Capítulo I
La inspiración filosófica
La filosofía en la Calle

 

 

Por Santiago Fernández Burillo
 

 

 



I. La inspiración filosófica

La filosofía en la calle
En muchas ciudades de nuestro país hay alguna vía pública que lleva el nombre de «Balmes». El filósofo de Vic, Jaime Balmes (1810-1848) es un "clásico" moderno, su pensamiento posee actualidad. Es interesante observar que, por lo general, a esas calles o plazas no se les ha modificado el nombre a pesar de los cambios de régimen político que se han sucedido. Nunca ha parecido necesario marginar a Balmes; es patrimonio común. Existe también una filosofía clásica, una philosophia perennis, patrimonio de todas las generaciones, que a la vez es un saber maduro y una búsqueda abierta.

La característica principal de los clásicos es su «actualidad». También las modas gozan de actualidad, pero efímera. Los clásicos, por el contrario, no suelen estar de moda. Pero son actuales siempre. Hay cuestiones que interesan al hombre de todos los tiempos. Hoy muchos pasan por esa calle: desconocen quién fue Balmes y no se lo preguntan. También es posible que ignoren qué es la filosofía, qué es un clásico o qué un régimen político. Realidades invisibles, como el aire y la luz; vivimos en medio de ellas y no nos damos cuenta.

La admiración, origen del filosofar
A veces desconocemos lo que tenemos muy cerca. Normalmente ignoramos lo más próximo: estamos acostumbrados, no nos causa extrañeza, ni admiración; he ahí por qué no nos hacemos preguntas. La pregunta que entraña una pretensión de saber, de averiguar, presupone la admiración: extrañeza y una cierta maravilla. Maravillarse es advertir que no entendemos. La maravilla nos hace ver en lo ordinario algo insólito. Los filósofos de la antigua Grecia dijeron que la investigación y la filosofía nacieron de la admiración.

Hoy en día se acepta que la humanidad posee un alto nivel de conocimiento científico, y eso la hace poderosa. Es cierto, pero no sabemos si el edificio del saber humano es «seguro». Su prestigio ¿no se desplomaría si el hombre sólo lo hubiera soñado, si fuera mera invención de nuestro deseo de seguridad?

El valor de la filosofía
Al comenzar a estudiarla, tal vez nos preguntemos: «¿Para qué sirve la filosofía?» Se podría responder: «no sirve para nada». Pero aunque aceptáramos esa respuesta, no se deriva de ahí que no sea valiosa.

No es lo mismo ser útil que valer. Servir para otra cosa es un tipo de valor, el valor de utilidad, propio de los medios. Todos los medios -o útiles- son valiosos; mas no todos los valores son medios. Los medios son buenos para otra cosa, los fines son buenos en sí mismos.

Hay preguntas que se plantea el hombre de todo tiempo. Una de ellas tiene que ver con la diferencia entre el saber «técnico» y el saber «liberal» (o desinteresado), esto es, la diferencia entre dominio del mundo y libertad interior, técnica y ética, cosas y personas, en una palabra: el mundo y el hombre. Éstos son temas clásicos del pensamiento filosófico, y cobran especial interés en la actualidad.

Con un lenguaje propio de su época, J. Balmes formuló agudamente algunas de estas cuestiones en un libro publicado en 1846:

«Todo lo que concentra al hombre, llamándole a elevada contemplación en el santuario de su alma, contribuye a engrandecerle, porque le despega de los objetos materiales, le recuerda su alto origen y le anuncia su inmenso destino. En un siglo de metálico y de goces, en que todo parece encaminarse a no desarrollar las fuerzas del espíritu, sino en cuanto pueden servir a regalar el cuerpo, conviene que se renueven esas grandes cuestiones, en que el entendimiento divaga con amplísima libertad por espacios sin fin.

