Colaboración del hombre - mujer en la Iglesia, el mundo y su aplicación a las
religiosas en Europa
Autor: Germán Sánchez Griese
Alcances y objetivos del artículo.
“Experta en humanidad”. Así llama a la Iglesia el cardenal Ratzinger, prefecto
de la congregación de la Doctrina de la Fe, en el último documento titulado
“Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y
la mujer en la Iglesia y en el mundo”. Un documento en el que la Iglesia
despliega nuevamente su capacidad de analizar la situación actual a la luz de la
revelación, de la tradición y del magisterio. Un documento que hacía ya falta,
de frente a diversas interpretaciones que actualmente se está dando con respecto
a la cuestión femenina.
Nuestro objetivo no es precisamente resumir este documento, ni tampoco describir
las líneas magistrales del documento, sino el ofrecer a las religiosas que
trabajan en Europa una serie de aplicaciones prácticas, apoyándonos principal
pero no exclusivamente, en la exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in
Europa.
El problema del feminismo y la vida religiosa femenina.
Partimos del análisis que hace el documento sobre las tendencias que se dan
actualmente en la interpretación antropológica de la mujer. El cardenal
Ratzinger afirma que son dos las tendencias para afrontar la cuestión femenina:
“aquella que subraya fuertemente la condición de subordinación de la mujer a fin
de suscitar una actitud de contestación... (y aquella) que para evitar cualquier
supremacía de uno u otro sexo tiende a cancelar las diferencias, consideradas
como simple efecto de un condicionamiento histórico-cultural.” La respuesta de
la Iglesia frente a estas dos posturas es la de reconocer la diferencia de los
dos sexos y procurar una colaboración mutua entre el hombre y la mujer.
En no pocas ocasiones se ha dejado sentir la influencia de estas dos posturas en
las congregaciones femeninas, así como en algunos de sus organismos más
representativos. Llevadas por la primera postura, han reivindicado para sí
apostolados, profesiones o estructuras que, consideradas según ellas como parte
de una estructura de subordinación de la mujer al hombre, han alienado a la
religiosa y la han dejado al margen de la jerarquía. No es raro por lo tanto ver
cómo algunas de estas congregaciones u organismos piden la ordenación sacerdotal
de las mujeres o desviándose de su carisma congregacional renuncian a ejercer
apostolados como la animación litúrgica, la catequesis o la educación, para
contestar a supuestas posturas machistas que en la historia les habían asignado
esos papeles.
Observamos también como bajo la segunda tendencia se hacen nuevas
interpretaciones de los votos religiosos. Considerados no ya como una expresión
del amor a Dios, sino como expresión de un determinismo biológico en donde la
diferencia corpórea (sexo) se exataltaba al máximo, ahora se trata de exaltar el
género como dimensión estrictamente cultural. De esta forma los votos vienen
considerados no como una realidad espiritual, sino como mera relación cultural.
Así, el voto de pobreza se entiende como un voto de auto-sostenimiento. La
castidad deberá considerarse como un voto de mutua relación y la obediencia será
solamente una expresión de la cooperación.
Ante
estas dos tendencias la mujer consagrada no debe olvidar que la recta y adecuada
antropología cristiana considera la diferencia de los sexos como inherente a la
persona humana: “Distintos desde el principio de la creación y permaneciendo así
en la eternidad, el hombre y la mujer, injertados en el misterio pascual de
Cristo, ya no advierten, pues, sus diferencias como motivo de discordia que hay
que superar con la negación o la nivelación, sino como una posibilidad de
colaboración que hay que cultivar con el respeto recíproco de la distinción.”
Los fundadores, y especialmente las fundadoras, han puesto de relieve la
diferencia de los sexos en la puesta en marcha de las Congregaciones religiosas
(femeninas) a partir de la vivencia del carisma. El carisma de una congregación
religiosa no es otra cosa que la experiencia vivida de una relación personal con
Dios, aplicada al nivel humano, cristiano y de la consagración. Esta experiencia
se fundamenta en la persona y por lo tanto, respeta la diferencia de los sexos,
no contraponiéndola, sino exaltando la colaboración mutua. Dicha experiencia
engloba a toda la persona, apoyándose en su sexualidad. El hombre desde su
nacimiento está marcado por su sexualidad. Lo femenino o lo masculino engloba
toda su persona, no sólo exclusivamente su realidad genital. “La sexualidad
caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en
el psicológico y espiritual con su impronta consiguiente en todas sus
manifestaciones...es un elemento básico de la personalidad; un modo de ser, de
manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, de expresar y vivir el
amor humano.” Un amor humano que en la vivencia del carisma congregacional tiene
los cauces para expresarse.
