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Dignidad humana y
Bioética
Jesús Ballesteros
Introducción
Ante
la realidad de la dignidad humana se pueden presentar tres teorías:
A)
la de su negación considerando que ningún ser humano es persona, es
excepcional o irreductible respecto al resto de la naturaleza, lo que
corresponde a concepciones totalitarias, bien sea biocéntricas o utilitaristas.
B)
la de su afirmación considerando que la dignidad es una conquista de la
libertad humana, y por tanto sólo algunos seres humanos son personas. Es la
concepción estoico-kantiana, reutilizada después por el liberalismo.
C)
la que considera que la dignidad es un don que pertenece a todo ser humano. Es
la concepción cristiana.
A)
Más alla de la libertad y de la dignidad: utilitarismo, neomalthusianismo, deep
ecology
La
primera de las teorías es la que aparece dominante en los orígenes de la bioética
a partir de la utilización de dicho vocablo por Van Rennselaer Potter en 1971,
(Bioethics, Bridge to the Future), al
ver la bioética como una rama de biología, puesta al servicio de la
supervivencia de la humanidad.
La
dignidad humana queda reducida a la aptitud para la supervivencia en la lucha
por la vida, por lo que se limita su reconocimiento bien a los selectos económicamente,
(los ricos) en la perspectiva utilitarista (Malthus, Garret, Hardin...), bien a
los selectos biológicamente (los sanos), en la perspectiva propiamente
biologista o sociobiológica (Darwin, E. O. Wilson) (cfr. Kiefer, 1963,
Ballesteros, 1994).
El
utilitarismo conduce al establecimiento del carácter restringido del derecho a
la alimentación. Una manifestación significativa de esta teoría sería la
llevada a cabo por Garret Hardin, con su Ética
del bote salvavidas, 1974 al oponerse a la tesis de la nave
espacial tierra, de Boulding, 1966, que prescribía la solidaridad
planetaria. G. Hardin niega la existencia de tal solidaridad y establece una
ayuda selectiva, en función de la posibilidad de supervivencia económica de
los pueblos del Sur. Ello conduce a una forma de eutanasia pasiva para todas
aquellas poblaciones que, según el criterio del Norte, no tienen posibilidad de
supervivencia, a la que se abandonaría a morir de hambre, para evitar su
reproducción. En definitiva, se trata aquí de un modelo de imperialismo demográfico,
que trata de imponerse desde el Norte, para evitar la inmigración del Sur, y
que a su vez es practicado por algunos países del Sur, como China, de un modo
brutal. La postura de G. Hardin viene, en el fondo, a reproducir la de Malthus
en el Apólogo del banquete,
contenido en su Ensayo sobre la población,
en el lque se niega el derecho a la alimentación a aquellos que no logran
trabajo, siempre para evitar su reproducción, considerada el peor de los males
ante la escasez de alimentos.
El
biologismo conduce por su parte a un criterio de negación selectiva de la
dignidad humana y del derecho a ser atendido médicamente. Ello se encuentra
paradójicamente ya en un autor idealista como Platón en La
República, al afirmar que sólo deben ser curados aquellos que puedan ser
recuperados para la actividad laboral. Tal actitud podría enlazar con la tesis
de Spencer para quien el progreso consiste en evitar que los más débiles
impidan el avance más rápido de los más fuertes, y vendría hoy a estar
representada por la sociobiología de E. O. Wilson, o de Midgley, quienes niegan
la diferencia cualitativa del ser humano frente al animal, considerando los
valores éticos pretendidamente más elevados como algo derivado de la simple
lucha por la supervivencia de los más aptos. La sociobiología otorga
la primacía al fuerte frente al débil, al impedido, al que se
consideraría indigno de vivir, y por tanto de recibir atención médica.
Utilitarismo y biologismo al tiempo que imponen la ayuda selectiva, pueden
imponer la exportación de riesgos a las poblaciones más vulnerables,
produciendo así un neocolonialismo que utiliza cobayas humanas (Herranz, en
VVAA, 1988).
La
negación más radical y completa de la dignidad humana se encuentra, sin
embargo, en el movimiento de la deep
ecology, (Devall-Sessions, 1989). En él se reduce la especie humana a una
especie viva más y se proclama la igualdad de derechos de todos los seres de la
biosfera. Se da aquí, al mismo tiempo, un total empobrecimiento de la realidad
del hombre visto tan solo como simple depredador, y un antropomorfismo, al
atribuir cualidades humanas a minerales, vegetales y animales. Se propugna una
radical reducción de la población humana para mantener los equilibrios ecológicos.
Detrás de un pretendido amor a la naturaleza, se esconde un odio al ser humano.
En
el ámbito médico, los defensores de la deep
ecology no serían partidarios de ninguna intervención técnica, salvo la
fecundación in vitro, propuesta por
algunas ecofeministas radicales para asegurar la supervivencia de la especie sin
relacionarse con los varones.
