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para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 

Historia política como historia salvífica

Sondeos en la historia de Israel1

 

José Roberto Arango, S.J.2

Resumen

 

La actualidad de la encarnación del Hijo de Dios está en el centro de la problemática de «lo político». Ésta es el cuerpo social que permite la comunicación del Espíritu que habita al ser humano. El pueblo de Israel buscó a lo largo de su historia un determinado orden económico, político, social y cultual que diera forma estructural a su particular experiencia de Dios y la manifestara adecuadamente a sí mismo y a los otros pueblos. En ese orden de cosas social que se buscó conscientemente, y a través de los vaivenes del acontecer humano, se fue manifestando Dios a Israel y se lo fue percibiendo como aquel que quiere hacer comunión histórica concreta con el hombre. Jesús es el culmen de esa búsqueda de comunión y, junto con la comunidad de sus discípulos, se ubica en la misma línea de sus antepasados al tratar de edificar a Israel escatológico caracterizado por ser una comunidad de hermanos, familia presidida por el único Padre que es Dios.

 

* * *

 

La problemática que ha querido abordar este foro es apasionante. En ella están en juego aspectos centrales de la fe cristiana, particularmente el de su expresión y confesión pública, ámbito en el cual los seguidores de Jesucristo lo hacemos creíble para los demás hombres y mujeres. En otras palabras, «lo político», que puede llegar a ser cualquier aspecto de nuestra sociedad con tal de que éste pueda ser especificado3 como tal en un momento dado, es el cuerpo social que permite la comunicación del Espíritu que habita al ser humano. Está, pues, en el centro de esta problemática, la actualidad de la Encarnación del Hijo de Dios quien continúa aconteciendo en la humanidad y, en manera particular, a través de quienes nos hemos adherido explícitamente a Él por la fe, la sigue tocando con su acción salvadora, transformándola progresivamente en humanidad nueva.

 

Agradezco, pues, a la fundación «Mariana de Jesús» y particularmente al P. Allan Mendoza, S.J., la invitación que cursó a la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana a través de su decano académico, el P. Carlos Novoa, S.J. La participación en este foro nos da la ocasión para aportar en este proceso de reflexión sobre el tema tan importante que nos ocupa y, junto con todos ustedes, poder construir un pensamiento y contribuir a poner las condiciones de una experiencia que nos disponga a dar testimonio vivo, comunitario, público y orgánico de nuestra fe.

 

Estas reflexiones que comparto con ustedes se enmarcan, obviamente, dentro del cometido que nos propone el documento «Foro Internacional: 'Cristianismo y Política'. Fundamentos y Propósito» que nos fue enviado con la invitación a participar en este evento. Teniendo este escrito como punto de referencia, me propongo, en general, aportar positivamente a la superación de la crisis ética de la política mediante un acercamiento a ella desde la luz normativa que brota de la Sagrada Escritura.

 

Es objetivo concreto de estas páginas dar luces, desde la Historia de Israel, para colaborar en la solución de dos dificultades:

a) La reducción de la fe al fuero privado. En este punto pretendo ayudar en la búsqueda de una relación adecuada entre «lo privado» y lo «público».

b) La mayor exigencia actual, en nuestro continente, de una presencia fecundante y explícita del cristianismo en un proyecto social – laical para refundar la política.

 

Me detendré en varios momentos claves de la historia de Israel. El primer sondeo que hacemos, siempre guiados por el objetivo que pretendemos, es en el tiempo de formación y consolidación de Israel como sistema tribal en el cual los miembros de la primitiva sociedad israelita quisieron vivir en concreto un ideal social, económico y político que ellos entendieron como voluntad de Dios. Examinamos luego el Reino de David como experiencia real paradigmática de salvación. En un tercer apartado indicamos, en forma general, los diferentes procesos sociales que se vivieron en la monarquía después de David y, sobre ese marco, el significado de los profetas en la sociedad israelita. Acto seguido, decimos algunas palabras sobre el libro del Deuteronomio que sin duda nos aporta muchas luces a la problemática que nos tiene aquí reunidos. El quinto y último paso que damos es comentar sobre la comunidad que Jesús quiso al buscar discípulos: una familia viviendo la fraternidad y la solidaridad, encarnada en su coyuntura histórica, fermento de una sociedad transformada por la acción de hombres y mujeres que han experimentado en ellos mismos un cambio radical en sus vidas. Para cerrar estas reflexiones, sintetizaré algunas conclusiones.

 

Antes de entrar en materia, permítanme hacer algunas breves aclaraciones previas:

 

1. Manejo en esta exposición un amplio concepto de política, basado en la Exhortación Apostólica Christifideles Laici de Juan Pablo II. En el número 42 de ese documento se da entender que la política es «la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común»4. Como lo dije al principio, toda realidad social puede llegar a ser un tema político. Esto será posible en la medida que pueda especificarse como tal, es decir si adquiere un carácter público (el bien común), y si con respecto a esa realidad es preciso tomar decisiones vinculantes para todos los miembros de la comunidad o sociedad5.

