EL ABISMO DE LA DESIGUALDAD
Informe sobre desarrollo humano 1992 
Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo
(PNUD)


Sumario
1. Cada vez más lejos el norte del sur 
2. El abismo de la desigualdad 
3. Cinco grandes problemas 
4. Disparidad, inequidad. Signo de nuestro tiempo 
5. Crecimiento económico no es igual a desarrollo humano 
6. El desafío de la inmigración 
7. Exportaciones de productos manufacturados 
8. ¿Es posible un pacto mundial para la equidad y el desarrollo? 
9. PNUD propone cambios a instituciones 


Publicamos un amplio resumen del informe sobre el desarrollo 
humano 1992 presentado por el Programa de las Naciones Unidas 
para el Desarrollo (PNUD). El texto tal vez exija al lector no 
especializado una lectura atenta y reflexiva. Creemos que le 
interesará vivamente tanto por la riqueza de su información y 
planteamientos como por la alta instancia que lo avala.

El presente resumen nos ha sido cedido amablemente por El Día, 
diario de México D.F. quien lo publicó en su Suplemento 124, de 18 
de mayo 1992. 


1. CADA VEZ MÁS LEJOS EL NORTE DEL SUR
El informe sobre el desarrollo humano 1992 presentado por el 
Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), expone 
claramente las realidades económicas, sociales y humanas de un 
planeta cada vez más profundamente escindido entre ricos y pobres, 
critica y llama al establecimiento de políticas económicas que pongan 
en el centro el desarrollo humano, y que consideren la mejoría de 
variables económicas no como objetivos sino como medios para 
reducir brechas entre ricos y pobres y lograr un mundo en el que la 
inequidad vaya siendo eliminada.

El último decenio se ha caracterizado, en el mundo entero, por el 
crecimiento de la desigualdad entre ricos y pobres, bien sean países 
o bien sean gentes. Algunas cifras dramáticas ilustran el punto 
extremo al que se ha llegado en la distribución de la actividad 
económica como porcentaje del total mundial: en 1989, la quinta parte 
más rica (mil millones aproximadamente), contaba con el 82,7 por 
ciento del ingreso; 81,2 por ciento del comercio mundial; 94,6 por 
ciento de los préstamos comerciales, 80,6 por ciento del ahorro 
interno y 80,5 por ciento de la inversión. En abrupto contraste, la 
quinta parte más pobre de la población mundial (otros mil millones 
aproximadamente) contaba con el 1,4 por ciento del ingreso; 1 por 
ciento del comercio mundial; 0,2 por ciento de los préstamos 
comerciales; 1,0 por ciento del ahorro interno y 1,5 por ciento de la 
inversión. Tales cifras ilustran claramente en la profundidad del 
abismo de la inequidad, y ponen ciertamente un signo de 
interrogación sobre los patrones de desarrollo seguidos.

Si en términos de distribución el panorama es insostenible, lo es 
igualmente en materia de recursos: los países ricos poseen 
aproximadamente la cuarta parte de la población mundial (25%) pero 
consumen el 70 por ciento de la energía mundial, el 75 por ciento de 
los metales, el 85 por ciento de la madera y el 60 por ciento de los 
alimentos. Tal patrón de desarrollo aparece como sostenible sólo en 
la medida en que se mantenga la desigualdad extrema, pues de otra 
manera los recursos mundiales no alcanzarían.

Tal vez los seres humanos sean la especie en situación de mayor 
riesgo en muchas partes del planeta, afirmaba Mahbub ul Haq, ex 
ministro de finanzas de Pakistán y asesor especial para el 
administrador del PNUD. Mirando hacia el desarrollo humano el 
informe plantea que hay 250 millones de personas por año que 
padecen episodios agudos de enfermedades diarreicas, y mueren 4 
millones; hay 1.300 millones que carecen de acceso a agua potable y 
2.500 millones que no tienen acceso a servicios sanitarios: se estima 
que 135 millones de personas viven en zonas afectadas por la 
desertificación.

El Informe hace un diagnóstico cuya conclusión central sería la 
necesidad de avanzar en la búsqueda de un desarrollo que ponga a 
los hombres en el centro, cuyo bienestar sea el objetivo último. Pero 
también aterriza en una serie de propuestas en el nivel planetario, las 
cuales podrían ser discutidas, criticadas y mejoradas. Porque es 
cierto que en el estado actual de nuestro planeta después del 
derrumbe del socialismo realmente existente y de más de una década 
de crisis para unos y bonanza para otros, las instituciones u 
organismos multilaterales tienen que readecuar su enfoque y su 
funcionamiento. Lo mismo Naciones Unidas que el GATT, el Banco 
Mundial o el Fondo Monetario Internacional, porque ninguno de estos 
organismos cumple a cabalidad con los requerimientos de fomento al 
desarrollo con equidad. El Informe hace algunas propuestas que sería 
difícil calificar de acertadas o desacertadas; son en todo caso, desde 
nuestro punto de vista, aportaciones a la discusión nacional e 
internacional. Pero tal vez lo más importante sea que pone el dedo en 
la llaga, porque es cierto que así como el mundo ha cambiado, las 
instituciones y organismos internacionales tendrán que hacerlo, para 
bien o para mal y eso dependerá de la posibilidad de participación 
real de todos los países del orbe, de que prevalezca la voluntad de 
cooperación y no de dominio.

Presentamos un extracto del Informe sobre el Desarrollo Humano 
1992, con la idea de contribuir a lo que debe ser un debate central en 
nuestros días, en un mundo crecientemente interdependiente, con 
una economía globalizada, pero en el que priva la injusticia social 
como una lacra a la vez que como un obstáculo para el verdadero 
desarrollo en la inmensa mayoría de los seres humanos.


2. EL ABISMO DE LA DESIGUALDAD

El Informe presenta un nuevo y perturbador análisis de la 
distribución internacional de ingresos y oportunidades, y muestra la 
forma dramática como se han acentuado las disparidades en materia 
de ingresos en el curso de los últimos años.

En 1960, el 20% más rico de la población mundial registraba 
ingresos 30 veces más elevados que los del 20% más pobre. En 
1990, el 20% más rico estaba recibiendo 60 veces más. Esta 
comparación se basa en la distribución entre países ricos y pobres. 
Si, además, se tiene en cuenta la distribución desigual en el seno de 
los distintos países, el 20% más rico de la gente del mundo registra 
ingresos por lo menos 150 veces superiores a los del 20% más 
pobre.

¿Cómo es posible que semejantes disparidades persistan e incluso 
que se acentúen? ¿Por qué los mercados mundiales no parecen 
haber beneficiado a los más pobres? El Informe identifica dos razones 
principales.

En primer lugar, allí en donde el comercio mundial es 
completamente libre y abierto –como sucede en el caso de los 
mercados financieros–, por lo general funciona en beneficio de los 
más fuertes. Los países en desarrollo ingresan al mercado en calidad 
de socios desiguales y salen con recompensas desiguales.

En segunda instancia, precisamente en aquellas áreas donde es 
posible que los países en desarrollo tengan una ventaja competitiva 
–como en manufacturas de utilización intensiva de mano de obra y 
exportación de mano de obra no calificada–, las reglas del mercado 
se cambian con frecuencia con miras a evitar la competencia libre y 
abierta.

El Informe concluye que los países en desarrollo requerirán 
inversiones masivas en capital humano a fin de poder entablar 
relaciones comerciales sobre una base más equitativa, ya que los 
conocimientos y la maestría de nuevas tecnologías constituyen hoy 
en día la mejor ventaja competitiva de un país. El Informe también 
propugna la adopción de cambios importantes de manera que los 
mercados internacionales funcionen con mayor eficiencia y equidad.

El desarrollo humano es, por lo tanto, un concepto amplio e 
integral. Comprende todas las opciones humanas, en todas las 
sociedades y en todas las etapas de desarrollo. Expande el diálogo 
sobre el desarrollo, pues éste deja de ser un debate sólo en torno a 
los medios (crecimiento del PNB) para convertirse en un debate sobre 
los fines últimos. Al desarrollo humano le interesan tanto la 
generación de crecimiento económico como su distribución, tanto las 
necesidades básicas como el espectro total de las aspiraciones 
humanas, tanto las aflicciones humanas del Norte como las 
privaciones humanas en el Sur. El concepto de desarrollo humano no 
comienza a partir de un modelo predeterminado. Se inspira en las 
metas de largo plazo de una sociedad. Teje el desarrollo en torno a 
las personas, y no las personas en torno al desarrollo. El informe de 
este año sigue avanzando en la exploración del concepto de 
desarrollo humano, pues considera la interacción entre las personas y 
el medio ambiente. Si el objetivo del desarrollo es mejorar las 
oportunidades de las personas, debe hacerlo no sólo para la 
generación actual, sino también pensando en las generaciones 
futuras. En otras palabras, el desarrollo debe ser sostenible.

La pobreza internacional es una de las peores amenazas contra la 
continuidad del entorno físico y el sostenimiento de la vida humana. 
Casi todos los pobres viven en las áreas más vulnerables desde el 
punto de vista ecológico: 80% de los pobres en América Latina, 60% 
en Asia y 50% en Africa. Sobreutilizan sus tierras marginales para 
procurarse madera combustible y para cultivos de subsistencia y 
comerciales, con lo cual amenazan todavía más su entorno físico, su 
salud y las vidas de sus hijos. En los países en desarrollo no es la 
calidad de la vida la que corre peligro: es la vida misma.