«Sólo la inteligencia se examina a sí propia. La piedra cae sin conocer su caída; el rayo calcina y pulveriza, ignorando su fuerza; la flor nada sabe de su encantadora hermosura; el bruto animal sigue sus instintos, sin preguntarse la razón de ellos; sólo el hombre, esa frágil organización que aparece un momento sobre la tierra para deshacerse luego en polvo, abriga un espíritu que, después de abarcar el mundo, ansía por comprenderse, encerrándose en sí propio, allí dentro, como en un santuario donde él mismo es a un tiempo el oráculo y el consultor. Quién soy, qué hago, qué pienso, por qué pienso, cómo pienso, qué son esos fenómenos que experimento en mí, por qué estoy sujeto a ellos, cuál es su causa, cuál el orden de su producción, cuáles sus relaciones: he aquí lo que se pregunta el espíritu; cuestiones graves, cuestiones espinosas, es verdad; pero nobles, sublimes, perenne testimonio de que hay dentro de nosotros algo superior a esa materia inerte, sólo capaz de recibir movimiento y variedad de formas; de que hay algo que con su actividad íntima, espontánea, radicada en su naturaleza misma, nos ofrece la imagen de la actividad infinita que ha sacado el mundo de la nada con un solo acto de su voluntad». (J. Balmes, Filosofía Fundamental, I, cap. 1, § 4).


La cuestión del saber
Según el filósofo de Vic, es preciso filosofar, porque junto a la ciencia natural y el progreso técnico, ha habido escaso mejoramiento en humanidad; además, advertimos gran diferencia entre la fuerza física y la conciencia, entre lo externo y lo interior, la materia y el espíritu, entre el mundo y el Creador.

La sola enumeración de esos temas, persuade a muchos de la dificultad de la filosofía. Estos asuntos -se dice- son importantes, pero no están al alcance de todo el mundo, son cosa de especialistas. Eso es una dificultad; tal vez la mayor para quien se acerca por primera vez a estas materias.
Además, se nos plantea la disputa sobre el mismo saber filosófico. Las razones a favor y en contra insinuadas por Balmes, vienen a ser estas:

A) En contra: Después de veinticinco siglos la filosofía sigue sin alcanzar utilidades claras. Continúa haciéndose las mismas preguntas. ¡Queda lejos la Edad Media!, estamos en el siglo XXI, época de continuas sorpresas, de siempre nuevos progresos tecnológicos. La filosofía no progresa, no es científica. ¿Por qué ocuparnos de ella?

B) A favor: precisamente por eso, la necesitamos. Ciencia y técnica tenemos, pero nos falta meditar sobre la grandeza del hombre, su origen y su destino. Más allá del rendimiento y la utilidad, hemos de poder discurrir sin límites. El progreso material no basta, se necesita el progreso espiritual. Ahora bien, «en este siglo de metálico y de goces» -de dinero, placer y confort-, en que «las fuerzas del espíritu» -la ciencia, el saber- se desarrollan sólo al servicio de la técnica y del mercado, se detecta un vacío de espíritu. Más que nunca se requiere el saber desinteresado, la contemplación desde las altas cumbres. Pensemos en fin, ¿qué nos mueve al saber? ¿Nos interesa sólo por la utilidad, o también porque ilumina el sentido de la existencia? ¿Qué ciencia, qué técnica podría hacer esto último?

Filosofías «preconcebidas»
La misma ciencia y el progreso material replantean la necesidad del filosofar, es decir, de ir en busca del último por qué que nos dé razón de todo cuanto existe. No es inasequible, ni es preciso ni conveniente partir de cero, aunque algunos filósofos lo hayan pretendido; aunque no sean conscientes de ello, todos llegan a la filosofía con gran número de conocimientos previos. Por lo demás, todos tenemos una idea -quizá confusa- de lo que significa una concepción filosófica de la realidad; y, de hecho, conocemos más de una.
Vamos a considerar tres de esas visiones (cosmovisiones) que se advierten y distinguen fácilmente en la actualidad:
La primera concibe la filosofía como sabiduría. Sostiene el primado del espíritu sobre la materia, y la libertad como señorío del hombre sobre las cosas. Es creacionista, ve el mundo como la obra de un Artífice inteligente, y al hombre como imagen de Dios.

La segunda es el materialismo "científico", actualmente divulgado y al alcance de todos. Se lo encuentra en los medios de comunicación. Contiene una concepción claramente cerrada a la trascendencia. A menudo concede prioridad a la moda (lo que se lleva) y al éxito (más o menos previsible a corto plazo).

La tercera, es la concepción postmoderna. Sostiene que buscar el último porqué es un "pensamiento duro", intolerante. Según tal cosmovisión, la filosofía expresa sólo la mentalidad vigente en un grupo social y una época. Ni la inteligencia ni la materia pueden dar cuenta de un origen absoluto; en consecuencia, nada puede hacerlo.