 

2. La mentalidad hebrea era unitaria. En consecuencia, la diferenciación entre lo social, lo religioso, lo económico y lo político que hacemos hoy tan radicalmente, como subsistemas aparte, era ajena a los miembros de la sociedad Israelita. La fe en Yahvé no era un aspecto aparte de la existencia política en sociedad, ni estaba relegada a la esfera privada, pues el individuo existía ligado íntimamente a la comunidad.

 

I. FORMACIÓN DE ISRAEL COMO SISTEMA TRIBAL

 

1. Preliminares

 

Israel se formó como magnitud política, económica, social y religiosa en las montañas de Palestina media y norte. La primera vez que aparece el nombre ‘Israel’ en documentos extra-israelíticos es en la estela de Mernephtá hacia el año 1200 a.C., es decir, a finales del segundo milenio6.

 

La conformación de Israel es heterogénea. En él hay Egipcios, semitas, cananeos, hititas y unos individuos mal vistos por los centros de poder de ese entonces porque vivían al margen de las sociedades dominantes: las de Mesopotamia, Egipto, y los reinos feudales cananeos. Éstos últimos integrantes son los denominados despectivamente ‘apirú'7, término que pasó luego a designar a los miembros de Israel en general. Es la palabra ‘hebreo’ que nosotros conocemos.

 

Por esa época en Palestina existía el sistema feudal de las ciudades-estado. En la ciudad amurallada vivían el rey y su corte, y los funcionarios, militares, comerciantes y artesanos. Alrededor de ella se encontraban las aldeas. Éstas concentraban al campesinado que era la mayoría de la población. Estaban dominados por tributos, que eran trocados por protección militar de la ciudad, y por diezmos de trigo, aceite, vino y pago de derecho de pastos8.

 

La pauperización que implica esa situación de dominación se ve agravada por la presencia de los egipcios quienes fueron siempre el imperio dominante en ese corredor de paso que es Palestina, importantísimo para el comercio. Aunque en estos tiempos se encontraban débiles por la invasión de los pueblos del mar, continuaban teniendo presencia a través de saqueos, incursiones militares para reclutar esclavos y por la imposición de tributos.

 

Un serio conflicto estaba en escena en esa época: entre los faraones y los dinastas locales de Canaán, por una parte, y los campesinos y marginados de la sociedad feudal, por otra. Estos últimos, apremiados por una situación cada vez mas insoportable en la cual se hacían más difíciles las posibilidades de sobrevivencia, comenzaron a presentar resistencia a los centros de poder feudales huyendo hacia las montañas, lejos de su dominio, dejando solos a los líderes del sistema feudal. Además, el imperio Egipcio que se había debilitado por diversas circunstancias, entre otras por la presencia de los filisteos en el sur-occidente de Palestina, no podía asistir militarmente como antes a los dinastas locales cananeos quienes se encontraban envueltos en guerras entre sí.

 

La consecuencia de estos conflictos no se hizo esperar. Los reyezuelos de las ciudades-estado comenzaron a caer y a desaparecer casi en su totalidad. En medio de estas confrontaciones sociales se forma Israel en las montañas, lejos de la dominación cananea, a partir de los empobrecidos, excluidos y marginados quienes comenzaron a manifestar una marcada tendencia a unificarse. Este grupo social experimentó en Palestina la liberación de Egipto que era quien sostenía realmente a los dinastas de las diferentes ciudades.

 

En este proceso de unificación la recién llegada fe en Yahvé, traída por el grupo de Moisés, juega un papel definitivo. De hecho, a medida que fue penetrando la fe en Yahvé se aceleró el proceso de autonomía en sus territorios y la fe de esos grupos se fue unificando alrededor de Yahvé con base en experiencias de liberación semejantes9. Los grupos identificaron al Dios del grupo con el Dios Yahvé. Es un Dios que les llega, no lo buscaban. Es un Dios que se ajusta a su realidad: elige las personas, es protector de los esclavos, tiene una tendencia grupal. Esta unidad religiosa va a traer la unidad nacional, hecho de gran significación para la historia del pueblo de Israel.

 

2. El sistema tribal de Israel

 

Israel nace como resistencia al sistema explotador y opresor de los reinos cananeos. En las montañas comienza a constituirse en una liga o asociación igualitaria de tribus creyente en Yahvé. En ella se manifiesta una tendencia a vivir en contraste con la sociedad de su tiempo. Todo en Israel está pensado en términos de igualdad y solidaridad10.

 

Israel rechazó conscientemente la centralización del poder cananeo para defender su propio sistema descentralizado. El tribalismo de Israel fue un «instrumento autoconstruido de resistencia y autogobierno descentralizado...para romper el monopolio centralizado y estratificado de expropiación de recursos naturales y humanos de los cuales el pueblo de Israel había formado parte esencial antes de su acto de rebelión... Fue una revolución social, políticamente consciente y deliberada»11.