Para estas sociedades simplemente no existen alternativas entre el 
crecimiento económico y la protección ambiental. El crecimiento no es 
una operación: es un imperativo. El problema no es sólo cuánto 
crecimiento económico se genera, sino qué tipo de crecimiento. Los 
modelos de crecimiento de los países en desarrollo e industrializados 
deben convertirse en modelos de desarrollo humano sostenible.

Las sociedades industrializadas tienen mayores opciones. Pueden 
darse el lujo de disminuir el ritmo de su crecimiento material, 
altamente intensivo en consumo de energía y, con todo, mejorar su 
bienestar. Deben adoptar nuevas tecnologías y políticas integrales 
que reduzcan las presiones que colocan sobre la capacidad de 
mantenimiento de la Tierra.

Como es natural, las preocupaciones respecto al medio ambiente 
varían de acuerdo con las diferentes etapas del desarrollo. A los 
países industrializados les preocupa la destrucción de la capa de 
ozono y el calentamiento general del planeta, que resultan del 
consumo excesivo de los recursos naturales. Las preocupaciones de 
los países en desarrollo son más inmediatas: agua y tierra. El agua 
contaminada constituye una amenaza contra la vida y los suelos 
erosionados ponen en peligro el sustento.

Este informe examina numerosas políticas concretadas tendentes a 
hacer sostenible el desarrollo, que abarcan desde el desarrollo de la 
capacidad nacional y pago por espacio ecológico hasta fuentes 
automáticas de financiación y nuevas instituciones inclinadas a 
promover el desarrollo insostenido. El Informe también plantea 
propuestas sobre cómo integrar las inquietudes ambientales en la 
medición del desarrollo humano.


3. CINCO GRANDES PROBLEMAS

3.1. El crecimiento económico no mejora automáticamente las vidas 
de las personas ni en sus propias naciones ni a escala internacional

Existen considerables disparidades de ingresos en el interior de los 
países. La peor disparidad nacional es la de Brasil: 26 veces entre el 
20% más rico de la población y el 20% más pobre, de acuerdo con su 
ingreso por cápita. Sin embargo, la disparidad internacional es mucho 
más marcada: en la actualidad es de por lo menos 50 veces, 
habiéndose doblado en el curso de los últimos 30 años.

El vínculo entre crecimiento económico y desarrollo humano se 
estropea a nivel internacional por muchas de las razones por las que 
deja de funcionar a nivel nacional. 

El acceso de los pobres al crédito, el capital, la tecnología y otros 
insumos de producción en sus países es limitado. Como no tienen 
capacidad crediticia, suelen acudir a los prestamistas de dinero y al 
sector informal para satisfacer sus necesidades. A nivel internacional 
la situación es semejante, si no es peor. El 20% más pobre de la 
población mundial tan sólo participa del 0,2% de los préstamos 
internacionales otorgados por la banca comercial, del 1,3% de la 
inversión internacional, del 1% del comercio internacional y del 1,4% 
de los ingresos internacionales.

Muchos países pobres ya están siendo marginados en el sistema 
de comercio mundial, sobre todo las naciones del Africa Subsahariana 
y los países menos desarrollados. La participación del Africa 
Subsahariana en el comercio internacional se ha reducido a una 
cuarta parte del nivel que registraba en 1960; durante este mismo 
período la participación de los países menos desarrollados se ha 
reducido a la mitad. Los pobres –salvo que se les ayude mediante 
una formulación enérgica y activa de políticas– tienden a irse 
quedando por fuera del mercado, ya sea en sus naciones o a nivel 
internacional.

Las disparidades internacionales que se observan en indicadores 
de supervivencia humana básica (educación primaria, esperanza de 
vida, mortalidad infantil y de niños menores de cinco años) han 
disminuído considerablemente en los últimos tres decenios. Sin 
embargo las disparidades en tecnología y en sistemas de información 
han tendido a ensancharse. Los países del Norte tienen, sobre una 
base per cápita, nueve veces más científicos y personal técnico, una 
razón de matrícula escolar terciaria casi cinco veces superior y 24 
veces más inversión en investigación tecnológica. También cuentan 
con una infraestructura de comunicaciones muy superior, con 18 
veces más conexiones telefónicas per cápita, seis veces más radios y 
ocho veces más periódicos. El acceso a la tecnología se protege con 
especial cuidado. Y en la competencia internacional, esta ventaja en 
materia de tecnología e información constituye un factor 
determinante.

Gran parte del marco institucional y de políticas que permite un 
mejor vínculo entre crecimiento económico y desarrollo humano a 
nivel nacional sencillamente no existe a escala internacional.

· En el interior de las naciones, las personas pueden trasladarse de 
un lugar a otro en busca de empleo y de oportunidades de ingresos. 
Entre naciones, las leyes de inmigración niegan a los trabajadores la 
oportunidad de igualar la tasa de rendimiento sobre el trabajo.

· En las naciones se establecen instituciones para aumentar el 
acceso de los pobres a oportunidades de producción y crédito 
financiero. Es el caso, por ejemplo, del Banco Grameen a nivel 
internacional.

· En las naciones a los bancos centrales les compete la 
responsabilidad de crear y distribuir liquidez a diversos sectores de la 
economía, a distintos grupos de ingresos y de población y a 
diferentes regiones geográficas. A nivel internacional, jamás se le ha 
permmitido al FMI funcionar como un banco central.

· En las naciones se suelen adoptar sistemas de impuesto 
progresivo a la renta y políticas de gasto tendentes a transferir 
ingresos y oportunidades a los pobres. No existe ningún mecanismo 
internacional que efectúe ese tipo de transferencias.

3.2. Los países ricos y pobres compiten en el mercado internacional 
en calidad de socios desiguales. Si se pretende que los países en 
desarrollo compitan en un mayor pie de igualdad requerirán 
inversiones masivas en capital humano y desarrollo tecnológico

El poder de negociación de los países en desarrollo en los 
mercados internaciones es muy débil. La mayoría sólo tiene mercados 
internos limitados y pocos bienes y servicios para vender, y con 
frecuencia depende de la exportación de productos primarios, los 
cuales representan muchas veces el 90% de las exportaciones de 
países africanos y el 65% de las de los países de América Latina. Los 
precios de estos productos primarios disminuyeron drásticamente en 
los años ochenta, lo cual reforzó la tendencia a largo plazo de 
deterioro de los mercados de productos primarios. Esto se debió en 
parte a una reducción en la demanda mundial, pero también a que 
muchos países de repente se vieron compelidos a reembolsar sus 
deudas. Tuvieron que aumentar la producción y las exportaciones a 
fin de generar suficientes divisas, y luego se encontraron compitiendo 
fuertemente unos con otros en mercados cada vez más reducidos.

Para los países en desarrollo la tasa de interés real relevante sobre 
su deuda externa es la tasa de interés nominal ajustada de acuerdo 
con la tasa de cambio de los precios de exportación: los países en 
desarrollo pagaron efectivamente una tasa de interés real promedio 
de 17% durante la década de los años ochenta, en comparación con 
el 4% pagado por las naciones industrializadas.

El intento de reembolso de sus deudas no pudo mantenerse a tono 
con la reducción que causó en los precios de sus exportaciones. Este 
fenómeno –identificado por primera vez durante la depresión de la 
década de 1930– tiene un resultado paradójico y perturbador: 
mientras más pagan los deudores, más deben. 

Se suponía que el Banco Mundial y el Fondo Monetario 
Internacional iban a equilibrar esas fluctuaciones en los préstamos 
internacionales y a fortalecer el acceso de los países en desarrollo a 
los mercados financieros internacionales. En efecto, a comienzos de 
los años ochenta aumentaron los créditos netos otorgados a los 
países en desarrrollo. Sin embargo, como no tenían los recursos 
necesarios ni el mandato oficial requerido para intervenir de modo 
significativo en mercados internacionales, no pudieron sostener 
dichas políticas. Así las cosas, en lugar de reducir las fluctuaciones, 
las intensificaron. Entre 1983 y 1987, cuando los países en desarrollo 
afrontaron un súbito éxodo de préstamos bancarios comerciales, las 
transferencias netas del FMI pasaron de más US$ 7.600 millones en 
1985 a menos US$ 7.900 millones. Y las transferencias netas del 
Banco Mundial pasaron de más US$ 4.900 millones en 1985 a menos 
US$ 1.700 millones en 1991.

La debilidad de mercado de los países en desarrollo también es 
evidente en su incapacidad de atraer volúmenes suficientes de 
inversión extranjera directa. Los inversionistas buscan la más alta 
rentabilidad posible sobre su capital, y en los últimos años son los 
países industrializados los que lo han brindado. Como resultado, el 
83% de la inversión extranjera directa tiene como destino los países 
industrializados. Y los países en desarrollo que sí reciben inversión 
extranjera tienden a ser aquéllos en mejor situación: el 68% del flujo 
anual a países en desarrollo tuvo como destino apenas nueve países 
en América Latina y en el este y el sureste de Asia.

Esto puede parecer extraño, pues podría pensarse que el capital 
produce mayores rendimientos en países en donde el capital es 
escaso pero la mano de obra es abundante. Sin embargo, parecen 
revestir igual importancia la calidad y la capacidad tecnológica de los 
trabajadores. Los países que tienen una fuerza laboral más instruída 
y calificada –así como climas de inversión política y económicamente 
más estables– tienden a ofrecer mejores rendimientos. Incluso los 
nacionales de países en desarrollo invierten sus fondos en países 
industrializados, con lo cual acentúan el flujo aparentemente perverso 
de fondos de los países pobres a los ricos.

