"El
camino de la fe nos da más que el camino del pensamiento filosófico:
nos da a Dios, cercano como Persona, a Dios que ama y se compadece de
nosotros, y os da esa seguridad que no es propia de ningún otro
conocimiento natural. Pero el camino de la fe es oscuro"(Endliches
und ewiges sein,58).
Edith
Stein recurrió este camino oscuro, sin retroceder, segura como un niño
que se abandona en las manos de su padre. Y por el camino oscuro de la
fe llegó "a la perfección más elevada del ser, la que al
mismo tiempo es conocimiento, don del corazón y acción libre"(ibid.,421).
Nacida
en Breslau el 12 de octubre de 1891, día del Kippur, día festivo
pare los hebreos, fue la última entre siete hermanos, estudió
filosofía, primero en su ciudad natal, y luego se trasladó a
Gottinga para seguir a Edmund Husserl, genio filosófico e iniciador
de la fenomenología. En su escuela, Edith tampoco se interesaba ya
por la religión. Del hebraismo practicado en su infancia apenas le
quedaba la huella moral. A través de los estudios de fenomenología
empezaba gradualmente a descubrir las dimensiones del mundo religioso,
del cristianismo, hasta llegar a hacerse católica. Decisiva para este
paso fue la lectura de la autobiografía de Santa Teresa de Avila. En
la noche misteriosa de junio de 1921, cuando era huésped en casa de
una amiga filósofa, llegaba a una profunda intuición de Dios-Verdad.
Todo entonces pare ella se convirtió en luz: recibiría el bautismo
el 1 de enero de 1922, y entonces también iba a comprender que estaba
llamada al Carmelo.
Sin
embargo, transcurren doce años de espera, de aprendizaje, de viajes
para dictar conferencias, de estudios y de maduración interior, antes
de entrar en el Carmelo de Colonia. Y tal vez no hubiera logrado
hacerse religiosa, si la situación política misma de Alemanía con
sus crecientes medidas antisemíticas no le hubieran hecho imposible
la continuación de su seguimiento del Instituto de Pedagogía
Cientifica de Munster.
A
pesar de la oposición de la familia, Edith se hace carmelita con el
nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Muy pronto va a sentir el peso
de esta "Cruz" sobre sus espaldas. Después de descubierto
su origen no ario, ya no hay seguridad pare ella tras los muros del
monasterio. En la noche de Año Nuevo de 1939 se refugía en el
Carmelo de Echt, en Holanda. Parece un lugar tranquilo. Sin embargo
algo le hace presentir que no escapará al destino de su pueblo.
Efectivamente, mientras escribe su libro sobre la doctrina de san Juan
de la Cruz, significativamente titulado Scientía crucis, dos
of iciales de las fuerzas de ocupación llegan al monasterio. Tiene
que salir y seguirlos, junto con su hermana Rosa, también ella
convertida, que había venido a Echt.
Antes
de la deportación a Auschwitz, Edith pudo todavía enviar un par de
mensajes al Carmelo. Luego, con el convoy que las llevo a Auschwitz,
las hermanas Stein entraron en la sombra de la muerte El holocausto de
Edith se consumó el 3 de agosto de 1942 en las cámaras de gas. E1
Papa Juan Pablo, quien ya en 1987 II reconoció la santidad de esta
hija de la Santa Madre Teresa y el martirio de esta hija del pueblo
hebreo vuelta al seno de la Iglesia, procedió a su canonización en
Roma el 11 de octubre de 1998.
Esta
rápida mirada biográfica nos permite ver que en la vida de Edith
Stein hay tres etapas distintas, la primera de las cuales abarca la
infancia, la adolescencia, el estudio y el trabajo filosófico como
asistente de Husserl. Treinta años importantes también por el
desarrollo humano y religioso que culmina con la conversión. La
segunda etapa comprende doce años de intensa vida cristiana, de
maduración interior e intelectual, de preparación paciente y
escondida en el Carmelo, en absoluta fidelidad a la gracia de la
vocación. Con su entrada en el Carmelo de Colonia iniciaba la tercera
etapa que a través del sufrimiento, la conformación con Cristo hasta
llegar a las cumbres de una mística de la cruz, culmina con la
ofrenda suprema, en la "casa blanca" del campo de
exterminio, de su vida por la Iglesia, por la salvación del pueblo
hebreo. Estas tres etapas están marcadas en ella por un gran deseo de
totalidad, por una profunda exigencia de absoluto, por una búsqueda
constante y apasionada de la verdad -de Dios-, motivo por el cual cada
paso suyo hacia adelante en sus investigaciónes y en su acercamiento
a la fe ha incluido casi por necesidad también una orientación hacia
las opciones más radicales del cristianismo: la vida monástica, para
vivirla a la luz de las aspiraciones más atrevidas.
