentado todo, sin ningún freno ético, sobreviene la
desorientación, el hastío, la experiencia de la frustración. Se quisiera
regresar al hogar, pero la vida transcurre en la sociedad urbana de modo tan
acelerado... ¡No hay tiempo para la reflexión!
A.O. -Y sin embargo, pensar es necesario. Más que el navegar, más que el
vivir... Pero, volviendo a la cuestión inicial, ¿cómo enseñar a pensar?
SUPERAR EL ESLOGAN Y LA FUERZA DE LA IMAGEN
R.Y. -Para enseñar a pensar, lo primero que hace falta es -evidentemente- haber
pensado, haberse sometido a la disciplina del entendimiento y escrutar lo que
las cosas son. Para mencionar sólo algunas pautas en asunto de tanta
envergadura, cabe decir que lo primero es renunciar al eslogan. La gente se
conforma con unas pocas frases y muchas imágenes. Se renuncia a explicar las
cosas: sólo se muestran. La cultura de la imagen no necesita argumentaciones
para impactar al público. Es tal la fuerza de las imágenes que mostrarlas ya
es suficiente. Ver por la televisión un terremoto o una inundación es casi
tanto como haber estado allí. En este contexto no necesitamos comentarios.
Discurrir, pensar, resulta así cada vez menos necesario. Por eso las
explicaciones de lo que vemos son sumamente simples; lo más importante es el
contacto directo e inmediato con la noticia. Esto aparta a la gente del hábito
de argumentar y discurrir, con lo cual se va atendiendo cada vez menos a
razones. La vieja costumbre española de la tertulia, por ejemplo, se está
perdiendo, porque la gente habla mucho menos: prefiere los videos o la televisión.
Cuando se deja de leer y se deja de hablar, se piensa cada vez menos. Hoy poca
gente gusta de pensar. Los razonamientos abstractos no están de moda: bastan
cuatro explicacones convencionales, que la publicidad repite hasta la saciedad.
Ahora bien, ¿qué es lo que decidimos ver, qué nos permiten o nos hacen ver
-por ejemplo- a través de la televisión?. Este es el problema, porque según
lo que veamos, así será nuestra imagen del mundo, que puede tener muy poco que
ver con la realidad. Puede parecer que estoy en contra de la imagen, y no es así.
Estoy en contra de las actitudes acríticas, de un mirar "embobado".
A.O.- ¿Qué más aconseja usted para enseñar a pensar a los niños y a los jóvenes,
hijos o alumnos?
R.Y. -Aficionarles a leer, y no sólo a ver imágenes. No se trata -insisto- de
renunciar a las imágenes, sino de fomentar el gusto por la lectura. Hay que
volver a los clásicos de la literatura, y para eso no hace falta tener cuarenta
años. Los chicos jóvenes, que tienen una sensibilidad muy acusada, son quienes
pueden captar de modo más vehemente los valores humanos que hay en esos clásicos.
El problema está en que el texto literario puede resultar extraño o poco
comprensible, y ahuyentar a los lectores. Esta es precisamente la tarea a
realizar: acercar esos textos, esos mundos de los clásicos, al nuestro. No es
difícil.
Después, hay que enseñar a no conformarse con explicaciones tópicas o
convencionales. El lenguaje tiene buena parte de la culpa. Cuando se lee poco y
se piensa poco, se habla mal, con escaso número de palabras. Si falta
vocabulario, las explicaciones resultan pobres; todo es "guay",
"bestial", "oye, tío"... Son modas o modos de hablar, pero
pueden esconder un universo mental angosto, reducido a cuatro adjetivos vacíos.
Hay que enriquecer el lenguaje, hay que fomentar el diálogo, el ejercicio
mental de razonar, de defender una causa, de tener argumentos para las propias
decisiones, y no hacer sólo lo que hacen los demás. La conversación, la
tertulia, el "debate" sereno sobre un tema de interés, son ejercicios
que pueden realizarse de alguna manera en familia, y fomentan el razonamiento,
la capacidad racional del hombre.
Hay una cierta agresión contra esa capacidad de pensar: es la aceleración, la
prisa, el mundo audiovisual, las modas, la mala persuasión publicitaria... Todo
esto pone en peligro la facultad que tiene el hombre de regirse por su
pensamiento, que es su más alta capacidad, lo mejor que tiene, lo que nunca se
agota ni aburre: siempre se puede seguir pensando y descubrir nuevas verdades.
INFLACIÓN DE PUBLICACIONES: SELECCIONAR
A.O.- La necesidad de leer es clara. Pero hoy se publica más que nunca. ¿Cómo
y qué escoger?
R.Y. -Sí; el desarrollo intelectual creciente en toda la población, la informática,
las comunicaciones, etcétera, producen una auténtica inflación de
publicaciones. Se requiere un criterio de selección. Hay que decir al respecto
que la publicidad engaña. ¿Que estoy en contra de la publicidad? No. Estoy en
contra de los abusos de la publicidad, de su poder omnímodo. A veces, por
ejemplo, la publicidad nos presenta un libro como si fuera una obra maestra,
cuando no es más que una obra de mediana calidad. Conseguir una buena información
bibliográfica es imprescindible para no cometer errores. Hay que tener en
cuenta que el vendedor presenta su producto como lo mejor del mundo. Y luego no
es así. Puede haber más apariencia que contenido.
Lo más práctico es acudir a aquello que el tiempo se ha encargado de
consagrar: son las obras que quedan, los clásicos, en definitiva. Pero un clásico
no es sólo un autor del siglo XVII o XIX. El siglo XX está también lleno de
clásicos de altísima calidad. Son actualísimos. Son los maestros de esta
perpleja Humanidad de finales de siglo. Hay que redescubrirlos.
Antonio Orozco