Esta debilidad de los países en desarrollo no es ni inherente ni 
inevitable. Pueden mejorar sus perspectivas mediante políticas 
sólidas de manejo económico e inversiones cuantiosas en capital 
humano. Algunos países en desarrollo ya han registrado progresos 
impresionantes: en esperanza de vida, en matrícula escolar, en 
alfabetismo adulto, en niveles nutricionales y en igualdad entre sexos. 
No obstante, para mejorar significativamente su ventaja competitiva y 
fortalecer su posición en los mercados internacionales, habrán de 
afrontar un desafío doble: ampliar el nivel básico de desarrollo 
humano y concentrar energías en áreas más avanzadas.

Como sostuvieron los dos primeros Informes de Desarrollo Humano, 
la prioridad otorgada a satisfacer necesidades humanas tan 
esenciales como la educación básica y la atención médica primaria no 
debe cuestionarse. Ninguna pirámide invertida de formación de capital 
humano podrá ser nunca estable. Pero los países en desarrollo 
deberán trascender las preocupaciones básicas de supervivencia 
humana e invertir fuertemente en todos los niveles de formación de 
capital humano, sobre todo en capacidades técnicas y 
administrativas. A menos que los países en desarrollo adquieran un 
mayor control sobre la creciente "industria del conocimiento", 
permanecerán por siempre rezagados en la producción de bajo valor 
añadido.

Es poco probable que el mundo tenga en algún momento una 
distribución equitativa del capital físico. Pero el mejoramiento de la 
distribución de conocimiento y capacidades constituye una 
proposición mucho más manejable y puede contribuir a igualar la 
distribución de oportunidades de desarrollo tanto a nivel nacional 
como internacional.

Varios países, industrializados y en desarrollo, han demostrado lo 
que se puede lograr cuando se utilizan estrategias claras de 
formación de capital humano y penetración de mercados. Los "tigres" 
industriales del este y el sureste asiático –incluídos la República de 
Corea, Tailandia y Malasia–, están avanzando a saltos en lo que 
normalmente constituirían varias décadas de desarrollo.

Una acción nacional decidida puede, por lo tanto, propulsar a 
países individuales a niveles mucho más altos de desarrollo humano y 
crecimiento económico. Sin embargo, si se pretende que los países 
en desarrollo progresen en conjunto, también habrá que realizar 
reformas internacionales fundamentales.

3.3. Los mercados globales no operan libremente. Esto, unido a su 
condición de socios desiguales, le cuesta a los países en desarrollo 
US$ 500.000 millones anuales, o sea 10 veces más de lo que reciben 
en ayuda exterior

Las restricciones más evidentes son las que conciernen a bienes y 
trabajo. Las barreras arancelarias y no arancelarias mantienen por 
fuera muchas manufacturas provenientes de inmigración e impiden a 
los trabajadores emigrar en busca de mejores rendimientos por su 
trabajo.

Las barreras comerciales de los países industrializados protegen a 
los mercados nacionales de importaciones provenientes de una 
amplia gama de países, tanto ricos como pobres. Por ejemplo, las 
medidas no arancelarias se imponen sobre todo a bienes en cuya 
producción los países en desarrollo son más competitivos, como es el 
caso de las exportaciones que requieren una utilización intensiva de 
mano de obra como textiles, confecciones y calzado. Y, en una gama 
extensa de bienes, los niveles arancelarios aumentan de acuerdo con 
el nivel de procesamiento. Esto es cierto en el caso de especies, el 
yute y los aceites vegetales, así como en lo que respecta a las frutas, 
los vegetales y las bebidas tropicales. Estos incrementos en los 
aranceles desalientan a los países en desarrollo para procesar sus 
productos primarios, como sería, por ejemplo, convertir el cacao en 
chocolate o fabricar refuerzos para alfombras en yute.

Según un estudio realizado por el Banco Mundial, las restricciones 
comerciales reducen el PNB de los países en desarrollo en un 3%, lo 
que equivale a una pérdida anual de US$ 75.000 millones. Según otro 
cálculo, sólo en el caso de los textiles y las confecciones, la 
eliminación progresiva del Acuerdo de Multifibras podría aumentar las 
exportaciones de los países en desarrollo en cerca de US$ 24.000 
millones anuales.

De hecho, estas barreras han ido aumentando. Veinte de 24 países 
industrializados son hoy en día más proteccionistas de lo que eran 
hace 10 años. Casi el 28% de la totalidad de importaciones de los 
países de la OCDE provenientes de países en desarrollo se ve 
afectado por barreras arancelarias. Es verdad que los países en 
desarrollo utilizan políticas proteccionistas para proteger industrias 
nacientes y algunas otras. Pero la verdadera ironía es que, ahora que 
el nivel de protección promedio en los países en desarrollo está 
comenzando a descender –en parte como resultado de programas de 
ajuste estructural–, las tendencias proteccionistas en las naciones 
industrializadas están ganando terreno.

El Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio 
(GATT) se creó de manera que tales barreras pudieran retirarse 
progresivamente para beneficio del comercio mundial en general. Sin 
embargo, su influencia ha sido muy limitada. Muchas áreas –entre 
ellas la agricultura, los productos tropicales, los textiles, los servicios, 
los derechos de propiedad intelectual y los flujos de inversión– no se 
ajustan a sus principios. De hecho, tan sólo el 7% del comercio 
mundial se encuentra en conformidad total con los principios del 
GATT.

Por lo tanto, los bienes provenientes de países en desarrollo no 
pueden moverse libremente a través de fronteras nacionales. Las 
restricciones sobre la migración de mano de obra son todavía más 
fuertes.

Cada año, 38 millones de personas adicionales ingresan a la fuerza 
laboral en los países en desarrollo sumándose a los más de 700 
millones de desempleados o subempleados. Si no se les crean 
oportunidades de trabajo, muchos se sentirán tentados a unirse al 
flujo creciente de migrantes internacionales, ya sea legal o 
ilegalmente. Cerca de 75 millones de personas de países en 
desarrollo dejan su tierra todos los años, en calidad de emigrantes 
por razones económicas, trabajadores transitorios, refugiados o 
personas desplazadas.

Como respuesta, los países industrializados se están volviendo 
mucho más selectivos en cuanto a los inmigrantes que aceptan. Han 
establecido niveles de capacitación cada vez más altos y otorgan 
preferencia a los trabajadores calificados o a quienes traen consigo 
capital o a los refugiados políticos.

Estas políticas resultan costosas para los países en desarrollo. 
Pierden personas altamente calificadas: científicos y profesionales en 
cuya educación han invertido muchos miles de millones de dólares. 
Pero además pierden remesas que los trabajadores migrantes no 
calificados podrían haber enviado de vuelta a casa. Las remesas son 
una fuente importante de ingresos para muchos países en desarrollo. 
Provienen no sólo de los países industrializados, sino también de 
emigrantes que se han ido a otros países en desarrollo, muchas 
veces productores de petróleo o naciones en proceso más acelerado 
de crecimiento. Tan sólo en 1989 las remesas totales provenientes de 
países industrializados y del Golfo ascendieron a US$ 25.000 
millones.

Resulta, desde luego, poco realista esperar que los países 
industrializados aflojen considerablemente sus barreras contra la 
inmigración. En vez de ello, habrá que crear suficientes oportunidades 
económicas en el mundo en desarrollo para así reducir las presiones 
que origina la migración.

Las restricciones de los mercados internacionales y la condición de 
socios desiguales le cuestan a los países en desarrollo 
aproximadamente US$ 500.000 millones, cifra que equivale alrededor 
del 20% de su PNB y a más de 6 veces lo que gastan en prioridades 
de desarrollo humano, como educación básica, atención médica 
primaria, agua potable y eliminación de la desnutrición. Si estos US$ 
500.000 millones se pusieran a disposición de los países en 
desarrollo y si se utilizaran bien podrían ejercer un impacto 
significativo en la reducción de la pobreza. No debe olvidarse nunca 
que la pobreza no precisa de pasaporte alguno para traspasar las 
fronteras internacionales, bajo la forma de migración, degradación 
ambiental, drogas, enfermedad e inestabilidad política.

Habrá que realizar reformas radicales a fin de que los mercados 
funcionen de manera que beneficien a los países pobres y a la gente 
pobre. Pero los mercados por sí solos no pueden proteger a la gente 
contra la pobreza absoluta. Se requiere también la creación de redes 
de seguridad social fuertes y eficientes, tanto a escala internacional 
como nacional. 

3.4. La comunicación mundial precisa de políticas establecidas para 
proveer una red de seguridad social a las naciones pobres y a la 
gente pobre

El libre funcionamiento del mercado con frecuencia tiende a 
acentuar las disparidades entre ricos y pobres. Los gobiernos 
nacionales tratan de contrarrestar esas tendencias mediante una 
redistribución del ingreso a través de sistemas de impuestos a la 
renta progresivos. También complementan estas medidas con la 
conformación de redes de seguridad social para evitar que la gente 
llegue a extremos de indigencia absoluta.

Estados Unidos, por ejemplo, "recicla" cerca del 15% del ingreso 
nacional a través del presupuesto público, y lo destina a servicios 
sociales, subsidios de desempleo y auxilios de bienestar. En Suecia la 
cifra oscila alrededor del 30%, e incluso muchos países en desarrollo 
tienen redes de seguridad social que reciclan entre el 5% y el 15% del 
PIB. 