Una descripción de la primera idea la hemos encontrado ya en el texto de Balmes. Consideraremos ahora, brevemente, las otras dos, para plantearnos la pregunta sobre la verdad de esas filosofías preconcebidas. Como hemos sugerido, todos nos encontramos en alguna de las tres y tal vez no lo sepamos.

II. El materialismo común

La lógica del materialismo divulgado.
Hay una imagen del hombre y del mundo muy divulgada por los medios de comunicación que simplifica de tal modo las cuestiones, que ofrece la impresión de que en la actualidad se sabe el "porqué" de todo. Esa imagen resulta de reducir siempre lo superior a lo inferior; es decir, explica lo más perfecto por lo menos perfecto. En el fondo supone que lo más perfecto es siempre más complejo; en consecuencia, pretende explicar lo superior como una agregación de elementos (lo inferior). Por ejemplo, la excelencia humana sobre los demás seres, estribaría en la magnitud del cerebro, o en la complejidad de conexiones neurológicas, etc. En definitiva, la perfección sería cuestión de cantidad; el hombre sería un ser superior por la sencilla razón de ser más complicado.

El materialismo "explica" lo superior por lo inferior; presenta las realidades más perfectas como agregados de cosas menos perfectas.

Ahora bien, ¿es evidente que perfección (de ser) sea lo mismo que magnitud (de partes), o complejidad (conexión de porciones)? Lo sería si sólo pudieran existir seres materiales. Pero, si hay seres inmateriales, entonces hay una jerarquía de perfección en el ser, inversa a su complejidad. En efecto, el ser espiritual carece de cuerpo, no tiene partes; sin embargo es superior al ser material. Espiritual y material se comparan como lo superior a lo inferior; la escala que va de las piedras a Dios (pasando por el hombre), no es un tránsito de lo más simple a lo más complejo, sino de lo complejo a lo más simple. Dios es la pura simplicidad, la suprema sencillez.

Ciencias y método analítico
Denominamos «análisis» a la descomposición de un todo en sus partes. El análisis se acaba en los elementos.
Se llama «elemento» al resultado último del análisis, es indescomponible, simple y evidente.

La sugestión de que lo superior se explica por lo inferior (es decir, que todo se explica por la materia y sus estructuras) proviene de operaciones mentales sencillas: separar y reunir, descomponer y recomponer: análisis y síntesis. El matemático usa el análisis para ir de lo oscuro a lo claro, de lo complicado a lo sencillo.

Se suele identificar «analizar» con «pensar» (o «profundizar»), cuando el análisis sólo es una entre las operaciones mentales: la que descompone un todo en sus partes, hasta llegar a las ínfimas. Cuando no se puede seguir descomponiendo, hemos encontrado un elemento. Los elementos son básicos: se entienden por sí mismos y a partir de ellos se entienden las otras cosas. Con otras palabras: lo elemental es evidente, se entiende y causa saber. La ciencia se funda en elementos. Las ciencias de la Naturaleza progresan integrando (articulando) sistemas complejos, a partir de elementos simples. Pues bien, si la realidad constara sólo de materia y combinación, entonces análisis y síntesis serían los únicos procedimientos; y los elementos físicos las únicas verdades primeras.

Limitación del análisis
Si la realidad sólo fuera un agregado material de partes, el análisis sería la única forma correcta de pensar. La matemática sería algo más que una buena lógica, sería el único método lógico.

Pero si la realidad no consta sólo de elementos materiales, además de las ciencias matemáticas y las físicas, ha de haber otras formas del saber, más métodos además del analítico (simbolismo, analogía, etc.). Ahora bien, hay ideas que se resisten al análisis y resultan incomprensibles si se cuenta sólo con métodos físico-matemáticos; por ejemplo: infinito o persona, son nociones que no toleran el análisis y sin embargo no son pensamientos vanos.

Por poner un ejemplo de intuición inmediata: ¿el análisis es capaz de captar la vida de la vaca? En la carnicería encontramos piezas de vaca, esto es, vaca "analizada". Pero la vida de la vaca no es una de las piezas descuartizadas ni la mera reunión (síntesis) de las piezas: por más perfecta que fuera la reunión de las piezas no resultaría la vida de la vaca, porque ésta es más, algo superior a la reunión de las partes. Lo mismo sucede con el ser personal. Si la persona fuera una reunión de elementos materiales, si el ser personal resultara de una cierta síntesis de piezas impersonales, la persona no sería más que un agregado impersonal. Como la interioridad es inasequible al método analítico, se corre el riesgo de declararla ilusoria, lo cual sería obviamente un disparate. Lo correcto es reconocer la limitación del método analítico, y que no es el único, ni el más apto para las realidades de superior categoría.