 

Esa sociedad contraste fue ideada y construida con elementos que efectivamente permitieran vivir la igualdad y solidaridad. La base de la sociedad israelita era la familia ampliada, o sea la casa paterna, integrada por dos o tres generaciones. Es una unidad socioeconómica, residencial, propietaria de un terreno familiar y autosuficiente.

 

El segundo nivel de la sociedad es el llamado clan. Éste funcionaba como una asociación protectora de las diferentes familias ampliadas que la componían. Su finalidad era hacer efectiva la solidaridad, pues era obligación en el ámbito del clan ir en ayuda de las familias que por diversas circunstancias se encontraban en situaciones de fragilidad. Servían de enlace transversal en el sistema tribal e integraban la sociedad hebrea12. Los excedentes económicos que se produjeron con el correr de los años debían dedicarse a la ayuda mutua entre las familias de cada clan, el cual evitaba cualquier restricción sobre la primacía de la familia y cualquier usurpación de los papeles positivos de la misma13.

 

La tribu es el tercer nivel de la organización de Israel. Es una asociación autónoma territorial, formada por familias agrupadas generalmente en aldeas, relativamente homogéneas. Éstas debían proteger a todos sus miembros a través de grupos locales o regionales de familias que tenían responsabilidades primarias y directas para bienestar mutuo14.

 

El cuarto nivel es el macro: todo Israel. Políticamente, Israel es una liga de tribus con elementos fundantes: a) Adhesión exclusiva a Yahvé por medio del culto y una ideología que es fundamentalmente una forma de comportamiento social: una ética. Yahvé es un Dios liberador de esclavos y oprimidos que pide una ética grupal. b) Compromiso con una tendencia social y económica igualitaria garantizada con un derecho o conjunto de leyes que lo concretizan15. Esa tendencia igualitaria es el rasgo que define la política del antiguo Israel. c) Disposición a defensa militar, ya que Palestina es un corredor territorial muy apetecido por los imperios.

 

En Israel el culto era una celebración para fundamentar su fe nacida en las experiencias de liberación y de unidad que habían tenido y seguían viviendo. Esa fundamentación la hacían celebrando ritualmente la historia pasada como acción de Yahvé. Lo jurídico estaba ordenado a garantizar el funcionamiento de esa sociedad que había nacido de sus tendencias profundas a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad y que habían percibido como voluntad histórica de Dios.

 

Ese modelo de sociedad igualitaria para corregir en y por sus miembros la esclavitud y la violencia que habían sufrido fue posible porque echaron manos de su ethos familiar presente en sus tradiciones. Sobre ese patrón familiar de estructura y costumbres montaron la Tribu y luego la Federación de Tribus como instituciones16. En consecuencia, Israel se concibió como la familia de Yahvé, compuesta por hermanos viviendo en igualdad social, económica y política sobre la base de la posesión familiar de la tierra (heredad).

 

En síntesis: Israel surge en Canaán, bajo las condiciones del feudalismo cananeo, integrado por diversos grupos sociales marginados (campesinos, apirú) y étnicos (cananeos, egipcios, semitas), quienes recibieron un definitivo impulso para la unidad a partir del encuentro con el grupo mosaico portador de la Fe en Yahvé que, por tener una experiencia semejante de liberación y deseo de libertad, fue un factor definitivo para la unificación de las tribus, y con el objetivo de establecer una sociedad contraste, libre de las opresiones y esclavitudes que habían padecido anteriormente bajo el régimen egipcio, bien en Egipto o en Palestina, para lo cual se fue ideando un ordenamiento jurídico adecuado, sobre la base del ethos familiar17.

 

II. EL REINO DE DAVID

 

David era un judaíta, jefe de banda; como tal, era un individuo aguerrido, dedicado con su grupo a hacer justicia por su propia cuenta18. Después de diversos acontecimientos19 que no vienen al caso aquí, y luego de haber sido mercenario para los filisteos, quienes le dieron la posibilidad de ser uno de los pequeños reyes de Judá en la ciudad de Siquelag20, el propio David con su grupo propina una definitiva derrota a los filisteos quienes prácticamente habían arrebatado la tierra a Israel, concretamente a las tribus del Norte que formaban la Federación. Con este golpe de gracia, David, que era de una tribu que no pertenecía a la Federación de Israel, recupera la tierra y se abre paso la unidad nacional de todos los grupos tribales incluyendo en ellos por primera vez al grupo de Judá. Se afianzó así la posesión de la tierra de Palestina sin competencias, establemente y en seguridad bajo el reinado de David.

 

La recuperación de la tierra debió de ser para los israelitas aún más significativo que el mismo establecimiento en Canaán, pues no es lo mismo llegar a poseer una tierra que no se tenía que volverla a poseer después de conquistada y perdida. A este hecho que condujo a la aclamación de David como rey de Israel, además de ser ya rey de Judá, el nuevo monarca añadió otros hechos que tienen que ver con su comportamiento y su tacto políticos, los cuales, en conjunto, llevan a los miembros del pueblo de Israel a considerar la época del reinado de David como un modelo de salvación aconteciendo concretamente en la historia. Para nuestro interés resulta muy útil ver cuáles son los hechos percibidos en ese sentido:

 

a) David no fue como los reyes conocidos hasta entonces. No tuvo corte ni esclavos. No se dedicó a hacer grandes construcciones, ni templo, ni tuvo ejército regular.