A nivel internacional, no existe ningún sistema semejante que 
redistribuya el ingreso eficazmente. Ya se está comenzando a hacer 
algo al respecto a nivel regional, dentro de la Comunidad Europea. 
Pero lo más parecido a una red de seguridad social internacional 
–que provea ayuda eficaz a los grupos de población más pobres– que 
existe actualmente en el mundo es el sistema de asistencia oficial 
para el desarrollo (AOD), el cual exhibe fallas protuberantes en 
numerosos aspectos:

· Cantidad. La AOD asciende actualmente apenas a un 0,35% del 
PNB combinado de los países de la OCDE, en comparación con la 
meta internacional del 0,7%. Esto resulta claramente inadecuado. Los 
países donantes consideran necesario reciclar cerca del 25% de sus 
ingresos para satisfacer las necesidades de sus poblaciones, 
incluyendo 100 millones de personas que tienen ingresos inferiores al 
nivel de línea de pobreza, calculada en aproximadamente US$ 5.000. 
Pero para ayudar a satisfacer las necesidades de más de mil millones 
de pobres absolutos en los países en desarrollo, tan sólo asignan un 
0,35%.

· Equidad. Las contribuciones de la AOD no aumentan 
progresivamente de acuerdo con los ingresos per cápita de los 
donantes; algunas de las naciones más ricas dan un porcentaje 
mucho más pequeño de su PNB que países menos acaudalados. De 
hecho, el 80% del déficit actual de US$ 51.000 millones en 
comparación con la meta global de 0,7% es responsabilidad exclusiva 
de tan sólo dos naciones ricas: Estados Unidos y Japón.

· Asignación. Muchas veces la ayuda no está relacionada con el 
nivel de pobreza. El sur de Asia recibe US$ 5 por persona, mientras 
que los países beneficiarios de ayuda en el Medio Oriente (con un 
ingreso per cápita más de tres veces superior al del sur de Asia) 
reciben US$ 55 por persona. India tiene el 34% de los pobres 
absolutos del mundo, pese a lo cual recibe apenas el 3,5% del total 
de AOD. De hecho, los 10 países que en su conjunto albergan a más 
del 70% de las personas más pobres del mundo reciben apenas una 
cuarta parte de la ayuda internacional. Los países que reciben más 
ayuda suelen ser aquellos que no utilizan bien sus recursos: los 
países con altos gastos militares obtienen aproximadamente el doble 
de ayuda per cápita que los países de gastos moderados, y 25% más 
que los países con gastos militares bajos. La ayuda tampoco se 
asigna a lo que deberían ser asuntos de prioridad humana. La 
educación básica, la atención médica primaria, el agua potable y los 
programas de nutrición tan sólo obtienen el 10% de la AOD 
multilateral y el 6,5% de la AOD bilateral. Como las perspectivas de un 
aumento importante en el monto total de la AOD son bastante 
desalentadoras, debe aprovecharse cualquier oportunidad para 
mejorar la calidad de la asistencia extranjera.

Si se quiere que la AOD sirva genuinamente como red de seguridad 
social para los pobres del mundo tendrá que basarse en un nuevo 
marco, según el cual los compromisos con el programa de ayuda se 
consideren obligaciones firmes, los flujos anuales se muevan de 
forma predecible, la carga se distribuya progresivamente y las 
asignaciones de ayuda se hagan racional y equitativamente según 
metas internacionales acordadas. Esta ayuda debería canalizarse 
preferencialmente a través de organizaciones multilaterales, ya que 
pueden operar sin las presiones políticas que determinan gran parte 
de la ayuda bilateral. Y la distribución de la AOD debe basarse en un 
nuevo diálogo en torno a formulación de políticas que haga énfasis en 
que la ayuda deberá dirigirse a asuntos de prioridad humana e inste a 
los países beneficiarios a disminuir sus gastos militares y a respetar 
los derechos humanos.

Una reestructuración fundamental semejante de la AOD tan sólo 
podrá realizarse si se basa en acuerdos internacionales que permitan, 
tanto a las naciones ricas como a las pobres, proteger sus intereses 
legítimos. Lo que se necesita es un nuevo pacto internacional.

3.5. Los países industrializados y en desarrollo tienen la 
oportunidad de diseñar un nuevo pacto internacional y de asegurar 
un desarrollo humano sostenible para todos en un mundo pacífico

El basurero de la historia está repleto de grandiosos diseños 
internacionales que jamás se llevaron a la práctica; este hecho 
merece una reflexión sensata antes de iniciar otro intento más. Sin 
embargo, los fracasos del pasado deben constituirse en fuente de 
inspiración y no de parálisis política. Las propuestas pasadas no 
fructificaron por varias razones. Con frecuencia eran unilaterales, 
basadas en concesiones del Norte al Sur, en vez de estar 
sustentadas en el interés mutuo. Muchas veces resultaban 
excesivamente ambiciosas, pues exigían a los países industrializados 
incrementos sustanciales y políticamente impopulares en materia de 
ayuda externa, en vez de ofrecer reformas bien estudiadas en los 
mercados internacionales, de las cuales todos pudieran beneficiarse. 
Muchas tenían un enfoque demasiado estrecho, concentrándose en 
un asunto ya fuera económico o político, sin tener en cuenta la 
dimensión humana. Y algunas propuestas simplemente se hacían en 
momentos inoportunos, cuando no había madurado todavía el tiempo 
para el cambio.

Finalizada la guerra fría, con un descenso en los gastos militares, 
con la expansión de la libertad económica y política y con una 
concientización cada vez mayor de la opinión pública en lo referente a 
los temas ambientales, el mundo tiene ahora una oportunidad única 
de romper en gran parte con el pasado. Ha llegado el momento de 
concertar un nuevo pacto internacional sobre desarrollo humano: un 
acuerdo que coloque a las personas en primer lugar en las políticas 
nacionales y en la cooperación internacional para el desarrollo.

Sin embargo, es preciso definir muy claramente un pacto 
internacional realista, que ponga en claro los objetivos que pretende 
cumplir, los recursos que necesita, la estrategia para su puesta en 
marcha y el marco institucional que requiere como base. Y todas las 
partes tedrán que estar dispuestas a dar y recibir.

Dicho pacto también tendría que prepararse mediante un proceso 
de consultas mundiales. Deberá convocarse una cumbre mundial 
sobre desarrollo humano con miras a comprometer el apoyo de los 
líderes políticos del mundo para poder alcanzar los objetivos del 
pacto, incluyendo su compromiso en lo que respecta a los recursos 
que se necesitarán.


4. DISPARIDAD, INEQUIDAD SIGNO DE NUESTRO TIEMPO

La brecha de ingresos entre países ricos y pobres no sólo es 
considerable, sino que está ensanchando. Entre 1960 y 1989, los 
países con el 20% de la población mundial más rica crecieron a un 
ritmo de 2,7 veces superior al del 20% más pobre. 

También se observan contrastes asombrosos entre países 
individuales y entre regiones diferentes. Entre 1965 y 1980, la tasa de 
crecimiento global del mundo fue de 2,4% y la cifra correspondiente a 
los países de la OCDE en su conjunto –2,9%– se acercaba al 
porcentaje anterior. Sin embargo, entre las regiones en desarrollo se 
registraron diferencias sustanciales. Algunas de las regiones con 
altas tasas de crecimiento anual durante este periodo fueron China 
(4,1%), el este y el sureste de Asia (3,9%), América Latina y El Caribe 
(3,8%) y los Estados Arabes (3,0%). En comparación, las tasas de 
crecimiento del sur de Asia y del Africa subsahariana fueron muy 
bajas.

Sin embargo, durante la década de los años ochenta la situación 
experimentó un cambio drástico. El este y el sureste de Asia y China 
siguieron creciendo con celeridad, y la situación en el sur de Asia 
también mejoró considerablemente. Pero en las demás regiones se 
registró menos progreso. Entre 1980 y 1989, el crecimiento 
económico en América Latina y el Caribe promedió menos 0,4% 
anual. Y el Africa subsahariana experimentó una tasa de crecimiento 
anual de menos 1,7% durante el mismo periodo, con lo cual se quedó 
aún más rezagada. 

La situación de aquellos países menos desarrollados, en donde 
vive el 8% de la población mundial, también fue negativa. Su 
participación en el PNB internacional se redujo de un minúsculo 1% a 
un 0,5% todavía más exiguo.

La década de los años ochenta ha sido descrita con frecuencia 
como la "década perdida" para el desarrollo. Esto podrá parecer 
extraño, puesto que el crecimiento internacional promedio fue mayor 
entre 1980 y 1989 que entre 1965 y 1980 (3,2% en comparación con 
2,4%). El verdadero problema en la década de los años ochenta fue 
que el crecimiento internacional se distribuyó de forma muy 
inequitativa.

Es posible que en 1965-1980 el crecimiento haya sido menor, pero 
un mayor número de personas vio mejorar sus posibilidades. Si se 
considera "razonable" un crecimiento per cápita anual de entre 1% y 
5%, el porcentaje de la población mundial que vive en países con un 
crecimiento menor fue del 13% en 1965-1980, pero se elevó a casi un 
30% en 1980-1989.

La década de los años ochenta también fue testigo de una mayor 
polarización entre ricos y pobres. En comparación con 1965-1980, en 
la década de los ochenta el triple de personas vivían en países con 
un crecimiento per cápita alto (más de 5%). Esta polarización sería 
todavía más evidente si también se tomara en cuenta el deterioro en 
la distribución de ingresos a nivel nacional: las brechas entre ricos y 
pobres aumentaron considerablemente en algunas de las economías 
de crecimiento rápido.

