¿Por qué canonizar a Juan Diego?
Autor: P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez
Introducción
La historia de la Causa de la Canonización del Beato Juan Diego está
estrechamente unida al gran Acontecimiento Guadalupano; es decir, el encuentro
de Santa María de Guadalupe y el humilde indio Juan Diego en diciembre de 1531.
Si bien, no es posible encerrar un fenómeno sobrenatural, como es la Aparición
de la Virgen María, en la historia temporal, sí lo es el evidenciar las
manifestaciones de un suceso semejante; además, de la posibilidad de conocer a
las personas que vivieron ese momento, su vida, su quehacer, sus costumbres, su
educación, su comportamiento, su relación social, etc.; ya que esto va dejando
huella y marcando la historia. Así como, no es posible conocer o medir la fe o
el grado de conversión desde el corazón y el alma del ser humano, sí es
posible conocer y comprobar en la historia algunas de sus expresiones.
Para acercarnos a la vida de un hombre humilde y del pueblo como lo era Juan
Diego, uno de los principales protagonistas del Acontecimiento Guadalupano, ha
sido necesario profundizar en las distintas investigaciones que se han dado por
siglos; buscar en Bibliotecas y Archivos de varias partes del mundo; analizar
comentarios y estudios que han tomado diversos ángulos de este Acontecimiento;
investigar desde la tradición oral continua e ininterrumpida que se ha
mantenido en la memoria del pueblo, hasta fuentes documentales históricas de
gran importancia como mapas, códices, testamentos, cantares, narraciones
antiguas, los llamados Nican mopohua y Nican motecpana, la Información de 1556,
las Informaciones Jurídicas de 1666, los importantes escritos de los primeros
frailes misioneros y otros muchos documentos que nos aportan noticias e
información muy valiosa de este gran Acontecimiento. Todo esto desarrollarlo
por medio del método científico histórico, que propone el análisis y
valoración de cada una de las fuentes históricas, el estudio de cada una de
ellas desde su naturaleza y la convergencia de las mismas.
La Santidad de un indio humilde
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como
águila),[1] un indio humilde, de la etnia indígena de los chichimecas, nació
en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que en ese tiempo pertenecía al reino
de Texcoco. Juan Diego fue bautizado por los primeros franciscanos,
aproximadamente en 1524.[2] En 1531, Juan Diego era un hombre maduro, como de
unos 57 años de edad; edificó a los demás con su testimonio y su palabra; de
hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones
y súplicas de su pueblo; ya "que cuanto pedía y rogaba la Señora del
cielo, todo se le concedía".[3]
Juan Diego fue un hombre virtuoso, las semillas de estas virtudes habían sido
inculcadas, cuidadas y protegidas por su ancestral cultura y educación, pero
recibieron plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran privilegio de encontrarse con
la Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe, siendo encomendado a portar a
la cabeza de la Iglesia y al mundo entero el mensaje de unidad, de paz y de amor
para todos los hombres; fue precisamente este encuentro y esta maravillosa misión
lo que dio plenitud a cada una de las hermosas virtudes que estaban en el corazón
de este humilde hombre y fueron convertidas en modelo de virtudes cristianas;
Juan Diego fue un hombre humilde y sencillo, obediente y paciente, cimentado en
la fe, de firme esperanza y de gran caridad.
Poco después de haber vivido el importante momento de las Apariciones de
Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al servicio de
Dios y de su Madre, transmitía lo que había visto y oído, y oraba con gran
devoción; aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran distantes de la
Ermita. Él quería estar cerca del Santuario para atenderlo todos los días,
especialmente barriéndolo, que para los indígenas era un verdadero honor; como
recordaba fray Gerónimo de Mendieta: "A los templos y a todas las cosas
consagradas a Dios tienen mucha reverencia, y se precian los viejos, por muy
principales que sean, de barrer las iglesias, guardando la costumbre de sus
pasados en tiempos de su gentilidad, que en barrer los templos mostraban su
devoción (aun los mismos señores)."[4]
Juan Diego se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara estar en
cualquier parte que fuera, junto a las paredes de la Ermita para poder así
servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo, que estimaba
mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera
una casita junto a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía
muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar
juntos; "pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se
estuviera en su casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y
abuelos les dejaron".[5]
Juan Diego manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente caridad cuando
su tío estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego manifestó su fe al estar
con el corazón alegre, ante las palabras que le dirigió Santa María de
Guadalupe, quien le aseguró que su tío estaba completamente sano; fue un indio
de una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus casas y
tierras para ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse
completamente al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen
Santa María de Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su
consuelo y su amor maternal a todos lo hombres y mujeres. Juan Diego tenía
"sus ratos de oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que
le aman y conforme a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud
y mortificación."[6] También se nos refiriere en el Nican motecpana:
"A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba
delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor; frecuentemente se
confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía
cilicio de malla y escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la
oración y estar invocando a la Señora del cielo."[7]
Toda persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de conocer de viva
voz los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la manera en que había
ocurrido este encuentro maravilloso y el privilegio de haber sido el mensajero
de la Virgen de Guadalupe; como lo indicó el indio Martín de San Luis cuando
rindió su testimonio en 1666: "Todo lo cual lo contó el dicho Diego de
Torres Bullón a este testigo con mucha distinción y claridad, que se lo había
dicho y contado el mismo Indio Juan Diego, porque lo comunicaba."[8] Juan
Diego se constituyó en un verdadero misionero.
Cuando Juan Diego se casó con María Lucía, quien había muerto dos años
antes de las Apariciones, habían escuchado un sermón a fray Toribio de
Benavente en donde se exaltaba la castidad, que era agradable a Dios y a la
Virgen Santísima, por lo que los dos decidieron vivirla; se nos refiere:
"Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada, murió
su mujer, que se llamaba María Lucía. Ambos vivían castamente."[9] Como
también lo testificó el P. Luis Becerra Tanco: "el indio Juan Diego y su
mujer María Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el agua del
Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros ministros evangélicos
muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a las vírgenes,
y esta fama fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo estos
dos casados".[10] Aunque esto no obsta de que Juan Diego haya tenido
descendencia, sea antes del bautismo, sea por la línea de algún otro familiar;
ya que, por fuentes históricas sabemos que Juan Diego efectivamente tuvo
descendencia; sobre esto, uno de los principales documentos se conserva en el
Archivo del Convento de Corpus Christi en la Ciudad de México, en el cual se
declara: "Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres caciques [indios
nobles] Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la región
di Xochiatlan [...] y tenida por descendiente del dichoso Juan Diego."[11]
Lo importante también es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la
santidad y de la perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su
propia familia, ya que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego
se había entregado muy bien al servicio de la Virgen María de Guadalupe y de
Dios, quiso seguirlo, aunque Juan Diego le convino que era preferible que se
quedara en su casa; y ahora tenemos también este ejemplo de Sor Gertrudis del
Señor San José, descendiente de Juan Diego, quien ingresó a un monasterio, a
consagrar su vida al servicio de Dios, buscando esa perfección de vida,
buscando la Santidad.