El carisma no es la vivencia de unas Constituciones o una regla de vida. Es la
expresión hecha vida de un amor hacia Dios. Los fundadores han consignado por
escrito la experiencia personal y real de este amor a Dios y a los hombres. Pero
esta experiencia respeta las características sexuales de la persona. Y no sólo
respeta, sino que favorece la expresión de la diferencia sexual en la vivencia
del amor hecho donación en la vida consagrada. Se ama al estilo femenino o
masculino. Se ora al estilo femenino o masculino. Se sufre al estilo femenino o
masculino.
La religiosa que vive fielmente el carisma de su congregación religiosa está
enseñando al mundo una forma de ser mujer, en el respeto recíproco de los sexos.
Con su donación a Dios y a los hombres enseña que es posible amar con todas las
capacidades de su ser como ser humano, sin renunciar a su sexualidad, sino
apoyándose precisamente en esa sexualidad. Así, quien ejerce un apostolado
educativo en la catequesis, la animación litúrgica o la escuela, está siendo
formadora al estilo femenino, bajo la vivencia amorosa del carisma de la
congregación. Enseña al mundo, tan sólo con la vivencia de su apostolado, que es
posible la colaboración y el enriquecimiento mutuo de los sexos, pues los
hombres y las mujeres reciben el beneficio de su trabajo. No polemiza si el tipo
de trabajo que le toca realizar cae bajo el campo de la alienación del poder o
la cultura. Ella sabe que s trabajo es expresión de algo más que el poder o la
cultura. Sabe que su trabajo apostólico es la expresión de su amor a Cristo y a
las almas. Y se pone a amar. Pero ama al estilo femenino, son un modo muy
peculiar de amar.
En un aspecto más profundo, su relación consigo misma, la mujer consagrada que
vive fielmente el carisma de su consagración, se convierte en una escuela
viviente para enseñar a los otros a vivir el misterio de la vida, especialmente
en una sociedad europea caracterizada por el secularismo y el ateismo , que
tiene su expresión más acertada en una vida sin esperanza. La mujer consagrada
se convierte entonces para Europa en un modelo de vida porque ella sabe dar un
sentido a la vida. Sin renunciar a su feminidad, sin contraponerla con la
masculinidad, vive armoniosamente su feminidad y la expresa en todas las facetas
de su vida. Mientras las feministas a ultranza buscan nuevas expresiones en
donde la mujer pueda ser ella misma, la mujer consagrada sabe que por el carisma
puede dar cauce a su feminidad: ama como mujer, piensa como mujer, se entrega
como mujer, expresa su amor como mujer. La lección que puede dar la mujer
consagrada europea es una lección de feminidad, ya que enseña la forma en que el
ser humano puede alcanzar su realización sin renunciar a su sexualidad.
Y esta labor formativa no la realiza desde una cátedra o desde la escuela. El
aula que ella utiliza es el silencio de su ejemplo. No se trata de dar lecciones
de sabiduría desde un lugar físico. Ella enseña con su vida que el verdadero
feminismo no es la contraposición de los sexos por la negación o la nivelación
de los mismos. Ella con su vida enseña que el verdadero feminismo es la
colaboración mutua en el respeto y vivencia de la diferencia sexual. Cuando las
personas se ven enriquecidas por la forma de ser amados, queridos, ayudados y
escuchados por una mujer consagrada, se darán cuenta de la importancia de
respetar la diferencia sexual querida por Dios: “<> (Gn 1, 26 – 27). La
humanidad es descrita aquí como articulada, desde su primer origen, en la
relación de lo masculino con lo femenino. Es esta humanidad sexuada la que se
declara explícitamente <>.”
La actualidad de los valores femeninos en la Europa del Tercer milenio.
