Meditación del padre
Cantalamessa:
«Aunque camine por un valle
oscuro...» (II)
Segunda predicación de
Adviento
CIUDAD DEL VATICANO, 12 diciembre 2003 (ZENIT.org).-
«Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación (1 Ts 4, 3). Reflexiones
sobre la santidad cristiana a la luz de la experiencia de Madre Teresa de
Calcuta», es el tema de las meditaciones que el Predicador de la Casa
Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa, ofm cap, ofrece este Adviento a
Juan Pablo II y sus colaboradores en la Curia romana, quienes se preparan para
la celebración de la Navidad.
Iniciamos la publicación del texto íntegro predicado en la mañana de este
viernes en la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico Vaticano en
presencia de Juan Pablo II.
* * *
P. Raniero Cantalamessa
Adviento 2003 en la Casa Pontificia
Segunda predicación
«AUNQUE CAMINE POR UN VALLE OSCURO...»
Un día, Francisco de Asís exclamó: «Carlo emperador,
Orlando y Oliviero, todos los paladines y bravos guerreros que fueron
valientes en los combates, persiguiendo a los infieles con mucho sudor y
fatiga hasta la muerte, lograron sobre ellos una gloriosa y memorable
victoria, y por último estos santos mártires cayeron en batalla por la fe de
Cristo. Pero hay muchos que, sólo narrando sus gestas, quieren recibir honor y
gloria de los hombres» [1].
En una de sus Admoniciones, el santo explicó lo que había querido decir
con aquellas palabras: «Es una gran vergüenza para nosotros, siervos del
Señor, el hecho de que los santos actuaron con los hechos y nosotros,
relatando y predicando las cosas que ellos hicieron, queramos recibir honor y
gloria» [2]. Estas palabras me vienen a la memoria como una austera señal en
el momento en que me dispongo a ofrecer la segunda meditación sobre la
santidad de Madre Teresa de Calcuta.
1. En la oscuridad de la noche
¿Qué ocurrió después de que Madre Teresa diera su «sí» a la inspiración divina
que la llamaba a dejar todo para ponerse al servicio de los más pobres entre
los pobres? El mundo ha conocido bien lo que sucedió en torno a ella
–la llegada de las primeras compañeras, la aprobación eclesiástica, el
vertiginoso desarrollo de sus actividades caritativas--, pero hasta su muerte,
nadie ha sabido lo que sucedió dentro de ella.
Lo han revelado los diarios personales y las cartas a su director espiritual,
hechas públicas con ocasión del proceso de beatificación: «Con el inicio de su
nueva vida al servicio de los pobres, una opresiva oscuridad vino sobre ella»
[3]. Bastan algunos breves fragmentos para dar una idea de la densidad de las
tinieblas en las que se encontró:
«Hay tanta contradicción en mi alma, un profundo anhelo de Dios, tan profundo
que hace daño, un sufrimiento continuo –y con ello el sentimiento de no ser
querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin entusiasmo... El
cielo no significa nada para mí, me parece un lugar vacío» [4].
No ha sido difícil reconocer inmediatamente en esta experiencia de Madre
Teresa un caso clásico de lo que los estudiosos de la mística, detrás de San
Juan de la Cruz, suelen llamar la noche oscura del espíritu. Taulero hace una
descripción impresionante de esta etapa de la vida espiritual:
«Entonces somos abandonados de tal forma que ya no tenemos conocimiento de
Dios y caemos en tal angustia que ya no sabemos si hemos estado en el camino
justo, ni sabemos ya si Dios existe o no, o si nosotros mismos estamos vivos o
muertos. De suerte que sobre nosotros cae un dolor tan extraño que nos parece
que todo el mundo en su extensión nos oprime. Ya no tenemos ninguna
experiencia ni conocimiento de Dios, e incluso todo lo demás nos parece
repugnante, de forma que nos parece estar prisioneros entre dos muros» [5].
Todo permite pensar que esta oscuridad acompañó a Madre Teresa hasta la muerte
[6], con un breve paréntesis en 1958, durante el cual pudo escribir gozosa:
«Hoy mi alma está llena de amor, de alegría indecible y de una ininterrumpida
unión de amor» [7]. Si a partir de cierto momento ya no habla casi de ello, no
es porque la noche se haya terminado, sino porque ella se ha adaptado a vivir
en ésta. No sólo la ha aceptado, sino que reconoce la gracia extraordinaria
que encierra para ella.