Es un hecho que Juan Diego siempre edificó a los demás con su testimonio y su
palabra; constantemente se acercaban a él para que intercediera por las
necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya "que cuanto pedía y
rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía".[12]
El indio Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando dio su
testimonio en las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan Diego
era un verdadero intercesor de su pueblo, decía: "que la dicha Santa
Imagen le dijo al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde se le había de hacer
la dicha Ermita que fue donde se le apareció, que la ha visto hecha y la vio
empezar este testigo, como lleva dicho donde son muchos los hombres y mujeres
que van a verla y visitarla como este testigo ha ido una y muchas veces a
pedirle remedio, y del dicho indio Juan para que como su pueblo, interceda por
él."[13] El anciano indio Gabriel Xuárez también señaló detalles
importantes sobre la personalidad de Juan Diego y la gran confianza que le tenía
el pueblo para que intercediera en sus necesidades: "el dicho Juan Diego,
-decía Gabriel Xuárez- respecto de ser natural de él y del barrio de Tlayacac,
era un Indio buen cristiano, temeroso de Dios, y de su conciencia, y que siempre
le vieron vivir quieta y honestamente, sin dar nota, ni escándalo de su
persona, que siempre le veían ocupado en ministerios del servicio de Dios
Nuestro Señor, acudiendo muy puntualmente a la doctrina y divinos oficios,
ejercitándose en ello muy ordinariamente porque a todos los Indios de aquel
tiempo oía este testigo, decirles era varón santo, y que le llamaban el
peregrino, porque siempre lo veían andar solo y solo se iba a la doctrina de la
iglesia de Tlatelulco, y después que se le apareció al dicho Juan Diego la
Virgen de Guadalupe, y dejó su pueblo, casas y tierras, dejándolas a su tío
suyo, porque ya su mujer era muerta; se fue a vivir a una casa Juan Diego que se
le hizo pegada a la dicha Ermita, y allá iban muy de ordinario los naturales de
este dicho pueblo a verlo a dicho paraje y a pedirle intercediese con la Virgen
Santísima les diese buenos temporales en sus milpas, porque en dicho tiempo
todos lo tenían por Varón Santo."[14]
La india doña Juana de la Concepción que también dio su testimonio en estas
Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era un hombre santo,
pues había visto a la Virgen: "todos los Indios e Indias -declaraba- de
este dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita, teniéndole siempre por un
santo varón, y esta testigo no sólo lo oía decir a los dichos sus padres,
sino a otras muchas personas".[15] Mientras que el indio Pablo Xuárez
recordaba lo que había escuchado sobre el humilde indio mensajero de Nuestra Señora
de Guadalupe, decía que para el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y santo que
era un verdadero modelo a seguir, declaraba el testigo que Juan Diego era
"amigo de que todos viviesen bien, porque como lleva referido decía la
dicha su abuela que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y
nietos fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen, por
cuya causa le tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo."[16]
El indio don Martín de San Luis incluso declaró que la gente del pueblo:
"le veía hacer al dicho Juan Diego grandes penitencias y que en aquel
tiempo le decían varón santísimo."[17]
Como decíamos, Juan Diego murió en 1548, un poco después de su tío Juan
Bernardino, el cual falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron enterrados en
el Santuario que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican motecpana: "Después
de diez y seis años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió
en el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que murió el señor
obispo. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le
dijo que ya era hora de que fuese a conseguir y gozar en el cielo, cuanto le había
prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los setenta y cuatro años."[18]
En el Nican motecpana se exaltó su santidad ejemplar: "¡Ojalá que así
nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de
este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del
cielo!"[19]
Una devoción inmemorial
Pasaron los siglos y la devoción a Juan Diego se mantuvo constante y sin
interrupción, D. Cayetano de Cabrera y Quintero, en su libro Escudo de Armas,
publicado en 1746, expresaba la continuidad de esta gran devoción a Juan Diego,
y el anhelo de que fuera venerado en los altares: "Aún los mismos indios
que frecuentaban el Santuario -decía Cabrera- se valían de las oraciones de su
compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado allí, lo ponían como intercesor
ante María Santísima, para lograr sus peticiones. Esperamos en Dios que un día
lo veamos en el honor de los altares."[20]
Mientras en Cuauhtitlán, lugar natal de Juan Diego, así como en Tulpetlac,
lugar en donde habitaba en el tiempo de las Apariciones, la gente inició a
construir eremitas[21] pegadas a las construcciones que sabía, pertenecían a
Juan Diego, y se inició una especial devoción a este indio con fama de santo,
ya que las ofrendas, los enseres e incluso las tumbas, que se tenían en estas
ermitas estaban dispuestos de tal manera, que se quería estar lo más cerca
posible a las paredes de las casas del vidente Juan Diego, posteriormente sobre
las ruinas de las casas de Juan Diego así como de estas primeras ermitas se
levantaron iglesias, lugares de culto que expresaban la ininterrumpida tradición
que el pueblo tenía en gran estima; y a donde hasta nuestros días continúa el
culto.[22]
La figura de Juan Diego, así como su personalidad, sus virtudes y santidad han
sido representadas de múltiples formas: en dibujos, en diseños, en pinturas,
en grabados, en medallas, en esculturas, en relieves, etc.; como peregrino
evangelizador, como el ángel a los pies de Santa María de Guadalupe, como
franciscano, como santo con aureola, entre las nubes del cielo, o en los
momentos claves y significativos que tuvo en su encuentro con Santa María de
Guadalupe; en diferentes tipos de documentos como en testamentos, en códices,
en narraciones como el Nican mopohua y el Nican motecpana, en las Informaciones
Jurídicas de 1666, de las que el especialista en la cultura náhuatl, Dr.
Miguel León-Portilla dice: "arrojan ciertamente luz en torno a la persona
de Juan Diego. Las muchas noticias particulares que aportan acerca de éste,
coincidentes entre sí, son dignas de tomarse en cuenta";[23] y así tantos
documentos más.
Como nos dicen los testimonios de los indígenas de Cuauhtitlán, el pueblo
conoció el gran Acontecimiento Guadalupano por boca del mismo Juan Diego,
Posteriormente, fue el mismo pueblo quien se encargó de transmitir este gran
Acontecimiento de padres a hijos, de abuelos a nietos; entre vecinos y
pobladores de lejanas tierras. La devoción desde sus primeros pasos, no fue
exclusiva de los indios sino que se fue extendiendo también entre los españoles,
quienes se unieron a los indígenas a realizar impresionantes peregrinaciones al
Santuario de Guadalupe, como lo declaró Juan de Masseguer, más de cien años
antes, en la llamada Información de 1556: "todo el pueblo -decía- a una
tiene gran devoción en la dicha imagen de Nuestra Señora de todo género de
gente, nobles ciudadanos e indios".[24] En la misma Información, Juan de
Salazar señaló que los españoles también edificaban a los indígenas en su
devoción a Santa María de Guadalupe: "van descalzas señoras principales
y muy regaladas, y a pie con sus bordones en las manos, a visitar y a encomendar
a Nuestra Señora, y de esto los naturales han recibido grande ejemplo, y siguen
lo mismo."[25] Esta devoción a Santa María de Guadalupe y a su fiel
mensajero el humilde indio Juan Diego nunca se ha interrumpido, y sigue viva, no
sólo en nuestro pueblo, sino que ha ido más allá de fronteras inimaginables.