Estas reflexiones son suficientes para advertir que la ciencia analítica sirve por cierto al conocimiento de un sector de la realidad, pero no puede ofrecer todo el saber posible. La naturaleza física es una gran parte del ser, pero seguramente -lo estamos vislumbrando- no es la totalidad del ser. Y ¿no es obvio que de la confusión de la parte con el todo se derivarán necesariamente enormes dislates? Quien declara que una parte es todo, mutila la realidad, hace una reducción inadmisible.

Del caos al superhombre..., pasando por el chimpancé
El materialismo reduce lo superior a lo inferior, porque explica sólo en base a síntesis de elementos. El materialismo divulgado pretende explicar el espíritu por funciones lógicas; los procesos lógicos, por el cerebro; el cerebro por el sistema nervioso; los nervios y sus procesos, serán bioquímica y, al final, todo será la versión biológica de lo que vemos en el circuito impreso de la calculadora o el transistor cuando los abrimos; a su vez, un circuito se reducirá (en su entresijo inteligible) a algo tan sencillo como la instalación eléctrica de una habitación.

Según esa imagen divulgada por los medios, el hombre es un poderoso ordenador, resultado de la evolución de los vivientes superiores; estos procederían de vivientes inferiores por evolución; y a su vez éstos de la materia inorgánica. En fin, lo único que sería necesario desde la eternidad serían partículas, espacio, y fuerzas que mezclaran las partículas durante largos períodos de tiempo, hasta que, por azar, resultara una combinación superior estable, tendente a perpetuarse y multiplicarse.

Materialismo y creacionismo
Así el materialismo explica la vida como un mero producto de la materia inerte; la inteligencia como un producto de la vida orgánica; la espiritualidad, la vida científica, moral y religiosa, en suma, como invenciones del hombre. En este sentido, el materialismo es como la inversión (el negativo de la fotografía) de la imagen creacionista del mundo.

Según el creacionismo, Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, con una dimensión material y otra dimensión personal y espiritual. Al cosmos físico lo creó para el hombre. El mundo no existe en un sentido absoluto (no se justifica en sí mismo, no es para sí mismo), sino que existe para el hombre, para que éste lo conozca y domine mediante el trabajo manual e intelectual. La razón de ser del mundo es el hombre: permitir la vida específicamente humana (en el mundo) que culmina en el conocimiento y el amor a Dios (trascendente al mundo). Para el creacionismo el mundo invita a elevar la mente del hombre a su Artífice, Dios. El mundo y el hombre deben considerarse ordenados a Dios.
El materialismo, por el contrario, sostiene que Dios no es más que una "idea", un producto mental del hombre. No entiende a Dios como creador del hombre sino al hombre como creador de Dios; y, en fin, el mundo (o mejor, el caos y el azar) ha sido el productor del hombre. Para al materialismo, el espíritu es producto de circuitos neuronales; y las neuronas, producto de la materia.

Tópicos del materialismo
En ocasiones el esquema del materialismo divulgado se presenta como resultado de la ciencia («materialismo científico»), para el cual sólo existe la Naturaleza (átomos, espacio, fuerzas...); la Naturaleza produce por evolución al hombre; el hombre produce la sociedad, el lenguaje, la cultura. En fin, la ciencia, el arte, la filosofía y la religión son los niveles superiores de la cultura. Todo sería un proceso que va integrando elementos y, a partir de materia inerte, se alza hasta la vida, después llega al hombre y, por fin, hasta el pensamiento consciente. Además, en el esquema de este materialismo divulgado, cada uno de nosotros sería un producto de su cultura y las mismas culturas productos sociales e históricos. En semejante planteamiento, las explicaciones son hasta cierto punto triviales, se diría que superfluas. La vida no tiene misterio, las ciencias lo explican todo..., y no hay más. Pero la vida nos hace sospechar que hay más, y si en efecto hay más, entonces habrá que reconocer que hay mucho más...