 

b) Gobernar, para él, era sobre todo administrar justicia entre la gente de su reino. Se comportó como padre de familia que hace funcionar el orden de cosas de su reino: que se vivan las costumbres familiares, que se obre justicia y que se castigue a quienes no la viven. David aseguró los ideales tribales de Israel como sociedad igualitaria.

 

c) David unió el norte y el sur. Eligió a Jerusalén como capital del nuevo reino, pues era una ciudad neutra, que no pertenecía ni a Israel ni a Judá. Jerusalén fue conquistada por David y su grupo de manos de los jebuseos, pequeño reino feudal que aún subsistía por aquel tiempo. Otro hecho importante para la unidad fue el traslado a Jerusalén del arca de Yahvé, símbolo de la Federación de Tribus, que había caído en manos de los filisteos.

 

d) La unidad nacional creada por David fortificó el modelo familiar, esta vez como modelo de la institución monárquica. Se acentuaron los vínculos que unían los diferentes grupos como si fueran una asociación de parientes en una gran familia, el Pueblo de Yahvé o la Familia de Yahvé21.

 

Esta realidad política, económica y social del reinado de David fue percibida como acontecer salvífico de Yahvé en la Historia. A través de esos hechos llegaron a entender en forma completa en qué consiste la acción salvadora de Dios. Se trata de una historia concreta, con unas tendencias específicas, en la que ven claramente el actuar de Dios.

 

III. LA ÉPOCA DE LA MONARQUÍA Y LOS PROFETAS22

 

La unidad nacional continuó bajo Salomón. Sin embargo este hijo de David optó por un estilo de monarquía que seguía más el modelo de los reinos cananeos. En consecuencia, los ideales tribales, de los cuales eran portadores sobre todo las tribus del norte, fueron relegados. La política central fue abandonando la guía que había tenido bajo David y se fue alejando de los valores del sistema tribal. Este divorcio aconteció en varios hechos:

 

a) La formación de la corte y la constitución de un cuerpo de funcionarios y de un ejército regular. Esto supone un aumento grande de gastos que tendrán que pagar sobre todo las tribus norteñas.

 

b) Construcción de ciudades amuralladas, fortalezas y caballerizas para los caballos utilizados en el tiro de los carros de guerra.

 

c) Para obtener los recursos con los cuales cubrir los nuevos gastos, además del comercio, Salomón montó un sistema de doce distritos económicos a través de los cuales se cobraban los tributos23. Estos distritos afectaron sólo a las tribus del norte. Con esto se ponen las bases de la división del reino.

 

d) Salomón establece relaciones diplomáticas con los estados vecinos. Esto implicaba nexos matrimoniales24 con otros estados, lo cual, a su vez, comportaba la importación de cultos extranjeros. Estos no venían solos. Traían una concepción absolutista de la monarquía y una diferente manera de pensar sobre la posesión de la tierra, la cual para ellos era comerciable. Claudicar de la fe en Yahvé significaba claudicar al mismo tiempo de su particular enraizamiento social.

 

El reinado de Salomón fue una experiencia de esclavitud dentro del mismo Israel. Los que más sufrieron esta situación fueron los grupos del norte. Por eso fue obvio que al morir el rey, las tribus de Israel quisieran separarse de Judá. Era de esperar que tras ese deseo retornaran ellas a la federación tribal, pero lo que aconteció fue la formación de una monarquía que, paradójicamente, acentúo todos los males sociales que Salomón había ya institucionalizado. Por su parte, el reino de Judá siguió también por los mismos caminos con Roboam, sucesor de Salomón.

 

La monarquía no constituía para Israel algo irrenunciable25. En lo que no podía ceder Israel era en la construcción de una sociedad liberada, donde se viviera en solidaridad e igualdad, donde los débiles fueran protegidos, donde los pobres pudieran tener acceso a lo necesario para vivir y no se vieran discriminados26. Estos ideales del yahvismo auténtico fueron sepultados por la monarquía desde Salomón. Pero estaban tan arraigados en la conciencia popular que volvieron a emerger fuertemente a través de unos personajes libres, apasionados y agudos: los profetas.

 

Los profetas preexílicos, Amós, Oseas, Isaías y Miqueas, son representantes eximios de la mentalidad tribal que había sido sofocada por la monarquía. El más determinante entre ellos es Amós27. Su preocupación fundamental es el tratamiento que vienen padeciendo los campesinos que, si bien tenían terreno familiar propio, se veían duramente golpeados por los impuestos que los llevaban con frecuencia a tener que pedir prestado para subsistir. Estos préstamos desencadenaban un proceso de empobrecimiento, pues para pagarlos tenían que enajenar la propiedad familiar e incluso, venderse ellos mismos, su mujer y sus hijos como esclavos. Aparecía así una clase oprimida en el lugar de aquellos pequeños propietarios. La consecuencia de este proceso es la pérdida de la condición de miembro libre y con derechos dentro de la sociedad israelita, lo que significaba un gran peligro para Israel como Pueblo de Yahvé, sociedad igualitaria.

