ANTE EL SIDA, RELANZAR LA ESPERANZA

Declaración de la Comisión Social de la Conferencia Episcopal Francesa

14 de noviembre de 1995

Los obispos de la Comisión social, como todos, han sido llevados hoy a reflexionar lo que significan para nuestra sociedad la aparición y expansión del SIDA. Esta enfermedad representa una dolorosa realidad de nuestra época. Es un drama para las personas que golpea en todas partes del mundo. Reclama un esfuerzo valiente por parte de los que se dedican a combatirla y del personal sanitario.

Ante todo, nuestro pensamiento se dirige a las personas víctimas del SIDA, a su entorno y a todo el personal sanitario. En primer lugar, decimos a los enfermos que su vida conserva su nobleza y su valor; a los seropositivos, que comprendemos su angustia secreta. Tenemos presente la pena de las parejas heridas en su confianza mutua porque uno es seropositivo; la de las enfermeras y la de las personas que cuidan, de la misma edad que los enfermos... Tantos y tantos rostros, tantas y tantas historias particulares, de desesperación a veces...

Hemos decidido dirigirnos a los católicos de nuestro país. No nos olvidamos de los demás países, pero nuestra responsabilidad se ejerce en primer lugar con los católicos franceses. Es a ellos a los que nos dirigimos: si el SIDA concierne a todo el cuerpo social, plantea cuestiones precisas a los católicos. Esta enfermedad puede enseñarnos algo sobre el ser humano. Sería grave que no nos provoque a profundizar sobre el sentido mismo de la existencia. Debemos escuchar lo que nos dice esta pandemia.

 

Hablar en libertad.

La Iglesia ha recibido en depósito un Evangelio que es una Buena Noticia anunciada a todos los seres humanos, empezando por los más pobres. Pues bien, el que está herido por el SIDA es pobre. Es pobre la generación que estima el amor amenazado por los gestos encargados de expresarlo. Es pobre, igualmente, la sociedad que no tiene nada que proponer sino prevenirse contra los riesgos. Pobrezas de salud, de esperanza y del sentido de la vida...

Se dice que la palabra de la Iglesia se comprende mejor en las cuestiones de moral social que en las de moral privada. Esta opinión no es exacta en todo punto. Se sitúa en un tiempo en que la atención hacia el individuo es generalmente mayor que la asunción de responsabilidad en las desgarraduras sociales. Signo de la privatización de la existencia, esta diferencia de recepción, entre la moral social y la moral privada enturbia la escucha de la Buena Noticia. ¿Cómo hablar hoy, frente al SIDA, de una manera liberadora que ayude a construir el sentido de una existencia, que vuelva a dar la esperanza y fuerzas a enfermos con frecuencia jóvenes? "Cristo nos ha liberado para que seamos personas libres" escribe san Pablo a los Gálatas (5: 1)

     

  1. SUPERAR LAS OPOSICIONES.

  2.  

  3. A propósito del SIDA, la oposición entre dos discursos éticos, uno privado y otro social, no pone de manifiesto la totalidad de la realidad. Esta enfermedad, que afecta a lo más vital de una persona, no es únicamente el resultado de su comportamiento privado. Contaminada a causa de una relación sexual, de un intercambio de jeringuilla usada...o como consecuencia de una transfusión sanguínea o de un accidente de trabajo, toda persona enferma pertenece a un cuerpo social. Ninguna enfermedad escapa a condiciones de propagación que ponen en peligro la vida en sociedad. Los comportamientos reflejan las ideas que rigen a un grupo humano. En cambio, estos comportamientos refuerzan estas ideas y las hacen dominantes. En lugar de oponer vida privada y vida social, es mejor reconocer su interacción. El SIDA no es ante todo la enfermedad de los demás. Todo el cuerpo social está afectado. Hablar del SIDA, obliga, por lo tanto, a tener en cuenta la historia de cada persona y el estado de una sociedad. En cierto sentido, el SIDA revela lo que interesa muchísimo a una sociedad, los valores que promete, los ideales que busca, es decir, toda una simbología social.

     

     

  4. Sería también limitado oponer una verdad secamente doctrinal al ardor de una vida. La existencia no es sólo emoción ni la verdad sólo intelectualismo. La conciencia del ser humano busca la verdad para dar sentido a su vida, para adquirir esta difícil liberta de considerarse ser humano. La persona está hecha para la verdad. Sólo ella lo libera. Pero la verdad posee también ardor: la verdad sabe amar, de lo contrario, sería letra muerta.

     

La verdad, para nosotros cristianos, es más grande que las expresiones que la presentan. Está encarnada en la persona de Cristo que entregó su vida por los seres humanos, en nombre del amor de su Padre por ellos. "Yo soy la verdad" dijo, añadiendo: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado".

Hablar del SIDA obliga, por consiguiente, a ser fiel, tanto al llamamiento de Cristo lanzado a todo ser humano, como a mantener la misma misericordia y la misma acogida que él. Una separación entre los dos aspectos sería aquí mortal para la verdad y para el amor.

