La corrupción política.
Abrir ventanas participativas y críticas


José Manuel GONZÁLEZ
Militante del PSOE,
ha desempeñado puestos de responsabilidad
en la dirección local y regional del partido


Una imprescindible actitud

Las circunstancias que se están produciendo en el ámbito político, y 
más especialmente en el ámbito de la izquierda, parecen aconsejar la 
urgente necesidad de rearmarnos con una sutil capacidad de análisis 
y discernimiento, y nos vernos así sumidos en una tormenta de 
frustraciones. Rearmarnos, no sólo de ideas, sino, fundamentalmente, 
de predisposición, de atención, de escucha... Vaclav Havel, en su 
discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas de 
Francia, recordaba que "no basta con describir en términos científicos 
el mecanismo de las cosas y de los fenómenos, sino que hay que 
sentirlos y experimentarlos en el alma... No sólo hay que explicar el 
mundo, sino, además, comprenderlo". 

Es imprescindible partir de esta actitud si queremos entender algo 
del fenómeno complejo que hemos dado en llamar corrupción política. 


¿Por qué esa imprescindible actitud de comprensión y de "sentir en 
el alma" la experiencia de la corrupción, incluso de la corrupción 
política? 

Porque con frecuencia, en el campo de la política, el 
apasionamiento, el previo posicionamiento, la vaguedad intelectual o 
el simplismo radical nos hacen caer en el cinismo de considerarnos 
ajenos al problema: son los otros los corruptos, los políticos. Hemos 
adquirido de nuestra habitual militancia en la doble moral una 
exquisita capacidad para exculparnos; y exculparnos, no sólo como 
individuos, sino también como grupo y como civilización. Por ejemplo, 
el problema judío siempre fue asunto europeo, pero conseguimos 
convertirlo en un problema judío-árabe. Existe además un sinfín de 
razones que nos obligan, en todo caso, a la lucidez y a la necesidad 
de re-pensarnos, de re-novarnos y de re-situarnos en esta 
trascendental mutación histórica de carácter cualitativo que nos ha 
tocado vivir. 

La corrupción política, tal como hoy la entendemos, no es ajena a 
esa magna mutación histórica. 

La experiencia del desgaste de los modelos organizativos, la 
mundialización del fenómeno económico, el poder transformador de 
los "medios de comunicación", la insólita y acuciante aparición de 
enfermedades desvastadoras, las nuevas formas de dominio y poder, 
el carácter sorpresivo y veloz de los cambios políticos... están 
gravitando sin duda sobre los comportamientos y las actitudes de una 
manera sutil, silenciosa y, tal vez, desconocida. Y gravitan 
especialmente sobre la llamada "clase política", porque los políticos 
son parte muy cualificada de esta sociedad y civilización. 

¿En qué sentido y cómo influyen dichos fenómenos entre los 
políticos, en orden a la degeneración o corrupción a la que aludimos, 
Con excesiva frecuencia y extremado simplismo, se habla de la 
corrupción como de un hecho puramente económico. No deja de ser 
interesante observar que en una sociedad tan mercantilizada sea el 
soborno económico o el favor otorgado desde el poder, a cambio de 
la financiación de un partido o del propio interés, lo que más impacta a 
nuestra estructura moral. 

Caldo de cultivo de la corrupción política

CORRUPCION/CLASES: La corrupción económica no deja de ser 
sino el trazo más grueso de un dibujo con infinidad de planos. Es la 
anécdota, no lo sustantivo. Cuando este tipo de corrupción se da, ya 
antes se han desmoronado mil principios morales previos. Es 
alarmante, sustancialmente escandaloso, comprobar que la ausencia 
de valores éticos se vive como una atmósfera que respiramos con 
normalidad; y así, el escándalo por los acontecimientos económicos 
no refleja sino el sustancial atractivo que el propio dinero ejerce en 
nuestras vidas. Cuando hablamos de "corrupción política", queremos 
decir algo más que 'pillería" o "uso indebido del poder a cambio de 
dinero". Debemos referirnos a un ámbito paradigmático de la 
sociedad, de la convivencia. En este sentido, gran corrupción—y, por 
tanto, condenables política y éticamente y caldo de cultivo de otras 
corrupciones—pueden ser: 

1. La alarmante indigencia de pensamiento y la incapacidad de análisis 
de la clase política, que debiera tener como obligación básica la 
interpretación práctica de la historia. 

