TERCERA MEDITACIÓN
día primero
 

El mundo visible


Dice el Concilio: «Los fieles, por tanto, deben conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su valor y ordenación a la alabanza divina» (LG 36,2).

Conocer la naturaleza del ser creado es necesario para la recta orientación del pensamiento y de la acción del hombre.

La exégesis de los dos capítulos primeros del Génesis es tradicionalmente el «lugar» de la doctrina cristiana acerca del ser, la escuela del pensamiento cristiano. Aquí se concretan ciertas decisiones fundamentales de carácter filosófico y metafísico, que constituyen los sólidos presupuestos para la doctrina cristiana acerca de la salvación. Comprender el mundo como creación implica una determinada comprensión del ser, una «metafísica de la creación». La obra de la creación bíblica en seis días fue considerada por los maestros cristianos como el desarrollo concreto de esa «metafísica de la creación». San Agustín y San Basilio, San Buenaventura y Santo Tomás han legado extensos comentarios sobre el hexaemeron; por el contrario, la teología escolástica descuidó en buena parte este tema teológico. En nuestro siglo, Karl Barrh y Romano Guardiní trataron de hacer una exégesis teológica de la obra de los seis días. Pero en su intento estuvieron bastante solos.

Más claro es aún este descuido en la catequesis de los tiempos modernos. Existe demasiada preocupación de entrar en conflicto con las ciencias naturales. El miedo del «caso de Galileo», por un lado, y el deseo de distanciarse del «fundamentalismo», por otro lado, han conducido en la mayoría de los casos a que el capítulo primero del Génesis se lea como mera expresión de una cosmovisión pasada y no como «catequesis de la creación».

El Catecismo, en su catequesis de la creación, ha tratado de investigar el hexaemeron y descubrir qué verdades se escuchan en él acerca de la creación, acerca del ser creado. Hasta qué punto se trata de cuestiones fundamentales, que «prefiguran» también la comprensión de la Iglesia, podremos verlo por las siguientes exposiciones, que siguen muy de cerca elí texto del Catecismo

(CIC 337-349):

[338] La primera enseñanza, que determina todas las demás, es la creación de la nada (CIC 296-298). «Nada existe que no deba su existencia a Dios creador». Nunca podremos meditar con suficiente profundidad y seriedad lo extensas que son las «consecuencias de la fe en la creación» (así dice el título de un escrito del cardenal Ratzinger), tanto en su alcance filosófico e intelectual como en su trascendencia existencial. Una palabra que Santa Catalina de Siena escuchó de Cristo da el «tono fundamental» de tal meditación: «Hija mía, ¿sabes quién eres tú y quién soy yo? No hay mayor felicidad que saber esto. Tú eres la que no es. Yo soy el que es». Todo lo demás que el Señor enseñó a Santa Catalina, como piensa su biógrafo, el beato Raimundo de Capua, está contenido como en germen en esta experiencia fundamental.

Puesto que el ser creado no es una emanación necesaria del Ser Divino y no es tampoco una parte que se hubiera desprendido del mismo, sino que fue concebido y creado libremente por la sabiduría y el amor de Dios, ese ser se encuentra también en condiciones de ser un ante el Creador: «Tú eres — yo soy».

Seguirán ahora siete consideraciones que desarrollarán esta verdad fundamental. Cada una de ellas dilucidará un aspecto. Cada una de ellas podría ser, por si sola, un tema de meditación.

1. [3391 «Toda criatura posee su bondad y su perfección propias». Las criaturas no son simplemente estaciones intermedias arbitrarias en el gran río de la evolución. Tienen su ser propio, querido por Dios; su propia «firmeza, verdad y bondad propias»; su orden y leyes propias, como dice el Concilio (GS 36,2). El Catecismo acentúa las consecuencias éticas de esta verdad: «El hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente»

(CIC 339).