B)
La concepción ética de la dignidad. Sólo los seres humanos dotados de la
propiedad de la conciencia son personas. La persona es algo que se tiene
La
concepción de dignidad humana dominante en la Modernidad es la que se presenta
en el pensamiento kantiano. Va unida a la idea de autarkeia
derivada de los estoicos, y al dualismo cartesiano. El principio fundamental en
bioética sería el de autonomía de las personas, el que cada uno debe poder
hacer lo que quiere en lo que respecta a sí mismo, aun a riesgo de daños
irreversibles.
La
concepción de dignidad de los estoicos, considera ésta como algo que debe
conquistarse y que debe reconocerse sólo a los que alcanzan la condición de
ser autárquico, o independiente, en quien se da la dimensión de la sibi
sufficientia. Es la posición también adoptada por el derecho romano, que
reduce la categoría de los sujetos de derechos a los sui
iuris.
El
dualismo cartesiano divide al ser humano en dos sustancias perfectamente
diferenciadas. El alma o res cogitans
y el cuerpo o res extensa. El ser
humano es pensamiento, y el cuerpo es sólo algo que el hombre tiene: “soy una
sustancia cuya esencia se funda sólo en el pensamiento y que no depende de
realidad alguna material” (Discurso del
método, parte IV).
En
la Modernidad, la posición de los estoicos es defendida desde el liberalismo
por Locke, para quien “todo hombre tiene la propiedad de su persona. Nadie
fuera de él tiene derecho alguno sobre ella. El trabajo de su cuerpo y la obra
de sus manos son propiamente suyas”. De ahí que a su vez reduzca la condición
de sujeto de derecho al propietario, al homo
faber.
Kant
afirma en su Metafísica
de las costumbres, ap. 38, que “la humanidad es dignidad, porque el hombre
no puede ser tratado por otro hombre ni por sí mismo como un simple medio
-es lo que ocurría en el suicidio- sino siempre a su vez como un fin, y
en ello estriba su dignidad”. La fórmula puede considerarse en sí misma como
la más lograda expresión filosófica del respeto debido a la dignidad humana,
y desde este punto de vista, toda bioética, como toda ética, debería ser en
este sentido kantiana.
Sin
embargo Kant fundamenta la dignidad en la libertad entendida como autonomía,
como capacidad moral de elección, como expresión de la autoconciencia. Y ello
ha provocado históricamente que determinadas interpretaciones de su
pensamiento, y determinadas derivaciones del mismo hayan podido llevar a ver la
dignidad personal como necesariamente unida
a la presencia de la autoconciencia, y autonomía, negando, por tanto, carácter
personal al resto de realidades humanas, no caracterizadas por la autoconciencia
y autonomía. El propio Kant dio base a ese reduccionismo al exigir la condición
de sui iuris, esto es, poseer alguna
propiedad con la que poder mantenerse” (y algún arma con la que poder
defenderse), además de no ser naturalmente mujer o niño, a la hora de
determinar la titularidad plena de sujeto de derecho (Metafísica
del derecho, 46). La exigencia de la autosuficiencia excluía también a los
trabajadores por cuenta ajena de la condición de sujetos de derechos. Por otro
lado, y simultáneamente, el dualismo kantiano, como el de Descartes, conduce a
la desvalorización de lo corporal.
De
ahí que en la vertiente bioética subjetivista o liberal radical, que se
presenta como visión derivada de Kant, aunque resulte infiel a la formulación
de su imperativo categórico, el principio de la libertad de elección de los
adultos autónomos se considera superior a la protección de la vida de los más
débiles. Se protege la libertad más que la vida. Se mantiene como lícita todo
tipo de manipulación siempre que sea voluntaria y se restringe el sentido del
delito bioético. Se consideran atendibles cualesquiera deseos. Así, en esta línea
liberal radical, Singer (1984), Hoerster (1989) o Engelhart (1995) consideran
que los embriones, los lisiados, los deficientes mentales o los viejos no son
personas, por desarrollar una capacidad emocional e intelectual menor que los
perros. Singer considera lícito asesinar a los niños malformados porque serían
seres humanos, pero no personas. Hoerster insiste en el nacimiento como origen
del sujeto de derechos, de modo tal que encontrarse en el seno materno sería la
situación más peligrosa del mundo: podría ser lícitamente eliminado en
cualquier momento. Engelhart considera que los niños pequeños, los embriones,
fetos y retrasados mentales son propiedad de los que los han engendrado (1995,
cap. V, p. 158).
En
el fondo, esta posición, pese a sus variante, coincide con la anterior en el
hecho de proteger exclusivamente los derechos de los más fuertes, lo que
contradice la más elemental equidad. Por otro lado,
se ha dicho que establecer como criterio de dignidad humana la posesión
efectiva y en acto de la conciencia conduce a negar el derecho a la vida al que
se encuentra durmiendo, lo que resulta completamente disparatado (Spaemann,
1989, p. 71s).
C)
La dimensión ontológica de la dignidad humana. La persona como ser del hombre.
La dignidad como algo dado a todos gratuitamente: la concepción cristiana
La
dignidad acompaña inseparablemente a todo ser humano en cuento todo ser humano
es persona: la persona es la unidad de los estados de vida humana en cuanto
permite su referencia a la humanidad común. En este sentido sigue siendo válida
la definición de Boecio, “sustancia individual de naturaleza racional”, según
Agazzi, (Bioética e persona, p.