Juan Diego fue el mensajero de una devoción que trasciende fronteras y
tiempos
Fueron pocos años los que transcurrieron para que la noticia de este
Acontecimiento fuera más allá de las fronteras de México; y fuera valorado
por el mismo Santo Padre; quien concedido gracias, privilegios e indulgencias.
Uno de los más antiguos ejemplos documentados es el de 1573, cuando el Papa
Gregorio III,[26] concedió gracias e indulgencia plenaria a los fieles que
visitaran la iglesia de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe y ahí
recitaran piadosas preces;[27] y en 1576, las revalidó y prorrogó.[28] El
arzobispo de México de aquel entonces, Pedro Moya de Contreras, agradeció de
manera explícita estos privilegios que ni la misma catedral Metropolitana poseía,
por lo que también aprovechó para pedirle al Santo Padre que concediera otros
tantos para la Sede Metropolitana.[29]
Desde 1663, se pidió a la Santa Sede la aprobación de Misa y Oficio de fiesta
para celebrar a Nuestra Señora de Guadalupe los días 12 de Diciembre. La
petición fue firmada por el Obispo de Puebla, quien, en ese momento, era el
Gobernador de la Arquidiócesis de México, en sede vacante, y Virrey de la
Nueva España.[30]
La Santa Sede pidió que se realizara un proceso, según la costumbre y la forma
del Derecho de ese entonces, para corroborar la historicidad y la esencia de
este Evento; de aquí surge lo que se ha llamado las Informaciones Jurídicas de
1666; este importante Proceso Canónico[31] fue aprobado después por la Santa
Sede que le dio el rango de Proceso Apostólico.
Estas Informaciones están constituidas por testimonios de diez sacerdotes y dos
laicos de descendencia española; los cuales tenían cargos importantes de
grandes responsabilidades; además, hubo un supernumerario, el P. Luis Becerra
Tanco, quien era uno de los más grandes conocedores del Evento Guadalupano en
su tiempo, el cual ofreció su testimonio por escrito. Asimismo, se tomó
testimonio a varios ancianos vecinos de Cuauhtitlán; entre ellos había un
mestizo y siete indígenas, cuyas edades oscilaban entre 78 y 115 años. Todos
los testigos, apegados al derecho y jurando decir la verdad aportaron sus
testimonios, los cuales convergen al narrar la historicidad de Acontecimiento
Guadalupano, confirmando la vida ejemplar de Juan Diego, quien había nacido y
crecido en Cuauhtitlán. Uno de estos testigos, Marcos Pacheco, sintetizó la
personalidad y la fama de santidad de Juan Diego: "Era un indio que vivía
honesta y recogidamente y que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su
conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que, en
muchas ocasiones, le decía a este testigo su tía: «Dios os haga como Juan
Diego y su tío», porque los tenía por muy buenos indios y muy buenos
cristianos"[32]. Otro testimonio es el de Andrés Juan quien decía que
Juan Diego era un "Varón Santo"[33]; en estos conceptos concuerdan,
unánimes, los otros testigos indígenas en estas Informaciones Jurídicas, como
por ejemplo: Gabriel Xuárez, Juana de la Concepción, Pablo Xuárez, Martín de
San Luis, Juan Xuárez, Catarina Mónica.
Además, se realizaron dos importantes Inspecciones, una fue de los Maestros en
el arte de la Pintura quienes estaban sorprendidos e intrigados de la manera en
que se había estampado la Imagen de la Virgen de Guadalupe; y otra de los
llamados Protomédicos que analizaron el ambiente húmedo y salitroso del
Tepeyac y confirmaron que era imposible para la ciencia explicar el por qué la
Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe se conservara intacta.
Fueron muchos y exhaustivos estudios, inspecciones e investigaciones científicas
que se continuaron realizando para lograr la Misa y el Oficio propios para la
Virgen de Guadalupe; mientras, los Papas continuaron dando privilegios y gracias
al Santuario del Tepeyac. Fue el Papa Benedicto XIV quien concedió, en 1754,
Misa y Oficio propio para festejar a Santa María de Guadalupe los días doce de
diciembre, extendiendo este privilegio, el 2 de julio de 1757, a los demás
dominios de España.[34]
A finales del siglo XIX, a pesar de las agitaciones y contrastes en México, los
Obispos mexicanos obtuvieron en 1894 la concesión de parte de la Sagrada
Congregación de Ritos la Coronación Canónica de la Virgen de Guadalupe[35];
además, el Santo Padre León XIII, el 12 de agosto de 1894, les dirigió una
declaración y que mantiene una asombrosa vigencia y actualidad: "Con esto
venerables hermanos hay que confesarlo, quisimos que constase por especial
manera cuánto nos complace la estrecha unión que existe así entre vosotros
como entre el clero y el pueblo; de lo que resulta que sean más firmes los vínculos
con esta Sede Apostólica. Como quiera vosotros mismos reconocéis que la autora
y mejor conservadora de esta unión es la misma bondadosa Madre de Dios, que se
venera bajo la advocación de Guadalupe, por eso, con gran amor y por medio de
vosotros, exhortamos a la Nación mexicana a que conserve su devoción y su amor
como la más pura de sus glorias, y el manantial de los más preciosos bienes.
Ante todo la fe católica, sobre la que en verdad nada hay más excelente, pero
en estos tiempos nada más combatido, tened por cierto y seguro que vivirá
inquebrantable y firme en vosotros mientras dure constantemente esa misma
piedad, digna de vuestros antepasados."
El 12 de octubre de 1895, en una solemne ceremonia la Imagen de Nuestra Señora
de Guadalupe fue coronada, este evento fue de una gran importancia "por su
carácter plenamente nacional y aún internacional: a ella asistieron, en medio
de enorme venida de todos los ámbitos de la República, 11 arzobispos, unos 100
sacerdotes: 18 de los 39 prelados venían del extranjero (15 de los Estados
Unidos, 1 de Canadá, 1 de Cuba, 1 de Panamá)".[36]
Los Obispos Latinoamericanos que participaron en el Concilio Plenario de la América
Latina, que tuvo lugar en Roma en 1899, invocaron a Nuestra Señora de Guadalupe
y por lo tanto todo el Acontecimiento Guadalupano como un punto de referencia
fundamental para comprender el catolicismo en América Latina y lanzar una nueva
etapa de evangelización en todo el Continente.
A petición de setenta Obispos Latinoamericanos, el 24 de agosto de 1910, Pío
X proclamó a Santa María de Guadalupe "Patrona de América Latina".
El 16 de julio de 1935, el Pío XI la proclama "Patrona de Filipinas".
