CAPÍTULO 5

Lo que es la santísima Trinidad:
La comunión de vida y de amor entre los tres divinos


25. La Trinidad es una eterna comunicación de vida

El Dios cristiano es la comunión eterna de los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los tres están eternamente borbotando el uno hacia el otro y construyendo un solo movimiento de amor, de comunicación y de encuentro. ¿Cómo entender mejor esta realidad? No se trata de descubrir el misterio de Dios. Se trata de captar el movimiento divino para poder vivir mejor la presencia y la actuación de la santísima Trinidad dentro del mundo y en nuestra trayectoria personal. La teología bíblica ha encontrado una palabra para expresar esta dinámica divina: vida. Se entiende a Dios como un vivir eterno, dador de vida y protector de toda vida amenazada, como la de los pobres y oprimidos por la injusticia. El mismo Jesús, el Hijo encarnado, se presentó como aquel que vino a traer vida, y vida en abundancia (Jn 10,10). Si analizamos un poco lo que supone la vida, captaremos mejor la comunión de los divinos tres.

La vida es un misterio de espontaneidad, un proceso inagotable de dar y recibir, de asimilar, incorporar y entregar la propia vida en comunión con otra vida. Ligada al fenómeno de la vida está la expansión y la presencia. Un ser vivo no está ahí como pudiera estar una piedra. El ser vivo tiene presencia, que significa una intensificación de existencia. El ser vivo habla por sí mismo; no necesita de palabras para comunicarse. Ante un ser vivo tenemos que tomar posición: acoger o rechazar la vida del otro. Toda vida incluye un proceso de comunión con algo diferente, con lo que entra en ósmosis, incorporándolo a sí mismo. Toda vida se reproduce en otra vida. Por su naturaleza, la vida se desarrolla. Significa siempre un proceso abierto a nuevas expresiones de vida. Entenderemos algo de la santísima Trinidad si la referimos al misterio de la vida. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son vivientes eternos que se autorrealizan en la medida en que se entregan unos a otros. La característica fundamental de cada persona divina es ser para la otra, por la otra, con la otra y en la otra. Cada persona viva se vivifica eternamente vivificando a las otras y participando de la vida de las otras. Lo mismo que uno no es feliz más que haciendo felices a los demás, igual ocurre en la vida trinitaria: cada persona es viva en la medida en que da la vida a las otras y recibe la vida de las otras. Porque esto es así, entendemos por qué el Dios cristiano solamente puede ser la comunión de los divinos tres y tiene que ser trinidad. Es más que dualidad: el Padre frente al Hijo. Es trinidad, que significa la inclusión de un tercero para expresar la plenitud de vida más allá de la contemplación mutua: el Espíritu Santo. La vida así constituye la esencia de Dios. Y la vida es comunión dada y recibida. Y la comunión es la Trinidad.

No sabemos qué es la vida. Pero la vida implica movimiento, espontaneidad, libertad, futuro y novedad. La Trinidad es vida eterna; por tanto, es libertad, donación y recepción perenne, encuentro consigo mismo para darse incesantemente. La Trinidad es novedad como toda vida, siempre en mutación, pero sin dispersión. Cada persona es para la otra futuro; por eso siempre es nueva y sorprendente.


26. Yo-tú-nosotros: La santísima Trinidad

El misterio de la santísima Trinidad ha significado siempre un desafío a la inteligencia de los teólogos, a saber: de aquellos cristianos que dedican su vida a pensar y a buscar las verdades que Dios mismo nos ha revelado. Los grandes concilios establecieron los marcos principales, a la luz de los cuales tenemos que orientar nuestro pensamiento sobre la santísima Trinidad. Pero los concilios no cerraron nunca las cuestiones, dándose cuenta de las insuficiencias de todo lenguaje humano. Al final de todo el esfuerzo, siempre terminamos en un silencio reverente. Pero antes de callar tenemos que hablar y emplear todos los esfuerzos de la inteligencia para hacer cada vez más luz, ya que sólo así haremos justicia a la grandeza de Dios y a la profundidad de su misterio. En este sentido, en los últimos decenios se ha profundizado mucho en el concepto de persona, aplicado al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Según la doctrina común, se entendía por persona la invidualidad que existe en sí, distinta de cualquier otra. Así, Padre, Hijo y Espíritu Santo son distintos unos de otros y tienen una existencia singular. Modernamente se ha profundizado en este concepto, acentuando un aspecto que no se había desarrollado suficientemente en el pasado, aunque estuviera presente en muchos teólogos cristianos. Persona es, ciertamente, un estar-en-sí, y por eso la persona significa una individualidad irreductible; pero esta individualidad se caracteriza por el hecho de estar siempre abierta a los demás. Persona es entonces un nudo de relaciones vuelto en todas las direcciones. Persona es un ser de relaciones.