2. El repliegue a posiciones organizativas y teóricas, repetitivas, 
fosilizadas, de marcado carácter de autodefensa, que conducen 
irremediablemente al disciplinarismo y a la esterilidad creativa. 

3. La visión totalizadora de los partidos e incluso—con frecuencia, en la 
práctica política— del propio Estado por parte de los llamados 
"aparatos" de dichos partidos. 

4. La dramática orfandad de objetivos que se aprecia en el seno de las 
organizaciones políticas y que arrastra a funcionamientos miméticos, 
faltos de convicción en lo que se hace e incluso en lo que se cree. No 
son moneda cotizable ni las ideas ni los ideales ni las ideologías. 

5. Y algo de enorme trascendencia: lo que sociólogos y politólogos 
denominan "el problema imperativo de los dos tercios". Se trata de la 
práctica política en régimenes democráticos formales. En muchas 
ocasiones se produce el aplastamiento sistemático de las mayorías 
sobre las minorías. Un aplastamiento con "formalidad democrática", 
sin duda, pero que conduce inevitablemente a cercenar la democracia 
real y efectiva y a obviar—si no a perseguir—la posible aportación de 
personas y grupos, con frecuencia cargados de buen bagaje crítico. 
El fenómeno de las mayorías absolutas conduce muchas veces al 
absolutismo. 

Nuestro sistema de organización social y política debería, pues, 
ser revisado imaginativamente, ya que puede convertirse en una 
dramática falacia. 

DICTADURA/QUE-ES: Precisamente por este camino de 
re-conversión política se mueven los argumentos de Norberto Bobbio 
cuando apunta, acertadamente, que "la Dictadura no está tanto en la 
forma de acceder al Poder cuanto en la manera de ejercerlo". En 
consecuencia, concluye Bobbio, tanto el concepto de "violencia" como 
el de "dictadura" van ligados al concepto de "poder". Y, si un concepto 
conduce a otro concepto, también una realidad aboca a otra realidad. 
De ahí que sea preciso tener en cuenta, hoy más que nunca, la 
distinción de Bobbio acerca del Estado: Existe una concepción técnica 
del Estado y una concepción ética del mismo '. Tal vez en la 
percepción de este hecho se encuentre la clave para comprender el 
fenómeno de las corrupciones políticas. Tratemos, pues, de 
profundizar en esta distinción y en las consecuencias, que no son 
pocas, a que conduce. Una concepción técnica del Estado 
(instituciones, Partidos, Sindicatos, Parlamento, Jueces, etc.) convierte 
los elementos del Sistema en puro instrumento; y "ante un instrumento 
no nos preguntamos si su inventor era bueno o malo, amigo o 
enemigo, sino simplemente si ese instrumento es apropiado para 
nuestras necesidades; con otras palabras, si es funcional". 

Ver, organizar y dirigir la Sociedad bajo la óptica de la 
"funcionalidad es, claramente, cosificar el cuerpo social, reducirlo a 
nivel de objeto, de banco de pruebas, de argumento para los propios 
planes; y, en todo caso, la funcionalidad termina siendo el principio 
por el que todo vale si las cosas funcionan. De ahí en adelante, todo 
estará permitido en política: desde Auschwitz a Bosnia o Hiroshima; las 
limpiezas étnicas; las estrategias económicas de las multinacionales; 
las mayorías silenciosas y paradas; Somalia o la matanza de Ellacuria 
y compañeros: todo al Servicio del Estado. 

La esencial, básica y profunda corrupción política es ésta, y todas 
las demás no son sino meros "afluentes". Tal vez sean ríos 
caudalosos, pero al final acaban todos en el mismo mar, y nacen 
todos del mismo manantial. 