“Europa necesita un salto cualitativo en la toma de conciencia de su herencia
espiritual. Este impulso sólo puede darlo desde una nueva escucha del Evangelio
de Cristo. Corresponde a todos los cristianos comprometerse en satisfacer esta
hambre y sed de vida. Por eso, la Iglesia siente el deber de renovar con vigor
el mensaje de esperanza que Dios le ha confiado y reitera a Europa: <(So 3, 17).
Su invitación a la esperanza no se basa en una ideología utópica. Por el
contrario, es el imperecedero mensaje de salvación proclamado por Cristo. Con la
autoridad que le viene de su Señor, la Iglesia repite a la Europa de hoy: Europa
del tercer milenio, que “no desfallezcan tus manos” (So 3, 16), no cedas al
desaliento, no te resignes a modos de pensar y vivir que no tienen futuro,
porque no se basan en la sólida certeza de la Palabra de Dios. Renovando esta
invitación a la esperanza, también hoy te repito, Europa que estás comenzando el
tercer milenio, vuelve a encontrarte. Sé tu misma. Descubre tus orígenes. Aviva
tus raíces. A lo largo de los siglos has recibido el tesoro de la fe cristiana.
Ésta fundamenta tu vida social sobre los principios tomados del Evangelio y su
impronta se percibe en el arte, la literatura, el pensamiento y la cultura de
tus naciones. Pero esta herencia no pertenece solamente al pasado; es un
proyecto para el porvenir que se ha de transmitir a las generaciones futuras,
puesto que es el cuño de las personas y los pueblos que han forjado juntos el
Continente europeo.”
He elegido comenzar con esta cita de la Ecclesia in Europa, pues sintetiza el
análisis de la situación de Europa y las tareas que se deben llevar a cabo. Como
un hijo que se ha olvidado de la herencia que ha recibido, Europa busca su
futuro fuera de su identidad, atraído por las ideologías de moda, vacías de
contenido. Se necesitan personas que sepan continuar la vida de Europa,
proyectándola hacia el futuro. Personas que hagan despertar la vida de Europa,
que intuyan sus valores más característicos y se lancen a su crecimiento y a su
protección.
o es un camino que se realiza como la planificación estratégica de una obra
material. Europa es ante todo un proyecto espiritual, si quiere ser fiel a su
pasado, para que le garantice su futuro. Es necesario por tanto contar con
personas que tengan una gran sensibilidad espiritual, una delicada capacidad de
intuición para saber prever el futuro y una probada esperanza para poner en pie
esta nueva realidad. Personas que por su naturaleza puedan intuir una nueva
vida, concebirla, hacerla nacer, protegerla y ayudarla a crecer. Y esta persona
es la mujer: “La Iglesia es consciente de la aportación específica de la mujer
al servicio del Evangelio de la esperanza. Las vicisitudes de la comunidad
cristiana muestran que las mujeres han tenido siempre un lugar relevante en el
testimonio del Evangelio... Hay aspectos de la sociedad europea contemporánea
que son un reto a la capacidad que tienen las mujeres de acoger, compartir y
engendrar en el el amor, con tesón y gratuidad.”
Y nos referimos concretamente a la posibilidad de concebir una nueva Europa y su
capacidad de transmitirla a las nuevas generaciones. Para ello, la mujer
consagrada esta en una posición privilegiada: “Entre los valores fundamentales
que están vinculados a la vida concreta de la mujer se halla lo que se ha dado
en llamar la <>... la mujer conserva la profunda intuición de que lo mejor de su
vida está hecho de actividades orientadas al despertar del otro, a su
crecimiento y a su protección.” Asistimos al triste espectáculo de contemplar
una Europa que no sabe a dónde va porque no sabe de dónde viene. La mujer
consagrada, por la capacidad que tiene para generar la vida no sólo desde el
punto de vista físico sino también espiritual, puede educar a las nuevas
generaciones de europeos en la construcción de una nueva Europa, basada en los
valores espirituales cristianos. Y esto es factible, especialmente si comienza a
llevarlo a cabo con las generaciones jóvenes, quienes están siendo educadas por
los medios de comunicación social, los amigos, el ocio. “Europa necesita siempre
la santidad, la profecía, la actividad evangelizadora y de servicio de las
personas consagradas. También se ha de resaltar la contribución específica que
los Institutos seculares y las Sociedades de vida apostólica pueden ofrecer a
través de su aspiración a transformar el mundo desde dentro con las fuerzas de
las bienaventuranzas.”