[37]
Hasta nuestros días los Pontífices han reconocido que el Acontecimiento
Guadalupano ha señalado de una manera patente un hecho que se ha dado en la
historia manifestando frutos de evangelización; como por ejemplo el Papa Pío
XII, quien el 12 de octubre de 1945 ofreció una Alocución por el
cincuentenario de la coronación pontificia de la Imagen de Nuestra Señora de
Guadalupe, que se transmitió por Radio: "Y así sucedió -decía el Santo
Padre-, al sonar la hora de Dios para las dilatadas regiones del Anáhuac.
Acaban apenas de abrirse al mundo, cuando a las orillas del lago de Texcoco
floreció el milagro. En la tilma del pobrecito Juan Diego -como refiere la
tradición- pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una imagen dulcísima,
que la labor corrosiva de los siglos maravillosamente respetaría."[38]
También el Papa, Juan XXIII, el 12 octubre de 1961, en la celebración del
cincuentenario del Patronato de la Virgen de Guadalupe sobre toda América
Latina, declaró: "«la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero
Dios, por quien se vive», derrama su ternura y delicadeza maternal en la colina
del Tepeyac, confiando al indio Juan Diego con su mensaje unas rosas que de su
tilma caen, mientras en ésta queda aquel retrato suyo dulcísimo que manos
humanas no pintan. Así quería Nuestra Señora continuar mostrando su oficio de
Madre: Ella, con cara de mestiza entre el indio Juan Diego y el Obispo Zumárraga,
como para simbolizar el beso de dos razas [...] Primero Madre y Patrona de México,
luego de América y de Filipinas; el sentido histórico de su mensaje iba
cobrando así plenitud, mientras abría sus brazos a todos los horizontes en un
anhelo universal de amor."[39] El Papa Pablo VI, en otro 12 de octubre pero
del año 1970, en el 75º. Aniversario de la coronación pontificia de la
Imagen, exclamó "La devoción a la Virgen Santísima de Guadalupe, tan
profundamente enraizada en el alma de cada mexicano y tan íntimamente unida a más
de cuatro siglos de vuestra historia patria, sigue conservando entre vosotros su
vitalidad y su valor, y debe ser para todos una constante y particular exigencia
de auténtica renovación cristiana".[40]
El Papa Juan Pablo II, siempre ha declarado la gran importancia del
Acontecimiento Guadalupano, como el hecho histórico que ha dado estos frutos de
salvación. Desde su primera visita pastoral a México, en 1979, fue directo y
preciso al hablar sobre Santa María de Guadalupe como la que iluminó el camino
de la evangelización; dijo el Santo Padre en aquella ocasión: "Nuestra Señora
de Guadalupe, venerada en México y en todos los países como Madre de la
Iglesia en América Latina, es para mí un motivo de alegría y una fuente de
esperanza. «Estrella de la Evangelización», sea ella vuestra guía."[41]
Asimismo, para el Santo Padre, Juan Diego cumplió con una misión importante en
la entrada de este Acontecimiento; dijo el Santo Padre: "Desde que el indio
Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe,
entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México."[42]
Algunos momentos importantes en el Proceso de Beatificación y Canonización
de Juan Diego
Desde hace mucho tiempo se ha deseado la canonización de Juan Diego, como lo
expresaba Cayetano Cabrera en 1746: "Esperamos en Dios que un día lo
veamos en el honor de los altares."[43]
En los últimos años esto se expresó con mayor fuerza. En 1974, tanto los
Obispos de México como los de América Latina habían pedido la canonización
de Juan Diego, se propuso la canonización de Juan Diego como modelo de laico
cristiano.[44] En 1979, durante su primer viaje pastoral en México, el Santo
Padre, Juan Pablo II, habló de Juan Diego como ese personaje histórico
fundamental en la historia de la Evangelización de México. Los Obispos
mexicanos insistieron en que la canonización de Juan Diego es un hecho
profundamente querido por la gran parte del pueblo de México; se dieron los
primeros pasos y el 15 de junio de 1981 durante la Décima Asamblea, la
Conferencia Episcopal Mexicana pide formalmente la canonización de Juan Diego.
El Arzobispo Primado de México, D. Ernesto Corripio Ahumada, escuchó estas súplicas
y peticiones y con gran empeño inició los trabajos.
El 8 de junio de 1982, la Congregación para la Causa de los Santos informó al
Arzobispo de México, Corripio, los pasos necesarios que se tenían que dar para
que todo el Proceso fuera conforme al Derecho Eclesiástico.[45]
El 7 de enero de 1984, en la Insigne Basílica de Guadalupe, presidió la
ceremonia donde se daba inicio al Proceso Canónico del Siervo de Dios, Juan
Diego, el indio humilde mensajero de la Virgen de Guadalupe. El 19 de enero de
1984 se nominó para Roma como Postulador al P. Antonio Cairoli, OFM, el 11 de
febrero se completó jurídicamente el Tribunal con la sesión de apertura y se
llevó adelante el Proceso Canónico Ordinario que se piden en estos casos; en
total fueron 98 sesiones. También se nombró, en ese entonces, una comisión
histórica, presidiéndola el Prof. Joel Romero Salinas, miembro de la Academia
Nacional de Historia y Geografía de México, perito en Historia y Archivística
para la Causa en cuestión; esta comisión histórica preparó el material
necesario en estos casos. Más de dos años de estudio y trabajo fueron
necesarios para concluir la primera etapa del Proceso, el 23 de marzo de 1986,
en solemne ceremonia se concluyeron estos trabajos. y toda la documentación y
la investigación fue enviada a Roma. La Congregación para la Causa de los
Santos aprobó el camino realizado el 7 de abril de 1986.
Todavía el Arzobispo de México Ernesto Corripio quiso congregar, el 9 de
octubre de 1989, en la Sala de Acuerdos de la Curia de la Arquidiócesis de México,
a 21 especialistas en historia, investigadores y estudiosos del Acontecimiento
Guadalupano, con la presencia también del exabad Mons. Guillermo Schulenburg,
para que ahí se pronunciaran los comentarios, reflexiones y opiniones a favor o
en contra de la Causa de Juan Diego; era importante conocer todos los puntos de
vistas y analizar no sólo la personalidad de Juan Diego, sino también la
oportunidad de la continuación de la Causa; con toda libertad se podía exponer
cualquier opinión en contra o a favor: "Ninguna opinión se vertió en
contra de la existencia física del Siervo de Dios y se ahondó positivamente en
su fama, virtudes y culto."[46]
En ese año de 1989, después de la muerte del Rev. P. Antonio Cairoli, OFM, el
Cardenal Ernesto Corripio designó como Postulador para la Causa de Juan Diego
al Rev. P. Paolo Molinari, SJ.
El Episcopado Mexicano actuaba en gran unidad y conciencia pastoral. El 3 de
diciembre de 1989, Mons. Adolfo Suárez Rivera, Arzobispo de Monterrey y
Presidente de la CEM, escribía al Cardenal Felici, Prefecto de la Sagrada
Congregación para las Causas de los Santos:
"Saludamos a Vuestra Eminencia con respeto y afecto en el Señor:
"Con fecha 17 de noviembre del presente año, los Obispos de México
enviamos a Vuestra Eminencia una carta con la cual implorábamos que el Siervo
de Dios Juan Diego sea proclamado Santo en virtud de la continuación del culto
a él dirigido.