¿En qué consiste, por tanto, la corrupción política? En invertir los 
términos: ya no son las instituciones las que están al servicio de las 
personas, sino que son los ciudadanos (nombre menos 
comprometedor que los de "hombre", "mujer", "niño" "anciano", etc.) 
las piezas de relojería de la gran máquina social. 

No hace mucho tiempo—antes, en todo caso, de las elecciones 
francesas—, Gilles Perrault decia entristecido: "El intelectual deserta 
de la política por sobredosis de desesperación. Que un Gobierno de 
izquierda, tan largamente esperado, una vez llegado al poder, actúe 
de ese modo, es algo espantoso. A partir de ahí se produce una gran 
tentación de quedarse en casa y desinteresarse de la política". 

Algunos miopes pensarán que el problema de la corrupción social y 
política es algo que pertenece a un partido, a una sociedad o a una 
idología. Está demostrado que no es así. En los últimos tiempos se ha 
hablado de corrupción política en Japón. Francia, USA, Italia, la 
antigua URSS, Grecia, el Vaticano..., por hablar de paises con cultura 
política organizada y estable. No es un problema local, ni tampoco un 
hecho meramente ideológico. 

Este tipo de hechos, con el trasfondo original del que derivan, 
provoca que la política se convierta para el conjunto de los 
ciudadanos en un juego de cinismo, que se expresa —desde las 
posiciones más retrógradas—con el dicho y la convicción de que 
"todos los políticos son iguales", de que "todos van a lo mismo". Por 
elevación, y como consecuencia, no sólo todos los políticos, sino 
también todas las políticas son iguales. 

Cuando esta convicción llega a formar parte de la creencia popular. 
estamos poniendo fin a la organización verdaderamente humana de la 
sociedad y preparando los cimientos del fascismo. 

La corrupción, amenaza intrínseca del Poder: ¿una insoluble 
aporía? 

Pues bien, parece, por todo lo expuesto, que la corrupción política 
no es patrimonio de una cultura ni de un ámbito geográfico ni de una 
determinada tendencia ideológica. Pero, aun no siéndolo, aparece 
con rasgos similares allá donde el poder se ejerce, porque la 
corrupción amenaza al poder como una enfermedad casi intrínseca al 
ejercicio del mismo. 
PODER/SERVICIO: La relación entre poder y servicio no está ni teórica ni prácticamente resuelta en nuestra historia. Da la impresión de que son conceptos contradictorios, por lo que la pretensión de intentar concordarlos fracasa permanentemente. Y, sin embargo, no es en vano ni carece de sentido el intentarlo una y otra vez: la experiencia demuestra que en ocasiones el poder se pone a disposición del verdadero servicio. Ocurre así, no al azar, sino sólo cuando la difícil conjunción de ambos, esa contradicción teórica del doble ejercicio, se resuelve en el interior de una conciencia humana capaz de encontrar en la acción el camino de la decisión adecuada. La experiencia, sin embargo, enseña que la respuesta de un "poderoso" convertido en servidor no es durable a lo largo del tiempo; termina con el despojo personal o, al menos con la necesidad de 
optar entre el ejercicio del poder y el ejercicio de servir. 

Lo expuesto hasta aquí parece conducirnos a la aporía: no es 
posible hacer política honestamente. Y no es así. De lo dicho hasta 
ahora sólo pueden extraerse algunas conclusiones: 

1. El servicio público desde la posición de poder sólo es posible 
ejerciendo y viviendo la política como situación, porque sólo en 
situación se resuelve la contradicción. Cada caso, cada circunstancia, 
cada momento, cada persona, cada situación son irrepetibles, y ante 
ellos sólo cabe una respuesta adecuada, que se libra, primero, en la 
conciencia del político, y después en la determinación que en ese 
momento adopte. ¿Quién podrá erigirse en juez de la bondad o 
maldad de tal determinación? Sólo la persona o personas a las que 
llegue el influjo de la decisión adoptada. El político, para decidir, no 
puede refugiarse ni en el bien del Partido, ni siquiera en necesidades 
de Estado. Tales "realidades", ante una decisión verdaderamente 
política, no son sino entelequias 