La persona humana nos ofrece una analogía para que entendamos mejor lo que queremos decir cuando hablamos de los divinos tres como personas. En cada existencia humana descubrimos las siguientes relaciones: siempre hay una relación yo-tú. El yo nunca está solo. Es también siempre un eco de un tú que resuena dentro del yo. El tú es un otro yo, distinto, abierto al yo del otro. En este juego de diálogo yo-tú es donde la persona humana va construyendo su personalidad.

Pero no existe solamente el diálogo yo-tú. Existe también la comunión entre el yo y el tú. La comunión surge cuando el yo-tú se expresan juntos, cuando superan el yo y el tú y, unidos, forman una relación nueva que es el nosotros. Decir nosotros es revelar una comunidad. Pues bien, algo parecido con este proceso es lo que ocurre en la santísima Trinidad. El yo puede señalarse en el Padre. Este yo (Padre) suscita un tú que es el Hijo. El Hijo no es solamente la palabra del Padre. Es también la Palabra al Padre. De esta relación surge el diálogo eterno. El Padre (yo) y el Hijo (tú) se unen y revelan al nosotros. Es el Espíritu Santo. El es nuestro Espíritu, el Espíritu del Padre y del Hijo. Por consiguiente, tenemos aquí la unión divina, como expresión de la relación entre las tres divinas personas.

"Cristo nos revela que la vida divina es comunión trinitaria. Padre, Hijo y Espíritu viven en perfecta intercomunión de amor, el misterio supremo de la unidad. De allí procede todo amor y toda comunión, para grandeza y dignidad de la existencia humana" (Documento de Puebla, n. 212).


27. La Trinidad como una eterna autocomunicación

Cuando decimos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres divinas personas, la mayor parte de los cristianos entiende la palabra "persona" en la acepción común del término: un individuo que tiene inteligencia, voluntad, sentimientos y que puede decir "yo". En Dios habría entonces tres inteligencias, tres voluntades, tres conciencias. Si dijéramos sólo esto, sin añadir que los tres están siempre relacionados, caeríamos fatalmente en el error del triteísmo. Con ello queremos decir que tendríamos realmente tres dioses distintos.

Debido a esta dificultad del pensamiento moderno, ha habido dos teólogos, uno protestante, Karl Barth, y otro católico, Karl Rahner, que han intentado sustituir la palabra persona en el lenguaje trinitario. Esta palabra crearía más bien dificultades y no ayudaría a los cristianos de hoy a entender el misterio de la comunión trinitaria. Cuando hablamos de Dios simplemente, fuera de la referencia trinitaria, decían estos teólogos, podemos hablar de persona. De lo contrario, pensaríamos que Dios significaría una fuerza cósmica impersonal. Dios sería entonces la persona absoluta o el sujeto eterno. Pero respecto a la santísima Trinidad sugerían que había que evitar la palabra persona. En lugar de ella Barth propone hablar de tres modos de ser. Trinidad significaría, por tanto, que la persona eterna (Dios) existe realmente en tres modos de ser, como Padre sin origen, como Hijo siempre engendrado del Padre y como Espíritu Santo eternamente procedente del Padre y del Hijo a la vez.

Karl Rahner aceptó esta misma intuición, pero añadiéndole una pequeña modificación. En vez de hablar de tres modos de ser prefería hablar de tres modos de subsistencia. Esta modificación intenta evitar el error del modalismo. Según esta doctrina errónea, como antes señalábamos, en el fondo no se aceptaba a la santísima Trinidad, sino a un solo Dios revelándose de tres maneras distintas; sería tres solamente para nosotros, pero en sí mismo Dios sería y continuaría siendo uno. Entonces Rahner dice lo siguiente: Dios es un misterio de comunión. Está siempre saliendo de sí y entregándose en vida y en amor. Es la autocomunicación como misterio radical. Entonces, en cuanto que la autocomunicación, en el propio acto de entregarse, permanece soberana e incomprensible, un principio sin principio, se llama Padre; en cuanto que esta autocomunicación se expresa y se hace comprensible y por eso es verdad, se llama Hijo; en cuanto que esta autocomunicación acoge en amor y crea unión, se llama Espíritu Santo. Este proceso no es sólo una forma de pensar por nuestra parte, sino que Dios se revela así, tal como es en sí mismo; evitamos el modalismo y estamos ante el misterio de la comunión, que se realiza siempre en tres modalidades reales y nos inserta dentro del mismo proceso, haciendo que, como personas, seamos cada vez más capaces de entrega y de amor.