La
búsqueda de la verdad
A
pesar de la educación religiosa de su infancia, Edith pierde bien
pronto su fe hebrea bajo el influjo de la enseñanza racional de la
escuela. Es un hecho que se nota también en otros jóvenes hebreos,
como en Simon Weil y en Franz Rosenberg, y no ha de atribuirse
solamente a dificultades encontradas en el seno de la familia. La
religión hebrea se le presentaba tan solo en forma de idealismo ético,
hasta el extremo de creerse con derecho a demostrar sus defectos y
debilidades. Semejante posición critica lleva a Edith a la
neutralización del pensamiento de Dios y al rechazo de toda práctica
religiosa. A1 mismo tiempo se concentra en la búsqueda de principios
y valores intelectuales, considerados por ella más elevados que los
de la fe hebraica. Esta búsqueda, que llevó adelante sola, creaba
dentro de ella un estado de tensiones crecientes, de fatigas
angustiosas para llegar a soluciones en torno a los cuestionamientos e
interrogantes existenciales que rodean todos los años de su estudio
hasta el momento de la conversión.
En
este difícil camino encuentra a Edmund Husserl. Al leer sus "Logische
Untersunchungen" (Investigaciones lógicas), entrevé en la
ciencia fenomenológica el sistema filosófico más válido y
conveniente que le iba a sostener en su búsqueda de la verdad, abriéndole
nuevos horizontes de conocimiento a los que jamás se cerró. La
veremos en Gottingen formándose en la escuela del gran filósofo alemán.
Pronto se convertirá en su alumna más dotada, y luego de haber
terminado brillantemente los estudios con el doctorado summa cum
laude él la tomará como su asistente y colaboradora.
La
adquisición del método fenomenológico incidió positivamente en sus
investigaciones acerca de la esencia de las cosas, liberándola
de preconceptos de estrechez y llevándola a una actitud de
libertad de prejuicios ("voraussetzungslosigkeit" ), sin la
cual no hubiera podido abrirse al pensamiento de Dios con esa
indispensable objetividad de juicio que le es tan característica. Con
todo, no fue la actividad mental de la joven la que la llevó, a
descubrir el mundo de la fe ese "mundo perfectamente nuevo"
que le había quedado 'totalmente desconocido", como ella
escribe. Y no fue el ambiente, ni tampoco los amigos y compañeros del
círculo husserliano: Max Scheler y Adolf Reinach, convertidos hacía
poco tiempo. Dice ella de Scheler:
"no
me llevó, sin embargo, a la fe; tan sólo me abrió un nuevo campo de
fenómenos frente a los cuales no podía permanecer insensible. No por
nada se había repetido tanto ( en la escuela de Husserl ) que era
preciso contemplar cualquier cosa sin preconceptos, arrojando fuera
todas las lentes: así caerían las barreras de los prejuicios
racionalistas en medio de las cuales había crecido sin saberlo, y el
mundo de la fe se abría improvisamente ante mí". (Aus dem Leben
einer judischen Familie, 57 ).
Pero
el nuevo conocimiento suscita en Edith interrogantes acosadores. Era
desea llegar a la claridad en la problemática religiosa, quiere
entender cuál es la relación que puede haber (que debe haber) entre
ella y Dios. Leerlo en clave de ideas le resulta absurdo a su
naturaleza cada vez más inclinada a referirlo todo a la realidad
concreta. ¿Imaginarlo como una relación idealista o romántica? Esto
había que descartarlo a priori en ella, sedienta siempre de llegar a
la posesión de la esencía más profunda de las cosas, fuera de la
cual nada tenía valor para ella. Pero entonces, no sería más fácil
proseguir en la línea de la ausencia de Dios? Edith no era la persona
que buscara los caminos más fáciles. Su programa vital incluía
siempre la opción de los caminos más arduos.