 

Lo que buscan los profetas en su ministerio es que la política llevada a cabo por los monarcas trate efectivamente de restablecer el orden social igualitario y fraterno que define la existencia de Israel como Pueblo de Dios. Ese orden lo expresan ellos como justicia (sedaqah) y derecho (mishpat) que con frecuencia usan en paralelismo dando a entender que se trata de un ambiente que conforma la existencia del pueblo en los niveles cultual, político y económico28.

 

En el desequilibrio que la monarquía introdujo por la forma como de hecho organizó la sociedad de Israel, los profetas vieron una grave amenaza, no solo para la clase más afectada sino para todo el Pueblo de Yahvé, pues el verdadero israelita era el que participaba libremente de la salvación a través de la posesión de la tierra como herencia que Dios le había dado gratuitamente.

 

Los profetas, pues, pretendían una corrección estructual de la monarquía, de manera que ésta se guiara por el orden de cosas de Yahvé. Ellos veían que si esto no se daba en la historia de Israel, Yahvé no se santificaría, es decir, no habría quien diera testimonio de su acontecer salvífico. Y, al mismo tiempo, Israel perdería su identidad como pueblo de Yahvé. En otras palabras, en la manera de proceder en la política de Israel estaba en juego la identidad de Yahvé y la identidad de ese pueblo. La forma de organización institucional de la sociedad de Israel era una realidad en la cual se confesaba la fe en el Dios que los había elegido y llamado a la existencia como pueblo.

 

V. EL DEUTERONOMIO

 

Despues de la caída del reino del norte, debido a la invasión asiria, hubo una gran migración campesina hacia el reino Judá. Con estos desposeídos penetran en el sur tanto las tradiciones históricas de la Federación de Tribus como las tradiciones proféticas que buscaban el restablecimiento de los ideales tribales del yahvismo, las cuales, unidas al movimiento profético del sur, muy semejante al del norte, dan origen a un movimiento reformador que se ha llamado el deuteronomismo, cuyo producto literario principal es el libro del Deuteronomio.

 

A la base de ese libro hay una concepción muy clara de lo que significaba ser un pueblo elegido. Aparte de la gratuidad implicada en la elección, ésta comportaba la responsabilidad de ser un pueblo como Yahvé quería, según su voluntad.

 

Pero el Deuteronomio no sólo es eso. También es un ordenamiento jurídico, expresado en un código que garantiza el funcionamiento real de ese pueblo. Ese ordenamiento era radical: pretendía eliminar la pobreza de en medio del Pueblo de Dios y velar por las viudas, los huérfanos, los forasteros y los levitas, quienes por diversas circunstancias estaban en condiciones de inferioridad a nivel social y económico. Esta tendencia fraterna e igualitaria se ve también en la reforma del culto que se fundamenta sobre la familia, pues en él deben participar las personas anteriormente mencionadas en calidad de hermanos iguales29. Lo cultual reforma la sociedad30 y tiene implicaciones políticas y económicas.

 

 

V. LA COMUNIDAD QUE JESÚS QUISO31

 

Jesús comienza su ministerio en el marco de la preocupación de Juan el Bautista y de otros grupos y movimientos por la verdadera identidad del Pueblo de Dios. También Él quiere congregar el Pueblo de Yahvé y prepararlo para Dios. También quiere responder a la crisis de identidad que padece el pueblo.

 

El Antiguo Testamento muestra la voluntad salvífica de Dios quien se busca un pueblo para hacerlo real e históricamente signo e instrumento de su salvación para los demás pueblos de la tierra, comenzando por Abraham y los suyos32. Esta actuación de Dios en la historia pasa por todas las vicisitudes que hemos visto en los apartados anteriores y toma formas concretas en todos los niveles de la vida de ese pueblo.

 

Cuando Jesús piensa en congregar al Pueblo de Dios no lo concibe como una comunidad puramente espiritual. El seguimiento al que llama no es invisible. Tiene la densidad específica de sus comidas con pecadores, de su misericordia con los enfermos, de su violenta muerte en cruz. A veces se juzga injustamente a Jesús al pensar que su intención es puramente espiritual y se dejan relegadas al Antiguo Testamento las crudas concreciones del devenir histórico real. El Israel que Jesús llama a sí es el Israel «que existe desde antiguo como comunidad ante Dios (aunque es una comunidad enferma y desgarrada)»33.

 

Sería pretensioso por parte de Jesús querer instituir un pueblo que tenía mil años de historia. Lo que quiere es reunirlo y restaurarlo. Como al llamado de Jesús la mayoría del pueblo se niega, entonces se concentra en el grupo de sus discípulos quienes son entendidos por Él como representación de todo Israel y signo de todo el pueblo convertido para ser, a su vez, instrumento de salvación universal a ritmo de encarnación. Así se revela el proceder de Dios en Jesús: desde abajo, desde lo más pequeño.