Pero estas dos comprensiones nos parecen insuficientes. En primer lugar, son muy abstractas; nadie ama y adora a tres modos de subsistencia, sino a unas personas concretas como el Padre, el Hijo y el Espíritu. En segundo lugar, las dos muestran la unidad de Dios, pero no responden bien a la trinidad de personas y a las relaciones que existen entre las tres. En el fondo, no se consigue salir del monoteísmo y se corre el riesgo del modalismo. Nosotros partiremos siempre de los divinos tres en comunión y en eterno amor entre sí.

Si en la santísima Trinidad hay una lógica, ésta tiene que ser: dar, dar y dar una vez más. Las tres personas son distintas para poder darse unas a otras. Y este darse es tan perfecto, que las tres personas se unen y son un solo Dios.


28. La santísima Trinidad es la mejor comunidad

En el VI Encuentro Intereclesial de Comunidades eclesiales de base, celebrado a finales de julio de 1986 en Trindade (Brasil Central), detrás del altar del santuario había un enorme letrero que decía: "La santísima Trinidad es la mejor comunidad". Se representaba a la santísima Trinidad de esta manera: aparecían las manos del Padre, de las que salía en forma de paloma el Espíritu Santo, que, a su vez, reposaba sobre la cabeza del Hijo, Jesucristo. Éste levantaba los brazos, tocando las manos del padre; y agarrados a sus hombros, de cada lado, había representantes del pueblo y de los movimientos populares, como la CPT (Comisión Pastoral de la Tierra), CIMI (Consejo Indigenista Misionero), las CEBS (Comunidades Eclesiales de Base) y otros. Con ello se quería significar que no existe solamente la comunión y la comunidad trinitaria, sino que junto a ella está la comunidad humana, invitada siempre a participar de la comunión divina.

Este cuadro supera la comprensión meramente personal de la santísima Trinidad. Evidentemente, existen los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero no existen solamente para ser distintos unos de otros. Existen como distintos para poder estar juntos por la comunión y por el amor. Lo que realmente existe es una comunidad divina.

Desde toda la eternidad coexisten, siempre juntos, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ninguno de ellos es antes o después; ninguno es superior o inferior. Los tres son igualmente eternos, infinitos y misericordiosos. Los tres forman la comunidad eterna.

Cuando decimos comunidad, queremos resaltar las relaciones recíprocas, directas y totales que vigen entre las personas. Cada una de las personas se vuelve por completo hacia las otras. No guarda nada para sí. Lo pone todo en común: su ser y su tener. De esta comunión radical surge la comunidad. En la Iglesia primitiva de los Hechos de los Apóstoles se dice que los cristianos lo ponían todo en común. Por eso no había pobres entre ellos.

En la santísima Trinidad ocurre algo semejante y todavía más profundo. Los divinos tres son distintos e irreductibles. Uno no es el otro. Pero ninguno se afirma con exclusión del otro. Cada persona divina se afirma afirmando a la otra persona y entregándose totalmente a ella. Las personas son distintas para poder entregarse cada una a las otras y estar en comunión. De este modo hay riqueza en la unidad y no mera uniformidad. La Trinidad es el modelo de cualquier comunidad: respetando a cada una de las individualidades, surge la comunidad, gracias a la comunión y a la entrega mutua. Lo entendieron muy bien los cristianos de base, mucho ' mejor que cualquier teólogo, y lo supieron expresar con gran acierto: "La santísima Trinidad es la mejor comunidad".

En la comunidad de los Hechos de los Apóstoles, los cristianos se amaban tanto que formaban un solo corazón y una sola alma (He 4,32). Si allí el amor constituía una comunidad tan fuerte, ¡cómo no la va a constituir en la Trinidad! San Agustín, comentando este hecho, dijo: Ti amor en Dios es tanto lo que impide la desigualdad como lo que crea la igualdad entera. Si en la tierra y entre los hombres puede haber un amor tan grande que muchas almas se hacen una sola, ¿cómo no habrá también ese amor entre el Padre y el Hijo, ya que ambos son siempre inseparables y de este modo son un solo Dios? Allí, de muchas almas se hizo una sola, gracias a una inefable y suprema conjunción; aquí igualmente, por la misma razón, las personas divinas se hicieron no dos dioses, sino un único Dios" (Sermón a los catecúmenos sobre el credo 1,4: PL 40,629).