2. [3401 «La interdependencia de las criaturas es querida por Dios». «Las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a si misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para completarse y servirse mutuamente» (340). Esto se aplica también a los hombres, que son iguales en cuanto a su dignidad, pero que son sumamente distintos en cuanto a sus dones: «Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita»

(CIC 1937).

La diversidad de las criaturas no es fruto del azar, como supone el gnosticismo; no es una degeneración de algo que se ha desprendido y caído del Uno, como piensa el neoplatonismo, sino que esa diversidad ha sido querida por Dios y es expresión multiforme de la plenitud de la esencia de Dios. En la communio de la Iglesia, en cuanto cuerpo único de Cristo que consta de muchos miembros, podrá desarrollarse plenamente esta multiplicidad de los dones creados y sobrenaturales.

3. [3411 «La belleza del universo: el orden y la armonía del mundo creado derivan de la diversidad de los seres y de las relaciones que entre ellos existen» (341).

«La belleza de la creación refleja la infinita belleza del Creador. Debe inspirar el respeto y la sumisión de la inteligencia del hombre y de su voluntad [al Creadorl» (341).

Lo verdaderamente asombroso no es sólo el orden del universo, sino más bien la posibilidad de conocer ese orden. Parece que Einstein dijo que lo asombroso no es tanto que conozcamos las cosas, sino que éstas puedan conocerse. Puesto que proceden de la luz de la razón divina y no de un caos anónimo, son también «luminosas» y «brillantes» para la luz de nuestra razón. Por eso, la Iglesia será siempre la gran defensora de la razón humana y de la capacidad que Dios le ha concedido. Y el buen uso de la razón será siempre el aliado espontáneo de la fe.

4. [342] Hay un orden jerárquico, una «jerarquía», en las criaturas. Sentir esta realidad es encontrar la base que hay en la creación para entender la constitución jerárquica de la Iglesia. El orden de la creación nos enseña que la jerarquía y la comunión no son opuestas.

«Dios ama a todas sus criaturas, cuida de cada una, incluso de los pajarillos» (342); toda criatura es valiosa; cada una de ellas tiene su propia perfección; todas tienen en común su condición de criaturas. «Pero Jesús dice: "Vosotros valéis más que muchos pajarillos" (Lc 12,6-7), o también:

¡ Cuánto más vale un hombre que una oveja! (Mt 12,12)» (342). El que también entre las criaturas que tienen la misma dignidad natural exista una «jerarquía», nos recuerda por ejemplo el cuarto mandamiento y, de manera más general, el «orden del amor», el ordo caritatis (CIC 2197).

Me parece a mi que la reflexión sobre el ordo caritatis es una de las tareas prioritarias de la doctrina social católica. (El Catecismo contiene algunas referencias a ella; cf. CIC 1934-1938), pero aquí se trata de la afirmación concreta del orden de la creación.

5. «El hombre es la cumbre de la obra de la creación». Si hay una jerarquía entre las criaturas, entonces tiene que haber también un punto culminante entre ellas. «El relato inspirado lo expresa distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas» (343).

Semejante «antropocentrismo» bíblico y cristiano es objeto hoy día de críticas masivas. Algunos nos acusan de que esta concepción del hombre tiene la culpa de la catástrofe ecológica. «La cumbre de la creación» se ha convertido en la gran amenaza para esa misma creación; el hombre es el peligroso perturbador de la naturaleza, a la cual le iría mejor si no existiera el hombre.

Por el contrario, la Gaudium et spes dice con gran confianza: «El hombre.., es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (GS 24,3). Esto implica aquella otra afirmación:

«Según la opinión casi unánime de creyentes y no creyentes, todo lo que existe en la tierra debe ordenarse al hombre como su centro y su culminación» (GS 12,1).

Esta casi unanimidad no existe ya muy a menudo en nuestros días. La problemática no es nueva. Ya el mundo antiguo se burlaba de la concepción cristiana del hombre como «vértice de la creación». Es popular el tema de reírse de la arrogancia del hombre por creerse superior a los animales. Más apremiante es la cuestión que Pascal se formula al preguntarse qué es el hombre ante la inmensidad del cosmos.