2. Existe una imprescindible interacción entre la comunidad y sus 
representantes. Todo lo que signifique "compromiso" entre éstos y el 
pueblo debe ser reforzado: programas claros concretos y bien 
conocidos, controlables en su ejecución; conocimiento previo de la 
capacidad y honestidad de los candidatos; posibilidad de 
seleccionarlos de verdad libremente (listas abiertas, por ejemplo); etc. 


3. Es dramático constatar que partidos políticos o sindicatos, nacidos en 
principio para ejercer la libertad y provocar la liberación, se 
transforman en objeto de escándalo social. Seria preciso controlar los 
vericuetos de su economía y de sus dineros. Pero ¿cómo controlar la 
finalidad última y las últimas intenciones del dinero de un colectivo con 
miles de personas "liberadas", que hacen de su trabajo en el partido o 
en el Sindicato su verdadera profesión, por la que perciben sus 
retribuciones? 

4. Y, siendo así, ¿cómo impedir que exista la tentación de perpetuarse 
en el poder a toda costa, de trastocar fines y medios, de enrocarse y 
atrincherarse en los puestos ejecutivos bajo la excusa de la disciplina 
interna y la eficacia externa? ¿Cómo hacer para, frente a la 
democracia real, la autocrítica, etc., no caer en vicios contra su propia 
naturaleza? Son éstas las corrupciones que los régimenes políticos 
tratan de trucar bajo el manto de acosos y campañas organizadas: 
hoy podrá ser la prensa malévola, como en otros tiempos fue el 
contubernio judeomasónico... 

5. Esta tendencia neurasténica, más o menos consciente, que se 
produce en las organizaciones sociopolíticas sólo puede curarse 
abriendo las ventanas participativas y criticas. Los políticos y los 
dirigentes sociales no deberán mostrar inquietud por la pérdida de 
protagonismo; en una Sociedad bien estructurada y madura, tampoco 
los Partidos deben ser los protagonistas: pacifistas, verdes, 
feministas, ecologistas, grupos de jóvenes, intelectuales, sindicalistas, 
empresarios, padres y educadores, cooperativistas, grupos religiosos, 
asociaciones vecinales, etc., cada uno con su timbre y su tono 
particular, deberían poder aportar sus potencialidades específicas. 

6. De esta manera, el papel de los Partidos políticos se convertirá en el 
de aguja conductora de los hilos del tejido social, respetando a cada 
uno con su labor, sin exclusiones, bien combinados, para que 
terminen conformando un consistente tejido armónico. 

7. El partido político en consecuencia, debiera intentar la transformación 
social a través de su capacidad de liderazgo. Los votos se conceden 
para liderar, no para mandar. La misión de lo que llamamos "el poder" 
no puede jamás coincidir con la domesticación y menos aún con la 
represión de las inquietudes sociales. A la "legitimidad numérica" debe 
sustituirle la capacidad buscadora de convergencias en objetivos, 
métodos y capacidades. 

Tanto dentro como fuera de las organizaciones, muchas 
inquietudes y aportaciones se ven anuladas o acalladas por temor a 
que su libre expresión pudiera acarrear dificultades y hacerse realidad 
el desgraciado axioma de que "quien se mueva no sale en la foto". 

8. Como resumen, podríamos concluir, tal vez, que las razones sin duda 
complejas y profundas, de la gran corrupción y de otras 
corrupciones menores nacen, primero, de los modelos de la propia 
tosquedad de las herramientas utilizadas en política; de entender 
definitivas, creer "naturales" soluciones que no son sino históricas y, 
por tanto reinventables y caducas. En segundo lugar, la corrupción se 
produce por la falta de tacto en la mano y en la cabeza de quienes 
utilizan la herramienta política: confunden poder con autoridad 
poderío con servicio, liderazgo con disciplina, y en ocasiones su 
rumbo va tan torcido que el camino del dinero público pasa por los 
maletines o las cuentas dobles. Pero repito, el plato no es malo 
porque sepa mal; es malo porque se condimento con malos productos 
y por manos que en nada cuidaron de las justas medidas y 
proporciones. 