"Para complementar nuestra mencionada carta, nos permitimos por las
presentes letras, asentar las siguientes aclaraciones y declaraciones:
"Cuando fueron emitidos los Decretos de S. S. URBANO VIII (1625-1634), la
Jerarquía de México, en debido acatamiento a las disposiciones pontificias,
prohibió toda manifestación de culto público y litúrgico de Juan Diego.
"Sin embargo, la fama de santidad del Siervo de Dios y la auténtica devoción
religiosa que se le guardaba, eran tales que, pese a la observancia de la Norma
referente al culto público y litúrgico, el culto popular privado continuó y
ha venido a ser más vivo y creciente en nuestros días.
"Las diversas disposiciones de la Jerarquía Eclesiástica local,
referentes tanto a la veneración de la Imagen de la Sma. Virgen de Guadalupe
como al respeto a la casa de Juan Diego, testifican la continuidad de la auténtica
devoción hacia el Siervo de Dios. Todo esto está ampliamente ilustrado en los
diversos Estudios hechos para la elaboración de la "POSITIO", en
correlación con los documentos respectivos.
"La existencia de la auténtica fama de santidad del Siervo de Dios Juan
Diego está sólidamente confirmada por el hecho de que, desde el año de 1666,
las Autoridades Eclesiásticas de México se preocuparon por llevar a cabo un
proceso formal, con la finalidad de solicitar la aprobación de un Oficio Propio
en honor de la B. Virgen María de Guadalupe, para la celebración del día de
la aparición preternatural de la Santísima Virgen al Obispo Fray Juan de Zumárraga,
y esto como comprobación de la veracidad de Juan Diego.
"En las actas de tales investigaciones figuran las disposiciones acerca de
la vida, las virtudes, la fama de santidad y el culto a Siervo de Dios Juan
Diego.
"Las actas de estos dos Procesos han sido debidamente insertadas en la
mencionada "POSITIO".
"Además, ha de tenerse presente que la Jerarquía Eclesiástica de México
instruyó un proceso específicamente sobre la vida, las virtudes, la fama de
santidad y el culto del Siervo de Dios en los años 1984-1986.
"Teniendo en cuenta todo esto, se debe afirmar que el período de tiempo en
el cual el culto se manifestó y fue vivido en la Iglesia de México, es
suficiente por sí mismo para corresponder a la categoría de "A TEMPORE
INMEMORABILI".
"Por lo expuesto, nosotros, los Obispos de México, declaramos que la
ininterrumpida fama de santidad atribuida al Siervo de Dios JUAN DIEGO y la
continua devoción religiosa que se le guarda constituye en seguro fundamento
para declarar que ha existido un verdadero culto religioso, pero con la limitación
ordenada por la Santa Sede Apostólica.
"Esta declaración es firmada por el suscrito, Presidente de la Conferencia
Episcopal de México, en nombre de todos los Excmos. Sres. Arzobispos y Obispos
de nuestra Nación.
"Nosotros esperamos que esta declaración constituya un documento válido
para la "Positio Super Cultu ab Inmemoriabili Praestito" del Siervo de
Dios Juan Diego, elaborada por la Sagrada Congregación para las Causas de los
Santos que Vuestra Eminencia dignamente preside como Cardenal Prefecto.
"Los Obispos de México, junto con nuestro pueblo cristiano, abrigamos la
dichosa esperanza de que el Santo Padre Juan Pablo II, en uso de la autoridad
que le asiste, se digne declarar Santo al Siervo de Dios Juan Diego, el laico
que fue siervo de la Sma. Virgen de Guadalupe, en su próxima visita pastoral a
México, en el mes de mayo del próximo año.
"Este asentimiento eclesial será de notoria importancia para la Iglesia en
México y constituirá un gran impulso para la pastoral y la vitalidad del
laicado católico de México y de América Latina.
"Reiteramos a Vuestra Eminencia nuestros sentimientos de aprecio y estima
en el Señor.
"Ciudad de México, D. F., a 3 días del mes de Diciembre del año de
1989."
Bajo las normas y directrices de la Congregación para la Causa de los Santos,
se elaboró la Positio, bajo las directrices del Relator General Mons. Giovanni
Papa. La Positio fue presentada a los Peritos en Historia, así como a los Teólogos
Consultores y al Congreso de Cardenales y Obispos de la Congregación, y se
obtuvo el voto afirmativo sobre el culto inmemorial y la fama de santidad del
Servo di Dio Juan Diego. De esta manera se llega a la aprobación de la Positio
en 1990;[47] se confirmó, pues, que a Juan Diego se le daba un culto desde
tiempos inmemoriales; manifestado por objetos de todas clases como son imágenes
y diseños de Juan Diego en donde se le representó con aureola; su figura se
esculpió en cálices, en púlpitos, en altares, en exvotos, en ofrendas; son
varios los documentos en donde se declara que Juan Diego fue un indio buen
cristiano y santo, como vimos en los testimonios de los ancianos indios de
Cuauhtitlán que fueron vertidos en las Informaciones Jurídicas de 1666. Una
fama que no se interrumpió, como también ya vimos que expresaba, en 1746, D.
Cayetano de Cabrera y Quintero: "Aún los mismos indios que frecuentaban el
Santuario se valían de las oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y
sepultado allí, lo ponían como intercesor ante María Santísima, para lograr
sus peticiones. Esperamos en Dios que un día lo veamos en el honor de los
altares."[48]
El 9 de abril de 1990, el Santo Padre Juan Pablo II, por medio del Decreto de
Beatificación, reconoció la santidad de vida y culto tributado, de tiempo
inmemorial, al Beato Juan Diego. Y el 6 de mayo sucesivo, el mismo Santo Padre,
durante su segundo viaje apostólico a México, presidió en la Basílica de
Guadalupe la solemne celebración en honor del Beato Juan Diego, inaugurando la
modalidad del culto litúrgico que se le debía rendir al humilde y obediente
indio, mensajero de la Virgen de Guadalupe.
El Santo Padre afirmó: "Juan Diego es un ejemplo para todos los fieles:
pues nos enseña que todos los seguidores de Cristo, de cualquier condición y
estado, son llamados por el Señor a la perfección de la santidad por la que el
Padre es perfecto, cada quien en su camino. Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen
Gentium, No 11. Juan Diego, obedeciendo cuidadosamente los impulsos de la
gracia, siguió fiel a su vocación y se entregó totalmente a cumplir la
Voluntad de Dios, según aquel modo en el que había sido llamado por el Señor,
destacando por su amor tierno a la Santísima Virgen María, a la que tuvo
constantemente presente y veneró como Madre y dedicándose con ánimo humilde y
filial a cuidar su casa. No es extraño, por eso, que estando aún con vida,
muchas personas le considerasen santo y le pidieran la ayuda de su oración.