La edad moderna está caracterizada por ambas posturas: por una desmesurada acentuación de la superioridad del hombre, por un lado, y por una reducción radical del hombre, por el otro lado.

En la capilla del rey Segismundo, en la catedral de Cracovia, que era la residencia real, el maestro del Renacimiento no sólo esculpió en la cúpula el nombre de Dios, como era corriente entonces, sino también su propio nombre. ¡Y él se llama a sí mismo factor-creador! El hombre se convirtió en creador. Al final de esta exaltación del hombre como creador de si mismo se hallará homme machine, el «hombre máquina», el hombre reducido a un mecanismo, a un simple producto, a un «material humano». Robert Spaemann lo expresa en la breve fórmula: El hombre se convierte a sí mismo en un antropomorfismo.

Es común de ambas tendencias el perder de vista la creaturidad del hombre. Se va viendo cada vez con más claridad que todo, aun los fundamentos de la concepción del hombre, depende del primer artículo de fe, de la fe en un solo Dios, el Padre, el Creador, así como toda conducta verdaderamente humana depende de la observancia del primero de los Diez Mandamientos (CIC 199).

Por eso, es tanto más importante despertar y estimular la sensibilidad del hombre hacia su condición de criatura. El Concilio, en la Gaudium et spes, nos ha legado la gran «Carta» de la concepción cristiana del hombre: una visión —a un mismo tiempo— sobria y emocionante del ser humano. Sobria ebrietate, «con la sobria embriaguez» del Espíritu Santo, proclamaremos hoy día y, sobre todo, trataremos de vivir esa visión de la grandeza y de la dignidad, de las amenazas y de la vocación del hombre.

El núcleo de esa antropología es la doctrina de que el hombre fue creado «a imagen de Dios» (GS 12,3). El desarrollo de la antropología del Concilio es una de las grandes tareas del momento actual. Las catequesis del Santo Padre nos han mostrado el camino para recoger y desarrollar más los grandes temas de la Gaudium et spes: la unidad del hombre en cuerpo y alma, la sociedad de las personas; «los creó hombre y mujer»; la razón, la conciencia moral y la libertad, el drama del pecado, el enigma de la muerte, y sobre todo la luz de Cristo, a cuyo resplandor se esclarece verdaderamente el misterio del hombre (GS 12-22). Sin presunción ni arrogancia, con inmensa gratitud, podemos confesar que la Iglesia ha recibido aquí, «en vasijas de barro», un preciado tesoro, que ella está llamada a manifestar y regalar a los tiempos actuales.

Mucho se podría decir en concreto sobre esa gran visión antropológica. Mencionaremos, al menos, un punto que aparece constantemente como idea básica en el Catecismo: «Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad» (CIC 360; cf. 225, 404, 775, 831, 842). S.S. Pío XII, en su primera encíclica del 20 de octubre de 1939, se refirió a esta doctrina para pronunciar un claro «¡no!» a la doctrina racista del nacionalsocialismo. La Lumen gentium nos mostrará a la Iglesia como sacramento, es decir, como signo e instrumento de la unidad del género humano (LG 1). Precisamente en la cita que vamos a presentar a continuación, de la encíclica de Pío XII, se ve claramente hasta qué punto la Iglesia estuvo praefigurata ya desde el origen de la creación, desde el comienzo del género humano:

«Maravillosa visión que nos hace contemplar el género humano en la unidad de su origen en Dios...: en la unidad de su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su misión en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos bienes todos los hombres, por derecho natural, pueden usar para sostener y desarrollar la vida; en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo, a quien todos deben tender; en la unidad de los medios para alcanzar este fin; ... en la unidad de su rescate realizado para todos por Cristo» (Pío XII, encíclica Summi Pontificatus).

«Esta "ley de solidaridad humana y de caridad" (Pío XII, l.c.), sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos» (CIC 361). La familia humana fue creada y está llamada a ser familia Dei, la familia de Dios.