140ss). La persona no es algo que se tiene más o menos, sino que se es o no. Es
un atributo de todos los seres humanos, adultos o niños, conscientes o
inconscientes. La persona es una constitución esencial, no una cualidad, y
mucho menos un atributo que se adquiera poco a poco. Según Marcel, la autonomía
pertenece al tener y no al ser, y por tanto no es universal (Etre
et avoir, pp. 215-217). El error de Kant, según Marcel,
radicaría en haber reducido la libertad a asumir la responsabilidad de sí
mismo, la gestión de los propios asuntos, y en el olvido de que la libertad se
trasciende en el amor.
El
progreso de la civilización y del derecho ha consistido en ir reconociendo que
la privación de determinadas propiedades no impedía considerar a los seres
humanos como personas; en evitar sucesivamente las discriminaciones: esclavos,
trabajadores por cuenta ajena, mujeres, pobres. El progreso hoy consiste en
considerar como personas también a los todavía no conscientes. Así, Lombardi
subraya el carácter personal tanto del embrión, “persona en acto”, ya que
posee todo el patrimonio genético (p.60), como del disminuido mental, individuo
con los rasgos de la especie.
Todo
ser humano -también los embriones,
y quienes están llegando al término de sus vidas- debe ser tratado como un
fin, no debe estar subordinado a causa alguna,
ha de ser tratado como único e irrepetible e irremplazable. Por eso,
no se puede tratar a una persona como un enfermo más, casi como un número
de los que pasan a engrosar el género de quienes padecen del corazón, del riñón,
etc. Tal dignidad, como recuerda Melendo siguiendo a Kierkegaard (en
Polaino, 1993, pp. 64s) procede de que sólo el ser humano individual ha
sido creado a imagen de Dios.
Todo
ser humano debe ser reconocido como persona y por tanto como sujeto, y ello no
puede acontecer fuera de la estructura familiar (D’Agostino). Por ello deben
verse como ilícitas todas las técnicas que por principio impidan al individuo
alcanzar su identidad, como sería el caso de la ectogénesis, fecundación in
vitro en útero artificial, al convertir al ser humano en un factum,
no genitum.
La
dignidad humana hace referencia conjunta al ser humano en su integridad, como
subjetividad encarnada, como cuerpo personal, como homo
patiens (Frankl, Dal Pozo). El cuerpo no es algo que tengo, sino algo que
soy (Marcel, Prini). Lo que no debe ser tratado como medio, es esa totalidad
integrada, en la que se da el deseo, el sufrimiento y la esperanza. “El cuerpo
no es una cosa. El individuo no posee su cuerpo como un bien alienable, dedible,
divisible y susceptible de devenir objeto de transacciones comerciales (esperma,
óvulos, órganos)”.
En
medicina la importancia del sujeto es algo en lo que se ha insistido desde fines
del siglo pasado al ponerse de relieve la influencia del quién en la
determinación de las enfermedades, y sobre la cual ha insistido el
representante de la medicina antropológica, Viktor Von Weizsacker, proponiendo
que no hay propiamente enfermedades sino enfermos, ya que “la enfermedad no es
el desperfecto de una máquina, sino una posibilidad de la persona de llegar a
ser él mismo” (Laín, p.636ss).
La
dignidad humana procede de ser imago Dei,
(Ballesteros, 1994). Si fuéramos meros animales, seríamos el cáncer
del planeta, estaríamos de más, sobraríamos en gran número. El fundamento de
la dignidad es el Ser, el origen radical de todo. La dignidad humana va unida a
su capacidad de relativizarse, de vencer la tentación de verse como el centro
del mundo, y verse desde fuera, entenderse como excéntrico, ver a los otros
como seres dotados de la misma dignidad (Plessner). La capacidad de relativización
de sus deseos e intereses le convierte en fin en sí mismo, deja de ser un puro
ser natural y se convierte en ser moral.
Debe
darse la prioridad de la vida y de la salud sobre la libertad: la salud debe ser
defendida siempre, de acuerdo con el compromiso del juramento hipocrático. La
salud es un fin natural, al consistir en el restablecimiento de las condiciones
naturales del ser humano, y por ello en cierta medida es un bien disponible
(Viola, 1994, p.225). Ello va unido a la distinción entre necesidades cuya
satisfacción hace posible la vida digna y simples deseos, cuya satisfacción
puede tal vez imposibilitar las condiciones de vida de los otros. La libertad
aparece como interdependencia y solidaridad con los otros, con la naturaleza,
con la Trascendencia, no como abstracta y vacía independencia. Todo ello
conduce a la exigencia de humanización de la actividad médica en general, y
hospitalaria en particular, del ser humano; especialmente cuando enferma es un
ser menesteroso e indigente que requiere del cuidado ajeno. El reconocimiento
debido a todo ser humano debería potenciar la capacidad de cuidar a los otros,
más que la lucha por la propia afirmación.
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Jesús
Ballesteros
Catedrático
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