Esta fama de santidad ha perdurado después de su muerte, y no son pocos los
testimonios del culto que se le daba, los cuales muestran, suficientemente, que
delante del pueblo cristiano se le nombraba con el título de santo, y tenía
hacia él aquellas manifestaciones de veneración que suelen reservarse a los
Beatos y a los Santos, como queda patente por las obras artísticas llegadas
hasta nosotros, en las que la imagen del Siervo de Dios aparece representada con
una aureola o con otros signos de santidad. Es cierto que esas manifestaciones
de culto se dieron sobre todo en la época más cercana a la muerte de Juan
Diego, pero es asimismo innegable que han permanecido hasta nuestros días, de
manera que puede afirmarse con seguridad que testifican un culto peculiar e
ininterrumpido tributado al Siervo de Dios. A petición de gran número de
Obispos y de muchos otros fieles sobre todo de México, la Congregación para
las Causas de los Santos procuró que se recogieran los documentos que ilustran
la vida, las virtudes y la fama de santidad de Juan Diego y ponen también de
manifiesto el culto que se le ha tributado. Después de realizar las oportunas
investigaciones y de estudiar el material reunido, se elaboró una amplia relación
acerca de la fama de santidad del Siervo de Dios, sus virtudes y el culto que se
le a tributado desde tiempo inmemorial."[49]
La labor de la Congregación para la Causa de los Santos es sumamente
profesional, trabajan ahí los más grandes especialistas en la materia; quienes
llevan todo proceso de una manera meticulosa y detallada, no dejan ninguna duda
por aclarar, ninguna pregunta por responder. Todos sabemos de las dudas y
especulaciones que Mons. Schulenburg y un grupo de personas han transmitido, si
bien, no por la vía normal como se debe proceder en estos casos; aún así, la
Congregación no desatendió ninguna de las objeciones que le presentaron. Por
lo que dispuso que junto con la Arquidiócesis de México se formara una Comisión
Histórica, que encabezara una investigación apegada al método histórico
científico. Esta Comisión fue encabezada por el P. Dr. Fidel González Fernández,
Doctor en Historia de la Iglesia, Consultor de la Congregación para las Causas
de los Santos, catedrático de la Pontificia Universidad Gregoriana y de la
Pontificia Universidad Urbaniana, especialista en Historia de la Iglesia en América
Latina; P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez, Doctor en Historia de la Iglesia,
Prefecto de Estudios del Pontificio Colegio Mexicano, Miembro de la Sociedad
Mexicana de Histórica Eclesiástica, Investigador especializado de la Arquidiócesis
de México; y Mons. José Luis Guerrero Rosado, canónigo de la Basílica de
Guadalupe, licenciado en Derecho Canónico, investigador y catedrático, hombre
de una vastísima cultura y gran especialista en el Acontecimiento Guadalupano.
Dicha Comisión retomó todo lo realizado por siglos, investigó nuevamente en
Archivos y Bibliotecas de varias partes del mundo, analizó no sólo las dudas u
objeciones; sino que estudió y analizó desde la tradición oral continua e
ininterrumpida que se ha mantenido hasta el día de hoy en la memoria del
pueblo, hasta fuentes documentales como mapas, códices, anales, testamentos,
cantares, narraciones antiguas, los llamados Nican mopohua y Nican motecpana, la
Información de 1556, las Informaciones Jurídicas de 1666, los importantes
escritos de los primeros frailes misioneros y otros muchos documentos más. Así
como se tomaron en cuenta las dudas y objeciones, también se tomaron en cuenta
las nuevas aportaciones y afirmaciones a favor del hecho histórico,
provenientes de los más variados investigadores, científicos y estudiosos del
Acontecimiento Guadalupano.
El trabajo revistió un esfuerzo de varios años, analizando, estudiando e
investigando bajo el método histórico científico, ubicando cada fuente histórica
en su justo valor y naturaleza y en su convergencia; asimismo, se sometió a las
normas precisas de la Congregación de la Causa de los Santos. El 28 de octubre
de 1998, la Congregación aprobó los resultados de la investigación científica,
constatando y confirmando la verdad del Acontecimiento Guadalupano, y la misión
del indio humilde Juan Diego, modelo de santidad, quien a partir de 1531 difundió
el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe, por medio de su palabra y de su
ejemplar testimonio de vida. Se dio un paso más al pedir la Congregación que
se publicara lo esencial y más importante de los resultados de la investigación
de la Comisión Histórica; gracias a esto, en 1999, se publicó un libro bajo
el título: El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego;[50] el cual fue
analizado por diversos especialistas. Más adelante, la Congregación encomendó
a algunos doctores y catedráticos de Historia de la Iglesia de las más
prestigiosas Universidades Pontificias, especialistas en el tema de México y América
Latina, para que analizaran este Libro de manera detenida y meticulosamente; y
todos, de forma unánime, dieron su confirmación positiva y laudatoria, tanto
de la esencia de la historia del Acontecimiento Guadalupano, especialmente del
Beato Juan Diego, como de la metodología científica usada en la investigación.
En ese año de 1999, nuevamente el Papa Juan Pablo II afirmó con gran fuerza la
importancia del Mensaje Guadalupano comunicado por el Beato Juan Diego y confirmó
la perfecta evangelización que nos ha sido donada por Nuestra Madre, María de
Guadalupe: "Y América, -declaró el Papa- que históricamente ha sido y es
crisol de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac,
[...] en Santa María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización
perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino
también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como
Reina de toda América."[51] El Papa confirmó la fuerza y la ternura del
mensaje de Dios por medio de la Estrella de la evangelización, María de
Guadalupe, y su fiel, humilde y verdadero mensajero Juan Diego, en donde Ella
depositó toda su confianza; momento histórico para la evangelización de los
pueblos, "La aparición de María al indio Juan Diego -reafirmó el
Santo Padre- en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión
decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de
la nación mexicana, alcanzando todo el Continente. [...] María Santísima de
Guadalupe es invocada como «Patrona de toda América y Estrella de la primera y
de la nueva evangelización»."[52]
El 24 de junio de 1999, el Cardenal Norberto Rivera Carrera, en ocasión de la
institución en México de la Postulación General Mexicana para las Causas de
los Santos, nombró como Postulador de la Causa de Juan Diego a Mons. Oscar Sánchez
Barba.
Más adelante, el 17 de mayo de 2001, el Cardenal Rivera nombró al actual
Postulador para la Causa de Canonización del Beato Juan Diego al P. Dr. Eduardo
Chávez Sánchez, quien continúa investigando y trabajando en la Postulación.
Juan Diego sigue intercediendo por su pueblo
Desde el 20 de noviembre de 1990, en la Curia del Arzobispado de México, se
abrió el proceso canónico para recoger las pruebas sobre el milagro realizado
por el Beato Juan Diego, concluyendo el 31 de marzo de 1994. El caso en cuestión,
del 3 de mayo de 1990, fue la sobrevivencia de un joven de 20 años de edad,
llamado Juan José Barragán Silva, quien cayó de una altura de 10 metro
aproximadamente sobre terreno sólido, con un fuerte impacto valorado en 2,000
kgs., con fractura múltiple del hueso craneal, y fuertes hematomas. Según la
valoración de los médicos, la mortalidad superaba el 80%. La Congregación
encontró el proceso muy bien llevado, con textos que resultan bien informados y
dignos de fe. En el conjunto, el caso disponía de una sólida base probatoria.