La solidaridad por el origen común no se limita a la comunidad de la familia humana. Tiene una dimensión aún más amplia, a la que se refiere la catequesis sobre el hexaemeron en el Catecismo, y a la que volvemos para terminar.

6. [344] La «obra de los seis días» significa también que «existe una solidaridad entre todas las criaturas por el hecho de que todas tienen el mismo Creador y que todas están ordenadas a su gloria» (344). Esta amplia solidaridad de la creación prefigura aquella nueva creación, que en la Iglesia se encuentra ya presente en «germen y comienzo» (LG 5). La separación cartesiana, concebida al llegar la edad moderna, entre res cogitans y res extensae, entre el espíritu humano y el mundo, tratan de superarla hoy día algunos hacíendo que el hombre se disuelva en la totalidad del cosmos. El Catecismo nos muestra cuál es el camino cristiano para entender la solidaridad de la creación, y para ello cita el cántico de San Francisco al sol (CIC 344), que «con todas las criaturas» alaba a Dios, sabe que está emparentado con ellas como hermano sol y hermana luna, y juntamente con ellas sirve a Dios con sumisión de criatura, «con gran humildad» («e ringraziate e servireli cun grande umiltate»: 344).

7. [3451 Hasta qué punto la creación entera, más allá de sí misma, señala hacia su fin eclesial, lo vemos por el hecho de que toda la «obra de los seis días» se orienta hacia el sabbat como hacia su fin propio: «En el séptimo día Dios terminó la obra que había creado» (Gén 2,2).

El Catecismo muestra tres consecuencias de esta orientación:

— La creación aguarda, sí, todavía su sabbat definitivo, su consumación en el reino de Dios. Y, no obstante, la obra de Dios está «terminada»; tiene su consistencia, sus ordenamientos y sus leyes, que son signos de la fidelidad de Dios a la alianza: «Tan cierto como que tengo establecido un pacto con el día y con la noche, y que he fijado leyes al cielo y a la tierra, es que no rechazaré la estirpe de Jacob y de mi siervo David» (Jer 33,25-26). No en vano oramos así: «Nuestra ayuda está en el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra». Si Dios es tan fiel en su alianza como lo es en su creación, entonces nuestra fidelidad a su alianza significará también la obligación de respetar su creación y sus leyes (CIC 346).

— «La creación estaba hecha con miras al sabbat y, por tanto, al culto y a la adoración de Dios. El culto está inscrito en el orden de la creación. "Nada se anteponga a la dedicación a Dios", dice la regla de San Benito» (CIC 347). Ya Israel sabe que la creación no existe por sí misma. Su finalidad es la glorificación de Dios, en la cual consiste la felicidad del hombre y de toda la creación. «El mundo ha sido creado para la gloria de Dios», nos recuerda el Catecismo juntamente con el Concilio Vaticano 1 (CIC 293), «no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla», según se explica con palabras de San Buenaventura (CIC 293).

El sabbat recuerda también una liberación: después de la obra de los seis días, Dios descansó «y tomó un respiro» (Ex 31,17). Por eso, también el hombre debe descansar de su trabajo y dejar que también los demás, sobre todo los pobres, «tomen un respiro» (Ex 23,12; CIC 2172). Y, así, el sabbat se aproxima mucho en su idea a la gran liberación, al éxodo o salida de la servidumbre de Egipto. ¡Y también aquí es praefiguratio de la Iglesia! La Iglesia será el lugar del descanso prometido por el Señor, el ámbito en que somos liberados del yugo que nos esclaviza al pecado.

De esta manera ha sonado ya un tema sobre el que hasta ahora habíamos guardado silencio y que desde este momento nos acompañará constantemente: la cuestión acerca del mal y de la liberación de su poder. Antes de que mañana temprano nos dediquemos a ese tema, y para terminar ahora la temática de la creación, abordaremos la cuestión de la Providencia divina.

¡Alabado sea Jesucristo!