29. Lo masculino y lo femenino dentro de la santísima Trinidad

En el Génesis se dice que Dios creó a la humanidad y que la creó varón y mujer; los creó a los dos como su imagen y semejanza (Gén 1,27). Sólo en cuanto masculina y femenina la humanidad representa a Dios aquí, en la tierra. Dios está más allá de los sexos. Pero lo masculino y lo femenino humanos encuentran su última raíz dentro del misterio trinitario. Por el hecho de que el Dios-Trinidad es masculino y femenino, nosotros podemos —como hombres y mujeres— ser a su imagen y semejanza.

En los últimos años muchos cristianos, especialmente mujeres, se han dado cuenta de que el lenguaje teológico se presenta casi por completo dentro de la versión masculina. Dios es el Padre que engendra eternamente a un Hijo y que juntos dan origen desde siempre al Espíritu Santo. Los conceptos principales del cristianismo son masculinos y solamente los hombres, con exclusión de las mujeres, tienen la dirección de la Iglesia y son ordenados en el sacramento del orden.

Basados en la verdad de fe de que cada persona humana (masculina y femenina) es imagen y semejanza de Dios, muchos se han preguntado: ¿No podríamos superar el lenguaje sexista (usando sólo los términos de un sexo, en este caso el masculino) y llegar a utilizar un discurso transexista, que aproveche tanto los valores de un sexo como los del otro para expresar la riqueza del misterio de Dios?

En efecto, cada vez más cristianos, especialmente en los Estados Unidos, pero también entre nosotros, evitan hablar sólo de hombre para expresar la humanidad y aprenden a decir siempre "hombre y mujer", o simplemente "ser humano" o "persona humana". De forma semejante evitan hablar de Dios solamente como Padre, introduciendo también la palabra "Madre". El mismo papa Juan Pablo I, en una audiencia pública dijo: "Dios es Padre, pero es especialmente Madre". Los profetas en el Antiguo Testamento usaban expresiones que simbolizaban a Dios como la Madre que levanta a sus hijos en sus brazos, los besa y les seca las lágrimas (Os 11,4; Is 49,15; 66,13; Sal 25,6). Decir que Dios es misericordioso para la mentalidad hebrea equivale a decir: Dios es como una madre que tiene entrañas y se compadece de sus hijos e hijas. El papa Juan Pablo II en su encíclica sobre la Misericordia nos recordó esta dimensión femenina del Padre. Entonces podemos decir: Dios-Padre tiene rasgos maternales y Dios-Madre tiene rasgos paternales. Dios es simultáneamente Padre y Madre de infinita ternura. Algo parecido podríamos decir del Hijo y del Espíritu Santo. Son con-fuente de lo femenino y de lo masculino. En su actuación en la historia de la salvación muestran estos rasgos masculinos y femeninos en la vida de los hombres y de las mujeres justas. De este modo los tres están cerca de cada uno de nosotros y nos envuelven en nuestra propia realidad. Nuestra masculinidad y nuestra femineidad se insertan en lo masculino y en lo femenino eternos, en una resplandeciente comunión.

¿Cuál es nuestro futuro como hombres y como mujeres? No basta con decir que resucitaremos para la vida eterna. Esto no sacia nuestra sed infinita. Cada mujer y cada hombre que llegan al reino de la Trinidad participarán, como hombre y como mujer, de la misma comunión trinitaria. Lo femenino y lo masculino que nos hace imagen y semejanza de la Trinidad (Gén 1,27) estarán unidos al eterno femenino y al eterno masculino.


30. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo existen desde siempre juntos

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres únicos, unidos en la vida, en el amor y en la comunión eterna. Por eso no son tres dioses, sino un solo Dios. Surgen simultáneamente, irrumpen eternamente uno en dirección al otro, constituyendo una sola comunidad de vida, de amor y de unión. Es algo parecido a tres fuentes cuyas aguas corren al encuentro unas de otras, formando una sola laguna. Es como si tres chorros de agua saltasen hacia arriba y se encontrasen en la cima, formando un solo chorro torrencial de agua. Y esto eternamente. Con razón los padres de los concilios de la Iglesia insisten en reafirmar que cada persona divina es igualmente eterna, igualmente poderosa, igualmente inmensa. Todo en la Trinidad es simultáneo. Ninguno es mayor o superior, inferior o menor, antes o después. Los divinos tres son co-iguales desde toda la eternidad. Debido a esta igualdad fontal, las personas divinas son concomitantes. ¿Cómo se unifican y son un solo Dios?