La vida de una mujer consagrada es de por sí un testimonio de los valores a los
que debe aspirar Europa si quiere ser fiel a sí misma. Si a este testimonio de
vida unimos la profunda capacidad que tiene para educar, es decir para proteger,
conservar y acrecentar la vida, podemos tener la seguridad de contar con
excelentes formadoras de una nueva Europa, pues será ella la que imbuirá de
verdadero espíritu cristiano, las realidades sociales. Y esto siempre a través
de los hombres y mujeres que deberá concebir desde el evangelio. “Así como la
maternidad física le recuerda a la virginidad que no existe vocación cristiana
fuera de la donación concreta de sí al otro, igualmente la virginidad le
recuerda a la maternidad física su dimensión fundamentalmente espiritual: no es
conformándose con dar la vida física como se genera realmente al otro. Eso
significa que la maternidad puede encontrar formas de plena realización allí
donde no hay generación física.” Deberá lanzarse a una labor formativa de los
futuros ciudadanos europeos. Muchas veces su papel de formadora la llevará a
sustituir al Estado o a la familia, carentes como se encuentran ahora de un
proyecto de vida para Europa y sus habitantes.
Y bajando a puntos concretos, podemos mencionar con Juan Pablo II los puntos en
dónde la consagrada puede contribuir a la formación de una nueva Europa: “La
aportación específica que las personas consagradas pueden ofrecer al Evangelio
de la esperanza proviene de algunos aspectos que caracterizan la actual
fisonomía cultural y social de Europa. Así, la demanda de nuevas formas de
espiritualidad que se produce hoy en la sociedad, ha de encontrar una respuesta
en el reconocimiento de la supremacía absoluta de Dios, que los consagrados
viven con su entrega total y con la conversión permanente de una existencia
ofrecida como auténtico culto espiritual. En un contexto contaminado por el
laicismo y subyugado por el consumismo, la vida consagrada, don del Espíritu a
la Iglesia y para la Iglesia, se convierte cada vez más en el signo de
esperanza, en la medida en que da testimonio de la dimensión trascendente de la
existencia. Por otro lado, en la situación de pluralismo religioso y cultural,
se considera urgente el testimonio de la fraternidad evangélica que caracteriza
la vida consagrada, haciendo de ella un estímulo para la purificación y la
integración de los valores diferentes, mediante la superación de las
contraposiciones. La presencia de nuevas formas de pobreza y marginación debe
suscitar la creatividad en la atención a los más necesitados, que ha distinguido
a tantos fundadores de Institutos religiosos. Por fin, la tendencia de la
sociedad europea a encerrarse en sí misma se debe contrarrestar con la
disponibilidad de las personas consagradas a continuar la obra de evangelización
en otros Continentes, a pesar de la disminución numérica que se observa en
algunos Institutos.”
La actualidad de los valores femeninos en la vida de la Iglesia en Europa.
Para
terminar este pequeño artículo haremos un análisis, siempre de la mano de
Ecclesia in Europa, de las necesidades que tiene la Iglesia en Europa y de cómo
la mujer consagrada, gracias a los valores más netamente femeninos que posee por
el hecho de ser mujer, puede colaborar eficazmente en la construcción de la
Iglesia en la Europa del tercer milenio.
La exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa gira en torno a la
necesidad que tiene Europa de fundamentarse en la esperanza. Construir el
evangelio de la esperanza es el leit motiv de toda la exhortación y sobre de
ella giran las disposiciones y las invitaciones del Papa. Haciendo un análisis
sumario, y quizás con el peligro de dejar a un lado algunos elementos, podemos
circunscribir las necesidades de trabajo más importantes a las siguientes: “En
varias partes de Europa se necesita un primer anuncio del Evangelio... Europa ha
pasado a formar parte de aquellos lugares tradicionalmente cristianos en los
que, además de una nueva evangelización, se impone en ciertos casos una primera
evangelización... Además, por doquier es necesario un nuevo anuncio a los
bautizados. Muchos europeos contemporáneos creen saber qué es el cristianismo,
pero realmente no lo conocen... Muchos bautizados viven como si Cristo no
existiera... Europa reclama evangelizadores creíbles, en cuya vida, en comunión
con la cruz y la resurrección de Cristo, resplandezca la belleza del
Evangelio... Hoy más que nunca se necesita una conciencia misionera en todo
cristiano, comenzando por los Obispos, presbíteros, diáconos, consagrados,
catequistas y profesores de religión.”