Por lo tanto, la consideración exclusiva de las tasas de crecimiento 
promedio resulta muy insatisfactoria, y la atención futura deberá 
concentrarse en las tasas reales correspondientes a poblaciones y 
grupos de ingreso específicos.


4.1. Disparidades en oportunidades de mercado

Las brechas en ingresos y oportunidades de empleo entre naciones 
ricas y pobres y entre personas ricas y pobres son, por lo tanto, muy 
grandes, y se están ensanchando a velocidades alarmantes. No 
obstante, a nivel internacional, también existen grandes disparidades 
en el acceso a los mercados de bienes y servicios y de capital.

· Comercio. Muchas regiones en desarrollo han visto reducirse su 
participación en el comercio internacional desde 1970. Entre éstas se 
encuentran el Africa subsahariana (3,8% a 1%), América Latina y el 
Caribe (5,6% a 3,3%) y los países menos desarrollados (0,8% a 
0,4%). La participación del 20% más pobre de la población mundial 
es, en la actualidad, de apenas un 1%. A otras regiones les fue 
mucho mejor durante este período: el este y sureste de Asia (incluído 
China) elevaron en más del doble su participación, pues ésta 
aumentó de 4,9% a 10%.

· Préstamos de bancos comerciales. El 20% más pobre de la 
población mundial sólo recibe el 0,2% de los préstamos 
internacionales otorgados por la banca comercial. A semejanza de lo 
que ocurre con las personas pobres en sus propios países, en la 
comunidad internacional las naciones pobres simplemente carecen de 
capacidad crediticia.

· Inversión extranjera directa. Pese a la oferta abundante de mano 
de obra y a las supuestamente numerosas oportunidades de 
inversión, no más del 0,2% de la inversión trasnacional tiene como 
destino el 20% más pobre de la población mundial.

Para los habitantes de la mayor parte del mundo en desarrollo las 
disparidades son grandes, pero algunas regiones y países están más 
rezagados que otros.

El Africa subsahariana y el sur de Asia aumentaron su participación 
en la población mundial de 27% a 32% entre 1960 y 1989. Sin 
embargo, su participación en el PNB se redujo en un 20% y su 
participación en el comercio internacional disminuyó en más de la 
mitad, circunstancia que contribuye al rápido proceso de marginación 
de 1.700 millones de personas.

Los países menos desarrollados, como grupo, retrocedieron 
todavía más. De suyo registraban ya una participación muy exigua en 
el PNB internacional (1% en 1960), en el comercio internacional (0,8% 
en 1970) y en los préstamos internacionales otorgados por la banca 
comercial (0,2% en 1970) cifras que no corresponden a su 
participación del 8% en la población mundial. Pero incluso estos 
niveles se han reducido en más de la mitad en el curso de las últimas 
dos a tres décadas.

Sea cual fuere el indicador, la evidencia señala disparidades 
grandes y crecientes. A los niveles tanto nacional como internacional 
el interrogante básico que debe plantearse en este momento es: 
¿Cómo puede invertirse esta tendencia?


5. CRECIMIENTO ECONÓMICO NO ES IGUAL A DESARROLLO 
HUMANO

Con frecuencia, los conceptos anteriores de desarrollo han 
concedido atención exclusiva al crecimiento económico, con base en 
la presunción de que, en último término, el crecimiento beneficiará a 
todos. Pero el desarrollo humano ofrece una perspectiva mucho más 
amplia y completa. Demuestra que el crecimiento económico es vital: 
ninguna sociedad ha podido, en el largo plazo, sostener el bienestar 
de su pueblo sin inyecciones continuas de crecimiento económico. 
Pero el crecimiento por sí solo no basta: tiene que traducirse en 
mejoramiento en las vidas de las personas. El crecimiento económico 
no es el fin del desarrollo humano. Es un medio importante.

El desarrollo humano y el crecimiento económico están, por lo 
tanto, estrechamente ligados. Las personas contribuyen al 
crecimiento y el crecimiento contribuye al bienestar humano.

El énfasis que el desarrollo humano coloca en las capacidades 
humanas también ha conducido a algunas personas a creer que el 
desarrollo humano está limitado a sectores sociales, tales como salud 
o educación. Estas inversiones en personas resultan vitales, pero 
sólo constituyen una parte del panorama general. El desarrollo 
humano no se limita a un sector específico. No se concentra en 
asuntos sociales a expensas de las cuestiones económicas. Subraya 
la necesidad de desarrollar las capacidades humanas. Sin embargo, 
le preocupa igualmente la forma en que esas capacidades son 
utilizadas, por personas que pueden participar libremente en la toma 
de decisiones políticas y económicas y que pueden trabajar 
productiva y creativamente para acrecentar el desarollo. 

Los habitantes de los países en desarrollo han mejorado 
significativamente sus capacidades en los últimos años. En esperanza 
de vida y educación básica han ido reduciendo la brecha con los 
países industrializados. Pero en otras áreas como en educación 
superior tecnología, informática y productividad laboral las brechas se 
están ensanchando. Así las cosas, para promover el crecimiento 
económico en el futuro también tendrán que adquirir las capacidades 
más avanzadas exigidas por las nuevas fronteras tecnológicas. Los 
"tigres" industrializados del este de Asia han demostrado cómo se 
puede lograr esto. La República de Corea aumentó la productividad 
laboral en un 11% anual entre 1963 y 1979, y Tailandia superó 
incluso este empeño al aumentar la productividad en un 63% entre 
1980 y 1985. El desarrollo humano contribuyó mucho a estas 
ganancias en productividad y desarrollo económico.

Otra falacia en torno al concepto de desarrollo humano es que sólo 
se aplica a las necesidades básicas, y únicamente en los países 
pobres. No es así. El concepto de desarrollo humano se aplica a los 
países en todos los niveles de desarrollo. En todas partes las 
personas tienen necesidades y aspiraciones, aunque éstas 
naturalmente varían de un país a otro. A la mayoría de las personas 
de los países recientemente industrializados les interesa adquirir 
capacidades más avanzadas y mantenerse al tanto de los cambios 
técnicos. Los habitantes de los países ricos pueden sentir un mayor 
interés en los temas sociales, tales como la carencia de vivienda y la 
drogadicción. 

Cada país tiene su propia agenda humana, pero el principio básico 
debe ser el mismo: colocar a las personas en el centro del desarrollo 
y concentrarse en sus necesidades y su potencial. El desarrollo 
humano abarca todo el espectro de las necesidades y ambiciones 
humanas. 

El desarrollo humano se refiere a todas las actividades, desde 
procesos de producción hasta cambios institucionales y diálogos 
sobre políticas. Es el desarrollo enfocado en las personas y en su 
bienestar. Le preocupan tanto la generación del crecimiento 
económico como su distribución, tanto las necesidades básicas como 
el espectro de las aspiraciones humanas, tanto las aflicciones 
humanas del Norte como las privaciones humanas en el Sur. El 
desarrollo humano, como concepto, es amplio e integral. Pero está 
guiado por una idea sencilla: las personas siempre son lo primero.


5.1. Desarrollo humano sostenible

La población y los niveles de actividad económica han aumentado 
más rápidamente en los últimos cuatro decenios que en cualquier otra 
época de la historia de la humanidad. Desde 1950, la población 
mundial ha crecido 2.500 millones a 5.300 millones. Gran parte de 
dicho aumento ha tenido lugar en países en desarrollo, en donde vive 
el 77% de la población mundial.

Aunque los niveles de fecundidad y las tasas de crecimiento de la 
población están decreciendo, la gran base de jóvenes ya nacidos 
significa que la población mundial seguirá aumentando durante algún 
tiempo, quizás duplicándose antes de estabilizarse. El solo total 
demográfico significa que el crecimiento continuo en la actividad 
ecónomica es inevitable.

En el mundo entero, las personas aspiran a participar de los 
beneficios que se derivan de la producción y el comercio entre ellos 
mismos y con otras sociedades. Sin embargo, es inconcebible que el 
mundo pueda sostener a miles de millones de personas en la forma 
derrochadora a la cual se ha acostumbrado la minoría más pudiente. 
El 23% de la población mundial que vive en países industrializados del 
Norte gana el 85% de los ingresos del mundo. El enorme esfuerzo 
que demanda este nivel de actividad económica se siente en la 
pérdida de bosques y especies, la contaminación de ríos, lagos y 
océanos, la acumulación de gases de invernadero y el agotamiento 
del ozono, preservador de la vida.

Los países industrializados están comenzando a reconocer estos 
problemas y la necesidad de afrontarlos. En algunos sectores, la 
solución propuesta consiste en instituir medidas para impedir que los 
países en desarrollo participen en las actividades económicas que 
imponen tales presiones sobre el medio ambiente. Un sistema 
semejante sería, desde luego, totalmente incorrecto. No obstante, 
existe un reconocimiento alentador del hecho de que los países 
industrializados han cometido grandes errores en el desarrollo de 
patrones de producción y consumo de utilización intensiva de energía. 
La raza humana no puede seguir devorando los recursos del mundo y 
botando sus desechos en las formas hoy en día practicadas por la 
minoría pudiente.

Los estilos de vida y prácticas de los ricos no son la única causa del 
deterioro del medio ambiente. La pobreza en que viven tres cuartas 
partes de la población mundial causa a los sistemas ecológicos del 
mundo tensiones iguales y a veces aún mayores. La gente pobre y 
los países pobres dependen de la tierra para alimentos, de los ríos 
para agua y de los bosques para combustibles. Si bien precisan de 
estos recursos desesperadamente, los pobres tienen pocas 
alternativas, pues no poseen activos o ingresos fuera de 
sobreutilizarlos y destruirlos, simplemente para sobrevivir. Al hacerlo, 
amenazan su propio bienestar y el de sus hijos.