«He comenzado a amar mi oscuridad, porque creo que ésta es una parte, una
pequeñísima parte, de la oscuridad y del sufrimiento en que Jesús vivió en la
tierra» [8].
La flor más perfumada de la noche de Madre Teresa es su silencio sobre ésta.
Tenía miedo, al hablar de ello, de hacerse notar. Las personas más cercanas a
ella no sospecharon nada, hasta el final, de este tormento interior de la
Madre. Por orden suya, el director espiritual tuvo que destruir todas sus
cartas y si algunas se salvaron es porque él, con permiso de ella, hizo una
copia para el arzobispo y futuro cardenal T. Picachy, las cuales se
encontraron tras su muerte. El arzobispo, afortunadamente, rechazó la petición
que le hizo también a él Madre Teresa de destruirlas.
El peligro más insidioso para el alma en la noche oscura del espíritu es el
de... percatarse de que se trata, precisamente, de la noche oscura, de aquello
que los grandes místicos vivieron antes de ella y, por lo tanto, formar parte
de un círculo de almas elegidas. Con la gracia de Dios, Madre Teresa evitó
este riesgo escondiendo a todos su tormento bajo una eterna sonrisa.
«Todo el tiempo sonriendo, dicen de mí las hermanas y la gente. Piensan que mi
interior está lleno de fe, confianza y amor... ¡Si sólo supieran cómo mi
apariencia gozosa no es sino un manto con el que cubro vacío y miseria!» [9]
Los Padres del desierto dicen: «Por grandes que sean tus penas, tu victoria
sobre ellas están en el silencio» [10]. Madre Teresa lo puso en práctica de
forma heroica.
2. Madre Teresa de Calcuta y Padre Pío de Pietrelcina
Con ocasión de la canonización de Padre Pío de Pietrelcina, los observadores
laicos expresaron el parecer de que la del místico Padre Pío era una santidad
arcaica, a diferencia de la de Madre Teresa, la santa de la caridad, que sería
una santidad moderna. Ahora descubrimos que también Madre Teresa era una
mística (que Padre Pío era también un santo de la caridad bastaba para
demostrarlo la obra que él realizó en el «alivio del sufrimiento»).
El error es contraponer estos dos rasgos de la santidad cristiana que vemos,
al contrario, con frecuencia unidos admirablemente, esto es, altísima
contemplación y intensísima acción. Santa Catalina de Génova, considerada como
una de las cimas de la mística, fue desde Pío XII proclamada patrona de los
hospitales en Italia por su obra y la de sus discípulos a favor de los
enfermos y de los incurables, que recuerda de cerca la de la Madre Teresa en
nuestros días.
En un bello artículo, escrito con ocasión de la beatificación, un autor indio
define a Madre Teresa como «una hermana para Gandhi» [11]. Ciertamente muchos
rasgos reúnen a las dos grandes almas, los dos Mahatma, de la India moderna,
pero es aún más justo, creo, ver en Madre Teresa «una hermana para Padre Pío».
Les une no sólo la misma veneración de la Iglesia, sino también un mismo
ciclón de gloria de parte de la opinión pública mundial. Una se distinguió
sobre todo en las obras de misericordia corporales, el otro en las obras de
misericordia espirituales. Pero fue precisamente Madre Teresa la que recordó
al mundo de hoy que la pobreza peor no es la de los pobres de cosas, sino la
de los pobres de Dios, de humanidad y de amor, la pobreza, en suma, del
pecado.
El rasgo que más acerca a estos dos santos es, tal vez, precisamente la larga
noche oscura en la que vivieron toda la vida. Siempre recordaré la impresión
que tuve al leer, en el coro de San Giovanni Rotondo, donde está expuesto en
un marco, el relato con el que Padre Pío describía a su padre espiritual el
hecho de los estigmas. Él terminaba haciendo suyas las palabras del salmo que
dice: «Señor, no me corrijas en tu enojo, en tu furor no me castigues» (Sal
38, 2). Estaba convencido, y esta convicción le acompañó toda la vida, de que
los estigmas no eran un signo de predilección y de aceptación de parte de
Dios, sino, al contrario, de su rechazo y del justo castigo divino por sus
pecados. Fue aquello lo que me abrió los ojos sobre la estatura mística de
este hermano mío del que, hasta entonces, me había interesado poco.