Lo que constituye la unión entre las divinas personas es la ininterrumpida e infinita interpenetración del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es lo que llamamos anteriormente la perijóresis: estar una persona en la otra y penetrarla y ser penetrada cada persona por las otras dos. Esta unión es específica de las personas y de los seres espirituales. Solamente las personas, al ser diferentes unas de otras, pueden establecer relaciones de intimidad, de mutua entrega, de amor que funda una comunión y una comunidad. Entre las divinas personas la comunión es absoluta y la relación infinita. Este convivir y coexistir constituye la unidad de lo que llamamos esencia o naturaleza o sustancia divina. Si la observamos atentamente, vemos que está constituida por el amor. Con razón decía san Juan: "Dios es amor" (Un 4,8.16). San Agustín decía atinadamente que el amor eterno entre los divinos tres fundamenta la unión trinitaria. Con expresiones cuyo secreto sólo él conoce, escribía: "Cada una de las personas divinas está en cada una de las otras y todas en cada una y cada una en todas, y todas están en todas y todas son solamente un Dios". Por tanto, si la doctrina de la Iglesia dice que la naturaleza igual en cada una de las personas divinas constituye la unidad en Dios, entonces debemos entender esta naturaleza —en conformidad con la revelación del Nuevo Testamento— como amor y como intercomunión infinita. La trinidad de las personas es un dato primordial de la existencia divina. No es obra del Espíritu absoluto que se desdoble hacia fuera de sí mismo, ni la diferenciación interna de una naturaleza divina siempre igual. Dios es eternamente, sin comienzo ni fin, Padre, Hijo y Espíritu Santo, reciprocidad de los divinos tres en un único amor, irrupción infinita de una misma vida.

"En la santísima Trinidad, ¿qué es lo que conserva aquella suprema e inefable unidad sino el amor? El amor es la ley, y esta ley es la ley del Señor. Este amor constituye a la Trinidad en la unidad y en cierto modo unifica a las personas en el vínculo de la Paz. Amor crea amor. Esta es la ley eterna y universal, ley que lo crea todo y lo gobierna todo" (San Bernardo, Libro del amor de Dios, c. 12, n. 35: PL 182,996B).


31. En la Trinidad todas la relaciones son ternarias

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son coeternos y simultáneos. ¿Cómo dejar claro que cada una de las personas es diferente de las otras y, al mismo tiempo, relacionadas siempre entre sí? La teología, siguiendo al Nuevo Testamento, habla de procesiones divinas. Con esto se quiere mostrar que una persona se relaciona siempre con la otra. Del Padre se dice que es fuente y causa de toda la divinidad. De él proceden el Hijo y el Espíritu Santo. También se dice que el Padre "engendra" al Hijo. El Padre y el Hijo "espiran" al Espíritu Santo como de un solo principio. Estas expresiones, "causa", "generación", "espiración" y "procesiones", pueden darnos la impresión de que en Dios existe una especie de teogonía (génesis y generación de Dios). ¿Podemos decir acertadamente que en la Trinidad vale el principio de la causalidad?, ¿qué existe una "generación" y una "espiración"? ¿No afirmamos siempre que las divinas personas son originalmente simultáneas y que coexisten eternamente en comunión e interpenetración (perijóresis)? En la perspectiva de la eternidad, el Padre no es anterior al Hijo ni al Espíritu Santo. Los tres irrumpen juntos y entrelazados ya en el amor y en la comunión infinita.

En virtud de esta concomitancia de las divinas personas, debemos entender las expresiones utilizadas por la Iglesia y reasumidas por la teología, como "causa", "generación", "espiración", en un sentido analógico y figurativo. Estamos ante fórmulas altamente sugestivas. Muestran cómo los divinos tres son siempre respectivos, es decir, que uno existe respecto al otro. Efectivamente, no existe el Padre sin el Hijo, ni el Hijo sin el Padre. No existe el soplo (Espíritu) sin ir acompañado de la palabra (Hijo) pronunciada por la boca del Padre. Si usamos las expresiones consagradas es siempre en un sentido estrictamente trinitario: vale solamente para el misterio trinitario, donde todo es eterno, concomitante y simultáneo. Pero hemos de conceder que persiste el riesgo de una comprensión antropomórfica (como si se tratase de un fenómeno humano, v.gr., la generación), inadecuada al misterio de los divinos tres.