 

Ya hemos visto que el Pueblo de Dios tiene un ordenamiento específico en el Antiguo Testamento. Jesús no se aparta de él sino que trata de hacerlo concreto en lo que las circunstancias le ponen delante: en sus discípulos. Por ello esta comunidad escatológica tendrá unas características particulares, con unas relaciones sociales distintas a las reinantes en las sociedades humanas. Será una sociedad contraste. No hay lugar en ella para la represalia, ni para las estructuras de dominio34; ya no tienen padres dominantes, sino a Dios mismo35. Los vínculos que cuentan no son los de sangre, sino que la práctica de la voluntad de Dios es lo que los hace hermanos36. En la nueva familia solo caben la maternidad, la hermandad, la posesión igualitaria y la filiación ante Dios Padre.

 

La salvación pasa por esa comunidad a la que apunta Jesús. Ese signo debe ser cuidadosamente construido y cultivado, pues él es el fermento en la masa, es la semilla del Reino de Dios, es decir, de la soberanía divina que se manifiesta en él para alcanzar a todo el mundo mostrando que la humanidad funciona más auténtica y verdaderamente cuando se logran establecer unas relaciones sociales fraternas.

 

REFLEXIONES FINALES

 

Al llegar a este punto, cuando comenzamos a concluir, es conveniente tomar conciencia de que nosotros estamos ubicados a continuación del punto anterior. Los cristianos somos esa comunidad que Jesús quiso. Hoy Jesús nos cuenta entre sus discípulos y apóstoles y, por tanto, espera de nosotros la constitución del nuevo pueblo que Él quiso reunir y restaurar. La presencia convocante actual de Jesús somos nosotros. El cristiano en comunidad es Jesús, de nuevo encarnado37, que continúa salvando a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. No es poca nuestra responsabilidad.

 

Salta a la vista en el rápido recorrido por los momentos fundantes de la historia de Israel que acabamos de hacer, que la salvación de Dios para la humanidad acontece articulada en todos los espacios de la vida. No podría ser de otra forma, ya que Dios espera nuestra respuesta desde las situaciones concretas en que vivimos. Para que la acción creadora de Dios sea eficaz se necesita de nuestra obediencia y ésta sólo es real cuando se desarrolla un tipo de existencia animada por las tendencias divinas que hay en el hombre.

 

Tal existencia pasa ineludiblemente por lo político como lo vimos abundantemente. Más aún, no sólo pasa, sino que la actividad política, entendida en forma amplia como anoté al principio, es la que garantiza la conformación de una sociedad que permita a los hombres y mujeres ser más auténticamente humanos, siendo efectivamente hermanos solidarios en condiciones de libertad e igualdad. Vivir ese tipo de sociedad o, al menos encaminarnos decididamente hacia ella a través de procesos sociales, políticos y económicos que implican liberaciones sucesivas y conquistas continuas para vivir establemente la libertad38, es no solo aceptar la comunión con Dios en la historia, es decir, la salvación, sino experimentarla en forma concreta. En el escenario social se confiesa la fe en un Dios liberador de esclavos, protector de los frágiles y débiles, entregado en Jesús hasta la muerte. Esta fe se confiesa entregándose, crucificándose por crear una humanidad nueva que sólo existe en sociedad.

 

La fe en Yahvé fue vivida comunitariamente. No pertenecía a la esfera de lo meramente individual. Más aún, cada miembro de Israel participaba de la salvación ofrecida por Dios en la medida en que era miembro de esa gran familia que era el pueblo. El Israelita confesaba su fe en Dios a través de comportamientos éticos determinados que lo identificaban como miembro de una sociedad construida en contraste con las conocidas entonces.

 

Dentro de esa concepción continúan Jesús y sus discípulos. La preocupación de Jesús por constituir un grupo representante del nuevo Israel refleja esa misma mentalidad. En esa nueva comunidad acontece Dios entregándose Jesús a sus discípulos y éstos, a ejemplo de su maestro, entregándose unos por otros, en memoria suya. Cada uno de ellos, en su intimidad, vive la fe sólo en la medida en que participa de ese acontecimiento divino en la comunidad. No podía ser de otra forma. Dios es amor, es entrega, es don. Jesús no se aferró ni a su condición divina sino que se despojó de todo, incluso de sí mismo39.

 

Nuestra fe, pues, no puede ser relegada al ámbito de lo privado. Si así fuere, se la desvirtuaría. ¿No apuntan hacia un compromiso con todo lo humano los dichos de Jesús en el sermón del monte al referirse a sus discípulos como la sal de la tierra y la luz del mundo? Pero se es sal y luz no desde fuera y desde una instancia superior, sino desde dentro de los procesos sociales y codo a codo con los hombres y mujeres que sueñan y trabajan por una humanidad nueva, a la manera como Dios salva la humanidad no desde arriba sino desde su base.