El curso actual no es inevitable. Si se reconocen los problemas, se 
acepta la responsabilidad en su creación y se toman medidas para 
afrontarlos, incluyendo algunas muy difíciles, es posible dar marcha 
atrás y asegurar la salud y el bienestar de toda la población mundial. 
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el 
Desarrollo (CNUMAD), de junio de 1992 en Brasil, brinda la 
oportunidad de abordar muchas de estas cuestiones y de negociar el 
tipo de cambios y sacrificios requeridos para modificar las tendencias 
negativas que ya son dolorosamente obvias.

5.2. Pobreza, medio ambiente y desarrollo humano

Si se quiere que el desarrollo amplíe la gama de opciones de las 
personas debe hacerlo, no sólo para la generación actual, sino 
también para las futuras. Debe ser sostenible. Una de las principales 
amenazas contra el desarrollo humano y económico sostenible 
proviene de la espiral descendente de pobreza y degradación 
ambiental que amenaza a las generaciones actual y futuras.

Cerca de 1.400 millones de los más de 5.300 millones de habitantes 
del mundo viven en condiciones de pobreza. Según otros cálculos, la 
inclusión de quienes viven "en el margen de subsistencia" sólo con 
sus necesidades mínimas satisfechas eleva la cifra de pobres a casi 
2.000 millones.

Los peligros ambientales y riesgos contra la salud planteados por la 
contaminación, la vivienda inadecuada, las condiciones sanitarias 
deficientes, el agua contaminada y la falta de otros servicios básicos, 
constituyen una amenaza desproporcionada para los pobres. Muchas 
de estas personas, de suyo desprovistas de necesidades esenciales, 
también viven en las áreas más vulnerables desde el punto de vista 
ecológico. Según un cálculo, el 80% de los pobres en América Latina, 
el 60% de los pobres de Asia y el 50% de los pobres de Africa viven 
en tierras marginales caracterizadas por una baja productividad y una 
alta susceptibilidad a la degradación ambiental, incluyendo tierras 
áridas, suelos de baja fertilidad, laderas pendientes y tugurios y 
barrios de invasión en las ciudades. La degradación ambiental que 
resulta cuando las personas utilizan estas tierras marginales para 
procurarse madera combustible y para sembrar cultivos de 
subsistencia y comerciales empeora su pobreza. También pone en 
peligro su salud y bienestar, así como los de sus hijos. Y a medida 
que los cultivos comerciales desplazan las actividades de 
subsistencia, los pobres se van marginando todavía más forzados a 
instalarse en tierras ambientalmente frágiles.

5.3. Desarrollo sostenible y crecimiento económico

El clamor por un desarrollo sostenible no es simplemente una 
llamada a la protección ambiental. En vez de ello, el desarrollo 
sostenible implica un nuevo concepto de crecimiento económico, que 
provee justicia y oportunidades para toda la gente del mundo, y no 
sólo para unos pocos privilegiados, sin destruir aún más los recursos 
naturales finitos del mundo ni poner en entredicho la capacidad de 
sostenimiento de la Tierra.

La Comisión Mundial del Medio Ambiente y el Desarrollo definió el 
desarrollo sostenible como aquel que satisface las necesidades del 
presente sin limitar el potencial para satisfacer las necesidades de las 
generaciones futuras. Propuesta en 1987, esta definición ha 
adquirido vigencia y apoyo generalizados, aunque quienes la utilizan 
quizá no siempre tengan percepciones similares sobre su significado.

El desarrollo sostenible es un proceso en el cual las políticas 
económicas, fiscales, comerciales, energéticas, agrícolas e 
industriales se diseñan con miras a que produzcan un desarrollo que 
sea económica, social y ecológicamente sostenible. Esto significa que 
el consumo actual no puede financiarse incurriendo en deudas 
económicas que otros tendrán que reembolsar en el futuro. Debe 
invertirse en la salud y educación de la población actual a fin de no 
legarle una deuda social a las generaciones futuras. Y los recursos 
naturales deben utilizarse de forma que no creen deudas ecológicas 
al sobreexplotar la capacidad de sostenimiento y producción de la 
Tierra.

En términos generales, los requerimientos mínimos para lograr un 
desarrollo sostenible incluyen:

· La eliminación de la pobreza

· Una reducción en el crecimiento demográfico

· Una distribución más equitativa de los recursos

· Personas más saludables, instruídas y capacitadas

· Gobiernos descentralizados más participativos

· Sistemas de comercio más equitativos y abiertos, tanto internos 
como externos, incluyendo aumento de la producción para consumo 
local.

· Mejor comprensión de la diversidad de ecosistemas, soluciones 
localmente adaptadas para problemas ambientales y mejor monitoreo 
del impacto ambiental producido por las actividades de desarrollo.

¿Deberá frenarse el crecimiento económico a fin de conservar el 
medio ambiente? Quizás "sí" parezca la respuesta obvia. Sin 
embargo, la respuesta fácil no aborda los problemas más serios que 
afrontan países en desarrollo con más de dos mil millones de 
personas en condiciones de pobreza absoluta y otros mil millones en 
los márgenes de la pobreza. Los pobres no pueden aceptar que su 
pasasdo y su presente deba proyectarse hacia un futuro indefinido. 
Tampoco pueden aceptar que los países industrializados tengan el 
derecho eterno a una participación del 85% en el ingreso del mundo y 
a una perpetuación de sus patrones de consumo, con utilización 
intensiva de energía. Esta generación, además de dejar un legado de 
"deuda ambiental" a las generaciones futuras bajo la forma de 
contaminación y agotamiento de recursos, también corre el peligro de 
dejar una deuda financiera, como resultado de préstamos pasados. Y 
corre el riesgo de dejar una deuda social, si los jóvenes de la 
actualidad carecen de los estándares de salud, educación y 
capacidad necesarios para afrontar el mundo del mañana.

La concientización actual en torno al medio ambiente está poniendo 
de relieve muchas nuevas áreas de conflicto potencial: entre los 
países industrializados y en desarrollo, entre la protección ambiental y 
el crecimiento económico, entre esta generación y la siguiente. Sería 
ingenuo decir que todos estos conflictos se pueden resolver. Estos 
debates proseguirán en el próximo siglo y aún después. Sin embargo, 
el concepto de desarrollo humano puede ofrecer algunos principios 
orientadores.

El primero es que el "desarrollo humano sostenible" debe 
concederle prioridad a los seres humanos. La protección ambiental es 
vital. No obstante (a semejanza del crecimiento económico), es un 
medio para promover el desarrollo humano. El objetivo primordial de 
nuestros esfuerzos debe ser la protección de la vida humana y de las 
opciones humanas. Esto implica que debe asegurarse la viabilidad a 
largo plazo de los sistemas de recursos naturales del mundo, incluída 
su biodiversidad. Toda la vida depende de ellos.

El segundo principio orientador es que los países en desarrollo no 
pueden escoger entre crecimiento económico y protección ambiental. 
El crecimiento no es una opción. Es un imperativo. La cuestión no es 
cuánto crecimiento económico, sino qué tipo de crecimiento. La 
carencia de crecimiento puede ser tan perjudicial para el medio 
ambiente como el crecimiento rápido.

No es la tasa de crecimiento económico lo que nos permite calibrar 
su efecto sobre el medio ambiente. La compensación del PIB –la 
mezcla de productos así como los tipos de procesos de producción– 
es la única que puede decirnos si el impacto global sobre el medio 
ambiente es positivo o negativo. Idealmente, el ingreso debería 
medirse en términos menos netos, después de deducir la 
depreciación del capital físico, el capital humano y la existencia de 
recursos naturales. Los problemas ambientales surgen cuando se 
ignora la depreciación de los recursos naturales simplemente porque 
no se conoce su precio.

Los países en desarrollo tienen que acelerar sus tasas de 
crecimiento económico. Sin embargo, deben adoptar estrategias que, 
en la medida de lo posible, respeten el entorno físico. Esto significa 
utilizar tecnologías distintas de las empleadas en el pasado por los 
países industrializados: es decir, tecnologías que consuman menos 
energía y sean más razonables desde el punto de vista ambiental.

Los países industrializados también quieren seguir avanzando. No 
obstante, si se pretende evitar presiones adicionales a la capacidad 
de sostenimiento del planeta, gran parte de su desarrollo tendrá que 
concentrarse en el mejoramiento de la calidad de la vida.

El tercer principio orientador es que cada país habrá de fijar sus 
propias prioridades ambientales, las cuales diferirán con frecuencia 
en los países industrializados y en desarrollo.

Los países industrializados consideran que la contaminación del 
aire representa un peligro para la salud, pero también se sienten en 
general más preocupados con respecto a la degradación de la 
calidad de la vida, entendida como un desequilibrio entre los seres 
humanos y el resto del mundo natural. Y muchas veces sus 
inquietudes se proyectan considerablemente hacia el futuro, pues 
conceden atención a problemas como el calentamiento global del 
planeta y la destrucción de la capa de ozono. Muchos de estos 
problemas se pueden asociar con el consumo excesivo de los 
recursos naturales.