 

3)Por fin hay que decir que la Iglesia no sólo habla. No contenta con apoyar la acción de los investigadores, la dedicación de los médicos y del personal sanitario, desde hace mucho tiempo toma iniciativas para acompañar y apoyar a los enfermos de SIDA. Muchos cristianos están comprometidos en asociaciones o equipos no confesionales de lucha contra esta enfermedad o de presencia junto a las personas afectadas. En nombre de la fe y de la caridad, la Iglesia ha creado grupos y lugares de acogida y de acompañamiento de estos enfermos. No se debería olvidar que antes de hablar, la Iglesia actúa.

Hablar del SIDA lleva a un diálogo entre las personas y la sociedad, entre la verdad y la vida, entre la reflexión y la acción.

 

II. ¿CÓMO REFLEXIONAR FRENTE AL SIDA?

La enfermedad nos ha tomado a todos desprevenidos. A pesar de la prudencia de los sabios , nuestro tiempo se había acostumbrado al éxito. Pero he aquí un virus que se sigue resistiendo a todo remedio. Borra las separaciones geográficas, excepto en los países del Sur que las sufren en su situación de gran miseria. El SIDA se convierte en el símbolo de todas sus miserias.

Los bienes de consumo, no obstante estar tan mal repartidos, han trazado una imagen del ser humano moderno. Esta imagen está herida. La fractura social se acentúa también por esta enfermedad. Como reacción, se propone preservarse, lo que, aunque necesario, sigue siendo insuficiente. Muchos quedan desamparados ante el golpe de esta conmoción imprevista. "¿Se puede amar sin riesgo?" Esta cuestión obsesiona a los espíritus.

Frente a esta herida, la complacencia y la condena representan dos actitudes que rechazan ver la gravedad de los retos desvelados por esta enfermedad.

La complacencia supone que todo comportamiento es admisible y equivalente a otro, como si la vida sexual representase un paraíso impermeable a todo rastro de violencia, de egoísmo o de dominio sobre el otro o la otra. El sexo puede también ser un medio para convertir a otra persona en un objeto.

La condena simplifica las situaciones. Supone que cada uno conduce voluntariamente su vida, como si no existiesen la acciones del inconsciente y a veces las secuelas de un pasado difícil. Menosprecia el hecho de que hoy las libertades se refieren de buena fe a morales diferentes. Sobre todo, identifica actos, incluso reprensibles, con la persona. Conduce así a la humillación.

Curiosamente, estos dos extremos se juntan: los dos sueñan con un ser humano ideal, alejado de las contingencias o anodino ejecutor de normas anónimas. El SIDA lleva a lo más radical del hombre y de la mujer en su cuerpo, la sangre, el esperma, las secreciones vaginales...¿Cómo unir en una sola palabra el sentido más elevado de la vida y estas realidades tan originales?

La Comisión Social, después de numerosos diálogos, propone tres ámbitos en los que la reflexión puede seguir avanzando.

     

  1. LA LIBERTAD Y LA LEY MORAL.

 

La realidad del SIDA obliga a colocarse ante el realismo de su condición. El consumir todo convierte a todo en insignificante: en el paraíso, la Biblia coloca un árbol prohibido que recuerda el lugar del Otro. El ser humano no puede devorar todo; esto es verdad con respecto a las cosas y a los demás.

La cuestión planteada por el SIDA es ciertamente la de los límites de lo que es posible al ser humano. Pero a condición de no comprenderlos como imperativos para restringir la libertad, ni como barreras a transgredir. La ley moral remite a cada uno a su conciencia: plantea la exigencia de aprender a vivir verdaderamente para llegar a la comunión con las demás libertades igualmente dignas.

Este límite del ser humano constituye su libertad. La evolución de las costumbres da a todos mayor posibilidad de elección para guiar su existencia. Ganar en libertad es también ganar en exigencia para que esta liberta no caiga en nuevas esclavitudes, esta vez interiores a la persona. Los límites de lo que es posible ofrecen un medio de humanización: es asumiéndolos como el ser humano deja de soñar con su vida para construirla con realismo y para considerar a los demás como personas.

¿Cómo volver a dar a la libertad el sentido de su grandeza?.

Hacemos un llamamiento a todos a reflexionar sobre las orientaciones de su vida, con el fin de no sucumbir al domino de modas y de comportamientos que esclavizan la libertad en seducciones inmediatas. La libertad de un trabajo de liberación interior.

Hacemos un llamado a alejar los miedos y el sentimiento difuso de castigo, para mantener esta verdad de que, incluso en la enfermedad, una vida conserva su dignidad y su capacidad de responder a su vocación.

Hacemos un llamamiento a hacer todo lo posible para vencer el aislamiento de los enfermos del SIDA, para mantener su esperanza, debilitada por hospitalizaciones repetidas, y para apoyar el valor y dedicación de todo el personal sanitario.