 

El desarrollo de la historia de Israel arroja luces sobre algunos aspectos particulares:

 

1. El conflicto: Israel, el pueblo de Dios, nació en medio de los conflictos sociales y políticos e hizo parte de ellos. Lo que importa no es cómo suprimir el conflicto, o cómo evadirse de él, sino cómo participar rectamente en él de manera que, dentro de lo posible de la historia, se resulte viviendo socialmente en forma adecuada con lo que Dios quiere y muestra a través de unas tendencias que para los cristianos resultan normativas.

 

2. Características de la política: ésta no forma un subsistema aparte de los otros aspectos de la sociedad, sino que está en íntima relación con ellos y se ocupa de ellos en cuanto que todos afectan al conjunto social. Busca, pues, el bien común que se concretiza en estructuras sociales y económicas solidarias, igualitarias y fraternas. Estas deben garantizar una protección eficaz de los miembros más débiles de la sociedad y buscar la eliminación de la pobreza.

 

3. La acción política del cristiano tiene su modelo en la encarnación. El cristiano es por definición el hombre solidario, comprometido radicalmente en cada coyuntura histórica, con especial preocupación por el pobre y por el excluido. La distancia crítica que le aporta su fe no lo exime de su empeño eficaz, pues por tratarse de una fe que se vive y se confiesa en la historia real, siempre tiene que estar en la trinchera de los procesos sociales con la perspectiva de los más débiles.

 

4. La fe en Dios juega un papel decisivo en la conformación de la sociedad en la medida en que se lo percibe como creador de un pueblo con unas características distintivas, en contraste, con los demás pueblos vecinos. Por esto ni siquiera el «aspecto» religioso es ajeno al devenir político y social. Al contrario, aglutina el proceso social en una dirección determinada: la unidad, la solidaridad y la igualdad que son percibidas como tendencias divinas dentro del hombre.

 

Lo anterior no implica una manipulación de lo religioso por lo político. Nuestra fe con lo que ella comporta de concepción de Dios y del hombre experimentados en comunidad y en sociedad, es decir, con sus ideales y valores que jalonan los procesos históricos, se convierte en instancia crítica que posibilita la no absolutización de las formas sociales que se van construyendo, y garantiza que siempre se continúe la búsqueda de estructuras que encarnen más adecuadamente los ideales sociales que nuestra fe en el Dios liberador nos propone incesantemente.

 

5. La comunidad cristiana, puesto que es una realidad social determinada e inscrita en una coyuntura particular, tiene una influencia política ineludible. Por tanto, es necesario conformar comunidades cristianas muy conscientes de su significado y de los ideales que deben encarnar en contraste con nuestras sociedades actuales dominadas por la dinámica salvaje del mercado con sus mecanismos económicos que «van haciendo más rígida las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros»40.

 

En la comunidad cristiana se confiesa la fe en Jesucristo por la instauración de relaciones realmente fraternas e igualitarias de hombres y mujeres entregados los unos por los otros, por la participación de sus miembros en las diversas dinámicas sociales con el sentido e ideales que la fe nos propone y por la celebración alegre y fraterna de la fe en un Dios misericordioso que nos hace felices y que en cada liturgia nos compromete más seriamente a ser testigos de su acontecer salvífico en medio de los conflictos sociales que afrontamos.

 

El cristiano, pues, participa en política en dos sentidos: el primero, en hace parte de una comunidad cristiana viva y consciente. Este tipo de participación es ineludible. Pensar que se es neutro y que es posible refugiarse en lo individual e íntimo para vivir la fe, no solo es desvirtuar esa misma fe, sino asumir una posición política. El «apoliticismo» favorece a los que quieren imponer por la fuerza sus políticas económicas y sociales que conducen a mayor desigualdad y exclusión.

 

El segundo sentido es la participación directa del cristiano en la actividad pública para lo cual algunos tienen cualidades particulares a las cuales se les suma los criterios y valores que surgen de la fe y que deben ser puestos en acción en cada coyuntura.

 

Ambos sentidos de la participación política de los cristianos son urgentes en nuestro mundo actual. El segundo es muy necesario porque se ocupa más directamente de lo político y tiene una influencia más inmediata, por ejemplo, en la construcción del ordenamiento jurídico o en el establecimiento de políticas económicas que garanticen el acceso justo a los bienes fundamentales, base real de la libertad e igualdad. Además, cada cristiano debe saberse en la línea de aquellos profetas que pretendieron corregir estructuralmente la esclavizante sociedad de su tiempo. Jesús mismo se ubica dentro de esa tradición y su acción salvífica hace que nos comprendamos como profetas del Nuevo Testamento, es decir, como testigos de Jesús41.

 

Sin embargo el primer sentido es decisivo, porque es comunitario, y como tal es signo eficaz de una nueva sociedad desde sus estructuras básicas. Más aún, la participación del cristiano en la esfera pública tendrá tanto más influjo cuanto esa persona pertenezca a una comunidad cristiana en donde confronte su práctica política y celebre la fe que lo anima junto con sus demás hermanos que lo apoyan y respaldan.