Para irradiar luz, estas dos almas tuvieron que pasar la vida en la oscuridad,
convencidas, además, de «engañar a la gente». San Gregorio Magno dice que la
característica de los hombres superiores es que «en el dolor de la propia
tribulación, no descuidan la conveniencia de los demás; y mientras soportan
con paciencia las adversidades que les golpean, piensan en enseñar a los demás
lo necesario, semejantes en ello a ciertos grandes médicos que, afectados
ellos mismos, olvidan sus heridas para atender a los demás» [12]. Esta señal
resplandece en grado eminente en la vida de Madre Teresa y de Padre Pío.
3. No sólo purificación
¿Por qué este extraño fenómeno de una noche del espíritu que dura
prácticamente toda la vida? Aquí hay algo nuevo respecto a lo que vivieron y
explicaron los maestros del pasado, incluido San Juan de la Cruz. Esta noche
oscura no se explica con la única idea tradicional de la purificación pasiva,
la llamada vía purgativa, que prepara a la vía iluminativa y a la unitiva.
Madre Teresa estaba convencida de que se trataba precisamente de esto en su
caso; pensaba que su «yo» era particularmente duro de vencer, si Dios se veía
obligado a tenerla durante tan largo tiempo en ese estado.
Pero esto no era cierto. La interminable noche de algunos santos modernos es
el medio de protección inventado por Dios para los santos de hoy que viven y
trabajan constantemente bajo los focos de los medios. Es el traje de amianto
para quien debe ir entre las llamas; es el aislante que impide a la corriente
eléctrica salir, provocando cortocircuitos...
San Pablo decía: «Para que no me engría con la sublimidad de esas
revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne» (2 Co 12,7). La espina en la
carne, que era el silencio de Dios, se reveló eficacísima para Madre Teresa:
la preservó de todo arrobamiento en medio de todo lo que el mundo decía de
ella, también en el momento de recoger el premio Nobel de la paz. «El dolor
interior que siento –decía— es tan grande que no me afecta nada toda la
publicidad y el hablar de la gente».
También esto une a Madre Teresa y a Padre Pío. Un día, Padre Pío, mirando por
la ventana a la multitud reunida en la plaza, preguntó maravillado al hermano
que tenía al lado: «¿Por qué han venido todos éstos?», y a la respuesta: «Por
usted, Padre», se retiró rápidamente suspirando: «Si sólo supieran...».
Pero existe una razón aún mas profunda que explica estas noches que se
prolongan durante toda una vida: la imitación de Cristo, la participación en
la oscura noche del espíritu que envolvió a Jesús en Getsemaní y en la que
murió en el Calvario, gritando: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?». En la carta apostólica Novo millennio ineunte, a
propósito del «rostro doliente» de Cristo, el Papa escribe:
«Ante este misterio, además de la investigación teológica, podemos encontrar
una ayuda eficaz en aquel patrimonio que es la «teología vivida» de los
Santos. Ellos nos ofrecen unas indicaciones preciosas que permiten acoger
más fácilmente la intuición de la fe, y esto gracias a las luces particulares
que algunos de ellos han recibido del Espíritu Santo, o incluso a través de la
experiencia que ellos mismos han tenido de los terribles estados de prueba que
la tradición mística describe como «noche oscura». Muchas veces los Santos han
vivido algo semejante a la experiencia de Jesús en la cruz en la
paradójica confluencia de felicidad y dolor». [13]
La carta cita la experiencia de Santa Catalina de Siena y de Teresa del Niño
Jesús; ahora sabemos que se podría citar también el ejemplo de Madre Teresa.
Ella llegó a ver cada vez más claramente su prueba como una respuesta a su
deseo de compartir el «Sitio» de Jesús en la cruz:
«Si la pena y el sufrimiento, mi oscuridad y separación te da una gota de
consolación, Jesús mío, haz de mí lo que quieras... Imprime en mi alma y vida
el sufrimiento de tu corazón. Quiero saciar tu sed con cada gota de sangre que
puedas hallar en mí. No te preocupes de volver pronto; estoy dispuesta a
esperarte toda la eternidad» [14].