Anuncio del evangelio, nuevo anuncio a los bautizados y evangelizadores creíbles
con conciencia misionera son los reclamos urgentes de la Iglesia en Europa.
Frente a estas necesidades, la mujer consagrada, viviendo el carisma que Dios le
ha regalado, puede contribuir enormemente con su feminidad colmar estas
necesidades.
El Cardenal Ratzinger en el reciente documento de la Congregación de la Doctrina
de la Fe, anota entre los valores femeninos que más pueden ayudar a la vida en
la Iglesia, las disposiciones de escucha, acogida, humildad, alabanza y espera.
“Aun tratándose de actitudes que tendrían que ser típicas de cada bautizado, de
hecho, es característico de la mujer vivirlas con particular intensidad y
naturalidad. Así, las mujeres tienen un papel de la mayor importancia en la vida
eclesial, interpelando a los bautizados sobre el cultivo de tales disposiciones,
y contribuyendo en modo único a manifestar el verdadero rostro de la Iglesia,
esposa de Cristo y madre de los creyentes.”
El anuncio del evangelio implica no sólo una cuestión de forma, sino de fondo.
Quien anuncia el evangelio está promoviendo un nuevo estilo de vida, está
gestando una nueva vida, de acuerdo con los valores más netamente humanos y
cristianos incluidos en el evangelio. Europa necesita que le recuerden el estilo
de vida del cuál procede, en el cuál hunde sus raíces, para descubrir su futuro.
Un futuro que es una nueva vida, novedosa por la vivencia de los valores
evangélicos. La mujer, por su maternidad espiritual, tiene la capacidad de
generar una nueva vida, no sólo física, sino espiritualmente. Es la mujer quien
muchas veces espera contra toda esperanza, porque sabe intuir nuevas realidades,
más allá de los datos materiales que la realidad puede mostrarles. Con su
maternidad espiritual, la mujer consagrada puede aportar a la Iglesia en Europa
una bocanada de esperanza, como aire fresco en medio de la desorientación y el
desánimo que parecen rodear la realidad cristiana. Con su testimonio de vida, en
la escuela, la parroquia, la catequesis, el hospital o la hospitalidad, puede
convertirse en signo de esperanza de una nueva realidad que está por llegar. A
semejanza de María que es capaz de reunir en el Cenáculo a los apóstoles que se
encontraban desanimados y perdidos para darles nueva esperanza y esperar la
venida de Cristo, así la consagrada puede reunir en torno a sí a los fieles
cristianos para animarlos a seguir luchando por una realidad espiritual que
ella, como mujer, intuye y los hombres, como hombres, no pueden ver o les es muy
difícil percatarse de ella. Mantener la esperanza ha sido siempre una
característica netamente femenina y hoy más que nunca Europa tiene necesidad de
mantener viva esta esperanza.
En segundo lugar, Europa tiene necesidad de dar un nuevo anuncio a los
bautizados. Es conveniente afrontar e hecho que muchos cristianos reducen la
vivencia de la religión a una serie de prácticas culturales sin conexión con la
vida:“... se repiten los gestos y los signos de la fe, especialmente en las
prácticas de culto, pero no se corresponden con una acogida real del contenido
de la fe y un adhesión a la persona de Jesús.” No se trata por tanto de
transmitir una ideología, una doctrina sino de dar la adhesión vital a un
hombre, a Jesús. Y qué mejor que la mujer consagrada para demostrar de lo que
una mujer es capaz de hacer cuando se enamora de un hombre. La capacidad que
tiene la mujer consagrada de escucha de la palabra, se traducen en una fidelidad
a ultranza, por el sólo hecho de responder a un hombre. El período de la
renovación, por diversos motivos ha dejado un poco en el olvido la dimensión
esponsalicia de la mujer consagrada. Y sin embargo, de la finura, del detalle y
del amor que una mujer consagrada tiene para con su Esposo, Europa tiene
necesidad para aprender de ella la adhesión amorosa a Cristo. ¿Quién mejor que
una mujer enamorada de Cristo para hacer que otros se enamoren vitalmente de
Cristo, y de esta forma transformar su vida y la vida social? En tal perspectiva
se entiende el papel insustituible de la mujer en los diversos aspectos de la
vida familiar y social que implican las relaciones humanas y el cuidado del
otro. Aquí se manifiesta lo que el Papa llama el genio de la mujer .