Los países en desarrollo suelen preocuparse menos acerca de la 
calidad de la vida que acerca de la vida en sí. Y sus temores son 
mucho más inmediatos: el agua contaminada constituye una amenaza 
contra la vida y los suelos erosionados ponen en entredicho el 
sustento.

Los pobres suelen carecer de la fortaleza financiera requerida para 
conservar, reemplazar y reponer sus entornos naturales. Los ciclos 
de rotación de cultivos se han ido acortando, y cada vez se cultiva 
más tierra marginal. En 1984, aproximadamente 135 millones de 
personas vivían en áreas afectadas por la desertización (en 
comparación con 57 millones en 1977).

Así las cosas en el extremo inferior de la escala de ingresos, la 
pobreza constituye un enemigo tan grande del medio ambiente como 
la riqueza mal consumida de las sociedades ricas.


6. EL DESAFÍO DE LA INMIGRACIÓN

Los países en desarrollo podrían obtener por lo menos 250 mil 
millones de dólares anuales si los países ricos levantaran las 
restricciones de la inmigración de trabajadores extranjeros. Los 
países ricos también podrían obtener utilidades de la mayor movilidad 
laboral. Diversos estudios demuestran que las restricciones del 
mercado laboral internacional significarán que el mundo renunciará a 
1 billón de dólares en crecimiento hacia el año 2.000.

Ningún mercado es perfecto, pero el mercado internacional de la 
mano de obra es uno de los que tienen más restricciones.

La oferta está allí: millones de trabajadores de países en desarrollo 
están desempleados o subempleados. Pero las leyes de inmigración 
obstaculizan la corriente laboral de los países pobres a los ricos. 
Actualmente, unos 75 millones de personas de países en desarrollo 
se trasladan cada año en carácter de refugiados, personas 
desplazadas, trabajadores trashumantes o migrantes legales o 
ilegales.

Las restricciones que los países industrializados imponen a la 
inmigración niegan oportunidades de mercados de la misma forma 
que las cuotas y los aranceles aduaneros inhiben la exportación de 
productos con gran densidad de mano de obra y de productos 
agrícolas. Esas barreras detienen el crecimiento económico mundial, 
afectando en mayor medida a los países pobres. Son incluso más 
onerosas para los países pobres que las barreras comerciales, 
porque la emigración de mano de obra sin calificar o semicalificada es 
una esfera en la cual gozan de una ventaja comparativa. Como 
resultado, los países en desarrollo actualmente pierden mucho más 
con los controles de inmigración que con las barreras comerciales.

Las oportunidades perdidas en los mercados mundiales cuestan a 
los países en desarrollo un mínimo de 500.000 millones de dólares 
por año, y la mitad de las pérdidas deriva sólo de las restricciones de 
la inmigración. Pero mientras se están levantando las barreras 
comerciales e internacionales mediante las negociaciones del 
Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, hasta 
ahora las distorsiones del mercado laboral internacional han 
escapado al escrutinio.

Es evidente que resulta difícil esperar que los países 
industrializados reduzcan en gran medida sus barreras de 
inmigración. Sin embargo ello impone una responsabilidad todavía 
mayor a los países industrializados respecto de la creación de 
oportunidades económicas suficientes en los países en desarrollo 
para reducir las presiones que favorecen la migración. Tal como 
están las cosas los países industrializados han restringido todavía 
más las leyes de inmigración, revertiendo dos decenios de 
liberalización. Esas leyes ponen en peligro los 25.000 millones de 
dólares que actualmente remiten a sus países de origen los 
trabajadores migratorios.

La presión para que se limite el número de trabajadores sin calificar 
en los países industrializados ha aumentado en los últimos años 
debido a los temores de que el aumento de la corriente de 
inmigrantes del Sur aumente las tensiones sociales. Desde el decenio 
de 1960 la gran mayoría de los inmigrantes a los Estados Unidos y al 
Canadá han procedido de países en desarrollo fundamentalmente de 
América Latina y el Caribe (N de la R.). También en Europa la 
proporción de inmigrantes de países en desarrollo, aumentó en ese 
período de 30% a 46%. Hay ahora en algunos países europeos 
grupos que instan a sus gobiernos a que expulsen a los emigrantes 
desempleados.

Los países en desarrollo también han sufrido como resultado de la 
mayor preferencia de los países ricos por los inmigrantes que son 
trabajadores calificados o inversionistas potenciales. Estados Unidos 
y Canadá cambiaron recientemente sus leyes de inmigranción para 
atraer más trabajadores calificados y empresarios. Entre 1960 y 1990 
Estados Unidos y Canadá aceptaron más de un millón de inmigrantes 
profesionales y técnicos de países en desarrollo. Los países 
industrializados, en lo que es efectivamente un "mercado de 
compradores" de emigrantes, han venido fijando niveles cada vez más 
altos de calificación, dando preferencia a los trabajadores altamente 
calificados, a quienes aportan capitales o a los refugiados políticos.

La pérdida de trabajadores calificados ha afectado en gran medida 
a muchos países de Asia y Africa, amenazando su capacidad para 
absorber nueva tecnología y para capacitar futuras generaciones de 
profesionales. Africa ya ha perdido la tercera parte de su personal 
calificado en beneficio de Europa. Nada más que el Sudán perdió en 
la emigración en 1978, 17% de sus médicos y dentistas, 20% de sus 
profesionales universitarios, 30% de sus ingenieros y 454% de sus 
agrimensores. Filipinas perdió 12% de sus trabajadores profesionales 
que marcharon a los Estados Unidos en el decenio 1970.

La pérdida de profesionales y las barreras en aumento para los 
trabajadores sin calificación no podían venir en un momento más 
difícil para la mayoría de los países en desarrollo. Tasas elevadas de 
nacimiento significan que unos 38 millones de personas se suman a la 
fuerza de trabajo de los países del Sur todos los años, sumándose a 
los ya 700 millones de personas que están desempleados o 
subempleados. Esto significa que al terminar el decenio deben 
crearse o mejorarse mil millones de empleos nuevos, el equivalente 
del total de la población del Norte.

Si la comunidad internacional no tiene capacidad para crear 
oportunidades económicas donde más se necesitan, el mundo podrá 
presenciar una emigración internacional sin precedentes en el siglo 
XXI, que superará con mucho el vasto movimiento de personas que se 
registró en los primeros años de existencia de los Estados Unidos, el 
Canadá y Australia.


7. EXPORTACIONES DE PRODUCTOS MANUFACTURADOS

Las economías dinámicas del mundo en desarrollo han podido 
cambiar sus productos para exportación por bienes manufacturados. 
Como resultado, los países en desarrollo han aumentado su 
participación en las exportaciones mundiales de manufacturas: del 4% 
al 19% entre 1955 y 1989. De hecho, su participación en 1989 fue 
superior a la de la entonces República Federal de Alemania (15%), 
Japón (13%) y Estados Unidos (12%), dejando muy rezagados a 
muchos otros países, incluídos Francia, Italia y el Reino Unido.

El grueso de las exportaciones de los países en desarrollo proviene 
de unos pocos países. En 1988, el 54% de las exportaciones de los 
países en desarrollo provino de los cinco primeros: la República de 
Corea, Taiwan provincia de China, Singapur, Hong Kong y China. No 
obstante, la cantidad de países que exportan más de US$ 1.000 
millones anuales aumenta rápidamente. Incluso el Africa subsahariana 
incrementó sus exportaciones de bienes manufacturados en un 5,7% 
anual entre 1980 y 1987.

Esto ha constituído un logro extraordinario. Los países en 
desarrollo han superado muchas barreras comerciales y han 
quebrado el monopolio de los países industrializados. Han penetrado 
muchos mercados mundiales lucrativos y han abierto la puerta al 
crecimiento independiente en el Sur.

Con todo, no han recibido los rendimientos financieros que debían 
recibir de estas exportaciones. Entre 1980 y 1990, los precios de las 
manufacturas de los países en desarrollo aumentaron en un 12% en 
términos nominales en dólares estadunidenses. Pero los precios de 
las manufacturas de los países industrializados del Grupo de los Siete 
aumentaron en un 35% durante el mismo período. En términos reales, 
en comparación con los países industrializados, los precios recibidos 
por los países en desarrollo han ido disminuyendo.

¿Por qué? Muchos países se vieron obligados a aumentar las 
exportaciones durante períodos en los años ochenta en los que la 
demanda externa estaba disminuyendo. Soportaban una presión 
considerable para hacerlo por parte de acreedores que exigían el 
reembolso de las deudas y por parte de instituciones que exigían 
aumentos en las exportaciones como condición para brindarles apoyo 
financiero. Otro problema importante que afrontan los países en 
desarrollo en la exportación de bienes manufacturados es el nivel 
creciente de proteccionismo.

Los países industrializados han ido aumentando las barreras contra 
las importaciones provenientes de países en desarrollo. De 24 países 
industrializados, 20 son en términos generales más proteccionistas de 
lo que eran hace 10 años. Y discriminan más a los bienes de los 
países en desarrollo. La tasa efectiva de protección contra las 
exportaciones procedentes de los países en desarrollo es 
considerablemente más elevada que la tasa contra las exportaciones 
de los países industrializados. Estas restricciones le cuestan muy caro 
a los países en desarrollo: por lo menos US$ 40.000 millones anuales 
en exportaciones perdidas de bienes y servicios; y, según el Banco 
Mundial, reducen el PNB de los países en desarrollo en un 3%, lo que 
significa una pérdida anual de US$ 755.000 millones. Estas 
restricciones incluyen:

· Aumento escalado de aranceles. En muchos países 
industrializados, los aranceles de importación aumentan de acuerdo 
con el nivel de procesamiento: es el caso de las especies, el yute y 
los aceites vegetales, así como las frutas, vegetales y bebidas 
tropicales. Este sistema está diseñado para desalentar a los países 
en desarrollo de procesar sus productos primarios. Por ejemplo, el 
arancel promedio para el cacao procesado es más del doble del que 
se le impone al caco crudo, a fin de restringir las exportaciones de 
chocolate. Y mientras el arancel sobre el azúcar crudo es menos del 
2%, el arancel que se aplica a los productos de azúcar procesado es 
de aproximadamente un 20%.