Sería un gran error pensar que la vida de estas personas sea toda sombrío
sufrimiento. La Novo millennio ineunte, hemos oído, habla de una
«paradójica confluencia de felicidad y dolor». En el fondo del alma, estas
personas gozan de una paz y alegría desconocidas para el resto de los hombres,
derivadas de la certeza, más fuerte que la duda, de estar en la voluntad de
Dios. Santa Catalina de Génova compara el sufrimiento de las almas en este
estado al del Purgatorio, y dice que éste «es tan grande que sólo es
comparable al del infierno», pero que existe en ellas una «grandísima alegría»
que sólo se puede comparar a la de los santos en el Paraíso [15].
La alegría y la serenidad que emanaban del rostro de Madre Teresa no eran una
máscara, sino el reflejo de la unión profunda con Dios, en quien vivía su
alma. Era ella la que se «engañaba» sobre sí misma, no la gente.
4. Al lado de los ateos
En lugar de santos «arcaicos», los místicos son los más modernos entre los
santos. El mundo de hoy conoce una nueva categoría de personas: los ateos de
buena fe, aquellos que viven dolorosamente la situación del silencio de Dios,
que no creen en Dios pero no se jactan de ello; experimentan más bien la
angustia existencial y la falta de sentido de todo; viven también ellos, a su
modo, en una noche oscura del espíritu.
Albert Camus les llamaba «los santos sin Dios». Los místicos existen sobre
todo para ellos; son sus compañeros de viaje y de mesa. Como Jesús, ellos
«están sentados a la mesa de los pecadores y han comido con ellos» (Cf. Lc
15,2).
Esto explica la pasión con la que ciertos ateos, una vez que se han
convertido, se han lanzado sobre los escritos de los místicos: Claudel,
Bernanos, los dos Maritain, L. Bloy, el escritor J.-K. Huysmans y muchos otros
sobre los escritos de Angela de Foligno; T. S. Eliot sobre los de Giuliana de
Norwich. Allí encontraban el mismo paisaje que habían dejado, pero esta vez
iluminado por el sol. Este año se celebra el 50º aniversario de la primera
representación de «Esperando a Godot», el drama más representativo del
teatro del absurdo, pero pocos saben que su autor, Samuel Beckett, en su
tiempo libre leía a San Juan de la Cruz.
La palabra «ateo» puede tener un sentido activo y un sentido pasivo. Puede
indicar uno que rechaza a Dios, pero también uno que –al menos así les parece—
es rechazado por Dios. En el primer caso, se trata de un ateismo de culpa
(cuando no es de buena fe), en el segundo de un ateismo de pena, o de
expiación. En este último sentido podemos decir que los místicos, en la noche
del espíritu, son los a-teos, los sin Dios. Madre Teresa tiene palabras que
nadie habría sospechado en ella:
«Dicen que la pena eterna que sufren las almas en el infierno es la pérdida de
Dios... En mi alma yo experimento precisamente esta terrible pena de la
pérdida, de Dios que no me quiere, de Dios que no es Dios, de Dios que en
realidad no existe. Jesús, te lo ruego, perdona mi blasfemia» [16].
Pero se da cuenta de la naturaleza distinta, de solidaridad y de expiación, de
este «ateísmo» suyo:
«Quiero vivir en este mundo tan lejano de Dios y que ha dado la espalda a la
luz de Jesús, para ayudar a la gente, cargando con algo de su sufrimiento»
[17].
Los místicos han llegado a un paso del mundo donde viven los sin Dios; han
experimentado el vértigo de precipitarse hacia abajo. Escribe Madre Teresa a
su padre espiritual:
«He estado a punto de decir “no”... Me siento como si algo, un día u otro, se
tuviera que romper en mí». «Ruegue por mí, para que yo no rechace a Dios en
esta hora. No quiero hacerlo, pero temo que pueda hacerlo» [18].
Por esto los místicos son los evangelizadores ideales en el mundo
post-moderno, donde se vive «etsi Deus non daretur», como si Dios no
existiera. Recuerdan a los ateos honestos que no están «lejos del reino de
Dios»; que les bastaría dar un salto para encontrarse en la orilla de los
místicos, pasando de la nada al todo. Tenía razón Karl Rahner al decir: «El
cristianismo del futuro, o es místico o no será». Padre Pío y Madre Teresa son
la respuesta a este signo de los tiempos. No debemos «desperdiciar» a los
santos reduciéndolos a dispensadores de gracias o de buenos ejemplos.