El decreto de Validez de los actos del proceso es del 11 de noviembre de 1994.
En la misma Congregación, el 26 de febrero de 1998, los médicos especialistas
lo aprobaron por unanimidad (cinco sobre cinco), sorprendidos de encontrar la
fractura soldada y sin manifestar ningún signo de complicación, con una altísima
probabilidad de muerte y con una modalidad de curación rápida, completa y
duradera; era una inexplicable curación según el conocimiento de la ciencia médica.
La madre del joven fue la que, con gran fe, invocó al Beato Juan Diego por la
salvación de su hijo. El 11 de mayo de 2001, en Congressus Peculiaris super
Miro, los Consultores Teólogos, presididos por el Promotor de la Fe, aprobaron
el milagro hecho por intercesión del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, con voto
afirmativo por unanimidad.[53] Sin duda alguna, el humilde Juan Diego es una
ejemplo de santidad y un fuerte intercesor de su pueblo.
Un deseo constante y ferviente, el que Juan Diego sea canonizado
Nuestro pueblo humilde y sencillo siempre a guardado en la memoria de la tradición
y en el recinto de su corazón un profundo respeto y veneración por este gran
hombre, elegido por Nuestra Señora de Guadalupe para ser su mensajero, y nunca
ha dudado de su santidad.
Después de tantos siglos de intenso, honesto y profundo trabajo, especialmente
en estos últimos años; y, además, de la sincera oración, sacrificios y
ofrendas de miles de personas que con la sencillez del corazón han elevado sus
peticiones a Dios Nuestro Señor y a María Santísima de Guadalupe, para que
nos regalaran el don maravilloso de tener a Juan Diego en los altares,
canonizado y reconocido como uno de los personajes claves en la historia de la
evangelización de América. Juan Diego que ha sido el portador de un mensaje
que trasciende fronteras y tiempos, el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe
para que, con la aprobación de la Iglesia, se le construyera un templo, donde
Ella reconstruiría la vida del ser humano, aquel que con sincero corazón se
acercara y se confiara a Ella, ahí escucharía todas las tristezas, dolores,
sufrimientos y penas, y lo conduciría por el camino seguro del amor para
llevarlo ante "«el verdadero Dios por quien se vive, el Creador de las
personas, el Dueño de la cercanía y de la inmediación, el Dueño del cielo,
el Dueño de la tierra»;"[54] poniéndolo de manifiesto con todo su amor.
María Santísima de Guadalupe es la que le aseguró a su humilde mensajero:
"«ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te
enriqueceré, te glorificaré»".[55]
Todos los sucesores de fray Juan de Zumárraga han promovido ininterrumpidamente
el gran Acontecimiento Guadalupano, el cardenal Norberto Rivera, con un gran
esfuerzo y una ferviente oración, ha impulsado de manera decisiva la Canonización
del Beato Juan Diego. Asimismo, el Rector y todos los Canónigos de la Nacional
e Insigne Basílica de Guadalupe, han dirigido peticiones al Santo Padre, por
ejemplo el 21 de agosto de 2000, en una de varias cartas, dicen: "estamos
plenamente convencidos de la historicidad del Beato Juan Diego [...] Por lo
tanto, nuestra voz se dirige ahora a Su Santidad, para pedirle, humildemente, la
pronta canonización del Beato Juan Diego".[56]
El Episcopado Mexicano en pleno ha sido de los más fuertes promotores motivando
tanto la investigación científica, así como la evangelización y devoción
popular en una pastoral integral. El Episcopado Mexicano declaró el 12 de
octubre de 2001: "La verdad de las Apariciones de la Santísima Virgen María
a Juan Diego en la colina del Tepeyac ha sido, desde los albores de la
evangelización hasta el presente, una constante tradición y una arraigada
convicción entre nosotros los católicos mexicanos, y no gratuita, sino fundada
en documentos del tiempo, rigurosas investigaciones oficiales verificadas el
siglo siguiente, con personas que habían convivido con quienes fueron testigos
y protagonistas de la construcción de la primera ermita";[57] y más
adelante señala: "Consideramos también deber nuestro manifestar que la
historicidad de las apariciones, necesariamente lleva consigo reconocer la del
privilegiado vidente interlocutor de la Virgen María."[58] Todos los
Obispos Mexicanos se unen en una misma oración: "expresamos nuestra
confianza en que no tardará su canonización y por ello elevamos nuestra
plegaria".[59]
Camino a la Canonización
del Beato Juan Diego:
2 de noviembre de 2001, P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez,
Postulador para la Causa de Canonización del Beato Juan Diego.
Publicado con su
permiso
(Copyright © SCTJM Siervas
de los Corazones Traspasados de Jesús y María)
Más temas de interés para el católico en: www.corazones.org
Imagen: Blessed Juan Diego and the Miracle of Guadalupe. USC
Catholic Community
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[1] "Cuauhtlatoatzin", nombre indígena de Juan Diego, Cfr. Carlos de Sigüenza y Góngora, Piedad Heroica de D. Fernando Cortés, Talleres de la Librería Religiosa, segunda edición de "La Semana Católica", México 1898, p. 31. También: Xavier Escalada, S. J., Ed. Enciclopedia Guadalupana, México 1997, T. V.
[2] «Testimonio del P. Luis Berrera Tanco», en Informaciones Jurídicas de 1666, AHBG, Ramo Histórica, f. 158r: "y habiéndose Bautizado [Juan Diego] en el año de mil y quinientos veinte y cuatro, que fue cuando vinieron los religiosos del Señor San Francisco (de cuya feligresía era) es constante haberse Bautizado de cuarenta y ocho años de edad."
[3] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Testimonios Históricos Guadalupanos, Ed. FCE, México 1982, p. 305.
[4] Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica, p. 429.
[5] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p. 305.
[6] «Testimonio del P. Luis Berrera Tanco», en Informaciones Jurídicas de 1666, ff. 157v-158r
[7] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p. 305.
[8] «Testimonio de Martín de San Luis», en Informaciones Jurídicas de 1666, ff. 43v-44r.
[9] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p. 305. Coincide con lo que testifica el P. Luis Becerra Tanco: "el Indio Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros Ministros Evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a las Vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo estos dos casados." «Testimonio del P. Luis Berrera Tanco», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 157v.
[10] «Testimonio del P. Luis Berrera Tanco», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 157v.
[11] «Gertrudis del Señor San José», en Apuntes de algunas Vidas de Ntras. Hermanas Difuntas, Archivo del Convento di Corpus Christi para las Indias Caciques, Monasterio Autónomo de Clarisas de Corpus Christi, in México, s. n. f.
[12] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p. 305.
[13] «Testimonio de Gabriel Xuárez», en Informaciones Jurídicas de 1666, ff. 20r-20v.
[14] «Testimonio de Gabriel Xuárez», en Informaciones Jurídicas de 1666, ff. 21v-22r.
