Diferencias que hay entre la palabra divina interna y la palabra humana interna

 

PALABRA/DIVINA-HM:

Pero es preciso no perder de vista las diferencias que hay entre la palabra divina interna y la palabra humana interna. Son tres, especialmente:

a) La palabra humana es fugaz y perecedera. Un pensamiento ahuyenta a otro. Los pensamientos surgen del interior de la subconsciencia y vuelven a desaparecer de nuevo allí. Salen de entre las nieblas ondulantes del oscuro e impreciso reino de lo inconsciente y adquieren forma clara y diáfana. Con frecuencia no disponen de la fuerza necesaria para dar forma nuestra a personalidad. Las palabras humanas en que se encarnan los pensamientos son, como éstos, frágiles y fugitivas. Vienen y se van. Las pronunciamos y el viento se las lleva. Entre las palabras humanas fugitivas, indignas de una existencia duradera, se encuentran algunas dotadas de poder, y, entre éstas, algunas que son dignas de detentar ese poder porque encierran en sí valor y grandeza. Por eso ocurre a veces que una palabra humana conmueve al que la oye y le transforma. Hasta puede suceder que una palabra dada conmueva a toda una época, creando el horizonte de una nueva concepción del mundo y de un nuevo sentimiento de la vida. Tales palabras crean Historia y se muestran activas aun después del instante en que han sido pronunciadas. Pero lo que queda de esas palabras creadoras de Historia no son el sonido y la forma verbales, sino la fuerza operativa.

La Palabra divina, al contrario, es incondicionalmente subsistente. Es realidad purísima, sin presentar mezcla de realidad y posibilidad. La palabra de Dios no está sometida a la caducidad, porque participa del poder existencial de Dios. Su poderío existencial es el poderío existencial absoluto del Padre. Por eso existe desde la eternidad la palabra en que el Padre pronuncia (expresa) a Dios y al mundo. Durará eternamente. Es una palabra eterna. El Padre la pronuncia incesantemente desde la eternidad. Existe con fuerza incondicional en tanto que el Padre la forma siempre, a través de un proceso eterno. Resuena, por tanto, en todos los lugares y a través de todos los tiempos. Si es que nosotros no podemos percibirlo, la razón de ello consiste en que nos faltan los oídos adecuados. Pero llegará el tiempo en que dispondremos de esos oídos. En la existencia posthistórica Dios nos comunicará la capacidad auditiva necesaria para poder percibir la palabra del Padre.

b) A la fragilidad existencial de nuestros pensamientos y palabras viene a añadirse su pobreza de contenido. En ninguna palabra, en ningún pensamiento puede estar presente la riqueza de nuestra esencia y de nuestro saber, para no hablar de la riqueza de la realidad entera. La palabra expresa sólo un aspecto parcial de esa riqueza. Sólo raramente dispone un pensamiento de tanta fuerza y plenitud que veamos manifestado en él nuestro ser entero. Esto acontece a veces con ideas genialmente poéticas, artísticas y científicas. Tales ideas, obrando retroactivamente, pueden influenciar todo nuestro ser y darle forma. El no poder expresar adecuadamente mediante la palabra nuestros pensamientos y nuestro amor es el gran dolor de la conversación humana. Por medio de la palabra expresamos solamente una pequeña parte de lo que hay en nuestro espíritu y en nuestro corazón. La palabra humana es por eso siempre una alusión al mundo invisible e inaudible de la interioridad humana. Por medio de la palabra exigimos del oyente que oiga aquella realidad que se manifiesta en la palabra, pero que no puede encarnarse exhaustivamente en la palabra. Si no es capaz de hacerlo, si no puede percibir la realidad trascendente que resuena en la palabra humana, entonces hasta la palabra de más plenitud es para él un sonido vacío.

Totalmente distinto es el Logos de Dios. La palabra pronunciada por el Padre no sólo posee potencia existencial indestructible, sino también absoluta plenitud de contenido. El Padre ve toda la riqueza del ser con una sola mirada de infinita profundidad y extensión, y expresa su conocimiento por medio de un solo pensamiento de absoluta simplicidad e inconmensurable plenitud. No forma este pensamiento para objetivar y presentar ante su espíritu la realidad que ha de ser conocida. Antes bien, el pensamiento del Padre es la expresión intradivina y exhaustiva del conocimiento de Dios, y la revelación intradivina de su infinita actividad pensante. Esta manifiesta su fecundidad produciendo un pensamiento que no desaparece nunca, que subsiste, que posee la misma fuerza existencial y la misma plenitud que el Padre, el cual piensa y engendra pensando.

c) Por fin, la palabra de Dios no solamente es subsistente; además se conoce a sí misma y afirma su propia existencia. Por lo tanto, es Persona y está ante el Padre bajo la forma de yo personal. Se vuelve hacia el Padre y contempla su semblante; conversa con Él. Más aún, en tanto que se vuelve hacia el Padre no es más que la respuesta personal dada al Padre. La palabra personal intradivina es palabra del Padre en tanto que el Padre la pronuncia y es respuesta dada al Padre en tanto que esa palabra contempla al Padre. Hay, pues, en Dios multiplicidad personal porque tiene lugar en Él una conversación, porque en Él se da la comunidad de la conversación al Espíritu Santo, el cual es el lazo de su unidad. El Espíritu Santo es, por decirlo así, el sello que garantiza que el Padre y el Hijo se comprenden mutuamente en la conversación: en la palabra y la respuesta interviene y se manifiesta un amor infinito. El carácter personal de la palabra divina es la nota que la diferencia sobre todo de la palabra humana, la cual tiene carácter accidental.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA I
LA TRINIDAD DE DIOS
RIALP.MADRID 1960.Pág. 579 ss.