Respecto a la corrupción económica, es preciso, sin embargo, 
anotar una distinción básica. Existe la corrupción o corruptela 
individual de quien, en provecho propio, se lucra de su posición de 
poder: dicha corrupción se puede llamar enchufe, pillería económica, 
chantaja, trato de favor, etc. Pero este tipo de corrupciones está ya 
tipificado en los códigos de Justicia, sus rostros son claramente 
identificcables y, por tanto, controlables en un sistema que tenga 
interés en hacerlo.

Más difícil es, por ser más compleja, analizar la corrupción surgida 
como financiación de los Partidos en cuanto tal. El Partido Político 
nace para asumir el poder; y, cuando lo consigue, su pretensión es 
seguir manteniéndolo: frente a la posibilidad de perderlo, utilizará, no 
sólo el poder político, sino cualquier otro poder del que disponga o 
pueda disponer, principalmente el económico. El Partido necesita 
dinero para hacer frente a la financiación de campañas, publicidad de 
sus líderes, propaganda de sus siglas; dinero para viajes, adquisición 
y mantenimiento de sus sedes; medios de difusión mformativa, 
estructura informática y electrónica; pagar a miles de colaboradores, 
liberados, etc. ¿Qué ocurre entonces? Que la política se termina 
apoyando necesariamente en la estructura económica y relega a 
posiciones de escaparate a la ideología, y con frecuencia también 
expulsa a la ética hasta el fondo del sótano. 

Pero es que, además, el Partido Político necesita crecer 
numéricamente, captar militantes tanto para sus estrategias internas 
como para la difusión de si mismo en el cuerpo social, Cuanto más 
poder ejerce el Partido, tanto mayor atractivo suscita. Es la hora, 
entonces, de los arribismos, de las "vocaciones" políticas 
insospechadas, de los transfuguismos, de las fidelidades o 
infidelidades cuasipasionales... También es la hora de los grandes 
desencantos y de los posteriores desgarramientos en "familias" que 
nada tienen de familias, sino de grupos de presión o de poder. 

Decíamos antes que la corrupción no es fundamentalmente un 
fenómeno de carácter individual o un pecado anecdótico, sino más 
bien una atmósfera en la que la doble moral, el enriquecimiento 
rápido, el brillo del éxito y la eficacia parecen haberse convertido en 
los componentes básicos de nuestra Sociedad del Bienestar. Junto a 
ellos, nuestra gran capacidad para exculparnos... ¿Cómo imaginar 
que durante tantos años no quisiera saber esta Sociedad de dónde 
sacaban dinero los Partidos para financiar el cúmulo de sus gastos y a 
cuánto ascendían estos? Ya durante el franquismo fue proverbial el 
hecho de que un Partido muy clandestino e importante sacara sus 
fondos de la explotación de "clubs" de alterne en el Barrio Chino 
barcelonés... Una ley de Financiación de los partidos y también de los 
Sindicatos parece, en principio, imprecindible; una ley que cierre las 
puertas a los atropellos y las hipocresías. 

Esta ley, por muy perfeccionada que saliera con el mayor consenso 
político y social, no dejaría de ser un medio más de carácter técnico. 
Pero aún quedaria la amenaza de la desviación moral... "Yo creo que 
debemos aceptar que la madre de todos los problemas es para 
nosotros la cuestión moral... O somos capaces de regenerar la política 
devolviéndole idealismo y ética, o estamos destinados a una derrota 
definitiva..." Para ello, añade G. Benvenuto, "es preciso acabar con 
esos aparatos gigantescos creados por los partidos que les han 
llevado a la búsqueda sin escrúpulos del dinero..." 