 

Para concluir: si a Jesucristo lo detuvieran por la calle y le pidieran su tarjeta de identidad sacaría de su bolsillo una comunidad cristiana solidaria, fraterna, viviendo en condiciones de igualdad, siendo fermento de toda la sociedad y gritando con su testimonio: «El Reino de Dios está entre nosotros».

 

1Ponencia leída en el Foro «Cristianismo y política» realizado en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito, entre el 5 y el 8 de mayo de 1998, programado por la Fundación Mariana de Jesús y por la Compañía de Jesús. Fue publicada en la revista Fe y Justicia 4, julio 1998, Quito.

2Decano del Medio Universitario de la Facultad de Teología, Pontificia Universidad Javeriana. Licenciado en Filosofía y Letras y Diplomado en Teología, Universidad Javeriana, Santafé de Bogotá; Licenciado en Sagrada Escritura, Pontificio Instituto Bíblico, Roma.

3Serrano Gómez, E., Consenso y conflicto. Schmitt y Arendt: la definición de lo político, Chiapas, México, Grupo Editorial Interlínea, 1996, p. 145.

4Juan Pablo II, Christifideles Laici, n.42. En ese mismo sentido ya se había pronunciado el Vaticano II (G.S., n. 70.73-74).

5Serrano Gómez, E., Consenso y conflicto... , pp. 145-146.

6Herrmann, S., Historia de Israel en la época del Antiguo Testamento, Salamanca, Sígueme, 1985, p. 79.

7Estas personas marginadas se organizaban en bandas, asaltaban y se alquilaban como mercenarios a los reyezuelos de Canaán.

8Schwantes, M., Historia de Israel (local e origens), apuntes de clase para el curso del mismo nombre en la Faculdade de Teologia de São Leopoldo, 2o. semestre de 1993, 52-54. (Mimeografiado).

9Schwantes, M., Historia de ..., pp. 91-101.

10Gottwald, N., The Tribes of Yhwh. A sociology of the religion of liberated Israel, 1250-1050 B.C.E., Orbis Books, New York, 1985, p. 292).

11Gottwald, N., The Tribes of Yhwh..., pp. 324-325.

12Gottwald, N., The Tribes of Yhwh..., pp. 316 y 318.

13Gottwald, N., The Tribes of Yhwh..., pp. 316 y 318.

14Gottwald, N., The Tribes of Yhwh..., pp. 316 y 318.

15Gottwald, N., The Tribes of Yhwh..., p. 490.

16Gottwald, N., The Tribes of Yhwh..., pp. 489-497.

17Conviene aquí tener presente que «el sistema social premonárquico de Israel nunca fue igual en su conjunto de una década a otra y nunca alcanzó una forma acabada ya que fue abortado por la introducción de la forma política de la monarquía» Ver Gottwald, N., The Tribes of Yhwh..., p. 33).

18La actividad de David como jefe de banda se narra en 1 Sam 22-25.

19Sobre este punto se puede ver S. Herrmann, op. cit., pp. 190-199.

201 Sam 27, 1-6.

21Baena, G., Síntesis de Teología de la Biblia, apuntes de clase (mimeografiado), 1998, p. 10.

22Arango, J.R., «La utopía enterrada. Negación del ideal social en la monarquía de Israel», en Revista de interpretación bíblica latinoamerica (RIBLA) 24 , 1997, pp. 7-16.

23Cfr. Dreher, C.A., «O surgimento da monarquia israelita sob Saul», en A Palabra na Vida, n.50, São Leopoldo, CEBI, 1992, p. 10.

241Re 11,1-8.

25Herrmann, S., Historia de Israel..., pp. 175-176.

26Arango, J.R., La utopía enterrada..., p. 15.

27Koch, K., «Die Entstehung der sozialen Kritik bei den Profeten», Probleme biblischer Theologie, Gerhard von Rad zum 70 Geburstag, München, 1971, pp. 235-255.

28Koch, K., Die Entstehung der sozialen..., p. 254.

29Cfr. Dt 12,18.21; 26s; 15, 20; 16,7.11.14; 18,8; 26,11.

30Baena, G., Síntesis de la Teología..., p. 23.

31En este apartado me baso en Lohfink, G., «La Iglesia que Jesús quería. Dimensión comunitaria de la fe cristiana», en Cristianismo y Sociedad 12, Bilbao, Desclée de Brouwer, 2, 1986.

32Gn 12,3.

33Lohfink, G., La Iglesia que Jesús quería..., p. 38.

34Mc 10, 42-45.

35Mc 10, 29ss; Mt 23,9.

36Mc 3, 33-35.

37Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 109.

38No basta liberar de esclavitudes. Esto nos sacaría de una dependencia para caer en otra. Es necesario también crear un espacio público donde se pueda vivir la libertad (Serrano Gómez, E., Consenso y conflicto..., p. 143).

39Cfr. Flp 2, 6-8.

40Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, n.16.

41Ap. 19,10