5. Nuestra pequeña noche
Los místicos tienen sin embargo algo que decirnos a los creyentes, y no sólo a
los ateos. No son una excepción, o una categoría aparte de cristianos.
Muestran más bien, como de forma ampliada, lo que debería ser la plena
expansión de la vida de gracia. Una cosa aprendemos especialmente de la noche
oscura de los místicos, y en particular de la de Madre Teresa: cómo
comportarnos en tiempo de aridez, cuando la oración se convierte en lucha,
fatiga, un golpe de la cabeza contra un «muro de lamentación».
No es necesario insistir en la oración de Madre Teresa en todos aquellos años
pasados en la oscuridad; la imagen de ella en oración es la que todos tenemos
aún ante de los ojos. Una serie de bellísimas oraciones se encuentran entre la
herencia más preciosa que ella dejó a sus hijas y a la Iglesia. De Jesús, el
evangelista Lucas dice que «sumido en agonía, insistía más en su oración»,
factus in agonia prolixius orabat (Lc 22,44). Es lo que se observa también
en la vida de estas almas.
La aridez en la oración, cuando no es fruto de disipación o de pactos con la
carne, sino permisión de Dios, es la forma atenuada y común que adopta la
noche oscura en la mayoría de las personas que tienden a la santidad. En esta
situación es importante no rendirse y comenzar a omitir la oración para
entregarse al trabajo, visto que se consigue bien poco estando en oración.
Cuando Dios no está, es importante al menos que su lugar permanezca vacío y
que no sea ocupado por algún ídolo, especialmente el que llamamos activismo.
Para impedir que esto ocurra es bueno interrumpir cada rato el trabajo para
elevar al menos un pensamiento a Dios, o para sacrificarle sencillamente un
poco de tiempo. En tiempo de aridez hay que descubrir un tipo de oración
especial que la beata Angela de Foligno definía como la oración forzada y que
dice haber practicado ella misma:
«Es bueno y muy agradable a Dios que tú ores con el fervor de la gracia
divina, que veles y te fatigues al realizar toda acción buena; pero es más
agradable y aceptable al Señor si, faltándote la gracia, no disminuyes tus
oraciones, tus vigilias, tus buenas obras. Actúa sin la gracia como lo hacías
cuando la poseías... Tú haz tu parte, hijo mío, y Dios hará la suya. La
oración forzada, violenta, es muy agradable a Dios» [19].
Esta es una oración que se puede hacer más con el cuerpo que con la mente.
Existe una secreta alianza entre la voluntad y el cuerpo y hay que usarla para
reducir la mente... a la razón. A menudo, cuando nuestra voluntad no puede
ordenar a la mente que tenga o no ciertos pensamientos, puede ordenar al
cuerpo: a las rodillas que se doblen, a las manos que se junten, a los labios
que se abran y pronuncien algunas palabras, por ejemplo, «Gloria al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo».
Un místico oriental, Isaac el Sirio, decía: «Cuanto tu corazón está muerto y
ya no tenemos la mínima oración ni súplica alguna, cuando Él venga que nos
encuentre postrados con el rostro en tierra perpetuamente». Madre Teresa
conoció también esta oración «forzada».
«No puedo decirle lo mal que me sentí el otro día; hubo un momento en el que
por poco rechacé aceptar. Entonces tomé decididamente el Rosario y lo recé
lentamente y con calma, sin meditar ni pensar en nada» [20].
Simplemente permanecer con el cuerpo en la iglesia, o en el lugar elegido para
la oración, simplemente estar en oración, es entonces el único modo que queda
para continuar siendo perseverantes en la oración. Dios sabe que podríamos ir
y hacer cientos de cosas más útiles y que nos agradarían más, pero
permanecemos allí, consumimos en blanco el tiempo a Él destinado por nuestro
horario o por nuestro propósito.
A un discípulo que se lamentaba continuamente de no poder orar a causa de las
distracciones, un anciano monje, al que se había dirigido, le respondió: «Que
tu pensamiento vaya donde quiera, ¡pero que tu cuerpo no salga de la celda!»
[21]. Es un consejo que también nos sirve a nosotros, cuando nos encontramos
en situación de distracciones crónicas que ya no está en nuestras manos poder
controlar: que nuestro pensamiento vaya donde quiera, ¡pero que nuestro cuerpo
permanezca en oración!