Tras las palabras
En esas síntesis cada vez más elevadas que se presentan en la naturaleza, según el materialismo divulgado, el tránsito de lo inferior a lo superior, en el fondo, se justifica siempre de la misma manera: «por evolución, de los mamíferos superiores surgió el hombre», etc. Ahora bien, ¿qué quiere decir, exactamente, «por evolución»? Con exactitud, no se sabe. Es una incógnita. Subrayemos esto: ¡La explicación reposa sobre una incógnita! Dadas unas modificaciones lentas (o súbitas), pequeñas (o grandes), sobrevenidas por azar, es decir, sin causa o por causa desconocida... entonces alguna novedad entra en escena. Todas las novedades entran así en escena, por causas desconocidas. ¡Valiente explicación!

Ciertamente, la biología contempla fenómenos en los que parece ya insensato negar la evolución de la vida, desde formas simples a formas cada vez más complejas. Ahora bien, lo que los mismos biólogos no tienen claro es cómo se explica el hecho. Hay incluso biólogos de primera categoría y ajenos al creacionismo que reconocen que la evolución observada obedece a leyes predeterminadas y desconocidas. Con otras palabras, es claro que hay tránsitos de lo inferior a lo superior; lo confuso es «cómo explicarlo». En definitiva: ¿cuál es el origen de esas leyes que hacen posible la evolución en un sentido determinado? Hoy por hoy la biología no lo sabe, y muchos se inclinan a pensar que la explicación no está sólo en el pasado (en una causa material), sino también... ¡en el futuro!, es decir en algo así como lo que los clásicos llamaron causa final.

Es claro también que el materialismo no es científico en modo alguno. John Eccles, premio Nobel de Neurofisiología, lo ha calificado incluso de "superstición".

En consecuencia, al comenzar a discurrir sobre el sentido de la existencia del mundo y del hombre, lejos de asumir acríticamente explicaciones pseudo-científicas, nos proponemos partir de que no sabemos qué significan las palabras invocadas anteriormente. Partimos de que hay mundo y hay personas, entre las que nos contamos. Partimos también de que no es evidente que la Naturaleza sea sólo materia, espacio y fuerzas; ni es evidente que el hombre sea un robot, ni que la "inteligencia artificial" sea inteligencia "vital". Probablemente no sepamos aún qué significa "materia", qué "espacio", qué es el "número", qué el "hombre", etc.

En el punto de partida del filosofar, no pretendemos estar en posesión de ninguna certeza indiscutible. Por tanto, lo primero que tendremos que hacer será buscar definiciones: «de-finir», delimitar el perfil de las cosas, averiguar qué las distingue y qué las asemeja a las demás. Esta tarea nos remite a la lógica, como orden de los conceptos, o "arte de pensar" correctamente.

 

III. El «culturalismo», o relativismo postmoderno

Ciencias sociales y «cultura»
Después del marxismo, prolifera en medios académicos un materialismo atenuado, que denominaré «culturalismo». Más que una teoría es una mentalidad. El origen del culturalismo se debe, por una parte, al descrédito de la filosofía en el s. XX y, por otra, al auge de nuevas ciencias -provenientes, por cierto, de la filosofía-, que conservan interés humanístico, me refiero a las llamadas ciencias sociales. Para éstas, el ser humano debe ser estudiado como producto del medio sociocultural; cada sociedad tiene su cultura y conforma sus individuos a su imagen.

El relativismo postmoderno
Por otro lado, es hoy frecuente la creencia de que sobre cuestiones últimas no se puede saber nada. La verdad sobre el hombre y el mundo, sobre nuestro origen y destino, es impenetrable. Aún más: el intento de encontrar la verdad es pernicioso, porque propugna sistemas cerrados al diálogo y al consenso social, a la diversidad de opiniones, de opciones, de culturas, etc. La actitud post-moderna valora la tolerancia universal y propone para ello la renuncia al fundamento; tan fundamentalista le parece el materialismo como el creacionismo. Este culturalismo se diferencia de las filosofías anteriores en que se esfuerza por saber de todo, pero sin afirmar ni negar nada. Su ideal de persona culta es alguien con «acceso» a mucha información, pero sin convicciones. La idea del culturalismo es que hay que conocer todas las ideas, para no comprometerse con ninguna.