En
medio de luchas, crisis nerviosas, contradicciones, rupturas, y hasta
momentos dramáticos y señalados por padecimientos interiores, Edith
empezaba a evaluar tres aspectos posibles para vivir su fe: el
hebraismo, el protestantismo y el catolicismo, confrontándolos
rigurosamente, sometiéndolos a selección, buscando cómo desligarlos
de los impulsos externos del círculo de los amigos.
El
hebraismo
Una
conocida de Edith, la señora Filomena Steiger de Friburgo, recuerda
haberla visto llevando en sus manos el Antiguo Testamento, en el cual,
sobre todo en los libros de los Profetas, buscaba la respuesta a una
fuerte inquietud interior. También su amiga la filósofa hebrea
Gertrud Koebner, recuerda los serios esfuerzos de Edith para acercarse
a la religión de sus padres. Pero sopesándolo todo, Edith se
convence de que el hebraismo no es la dimensión conveniente a su espíritu.
Sin embargo, no lo rechazaría nunca, como fácilmente solía acaecer
con otros hebreos convertidos al cristianismo. Seguiría respetándolo
siempre.
El
protestantismo
Edith
entró en contacto con el protestantismo no solamente por la amistad
con Adolf Reinach y con Edvige Conrad Martius, en cuya casa se reunían
los colegas del círculo huserliano, sino también cuando vivió en
Gottingen, pequeña ciudad con numerosas iglesias evangelicas y con
gente que no ocultaba su credo luterano. Además, la predilección de
Edith por la música religiosa de Bach hubo de crear en ella alguna
idea acerca del sentimiento y del misticismo protestante. Pero mucho más
importante es su encuentro con la actitud cristiana frente al dolor, a
las atrocidades de la guerra del 1914-1918, y la constatación de la
fuerza de la esperanza cristiana nacida de la cruz de Cristo.
En
1917 se encontraba en Friburgo, como asistente de Husserl. Un día
cualquiera le llegó la noticia de la muerte de Adolf Reinach, caído
en el campo de batalla. Su esposa y otros amigos le pidieron a Edith
que viniera a poner en orden lo que había dejado -sus diversos
escritos filosóficos- el finado. Edith vacila. Teme que no será
capaz de decir cosa que pueda consolar a la viuda, creyéndola
desesperada por la pérdida de su compañero. Se encuentra con la
joven viuda Reinach. Al verla, queda impresionada de su comportamiento
resignado, casi sereno, en el que inmediatamente intuye la fuerza de
la fe cristiana. De repente se le abre la puerta de un reino hasta
ahora desconocido: el reino de la esperanza cristiana. Cuando refiriò
esta experiencia al jesuita P Hirschmann muchos años después,
confesaba:
"Fue
mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que ella
comunica a quien la lleva. Por primera vez vi delante de mí a
la Iglesia, nacida del dolor del Redentor, en su victoría sobre el
aguijón de la muerte. Fue el momento en que se hizo pedazos mi
incredulidad y brilló la luz de Cristo, Cristo en el misterio de la
Cruz".
Son
palabras dichas años más tarde, cuando Edith sintió todo el peso de
la cruz sobre su pueblo perseguido. En 1917 Edith había tenido ante
todo la experiencía de que todos sus argumentos racionales, ateos,
son nada en comparación con la fe cristiana. Al situarse a sí misma
frente a esta mujer profundamente cristiana, comprendió que el
cristianismo le podía ofrecer valores-guías esenciales en la búsqueda
de la verdad. Intuyó cuánta es la importancia que asume en la vida
la fe en Dios para liberar al hombre de las angustias existenciales,
pare experimentar aquella "paz trascendental", que en la
fenomenología husserliana deriva de manera exclusiva de la acción de
Dios en el alma. La viuda Reinach le había enseñado con su actitud
serena y confiada que esta "paz trascendental" se identifica
en la fe cristiana con la fuerza de la cruz de Cristo aceptada en la
esperanza de resucitar a la vida inmortal. Sólo el contacto con
Cristo muerto en la cruz permite al hombre encontrar la paz interior y
sublimar el sufrimiento.