En tiempo de aridez, debemos recordar la dulcísima palabra del Apóstol: «El
Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza...» (Rm 8,26 s). Él, sin que lo
notemos, llena nuestras palabras y nuestros gemidos de deseo de Dios, de
humildad, de amor. El Paráclito se convierte, entonces, en la fuerza de
nuestra oración «débil», en la luz de nuestra oración apagada; en una palabra,
en el alma de nuestra oración. Verdaderamente, como dice la Secuencia, Él
«riega lo que es árido», rigat quod est aridum.
Todo esto sucede por fe. Basta que yo diga: «Padre, tu me has regalado el
Espíritu de Jesús; formando, por ello, “un solo Espíritu” con Él, yo rezo este
salmo, celebro esta Santa Misa, o estoy simplemente en silencio, aquí, en tu
presencia. Quiero darte la gloria y la alegría que te daría Jesús, si fuera Él
quien te orara aún desde la tierra». Con esta certeza, concluimos nuestra
reflexión orando:
«Espíritu Santo, Tú que intercedes en el corazón de los creyentes con gemidos
inenarrables, llama al corazón de tantos de nuestros contemporáneos que viven
sin Dios y sin esperanza en este mundo. Ilumina la mente de aquellos que en
este momento están delineando la fisonomía futura de nuestro continente;
hazles comprender que Cristo no es una amenaza para nadie, sino hermano de
todos. Que a los pobres, a los pequeños, a los perseguidos y a los excluidos
de la Europa de mañana no les sea quitada, con culpable silencio, la garantía
que hasta ahora más les ha defendido del arbitrio de los grandes y de la
dureza de la vida: el nombre del primero de ellos, ¡Jesús de Nazareth!».
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[1] Leyenda Perusina, 72 (Fuentes Franciscanas, n. 1626)
[2] Admoniciones, VI (FF, n. 155).
[3] Fr. Joseph Neuner, S.J., On Mother Teresa’s Charism, “Review for
Religious”, Sept- Oct. 2001, vol. 60, n.5 [En adelante abreviado: JN] (Los
documentos citados en esta predicación me los ha puesto amablemente a
disposición la Postulación general de la Causa de Madre Teresa).
[4] “There is so much contradiction in my soul, such deep longing for God, so
deep that it is painful, a suffering continual - yet not wanted by God,
repulsed, empty, no faith, no love, no zeal.... Heaven means nothing to me, it
looks like an empty Place” (JN)
[5] Juan Taulero, Homilía 40 ( ed. G. Hofmann, Johannes Tauler,
Predigten, Friburgo en Br. 1961, p.305).
[6] Cf. Fr. A. Huart, S.J., Mother Teresa: Joy in the Night, “Review
for Religious”, Sept.-Oct. 2001. vol. 60, n.5 [En adelante abreviado AH].
[7] “Today my soul is filled with love, with joy untold, with an unbroken
union of love” (JN)
[8] “I have begun to love my darkness for I believe now that it is a part, a
very small part, of Jesus’ darkness and pain on earth” (JN).
[9] “The whole time smiling - Sisters and people pass such remarks - they
think my faith, trust, and love are filling my very being… Could they but know
- and how my cheerfulness is the cloak by which I cover the emptiness and
misery” (AH).
[10] Apophtegmata Patrum, Poemen 37 (PG 65, 332).
[11] G. Varangalakudy, A sister for Gandhi, “The Tablett”, 11 octubre
2003, p. 12.
[12] S. Gregorio Magno, Moralia in Job, I,3,40 (PL 75, 619).
[13] NMI, 27
[14] “If my pain and suffering, my darkness and separation give you a drop of
consolation, my own Jesus, do with me as you wish… Imprint on my soul and life
the suffering of your heart.... I want to satiate your thirst with every
single drop of blood that you can find in me.... Please do not take the
trouble to return soon. I am ready to wait for you for all eternity” (JN).
[15] Cf. S. Caterina da Genova, Trattato del Purgatorio, 4 (ed.
Cassiano Carpaneto da Langasco, Sommersa nella fontana dell’amore. Santa
Caterina Fieschi Adorno, vol. 2, Le opere, p. 96; cf. también vol.
1. La vita, pp. 49 s.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. La segunda parte de
esta meditación se publicará el próximo domingo, 14 de diciembre].
ZS03121221