Hay, además, otra posibilidad derivada también de la Escritura: la de hablar de las personas divinas en términos de revelación y de reconocimiento. Las personas coeternas y coiguales se revelan mutuamente y se reconocen unas a otras y unas en las otras y por las otras. Así, el Padre se revela a través del Hijo en el Espíritu. El Hijo revela al Padre en la fuerza del Espíritu. El Espíritu Santo "procede" del Padre y reposa sobre el Hijo. Así, el Espíritu es del Padre por el Hijo (a Patre Filioque), lo mismo que el Hijo se reconoce en el Padre por el amor del Espíritu (a Patre Spirituque). Debido a esta implicación de las tres personas entre sí, hemos de decir que las relaciones entre ellas son siempre ternarias: donde está una persona están siempre las otras dos.

¡Cuánta concordia, cuánta alegría y cuánta justicia no habría en este mundo si asumiéramos, en el pensar y en el actuar, la lógica trinitaria, siempre envolvente, siempre comunitaria, siempre acogiendo las diferencias e impidiendo que se transformen en desigualdades!


32. Tres soles, pero una sola luz: Así es la santísima Trinidad

Muchos cristianos encuentran una dificultad especial en imaginarse a las tres personas divinas como un solo Dios. ¿Cómo es posible que tres sea igual a uno? Hemos de decir enseguida, como ya lo hicimos al principio, que cuando hablamos de tres personas y de un solo Dios no estamos haciendo ninguna matemática y ninguna operación contable. Las Escrituras no cuentan nunca nada en Dios. Sólo conocen la expresión "único". El Padre es "único", el Hijo es "único" y el Espíritu Santo es "único". Lo único no es un número, el primero de una serie, sino justamente la negación de todo número. Lo "único" no tiene semejantes ni subsecuentes. Es sólo él y nadie más. Por eso, en la santísima Trinidad no existe ninguna suma.

Hemos de partir de aquí: existen tres únicos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta afirmación es importante: el fundamento de toda la realidad descansa sobre la coexistencia de tres únicos y no en la soledad del uno, siempre idéntico a sí mismo. Los tres únicos son irreductibles entre sí. Son distintos, pero no desiguales. Así también está el samba, el rock, la bossa-nova, el canto gregoriano, que son diferentes géneros de música, pero no son desiguales en dignidad y valor. La diferencia no es sinónimo de desigualdad. Todos son expresiones musicales. Algo semejante ocurre con los tres únicos. Son distintos: el Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo, pero los tres son igualmente eternos e igualmente Dios. Si son distintos, es para poder estar en comunión y poder intercambiar su propia riqueza. Los tres únicos jamás están yuxtapuestos, uno al lado del otro. Los divinos tres éstán eternamente vueltos unos a los otros. Más aún: moran el uno dentro del otro, comulgan de la vida y del amor de uno y de otro de forma tan infinita y perfecta, que constituyen una única comunidad. Por eso decimos, sin ir contra la lógica y la matemática: las tres personas divinas están de tal modo relacionadas entre sí, se interpenetran tan amorosamente y con tanta radicalidad y totalidad, que constituyen un solo Dios.

Hemos de referirnos a las experiencias humanas de amor y de intimidad en relación con el espíritu, el corazón y las personas, para poder entender esta unidad. Son dos los que se aman y en la familia son tres (padre, madre, hijos). Pero su atracción es tan profunda que sienten que forman una sola vida y una sola fusión de corazones y de destino. Algo semejante e infinitamente más perfecto pasa con los divinos tres: el amor, la comunión entre sí y la circulación de la vida de cada uno, entregada siempre y eternamente a los otros, son tan absolutos que constituyen la unidad de Dios. Como decía san Juan Damasceno: La santísima Trinidad es como tres soles. Están de tal forma el uno dentro del otro que dan origen a una sola luz. Así Dios, siendo tres personas, es eternamente un solo Dios-amor.

Para vislumbrar un poco el misterio de la comunión de los divinos tres, hemos de calar muy hondo en nuestras propias experiencias. Conviene escuchar la llamada del amor, que quiere unión, comunión, fusión con la persona humana. En el fondo, ya no queremos decir: `yo pienso, yo quiero, yo hago'; sino "nosotros pensamos, nosotros queremos, nosotros hacemos'; juntos y en comunión. Si esto ocurre con nosotros, pálida imagen de la Trinidad, ¡cuánto más ocurrirá entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios-amor-vida, verdadero prototipo de todo cuanto existe y cuanto vive!