     

  1. EL DESEO Y LA SEXUALIDAD.

 

De por sí, la plenitud de la vida sexual es un bien. El ser humano no está hecho ni para la miseria ni para el rechazo de su sexualidad. Todos hemos sido creado varones o mujeres. La sexualidad marca toda relación con uno mismo, con los demás y con el mundo.

Lejos de ser sólo una serie de actos puntuales, la vida sexual introduce a la persona en la continuidad. No puede disociarse de todo lo que construye a una persona. La situación actual –"el amor en el tiempo del SIDA"- espera una reflexión sobre retos humanos y cristianos de la sexualidad.

Tratar de alejar los riesgos de contaminación es una reacción evidente. Pero seguirá quedando el riesgo fundamental de llegar a ser persona, el de la confrontación con el otro o la otra, y el de toda relación que sólo se humaniza plenamente con el tiempo. La fidelidad es justamente el vínculo entre la sexualidad y la libertad: entre vivir para y con otro u otra, y trabajar para que ese amor se libere progresivamente de lo que no es amor.

Toda persona camina hacia el amor. Cada persona es llamada a descubrir el amor verdadero y a dar testimonio de él. Este es su deseo más profundo. Deseo oscuro pero ilimitado, pues el amor no tiene fronteras. Trata de alcanzar en el corazón del otro o la otra el misterio de su libertad. El deseo aprende a pasar de la posesión al respeto, en esto consiste la confianza.

Nosotros, cristianos, sabemos que Dios es amor y que el deseo del ser humano no descansa mientras no encuentre este misterio infinito de relación y de participación. El amor de Dios, revelado por la ofrenda de Cristo, nos enseña a amar hasta el extremo.

Hacemos un llamamiento a reflexionar sobre el carácter propiamente humano de la sexualidad y a seguir haciendo esfuerzos con vistas a una educación afectiva y sexual que haga descubrir la belleza y la dignidad de toda relación humana.

Hacemos un llamamiento a meditar sobre la fidelidad, no como una triste constancia, sino como un trabajo diario de liberación del amor.

Hacemos un llamamiento a acompañar fraternalmente a las personas cuya vida sexual y afectiva es para ellas fuente de conflictos y sufrimientos.

 

3) LA ESPERANZA Y LA RELACION.

Conducir a las personas a su verdadero deseo: a través de tantas dificultades y de caminos tortuosos, ¿qué buscan secretamente en sí mismas? ¿Cuál es la verdadera respuesta a su espera? No se puede eludir esta cuestión vital sin esclavizar la libertad a instantes o posesiones fugaces. Nosotros pensamos que el ser humano es más grande que eso.

Problema de esperanza: toda relación auténtica relanza una intimidad más fuerte. El amor es la esperanza del amor. Jugar a amar impide amar. Hablar aquí de Cristo dando su vida es para nosotros el más bello signo de confianza. Pues este don significa que toda persona es preciosa a los ojos de Cristo, preciosa al precio de su vida.

Contemplar este gesto absoluto de amor puro, nos atrevemos a decir, enseña a amar y revela al ser humano la grandeza de su vocación. Jesús educa al ser humano para amar. O bien el amor sigue estando a nuestra medida de pequeños propietarios de nuestro corazón, de rentistas de nuestros afectos, declinando lentamente hacia recuerdos de encuentros, o bien arrastra al ser humano más allá de sí mismo, atraído por el deseo que Dios tiene de acogerlo.

Hacemos un llamamiento a los católicos a ser, con los demás, servidores de esta esperanza que vuelva a dar a toda persona la convicción de que su vida es portadora de una promesa.

Hacemos un llamamiento en nombre de esta esperanza, a ser testigos de la dulzura y de la ternura de Dios. La ley de la gracia es para el ser humano y para su felicidad, como buena noticia de liberación y de alianza.

 

III. EL AMOR ES MAS GRANDE QUE EL SER HUMANO:

El ser humano está llamado a amar. Esta vocación es hermosa. Responde, más allá de las seguridades y de las costumbres sociales, a los desafíos lanzados por la existencia del SIDA. Pues, enfermos o no, jóvenes o mayores, todos tenemos que aprender a amar. No se responde al SIDA sólo a nivel del SIDA. Esta pandemia obliga a ir más lejos que sus causas biológicas, hasta el sentido mismo de la vida de una persona.

El SIDA nos plantea problemas esenciales. Un día, ojalá que pronto se vencerá o, como piensan algunos, se extinguirá por sí mismo. Pero ante él, una ceguera de la conciencia sería muy grave, pues nos haría evadirnos de esta exigencia fundamental, la de considerarnos como personas llamadas a la libertad.

Esta convicción es un llamamiento incesante. ¡Se diría tal vez que sólo se dirige a los creyentes! Sería positivo que los creyentes encuentren la alegría de responder a tal vocación. Estimamos también que los creyentes, no poseedores de la verdad, sino servidores agradecidos de un amor gratuitamente recibido, participen de esta forma en los esfuerzos de todos por volver a dar sentido a una vida social y personal. El amor es más grande que el ser humano. La esperanza abre un futuro.

 

(Revista Criterio del 25 de julio de 1996, pág.381 a 383)