[15] «Testimonio de Juana de la Concepción», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 35r.
[16] «Testimonio de Pablo Xuárez», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 40r.
[17] «Testimonio de Martín de San Luis», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 46v.
[18] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p. 305.
[19] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p. 305.
[20] Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Imp. del Real, México 1746, p. 345, No. 682.
[21] Descubrimientos en Cuauhtitlán confirmados por el Lic. Manuel García de la Torre, Secretaría del Patrimonio Nacional, 3 de dic. 1963, INAH y Dep. Monumentos Prehispánicos.
[22] Carta del P. Luis Medina Ascencio, Director del Centro de Estudios Guadalupanos, dirigida al director de la Revista «Río de Luz», Cura Enrique Amescua Medina, 26 de julio de 1976, en Enrique Amezcua Medina, Notas históricas del Santuario de la Quinta Aparición Guadalupana de Tulpetlac, Imp. Litográfica México, México [1978], p. 58. Luis Medina Ascencio alaba por la nueva construcción del Santuario de la Quinta Aparición de Guadalupe, en Tulpetlac, y añade: "No hay ninguna dificultad histórica en admitir a Cuauhtitlán como lugar de origen de Juan Diego, y a Tulpetlac como pueblo donde estaba viviendo el vidente del Tepeyac en el tiempo de las Apariciones."
[23] Miguel León-Portilla, Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el "Nican mopohua", Eds. El Colegio Nacional y FCE, México 2000, p. 45.
[24] «Testimonio de Juan de Masseguer», en Información de 1556. Actas del proceso incoado contra el Provincial franciscano Fr. Francisco de Bustamante por sus acusaciones públicas contra el Arzobispo de México, Fr. Alonso de Montúfar OP, en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Testimonios Históricos, p. 71.
[25] «Testimonio de Juan de Salazar», en Información de 1556, p. 51.
[26] Gregorio XIII (1572-1585).
[27] Gregorio XIII, Ut Deiparae semper virginis, Archivo Secreto Vaticano, Sec. Brev. 69, ff. 537v-538v; 70, ff. 532v-533v.
[28] Everardus Mercurianus, Gen., «Carta al arzobispo de México, Pedro Moya de Contreras», Roma 12 de marzo de 1576, en Félix Zubillaga (editor), Monumenta Mexicana. Monumenta Historica Societatis Iesu, Roma 1956, T. I: 1570-1580, pp. 192-193.
[29] Carta del arzobispo de México, Pedro Moya de Contreras, al Papa Gregorio XIII, Archivo Secreto Vaticano, AA-Arm. I. XVIII, s. f.
[30] Cfr. CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, 184, Mexicana Canonizationis Servi Dei Ionnis Didaci Cuauhtlatoatzin Viri Laici (1474-1548), Positio super famae sanctitatis virtibus, et cultu ab immemorabili praestito ex officio concinata, Romae 1989, Doc. IX. El P. Francisco de Siles entregó la narración del Acontecimiento Guadalupano del P. Miguel Sánchez, realizada en latín y con grabados de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego realizados en 1658, se conserva en la Biblioteca Apostólica Vaticana, fondo Chigiano: F IV 96, 16 ff., intitolato Historica narratio. . . imaginis SS Virginis Mariae vulgo de Gudalupe in Indiis nuncupate quae Mexici, mirabili modo. . . anno 1531 apparuit DD fr Jaonni de Zumarraga.
[31] Cfr. Informaciones Jurídicas de 1666, Archivo Histórico de la Basílica de Guadalupe (AHBG), Ramo Historia.
[32] «Testimonio de Marcos Pacheco», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 12v.
[33] «Testimonio de Andrés Juan», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 28v.
[34] Positio, Doc. XI, 9
[35] Positio, Doc. XII,8
[36] J. Bravo Ugarte, Historia de México, III/2, México 1959, 428.
[37] Cfr. Pío XI, Carta Apostólica «B. V. Maria sub titulo de Guadalupa Insularum Philippinarum Coelestis Patrona Declaratur», en AAS, XXVIII (1936) 2, pp. 63-64.
[38] Pío XII, «Alocución Radiomensaje», 12 de octubre de 1945, AAS, XXXVII (1945) 10, pp. 265-266.
[39] Juan XXIII, «Ad christifideles qui ex ómnibus Americae nationibus Conventui Mariali secundo Mexici interfuerunt», por el 50° aniversario del, Roma a 12 de octubre de 1961, en AAS, LIII (1961) 12, pp. 685-687.
[40] Pablo VI, «Nuntius Radiotelevisificus», 12 de octubre de 1970, en AAS, LXII (1970) 10, p. 681.
[41] Juan Pablo II, «Alocución por la III Conferencia General del Episcopado Latino Americano», 28 de enero de 1979, en AAS, LXXI (1979) 3, p. 205.
[42] Juan Pablo II, «Alocución a los Obispos de América Latina» Primer viaje Apostólico a México», México, D. F., a 27 de enero de 1979, en AAS, LXXI (1979) 3, p. 173.
[43] Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Imp. del Real, México 1746, p. 345, No. 682.
[44] Positio, Doc XIII, 119
[45] Carta de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos al Cardenal, Don Ernesto Corripio Ahumada, 8 junio 1982, Prot. N. 14 08-3 /1982.
[46] Joel Romero Salinas, Juan Diego, su peregrinar a los altares, Ed. Paulinas, México 1992, p. 54.
[47] Cfr. Relatio et Vota del Consultores Históricos del 30 enero 1990, y de los Consultores Teólogos del 30 marzo 1990.
[48] Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Imp. del Real, México 1746, p. 345, No. 682.
[49] AAS, LXXXII (1990), pp. 853-855.
[50] Fidel González Fernández, Eduardo Chávez Sánchez y José Luis Guerrero Rosado, El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Ed. Porrúa, México 1999, XXXVIII, 564 pp. [42001].
[51] Juan Pablo II, Ecclesia in America, México 22 de enero de 1999, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1999, No 11, p. 20. El Santo Padre cita literalmente la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Santo Domingo a 12 de Octubre de 1992, 24. Véase también en AAS, 85 (1993) p. 826.
[52] Juan Pablo II, Ecclesia in America, p. 20, No. 11.
[53] Congregatio de Causis Sanctorum, Canonizationis Beati Ionnis Didaci Cuautlatoatzin, viri laici (1474-1548) Relatio et Vota, Congressus Peculiaris super Miro, 11 de mayo de 2001, Mexicana, P. N. 1408, Tip. Guerra, Roma 2001.
[54] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 26-27.
[55] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 34-35.
[56] Carta del Rector y Cabildo de la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe al Cardenal Angelo Sodano, México, D. F., a 21 de agosto de 2001, en Archivo de la Causa de Canonización del Beato Juan Diego, s. f.
[57] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy En el XXV Aniversario de la Dedicación de la actual Basílica de Guadalupe y el traslado de la Sagrada Imagen, México, D. F., 12 de octubre de 2001, No. 3.
[58] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy, No. 9.
[59] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy. No. 11.