Al desinteresarse de la verdad objetiva, este culturalismo postmoderno refiere el valor de las cosas a las apreciaciones de una comunidad. Como el escepticismo de siempre, intenta cancelar el valor de la verdad. Pero eso es imposible; la verdad es solamente suplantada: no será ya la adecuación de nuestro pensamiento a la realidad de las cosas, sino la opinión o la sensación que se tiene dentro de un grupo. Aparecen así «subculturas» propias de comunidades restringidas, cada una de las cuales tiene "su" verdad (la comunidad de los universitarios, la de los consumidores, la de los homosexuales, etc.). Los valores de cada cultura son autónomos: no se pueden poner en relación ni comparar; cada cultura es un mundo aislado. El intento de enjuiciar los criterios del indígena, del gitano, etc., por parte de aquellos que no lo son, se considera etnocentrismo, una falta de respeto. Aparentemente el culturalismo permitiría una mayor comprensión de las culturas ajenas -y de las personas que pertenezcan a ellas- pero en realidad facilita el desinterés y la incomunicación, por el hecho de que se excluye a priori que tengamos verdaderos valores en común o que podamos compartir.

Valoración del culturalismo
En síntesis, el relativismo postmoderno merece una valoración negativa, debido sobre todo a las siguientes características:
Renuncia a la verdad. El culturalismo y el pensamiento postmoderno, como hemos visto, renuncian a la verdad en general y en particular a la verdad del fundamento. Tal renuncia siempre es grave, puesto que culmina o en el relativismo subjetivista (subjetivismo puro) o en incluso en el nihilismo (nihil = nada). Las consecuencias son tremendas, porque de ahí procede en buena parte el menosprecio o desprecio de la existencia humana, de la vida de los no nacidos, de los ancianos y enfermos terminales, y, en fin, de todas aquellas personas que parecen gravosas a la comunidad en la que vive. En todo caso, la valoración de esta mentalidad es la misma que merece el escepticismo. Desenmascararlo no es cosa trivial, sino cuestión de vida o muerte.

Politeísmo de valores. El culturalismo consagra un "politeísmo de valores" conducente a la incomunicación y contrario al progreso. Siempre una u otra cultura ha sido pionera en algo, en la historia, y las demás han progresado imitándola o haciéndola suya.

Como forma de razonar, hay que reprocharle tres defectos que examinamos en seguida:

1º) Incurre en "circulo vicioso"; defecto, pues, de lógica.
2º) Construye una pseudo-cultura, que bien podría llamarse cultura de la frivolidad; y
3º) su esterilidad para las relaciones entre individuos y comunidades, ya que sólo desorienta (es confusionismo).

Examinemos con más detalle cada uno de estos argumentos:

1º) Como las sociedades evolucionan -se dice-, también los juicios de valor son variables. Ahora bien, esto introduce un relativismo general. En efecto, si lo que cada cual considera legítimo, y razonable (lo que llamaríamos lógico y sensato), son sólo creencias de época, nada podemos afirmar sin aceptar que nuestros juicios valen sólo por ahora, en este país, etc. Es decir, en un sentido absoluto no valen. La validez de todo pensamiento, de todo juicio, es provisional, y depende de su aceptación por los demás. Ahora bien, como la validez de los juicios de los demás depende también de los demás, la pescadilla se muerde la cola, estamos en un círculo vicioso del que no hay otro modo de salir que saliéndose de esa teoría. Además, con ella el progreso mismo sería inviable, porque sofocaría la aparición de esos hombres rompedores de juicios anquilosados, de esquemas "políticamente correctos", que son los que en rigor hacen progresar en humanidad. Si el valor de nuestro pensamiento depende del pensamiento de los demás, a su vez a remolque de las modas y estados de opinión..., hemos entrado así en el círculo vicioso donde nada es verdad ni mentira.

2º) Si -como se pretende- la filosofía es parte de una cultura (sus aspectos simbólicos), no será verdadera ni falsa, no orientará ni será importante. Lo mismo la moral y la religión. Para el culturalismo, la filosofía, como producto del medio social, va cambiando con él. Pero eso es una forma "educada" (digamos, culta) de eludir las preguntas serias, la idea de trascendencia, la búsqueda del sentido. A partir de ahí, ya se puede jugar a la intrascendencia. La frivolidad pasará por ser la actitud lúcida de quienes "están de vuelta"; para quienes la cultura es simplemente actividad lúdica.

3º) Una "cultura" que nos adoctrina en la intranscendencia -que nos invita a la frivolidad, a no tomar en cuenta nada que no podamos ver y usar-, esteriliza la vida intelectual, la bloquea, deja la voluntad como aguja de brújula sin norte, sin orientación ni propósito sobre el cual edificar una personalidad. Tal pseudo-cultura debe ser denunciada como fraudulenta. Los fraudes alimenticios atentan contra la salud del cuerpo, los filosófico-morales atentan contra el espíritu humano.