Por último, Europa tiene necesidad de evangelizadores creíbles con conciencia
misionera. La feminidad “es más que un simple atributo del sexo femenino. La
palabra designa efectivamente la capacidad fundamentalmente humana de vivir para
el otro y gracias al otro.” Una persona es creíble cuando da la vida no sólo por
el ideal, sino por la persona. La mujer consagrada es capaz de dar su vida por
Cristo y por el evangelio, es decir, por una persona y por un ideal. Por esta
capacidad que tiene, la mujer consagrada puede acoger y vivir en cada
circunstancia de su vida la palabra de Cristo y su mensaje. Es parte de su
naturaleza el ser sincera y llevar a la práctica lo que escucha con el corazón,
a semejanza de María <> (Lc. 2, 19 – 20). Y es de estos testigos creíbles los
que tiene necesidad Europa. Cansados de vivir de palabras demagógicas, hastiados
–sin saberlo- de las realidades temporales, buscadores infatigables de
sucedáneos espirituales, cuando ven a una mujer consagrada que vive con
radicalidad lo que profesa –a la manera de los apóstoles- se sienten atraídos
por este estilo de vida. La evangelización y la nueva evangelización de Europa
no podrán llevarse a cabo sin el testimonio de vida de la mujer consagrada, pues
ella es capaz de presentar con la vida lo que otros presentan con la boca.
Bibliografía:
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo, 31.5.2004, n.2.
Para cualquier tipo de aclaración conviene leer: Juan Pablo II, Carta apostólica
Ordinatio sacerdotalis, 22.5.1994 y Congregación para la Doctrina de la Fe,
Respuesta a la duda acerca de la doctrina de la Carta Apostólica <>, 28.10.1995.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo, 31.5.2004, n. 12
Congregación para la Educación Católica, Orientaciones educativas sobre el amor
humano. Lineamientos de educación sexual, 1.11.1983, n. 4
Juan Pablo II en la Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa ha
descrito la situación por la que atraviesa Europa y ha indicado las pautas para
poder salir de esa vida carente de esperanza.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo, 31.5.2004, n. 5
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa,
28.6.2003, n. 120
Ibidem, n. 42
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo, 31.5.2004, n. 13
Juan Pablo II, op.cit.n. 41
Congregación para la Doctrina de la Fe, op. cit., n. 13
Juan Pablo II, op.cit.n. 41
Juan Pablo II, op. cit. nn. 46, 47, 49.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo, 31.5.2004, n. 16
Juan Pablo II, op. cit., n. 47
Juan Pablo II, Carta a las mujeres, 29.6.1995, n. 9 – 10.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo, 31.5.2004, n. 14
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo, 31.5.2004, n.2.
Para cualquier tipo de aclaración conviene leer: Juan Pablo II, Carta apostólica
Ordinatio sacerdotalis, 22.5.1994 y Congregación para la Doctrina de la Fe,
Respuesta a la duda acerca de la doctrina de la Carta Apostólica <>, 28.10.1995.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo, 31.5.2004, n. 12
Congregación para la Educación Católica, Orientaciones educativas sobre el amor
humano. Lineamientos de educación sexual, 1.11.1983, n. 4
Juan Pablo II en la Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa ha
descrito la situación por la que atraviesa Europa y ha indicado las pautas para
poder salir de esa vida carente de esperanza.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo, 31.5.2004, n. 5
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa,
28.6.2003, n. 120
Ibidem, n. 42
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo, 31.5.2004, n. 13
Juan Pablo II, op.cit.n. 41
Congregación para la Doctrina de la Fe, op. cit., n. 13
Juan Pablo II, op.cit.n. 41
Juan Pablo II, op. cit. nn. 46, 47, 49.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo, 31.5.2004, n. 16
Juan Pablo II, op. cit., n. 47
Juan Pablo II, Carta a las mujeres, 29.6.1995, n. 9 – 10.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo, 31.5.2004, n. 14