· Barreras no arancelarias. Estas barreras han proliferado en los 
últimos decenios y hoy en día afectan a muchos de los grupos de 
productos claves en los que los países en desarrollo disfrutan de una 
ventaja competitiva. Las barreras no arancelarias incluyen, por 
ejemplo, la fijación de cuotas, el requerimiento de licencias de 
importación, las restricciones voluntarias a la exportación y las 
medidas compensatorias y antidumping especiales adoptadas cuando 
los productores nacionales se quejan de que están siendo víctimas de 
una competencia extranjera "injusta".
Entre 1987 y 1990, este tipo de barreras aumentó en un 20%.

En la actualidad, las medidas arancelarias constituyen el obstáculo 
principal contra las exportaciones de los países en desarrollo y se 
calcula que, en 1987, afectaron casi una tercera parte de las 
importaciones de la OCDE provenientes de países en desarrollo. La 
barrera más importante es el Acuerdo de Multifibras (MFA), que le 
niega a estos países aproximadamente US$ 4.000 millones anuales 
en ingresos por concepto de exportaciones. En 1987, cerca de la 
mitad de las exportaciones de textiles y confecciones de los países en 
desarrollo estaba sujeta a controles, de los cuales el 70% eran 
obligatorios.

Para fines de 1990, los miembros del GATT habían instituído en 
total 284 acuerdos de restricción de exportaciones, la mayoría 
cubrían grupos de productos de los cuales los países en desarrollo 
son exportadores sustanciales, ya sea reales o potenciales: productos 
agrícolas (59 acuerdos), textiles y confecciones (51), acero y 
productos de acero (39), electrónica (37) y calzado (21).

Se siguen introduciendo nuevos tipos de barreras no arancelarias. 
Los países desarrollados también han utilizado con frecuencia 
restricciones de precios o reglamentaciones de salud y seguridad a 
manera de medidas no arancelarias. Y ahora se están ligando 
consideraciones ambientales a la liberación comercial.

Estas restricciones comerciales no sólo son costosas para los 
países en desarrollo. También resultan extremadamente costosas 
para los consumidores de los países industrializados. Se calcula que 
en Estados Unidos, las restricciones sobre las importaciones de 
textiles y confecciones les costaron a los consumidores US$ 18.400 
millones en 1980. Las cuotas, por ejemplo, doblan el precio del azúcar 
para los consumidores. A nivel global, los consumidores 
norteamericanos pagan hasta US$ 75.000 millones anuales más por 
productos, debido a la imposición de derechos y restricciones a las 
importaciones: una suma que equivale a aproximadamente la sexta 
parte de la factura de importaciones de Estados Unidos.

El objetivo de dichas restricciones es proteger empleos. Pero ésta 
es una forma muy ineficiente de lograr este objetivo. En Canadá, por 
ejemplo, cada dólar ganado por trabajadores que retuvieron sus 
empleos debido a la protección de las industrias textil y de 
confecciones le costó a la sociedad aproximadamente US$ 70. En 
Estados Unidos, los consumidores pagaron US$ 114.000 anuales por 
cada empleo salvado en la industria del acero.


8. ¿ES POSIBLE UN PACTO MUNDIAL PARA LA EQUIDAD Y EL 
DESARROLLO?

Un pacto mundial entre países ricos y países pobres es 
indispensable para propiciar un mundo equitativo y pacífico. Un pacto 
de ese tipo aseguraría que los países en desarrollo alcanzarían en el 
año 2000 sus metas humanas esenciales, reduciría la pobreza 
absoluta al menos en un 5%, crearían trabajo suficiente para 
absorber el desempleo actual y las nuevas adiciones a la fuerza 
laboral, y acelerarían la tasa de crecimiento del PIB para lograr esos 
objetivos mundiales comunes como la lucha contra el tráfico de 
estupefacientes y la contaminación, la contención de las presiones 
conducentes a la migración y el estímulo de la polícia de no 
proliferación nuclear.

Una estrategia de cuatro puntos podría servir de base a un pacto 
mundial de ese tipo:

· Reducir el gasto familiar en un 3% anual a lo largo del decenio de 
1990 con el fin de crear un dividendo de paz de 1 billón 500.000 
dólares, 1 billón 200.000 dólares en los países industrializados y 
300.000 millones de dólares en los países en desarrollo.

· Abrir los mercados mundiales, particularmente a las exportaciones 
con gran densidad de mano de obra de los países en desarrollo como 
los productos textiles, la ropa, el calzado y los productos agrícolas y 
tropicales.

· Reformar la ayuda externa, el sistema de asistencia oficial para el 
desarrollo (AOD), tanto para aumentar su volumen como para 
distribuirlo de manera más eficiente. El informe sugiere que por lo 
menos dos tercios de la AOD se encauce hacia los países más 
pobres, en comparación con la cuarta parte actual, y que por lo 
menos un 20% se destine al gasto humano prioritario, en 
comparación con el 7% actual.

· Negociar un nuevo acuerdo mundial respecto de la deuda para 
detener la transferencia neta actual de 50.000 millones de dólares 
anuales de los países en desarrollo a los países industrializados.

Además, muchos países en desarrollo deberían reformarse a sí 
mismos para el desarrollo humano, llamamiento para que se instituyan 
gobiernos más democráticos, con una mejor gestión económica e 
inversiones masivas en la gente y en la tecnología. La 
reestructuración de las prioridades presupuestarias de los países en 
desarrollo, en particular la reducción del gasto militar y la privatización 
de las empresas públicas ineficientes, puede dar recursos suficientes 
para la formación de capital humano que esos países necesitan para 
su crecimiento futuro.

Es necesario además que se introduzcan cambios importantes en el 
funcionamiento del Banco Mundial, el FMI, el GATT, el Fondo para el 
Medio Ambiente Mundial y los programas de las Naciones Unidas, con 
el fin de asegurar una mejor gestión de la economía mundial en 
interés de todos los países y de todos los pueblos, y en particular 
para fomentar el mayor acceso de los países en desarrollo a las 
oportunidades de los mercados mundiales.

Se insta a la creación de un Consejo de Seguridad del Desarrollo 
en las Naciones Unidas. El Consejo constituiría un prominente y 
poderoso foro para la coordinación de la política mundial, en el que 
confiarían tanto los países industrializados como los países en 
desarrollo. El Consejo trataría todas las cuestiones importantes del 
programa político mundial, desde la seguridad alimentaria hasta la 
seguridad ecológica, desde la asistencia para el desarollo hasta la 
asistencia monetaria, desde los problemas de la deuda hasta los 
problemas de los productos básicos, desde el tráfico de 
estupefacientes hasta la transferencia de tecnología.

Constituiría un marco político para la labor de las instituciones 
internacionales financieras y para el desarrollo. El Consejo estaría 
compuesto de 22 miembros, 11 permanentes y 11 rotarios. Entre los 
miembros permanentes figurarían Alemania, China, los Estados 
Unidos, Francia, Japón, el Reino Unido y Rusia, así como los cuatro 
países más poblados de cada región en desarrollo, Brasil, Egipto, la 
India y Nigeria.


9. PNUD PROPONE CAMBIOS A INSTITUCIONES

El mundo precisa de una nueva visión de gobierno internacional 
para el próximo siglo.

La forma de gobierno será objeto de gran discusión en los años 
próximos. Las instituciones internacionales del siglo XXI podrían incluir 
un banco central internacional, un sistema de impuesto de renta 
progresivo, una organización de comercio internacional y un sistema 
de Naciones Unidas fortalecido. Mientras tanto, deberán contemplarse 
reformas en las instituciones existentes como estrategia de 
transición.

Las Naciones Unidas deberán fortalecerse considerablemente, 
desde los puntos de vista político, administrativo y financiero. La ONU 
también deberá desempeñar un papel cada vez más importante en los 
asuntos económicos y sociales. Esto podría conseguirse mediante la 
creación de un Consejo de Seguridad para el Desarrollo, de 22 
miembros, con 11 miembros permanentes y 11 rotativos. El Consejo 
llegaría a un consenso político sobre políticas de desarrollo, que 
serían llevadas a la práctica por los organismos especializados 
pertinentes.

El Banco Mundial deberá restablecer su papel como intermediario 
comprensivo entre los países en desarrollo y los mercados 
internacionales de capital. Podría desarrollar nuevos instrumentos de 
préstamos para reciclar mejor los fondos de los países 
industrializados con destino a los países en desarrollo.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) deberá fortalecerse a fin de 
permitir imponer programas de ajuste, no sólo a los países en 
desarrollo, sino también a las naciones industrializadas. El FMI 
deberá, ante todo, asumir un papel mucho más acorde con el de un 
banco central internacional, que suministre y administre la liquidez 
internacional.

El mensaje básico del informe correspondiente a este año es que el 
mundo tiene una oportunidad única de utilizar los mercados 
internacionales para beneficio de todos.

CRISTIANISME 50
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