Sin
embargo, Edith no llega a una decisión. Se ha iniciado un largo período
de luchas, de crisis que comprometen al máximo su inteligencía y Su
voluntad, hay momentos dramáticos de conflicto con el pasado y con sí
misma, hasta el punto de sentir que se hunde en un ''silencio de
muerte" . A veces trata de rehuir a la acción del Espíritu
Santo. "Puedo adherir a la fe, buscarla con todas mis fuerzas,
sin que sea necesario que yo la practique" ( Psychische
Kausalitat, 43 ) . Por lo demás, está convencida: "Cuando un
creyente recibe una orden de Dios -bien sea inmediatamente en la oración,
o bien a través del representante de Dios-, debe obedecer" (Untersuchung
uber den Staat, 401).
El catolicismo.
Durante
unos tres o cuatro años Edith encuentra todas sus fuerzas
intelectuales en una profunda reflexión. Lee numerosos libros de
espiritualidad cristiana, libros de santos y de autores católicos.
Tratando de encontrar un camino liberador en su interior o también
por interés pedagógico y cultural. Así se compra un día el libro
de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.
Empieza a sumergirse en los "ejercicios" por puro interés
psicológico. Pero al cabo de algunas pocas páginas se da cuenta de
la imposibilidad de una lectura de esta suerte. Acaba por
"hacer" los Ejercicios, ella, todavía atea, pero
sedienta de Dios, como refiere el padre Erich Przywara que la había
atendido en los últimos años de 1922-1930. Pero tampoco Ignacio
logra darle la última seguridad, por más que no pueda excluirse su
influjo positivo en el sentido de que la condujo hacia una dirección
interior y espiritual capaz de orientar todo el ser de manera
consciente, vital, como arrojándole una primera luz para su
decisión. Esta, efectivamente, la tomó Edith luego de la
lectura de la autobiografía de Santa Teresa de Avila.
En
junio de 1921 se dirigió a Bergzabern, a la casa de la amiga Edvige
Conrad-Martius, donde se reunía a menudo el grupo de ex-alumnos
husserlianos. No iban a Friburgo, donde Husserl enseñaba en la
universidad, porque sentían a su vez que lo seguían en su viraje
hacia el "idealismo trascendental" En la biblioteca de la
amiga Edith descubrió el Libro de la Vida de la gran mística
española. La lectura de las páginas autobiográficas la afectaron
profundamente.
Cerró
el libro y exclamó: "Aquí esta la verdad", esa
"verdad" que ella tan apasionadamente iba buscando por años.
Se
dice que en una sola noche Edith había leído y asimilado todo el
texto teresiano. Mas siempre resulta poco probable, aun para una
inteligencia elevada como la de Edith, que en el espacio de pocas
horas logre penetrar con una fuerza tan intuitiva en el mundo
espiritual y en todo el itinerario ascensional de la Santa, como para
poder reaccionar inmediatamente y decidir su conversión al
catolicismo. Quizás es más verosímil que en esa noche culminó una
precedente lectura del Libro de la Vida con particular
sensibilidad con respecto a los capítulos teresianos referentes a la
experiencia de Dios .
Con
la afirmación "Dios es verdad" como punto terminal
de largos sufrimientos en el camino de la búsqueda de Dios, Santa
Teresa de Avila enriqueció efectivamente a la Stein con la dimensión
esencial de la existencia humana, tan intensamente buscada: todo viene
a concentrarse en el "andar un alma en verdad delante de la misma
Verdad.(V. 40,3). En aquella noche Edith finalmente pudo decir con la
Reformadora del Carmelo: "Esta verdad que digo se me dio a
entender es en sí misma verdad, y es sin principio ni fin, y todas
las demás verdades dependen de esta verdad". (V.40,4). Su
conversión al catolicismo es la plena y consciente aceptación de la
única Verdad, experimentada místicamente por Santa Teresa y buscada
por ella en una large lucha dentro de su inconsciente.
Inmediatamente
la Santa española empezó a ser para Edith el modelo de su nueva vida
de fe, y quiso seguirla, con la intención de hacerse carmelita. En su
auténtica necesidad de encaminarse siempre por los caminos más
radicales, la opción por el Carmelo parece la única respuesta que
podía satisfacer su deseo de totalidad. Tenía treinta anos, llena de
energía, de entusiasmo, quería constituir a la fe como parte
integral de su vida. Así, su camino de fe coincidía prácticamente
con su camino vocacional.
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