Los Aparatos...: esas grandes máquinas de decisión donde el poder 
engendra más poder; poder que en el Aparato se personaliza y a la 
vez, se diluye en la responsabilidad mistérica de lo Supremo. Desde 
esas alturas se interpretan leyes y estatutos, se diseñan estrategias, 
se decreta, se expulsa o se ensalza. El Aparato es capaz de 
manifestarse como el gran valedor de los intereses comunes y 
aparecer como la esencia de la democracia. Es, además de oráculo, 
dictaminador de fidelidades y fijador de lealtades. El Gran Golem 
dirige controla, incluso garantiza la libertad "protegida", que no deja 
de ser una libertad secuestrada, más propia en todo caso de un 
Tribunal de protección de menores. 

Una catarsis purificadora: estamos amaneciendo

Dicho todo lo anterior, alguien podría pensar que subyace a nuestra 
vision de la sociedad actual, del concepto del Estado, del papel de los 
Partidos políticos, etc., una corriente de pesimismo que arrastra 
argumentos y consideraciones a un mar de desencanto y amargura 
No hay tal. Tampoco, en modo alguno, se debe vislumbrar un 
concepto anarcoide de la organización social y, menos aún, un atisbo 
de desconfianza sobre el sistema democrático. 
Sin embargo—y a eso apuntamos—, tal vez sí sea urgente que en 
nuestra sociedad se produzca la catarsis purificadora. Hablando de 
corrupción política, es imposible ocultar que es toda una sociedad 
cegada por el becerro de oro la verdaderamente corrompida. Al beber 
de los grandes principios de eficacia, éxito, riqueza, seguridad poder, 
etc., esta sociedad muere de sed: le falta el agua limpia y purificadora 
de la Solidaridad, la Ternura, la Justicia, la capacidad de compartir, el 
Servicio, la Fraternidad Universal, etc. 

La falta de nervio moral se refleja también en la vida política El 
desprestigio que los políticos sufren hoy no es bueno para el cuerpo 
social ni está suficientemente justificado: el problema moral es, en 
gran parte, un problema social, compete a todos. 

Pero también es un problema técnico en cuanto se refiere al modelo 
organizativo. Da la sensación de que, como en Italia comienzan los 
comentaristas a apuntar, se trata del agotamiento de un sistema, del 
fin de un modelo. La sociedad se ha hecho tan compleja, tan 
interrelacionada, tan rápida en su evolución, etc., que parece 
imposible organizarla en esquemas decimonónicos, hijos de una 
revolución, como la francesa, que tal vez innovó desde el pensamiento 
burgués fórmulas válidas hasta hoy. 

Pero es evidente que los albores del siglo XXI contemplarán el 
esfuerzo universal por organizarnos más imaginativamente y más 
solidariamente. 

Mientras tanto, habrá que ir dando pasos en esta dirección, 
preparando el futuro con generosidad, sin cargas ni equipajes 
preestablecidos. Estamos amaneciendo, y el bagaje más sólido es el 
largo camino por hacer, acompañados por nuestra propia imaginación 
y experiencia. Esta sociedad acabará encontrando su forma de 
organizarse. Y, aunque todo nacimiento es algo traumático, parece 
fundamentado pensar que vamos hacia mejor, que el hombre se aleja 
de la caverna y que el componente ético, solidario, participativo, será 
fundamental en los nuevos modelos que adoptemos. El hombre 
recuperará la dignidad que significa ser "homo politicus", la dignidad 
de preocuparse de dirigir los pasos de un pueblo por la historia. 
Hallará, sin duda, una maquinaria que drene y depure mejor y cuya 
transparencia no deje lugar a la sombra de la sospecha. 

Discursos políticos como los que empiezan a apuntar Achille 
Ochetto y—menos elaborado— Michel Rocard son, sin duda, un 
síntoma de que el cuerpo social corrompido puede resucitar. 

J.M. GONZÁLEZ
SAL TERRAE 1993/04 Págs. 309-319